Precioso conjunto de arquitectura popular de la sierra de Ávila. Se presenta esta aldea en un llano a medía ladera del valle que forma el río Caballeruelo, en su vertiente derecha.
Uno de los seis anejos que tenía el municipio de La Aldehuela en la Comarca de El Barco de Ávila-Piedrahita.
Situada a 1260 metros de altitud, alrededor de una docena de viviendas componían esta población que padecía unos inviernos muy rigurosos con abundantes nevadas y heladas.
La piedra granítica, tan abundante en esta provincia castellana, esta presente en la totalidad de las edificaciones del lugar.
La mayoría de las viviendas tenía su horno, la que no tenía utilizaba prestado el de otra casa.
Trigo, patatas y garbanzos eran los productos que obtenían principalmente de sus tierras. A moler el grano iban a otro anejo de La Aldehuela: Los Molinos, a orillas del Caballeruelo. Su nombre ya indica la dedicación principal de esa aldea. Tres molinos harineros había funcionando en el siglo XX.
Las ovejas y las cabras se repartían por igual en la ganadería.
Los martes era día de mercado en Piedrahita y hasta allí acudían para vender quesos, cochinillos, huevos, pollos y productos de huerta y de paso se abastecían de lo que carecían en Las Solanillas.
Misas, bautizos, bodas, entierros y demás servicios religiosos tenían que acudir a la iglesia de La Aldehuela.
No había escuela en Las Solanillas y así niños y niñas les tocaba bajar hasta la de La Aldehuela.
De la cabecera municipal también subía el médico en casos muy extremos. Había que bajar a buscarle con un burro.
Cesareo Casado era el cartero de La Aldehuela y encargado de llevar la correspondencia a Las Solanillas y demás anejos. En ocasiones era algún vecino que bajaba a La Aldehuela a cualquier asunto el que se llevaba las cartas para el pueblo.
Para cualquier apaño que les pudiera hacer el herrero se acercaban hasta la herrería de Las Solanas del Carrascal.
No tenían fiesta patronal, así que acudían a La de la Aldehuela en septiembre y algunos jóvenes iban también a la de Santiago del Collado en julio.
Juventud solanillera que bajaba los domingos a La Aldehuela a participar de los animados bailes que allí se celebraban.
La falta de servicios básicos, la ausencia de una carretera, la dureza del clima y la búsqueda de un mejor futuro hizo que las gentes de Las Solanillas fueran emigrando en los años 50 y 60. Los más jóvenes buscaron el acomodo en Madrid, lejos de un mundo rural por el que ya no sentían atracción. Con el tiempo acabaron llevándose consigo a los padres.
Otros optaron por quedarse a vivir en La Aldehuela y desde allí podían seguir yendo a realizar las labores agrícolas.
Un tercer grupo de personas optó por echar nuevas raíces en el cabeza de partido judicial; Piedrahita.
Con la marcha de Raimundo y Gregoria a Madrid sobre el año 77 ya solo quedaron dos casas abiertas en Las Solanillas en los últimos años de vida en el pueblo.
Fue hacía el año 1980 aproximadamente cuando en Las Solanillas se cerraban definitivamente todas sus puertas. Felix y Casimira se bajaron a vivir a La Aldehuela unos meses antes de que lo hiciera el último matrimonio; el de Juan y Paula que se fueron a Piedrahita.
Visitas realizadas en julio de 1999 y marzo de 2016.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Fresca mañana como es habitual en esta fría provincia castellana. Son los últimos estertores del invierno y la temperatura es gélida. El cielo esta gris pero no va a soltar agua, ya lo ha hecho en abundancia en días pasados como muestra el camino que me conduce desde el pueblo de Nogal. Hasta un todo-terreno tendría complicado circular estos días por esta pista, tal es la acumulación de charcos, grietas y barro que se dan en el corto trayecto hasta llegar a Las Solanillas.
Buena impresión me dejó esta solitaria aldea en mi primera visita, que espero que se refrende en esta ocasión.
La vez anterior llegué por el camino de La Aldehuela y ahora lo hago por el de Nogal. La entrada es distinta pero preciosa es tanto o más una que otra. El tiempo sigue detenido en Las Solanillas, solo un burro pastando en un prado contiguo a las casas y el constante y monótono canto de los pájaros rompen la quietud del lugar. Buena melodía que me acompañará durante mi estancia en el pueblo.
El caserío se encuentra más o menos igual que hace diecisiete años. Es decir bastante bien. Un buen repertorio de piedra, tejados y chimeneas se muestran ante mis ojos. El granito aguanta fenomenalmente las embestidas que aquí dan con fuerza los fenómenos meteorológicos.
Es una piedra muy dura contra todos los agentes externos y a la vez es fácil de partirla para moldear.
Paseo sin prisas, observando cada detalle. Varias casas se protegen del exterior por medio de un patio.
Algunas casas han sufrido una pequeña rehabilitación. Por lo menos se mantienen para que no se vengan abajo. La ausencia total de agua hace difícil él que se pueda asentar alguien aquí.
En estas aparecen dos senderistas que vienen de el monte El Carrascal, brevisima conversación con ellos y enseguida desaparecen de mi campo de visión.
¡Que dura tuvo que ser la vida en estas olvidadas aldeas serranas! Muchos días de frío y pocos días de calor. Frío extremo y calor suave. Y nevadas abundantes (no como las de ahora), y unas heladas primorosas por la noche.
Pienso para mi que no habría sido tan difícil llevar una carretera hasta este pueblo. Hoy día no estaríamos hablando de Las Solanillas como lugar despoblado. Seguramente no mantendría población en invierno, pero si en verano.
¡Se dejó morir a tantos pueblos!
Ubicación de Las Solanillas en la ladera del monte. Más cercano a la carretera queda el pueblo de Nogal.
Entrando a Las Solanillas por el camino de Nogal.
La casa del tío Goro es la primera que aparece a la derecha del camino.
Vivienda al interior, a la que se accede tras entrar en un patio. Gruesas piedras graníticas servían de cimientos o de apoyo a los muros. Se enlucía solamente puerta y ventanas, el resto de la fachada en mampostería vista.
Puerta carretera y vivienda.
Vivienda con acceso por un patio. Fachada enlucida. Escasas y pequeñas ventanas para no dejar pasar el frío.
Tres viviendas en hilera. Ondulación del tejado en la casa de la izquierda debido a la caída de algunas vigas. No tiene un futuro muy duradero. En la vivienda de la derecha se hundió todo el cuerpo de la campana de la chimenea generando un buen boquete.
Vivienda situada por debajo del nivel del suelo. Tenía un pórtico o portalillo hecho con la prolongación del tejado de la casa que se sostenía en unas vigas horizontales clavadas en el suelo.
Proporcionaba sombra en los días de verano y protegía de la lluvia en días húmedos. Otra particularidad estaba en el acceso al sobrao o sobrado por una pequeña pasarela exterior de piedra.
Cuadra y pajar. Binomio indispensable en las edificaciones auxiliares. Las dos puertas muy juntas, tanto que aprovechan para compartir la misma jamba central.
Voluminosa piedra granítica que sirve de complemento al muro delimitador del camino que viene de Las Solanas del Carrascal.
Vivienda con corral delantero. Piedra labrada para conformar la esquina del muro y piedra más pequeña sin pulir en el resto.
Conjunto de edificaciones compactas, muy juntas, como queriéndose dar calor unas a otras. Naturaleza muerta, sin color. La sierra de Villafranca al fondo mostrando que el invierno esta a punto de terminar.
Tejados, doble juego de tejas, a canal por debajo y a cobija por encima. Piedras en el caballete del tejado para hacer de contrapeso y evitar que el viento pueda levantar las tejas. Sierra de Villafranca al fondo.
Calle. Puerta carretera (llamada así porque se utilizaba para meter el carro). Chimenea tronco piramidal. La aldea de El Rehoyo al fondo.
Calle de Las Solanillas.
La casa del tío Goro, en la salida del pueblo.
La fuente de arriba, situada a unos trescientos metros del pueblo. Hasta aquí venían las mujeres a lavar.
La fuente de abajo, situada a la entrada del pueblo. En los años 50 un accidente pudo terminar de manera trágica pero tuvo un final feliz. Un niño de corta edad que estaba empezando a dar sus primeros pasos llegó hasta aquí en un descuido de sus familiares y se cayó a su interior. Gracias a un vecino que pasaba por allí que lo sacó a tiempo cuando ya daba muestras de ahogamiento. La casualidad hizo que el médico de La Aldehuela anduviera por allí cerca y consiguiera reanimarlo.
Esta fuente al igual que la de arriba están completamente secas.