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Ginuábel (Huesca)

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Foto cedida por Luis Buisán


A mi buen amigo Luis Buisán Villacampa, incansable y tenaz cronista de Ginuábel, verdadero artífice de que la memoria de su pueblo no haya caído en el olvido. Colaboración impagable.

Se encuentra Ginuábel semioculto entre una densa masa forestal en la ladera derecha del barranco de Yasa. Su disposición urbana muestra una suave inclinación descendente.
Ocho viviendas componían el pueblo en el siglo XX aunque en tiempos anteriores llegaron a ser doce.
Arruinada población del valle de La Solana, poco queda ya de sus tiempos de máxima vitalidad.
El paso del tiempo, un expolio bárbaro de piedras y losas y los fenómenos meteorológicos han convertido este otrora bonito pueblo en un triste conjunto de edificios debilitados para seguir manteniéndose en pie.
Las ovejas eran el principal sustento de sus habitantes, de las cuales sacaban beneficio a través de la lana, los quesos o los corderos. Los tratantes de Boltaña y Ainsa preferentemente eran los que subían a Ginuábel a abastecerse de corderos. Se producía una especie de tanteo, un tira y afloja, en el que muchas veces los tratantes se iban sin haber comprado animal alguno, pero como quiera que estaban interesados volvían a los pocos días con una contra oferta, llegando finalmente a un acuerdo. Unas veces arreaban ellos con la compra y otras veces había que bajárselos a la carretera.
Se realizaba la trashumancia con los rebaños y así subían en verano a los altos pastos del puerto de Goríz en la vertiente sur del macizo de Monte Perdido. Estaban allí desde el 1 de agosto hasta la virgen del Pilar. Por el contrario en los meses de invierno hacían la trashumancia hacía tierras más cálidas, a Tierra Baja donde permanecían desde noviembre hasta abril.
No menos importante era la agricultura para subsistir en estos pueblos tan aislados y con una orografía complicada.
Se cultivaba a base de terrazas, fajas y bancales en una muestra de la laboriosa mano del hombre para sacar provecho del terreno en las laderas montañosas.
El trigo era el cereal principal y por detrás estaba la avena, cebada, centeno, judías o patatas por citar unos cuantos productos.
La luz eléctrica llegó a Ginuábel en el año 1945 desde el plano Giral donde estaba situado un transformador que abastecía a casi todos los pueblos de La Solana. Esta linea a su vez tenía su origen en el molino de Jánovas.
Fue todo un acontecimiento para el pueblo y a falta de carreteras, maquinaría agrícola o agua corriente se puede decir que fue el mayor progreso que llegó a Ginuábel.
El agua corriente no llegó nunca y a pesar de que la fuente que tenían en el pueblo no era potable estaban abastecidos en buen numero de fuentes en los alrededores.
Cada casa tenía su horno y se solía amasar y cocer el pan una vez al mes.
Tres casas llegaron a contar con retrete (Ezquerra, Castillo y la casa de la escuela) a la manera rústica de aquellos años, con salida a la calle o a las cuadras.
Las fiestas patronales de Ginuábel originariamente eran el 25 de julio, día de Santiago, pero como quiera que coincidía con la época de siega que eran los días de más trabajo en el campo se cambiaron al 27 de agosto, día de San José de Calasanz.
Se celebraban tres días de fiesta: 27, 28 y 29. El cuarto día, el 30 era solo para la juventud del pueblo.
Luis Buisán da una descripción muy detallada de como eran las fiestas en Ginuábel:
"La vispera llegaban los músicos, venían en el coche de linea hasta Lacort, uno de los mozos nos encargábamos de bajar a buscarlos con dos caballerías bien ataviadas para que montara alguno de los músicos o el traslado de los instrumentos. Eran momentos de gran expectación en el pueblo a la espera de los protagonistas que debían amenizar las fiestas.
Durante años eran los Solano del pueblo de Tierrantona los que venían a tocar a las fiestas de Ginuábel. Padre e hijo con guitarra y violín que se hacían acompañar muchas veces de otros músicos con saxofón, trompeta y batería formando una pequeña orquesta. Acostumbraban a pernoctar en casa Martín Puyuelo y en los últimos años en casa Clemente. Comían y cenaban una vez en cada casa donde había mozos de fiesta.
La víspera por la noche ya se hacía una ronda con los músicos por el pueblo como anuncio de la fiesta mayor.
A la mañana siguiente era el gran día. A las doce se oficiaba una misa a cargo de mosén Miguel y cantada por los músicos. Después de misa se hacía un pequeño baile en la plaza. A continuación se formaba la ronda y se iba casa por casa a rondar. Si en una casa estaban de luto se paraba la ronda y se rezaba un padrenuestro. Se le cantaba una jota a las mozas de la casa y otra de despedida al amo, al alcalde o al cura. En cada casa sacaban una bandeja con torta fina cortada a trozos y el porrón de vino. Dos mozos subíamos a la vez por cada casa con una alforja pidiendo normalmente huevos y longaniza para realizar una lifara (merienda especial que se realizaba el último día entre todos los jóvenes).
Terminada la ronda cada uno se retiraba a su casa a comer, donde había costumbre de sacrificar una oveja a la que se añadía un cordero si no había bastante.
La comida era abundante para agasajar a todos los invitados con buenos entremeses, guisos de carne, costillas y chuletas. En los postres eran las natillas, la torta bizcochada o el brazo de gitano. Como fruta especial estaban las uvas o algún melón que se habían comprado para la ocasión.
Todo ello acompañado de vino encubado, moscatel y rancio, café y alguna copa de anís y coñac.
A la hora de la sobremesa pasábamos un par de mozos vendiendo tiras de número para la rifa del cordero, tiras que también se ofrecian durante el baile de noche. No teníamos mucho éxito pues no sacábamos ni para pagar la orquesta.
El pueblo era un hervidero de gente, mucha alegría por todas partes y reencuentros con personas que no te veías hacía tiempo.
Iba llegando la juventud de otros pueblos y al anochecer comenzaba el baile en la plaza. Venían de Muro de Solana, Sasé, Cájol, Castellar, Giral, Tricás, Lacort, Santa Olaria y Javierre.
El primer baile lo solían empezar los mozos y mozas del pueblo y solían romper el baile el mozo y la moza de más edad. Los mozos forasteros que no hubieran comprado tira de la rifa no estaban bien mirados.
A media noche se hacía una parada para la cena, donde nadie se quedaba sin cenar, nos repartíamos a la juventud de otros pueblos que no tenían familia en Ginuábel, el caso es que nadíe se quedara en la calle sin probar bocado. El pollo al chilindrón era muy acostumbrado para la ocasión. Y después vuelta al baile que se prolongaba hasta las cuatro de la mañana.
A la hora de dormir había que solucionar el problema del alojamiento, así que los hombres de la casa nos íbamos a dormir al pajar para dejar sitio libre a los familiares que venían de fuera. En otros casos dormíamos tres o cuatro mozos en una misma cama, como también lo hacían las mujeres.
Cuando todos se habían acostado, al alba los mozos del pueblo acompañados de algunos forasteros hacíamos la ronda del jadico, íbamos por las casas requisando alguna cazuela con las sobras del día anterior y un porrón de vino saciábamos nuestro apetito antes de irnos a dormir.
El segundo día de la fiesta nos levantábamos tarde la juventud cansados del ajetreo del día anterior.
Los actos festivos comenzaban otra vez con una misa cantada. Después baile de una hora en la plaza. Era una repetición del día anterior, con ronda por las casas, comida con familiares y allegados y el baile al atardecer pero con más concurrencia de gente que el primer día.
En tiempos pasados se hacían carreras pedestres campo a través, se llamaban carreras de pollos porque ese era el premio que se le daba al ganador. Con el tiempo dejo de realizarse esta competición.
El tercer día se volvía a realizar los mismos actos pero ya muy venida la fiesta a menos. Se habían marchado muchos familiares y amigos y el pueblo recobraba la normalidad, quedábamos los del pueblo y alguno más y aunque aún teníamos ganas de fiesta ya el cansancio empezaba a hacer mella.
El cuarto día era la despedida de los músicos, había que acompañarlos hasta la carretera para que volvieran a sus lugares de origen.
Había llegado el momento de echar cuenta de los gastos, si no llegaba con lo de las rifas lo que faltaba lo poníamos entre los mozos a escote. Asimismo hacíamos la lifara con los productos que habíamos recogido de las casas.
Vuelta a la rutina, a atender el ganado y en otras labores. A esperar a las del próximo año o a asistir a la de pueblos cercanos.
Como anécdota el último año que se celebró fiesta en Ginuábel ya con el pueblo muy mermado de gente, no había músicos ni baile por lo que las fiestas estaban muy descafeinadas, cogí a dos primas mías que habían venido de visita y nos bajamos al pueblo de Santa Olaria que también estaban en fiestas para poder bailar".

La fiesta pequeña era el 17 de noviembre en honor a San Icisclo.
El baile se hacía en el salón de la casa de los maestros en la escuela, que tenía el piso de tarima. Ese día subían músicos de Javierre, Santa Olaria o Borrastre con guitarra y violín.
Hasta la guerra civil hacían una romería a la ermita de San Bernabé situada en el despoblado de Semúe. Después de la guerra ya no se hizo nunca.
El cura mosén Miguel subía desde el pueblo de Javierre de Ara donde vivía con dos hermanas. Era nacido en casa Chusé de Sasé. Celebraba misa un domingo al mes siempre que el tiempo no lo impidiera. El día anterior subía a Sasé a casa de su familia donde hacía noche, celebraba en aquel pueblo la primera misa, después se desplazaba a Muro de Solana donde hacía la segunda para terminar en Ginuábel donde realizaba la tercera. Aquí comía en casa Clemente que eran parientes y por la tarde regreso a Javierre. Se desplazaba siempre a pie, era un hombre fuerte y andaba por los caminos con la sotana arremangada.
El médico residía en Fiscal a dos horas de camino y había que llevar una mula para que subiera hasta el pueblo. En bastantes ocasiones no se encontraba el médico en su lugar de residencia por encontrarse atendiendo enfermos en otros lugares por lo que se le dejaba recado. Así podía pasar un par de días. Luego si recetaba había que ir a Boltaña a comprar los medicamentos.
En Lacort había un practicante que recetaba y solucionaba algunas enfermedades normalmente a base de remedios caseros.
El cartero era el señor Vicente de casa El Ventorrillo de Lacort, iba montado en una yegua y subía a repartir la correspondencia a Ginuábel y Tricás.
El herrero venía de Santa Olaria, José Picardo. Lo hacía dos o tres veces al año.
De Campol venía Miguel Sánchez el albañil, encargado de hacer las reformas en las casas, blanqueo de interiores, construcción de pajares, bordas, casetas de campo, etc.
A moler el grano iban normalmente al molino de Fiscal, pero también había otras preferencias como detalla Luis Buisán:
"Otras veces íbamos al molino de Jánovas o al de Lacort. Incluso a la harinera de Boltaña alguna vez, Y un año más lejos; a la harinera Chéliz de Ainsa. Nos pusimos de acuerdo todo el pueblo, bajamos al alba a Lacort con dos caballerías por casa y dos sacos en cada mulo. Cargamos los sacos en el camión de Marcial y hacia Ainsa a moler todo el día. Por la tarde cargamos los sacos de harina en el camión y regreso a Lacort, allí esperaban las caballerías en las que cargamos los sacos y de subida a Ginuábel".
Lacort era el pueblo estratégico y primordial para casi todos los pueblos de La Solana pues era allí donde estaban situados los comercios.
Las tiendas de Marcial y Revilla permanecen en la memoria de todos los habitantes de La Solana.
Más tarde Macario Garcés abrió un comercio que funcionaba como carnicería y panadería.
Hasta aquí bajaban con asiduidad las gentes de Ginuábel a la compra-venta de productos, que en muchas ocasiones se convertía en un trueque de productos. Allí se podía comprar de todo: ropa, calzado, herramientas, azúcar, aceite, vino, bacalao, conservas y toda clase de productos que no se producían en el pueblo.
Si se realizaba trueque las gentes de la montaña ofrecían a cambio patatas, quesos, huevos, manzanas, etc.
Muy importante era el vino para el consumo de la casa. Estos comerciantes de Lacort lo traían de los pueblos del Somontano y de Cariñena. Vino que las gentes de Ginuábel transportaban en boticos a lomos de caballerías y lo encubaban en toneles.
Por Ginuábel y demás pueblos de La Solana aparecían los arrieros de Naval vendiendo todo tipo de cerámica (cazuelas, pucheros, botijos). Llevan la carga en uno o dos machos. De Colungo, de Alquezar, de Adahuesca también llegan vendedores ambulantes ofreciendo sus productos.
Un día muy señalado en toda la comarca era el 19 de octubre. En Boltaña se celebraba la feria de ganado. Las gentes de Ginuábel madrugaban desde bien temprano para hacer el recorrido andando (3 horas). Se volvía a casa ya de noche. Allí llevaban a vender algún animal o a comprar alguno que hiciera falta para la casa. Incluso gente que iba simplemente por pasar el día, por respirar otro ambiente, ver y escuchar lo que acontecía de novedad en la comarca.
En Ginuábel en las noches de invierno eran muy típicas las veladas. Después de cenar varías casas se juntaban en una de ellas y al calor de la lumbre se contaban historias de brujas, de desaparecidos, de lobos, comentarios y recuerdos sobre los que se habían ido y sobre todo lo que acontecía en el valle en general.
Así lo recuerda Luis Buisán:
"Nosotros la solíamos hacer en casa Périz, el tío Ramón de esta casa cada dos o tres días traía una carga de leña y allí se consumía en el hogar. Todos juntos, niños, jóvenes, mayores y ancianos al calor de la lumbre escuchando historias y relatos, donde no faltaban nunca las bromas y la buena armonía. Otras veces los jóvenes nos íbamos a casa Clemente que tenían varios hijos y allí nos poníamos a jugar al guiñote, al siete y medio o al subastado".
Dos o tres veces al año con ocasión de alguna fiesta especial como Pascua, la Ascensión o el Corpus, se reunían los jóvenes y organizaban un baile. Urbez Pérez de casa Périz sabía tocar la guitarra y así lo apañaban. Hacían el baile en el salón de dicha casa. En ocasiones se hacía acompañar al violín de un joven que venía de la parte de Biescas.
Aunque la emigración ya había empezado a llamar a las puertas de Ginuábel y unas cuantas familias pusieron rumbo a las grandes ciudades en busca de una mejor calidad de vida, fue el proyecto del pantano de Jánovas y la posterior aparición de Patrimonio Forestal del Estado (más tarde llamado ICONA) lo que terminó de empujar a las gentes de Ginuábel y de todos los pueblos de La Solana a marchar. Con mucha presión hacía los vecinos se les hizo ver la conveniencia de vender y marchar pues se iba a expropiar toda la zona de monte para replantarla de pinos y así contener toda la erosión que podían provocar las lluvias torrenciales arrastrando lodo, piedras y fango en las vertientes próximas al proyectado pantano. Se acababa así con la posibilidad de llevar el ganado a pastar al monte, por lo que a los vecinos muy a su pesar no les quedó otro remedio que resignarse a la expropiación y aceptar lo que les quisieron pagar. Tarde, mal y poca cantidad pues en el caso de Ginuábel fue de ¡un millón quinientas mil pesetas! por toda la zona de pastos, montes y terrenos cultivables. Ese dinero a repartir entre ocho familias no le dio a nadie para comprar un piso en la nueva vida.
Fueron días de mucha tristeza, de derramar muchas lágrimas, dejar la casa vacía, los abuelos en el cementerio, de tratar de vender los animales al mejor postor para conseguir algún dinero más. Mucha incertidumbre también ante lo que les depararía la nueva vida en la ciudad.
La gran mayoría de los vecinos de Ginuábel se fueron para Barcelona, quedándose alguna familia en pueblos grandes de Huesca.
La familia de Casa Périz fueron los últimos en marchar de Ginuábel. Eran el matrimonio formado por Urbez y Fina, vivía con ellos un tío soltero nacido en la casa, el tío Ramón. Estuvieron un año viviendo solos en el pueblo, en el año 1963 cerraron la puerta de su casa y se trasladaron al pueblo de Binéfar.
A partir de aquí Ginuábel se envolvió en un manto de soledad y silencio solo roto por los expoliadores que por allí se acercaban o por algún nostálgico que volvía a ver lo que había quedado de su pueblo como es el caso de Luis Buisán:
"En el año 1979, más de quince años después de haber emigrado, subí a mi pueblo. Lo hacía en compañía de mi mujer y mis hijas que no conocían Ginuábel. Al llegar al pueblo donde yo había vivido los primeros veintisiete años de mi vida y tras la lógica emoción de los primeros momentos enseguida vi que ya nada era igual: las eras se habían convertido en simples espacios reducidos por los arbustos, los caminos y calles se habían cerrado a base de zarzales y sabuqueros, los huertos se habían convertido en una pequeña selva, de la fuente ya no manaba agua donde siempre había manado, mi casa tenía una parte del tejado hundido, había riesgo de entrar, la iglesia había sido utilizada como establo para las vacas, tuve que luchar duramente con las zarzas para poder ir abriendo camino. Todo me parecía un paisaje extraño, la vegetación estaba exuberante, los pinos que nunca hubo en mi pueblo ahora alcanzaban diez o doce metros de altura, era todo irreal, desolador".

Visita realizada en compañía de Dominique Dupont en junio de 2014.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Voy tras los pasos del pueblo natal de mi amigo Luis Buisán Villacampa. Uno de los tres pueblos de La Solana que me faltaba por conocer (Semolué y Gere son los otros dos).
Las casualidades de la vida hace que a las nueve de la mañana mientras que estoy en el pequeño aparcamiento que hay junto a la carretera y donde da comienzo la pista que sube a La Solana, poniéndome el calzado adecuado, llega en ese instante otra persona que tras aparcar allí me pregunta por el camino para subir a Ginuábel. Yo le digo que voy para allá así que iniciamos la subida juntos.
Esta persona es francesa, un personaje sorprendente, por su buena conversación y por sus amplios conocimientos de la despoblación en Huesca. Un enamorado de los pueblos abandonados, aún cuando en su país apenas los hay por lo que siempre que tiene ocasión cruza la frontera y visita los de este lado del Pirineo. La subida se nos hace muy amena, hablando el en un más que entendible español. Intercambiamos impresiones y conocimientos sobre los despoblados. A medida que vamos subiendo ya vemos Ginuábel encaramado en la ladera opuesta del barranco, aunque todavía queda un buen tramo para llegar, después de dejar el camino que lleva a Cajol enfilamos ya el que nos llevará a Ginuábel después de una hora y media de trayecto.
Teníamos conocimiento de que había una familia de neo rurales viviendo en el pueblo pero no están. Viven en una borda que hay nada más entrar al pueblo y que esta cerrada con llave. Habrán ido a pasar una temporada a otro lugar. La entrada al pueblo es preciosa porque entras a la plaza que es lo más bonito de Ginuábel. Aquí se puede transitar bien, por el resto del pueblo ya no. Escombros, zarzas y calles cerradas dificultan mucho el paso. Entramos a la iglesia que esta en buen estado, desnuda de todo elemento, pinturas decorativas muy desgastadas en las paredes y la pila bautismal en la calle. Vamos a ojear el pueblo, las casas están muy caídas, no se puede entrar en ninguna, en alguna de ellas apenas quedan los muros. Llegamos a la parte más baja donde hay un edificio que intuimos que puede ser la escuela, dudamos pero los amplios ventanales nos sacan de dudas, no se puede entrar por la puerta pero apartando unas cuanta zarzas conseguimos entrar por una ventana. El interior esta bien aunque carente de pupitres, armarios y pizarras, nada.
Un par de horas después damos por visto el pueblo de Ginuábel y nos encaminamos a Muro de Solana.



Foto cedida por Luis Buisán

Ginuábel recién deshabitado. Año 1964. Vista panorámica desde la fuente del Cumo. Todavía no había llegado el pino traicionero que arrasó los terrenos por lo que se ve el paisaje muy limpio. Casa Juan de color blanco es la que esta más alta, la iglesia en medio y la escuela la situada a nivel más bajo. Se observa el terreno abancalado por la mano del hombre para sacarle rendimiento. Al fondo se divisa el pueblo de Castellar subido en una loma.



Entrando a Ginúabel.




La plaza mayor de Ginuábel, la fuente a la derecha. Delante de la iglesia había un olmo milenario del que ya nada queda. Junto a este árbol se ponía la tarima donde se subían los músicos en las fiestas.



La fuente de Ginuábel. Pozo a la derecha. No era buena para consumo por ser un poco "gorda". Se utilizaba para los animales. La gente se desplazaba a por agua a otras fuentes que había en las cercanías, siendo la preferida la fuente del Cumo a 10 minutos de distancia del pueblo.



"La postal de Ginuábel".
Fantástico y fotogénico encuadre el que forman Casa Agustina y la iglesia. A la casa ya no se puede acceder al interior pero todavía conserva bastante entera su chimenea cilíndrica. En una primera emigración se marcharon al pueblo monegrino de Usón adonde se llevaron el rebaño de ganado que poseían y arrendaron tierras de labor, una segunda emigración al cabo de dos años los llevó a Barcelona.
Para Luis Buisán todo son buenas palabras para las gentes de esta casa:
"¡Que buenas gentes las de esta casa! Nunca habíamos sido parientes ni teníamos ningún lazo familiar y la amistad que hubo y ayuda mutua familiar en casos de enfermedad, y en los trabajos de campo en ocasiones, fue un caso extraordinario. Hasta el punto de que cuando emigramos, el amo de esta casa se ofreció a prestarnos algún dinero si nos hacía falta. No fue necesario, pero el gesto se recuerda y se agradece todavía, es difícil que hubiéramos encontrado un caso semejante entre una larga lista de vecinos, parientes y amigos".



Otra preciosa perspectiva de los dos edificios anteriores.




Foto cedida por Luis Buisán

A la izquierda de Casa Agustina se encontraba Casa Clemente de la que apenas queda algún muro en la actualidad. Tenía unos preciosos bajos porticados. Se marcharon a Barcelona.



La iglesia parroquial de Santiago. De planta rectangular. Torre con tres vanos para las campanas. Había dos en la fachada principal que en la guerra civil fueron utilizadas para hacer munición. Los retablos y los santos los quemaron. Solo se salvó una cruz de hierro que la abuela de Casa Salas recogió de entre las cenizas y la puso en el altar. Dese entonces fue el único signo religioso que hubo en su interior. Se llamaba a misa con una campanilla andando por las calles.



Entrada a la parroquial bajo la torre. Pila bautismal en el exterior. Se la intentaron llevar pero como pesaba mucho desistieron del empeño y ahí se quedó.



Luis Buisán presintiendo el final que le esperaba a su pueblo,"se adelantó" a los graffiteros actuales y dejó inmortalizada su firma en la pared del pórtico de la iglesia en el lejano año de 1958.



Interior de la iglesia. Altar mayor y entrada a la sacristía.




Interior de la iglesia. Coro alto de madera y escalera de acceso.




Foto cedida por Luis Buisán

Casa Salas. Año 1964. En la actualidad apenas queda algún muro en pie. Se marcharon para Barcelona. Al fondo el transformador de la luz.



Casa Martin Puyuelo. Emigraron a Barcelona.




Casa Périz. La última vivienda que se cerró en Ginuábel. Marcharon para Binéfar.



Foto cedida por Luis Buisán

Maravillosa imagen de la escuela de Ginuábel. Año 1979.
Así lo recuerda Luis Buisán:
"Subí con mi mujer y mis hijas para que conocieran Ginuábel. Aunque el resto del pueblo estaba bastante desfigurado, la escuela se encontraba en buen estado. Estaban todos los pupitres, les enseñé a mi familia el que yo compartía con otro chico".
La planta de arriba era la vivienda de la maestra a la que se accedía por una escalera exterior situada a la izquierda, tapada por la vegetación.
Antes y después de la guerra ejercía aquí de maestra doña Emilia Villacampa natural de Jánovas y su marido era Ramón Giral natural de Lacort. Tuvieron varios hijos. El marido era alpargatero y tenía el taller en la escuela. Fabricaba alpargatas y se dedicaba a venderlas por los pueblos de La Solana.
En los años 40 se fueron a Margudgued. A partir de aquí un año sin vida escolar y luego fueron viniendo chicas jóvenes recien acabada la carrera que ya no utilizaban la vivienda sino que se alojaban de patrona en alguna casa, generalmente en Casa Martin Puyuelo.
Luis Buisán de una de ellas guardó un recuerdo muy grato:
"Se llamaba Nati Naval y era de Caladrones, un pueblo cercano a Benabarre. Estuve con ella desde los diez a los trece años. Con ella aprendí lo mucho y bien que enseñaba. Celebro haber aprovechado aquella oportunidad.
Nunca olvidaré la primera frase de dictado que nos mandó escribir el primer dia: -Después de un año de haber estado cerrada nuestra escuela, hoy por fin se han abierto nuevamente las clases-. Doña Nati dejó un gran recuerdo en Ginuábel como maestra y como persona".

El goteo de chicas jovenes que pasaban por el pueblo continuaba un año tras otro, no tenían mucha motivación y buscaban traslado cuando podían, hasta llegar a darse un caso anecdótico que explica Luis Buisán:
"Llegó una maestra mallorquina que se encontraba muy a disgusto, no estuvo ni tres meses, se fue a hacer unas oposiciones para mejorar y como ella sabía que me gustaba el tema de los estudios y el magisterio me propuso para sustituirla. de modo que redactó una instancia, me hizo un examen escrito, lo mandó todo a Huesca al ministerio y allí me concedieron el aprobado. ¡Estuve ejerciendo de maestro sin haber estudiado nunca la carrera!
En la década de los cincuenta asistían una decena de niños y niñas, más dos niñas que venían de Muro de Solana; Rosa y Pili de Casa Duaso.
Antes de construirse esta escuela hay constancia de que la escuela estaba situada en una dependencia de casa Martin Puyuelo.




La escuela de Ginuábel en 2014. Se ha hundido la chimenea y parte del tejado, la avasalladora vegetación impide acercarse a ella.



Casa Castillo. Emigraron a Monzón.




Casa Juan. La situada a nivel más alto del pueblo. Primeramente emigraron a Sabadell y más tarde a Barcelona.



Casa Ezquerra. Emigraron a principios del siglo XX a Francia. La compraron los de Casa Barrau y juntaron las dos viviendas.

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