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Channel: Los pueblos deshabitados
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Antoñanzas (La Rioja)

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Pequeña población situada sobre un cerro en el margen izquierdo del barranco Vadillo en las estribaciones de la sierra de la Hez.
Tenía la particularidad de que su casco urbano pertenecía a Munilla y los terrenos circundantes (fincas, montes, caminos) pertenecian a Arnedillo, lo que se viene a llamar enclave geográfico.
Siete casas llegaron a componer en tiempos lejanos Antoñanzas reducidas a tres a principios del siglo XX.
Las tres casas pertenecían a la misma familia puesto que una de ellas era habitada por los abuelos Bernardo Perez y Laureana Blanco, quedando las dos restantes para dos hijos del matrimonio, Narcisa y Anastasio, casados con sus respectivos cónyuges, ella con Saturnino y él con Felipa (los dos provenientes del pueblo de Oliván).
Nunca conoció Antoñanzas la luz eléctrica, los candiles de carburo fue la mejor fuente de iluminación que llegaron a disfrutar.
Tierras dedicadas al cultivo de cereal (trigo, cebada, centeno) y al pastoreo de las ovejas y cabras.
Los corderos se vendían a los carniceros de Arnedillo. Mucha fama tenían los quesos que se elaboraban en Antoñanzas. Se vendían muy bien en Munilla donde había mucha población debido a las fabricas textiles como bien puntualiza María Latorre:
¨Casi nos los quitaban de las manos nada más entrar en Munilla, había muchas familias viviendo allí del textil pero como solo vivían del sueldo cualquier producto del campo que les llevaras lo compraban bien, como era el caso también de huevos y pollos¨.
A moler el grano iban indistintamente a Oliván, Robres o Munilla. Pero en época de penurias también se daban amargas circunstancias, fiel reflejo de la situación de aquellos años, así lo relata Maria Latorre:
¨En la postguerra venían los guardias civiles haciendo la ronda por los caminos y si llegaban de noche a Antoñanzas tenías que prepararles un buen alojamiento y cena para que pernoctaran allí. Pero luego estos mismos guardias si te veían al día siguiente llevando el trigo de estraperlo a moler te denunciaban¨.
Santa Lucia era la patrona de Antoñanzas y a ella la celebraban fiesta el 13 de diciembre. Acudía la juventud de Arnedillo, San Vicente, Peroblasco y Valtrujal, así como muchos devotos de Munilla pues la santa era patrona de los ciegos y enfermos de la vista y la tenían mucha fe.
Se hacía una misa, procesión, la subasta del rosco y de alguna cesta con frutas, normalmente peras y manzanas.
En las dos casas se mataban varias ovejas y corderos y nadie venido de fuera se quedaba sin comer, no faltaba a los postres el arroz con leche.
Por la tarde noche se realizaba el baile en un corral grande bien acondicionado para la ocasión con paja limpia recubriendo el suelo. Los músicos de Arnedillo solían ser los encargados de amenizar el baile.
Para San Antonio el 13 de junio celebraban una segunda fiesta. Este día el baile se celebraba en una era.
El cura subía desde Peroblasco. Había que bajar con una caballería para que se desplazara hasta Antoñanzas. No se celebraba misa más que el día de la fiesta y en alguna celebración especial.
El médico llegaba desde Munilla aunque en muy contadas ocasiones, lo mismo que el practicante, aunque este si que dejó de subir a Antoñanzas como recuerda María Latorre:
¨No quería subir porque le pillaba muy lejos así que nos enseñó a nosotras a poner las inyecciones¨.
La correspondencia cuando bajaba cualquiera a Arnedillo la recogía.
A la escuela bajaban a la de Arnedillo, con los consiguientes trastornos que se daban en algunas ocasiones como matiza Maria Latorre:
¨Nosotras teníamos una tía en Arnedillo y allí comíamos y si a la tarde hacía muy mal tiempo nos quedábamos allí a dormir, aunque mis hermanas y yo preferíamos subirnos a Antoñanzas¨.
Para hacer compras tambíen bajaban a Arnedillo y en algunas ocasiones a Munilla.
Así que el camino de Arnedillo lo tenían bien frecuentado, lo que no quitaba para que se dieran contratiempos que no pasaban de ser un pequeño percance. Maria Latorre detalla un caso:
¨Los domingos bajábamos la leche a vender a Arnedillo a unas casas que ya teníamos concertadas, aquel día no tenía yo muchas ganas de bajar porque estaba el tiempo desapacible, de mala gana pero baje, el camino es pedregoso y además de piedra resbaladiza cuando llovía, pues tuve la mala suerte de resbalar y caer al suelo con lo que el cántaro de la leche se hizo añicos. ¡La que me cayó al llegar a casa por parte de mi madre! pero el infortunio hizo que fuese ella la que a los quince días resbalara en el mismo camino y se la cayó una canasta de huevos¨.
A Arnedo se desplazaban con el macho cargado con cuatro pellejos para abastecerse de vino.
Poco tiempo libre y pocos escenarios posibles se daban para algún tipo de entretenimiento.
Así que los domingos por la tarde bajaban al baile a Arnedillo o a recorrer las fiestas de otros pueblos como eran las de Oliván, Ocón o San Vicente. De una de ellas guarda un amargo recuerdo Maria Latorre:
¨Un año fuimos a la romería de Santa Ana con unas amigas que teníamos de San Vicente. Allí se juntaban gente de muchos pueblos, Munilla, Peroblasco, La Santa, etc. Yo que iba con un vestido blanco precioso para la ocasión y no sabía que allí tenían la costumbre de tirarse vino con las botas entre todos los jóvenes, así que me pusieron el vestido que pa que, no me gustó aquello, ya no volví a acudir a aquella fiesta¨.
Entre la rutina diaria iban pasando los años pero estaba claro que el futuro de Antoñanzas estaba echado.
Carente de todo tipo de servicios básicos, la escuela bien lejana y el médico tres cuartos de lo mismo pues tarde o temprano tenia que llegar la marcha.
Maria Latorre hace hincapié en un motivo principal para que su familia emigrara:
¨Mi madre se puso muy enferma y el médico estaba en Munilla a más de una hora de camino, luego según lo que recetara había que bajar a Arnedillo a la farmacia, una hora de ida y otra de vuelta, después si eran inyecciones las teníamos que administrar nosotras porque el practicante no venía, así que mis padres tomaron la decisión de que nos bajáramos a vivir a Arnedillo. Mis tíos se quedaron solos en Antoñanzas un par de años pero luego optaron también por bajarse a Arnedillo y desde allí mi tío subía diariamente a atender el ganado¨.
Así que el matrimonio formado por Anastasio y Felipa fueron los últimos de Antoñanzas. Con su marcha se cerró la posibilidad de que se alargara el ciclo de vida en el pueblo. Este hecho sucedió a últimos de los 60.

Agradecimiento a Maria Latorre, cordial y amable informante de su pueblo natal.

Visita realizada en solitario en mayo de 2014.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Mi primera intención era subir andando por el viejo camino que comunicaba Antoñanzas con Arnedillo, pero en este pueblo me lo desaconsejan porque habrá tramos en los que el camino se haya perdido entre la vegetación por falta de uso y será difícil encontrarlo.
Así que enfilo la subida por las flamantes pistas que se han abierto recientemente para facilitar el acceso al parque eólico de Cabimonteros. Según se sube ya se divisa Antoñanzas en la lejanía agarrado como una lapa al cerro donde se asienta. Hay que rodearlo siempre a distancia hasta que ya por su parte alta se puede coger el sendero que baja hasta el pueblo. Las vacas de algún ganadero de la zona son las que custodian la entrada al pueblo. Pese a conocer desde hace años todos los despoblados de la cuenca del Cidacos no había estado nunca en este solitario y silencioso lugar.
Una aventadora en ruinas a la entrada del pueblo es señal de que el trabajo de la trilla lo tendrían un poco más fácil en los últimos años de vida del pueblo. Pero es poca modernidad para salir adelante en un paraje tan abrupto. La vida tuvo que ser dura aquí. Los molinos eólicos que ahora inundan la sierra no llegaron a tiempo de haber salvado del abandono a Antoñanzas.
La minúscula iglesia junto a las eras da idea de que el lugar no era de mucha envergadura. Las dos casas en pie son sin duda lo mejor de Antoñanzas. Enteras y en relativo buen estado por la buena calidad de la piedra son testigos mudos del paso de los años, del manto de soledad y tristeza que envolvió al lugar, poco frecuentado por nadie por estar fuera de toda ruta. Me alejo del pueblo como si fuera a coger el camino hacia Arnedillo y desde aquí la vista del pueblo es preciosa. Vuelvo hacía las casas y como quiera que ya es de sobra la hora del avituallamiento doy cuenta de mis viandas (bocadillo, refresco y fruta) sentado en el poyo de una de las viviendas, tratando de imaginar a alguno de sus vecinos sentado en este mismo poyete sesenta años atrás. Me gusta el sitio. Igual estar aquí aislado del mundo que estar a la misma hora en la Gran Via de Madrid, lo mismo.
¡Cuanta gente habrá transitando por la Gran Via que no sabrá que existe un lugar en el confín de la tierra llamado Antoñanzas! Ellos se lo pierden. La tranquilidad que aquí se da no esta pagada con nada. No me quiero ir pero tengo que aprovechar la tarde para ir al encuentro de otro despoblado. Antes de irme me falta por conocer la fuente de Antoñanzas, aquí si que es mi cabezonería la que me hace dar con ella. Las referencias que tengo sobre donde esta situada no me valen sobre el terreno, así que no doy con ella. Insisto buscando el sendero que no aparece, hasta que por fin doy con él, no tengo muy claro que sea este pero cuatrocientos metros más adelante estoy junto a la fuente de Antoñanzas, tan escondida que no se ve hasta que no estas en ella.



Antoñanzas en la lejanía, perfectamente mimetizado con el paisaje.



Antoñanzas visto desde el camino de Munilla. De frente Peñalmonte y más al fondo la Peña Isasa.



Antoñanzas visto desde el camino de Arnedillo.




Santa Lucia de Antoñanzas.




Acceso a la iglesia. Un pequeño pórtico ya carente de tejado protegía la entrada de la calle.



Interior del templo. Invadido por la vegetación. Escalera de acceso al coro y espadaña de dos vanos.
Una campana se encuentra en la ermita de Arnedillo y los santos en la iglesia del mismo pueblo.



La casa de Saturnino y Narcisa. Tenían siete hijas, vivía con ellos un criado. Precioso portalillo de entrada a la vivienda.



La misma casa vista desde el otro lado.




La casa por su parte trasera. Numerosos vanos buscando el sol de mediodía. El almendro bien cargado.



La casa de Anastasio y Felipa. Tenían hijo e hija. Fue la última que se cerró en Antoñanzas.



Vivienda que no presenta el mismo estado de conservación que las otras dos.



Horno de pan en el somero de una casa.




Era empedrada.




La fuente de Antoñanzas.

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