Cañicera no fue indiferente al fenómeno migratorio que se producía en los años 50 y 60 y que consistía en dejar una vida dura, anclada a una tierra áspera y abrupta y cambiarla por una mejor calidad de vida en las ciudades.
En la falda del cerro Las Curcas alrededor de una quincena de viviendas dieron vida a esta población situada en el sur de la provincia soriana.
Articulada en torno a una única calle orientada de este a oeste que busca subir del llano al monte.
Cebada, trigo y patatas eran sus principales producciones agrícolas.
Iban al molino de Tarancueña a moler el cereal, años más tarde era el molinero de Pedro el que venía a recoger el grano a Cañicera y devolvía el equivalente en harina.
El grueso de la ganadería estaba conformado por las ovejas. Los corderos suponían la ganancia que sacaban del ganado ovino, los cuales eran comprados por tratantes venidos desde San Esteban de Gormaz.
Conejos, perdices y liebres eran los animales que se cazaban en los montes cercanos al pueblo.
Duros inviernos los que padecían en Cañicera con abundantes nevadas para lo cual contaban con leña de estepa, roble y encina para calentar la lumbre de los hogares.
El cura venía a realizar los oficios religiosos desde Tarancueña.
Desde el mismo pueblo venía el médico cuando la situación lo requería.
Juanito, el cartero de Rebollosa venía a repartir la correspondencia hasta Cañicera.
Desde Valderromán venía el veterinario.
El herrero llegaba también desde Valderromán a realizar trabajos de forja o herraje.
Celebraban sus fiestas patronales el 11 de noviembre para San Martín, patrón de Cañicera. Posteriormente se cambiaron al 20 de septiembre.
Tenían una duración de dos días.
Misa y procesión eran los principales actos religiosos.
Los Marcotes del pueblo de Noviales eran los encargados de amenizar el baile. Baile que se hacía en la plaza, situada delante de la iglesia.
Acudía la juventud de Valderromán, Tarancueña, Rebollosa, Manzanares, Losana... a participar de las fiestas.
Iban en romería hasta la ermita de Santa María de Tiermes dos veces al año: en mayo y en octubre. Trayecto que se solía hacer en caballerías.
Los domingos por la tarde las mujeres se juntaban para jugar a la brisca o a los bolos mientras que los jóvenes se desplazaban hasta Tarancueña para participar del baile que allí se daba.
Para hacer compras se desplazaban hasta Tarancueña y Retortillo.
El ocho de noviembre iban a la feria de ganado de San Esteban.
A Tarancueña acudían a la farmacia que allí había a comprar los medicamentos que hubiera recetado el médico.
El éxodo que se estaba dando en toda la comarca y las ganas de buscar un mejor futuro fue el acicate que empujó a los cañicereños a marchar.
La emigración repartió a sus gentes entre Madrid y Zaragoza.
Aún así Cañicera nunca se despobló al completo puesto que una familia siguió viviendo entre sus muros cuando todos se hubieron marchado.
Dejaron la casa que estaba dentro del pueblo y se construyeron una nueva a doscientos metros junto a la carretera.
A día de hoy dos hermanos son los que siguen manteniendo a Cañicera dentro de las estadísticas de poblaciones agonizantes pero no muertas del todo.
Visitas realizadas en mayo de 1993, febrero de 2013, septiembre de 2013 y diciembre de 2016.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Casi veinticinco años han transcurrido entre mi primera y última visita a Cañicera. Lógicamente el caserío está más desmejorado, más lánguido pero tampoco en exceso para los años transcurridos.
Se han caído algunas viviendas, ha desaparecido el tejado en varias de ellas, la iglesia si ha perdido alguno de sus elementos arquitectónicos, la escuela se ha derrumbado, pero el entramado urbano sigue igual en torno a su única y preciosa calle. Calle que es una invitación a sumergirte en un mundo de tristeza y melancolía. Fachadas en pie, puertas abiertas, las piedras rezumando amargura, no encontrando explicación al destino hacía el abismo que lleva este bonito pueblo de Cañicera.
Si en mi primera visita (1993) pude entrar sin problemas al templo parroquial y contemplar el altar mayor, el artesonado del techo, el coro, el campanario, ahora ya no, en esta última visita de 2016 el acceder al interior es un serio peligro para la integridad física además de ya no poder apreciar nada de interés, solo cascotes, vigas y vegetación.
Otro tanto se puede decir de las casas. En aquel año numerosas viviendas mantenían su puerta de madera de doble hoja cerrada a cal y canto guardando celosamente los secretos de su interior a salvo de curiosos, vándalos y expoliadores y las casas a las que si se podía acceder todavía mostraban retazos de la vida que albergó en su interior: sillas, repisas, vasijas, cocina, utensilios, etc.
Eso ya ha desaparecido, todas las puertas sucumbieron al empuje de los depredadores cuando no de los fenómenos meteorológicos y a los años de olvido y abandono. No se puede entrar prácticamente a ninguna debido al derrumbe del tejado y de la parte superior y a las que sí se puede acceder "no han dejado nada".
Subo por la calle sin prisa, saboreando la tristeza que se respira, pero visualizando belleza en esta calle con viviendas a ambos lados. El lado derecho según se sube era homogéneo, no había ningún resquicio entre las viviendas desde que empezaba la primera hasta que terminaba la última. Ahora ya no, varías viviendas se han venido abajo. Sencillas casas de muy parecida fisonomía pero que en su conjunto lineal de la calle dan un encanto tremendo.
Llego hasta donde estuvo la escuela. Nada queda de ella, se ha venido abajo. Al final de la calle la fuente y el lavadero. Marchito y mustio a tono con el resto de edificaciones. Una casa de nueva construcción donde antes no la hubo da un aviso de que no todo está perdido en Cañicera. Alguien hará una visita algún día del año a este pueblo de la sierra de Pela.
Subo hasta los palomares que se sitúan por encima del pueblo, otros edificios arquitectónicos de interés que agonizan sin remisión.
Aquí tengo el pueblo a mis pies. Lo veo de arriba a abajo, la misma imagen que vi veintitrés años atrás pero no con el mismo fondo.
Bajo otra vez al trazado urbano de Cañicera, ahora veo la calle en sentido descendente, igual de triste o igual de hermosa según los ojos con los que se mire. Otra perspectiva de las viviendas me va saliendo al paso. Los ojos miran para los dos lados y la mente se llena de aflicción, de nostalgia y de pensar en los que se fueron y que un día transitaron por esta calle apagada y golpeada por el abandono y el olvido.
Cañicera en 1993. Mantenía la practica totalidad de los tejados en las viviendas. La fragua y la escuela se mantenían en pie (los dos primeros edificios del lado izquierdo).
Cañicera visto desde la parte de abajo.
La iglesia parroquial de San Martín.
Cabecera del templo. Ábside rectangular. Ausencia de vanos. Solidez en las esquinas.
Puerta de acceso a la iglesia y cementerio a la izquierda.
Interior de la parroquial.
La casa de Teodoro y Trini. Tuvieron un hijo. Se marcharon a Zaragoza.
A su derecha en piedra vista queda la casa de Martín y Primitiva. Tuvieron una hija. Emigraron a Madrid.
Calle Real en sentido ascendente.
La casa de Anastasio y Elena. Zaragoza fue el destino elegido para comenzar una nueva vida.
Rincón cañicereño.
Viviendas.
Calle Real, en sentido ascendente.
Se ha venido abajo el edificio que compartían la escuela y el ayuntamiento. Este quedaba en la planta baja mientras que el aula estaba en la planta superior a la que se accedía por unas escaleras exteriores de piedra. Tenía puerta y dos ventanas de madera coloreadas de azul que daban a la calle.
Alrededor de dieciocho niños llegaron a asistir en los años 50. Doña Trini y doña Amparo son algunas de las maestras que se recuerdan.
La fragua.
La fuente y los lavaderos.
Calle Real, en sentido descendente.
Viviendas
Casas en la calle Real.
Casas en la calle Real. En primer termino la casa de Catalina y su hijo Patricio. Aquí se alojaban de patrona alguna de las maestras. Más abajo la casa de Maxí y Felisa.
Viviendas. Aguantan con entereza al exterior.
Calle Real en su tramo medio, en sentido descendente.
La calle en sentido descendente se estrecha en su tramo final en forma de embudo. Entre otras la casa de Victor y Luisa a la derecha y la de Bernardino y Dionisia a la izquierda.
Palomares.