Allí se encuentra el solitario pero precioso pueblo de Nerpio. Su término municipal se encuentra repartido entre once pedanías que a su vez engloban doscientos ochenta y cuatro cortijos.
Cortijos que han corrido una suerte desigual, mientras que unos han sobrevivido a la despoblación, otros se han recuperado como viviendas de segunda residencia y otro buen número se encuentran despoblados.
Es el caso de la cortijada de La Casa del Collado, perteneciente a la pedanía de La Casa de la Cabeza.
A 1280 metros de altitud en las estribaciones de la sierra de Mingarnao se encuentra este caserío que estuvo compuesto en sus buenos tiempos por doce viviendas, todas ellas de sencilla construcción, con la piedra, el barro y la cal como materiales predominantes.
Rigurosos inviernos los que padecían en esta zona serrana para lo cual aprovechaban la leña de pino y sabina para calentar la lumbre de las cocinas.
Sus tierras de cultivo se aprovechaban para el cultivo del cereal (trigo, avena y cebada).
El molinero de Nerpio recogía el grano y devolvía el equivalente en harina.
Cada ocho días se hacía pan en los tres hornos que llegó a haber en la aldea.
"En los meses de agosto y septiembre mi padre y yo nos dedicábamos a recoger espliego. En una caldera junto a la fuente lo preparábamos y lo cocíamos y una vez elaborado venía un señor de Nerpio y se llevaba la esencia. Nos pagaba de acuerdo a lo que tuviera estipulado con mi padre". ANSELMO GARCÍA.
La oveja era el animal sobre el que se basaba la ganadería de la cortijada. Marchantes de Caravaca de la Cruz acudían periódicamente a comprar los corderos.
Nunca llegó la luz eléctrica a las casas y así los candiles de carburo y los quinqués fueron sus fuentes de iluminación.
Para todo tipo de oficios religiosos (misa dominical, bodas, bautizos...) acudían a la iglesia de La Purísima Concepción en el pueblo de Nerpio.
De Nerpio subía el médico a visitar a algún enfermo cuando la ocasión lo requería. Don Antonio en un mulo y don Atanasio después en moto son alguno de los que se recuerdan.
Constantino Reolid Alfaro era el cartero que todos los días hacía el recorrido desde Nerpio hasta la pedanía de Yetas (pasando por todas las cortijadas que hubiera en el camino, entre ellas La Casa del Collado) para repartir la correspondencia. Un trayecto de dieciséis kilómetros que hacía diariamente andando. Llevaba también medicamentos y otros encargos que se le solicitara.
Una hora se tardaba en hacer el trayecto a Nerpio con una mula, se aprovechaba para hacer compras.
Algunos arrieros y vendedores ambulantes se dejaban ver por La Casa del Collado, como era Ginés de Turrilla que con un burro iba vendiendo un poco de todo o Antonio de La Dehesa que también aparecía ofreciendo su mercancía.
No hubo nunca escuela en la aldea por lo que la educación escolar fue muy deficiente en aquellos años.
"Estuvimos yendo unos meses a La Casa de la Cabeza donde había un maestro rural que estuvo enseñando durante un tiempo, pero poco. Lo que aprendíamos era lo que nos enseñaban los mayores.
En mi caso fue un pastor que tuvimos en la casa el que me enseñó lo más elemental". ANSELMO GARCÍA.
Poco tiempo libre había para el ocio, como no fuera bajar a Nerpio o acudir a los bailes cortijeros que se daban en Turrilla, en el Cortijo el Royo o en las Casas de la Carretera, cerca del pueblo.
La vida en La Casa del Collado era muy dura, la ausencia de luz, agua, escuela, médico, la lejanía de Nerpio empujaba a las gentes a marcharse en busca de una mejor calidad de vida.
"En los últimos años ya solo había dos casas abiertas, hubo otra más pero era un matrimonio mayor y se fueron con su hija a vivir a La Casa de la Cabeza. Ya no se daban buenas condiciones para seguir viviendo en la aldea, yo les decía a mis padres que nos teníamos que marchar. El progreso no llegaba por aquí, además trabajábamos con ganado "a costeo" y ya no era plan seguir viviendo así.
En el año 1973 nos pusimos de acuerdo las dos familias y nos marchamos a la vez a Nerpio. Se dio el caso de que yo me había marchado a la vendimia en Francia desde La Casa del Collado y cuando volví ya lo hice a Nerpio, mis padres se habían bajado al pueblo en ese intervalo de tiempo". ANSELMO GARCÍA.
Rufino García y Dermofila Martínez con sus dos hijos Anselmo y Alejandro por un lado y Saturnino y Esperanza con sus dos hijos Pascual y Antonio fueron las dos últimas familias que pusieron punto y final a la presencia humana en la cortijada de La Casa del Collado.
El resto de vecinos buscaron acomodo anteriormente en Nerpio o se marcharon hacía Ibi (Alicante).
Agradecimiento para Anselmo García, uno de los últimos en marchar de La Casa del Collado y para Santano Álvarez por su colaboración.
Visita realizada en compañía de Santano Álvarez en noviembre de 2018.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Tengo conocimiento de este lugar gracias a mi buen amigo Santano Álvarez, nerpiano de nacimiento y alcoyano de adopción. No había visitado nunca este hermoso pueblo serrano de Nerpio hasta este otoño en que se presentó la ocasión. Nos dirigimos a la aldea de La Casa del Collado por una excelente carretera desde Nerpio. Santano ya me hace saber antes de llegar que el caserío ya está todo caído, en el suelo, que es difícil de identificar los edificios. Hecho que corroboro en cuanto llegamos al lugar. Parece más propio de un bombardeo. La dureza del clima, la fragilidad de las construcciones y la carretera que pasa cercana, la cual ha facilitado el expolio de las tejas, todos estos factores han hecho doblar la rodilla a las sencillas edificaciones que un día dieron vida a esta cortijada. Nos adentramos entre lo que un día fueron sus calles, no hay viviendas enteras, ninguna tiene tejado, no se puede entrar al interior de ellas, porque simplemente ya no existen en su gran mayoría. Piedras caídas, vigas por el suelo, tierra apelmazada dan la lastimosa visión en que se encuentra actualmente esta aldea. Se entrevé algún horno, un ventanuco por allí, una alacena interior, el tiro de la chimenea por otro lado, una puerta con sencillo dintel de madera y poco más. Un par de eras de trilla aportan el toque melancólico de tiempos pasados. Me acerco a la fuente con su rustico lavadero y vuelvo otra vez. Poco más hay que ver. El paisaje es desolador. Hago verdaderos esfuerzos con la imaginación para reconstruir sus edificios e imaginar su sencillo trazado urbano. Es difícil. Me muevo entre las ruinas intentando captar algún detalle de interés. Poco queda. La visita toca a su fin.
Llegando a La Casa del Collado.
Aspecto generalizado de como se encuentra la aldea.
Piedra de arenisca y barro. Fragilidad en las construcciones. Muros a medio caer.
Viviendas.
Por la parte trasera el panorama no es más halagüeño.
Desnudez ornamental en el interior de las viviendas.
Alguna vivienda a duras penas conserva la puerta de acceso al patio exterior.
Una de las dos últimas viviendas que se cerró en la cortijada. Horno de pan exterior, en el patio.
La ruina de los edificios va formando curiosos "muñones" en los muros.
Corral para el ganado.
Era de trilla.
Fuente, abrevadero y lavadero.