Siete casas alineadas en una única calle (San Úrbez) componían esta pequeña población del Somontano de Barbastro.
Nunca conocieron la luz eléctrica en las casas. Los candiles de aceite y de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Alrededor de cincuenta personas habitaban Letosa a mediados de siglo XX.
"Nuestro pueblo era un lugar lleno de vida aunque solo tuviera siete casas. ¡Y las recuerdo todas!
Estaban los de Casa Giménez, con ocho hijos y sin apuros económicos. El padre, un hombre muy bueno, fue mi padrino y siempre lo recordaré con cariño.
Los de Casa Molinero también vivían holgadamente con sus cinco hijos. Eran los dueños del molino. Tengo que decir que pese a ser los más pudientes del pueblo eran gente sencilla, siempre ayudaron a quien lo necesitara.
Los de Casa Ferrero, eran parientes nuestros, con sus dos chicos, Lorenzo y José María. ¡Como nos queríamos!. El padre era el herrero de Letosa y de los pueblos cercanos.
Ocho hijos tenían en Casa Blas, tres de ellos ya sirviendo en Barcelona, cuatro había en Casa Jorge y cuatro más en Casa Sierra.
Y tres en mi casa, Javierre. Mi padre, Antonio, era el albañil del pueblo". HERMINIA SALAMERO
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de trigo, avena, pipirigallo y alfalfa, quedando los pequeños huertos sembrados de patatas, acelgas, remolacha, tomates y judías para el consumo de la casa. El grano se molía en el molino del pueblo situado junto al río Mascún.
Las ovejas y en menor número las cabras conformaban la ganadería de Letosa. Acudía gente de otros pueblos a comprar corderos mientras que las vacas y burros se llevaban a la feria de Boltaña.
"Cada casa disponía de su corral con gallinas, conejos e incluso alguna vaca. Hambre no se pasaba, es lo que hoy se llamaría una economía de subsistencia. Cada casa disponía más o menos de lo necesario para poder vivir durante todo el año.
En cada casa se mataba uno o dos cerdos según las necesidades. Todas las viviendas tenían una bodega subterránea donde la temperatura se mantenía muy fresca y se conservaba la carne de los tocinos. Allí se almacenaban los chorizos, longanizas, perniles y otras viandas que se irían consumiendo durante todo el invierno.
Recuerdo las tinajas donde se mantenían las carnes tapadas con tocino, los arcones donde se acomodaban los perniles salados o las morcillas hechas con sangre, arroz y chicharrones colgadas de percheros de madera que colgaban del techo.
Después de la guerra se impuso el racionamiento y a todos los habitantes de aquellos pueblos nos tocaba ir a Rodellar a buscar lo que correspondía a razón de cuantos vivieran en cada casa: dos kilos de arroz, un kilo de azúcar, un bacalao salado..... y siempre de Rodellar se volvía con vino". HERMINIA SALAMERO
La fiesta mayor se celebraba el 15 de octubre en honor a Santa Teresa de Jesús (años atrás eran para San Úrbez a primeros de diciembre, pero la adversa climatología que se daba en aquellos días de invierno motivó el cambio de fecha).
La fiesta pequeña era el 29 de abril para San Pedro.
Más o menos en ambas se seguía el mismo ritual, misa por la mañana, partida de dominó o de cartas (guiñote) por la tarde y baile por la noche. En la de San Pedro al ser en época primaveral se hacía también una pequeña romería campestre con una comida con lo que cada familia preparaba.
"Si hacía buen tiempo el baile se hacía en una era y si hacía malo en el salón de Casa Giménez o en el de Molinero que eran los que tenían más amplitud en su interior para hacerlo.
Los bailes no eran nada sofisticados. Recuerdo una orquestina de Rodellar pero lo más habitual era que aparecieran pequeños conjuntos de músicos de los pueblos cercanos que se juntaban para ir de fiesta en fiesta con su violín, su guitarra, su acordeón o trompeta.
Nada especial para los niños excepto en algunos casos que nos daban caramelos y golosinas que algún familiar había traído. Lo normal era que mientras los mayores bailaban o charlaban, los chicos estuviéramos corriendo arriba y abajo o jugando a escondernos.
Había costumbre por parte de las mujeres de preparar esos días cocas de masa de trigo con tocino, cebolla o lo que hubiera por encima, también las había dulces, con mermelada o simplemente azúcar. Un postre delicioso.
Sin embargo las fiestas más divertidas que recuerdo en Letosa era la de San Silvestre a finales de año. Los mayores se disfrazaban cada uno con lo que podía, se encendían hogueras y se saltaba y bailaba alrededor del fuego entre gritos y canciones". HERMINIA SALAMERO
Para hacer compras se desplazaban a Rodellar y en raras ocasiones lo hacían a Boltaña siempre aprovechando la visita por algún motivo como podía ser las ferias de ganado.
"Algunos vendedores ambulantes pasaban por Letosa como uno que venía de Os Pacinias con caballerías cargadas de enseres, llevaba de todo, desde tijeras, hilos, dedales, hasta ropas clásicas para caballero y señora traídas de Barcelona.
Su llegada siempre era un acontecimiento y acudíamos todos a ver que llevaba el vendedor.
Con el tiempo se abrían comercios en casas de pueblos cercanos especializados en algo en concreto. En Otín se instaló un comercio de telas traídas desde Cataluña a la que acudíamos las gentes de los pueblos vecinos para comprar paños y telas con las que confeccionar camisas, vestidos e incluso abrigo para el invierno". HERMINIA SALAMERO
Como correspondía a una sociedad y un modo de vida tan austero, de mucho aislamiento y deficientes comunicaciones cada familia solía estar especializada en algún trabajo. Así en el mismo pueblo o en los de alrededor se podía encontrar un albañil, herrero, molinero, esquilador, tejedor, carpintero...
"Tengo que decir que todo lo que se podía hacer en casa, aquí se hacía, incluso el calcero (calzado).
Mi padre tenía un aparejo para fabricar cinchas para los animales con el que también hacía suelas de alpargatas.
Mi madre que era muy buena costurera terminaba las alpargatas añadiendo paño a la tela.
Incluso trabajando el cáñamo y mezclándolo con algodón comprado en Boltaña o en Rodellar se hilaban los hilos con los que el tejedor de Otín nos fabricaba las sábanas. Aun guardo alguna de esas sábanas, son más bastas que las actuales, pero más naturales y frescas". HERMINIA SALAMERO
No había escuela en Letosa, los niños les tocaba asistir a la de Otín, la cual estaba a una hora de camino.
"Nos tocaba levantarnos muy temprano, desayunar las judías cocidas la noche antes con tocino o un tazón de fresao (trigo hervido que a veces llevaba un tropezón de tocino), prepararse la comida en una tartera (una tortilla o un trozo de tocino y pan) y marchar caminando hacía Otín recogiendo por el camino trozos de leña para calentar la estufa de la escuela.
Allí nos juntábamos niños de cinco o seis pueblos distintos, de Otín, Nasarre, San Poliz, Ballabriga, Letosa y en ocasiones los de Alastrué. Alrededor de cuarenta críos, de diferentes edades pero todos aprendiendo más o menos al unísono.
Casi nunca se terminaba un curso completo, ya fuera porque el maestro se iba a mitad de año o bien porque había que ayudar en la casa en épocas de mucho trabajo.
Para las niñas sobretodo ir a la escuela era un lujo. Lo más habitual era que nos enviaran a otras casas "a servir".
Cuando algún pariente o conocido de pueblos cercanos necesitaba alguien que les ayudara para cuidar algún niño enfermo o trabajar en las tareas de la casa ofrecían trabajo a las chicas jóvenes a cambio de darles estudio por la mañana y trabajar por la tarde, por ejemplo. Unas veces si era así pero otras veces el estudio se quedaba en nada y todo era trabajar.
Recuerdo a don Joaquín, el mejor maestro de todos los que tuve. Nos enseñaba a contar con un ábaco y en épocas de mala climatología cuando no podíamos asistir a la escuela era él el que venía por los pueblos montado en alguna caballería para enseñarnos alguna materia". HERMINIA SALAMERO
El médico estaba en Rodellar. Había que llevar al enfermo en una caballería o dar aviso para que viniera el doctor a Letosa.
"El médico que yo recuerdo, no tenía titulo, sino que era practicante. Si la dolencia no era urgente, se aprovechaba cualquier viaje a Rodellar para "entrar a preguntar". Así pasaba que en muchas ocasiones ni siquiera se llegaba a a saber de que se había muerto alguien". HERMINIA SALAMERO
El cura según los años venía unas veces desde Las Bellostas y otras desde Otín. Se oficiaba misa cada dos o tres semanas.
El cartero venía desde Rodellar.
"El buzón estaba instalado en la fachada de Casa Sierra. Todos los vecinos dejaban allí la correspondencia que el cartero recogía cuando venía por Letosa. Asimismo depositaba allí las cartas que hubiera para el pueblo. Por turno el tiempo que hubieran establecido cada casa le tocaba tener la llave del buzón y se encargaba de repartir la correspondencia". HERMINIA SALAMERO
Andando o en caballería siempre fueron los medíos utilizados para ir de un pueblo a otro. Nunca llegó un camino rodado para vehículos.
En los años 50 los vecinos de Letosa hicieron un escrito a la administración correspondiente solicitando la construcción de una pista que fuera apta para el tránsito de carros y poder comunicarse más fácilmente con Boltaña y Rodellar.
Además se pidió la construcción de un puente sobre el río Balcés para no tener que vadearlo a pie y un pequeño embalse para fabricarse ellos mismos la luz.
"En un tablón de Casa Ferrero leí en cierta ocasión un bando del gobierno franquista denegando todas las peticiones que habían solicitado los vecinos de Letosa. Sería sobre el año 52. En él venía a decir que se desestimaban las solicitudes de mejoras para el pueblo que habían pedido porque las tierras de Letosa serían expropiadas para crear un Parque Natural, por lo que todos los vecinos debíamos abandonar el pueblo. Así de cruda y tajante fue la respuesta".
HERMINIA SALAMERO
Ante tal panorama los vecinos fueron marchando en los sucesivos años y para primeros de los 60 Letosa ya estaba vacío.
Unos a Monzón, otros a Barbastro, alguna casa a Huesca y otra a Barcelona.
En 1964 se llevó a cabo la expropiación. Los dueños de las casas fueron citados y allí se les notificó que ya no eran dueños de nada.
Por muy poco dinero el gobierno franquista se cargó un pequeño pueblo que había estado lleno de vida.
Uno más....
Relación aproximada de las personas que vivían en los años 50 en Letosa (puede haber algún fallo de nombre o de apellido).
Casa Sierra
Pedro Otín Allué y Serafina Bara
Hijos: María Luisa, Clotilde, Pedro y Luís (este último... en duda)
Casa Jorge
Jorge Cebollero y Teresa
Hijos: José, Nieves, Mariano
Casa Blas
Emilia se casó dos veces. Primer marido – José
Hijos – Bienvenido, Matilde y Leonor
Segundo marido – Carmelo Noguero
Hijos: Maria, Carmelo, Benjamín, Clara y José
Casa Herrero
Lorenzo Alastrué se casó con Ángeles
Hija: Águeda
Años más tarde se casó con Pascuala Villacampa
Hijos: Lorenzo y José Maria
Casa Giménez
Gorgonio Urban se casó con Serafina Giralt (los apellidos están en duda)
Hijos: Severina, Josefina, Cristina, Maria (hijos del primer marido de Serafina)
Adolfo, Guillermo, Javier y Alegría – hijos de Gorgonio (segundo marido)
Abuela – María – era comadrona y murió muy mayor.
Abuelo – Tomás
Casa Molinero
Antonio Nasarre y Eugenia
Hijos: Máxima, Silvia, Antonio, Irene y Luís
Casa Javierre
Juan Javierre y Silvestra adoptaron a Antonio Salamero Noguero.
Antonio Salamero Noguero se casó con Victoria Villacampa Javierre
Hijos: Antonio, Herminia y Jacinta
Fuente de información: Herminia Salamero de Casa Javierre. A través de sus extraordinarios testimonios podemos saber de manera muy emotiva como era la vida cotidiana en Letosa.
Agradecimiento a Mercè Gangonells, hija de Herminia Salamero. Gracias a su buena disposición como intermediaria colaboradora se ha podido llevar a cabo este reportaje.
Muchísimas gracias a ambas.
Visita realizada en noviembre de 2017.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Pocos recuerdos tengo de mi primera visita a Letosa a últimos de los 90. No conservé ninguna fotografía ni estuve mucho tiempo viéndolo. Las visitas a Bagüeste y Otín ocuparon la mayor parte del día. Si recuerdo que la vegetación ya tenía "asfixiada" a las viviendas del pueblo, pero no tanto como actualmente. Se podía ver las fachadas de casi todas las viviendas e incluso se podía entrar al interior de alguna de ellas.
En éste mes otoñal de 2017 he realizado mi segunda visita a éste lejano despoblado escondido entre una masa de pinos de repoblación. No se ve hasta que no estás casi en él.
Desde Las Bellostas cojo primeramente el sendero hasta Bagüeste visitando éste bonito y elevado pueblo. Un error por mi parte hace que no coja el camino directo que me lleva desde aquí hasta Letosa. En poco más de media hora habría llegado. Doy un rodeo debido a mi equivocada tozudez y la caminata entre un pueblo y otro se demora más de una hora, algo que luego me pasará factura al ser los días tan cortos.
La fuente de Letosa situada junto al camino de Otín me indica que ya estoy llegando al pueblo. Una rustica pintada en una piedra me lo confirma. Entro en Letosa por su parte de arriba. Un conglomerado de edificaciones se abre ante mis ojos. Poco reconocibles a primera vista, salvo una vivienda. Edificios auxiliares aparecen por un lado y otro. Alguna borda en su era correspondiente. Intento penetrar en el interior del pueblo pero es imposible. La vegetación lo impide y también el derrumbe de algunos edificios. A duras penas me voy situando delante de lo que un día fueron casas. Imposible averiguar el trazado urbano. No parece que hubiera muchos callejones interiores. Más bien formaban un núcleo compacto. Solo una vivienda permanece airosa con su fachada frontal. Su puerta con buenas dovelas. En las demás nada reconocible, ni las chimeneas que si recuerdo de ver varias en mi primera visita.
Me decido ir hasta el molino aún cuando el sol está a punto de transponerse. En diez minutos me sitúo frente a él. Poca agua lleva el pedregoso río Mascún a su vera. El edificio mantiene en pie las paredes pero se ha caído la cubierta. El cárcavo está a punto de su colmatación definitiva.
Vuelvo para el pueblo, el tiempo apremia, los minutos son clave antes de que caiga la noche.
Me queda por visitar la iglesia. Había leído en alguna publicación que era complicado de llegar hasta ella. Y no les faltaba razón. Pese a estar a doscientos metros del pueblo una maraña de pinos y de vegetación hace imposible su visión. Hago varios intentos pero no doy con ella. Dudo entre sí dejarla por imposible o seguir con el empeño. Me decido por esto último, mientras haya luz de día. Total ya me va a pillar la noche en el camino de regreso.
Al cuarto o quinto intento de buscarla consigo dar con el templo. Mi obstinación sobre donde debería estar siempre me llevaba al sitio equivocado. Penetro en su interior. Se ha caído parte del edificio. El intenso azulete domina las paredes. El coro intacto. El esqueleto del confesionario allí permanece bajo él. Poco más. Sobrecoge el lugar debido al silencio imperante y a la puesta de sol que hará que en pocos minutos la oscuridad sea la dueña del ambiente.
Una vez visto el templo y previo paso exterior por el pueblo, un último vistazo y a coger el camino de Las Bellostas, ya con la noche encima. Dos horas largas por delante. Ni siquiera diviso ya la silueta del despoblado de San Poliz encaramado en el terreno unos metros por encima del camino. La linterna será mi acompañante y mi guía hasta que llegue a las casas de Las Bellostas donde he dejado el coche.
Entrando a Letosa
Vista parcial de Letosa desde las eras. Al fondo a la izquierda visible la silueta de San Salvador de Bagüeste sobre un puntón rocoso en posición vigilante.
"Viendo como está el pueblo hoy se hace raro imaginar a tantos niños jugando en la calle, correteando por la era, jugando a pelota o a crucimbarro. Pocos ratos libres teníamos, eran malos tiempos y había que ayudar en las faenas de la casa: segar, llevar el trigo al molino, amasar para hacer el pan, ir a la fuente a por agua, dar de comer a los animales, ir al huerto a recoger judías e incluso una vez al año pintar con azulete las paredes para mantenerlas en buen estado".
HERMINIA SALAMERO.
Casa Giménez. Una de las más pudientes de Letosa. En relativo buen estado la portalada de acceso con las dovelas pintadas de azulete.
Casa Giménez. Fachada trasera, orientada al sur.
Foto cedida por Cristian Laglera
Casa Javierre. Año 2009. Con dos portadas de acceso, una dovelada y la otra adintelada. Sendos balcones en la planta superior. El derrumbe de la fachada hace unos años hace que ya no sea posible ver esta imagen.
Otra casa importante de Letosa. Solidez de la fachada. Cantoneras de refuerzo. Tejado a cuatro vertientes.
El derrumbe de la fachada frontal permite apreciar el interior en su desnudez.
Vivienda. Imposible llegar hasta su puerta.
Vivienda. La vegetación atosigante se apodera del patio interior.
Edificios auxiliares.
Borda
Iglesia parroquial de San Úrbez (antiguamente bajo la advocación de San Jorge). A doscientos metros al noroeste del pueblo.
Atrio de entrada al templo. Sencillez de la portada de acceso.
Interior del templo. Azulete en las paredes. Puerta de entrada. Hornacina lateral. Escalera de acceso al coro. Óculo de iluminación por encima. Por debajo el confesionario.
Interior del templo. Vista desde el coro. Se ha derrumbado la cabecera de la nave.
El molino de Letosa junto al río Mascún. A quinientos metros del pueblo.
La fuente de Letosa y su abrevadero anexo. Situada junto al camino de Las Bellostas a Otín.
"La construyó mi padre en 1936. Acudíamos todo el pueblo a ella a por agua.
Mi madre me enviaba a por agua con el burro cargado con unos cestos de mimbre donde acomodábamos los cántaros. Y... como dice el dicho: de tanto ir con el cántaro a la fuente más de una vez se nos rompía alguno".
HERMINIA SALAMERO