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La Monjia (La Rioja)

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Sobre un estrecho rellano rocoso situado por encima del recién nacido río Jubera se ubica este pequeño pueblo de La Monjia.
Cinco casas llegaron a componer este enclave solitario y abrupto del Alto Jubera situado a 1100 metros de altitud. Perteneció al ayuntamiento de La Santa y más tarde al de Munilla.
En el año 1917 tenía un censo de 38 habitantes.
No fue fácil la vida en La Monjia. El progreso no apareció nunca por allí. El terreno era escabroso, las comunicaciones muy deficientes y el invierno aparecía y se quedaba instalado varios meses mostrando toda su crudeza climatológica.

Muy frío era el invierno por estas latitudes. Leña de estepa y de roble era lo que usaban para calentar la lumbre de las cocinas.

"La nieve tardaba mucho en quitarse, por estar el pueblo en una hondonada duraba más aquí que en Ribalmaguillo y en La Santa. Hubo un año que el mes de febrero se lo pasó nevando entero. La nieve tapaba las puertas, había que abrir camino con palas para llegar hasta donde teníamos el ganado.
Un día tuvimos que sacar las cabras para llevarlas al río y que pudieran beber. Saltaron dando brincos por este lado a la otra orilla pero luego no había forma de que volviesen a saltar para acá, así que hubo que improvisar un puente con tablas para que pudieran pasar". JESÚS SOLANO.


Cada casa tenía su horno para hacer el pan. En los últimos años dejaron de hacerlo y era el panadero de Santa Engracia el que lo traía.
Candiles de aceite, petróleo y carburo fueron sus fuentes de iluminación para las casas o las cuadras.
Trigo, centeno, avena, yeros y lentejas era lo que se cultivaba principalmente en sus tierras.
Iban a moler a los molinos de San Román o al de Terroba.
Las cabras era el animal sobre el que se basaba la ganadería. La venta de cabritos, la leche y los quesos era el beneficio que obtenían de éste animal.
Pequeños rebaños siempre, variaban entre las cuarenta y las noventa cabezas de ganado caprino en cada casa.
Se hacía un censo del número que había y por cada diez cabras que tuvieran les tocaba ir un día de cabreros.
Venía un tratante de Soto a comprar los cabritos.

"Un año por el día de San Pedro hubo una fuerte tormenta con descarga eléctrica y un rayo mató cuarenta cabras, estaba mi padre (Felipe) de cabrero con ellas. Las despellejamos y la guardia civil nos dio petróleo para quemarlas" JESÚS SOLANO.

Aunque en menor número tampoco faltaban las ovejas en cada casa, nunca se sacaban a pastar mezcladas con las cabras.
Tratantes de Arnedo, de Terroba o de Soto compraban los corderos (había que llevárselos a su pueblo).
Los lechones se vendían en el mercado de Soto.
Liebres, conejos y perdices era lo que cazaban en sus montes. Casi todo era para consumo de la casa y algo se vendía a Maturro de Treguajantes.

Los niños en edad escolar asistían a la escuela de Ribalmaguillo para lo cual hacían el trayecto entre los dos pueblos en poco más de media hora. Variando según el año alrededor de siete u ocho llegaron a juntarse para ir a la escuela. Comían allí en Ribalmaguillo y por la tarde vuelta a La Monjia.

"Mis hermanos y yo comíamos en casa del abuelo Valentín que era de allí".
JESÚS SOLANO.


De variada procedencia eran los curas que venían a oficiar la misa en La Monjia (una vez al mes).
Así entre otros y según la época fueron don Paulino Oliván que venía desde El Collado, don Benito Barrio que venía desde Santa Marina, don Rosendo que lo hacía desde Hornillos o don Santiago Galarza desde La Santa. Ya en los últimos años era el sacerdote de Munilla el que se encargaba de tal cometido.
Normalmente había que ir a su pueblo a recogerlo y llevar una caballería para que pudiera hacer el trayecto hasta La Monjia montado en el animal.
Se quedaban a comer en casa del tío Higinio o el tío Felipe para después volver otra vez a su pueblo de residencia.
El médico también variaba su procedencia según los años. De Soto en Cameros, de San Román o de Munilla venían para visitar al enfermo. Había que llevar una caballería para que viniera a La Monjia.

"Mi abuela Vicenta se murió porque el médico de Munilla no quiso venir a verla a pesar de que se le había mandado aviso por el cartero de Ribalmaguillo".
JESÚS SOLANO.


El cartero, Antonio o su cuñado Leandro venían desde Ribalmaguillo, previamente habían ido a recoger la correspondencia a Munilla.
También hay constancia en otros años de que venía el cartero de Soto, Aniceto Fernández que era natural de Larriba.

Munilla y Soto en Cameros eran sus dos salidas naturales al exterior.

"En cierta ocasión me mandaron a Soto a por una caja porque Román Solano estaba agonizando y pensaron que era cuestión de horas. Se avisó desde Soto a Toribia, una hija que vivía en Haro, pero el tío Román sobrevivió y duró ocho días más". JESÚS SOLANO.

Para hacer compras iban hasta Munilla y en ocasiones hasta Soto en Cameros.
Se compraba aceite, bacalao, telas, ropa, paños...
El vino iban hasta Lagunilla de Jubera a por ello, otras veces lo adquirían en Munilla.
A Munilla llevaban a vender, huevos, quesos y estepas para la combustión de los hornos de panadería que había en aquel pueblo. Tres horas tardaban en hacer el trayecto.
Marcelino desde Munilla con una o dos caballerías aparecía periódicamente por La Monjia vendiendo comestibles, licores, tejidos, carburo...
Maturro de Treguajantes compraba quesos y cabritos.
Algunas chicas jóvenes iban a trabajar a las fábricas de mazapán de Soto.

"Cecilio, el hijo del tío Higinio hizo la mili en Africa sobre el 53 o 54 y al licenciarse compró un transistor Sanyo. Coincidí con el en Soto para volver al pueblo y en el trayecto íbamos oyendo el Tour de Francia cuando ganó Bahamontes. No se me olvidará tampoco que me trajo un bolígrafo hexagonal de regalo". JESÚS SOLANO.

La patrona de La Monjia era La Magdalena a la cual celebraban fiesta el 22 de julio, pero como quiera que les pillaba en plena faena del campo apenas hacían un día de fiesta y sin demasiada celebración. Con lo que la fiesta grande del pueblo era el 12 de octubre para el Pilar. En esta ocasión eran dos días los que disfrutaban de la festividad.
Venía gente de Santa Marina, El Collado, Bucesta, Reinares, Treguajantes, Valdeosera, Hornillos, La Santa, Ribalmaguillo y Zarzosa. Aquello era un hervidero de gente.

"En mi casa nos juntábamos hasta cuarenta personas para comer. Se sacaban productos de la matanza, se mataba algún cabrito o una oveja vieja y se hacían unas deliciosas rosquillas. La víspera ya habíamos hecho el zurracapote. Y así lo mismo en cada casa. Ningún forastero se quedaba sin comer." JESÚS SOLANO.

Se hacía una misa y una procesión como actos religiosos.
El baile se hacía en una era o si el tiempo no acompañaba en el corral del tío Felipe que previamente había sido bien acondicionado para la ocasión. Los músicos de San Vicente de Munilla eran los encargados de hacer bailar a los presentes.
Esos días también había buenas partidas de calva.

Acudían dos veces al año (mayo y octubre) en romería a la ermita de la Virgen de la Torre en Ribalmaguillo, junto con los de éste pueblo y los de La Santa. Era obligatorio que acudiera el cabeza de familia de cada casa o en su defecto un representante autorizado.

En Semana Santa hacían una misa y una procesión si conseguían que viniera algún cura esos días.

La emigración ya estaba haciendo estragos por toda esta recóndita comarca, los pueblos iban mermando mucho de población. La gente joven no veía aliciente en seguir este modo de vida. Las tierras y el ganado no daba para todos. En los años 50 y 60 ya se había ido más de la mitad de la gente, pero fue con la llegada de Patrimonio Forestal del Estado y la expropiación que hizo de toda la zona de monte y pastos para la plantación de pinos la que acabó por empujar a los más remisos a buscar un lugar para iniciar una nueva vida.
Casi toda la población de La Monjia se marchó para Logroño llegando hasta el año 1967 cuando se fueron los últimos que quedaban. Entre ellos los hermanos Ángel y Pepe Solano que ya no pudieron seguir pastando con las vacas que habían comprado unos años antes.

Agradecimiento a Jesús Solano, agradable y nostálgico informante de su pueblo natal.
Gracias a Marino Reinares, buen amigo y brillante intermediario para llevar a buen puerto este reportaje.


Visita realizada en mayo de 2017.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. A pesar de haber estado cerca por los cuatro puntos cardinales no ha sido hasta el tardío año de 2017 cuando se ha producido mi primera visita a este despoblado.
Enclave pintoresco, bucólico, lleno de encanto. Su aislamiento y su pequeño volumen hacen de La Monjia un lugar del que quedarse prendado cuando se llega hasta sus muros.
Accedo a él por la pista forestal que recorre esta zona de repoblación. Al llegar lo primero que se ve ya desde unos metros antes es la silueta de la iglesia, de configuración un tanto extraña, no sigue el modelo constructivo de otros pueblos de la zona.
Un notabilísimo conjunto de eras se sitúan en torno al templo.
Entro a la iglesia, enmarañada de vegetación y algún elemento arquitectónico decorativo todavía en sus muros, aparte de esto poco más.
Salgo y me dirijo hacía el caserío. Se encuentra cien metros más abajo de la iglesia. Una maraña de vegetación lo antecede junto a unos muros. Allí había una pequeña plaza y una fuente. Forman casi todos los edificios una hilera. Suerte desigual para ellos, unos ya han sucumbido, otros han perdido el tejado y solo la última vivienda es mantenida por sus propietarios para evitar el deterioro.
El lugar es austero, sombrío, pero lleno de encanto. No tuvo que ser muy cómoda la vida aquí. Mucha precariedad e incomodidades. Lejos de todo y cerca de nada.
Hay una casa solitaria a unos metros del resto, llego hasta ella, irreconocible su interior, sin tejado, solo parte de sus muros aguantan, está al borde mismo del cantil rocoso sobre el barranco.
Desde aquí intento buscar la fuente de La Monjia, no la encuentro. Si veo el rustico puente de troncos por el que cruzaban todos los días el arroyo los niños para ir a la escuela de Ribalmaguillo.
Subo otra vez al pueblo, voy a la única calle del pueblo, echo un vistazo al interior en los lugares que se puede, voy por la parte de atrás, una visión bonita de las viviendas.
Vuelvo a la calle principal, la miro y la remiro, para adelante y para atrás. ¡que sensación de soledad!
Creo que la visita a La Monjia toca a su fin. Vuelvo a pasar junto a la iglesia, la curiosidad me puede y vuelvo a entrar a su interior por si me he perdido algún detalle de interés anteriormente pero poco hay que ver.
Me voy alejando del pueblo y de vez en cuando vuelvo la vista hacía atrás. Voy dejando a mi espalda un lugar solitario y poco visitado. El que viene aquí lo hace de cosa hecha. No hay rutas senderistas. Buena impresión me llevo de este lugar aún cuando la simpleza de todos sus edificios es la nota predominante.


Vista desde las alturas de Santa Marina de la ubicación de La Monjia entre un mar de pinos de repoblación.




Llegando a La Monjia.




Era de trilla y la iglesia de fondo. La primera maquina aventadora para facilitar la tarea de separar el grano de la paja la trajo desmontada el tío Higinio, la compartía con el tío Felipe que eran cuñados.




La iglesia de La Magdalena. Primitiva espadaña por este lado con sus vanos cegados.




Otra panorámica del templo por su lado este. Bajo la espadaña se accede al pórtico que antecede al recinto sagrado.
Primoroso muro delimitador de una era de trilla con su caseta correspondiente.




Por el sur y con otra era de trilla presente se ve una imagen diferente de la iglesia.




Interior del templo.




Interior del templo.




Las casas vistas desde la iglesia.



Bajando hacía las casas.




La casa de Gil Antolín y Claudia.




La casa de Felipe Solano y Rufina Saenz. Tuvieron siete hijos: Jesús, Milagros, Vitoria, Ángel, Roberto, Pepe y Visitación. La emigración los llevó a Logroño.




La casa de Higinio Saenz y Leonor Solano. Tuvieron tres hijos: Isabel, Cecilio y Mari. Se marcharon para Logroño.



Las viviendas por su parte trasera. La de la izquierda la del tío Higinio y la de la derecha la del tío Felipe.




La calle principal de La Monjia de este a oeste.




Unos metros separada del resto se encuentra la casa de Justo (natural del pueblo de Carbonera) y Encarna. Tuvieron dos hijos: Alfredo y Pilar. Se marcharon a Barcelona.




La casa de Justo y Encarna. Así se aprecia su separación con el resto de viviendas.




Rustico puente de troncos para salvar el cauce del río y poder coger el camino que llevaba a Ribalmaguillo.

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