Recostado en la solana de una pequeña ladera, formado por tres calles principales y una transversal a ellas, alrededor de una treintena de viviendas llegaron a componer éste núcleo de población situado a 1175 metros de altitud.
Fue cabecera de municipio (del cual dependían también Ribalmaguillo y La Monjia) hasta fechas anteriores a su despoblación. En la actualidad pertenece al ayuntamiento de Munilla.
Nunca llegó la luz eléctrica a sus casas. Los candiles de aceite para la cocina, el candil de petróleo para ir a las cuadras y los corrales y una palmatoria con una vela para los dormitorios fueron sus fuentes de iluminación.
Cada casa solía tener su horno para cocer el pan, aunque ya en los últimos años se dejó de elaborar y se compraba en Munilla.
Para moler el grano se desplazaban hasta el molino de Zarzosa.
En tiempos remotos hubo un molino harinero en La Santa llamado el Molinillo que recogía las aguas de los arroyos de Fuentelvalle y el Estremal. Desaparecido hace muchos años, solo restos de la cimentación indicaban donde estuvo situado.
Tierras de cultivo ásperas y poco productivas. Estaban sembradas de centeno y avena principalmente quedando los cultivos de trigo y cebada en los terrenos que daban hacía Munilla y Zarzosa. También tenían buena producción de lentejas y patatas.
Al ser la tierra de baja calidad se hacían barbechos, un año sin sembrar diferentes parcelas dejándose para rastrojeras, aprovechadas por el ganado.
En la zona de monte predominaba la estepa y entre el arbolado figuraba el roble y algunos chopos.
En Cuesta la Guardia, en Cullojuana y lugares próximos se recogía leña de estepa para consumir en la lumbre en invierno. Meses de diciembre a febrero que eran especialmente rigurosos en cuanto a la climatología, especialmente si soplaba el cierzo del norte, lo cual conllevaba abundantes y duraderas nevadas.
Otras cargas de leña se llevaban a vender a Munilla para los hornos de las panaderías. En otras ocasiones la carga se llevaba a vender a Arnedillo a los molinos de yeso que allí había. Por cada carga de estepa les daban dos fanegas de yeso que servían para hacer reparaciones y obras de albañilería.
En la fauna era el conejo, la perdiz y la liebre los que dominaban el terreno.
La ganadería se repartía entre pequeños rebaños de ovejas y cabras.
Las ovejas en verano se llevaban a pastar por Rabujo, Vallejolinar, Fuentelvalle, Peñueco, Peñarraposero... mientras que las cabras lo hacían por Cullondo, la Vaqueriza, Matalsilo, Cullojuana, Riajapuez...
De Tudelilla venían tratantes a comprar los corderos y cabritos.
En tiempos anteriores eran carniceros del pueblo alavés de Navaridas los que venían a comprar estos animales.
En cada casa se mataban uno o varios cerdos en época de matanza según las necesidades del consumo de la familia.
Las cerdas de cría se llevaban a casa del tío Félix en Ribalmaguillo que es donde estaba el semental. Si éste las cubría al momento se volvían con la cerda para casa, si no era así se dejaban allí hasta el día siguiente y el animal una vez apareada volvía sola a casa.
El capador pasaba dos veces al año, en primavera y en otoño.
En la época del esquileo venían esquiladores de Zarzosa y Hornillos. Con la lana obtenida se dejaban unos cuantos vellones para las necesidades de la casa: rellenar un colchón o almohada o bien para hacer zurrones, chalecos, guantes, calcetines o medías, hecho que se hacía en las noches de invierno al amparo de la trasnochada.
Trasnocho donde se reunían varios adultos al calor de la lumbre mientras que comentaban los asuntos de actualidad, los hombres jugaban a las cartas y las mujeres en un exquisito trabajo artesanal hacían las prendas antes citadas con la lana.
El sobrante se llevaba a vender a las fábricas de paños de Munilla y Enciso.
No había taberna en el pueblo pero cada quince días una casa tenía la obligación de servir de taberna y de posada. Se hacía por turno establecido entre todos los vecinos. En la puerta de entrada a cada casa había un clavo y en él se colgaba lo que se llamaba el palo, que consistía en un trozo de madera rectangular con un agujero en la parte superior por el que se pasa una cuerda o sedal en forma de lazo. Éste se colgaba de la puerta que estuviera establecida que le tocaba esos días para que así todo el transeúnte o vecino que quisiese echar unos tragos supiera cual era la casa encargada de ese asunto.
El tenedor del palo estaba obligado a comprar un pellejo de vino (normalmente en Munilla). Se compraba con un fondo público.
Asimismo tenía que dar alojamiento (cama y comida) a todo el viajero y caminante que lo solicitara, los cuales abonaban los gastos originados.
Transcurridos quince días el vecino saliente le entregaba el palo al siguiente vecino que figuraba en la lista rotatoria.
En Munilla había mercado todos los domingos. Acudían las gentes de La Santa por una parte para vender patatas, huevos, leche, pollos, corderos, conejos, estepas, etc y a la vez comprar productos de primera necesidad para el hogar.
En Arnedo había mercado los lunes y hasta aquel pueblo se desplazaban cuando tenían que comprar vino, aceite o piensos para el ganado. Se juntaban varios vecinos y salían del pueblo de madrugada, cada uno con una o dos caballerías para traer su carga de vino y demás productos que compraran. En ocasiones coincidían con vecinos de Ribalmaguillo y La Monjia con lo cual se juntaba una buena caravana haciendo el trayecto juntos. La vuelta solía ser con la noche ya bien entrada, alrededor de medianoche.
Diversos vendedores ambulantes aparecían periódicamente por La Santa como era Juan el pimentonero que con una caballería transportaba pimentón y otras especias para aderezar la matanza de los cerdos. Ya antes de entrar en el pueblo se le oía su pregón gritando a toda voz: Pimentón de la Vera, Vera, vendoooooo.
El tío Piejo venía de Munilla con unos machos cargados de bisutería, mantas y prendas de vestir. Exponía su mercancía en la plaza.
También pasaban con frecuencia los chocolateros de Munilla los cuales eran esperados con gran regocijo por los chavales.
Hubo cura residente en La Santa hasta bien entrados los años 40. Don Aurelio, don Apolinar o don Santiago son algunos de los que se recuerdan. A partir de entonces venía el cura de Munilla.
El médico venía de Munilla, había que ir a buscarle con un macho, al llevarle de vuelta a Munilla una vez que hubiera visto al enfermo se compraban allí las medicinas que hubiera recetado.
El practicante también acudía desde Munilla, primeramente lo hizo Luis, que además era el barbero y después le sustituyó Antonino.
Además de poner inyecciones, sacar muelas, etc, era solicitado para visitar a algún enfermo ante la imposibilidad de desplazamiento del médico.
El cartero residía en Ribalmaguillo (Antonio, aunque en muchas ocasiones era su cuñado Leandro el que realizaba tal cometido). Recogía la correspondencia en Munilla y al volver la repartía en La Santa, en Ribalmaguillo y en La Monjia.
El herrero era el tío Juan de Zarzosa. Se le pagaba por celemines de trigo que previamente habían ajustado por arreglar los aperos y herramientas de labranza.
A este le sustituyó Pedro Reinares, que era natural de La Santa. Después de la guerra el herrero venía de Munilla.
Santa Ana era la patrona de La Santa, cuya fiesta se celebraba el 26 de julio.
Los mozos el día de la víspera preparaban el zurracapote que ofrecían gratuitamente a todo el que acudía a la fiesta.
El gaitero llegaba a última hora de la tarde. Es Doroteo de Torremuña, acompañado al tambor por Silverio de Oliván.
Después de merendar se hacía un pasacalles, se disparaban cohetes, se volteaban las campanas, lo que indicaba que la fiesta iba a comenzar.
Al terminar de cenar se hacía un baile en la plaza alrededor de una hoguera hasta las doce de la noche.
Los mozos se reunían en un punto convenido, tomaban zurracapote, galletas, anís, coñac, etc.
Los más jóvenes traían los ramos que posteriormente se pondrán en las casas donde hay mozas, además de en la del alcalde y el cura. Son ramas de chopo, fresno o acacia. Se cantaban unas coplas llamadas albadas cuando ya estaba cerca el amanecer:
"Por esta calle que vamos
echan agua y salen rosas
y por eso le llamamos
la calle de las hermosas"
Al día siguiente, Santa Ana, se hacía la "diana" un pasacalles mañanero con el gaitero al que acompañaba todos los mozos del pueblo y algún forastero que ya estaba por allí. Se paraba en casa del alcalde, el cura y en todas las que hubiera mozas jóvenes. En cada casa invitaban a la comitiva a galletas, pastas y licores y ofrecían alguna cantidad de dinero (de dos a cuatro pesetas por cada chica), con lo cual tenían la obligación de sacar a bailar a las mozas al menos una vez durante el baile. Terminada esta ronda de mañana, la gente se iba a almorzar para preparar la procesión que les llevará hasta la ermita de Santa Ana. Allí les esperaba una comitiva de Hornillos con su pendón y su cruz procesional. Todos juntos entraban en la ermita donde se celebraba la misa con toda solemnidad. Terminada ésta se hacía un baile en la pradera junto a la ermita.
A continuación se marchaba la comitiva de Hornillos hacía su pueblo. Los de La Santa bajaban hacía el pueblo para comer (cordero y productos derivados del cerdo). Por la tarde se rezaba el Rosario donde acudía casi todo el pueblo y el gaitero acompañaba con su música la ceremonia religiosa. A continuación se hacía baile por la tarde para después de cenar volver a realizar el baile hasta las doce de la noche, hora en que se acababa la fiesta.
La iluminación consistía en una gran hoguera en la plaza.
En los años 40 los músicos venían desde el pueblo soriano de Yangüas y en los años 50 lo hacían los músicos de San Vicente de Munilla.
De Ribalmaguillo, La Monjia, Zarzosa, Hornillos y San Vicente era de donde venía más juventud a participar de la fiesta.
El tres de febrero, para San Blas, tenían la fiesta pequeña.
A mediados de septiembre, una vez terminadas las faenas del campo se realizaba la fiesta de Gracias. Se acudía también a Santa Ana en procesión para dar gracias por la protección de los campos.
Iban en romería dos veces al año a la ermita de la Virgen del Rosario (anteriormente bajo la advocación de Nuestra Señora de la Torre).
La primera era el lunes de la semana de la Ascensión (mayo). Acudían los pueblos de La Santa, Ribalmaguillo y La Monjia.
Era obligatorio que acudiera al menos el cabeza de familia de cada casa o un representante autorizado si no pudiera hacerlo aquel. El no acudir llevaba la correspondiente sanción impuesta por el alcalde.
Se realizaba la romería para pedir a la Virgen un buen año para los campos.
Cada pueblo llevaba su pendón y su cruz parroquial.
Se juntaban los romeros de La Santa con los de Ribalmaguillo y La Monjia en Gudemar y todos juntos realizaban el trayecto hasta la ermita.
El vecino de La Santa que esos días le tocara tener la taberna habilitada en su casa tenía que llevar un odre de vino sufragado por el ayuntamiento, el cual una vez acabada la misa invitaba a los concurrentes a unos tragos de vino. Se iban formando corros, unos simplemente hablaban de temas comunes, otros jugaban a las cartas y otros a la calva. Así hasta la hora de comer que se hacía conjuntamente todos sentados en la pradera. Al finalizar las viandas nuevamente juegos de cartas y de calva hasta la hora del Rosario. Finalizado éste los romeros emprendían la marcha por el mismo camino de venida. En Gudemar se despedían de los de Ribalmaguillo y La Monjia.
Antes de llegar a La Santa se formaba de nuevo el cortejo para entrar a la iglesia. Entre tanto los chicos del pueblo empezaban a tocar las campanas una vez que avistaban a los romeros llegando de vuelta al pueblo.
La segunda romería se hacía el primer domingo del mes de octubre. El ceremonial religioso era idéntico a la anterior. Acudían los tres pueblos, el ayuntamiento invitaba a vino y aumentaba el número de asistentes puesto que acudían gentes de pueblos de alrededor. Se contrataba a un gaitero para que diera más animación a la fiesta.
Al finalizar, cada uno volvía a su pueblo y la juventud se congregaba en La Santa pues allí es donde acudía el gaitero para continuar la fiesta. Los que eran cazadores tanto a la ida como a la vuelta aprovechaban para cazar alguna liebre o conejo que una vez condimentado y asado al calor de una hoguera, al finalizar el baile los presentes daban buena cuenta de ello.
En la Nochebuena, antes de cenar se daba de comer al ganado y se dejaba todo listo para sentarse a la mesa donde esperaban unos suculentos platos. Era costumbre tomar berza de entrada para continuar con besugo, cabrito, bacalao, congrio y como remate final una paella, la cual ya era poco degustada por los comensales por estar bien repletos de comida. Servía como alimento para el día siguiente. Para los postres quedaban los turrones, la compota de frutas, higos, pasas, castañas, peras asadas puestas en vino con bastante azúcar, acabando con el típico zurracapote.
Se entonaban villancicos al ruido de las zambombas y las panderetas hasta altas horas de la noche.
A la mañana siguiente, día de Navidad, acudían los vecinos a oír la Santa Misa. Después de los saludos y felicitaciones de rigor a la salida del templo la gente se iba a casa a degustar el arroz sobrante de la noche anterior. Por la tarde se tocaban las campanas y se rezaba el rosario. La gente jugaba a la calva o a la brisca, mientras que la juventud si hacía buen tiempo bailaba en las eras o en algún edificio deshabitado y en buen estado.
El día de Nochevieja se despedía el año con una cena parecida a la de Nochebuena pero con menos variedad de platos. No había mucha tradición de comer las uvas aunque algunas casas si lo hacían.
Los mozos y mozas se reunían después de cenar. Se sacaban dos boinas y en cada una se ponían tantas papeletas como varones y hembras hubiera, con el nombre de cada uno. Se ponían los chicos en una fila y las chicas enfrente en otra. Se iban sacando las papeletas de cada boina, una de la de los chicos y otra de la de las chicas. Los dos nombrados salían al centro quedando juntos formando pareja, así hasta que finalizaba el sorteo con todas las papeletas. Al finalizar quedaban formados lo que se llamaba novios del año. Esa noche el primer baile lo hacían con la pareja que les tocó en suerte aunque luego no lo volvieran a hacer en toda la noche ni se dirigieran la palabra prácticamente. Casi nunca llegaban a nada estos emparejamientos que solo servían para pasar un buen rato de diversión viendo las parejas tan dispares en edad, físico y maneras de ser que salían del sorteo. Aunque algún caso se dio de que ese enlace ficticio acabó convirtiéndose en real con el paso del tiempo.
El domingo de Resurrección realizaban la quema del Judas. Las mozas, el día anterior habían rellenado con paja un pantalón y una chaqueta dando forma así a un pelele, le colocaban unos zapatos, un sombrero, un pañuelo y a modo de picaresca dejaban un botón de la bragueta abierto donde asomaba una guindilla. Ya tenían confeccionado el Judas.
Los mozos por su parte hacían algo parecido pero con ropas de mujer. Era la Judesa.
Al Judas le iban paseando por el pueblo con una soga al cuello a la vez que paraban en cada casa y pedían limosna para el malvado. Les daban tocino, chorizo, huevos, jamón y algo de dinero. Las mozas paseaban a la Judesa pero sin la soga al cuello. Ambas comitivas se juntaban en la plaza. Se hacía una hoguera en el centro. Por encima iba una soga atada de una fachada a otra y en ella estaba el Judas y la Judesa a los que se les prendía fuego.
Luego los mozos y mozas hacían una buena merienda con las viandas obtenidas.
Este acto dejó de hacerse en los años cuarenta.
Para el día de Todos los Santos los mozos compraban un carnero que mataban y guisaban para comer en el campanario puesto que tenían que estar toda la noche allí para tocar las campanas. Se tocaba a muerto, por las ánimas.
Los vecinos les daban patatas, chorizo, tocino, huevos... Hacían una hoguera junto a la iglesia con leña de un roble que previamente habían cortado pidiendo permiso al alcalde y allí consumían todas las viandas, mientras unos comían otros iban tocando las campanas por orden establecido. Años más tarde se invitaba también a las mozas a participar en éste acto.
Al amanecer finalizaba el acto y desayunaban lo que les había sobrado de por la noche.
En los pocos ratos de ocio que había se acostumbraba a jugar a la calva, en cuyas partidas se jugaban uno o dos azumbres de vino. Los domingos por la tarde la juventud echaba unos bailes en una era al son de la gaita que algún mozo sabía tocar con mucha precariedad.
Santa Águeda era el día de los quintos (jóvenes que entraban en quintas para el servicio militar). Estos salían de rondalla acompañados del resto de mozos yendo casa por casa en las que les regalaban huevos, chorizos, morcillas, tocino, etc. Al atardecer se juntaban mozos y mozas en algún edificio sin habitar y realizaban unos bailes y una merienda-cena con todo lo recogido anteriormente por las casas.
En el año 1932 un grupo de personas mandados desde Madrid por el Ministerio de la Gobernación iban recorriendo los pueblos para dar sesiones de cine mudo. En La Santa se habilitó un local para su proyección. Se hizo en una pared revocada con yeso blanco y como es natural no faltó nadie del pueblo. Para casi todos era la primera vez que veían una película. Fue una novedad para niños y mayores. Les llamaba la atención como salían y desaparecían las imágenes en la pantalla. Según se iba proyectando la película, uno de ellos iba comentando lo que se veía en la proyección.
Al finalizar dieron unas charlas relacionadas con la política del momento y se cantó el Himno de Riego, el cual era la primera vez que lo oía la gente de La Santa. Ello motivo que ante el desconocimiento los más guasones se pusieran a bailar, hecho que motivó el enfado de los cineastas que hicieron saber que lo que escuchaban era el Himno Nacional y que no se podía bailar.
En una ocasión, un vecino del pueblo, Santiago Solano, natural de Ribalmaguillo pero que vivía en La Santa, estaba labrando en Mortajeras. Ese día cayó una gran tormenta con descarga eléctrica y truenos. Al llegar la noche no regresaba a casa por lo que cundió la alarma, acrecentada porque algunos vecinos vieron caer relámpagos por esa zona. Salió casi todo el pueblo a buscarle. En los corrales del Aldamejo oyeron las campanillas de los machos de Santiago que pastaban la yerba de la corraliza. Hacía allí se dirigieron con el temor de encontrarse con algo desagradable. La gente gritaba su nombre pero él no contestaba, lo que aumentaba la sospecha de que una desgracia había ocurrido. Al llegar a la puerta del corral seguían voceando su nombre pero nadie contestaba, presintiendo lo peor. Al entrar al interior vieron que Santiago estaba tranquilamente durmiendo sin tener noción del tiempo que había pasado. El disgusto se trocó en alegría, regresando rápidamente al pueblo para calmar a su mujer, Margarita.
La tía Felisa, madre de Margarita y suegra de Santiago sacó unos chorizos y un porrón de vino para agradecer a todos los presentes la ayuda realizada en la búsqueda del yerno. Así estuvieron casi hasta el amanecer comentando la incidencia tratando de quitarle importancia a lo sucedido porque Santiago estaba apesadumbrado por lo que había pasado y por el mal rato que había hecho pasar a su mujer.
Pedro, un día crudo del invierno cayó en las peñas de Riomilanos a una poza helada. Le encontraron casi extenuado gracias a los ladridos de su perra (Lola) que orientó a los que salieron en su busca. Fue llevado a hombros hasta su casa, llegó reanimado por el calor que le daban los que le transportaban. Salvó la vida de milagro.
Un día de San José, fiesta en Ribalmaguillo, al volver de noche los mozos y mozas de dichas fiestas hacía La Santa cayó al agua del río desde una altura de cuatro metros junto al puente de Ribalmaguillo, una de las chicas, María. Su hermano Tomás y debido a la oscuridad de la noche, gritaba: ¡ha caído una al río! sin saber que era su hermana. Uno de los chicos, Segundo, saltó con gran agilidad y pudo rescatar a María sin más daños que la consiguiente mojadura y el tremendo susto.
La emigración había sacudido de pleno a estos pueblos situados en terreno tan escabroso, con muy malas comunicaciones y con la falta de casi todos los servicios básicos. En los años 50 mermó muchísimo el número de habitantes, pero fue la llegada de Patrimonio Forestal del Estado la que empujó a los más remisos a salir del pueblo. Se realizó una expropiación de toda la zona de montes y pasto para la repoblación de pinos. Los pocos que quedaban lo tuvieron más difícil para seguir subsistiendo en el lugar puesto que se les prohibió salir con las cabras al monte, debido a que éstas se comían los brotes de los pinos. Hubo bastantes presiones de los técnicos forestales para que la gente vendiera y se marchara.
Los hermanos Juan y Felipe La Serna fueron los últimos de La Santa. Su salida del pueblo se produjo en el año 1969. Se marcharon a Logroño, la capital había acogido a la práctica totalidad de vecinos que habían dejado el pueblo, excepto una familia que se fue a Calahorra.
Años después, una vez que se hubo despoblado el pueblo y por iniciativa de don Valentín Reinares Fernández (nacido en La Santa), ilustre canónigo de la Concatedral de Santa María la Redonda de Logroño surgió la idea de reunirse todos los hijos de La Santa que habían emigrado, celebrar una misa en Santa Ana y hacer una comida de Hermandad. Apoyó ésta idea don Segundo Reinares Calleja, militar retirado, Medalla de Oro y Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros.
Acordaron fijar la fecha para el domingo 1 de septiembre de 1974. A ella acudieron buen número de antiguos vecinos. Después de los emotivos y emocionados saludos por el reencuentro de años sin verse, se celebró una misa oficiada por don Valentín y se cantó una salve a Santa Ana, finalizando con unas plegarias a los antepasados ausentes. A continuación se dirigieron hasta el pueblo donde visitaron la iglesia y vieron con tristeza y amargura el expolio que se había producido en su interior. Faltaba Santa Ana, que estaba en el pórtico, encima de la puerta de la entrada a la iglesia, la Virgen del Rosario, San Blas, San Bartolomé. Tampoco estaba el altar mayor, la sacristía había sido desmantelada. Ni rastro de las campanas.
Un paseo por el pueblo les hizo rememorar los años de su infancia al penetrar en el interior de las casas o en la escuela. Paseo que continua por el lavadero, las eras y otros lugares de la toponimia local como son Vallejolinar, El Estremal, Revillalapasada, Hoyocornejo, Portillo Rosal, La Mata, Los Espinillos.....
A mis buenos amigos, los hermanos Reinares Martínez, Sara y Marino, descendientes de La Santa por parte paterna.
Gracias por vuestra amistad, por vuestra colaboración, por vuestra acogida...
Visitas realizadas en diciembre de 2007, julio de 2016 y mayo de 2017.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Once años atrás quedó mi primera visita a este delicioso despoblado en las llamadas Alpujarras riojanas. ¿Alpujarras riojanas? No me ha sonado nunca bien ese nombre. Quitando que son zonas abruptas y escarpadas no veo que relación pueden guardar las dos comarcas, no veo más parecido. No se parece en nada la arquitectura de una a otra. En las Alpujarras andaluzas no se quedaron despoblados los pueblos como aquí. Aquellas se han revitalizado y viven en su gran mayoría del turismo. Estas no. No sé, quizá me gusta ir a contracorriente en algunas cuestiones pero...
Me gusta más Alto Jubera o valle del Jubera alto.
Los eólicos son los "dueños" del paisaje.
En aquella ocasión tuve una excursión de lo más accidentada, de esas que se le quedan grabadas a fuego en la memoria del que la ha realizado. De las que pasando los años siguen frescos los recuerdos por las vicisitudes que pasé aquel día. Días cortos para hacer una ruta tan larga (La Santa, Ribalmaguillo y sí podía ser La Monjia), mala planificación de itinerario, equivocación de caminos, rozadura importante del calzado, ver un expolio en mis mismas narices, fallo de las baterías de la cámara digital, cogida de la noche todavía en La Santa con más de tres horas de trayecto hasta donde tenía el coche. Siempre se ha dicho que cuando viene una vienen todas. Aquel día todo se puso en contra. Bueno todo no. Tuve ocasión de conocer un despoblado hermosísimo. Como lo son todos los de ésta zona. Ahí están para corroborarlo Ribalmaguillo, La Monjia, Oliván, Valtrujal, Bucesta, San Vicente de Munilla....
Desde que empecé a conocer estos parajes, siempre he tenido una especial debilidad por estos pueblos serranos de la otra Rioja, la de la montaña, la que es poco conocida.
Su ubicación, su dificultad para acceder a ellos, su preciosa arquitectura popular, su tranquilidad hacen de estos lugares un paraíso para los amantes de la despoblación.
En aquella ocasión (2007) me encontré un pueblo muy fotogénico pero con muchas dificultades para moverte por él. En algunos sitios la maleza había taponado las calles y era imposible pasar. Aún así, con rasguños, arañazos y enganchones en la ropa pude ver casi todo el pueblo.
La iglesia estaba en ruinas y servía de establo para las vacas que pastaban por el lugar. Una casa rehabilitada me llamó la atención entre la ruina generalizada. Después supe que era un albergue que habían construido los cazadores para cuando andaban por la zona.
En estas visitas más recientes (2016 y 2017) la situación ha cambiado poco para la fisonomía del pueblo, excepto en la iglesia que ha sido restaurada con gran acierto gracias al empeño de la Asociación sociocultural de la Hermandad de la ermita de Santa Ana.
El resto del pueblo se encuentra algo peor. Son once años y el paso del tiempo no perdona. Pocos edificios quedan con cubierta, muchas fachadas van perdiendo altura, la vegetación y los escombros hacen una barricada que dificulta el moverse con comodidad por el pueblo. A la parte baja es casi imposible llegar.
Pero aun así... La Santa sigue siendo una autentica maravilla.
La Santa vista desde el camino de acceso a Nido Cuervo. Por detrás en otra loma se divisa Ribalmaguillo. Por debajo de éste quedaría La Monjia que no se ve por estar abajo en la hondonada del barranco.
Es la zona más abrupta del valle del Jubera.
Otra panorámica de La Santa donde se aprecia la curvatura que hace el pueblo para adaptarse al perfil del terreno.
A punto de entrar en La Santa.
Los primeros edificios salen al paso.
La huella de la derrota es visible ya en las primeras edificaciones.
Entrando a la plaza de La Santa.
La plaza desde otra perspectiva.
La plaza en 2007.
La fuente de La Santa. Se construyó en 1928 siendo alcalde don Andrés Reinares La Serna. Se trajo el agua desde la Fuentefría, distante un kilómetro y medio del pueblo. Encima tenía un panel en azulejos con la imagen de Santa Ana.
"En una ocasión siendo yo un niño con dos o tres años me habían dado una peseta y estaba subido en el murete del pilón para verla reflejada en el agua. Se me cayó la moneda al agua, perdí el equilibrio y caí dentro. Gracias a que un vecino pasaba en ese momento y me rescató, sino me hubiera ahogado. Las casualidades que tiene la vida hizo que años después siendo yo mozo, un día que venía de los huertos vi a éste vecino que se había caído a un zarzal y no podía salir. Con muchos apuros pude ayudarle a salir pues estaba un poco complicado. Fue mi ocasión para devolverle el grandísimo favor que me había hecho años atrás". ANÓNIMO.
En un lateral de la plaza se encuentra en ruinas la casa natal de quien fuera durante muchos años Ilustre Canónigo de la Concatedral de Santa María la Redonda en Logroño, don Valentín Reinares Fernández.
Empezó su carrera sacerdotal ejerciendo en la parroquia de Zarzosa, para a continuación llevar la de Laguna en Cameros, Soto en Cameros, Murillo de Río Leza y terminar en Logroño.
Vivía en esta casa con su madre Petra Fernández y sus hermanos Balbino, Juanita y Pedro. Su madre y su hermana le acompañaron por los diferentes pueblos por donde estuvo destinado y Balbino y Pedro acabaron emigrando a Logroño.
A continuación vivieron en ésta casa Samuel y Felisa que años más tarde también acabaron emigrando a Logroño.
La iglesia de La Asunción vista desde las casas. Fachada al este con la torre-campanario
La iglesia de La Asunción totalmente restaurada. Se ha dotado de un nuevo tejado a la cubierta. Se han adecentado las inmediaciones y se ha acondicionado la torre como albergue para que senderistas y gentes que quieran pernoctar allí tengan la posibilidad de hacerlo.
Ello se ha debido a que la mitad del presupuesto para la rehabilitación del edificio lo ha aportado la Agrupación de Desarrollo Rural de La Rioja a través del programa Leader.
La otra mitad del presupuesto corrió a cargo de la Asociación sociocultural de Santa Ana. Ellos son los verdaderos artífices del gran logro que supone haber recuperado esta iglesia.
A la izquierda el cementerio.
Interior del templo. Altar mayor. Restos de pinturas murales. A ambos lados capillas de San Bartolomé y San Blas.
Interior del templo. El trabajo de limpieza, restauración y acondicionamiento es evidente. Hasta hace pocos años servía de establo para las vacas.
Una imagen de 2007 muestra el estado anterior de la iglesia en estado ruinoso.
A la espalda del templo en el lado norte, se encuentran las eras. Cada una a un nivel un poco más bajo que la anterior. Días de mucho trabajo cuando tocaba la faena de la trilla. Hasta tres días se quedaban aquí realizando las faenas durmiendo incluso al raso. Había días que no hacía viento y no se podía hacer nada. La solución era que soplase el viento santanero, llamado así porque venía de la parte de donde estaba la ermita de Santa Ana.
Bajando nuevamente hacía la plaza. El refugio de los cazadores pone la nota llamativa entre la ruina generalizada.
Vista parcial del pueblo donde se aprecia que el estado de las edificaciones es bastante peor de lo que puede parecer a simple vista.
El yeso del enfoscado se desconcha, las piedras se caen, la vegetación crece....
La escuela de La Santa (el piso superior con la ventana blanca encalada). En la planta baja estaba el ayuntamiento donde se reunían los vecinos a concejo. A la izquierda la casa de Esteban y Victorina.
Se observa como el edificio está edificado sobre la pura roca, como lo está prácticamente todo el pueblo.
Interior de la escuela. Don Ramón, un maestro catalán estuvo impartiendo enseñanza durante varios años aquí. Vivía en La Santa con su mujer Emilia y su hija María.
En las paredes encaladas de la escuela entre diversas pintadas anodinas aparece la firma de una mujer que estuvo impartiendo enseñanza en ésta escuela.
María Martínez
1ª maestra de la
escuela de La Santa
un beso para todos
los del pueblo
Calle de la escuela.
La misma calle en sentido inverso.
Calle de La Santa.
Las heridas que produce el olvido, el abandono, el expolio y los fenómenos meteorológicos.
Calle de La Santa.
Calle bajera. Aquí la vegetación no permite dar un paso.
Calle de La Santa.
La parte baja del pueblo (año 2007).
La parte baja del pueblo. Una vez más la roca que sirve de cimentación al pueblo bien presente.
La ermita de Santa Ana, situada a un kilómetro del pueblo. Recuperada, rehabilitada y mantenida gracias una vez más al excelente trabajo de los miembros de la Asociación sociocultural de la Hermandad de Santa Ana.
El edificio anexo situado a la izquierda no corresponde a la ermita, forma parte de las oficinas que tienen los miembros encargados del mantenimiento de la energía eólica de la zona.
Año 2016. Romería a Santa Ana. La gente se aglutina a la entrada de la ermita antes de empezar la misa.
Año 2016. Romería a Santa Ana. Los romeros de Hornillos y Zarzosa llegando a la ermita, portando la cruz procesional y los pendones
Año 2016. Romería a Santa Ana. Subasta de las ofrendas.
Año 2016. Romería a Santa Ana. Grupo de asistentes escuchando las explicaciones que da don Jesús Martínez Cañas (secretario de la Asociación) sobre los trabajos de rehabilitación de la iglesia de La Asunción de La Santa.