Cayendo suavemente en cascada por la ladera de un monte se sitúa este escondido y recóndito pueblo de Acrijos. Ubicado en lo más profundo de las Tierras Altas sorianas, allá donde la despoblación primero voluntaria y luego forzosa causó auténticos estragos hasta el punto de convertirse en la comarca más despoblada de la provincia de Soria. Hoy día por los desolados montes de la sierra de Alcarama dormitan entre pinos de dudosa repoblación más de una decena de pueblos a los que una política mal gestionada por parte de las administraciones empujó a convertirse en almas en pena a merced de un abandono y un silencio brutal.
En una curva del barranco de Zanzano unas 160 personas en 1950 daban vida a las cuarenta casas que formaban este bonito pueblo de Acrijos.
Se les conocía con el apodo de esteperos debido a la abundante cantidad de estepas que había en su termino.
Las ovejas y las cabras era su principal recurso en una tierra áspera y dura con inviernos muy crudos, donde en ocasiones se quedaban totalmente incomunicados durante más de quince días a causa de la nieve.
Trigo, cebada, lentejas y patatas era lo que principalmente producían en la agricultura.
Llevaban a moler el grano a los numerosos molinos que había en el curso del río Linares entre San Pedro Manrique y Vea.
La luz eléctrica fue la única infraestructura de renombre que llegó hasta los muros de Acrijos. este hecho acaeció en 1956, atrás quedaron los candiles de carburo y de aceite.
San Pedro Manrique y Cornago eran sus dos salidas naturales al mundo exterior. A San Pedro acudían en buen numero los lunes que era dia de mercado. Día de colectividad social de toda la comarca, donde se veían las gentes de todos los pueblos y se enteraban un poco de lo que iba pasando por el mundo. Llevaban cabritos, corderos, cerdos, cabras viejas, huevos, quesos a vender en el mercado y de paso se abastecían de los productos que necesitaran para consumo, útiles de labranza o ropa.
Hacia el pueblo riojano de Cornago iban a comprar vino. Algunos se desplazaban más lejos y alargaban el viaje hasta Fitero o Gravalos para lo cual empleaban el día entero. En algunas ocasiones también llevaban cabritos a vender a Cornago que luego eran transportados hasta Barcelona.
Aunque numerosos vendedores ambulantes se dejaban ver por el pueblo para ofrecer sus productos, como vendedores de aceite, frutas, verduras y telas que venían desde Igea y Cornago. El cacharrero de San Pedro Manrique aparecía de cuando en cuando por allí ofreciendo cantaros, botijos y todo tipo de vasijas.
Había una costumbre desde muy antiguo y es que cada año un vecino estaba obligado a tener una taberna en casa, más que nada para todo aquel forastero o gente del pueblo que quisiera echarse unos tragos de vino.
El maestro de Sarnago venía los domingos e instalaba un pequeño comercio en la planta baja de un edificio donde vendía pastas, anís y otros licores.
En los años más recientes fue Mario de San Pedro Manrique el que puso una tienda en Acrijos en casa de su tía Consuelo. Vendía un poco de todo, desde bebidas, comestibles a productos de limpieza.
San Sebastian era el patrón de Acrijos, al que celebraban fiesta el 20 de enero. Pero como quiera que caía en lo más severo del invierno, estas fiestas quedaban muy disminuidas y no se celebraba ni baile porque los músicos no podían llegar. Solo la misa y la procesión cuando se podía era lo que daba un poco de solemnidad al día.
La fiesta grande de Acrijos se celebraba en torno al 10 de septiembre. Una diana con los músicos y el volteo de campanas anunciaba el comienzo de las fiestas. La misa y la procesión con música marcaban los actos religiosos. En la comida se sacrificaba un cabrito, conejo o cordero para compartir con parientes venidos de fuera y allegados. Pero era el baile lo más concurrido de las fiestas, por la mañana, por la tarde y por la noche. Los Patos de Cornago (violín, guitarra, bombo y platillos) eran los encargados de hacer sonar la música para que bailaran las parejas en la plaza.
Todo el vecino pueblo de Fuentebella al completo acompañaba a los acrijeños en esos días tan señalados.
Los mozos tenían la costumbre de matar esos días una oveja machorra, la noche anterior se la corría por el pueblo con gran profusión de ruido debido a los numerosos cencerros que llevaba al cuello. Durante un día entero daban buena cuenta de la carne del animal, solo participaban los mozos varones y solteros que formaran parte de la cuadrilla.
El día de la Trinidad era muy celebrado también en Acrijos. Al igual que en San Pedro y en Sarnago existía la costumbre de las mondidas y el mozo de ramo que se fue perdiendo poco a poco en cuanto la gente joven comenzó a emigrar.
Se celebraba una misa y una procesión con el santo y la virgen del Rosario, se engalanaban algunas calles con altares y arcos engalanados. El baile por la tarde en una era completaba el día festivo.
El cura venía a oficiar misa desde Sarnago, llevaba también el pueblo de Fuentebella. Posteriormente fue don Livino el que oficiaba los actos religiosos y estableció su residencia en Acrijos. En los últimos años era el cura de Matasejún (don Alejandro) el que venía a dar misa dos veces al mes. Venía montado a caballo y se traía su propio monaguillo.
El médico venía cuando no había más remedio montado a caballo desde San Pedro Manrique, de allí también acudía el veterinario.
El cartero residía en Acrijos, iba por la mañana hasta San Pedro a por la correspondencia y por la tarde la llevaba a su pueblo y a Fuentebella.
El herrero venía periódicamente desde Cornago.
El juego de la calva en una era o la baraja acompañada de unos tragos de vino en la improvisada taberna solían ser los entretenimientos de los acrijeños.
Muchos jóvenes fueron emigrando en los años 50 buscando la mejor calidad de vida que se daba en las ciudades. Fue a partir de esa década y sobre todo la de los 60 cuando la emigración fue galopante debido además del auge de la ciudad, al aislamiento que padecían con malos caminos, la dureza del clima y la ausencia de servicios que no llegaban a Acrijos lo que hacía cada vez más difícil la vida en el pueblo, para colmo la política de repoblación forestal tan inadecuada que se llevó a cabo en toda la comarca de Tierras Altas empujó a los más remisos a ir marchando fuera. Les compraron sus fincas para la replantación de pinos por lo que ya tenían muy complicado salir a pastar con el ganado.
La emigración repartió a los acrijeños por muchas partes del país e incluso America, un buen numero se establecieron en Tudela, Alfaro, Logroño, Zaragoza, Barcelona o el País Vasco.
Pedro Hernandez y su sobrino Jose Luis Ortega fueron los últimos de Acrijos. Con ellos se acabó el ciclo de vida en el pueblo. Corría el año 1974.
A partir de entonces lo de siempre, pistas forestales que se abren donde nunca las hubo, expolio demoledor, olvido y silencio.
Visita realizada en mayo de 2014 en compañía de Blas Gonzalo.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Voy en buena compañía con el amigo Blas, soriano de nacimiento y riojano de adopción. Gran conocedor de todos los despoblados de Tierras Altas los cuales se ha pateado en diversas ocasiones. Después de visitar el pueblo de Fuentebella y dar cuenta del avituallamiento en la era de aquel pueblo, emprendemos la caminata hacía Acrijos. Después de media hora de caminar al coronar un altillo se abre ante nosotros una vista de postal: el pueblo de Acrijos a nuestros pies. La ocasión es para sentarse en una piedra durante veinte minutos y disfrutar ensimismado ante el paisaje. El pueblo se recuesta suavemente en la ladera del barranco, se domina todo el caserío por completo. Enseguida echo a faltar el elemento arquitectónico que llamaba la atención en la iglesia de este pueblo y que si estaba en la anterior visita que realice a este lugar en los años 90: el cristo que coronaba la espadaña. Son muchos años y los fenómenos atmosféricos habrán ganado la batalla al frágil equilibrio que lo mantenía.
No conseguimos encontrar el camino de bajada que nos hubiera llevado hasta el pueblo, el camino antaño bien transitado que utilizaban los de Fuentebella cuando venían hasta Acrijos. La falta de uso y la vegetación habrán terminado por borrarlo, así que nos toca dar un rodeo de casi ciento ochenta grados por las pistas que vienen de Sarnago para acercarnos hasta el pueblo.
La tarde es primaveral, amenaza con llover, pero se queda solo en unas gotas, temperatura agradable.
Una placa de azulejo ya muy desgastada por el tiempo anuncia el nombre del pueblo en la primera fachada, un letrero más moderno sujetado por dos finos troncos también con el nombre del pueblo no ha podido mantenerse erguido por lo que se encuentra apoyado en la pared. Ya desde el alto se veía el deterioro que estaba sufriendo este pueblo con la falta de muchos tejados y muros cayéndose, impresión que se confirma al empezar el paseo por el pueblo. Aun así hay todavía buenos ejemplares de viviendas en pie. Las casas me recuerdan en algunos casos a las del pueblo riojano de Garranzo por la similitud de la piedra. La parte alta esta intransitable por los escombros y la vegetación y es la parte baja por donde se puede pasear sin problemas. Enseguida se llega al transformador de la luz y tras un pequeño repecho se llega al rincón más bonito del pueblo: la plaza. Allí esta la escuela, la fuente y algunas viviendas por encima. El silencio es absoluto. Mientras que el amigo Blas se va a explorar un poco otros rincones del pueblo me siento en un poyete a contemplar en soledad la plaza y enseguida veo a los Patos de Cornago con sus instrumentos sentados junto a la fuente haciendo sonar la música, Las parejas jóvenes bailan agarrados en la explanada bajo la atenta mirada de los mayores que miran con nostalgia el tiempo que ya se pasó para ellos. Los chiquillos corretean inquietos de un lado para otro. La plaza esta en ebullición. La llegada de Blas me saca del ensimismamiento en que me encontraba sumergido. Ha intentado entrar en la iglesia pero es imposible, hacia allí me dirijo yo y doy fe de lo mismo, la vegetación lo hace impide, si se puede acceder al anexo cementerio. Dos cabras subidas en el muro de un corral son los únicos seres vivos que nos encontramos en nuestro deambular por el pueblo. Por esta parte ya esta difícil caminar. Saltando escombros y con algún arañazo de ortigas vamos llegando al punto de entrada del pueblo. Así se acaba la visita a este solitario pueblo de Acrijos. Empieza a lloviznar y toca salir del pueblo porque aún nos quedan tres kilómetros de caminar hasta donde tenemos el vehículo.
En un pliegue de la sierra de Alcarama se encuentra escondido el pueblo de Acrijos. El pino traidor domina el paisaje.
Acrijos. Mayo de 1998. Se aprecia con poca nitidez el cristo que coronaba la espadaña de la iglesia.
Llegando a Acrijos.
Entrada a Acrijos. Dos letreros anuncian el nombre del pueblo, los dos en su actual situación dan idea del desgaste que producen los años de soledad.
Rincón acrijeño.
La última casa que se cerró en Acrijos.
Calle de Acrijos.
La preciosa plaza mayor. Fuente y abrevadero. A la derecha cerrando espacio el muro de la escuela. La espadaña de la iglesia sobresale por encima de la vivienda.
Escuela de Acrijos. Construida en el año 1952, amplios ventanales para que entrara bien la luz. A la derecha la casa de la maestra.
Interior de la escuela.
Abrevadero, fuente y casa de la maestra (puerta azul).
La iglesia parroquial de San Sebastian.
Espadaña de la iglesia. La coronaba un cristo, que seguramente en algún día desapacible se vino abajo. Vanos sin campanas. Debajo había un reloj del que solo queda el letrero que lo acompañaba.
CUANDO DOY LAS HORAS
RECUERDA A TUS BIENHECHORES
HERMANOS JONAS Y
MAXIMO ORTEGA
Como la vegetación esta en su máximo apogeo en esta época del año se hace difícil caminar por algunos rincones.
Calle de Acrijos. Zarzas y ortigas hacen complicado el paso.
Aún se aprecian estupendas muestras de arquitectura popular.
Soledad y silencio por todos los rincones del pueblo.
La vegetación asfixiante pone cerco a la vivienda.
Muros a medio caer, edificios sin tejados, vanos sin ventanas, vegetación comiendo terreno. Camino de la desolación.