Todo el texto publicado a continuación son extractos extraídos de un magnifico y minucioso libro de Arnald Pluja i Canals : ¨Molinàs; els veinats oblidats del Cap de Creus¨.
A cuatro kilómetros de la costa y a 100 metros sobre el nivel del mar, en la comarca del Alt Ampordà, se sitúa la aldea de Molinàs, fundada en 1773. Enclavada en un suave brazo de tierra que desciende de la Sierra de la Balmeta, y flanqueada por dos rieras (la de Sant Miquel y la de Coma d´Infern) que justo un poco más abajo se juntan y forman la riera de Molinàs.
Trece viviendas componían el núcleo principal, contando además con diversas masías en los alrededores. Perteneciente al municipio de Colera (algunos años perteneció al de Port bou), sobrevivían con una economía puramente de subsistencia, donde los olivos eran su principal sustento, como también lo fueron las viñas, hasta que la filoxera fue acabando con ellas. La ganadería se repartía entre cabras, ovejas y vacas. La carne de los animales se vendían a carniceros de Llança, Port bou y Figueres, así como la leche se llevaba a vender a Llança y Port bou. En este último pueblo había mucha demanda de estos productos debido a que la construcción de la estación internacional de ferrocarril que allí se estaba construyendo hizo aumentar considerablemente el nivel de habitantes de esta pequeña villa fronteriza. Como también se llevaba miel a vender a Port bou, producto que fabricaban muchas familias de Molinàs en las colmenas, a la vez que se servían de ella para uso familiar, sacaban un dinero extra con su venta.
Los barbos y las anguilas que les suministraba las rieras también acababan en las cocinas molinencas como un aporte extra a la gastronomía.
Solamente tres meses en toda su historia tuvieron escuela en Molinàs, ¡y fue en 1891!. Debido a una petición que se hizo al ayuntamiento de Port bou, para que los niños no tuvieran que desplazarse a otro pueblo, este concedió una subvención de cuatrocientas pesetas anuales para el sueldo de maestro. Dotación económica que pronto retiraron para destinarlo a otros gastos, por lo que los niños en edad escolar tuvieron que hacer lo que habían hecho siempre: andar los cuatro kilómetros diarios que les separaban de la escuela de Colera.
Durante la guerra civil, varias familias de Colera se refugiaron en Molinàs para huir de los bombardeos sobre el puente del ferrocarril que había en aquel pueblo, para intentar cortar la comunicación con Francia. Esto supuso que durante esos años Molinàs aumentó sustancialmente su población.
Debido a su cercanía con Francia (a poco más de un kilómetro) en el siglo XIX se construyó a unos cuatrocientos metros una casa cuartel de carabineros para vigilar el paso fronterizo y evitar el contrabando. Era conocido popularmente por los habitantes de Molinàs como ¨la Casilla¨. Durante la guerra civil sirvió de refugio a varias familias colerenses que huían de los bombardeos que había en su pueblo. Después de la guerra se instaló allí primero un destacamento de soldados del regimiento de zapadores, que no tuvieron una buena relación con los vecinos y que dejaron el cuartel en un estado lastimoso con destrozo de inmobiliario, todo cambió cuando fue designado alli un destacamento de la guardia civil para impedir el paso de los republicanos que huían hacia Francia, así como detener a los maquis que entraban desde el país vecino por aquella zona, lo mismo que durante la Segunda Guerra Mundial intentaban impedir el paso de los europeos que iban huyendo de los nazis.
Debido al mal estado de la casilla, varios guardias se tuvieron que instalar en algunas casas del pueblo que estaban vacías.
El destino aquí de estos guardias civiles que procedían de toda España hizo que se produjeran varios noviazgos y posterior casamientos con chicas de Molinàs y expandiera un poco las relaciones afectivas de las jóvenes molinencas que siempre se habían emparentado con chicos de Molinàs, de Colera y Port bou.
El estado actual de la casilla es de ruina absoluta y solo queda algún muro que apenas sobresale de la tierra.
En los primeros años del siglo XX celebraban la festa major en verano.
Como curiosidad anotar que cada vivienda tuvo que poner un azulejo de cerámica en la fachada con el numero correspondiente a cada una. Hecho que costó una peseta por casa.
Como cualquier lugar aislado y mal comunicado tenían sus creencias y supersticiones, así durante el siglo XIX y primeros años del XX se tenia mucha fe en la medicina casera y había la costumbre de bendecir las casas por medio del capellan, así como poner flores y amuletos en las puertas y balcones para ahuyentar los malos espiritus.
En 1945 vivían seis familias en Molinàs con un total de 23 habitantes.
Dos son las fechas que pasaran a la historia negra de Molinàs.
La primera fue el 20 de septiembre de 1920 cuando un impresionante aguacero provoca los desbordamientos de las rieras a su paso por el pueblo, superando el nivel de las casas, dos de ellas quedaron derrumbadas, lo mismo que otros edificios auxiliares, provocando además la muerte de una niña de catorce años que fue arrastrada por el agua, así como el destrozo de todas las huertas y viñas que había en las inmediaciones de la riera. Fue una catástrofe de gran magnitud que dejo a Molinàs sumida en la ruina y la miseria.
La segunda fecha marcada en negro en el calendario de Molinàs fue en febrero de 1956, cuando la entrada de un aire polar hizo descender la temperatura hasta -10º , lo que trajo una helada considerable que afectó a verduras y naranjos, pero sobre todo a los olivos, cuya madera y corteza fue recubierta de una capa de hielo que provocó la muerte del árbol. Como casi todos los olivos se perdieron y debido a que este era el principal recurso de los habitantes de Molinàs, supuso un golpe definitivo para el futuro de los que quedaban.
Si a estos hechos tan trágicos se les une la ausencia de una carretera, de escuela, de luz y agua en las casas se puede comprender la marcha de los vecinos de Molinàs, primero fueron los más jóvenes, empezaron a ir a trabajar a la vendimia en el Roselló francés, acudiendo más tarde toda la familia y donde obtenían buenos ingresos. Algunos ya se instalaron para siempre en territorio francés y otros con las ganancias obtenidas y ya viendo el final de Molinàs compraron una casa en Colera o Port bou.
Solo dos familias optaron por seguir manteniendo la tradición de
l´hereu (hijo mayor que heredaba la casa y todas las tierras) y fueron los que mejor aguantaron hasta el final, las demás casas a la hora de la herencia tenían que repartir entre varios hijos unas tierras ya de por si minúsculas por lo que no podían seguir viviendo del campo y optaron por emigrar.
La emigración repartió a los molinencs por los pueblos de Colera, Port bou, Llança y el Port de la Selva y por los pueblos franceses de Cervere y Banyuls-sur-Mer.
Hasta el año 1970 hubo vida diaria en la aldea por medio de la familia de Can Sala. Fueron los últimos de Molinás el matrimonio formado por Miquel Sala y Pilar Luque con sus tres hijos, Pilar, Isabel i Miquel, que acabaron instalandose en Colera y desde aquí subía diariamente el cabeza de familia a atender un rebaño de cabras y los huertos.
Como también subía diariamente desde Colera Fernanda Soler Ros, personaje emblemático en los últimos años de la historia más reciente de Molinàs, natural de Colera pero casada con un molinenc, tras enviudar tempranamente volvió a fijar su residencia en Colera y desde allí acudía todos los días andando a atender la casa (Casa Padrosa), así como los huertos y las colmenas, solo su edad octogenaria le impidió seguir realizando su cometido diario, aun así seguía haciendo alguna escapadita.
Otra mujer para la historia de Molinàs seria Llúcia Corominas Duran como la persona más longeva de todos cuantos allí nacieron. Vino al mundo en 1903 y vivió 101 años.
Como personaje pintoresco en la historia de Molinàs fue Stuart Wilson, americano de Nueva York. Todo empezó con la amistad que forjó con la bailadora Carmen Amaya y su mujer Antonio Agüero cuando estos hacían giras por America. El mencionado Antonio le enseño y le transmitió la belleza mística y paisajistica del lugar, idóneo para alejarse del bullicio de la ciudad en temporadas veraniegas, y acabó comprando Can Ros en Molinàs a últimos de los 60, adquiriendo más tarde Can Buxeda. Aunque lo cogió con muchas ganas, la distancia entre su lugar de origen y su lugar platónico acabó por alargar las visitas a Molinàs, hasta que acabó por olvidarse de su retiro espiritual y terminó vendiendo las propiedades a unos descendientes de Molinàs.
Llegando a Molinàs
Carrer Democràcia o de Dalt
Carrer de Aroles o de baix
Can Buxeda en primer plano y Can Padrosa detrás
Can Sala, la última vivienda que se cerró en Molinàs
Can Suñer
Can Padrosa
Carrer Democràcia o de Dalt
La font de Molinàs
Molino harinero. En el siglo XX ya no ejercía como tal, debido a que había desaparecido el trigo que antiguamente ocupaba buena parte de los cultivos de Molinàs. La riada de 1920 dejo completamente anegado de tierra y escombros el canal y la balsa, así como el interior del molino. Casi irreconocible, hundido el techo, imposible acceder al interior, para siempre quedaran sepultados la muela, el árbol y el rodete entre otra maquinaria
Mas del Moliner. La vivienda del molinero y su familia. Cuando se acabó el funcionamiento del molino, la vivienda fue pasando a manos de diversas familias que la iban arrendando, hasta que acabó en poder de la familia de Can Sala que la utilizaba como corral para las cabras
A trescientos metros de Molinàs se encuentran las ruinas del Mas Calsina, tambien llamado Mas Faixó. Fue una buena vivienda que tenia horno de pan, prensa de olivas, una era, una construcción anexa, un cercado para los animales y dos huertos. A principios de siglo XX, su fachada ostentaba un curioso rotulo : ¨El Rancho Grande¨. Actualmente es propiedad de la Generalitat de Catalunya