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Channel: Los pueblos deshabitados
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Santa Cecilia (La Rioja)

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En una terraza sobre el barranco de Santa Engracia se asienta este pueblo riojano de Santa Cecilia, perteneciente al municipio de Santa Engracia del Jubera.
Una quincena de casas dieron vida a la población en los últimos años antes de quedarse deshabitado.

"Recuerdo que mi madre siempre hacía referencia a veintiocho casas abiertas cuando ella se casó. Eso fue en 1958. Yo no recuerdo tantas, pero sé que ese año 1958, Ciriaco Sáenz (hermano de mi abuelo) emigró a Argentina con su esposa y sus hijos. También emigró a aquel país una tía mía casada por poderes, en el viaje iba con unos familiares de Zenzano.
Al pueblo venía de veraneo una familia de Madrid que tenían aquí sus raices (las madrileñas) y también veraneaba otra familia que venía desde Logroño (las Vigueras)".
BEGOÑA SÁENZ.


A las gentes de Santa Cecilia se les conocía con el apodo de "alevosos".
Nunca llegó la luz eléctrica al pueblo. Los candiles de aceite y los de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a cinco minutos del pueblo.
El invierno era muy riguroso por estas latitudes.
"Los inviernos eran largos, oscuros y muy fríos. Recuerdo estar muchas horas en el banco de la cocina con la lumbre encendida y el candil de aceite porque el de carburo lo solían llevar al corral para amamantar a los cabritos o poner comida a las vacas. Me pasaba el tiempo haciendo los deberes o leyendo. Entonces nevaba mucho, había mucho hielo, carámbanos en las tejas y mucho frío. No teníamos ropa muy adecuada, más bien jersey sobre jersey y los hombres con tapa-bocas y la manta de pastor. Las mujeres pañuelo en la cabeza. Se calentaban las camas con calienta- camas o con las bolsas de agua caliente". BEGOÑA SÁENZ.

Tenían leña de roble para calentar la lumbre de los hogares.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.

"Recuerdo a mi madre y a mi abuela haciendo pan. Hogazas que guardaban en una artesa tapadas con un trapo blanco. Aquel pan no se ponía duro. Merendábamos rebanadas con manteca y azúcar, con miel, con vino y azúcar (mi abuela me decía: sopa en vino no emborracha pero alegra a la muchacha), también con chorizo, salchichón, jamón..." BEGOÑA SÁENZ.

Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de trigo, cebada y algo de centeno. También tenían viñas en la parte baja del pueblo con el cual elaboraban vino casero para consumo en los lagares que tenían. Iban a moler el grano al molino de Santa Engracia.
La ganadería se repartía entre ovejas, cabras y vacas. Venían tratantes de Terroba (Jesús y otro que le apodaban el Zorro) a comprar los corderos.
Era costumbre matar un cerdo al año en cada casa.

Bahún
Barranco Las Dueñas
Camino de Bucesta
Camino de Santa Engracia
El Cabezo
El Reajo
Fuente de Carucho
Fuente Frolla
La Mezquita
La Mingoleza
La Olla
La Plana
La Recayada
Rio La Rueda
Valdarria
Santa Marina

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Santa Cecilia que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Hubo cura residente en el pueblo hasta los años cuarenta. Don Jesús fue el último que lo hizo. Posteriormente venían desde Santa Engracia del Jubera. El mismo don Jesús y otros posteriormente como don Florencio o don Francisco que ya fueron los últimos. Subían solamente a oficiar misa el día de la fiesta y en alguna celebración especial.

"Mi padre contaba que un cura quiso ponerle una multa por trabajar en domingo. Mis abuelos pagaban la bula para poder comer carne en Cuaresma y no sé si también para poder trabajar los domingos. Recuerdo ver las bulas guardadas en un cajón". BEGOÑA SÁENZ.

El médico también venía desde la cabecera municipal cuando se le requería. Don Celestino estuvo realizando tal cometido durante años.
Asimismo desde Santa Engracia se desplazaba Ángel, el cartero, montado a caballo a repartir la correspondencia.

Para hacer compras de productos de primera necesidad que no había en el pueblo se desplazaban a Santa Engracia, Lagunilla o Ribafrecha. En tiempos más antiguos funcionaba el trueque donde los "alevosos" ofrecían leña, queso de cabra o huevos a cambios de productos básicos que no había en Santa Cecilia.

Celebraban sus fiestas patronales el 22 de noviembre en honor a Santa Cecilia. Duraban dos días. Se hacía misa y procesión. Venían familiares y allegados de Zenzano, San Martín y Bucesta. Era costumbre comer cabrito esos días en las casas. También pollo, conejo, garbanzos, queso de cabra, flan o natillas. El baile se hacía en una era y estaba amenizado por Cucala, acordeonista de la villa de Ocón.
A primeros de septiembre también tenían otro día festivo en honor a Santa Barbara.
El 20 de julio hacían romería a la ermita de Santa Marina, situada a dos kilómetros del pueblo.

"Yo no recuerdo nunca de ir a la ermita para la fiesta, bien es verdad que mis padres me mandaban en los veranos al pueblo de Santa Marina donde vivía mi abuela". BEGOÑA SÁENZ.

El domingo de la Trinidad participaban de la romería colectiva que se hacia a la ermita de San Juan de Agriones en el término municipal de Bucesta. Acudía gente de todos los pueblos de alrededor. Un día pleno de ebullición de gentes que venían desde los cuatro puntos cardinales. Misa, procesión, comida campestre y baile eran los actos festivos. Por la tarde vuelta cada uno para su pueblo.

Había frontón junto a la iglesia en el que los jóvenes practicaban el juego pelota. Los hombres se juntaban en alguna bodega a beber vino en porrón o en la bota.

"Los niños jugábamos al escondite, al pillar, a las tabas, al calderón pintando en el suelo del frontón que era de cemento muy suave, a hacer figuras con los pegotes, a coleccionar las asas de los botijos y los cántaros que se rompían, a la comba, a buscar unas flores que llamábamos abejitas (eran orquídeas silvestres).
"Yo tenía una muñeca de trapo y con los asas de los cantaros que se rompían jugaba a que eran cerdos y les hacía pocilgas. Tenía una amiga que se llamaba Rosa Marí, que era un año mayor que yo. Había más niños que niñas".
BEGOÑA SÁENZ".


La vida transcurría de manera muy austera, los años pasaban y el futuro no era muy halagüeño. 
"A pesar de la precariedad que había yo puedo decir que tuve una infancia muy feliz. Me sentía muy querida por todos, era como una niña mimada, el centro de atracción por padres, abuelos y tíos. Acompañaba a mi abuelo al río La Rueda y le observaba como cogía loinas a mano. Estos peces se escondían entre los huecos de las piedras pero él tenía mucha habilidad para atraparlos. También iba con él a coger cerezas. Otras veces iba con mi padre a dar de beber a las caballerías, o iba con mi madre hasta el río cuando tenía que ir a lavar. Llevaba la comida a mi padre y a mi tío cuando estaban trabajando en el campo. Mis tíos me traían dulces y galletas cuando iban a Lagunilla, Munilla o a Logroño. Las "madrileñas" me mandaron un año por Navidad una caja con cuentos y unos cacharros de cocina en miniatura. Y también mi tío Carlos traía desde Bilbao por esas fechas una caja de bombones y unas sardinas de chocolate. Los Reyes Magos tampoco se olvidaban de mi y aunque fuera algo sencillo siempre dejaban algo, podía ser unas galletas o una naranja. Y por supuesto que estoy eternamente agradecida de tener los padres que tuve. Gracias a ellos pude estudiar y labrarme un futuro muy diferente del que hubiera tenido si hubiéramos seguido en el pueblo". BEGOÑA SÁENZ.

La década de los 60 fue la puntilla para el devenir de Santa Cecilia. El pueblo agonizaba demográficamente y la suerte estaba echada.

"La marcha de Celedonio, con su mujer Julia y sus tres hijos ya fue el principio del fin. A partir de esa fecha (1967) ya solo quedaron cuatro casas abiertas en el pueblo: la de Beta y Lucia, la de los hijos del tío Julio (tres hermanos solteros), la de mis padres y la de mis abuelos. Dieciséis personas en total. Llegados al año 69 ya solo se quedó una casa abierta: la de Emiliano (Beta) y Lucia con sus hijos". BEGOÑA SÁENZ.

Esta familia son los que han mantenido a Santa Cecilia con un soplo de vida hasta la actualidad. Dedicados al mundo ganadero, vivieron muchos años en solitario en el pueblo, el cual alternaban con la casa que tenían en Santa Engracia. Si bien a día de hoy ya no viven en Santa Cecilia, la actividad ganadera la mantienen.
La gran mayoría de vecinos fueron marchando a Logroño (para no volver) en busca de un mejor futuro y calidad de vida.

"Era una economía de subsistencia, la vida era muy dura allí, el campo ya no daba más de si, no se podía trabajar con maquinaría agrícola, se dejó abandonados a su suerte a los pocos habitantes que quedaron: sin agua corriente, había que ir a la fuente con los cántaros, las mujeres a lavar al río con el balde de zinc en la cabeza, rompiendo el hielo del pozo en invierno, sin sanitarios en las casas ,íbamos al corral. Sin luz, con el candil de aceite o de carburo, no había carretera ni un camino aceptable para vehículos que hubiera mejorado el transporte de las gentes a Santa Engracia.
El hecho de que cerraran la escuela por falta de niños, fue un punto de inflexión". BEGOÑA SÁENZ.


El obispado vació la iglesia de los objetos de valor, se llevaron las campanas. Y ante tal situación optaron por vender el templo a los ganaderos. No faltó tampoco el cruel y bochornoso expolio en el que anticuarios, chatarreros y amigos de lo ajeno entraban en las casas desvalijando todo lo que pudiera ser de su interés.

Informante: Begoña Saénz, antigua vecina de Santa Cecilia (Conversación personal mantenida por vía telefónica y por whattsap).

Visitas realizadas en marzo de 1995 y en mayo de 2024.

Punto y aparte. Una escueta conversación con Lucia a la puerta de su casa y una aparición fortuita de una víbora que salió de manera repentina de entre unos zarzales y a la que a punto estuve de pisar de manera inconsciente son los únicos recuerdos que conservo en la memoria de mi primera y única visita a este pueblo con sonoro nombre de santa ubicado en las primeras estribaciones de la sierra juberana. Aquel día hice la visita conjunta a este pueblo con la que realicé a Zenzano. Mientras que de este pueblo si conservé alguna fotografía de aquellos años, no las tuve de Santa Cecilia. Si recuerdo que el pueblo ya estaba convertido en granja ganadera, en un tono más acusado que el que presenta a día de hoy. Algunas calles no se podía transitar por estar valladas, en otros rincones del pueblo la confluencia de animales estaba bien presente. Me llamó la atención ver su iglesia convertida en corral de ganado. No guardé un buen recuerdo de la situación en la que se había convertido su entramado urbano pero si me acuerdo que me gustó el tipo de arquitectura que vi.
Casi treinta años después hago mi segunda visita a Santa Cecilia. Ha mejorado mucho el acceso para llegar (asfalto donde antes no lo había). Antes de llegar ya voy viendo el pueblo y veo que poco ha cambiado en su configuración. Impresión que se acrecienta cuando llego hasta sus muros. Se han venido abajo algunas edificaciones de la parte alta, otras han perdido el tejado y la huella ganadera sigue presente aunque quizá ya sin la frenética actividad de antaño. Está todo como muy apagado. Restos de ensamblaje ganadero por esta parte del pueblo y alguna calle "alfombrada" de estiércol afean un poco los bonitos rincones y calles que por aquí se dan. Enseguida me olvido de mirar al suelo y me centró en contemplar las bonitas muestras de arquitectura popular que todavía se ven aunque ya muy mermadas por el "reuma" que las corroe. Desde siempre me ha gustado mucho el muestrario de arquitectura serrana que se da en los despoblados de La Rioja y Santa Cecilia no es una excepción. Me voy hacia la parte de la iglesia. El interior del templo muestra sacos de pienso en desuso y paja seca por el suelo. Cuesta imaginar como era el interior del recinto religioso cuando funcionaba como tal. Si no es por diversos adornos ornamentales en las paredes y los huecos donde se alojaba alguna capilla lateral podría pasar por una nave sin más. Pero lo que si delata el pasado que tuvo como templo es su vistosa portada exterior. Continuo transitando por el pueblo y enseguida veo el pequeño espacio que hacia las veces de plaza. Por aquí es donde se encuentran las viviendas mejor conservadas. Entre ellas la de Beta y Lucia. Rememoro aquella trivial conversación que tuve con la moradora de la casa años atrás. Ella en el quicio de la puerta y yo a unos pasos. Recuerdo que le extrañó mi presencia allí en unos años en que casi nadie iba a visitar estas poblaciones carcomidas por el olvido y el abandono. Y más cara de asombro puso cuando le dije que había venido desde Madrid y aun le sorprendió más cuando la comenté que ya había visitado El Collado, Bucesta, Zenzano, San Martín...Ya, ya veo fue su contestación. Seguramente luego lo comentaría con el marido y el hijo: ha venido por aquí esta mañana un tío un poco raro que dice que le gusta visitar pueblos deshabitados. Ahora ya no hay nadie que abra la puerta y salga a mi encuentro. Ni un perro que me ladre. El silencio es total. Bajo por la calle principal hasta el final. Observo el pequeño edificio escolar. Mirándola por la parte de atrás es preciosa, con esas dos ventanas en el hastial que miran como si fueran ojos el paisaje circundante. Desde aquí contemplo el pequeño valle que forma el barranco. Visualizo la arruinada ermita de Santa Marina (a la que luego bajaré). Oigo ruido de cencerros, un grupo de vacas se acercan por la parte baja. Enseguida advierten de mi presencia y se me quedan mirando como solamente ellas saben hacer, contemplándome un rato con sus grandes caras y sin pestañear. Se quedan unos instantes inmóviles pero pronto siguen su rumbo y se pierden por terreno alto.
Dedico unos minutos a ver la panorámica de Santa Cecilia. Me encanta esta imagen. Estampa muy fotogénica. No paro de captar imágenes. Y pienso en que treinta años atrás solo hice una fotografía del pueblo y no fue precisamente desde esta ubicación. ¡¡Si hubieran llegado antes las cámaras digitales!!
Vuelvo otra vez para el pueblo, la otra calle que contornea las casas está tomada por la vegetación así que no se puede pasar por ella. Tengo que volver a adentrarme en las entrañas del lugar por la misma calle que bajé antes. No me importa porque es una calle muy bonita. Vuelvo a ver las casas cerradas y otras que pese a estar en ruinas se mantienen todavía airosamente en pie. Desemboco nuevamente en la parte alta. Voy a coger el camino que me llevaría hasta Santa Engracia. Quiero visitar la ermita de Santa Marina. Entre nombres de santas queda todo. Antes paso por un pequeño pero precioso puente que permite salvar el cauce del barranco. Unos metros por encima observo una edificación en ruinas que no logro saber lo que es (más tarde me enteraré de que era un colmenar). Llaneando llego hasta los aledaños de la ermita. Su interior carente de tejado está en estado ruinoso. Desde lejos podría pasar por un corral. Solo al entrar a su interior te das cuenta de que fue un lugar de culto. Me encanta contemplar desde aquí la ubicación del pueblo de Santa Cecilia ubicado en una "azotea" del terreno. Vuelvo sobre mis pasos y en pocos minutos estoy otra vez en la parte de arriba del pueblo, en las eras. Me queda visitar la fuente del pueblo, a pesar de las indicaciones que llevo no doy con ella. Cojo un par de senderos que me podrían llevar a ella pero a los pocos metros la vegetación hace imposible caminar por ellos, así que desisto. Han pasado tres horas desde que llegué de buena mañana hasta el pueblo y ya toca marchar. No he visto a nadie en todo este tiempo. He disfrutado Santa Cecilia para mi solo. Me voy con buenas sensaciones, si bien la situación de pueblo- granja no es la más idónea para el visitante pero si te consigues abstraer de ello y contemplar la belleza de sus ruinas e imaginar lo pintoresco que un día tuvo que ser verás Santa Cecilia con buenos ojos. En mi caso lo he conseguido.


Foto cedida por Begoña Sáenz.

Santa Cecilia en 1965. Todavía respiraba vida. Las edificaciones enteras, profusión de tejados a la vista, incluso se observa en la parte alta la iglesia con la torre- campanario todavía presente.



Foto cedida por Begoña Sáenz.

Santa Cecilia en los años 90. Un grupo de personas contemplando desde una era lo que queda de su pueblo. Las edificaciones todavía aguantaban bien el paso de los años en su gran mayoría. La iglesia ya había dejado de ser templo religioso y no conservaba la torre.



Vista de Santa Cecilia en su ubicación en alto cuando se accede por el camino de Santa Engracia.



Puente del Reajo que permitía salvar el cauce del barranco del mismo nombre. Conformado por un solo arco apuntado esta hecho de lajas de piedra caliza y mampostería irregular. En la parte superior a la derecha los restos de un colmenar. Era propiedad de Víctor y Candelas.



Llegando a Santa Cecilia.




La parte alta del pueblo.




La casa de la tía Paulina. Era viuda y no tuvo hijos. Se marchó a Bilbao pero volvía en verano a su casa en el pueblo.
"En el callejón que está junto a la casa había una tapia con una puerta y dentro un huerto con ciruelos. ¡¡La de veces que habré saltado esa tapia para coger ciruelas!! BEGOÑA SÁENZ.



En la misma calle y enfrente de la casa de la tía Paulina se encontraba la casa de "Las Vigueras". Ellas eran dos señoras mayores (Tina y Satur) que vivían en Logroño y venían al pueblo en verano. Las acompañaban sus sobrinas Carmencita y Tere que estaban solteras, además de Jacinta, casada con Valeriano Sáenz.



La casa del tío Jerónimo. Se fueron pronto a Logroño.



Fachada trasera de la casa del tío Jerónimo (izquierda) haciendo ángulo con la casa de Las Vigueras (derecha)



La iglesia parroquial de Santa Cecilia.




Interior de la iglesia. Reconvertida en nave ganadera.



Foto cedida por Begoña Sáenz.

Retablo de la iglesia. Del siglo XVI.




Foto cedida por Begoña Sáenz.

Procesión. Año sin determinar.




La plaza de Santa Cecilia.




La calle de Arriba. A la derecha queda la casa de Emiliano (Beta) y Lucia. Tuvieron tres hijos: Joaquín, Fernando y Carlos. Fue la última que se cerró en el pueblo. Se bajaron a Santa Engracia. Unos metros más abajo en el lado izquierdo queda la casa de Cele y Julia. Tuvieron tres hijos. Se marcharon a Logroño.



Otra vista de la plaza. A la izquierda la casa de Beta y Lucia. De frente la casa de Julio Heredia. Era viudo y vivía con sus tres hijos: Emiliano, Felisa y Moisés.



Foto cedida por Begoña Sáenz.

La casa de Felipe Sáenz y Victoria Barrio. Tuvieron dos hijas: Begoña y Cecilia. Emigraron a Logroño.
"Era la casa antigua de mis abuelos. Mis padres se vinieron a vivir a ella cuando se casaron.
Nos bajamos a Logroño primero mi madre, mi hermana y yo, y luego a los dos años bajó mi padre.
Mi padre siempre decía que no quería verme con los pies sucios como le había tocado ver a mi madre muchas veces.
A mi ya me tocaba ir a la escuela hogar de Ortigosa y mis padres no quisieron, prefirieron que nos marcháramos todos a Logroño.
Mi padre llevó mal el cambio del pueblo a la ciudad. Tenía añoranza por todo lo que dejó atrás y lo que había sido su vida hasta entonces. Subía a menudo con alguno de sus hermanos, "a dar una vuelta". Mi madre se acostumbró bien al cambio. Dejó atrás una vida muy sacrificada con el campo a una vida más cómoda en la ciudad donde tenía de todo: luz, agua, lavadora, frigorífico, etc" BEGOÑA SÁENZ.





La casa de José Sáenz y Victoria Pérez (natural de San Martín de Jubera). Tuvieron seis hijos: José, Felipe, Carlos, Consuelo, Benjamín y Teresa.
José y Benjamín estaban solteros y aguantaron con los padres hasta lo último. Se fueron a Logroño.
"Mi abuela salía por la tarde a coser en el poyo y escuchaba una radio novela en el transistor. Yo me entretenía por allí jugando cerca de ella. Siempre ponía un caramelo de leche debajo del aparato y cuando se metía para casa a guardar la radio, allí estaba el caramelo que aparecía como por arte de magia para que yo lo cogiera". BEGOÑA SÁENZ.



La escuela de Santa Cecilia a la que se accedía por la rampa. La pared adyacente (pintada de naranja) era la casa de Víctor y Candelas pero vivían en Ribafrecha, por ello vivía aquí la maestra. Se llamaba doña Josefa Llorente, era de Logroño.
"En la escuela estábamos dos hijos de Emilio (Beta) y Lucia, tres hijos de Quico y Angela, dos chicos que bajaban de Bucesta (Agustín y Manolo) y yo. El aula se cerró en el curso 67/68. Yo tenía 8 años cuando cerraron la escuela, a partir de entonces nos tocaba asistir a la de Santa Engracia. Lo hacíamos dos hijos de Quico, un hijo de Beta y yo. Al año siguiente bajaba yo sola. Me desplazaba con un burrito de mi abuelo y lo dejaba en casa del tío Ángel (el alcalde viejo le decían).
Comía en casa de Basilio y Claudia en la cocina, la comida la ponía mi madre. Ellos tenían la tienda en la plaza. Basilio era el panadero y me hacía un bollito todos los días. Volvía cada día a casa por la tarde, si amenazaba tormenta, la maestra (Pilar Asensio), nos dejaba salir un poco antes. Si necesitábamos guarecernos nos resguardábamos en los corrales de la Fuentecilla. Recuerdo ir con un impermeable amarillo y botas de agua, con agua, con nieve, con mucho barro... En primavera me entretenía contando las huellas de culebras que había en el polvo del camino. Me gustaban mucho las mariposas". BEGOÑA SÁENZ.




Fachada trasera de la escuela. La planta baja era el salón de baile.
"Al entrar, de frente estaban dos ventanas y bajo ella la mesa de la maestra, un crucifijo y el retrato de José Antonio.
A la derecha un mueble con libros dentro, había también una bola del mundo.
En el centro había cuatro pupitres pequeños y cuatro grandes.
Había también un cuarto pequeño donde se guardaba la leña y la leche en polvo.
Había un vasal en la pared donde en el mes de mayo se ponían flores junto a una imagen de la virgen.
El suelo era de tarima.
En el medio estaba la estufa. Hacía mucho frio en invierno en el interior, me salían sabañones. Me llevaba una lata redonda con ascuas en su interior para calentarme los pies.
Cuando nevaba los niños cogíamos nieve en un cuenco rojo, y la maestra nos hacía leche con esa que venia en polvo, la de los americanos.
La maestra me enseñó a hacer vainica junto a la ventana, donde había mejor luz" BEGOÑA SÁENZ.




Calle de Abajo. Fachadas traseras de diversas casas que daban a esta calle. En primer plano y de frente a las demás, dos casas juntas que ya perdieron el tejado. A la derecha la casa de Félix Sáenz y a la izquierda la casa de "Las Madrileñas", ellas eran dos hermanas cuya familia había emigrado a Madrid. Se llamaban Milagros y Magdalena. La primera estaba casada con don Cástulo que era militar y la segunda estaba soltera.
"Era todo un acontecimiento cuando venían las "madrileñas", se notaba la distinción en la clase que portaban, la manera de hablar, los perfumes, la ropa que usaban, llevaban sombrilla. Venían en verano. Iban a pasear por las tardes y hablaban muy educadamente con las gentes del pueblo". BEGOÑA SÁENZ.



Foto cedida por José Ángel León.

La fuente de Santa Cecilia.




Era de trillar.




Cementerio.




Vista del barranco de Santa Engracia. En el medio de la imagen la ermita de Santa Marina.

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