A 1230 metros de altitud y a 12 km. de distancia de su cabecera municipal (Arcos de las Salinas), se situaba este pueblo de Las Dueñas casi fronterizo con la comarca valenciana del Rincón de Ademuz.
Ubicado en una vaguada junto a la rambla de Las Dueñas, fue un pueblo de buen tamaño, con algo más de cincuenta casas y doscientos habitantes en su núcleo urbano. Era la mayor de las pedanías arqueñas pero también la más aislada y de más difícil acceso, uno de los principales motivos de su paulatina despoblación.
Padecían unos inviernos largos y rigurosos, con diversas nevadas cada año. Contaban con abundante leña de carrasca, enebro y pino con la que calentar la lumbre de las cocinas y combatir mejor los frios de esa época.
Nunca llegó la luz eléctrica al pueblo, los candiles y los carbureros fueron sus fuentes de iluminación.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de todo tipo de cereal pero principalmente trigo.
Iban a moler el grano a los diversos molinos que había en Arcos, pero con más frecuencia al de Gonzalo.
Había un horno comunitario en el pueblo y se solía hacer pan dos veces por semana.
También tenían algunas viñas y elaboraban vino para consumo casero.
Las ovejas en mayor número y las cabras en menor cantidad componían el volumen ganadero de Las Dueñas.
Venían periódicamente tratantes de Chelva y de Aras a comprar los corderos.
Iban a Arcos a abastecerse de productos de primera necesidad que no tenían en el pueblo como podía ser aceite, azúcar, sal, arroz... y de paso llevaban a vender huevos, pollos y conejos.
Algunos vendedores ambulantes aparecían por el pueblo como eran el "chavero" que venía desde el pueblo valenciano de Chelva vendiendo telas u otro comerciante que venía desde Losilla vendiendo productos alimenticios.
Para las cosas de forja tenían que ir al herrero de Arcos.
Había escuela mixta en el pueblo. Durante años estuvo ejerciendo como maestra doña Manuela Vicente Pérez (doña Manolita). Vivía en la casa de la maestra. Alrededor de una quincena de niños asistían a clase a últimos de los cuarenta y primeros de los cincuenta.
Celebraban sus fiesta patronales los días 15 y 16 de agosto en honor a la Virgen y a San Roque. También se celebraba fiesta el 19 de marzo para San José.
Se hacía misa y procesión. El baile por la tarde en una era y por la noche en el salón de baile. La música era amenizada por Abel, acordeonista del pueblo valenciano de Losilla.
La juventud de Hoya de la Carrasca acudía en buen número a participar de las fiestas.
De Arcos de las Salinas venía don Joaquín el cura montado en un macho a oficiar los actos religiosos. Solo lo hacía con ocasión de las fiestas y alguna celebración especial.
El médico residía en Arcos y en casos de enfermedad grave había que ir con un macho hasta el pueblo para traerlo a visitar al enfermo y volverlo a llevar a su lugar de residencia.
El tío Fulgencio era el cartero, el cual venía desde Arcos dos veces a la semana.
En los pocos ratos libres que había la gente se entretenía jugando a las cartas, echando unos tragos de vino en alguna improvisada taberna, jugando a la pelota en la pared de la casa del cura o cortejando los chicos a las chicas cuando estas iban a por agua a la fuente. Para los niños quedaban los juegos de pelota, la correa o el pañuelo entre otros.
El futuro de Las Dueñas estaba sentenciado, si bien hasta los años cincuenta hubo una veintena de casas abiertas, a partir de aquí el éxodo ya fue imparable. Sus malas comunicaciones (solo por caminos de caballería se podía llegar), la lejanía de Arcos (casi tres horas andando), la falta total de servicios básicos, las ganas de buscar otro modo de vida que no fuera tan sacrificado y el cierre de la escuela fueron condicionantes más que suficientes para que las gentes de Las Dueñas fueran marchando ya de manera definitiva a últimos de los cincuenta y primeros de los sesenta. Valencia fue el destino elegido mayoritariamente para empezar una segunda etapa de vida.
El matrimonio formado por Ignacio Sierra y María Aguilar fueron los últimos de Las Dueñas. En el año 1963 cerraron para siempre la puerta de su casa poniendo fin a la existencia de vida humana en el pueblo.
Informante: Antigua vecina de Las Dueñas (Conversación mantenida por correo electrónico por medio de terceras personas).
Adolfo Pastor: ¡¡muchas gracias!!
Visitas realizadas en mayo de 1996 y noviembre de 2022.
Punto y aparte. Veintiséis años transcurridos entre mis dos visitas a Las Dueñas. Aquí si que puedo decir que el paso del tiempo ha sido implacable, cruel e inexorable. En los años 90 ya estaba mal el pueblo pero aún se podía medio transitar por algunas calles y mantenía bastantes edificios medianamente en pie, la visión en este 2022 del caserío de Las Dueñas es desangelante, amarga y triste por ver el final de un pueblo, la decadencia galopante que atesoran sus ruinas. Solo la torre de la iglesia se mantiene erguida como un faro para guiar al caminante y enseñarle donde hubo un pueblo. Un amasijo de edificaciones ruinosas, escombros, vigas y vegetación se distribuyen en torno al templo parroquial en espera de la muerte definitiva (de manera material). Poco le queda a Las Dueñas de estar en el mundo terrenal como muestra de que en ese lugar hubo un espacio habitado. El sitio podría figurar perfectamente como decorado de una película de guerra donde se han librado cruentos combates. Cuando la torre se venga abajo el caminante de las generaciones venideras ya no tendrá ni siquiera la referencia del epicentro de lo que un día fue un pueblo. Un precioso pueblo, aunque llegué a conocerlo ya muy maltrecho todavía aguantaba con decoro años atrás. Ahora ya no.
En esta mañana otoñal de 2022 vuelvo nuevamente a Las Dueñas. Desde el alto ya se divisa el bonito paisaje donde está ubicado el pueblo. Según voy bajando ya voy viendo que el núcleo urbano se encuentra muy "mutilado". Donde hubo casas ahora hay escombros, apenas dos o tres mantienen de manera agónica su fachada. Todo ello alrededor de la iglesia y su esbelta y airosa (de momento) torre. Bajo hasta la rambla, contemplo algunas majadas de ganado y otros edificios que ya no puedo adivinar que fueron situados a un lado del camino y enfilo la breve cuesta que me adentrará en el entramado urbano de este lugar de precioso nombre. Llego hasta su amplio cementerio con sus muros medio caídos y con vegetación baja en su interior, alguna lápida asoma entre medias. La vista desde aquí del pueblo es desalentadora, aunque nada diferente vista desde otros puntos cardinales. Algún pajar donde estuvieron las eras y me acerco al pueblo con idea de entrar en su interior. Una calle que antaño sería principal se corta a mitad de trayecto por los escombros y no hay manera de entrar al interior del pueblo. Saltando, trepando y brincando entre piedras y ruinas consigo avanzar y llegar hasta el templo no sin antes llevarme unos cuantos arañazos de la vegetación punzante. El interior de la parroquial a tono con el resto del pueblo no muestra apenas mucho de interés. Aún pueden verse algunas hornacinas que dieron cobijo a los santos y poco más. Vegetación a mansalva. Intento moverme por la parte baja pero es imposible. Contorneo un poco el pueblo, ahora por su lado este y llego hasta donde puedo. Me toca contemplar las ruinas de manera un poco lejana, ruinas que en la mayoría de los casos no permite entrever que tipo de edificación fueron. Sigo rebuscando distintas panorámicas y detalles de interés, pero está difícil.
Subo por el camino que en sus tiempos llevaría hasta la Hoya de la Carrasca para ver otra panorámica diferente de Las Dueñas pero más de lo mismo. Ruinas y vegetación en torno a una torre- campanario. Dudo en si ir a visitar la sabina milenaria que hay en las afueras del pueblo pero como quiera que ya la vi veintiséis años atrás y no me va a aportar nada nuevo desisto de ir a verla. Prefiero emplear el tiempo en seguir escudriñando vestigios del pasado de Las Dueñas. Me arrimo otra vez a sus ruinas. Miro constantemente hacía el alto que hay de bajada al pueblo y desde donde se divisa todo el camino para llegar. Egoístamente no deseo que aparezca nadie. No quiero que nada perturbe la tremenda y acogedora soledad que aquí siento. Solitario y disfrutando del silencio que aquí se siente (por suerte nadie aparecerá durante mi estancia en Las Dueñas). Me siento un privilegiado de estar por unas horas dentro de un paisaje que casi nadie puede/quiere disfrutar. Un despoblado y un paisaje agreste, no me hace falta más para ser feliz.
Consigo entrar un poco más en el interior del pueblo por otro resquicio pero llega un momento que ya no se puede avanzar más.
Ya presiento que la visita a Las Dueñas no da más de si. Salgo del pueblo por el mismo camino pero me desvío por la rambla a ver un edificio solitario que me ha llamado la atención. Cuando llego veo que es el lavadero. Lugar de mucha vida social antaño. Cerca queda la fuente y su abrevadero pero la vegetación ya impide contemplarla, aún así por algún murete que sobresale intuyo donde esta. Desde aquí veo otra panorámica distinta de Las Dueñas desde abajo con los colores del otoño presentes. Ya si que sí después de mi llegada hace más de dos horas toca poner punto y final a la visita a esta derrotada población. Subo por el camino y según me voy alejando no puedo evitar de mirar hacía atrás constantemente.
¿Si volviera dentro de otros veintitantos años como me encontraría este pueblo? La respuesta me parece que es fácil pero prefiero no imaginármelo.
Fachadas de la parte baja del pueblo mirando al este, año 1996.
La misma imagen de la fotografía anterior veintiséis años después (2022).
Llegando a Las Dueñas por el camino de Hoya de la Carrasca.
La misma imagen de la fotografía anterior veintiséis años después (2022).
La huella palpable de la derrota de un pueblo frente a los años de abandono y las inclemencias meteorológicas. Perfecto muestrario del estado actual de Las Dueñas. La torre de la iglesia omnipresente.
Las Dueñas vista desde abajo, a orillas de la rambla. El otoño adorna la estampa con su colorido característico.
La fuente y el abrevadero para los animales, casi imperceptibles, devorados por la vegetación.
Ubicado en una vaguada junto a la rambla de Las Dueñas, fue un pueblo de buen tamaño, con algo más de cincuenta casas y doscientos habitantes en su núcleo urbano. Era la mayor de las pedanías arqueñas pero también la más aislada y de más difícil acceso, uno de los principales motivos de su paulatina despoblación.
Padecían unos inviernos largos y rigurosos, con diversas nevadas cada año. Contaban con abundante leña de carrasca, enebro y pino con la que calentar la lumbre de las cocinas y combatir mejor los frios de esa época.
Nunca llegó la luz eléctrica al pueblo, los candiles y los carbureros fueron sus fuentes de iluminación.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de todo tipo de cereal pero principalmente trigo.
Iban a moler el grano a los diversos molinos que había en Arcos, pero con más frecuencia al de Gonzalo.
Había un horno comunitario en el pueblo y se solía hacer pan dos veces por semana.
También tenían algunas viñas y elaboraban vino para consumo casero.
Las ovejas en mayor número y las cabras en menor cantidad componían el volumen ganadero de Las Dueñas.
Venían periódicamente tratantes de Chelva y de Aras a comprar los corderos.
Iban a Arcos a abastecerse de productos de primera necesidad que no tenían en el pueblo como podía ser aceite, azúcar, sal, arroz... y de paso llevaban a vender huevos, pollos y conejos.
Algunos vendedores ambulantes aparecían por el pueblo como eran el "chavero" que venía desde el pueblo valenciano de Chelva vendiendo telas u otro comerciante que venía desde Losilla vendiendo productos alimenticios.
Para las cosas de forja tenían que ir al herrero de Arcos.
Había escuela mixta en el pueblo. Durante años estuvo ejerciendo como maestra doña Manuela Vicente Pérez (doña Manolita). Vivía en la casa de la maestra. Alrededor de una quincena de niños asistían a clase a últimos de los cuarenta y primeros de los cincuenta.
Celebraban sus fiesta patronales los días 15 y 16 de agosto en honor a la Virgen y a San Roque. También se celebraba fiesta el 19 de marzo para San José.
Se hacía misa y procesión. El baile por la tarde en una era y por la noche en el salón de baile. La música era amenizada por Abel, acordeonista del pueblo valenciano de Losilla.
La juventud de Hoya de la Carrasca acudía en buen número a participar de las fiestas.
De Arcos de las Salinas venía don Joaquín el cura montado en un macho a oficiar los actos religiosos. Solo lo hacía con ocasión de las fiestas y alguna celebración especial.
El médico residía en Arcos y en casos de enfermedad grave había que ir con un macho hasta el pueblo para traerlo a visitar al enfermo y volverlo a llevar a su lugar de residencia.
El tío Fulgencio era el cartero, el cual venía desde Arcos dos veces a la semana.
En los pocos ratos libres que había la gente se entretenía jugando a las cartas, echando unos tragos de vino en alguna improvisada taberna, jugando a la pelota en la pared de la casa del cura o cortejando los chicos a las chicas cuando estas iban a por agua a la fuente. Para los niños quedaban los juegos de pelota, la correa o el pañuelo entre otros.
El futuro de Las Dueñas estaba sentenciado, si bien hasta los años cincuenta hubo una veintena de casas abiertas, a partir de aquí el éxodo ya fue imparable. Sus malas comunicaciones (solo por caminos de caballería se podía llegar), la lejanía de Arcos (casi tres horas andando), la falta total de servicios básicos, las ganas de buscar otro modo de vida que no fuera tan sacrificado y el cierre de la escuela fueron condicionantes más que suficientes para que las gentes de Las Dueñas fueran marchando ya de manera definitiva a últimos de los cincuenta y primeros de los sesenta. Valencia fue el destino elegido mayoritariamente para empezar una segunda etapa de vida.
El matrimonio formado por Ignacio Sierra y María Aguilar fueron los últimos de Las Dueñas. En el año 1963 cerraron para siempre la puerta de su casa poniendo fin a la existencia de vida humana en el pueblo.
Informante: Antigua vecina de Las Dueñas (Conversación mantenida por correo electrónico por medio de terceras personas).
Adolfo Pastor: ¡¡muchas gracias!!
Visitas realizadas en mayo de 1996 y noviembre de 2022.
Punto y aparte. Veintiséis años transcurridos entre mis dos visitas a Las Dueñas. Aquí si que puedo decir que el paso del tiempo ha sido implacable, cruel e inexorable. En los años 90 ya estaba mal el pueblo pero aún se podía medio transitar por algunas calles y mantenía bastantes edificios medianamente en pie, la visión en este 2022 del caserío de Las Dueñas es desangelante, amarga y triste por ver el final de un pueblo, la decadencia galopante que atesoran sus ruinas. Solo la torre de la iglesia se mantiene erguida como un faro para guiar al caminante y enseñarle donde hubo un pueblo. Un amasijo de edificaciones ruinosas, escombros, vigas y vegetación se distribuyen en torno al templo parroquial en espera de la muerte definitiva (de manera material). Poco le queda a Las Dueñas de estar en el mundo terrenal como muestra de que en ese lugar hubo un espacio habitado. El sitio podría figurar perfectamente como decorado de una película de guerra donde se han librado cruentos combates. Cuando la torre se venga abajo el caminante de las generaciones venideras ya no tendrá ni siquiera la referencia del epicentro de lo que un día fue un pueblo. Un precioso pueblo, aunque llegué a conocerlo ya muy maltrecho todavía aguantaba con decoro años atrás. Ahora ya no.
En esta mañana otoñal de 2022 vuelvo nuevamente a Las Dueñas. Desde el alto ya se divisa el bonito paisaje donde está ubicado el pueblo. Según voy bajando ya voy viendo que el núcleo urbano se encuentra muy "mutilado". Donde hubo casas ahora hay escombros, apenas dos o tres mantienen de manera agónica su fachada. Todo ello alrededor de la iglesia y su esbelta y airosa (de momento) torre. Bajo hasta la rambla, contemplo algunas majadas de ganado y otros edificios que ya no puedo adivinar que fueron situados a un lado del camino y enfilo la breve cuesta que me adentrará en el entramado urbano de este lugar de precioso nombre. Llego hasta su amplio cementerio con sus muros medio caídos y con vegetación baja en su interior, alguna lápida asoma entre medias. La vista desde aquí del pueblo es desalentadora, aunque nada diferente vista desde otros puntos cardinales. Algún pajar donde estuvieron las eras y me acerco al pueblo con idea de entrar en su interior. Una calle que antaño sería principal se corta a mitad de trayecto por los escombros y no hay manera de entrar al interior del pueblo. Saltando, trepando y brincando entre piedras y ruinas consigo avanzar y llegar hasta el templo no sin antes llevarme unos cuantos arañazos de la vegetación punzante. El interior de la parroquial a tono con el resto del pueblo no muestra apenas mucho de interés. Aún pueden verse algunas hornacinas que dieron cobijo a los santos y poco más. Vegetación a mansalva. Intento moverme por la parte baja pero es imposible. Contorneo un poco el pueblo, ahora por su lado este y llego hasta donde puedo. Me toca contemplar las ruinas de manera un poco lejana, ruinas que en la mayoría de los casos no permite entrever que tipo de edificación fueron. Sigo rebuscando distintas panorámicas y detalles de interés, pero está difícil.
Subo por el camino que en sus tiempos llevaría hasta la Hoya de la Carrasca para ver otra panorámica diferente de Las Dueñas pero más de lo mismo. Ruinas y vegetación en torno a una torre- campanario. Dudo en si ir a visitar la sabina milenaria que hay en las afueras del pueblo pero como quiera que ya la vi veintiséis años atrás y no me va a aportar nada nuevo desisto de ir a verla. Prefiero emplear el tiempo en seguir escudriñando vestigios del pasado de Las Dueñas. Me arrimo otra vez a sus ruinas. Miro constantemente hacía el alto que hay de bajada al pueblo y desde donde se divisa todo el camino para llegar. Egoístamente no deseo que aparezca nadie. No quiero que nada perturbe la tremenda y acogedora soledad que aquí siento. Solitario y disfrutando del silencio que aquí se siente (por suerte nadie aparecerá durante mi estancia en Las Dueñas). Me siento un privilegiado de estar por unas horas dentro de un paisaje que casi nadie puede/quiere disfrutar. Un despoblado y un paisaje agreste, no me hace falta más para ser feliz.
Consigo entrar un poco más en el interior del pueblo por otro resquicio pero llega un momento que ya no se puede avanzar más.
Ya presiento que la visita a Las Dueñas no da más de si. Salgo del pueblo por el mismo camino pero me desvío por la rambla a ver un edificio solitario que me ha llamado la atención. Cuando llego veo que es el lavadero. Lugar de mucha vida social antaño. Cerca queda la fuente y su abrevadero pero la vegetación ya impide contemplarla, aún así por algún murete que sobresale intuyo donde esta. Desde aquí veo otra panorámica distinta de Las Dueñas desde abajo con los colores del otoño presentes. Ya si que sí después de mi llegada hace más de dos horas toca poner punto y final a la visita a esta derrotada población. Subo por el camino y según me voy alejando no puedo evitar de mirar hacía atrás constantemente.
¿Si volviera dentro de otros veintitantos años como me encontraría este pueblo? La respuesta me parece que es fácil pero prefiero no imaginármelo.
Las Dueñas en 1996.
Llegando a Las Dueñas.
Fachadas de la parte baja del pueblo mirando al este, año 1996.
La misma imagen de la fotografía anterior veintiséis años después (2022).
Llegando a Las Dueñas por el camino de Hoya de la Carrasca.
Las Dueñas visto por su lado oeste.
Una de las antiguas entradas al pueblo, año 1996.
La misma imagen de la fotografía anterior veintiséis años después (2022).
Ruinas y vegetación.
La iglesia parroquial de San José.
Interior del templo.
Calle de Las Dueñas, ya tomada por la vegetación.
Ruina generalizada.
Otra panorámica de conjunto.
La huella palpable de la derrota de un pueblo frente a los años de abandono y las inclemencias meteorológicas. Perfecto muestrario del estado actual de Las Dueñas. La torre de la iglesia omnipresente.
Cementerio.
Las Dueñas vista desde abajo, a orillas de la rambla. El otoño adorna la estampa con su colorido característico.
La fuente y el abrevadero para los animales, casi imperceptibles, devorados por la vegetación.
Lavadero.