Entre medias de dos barrancos, casi en la cúspide de un cerro cónico se sitúa este escarpado pueblo de Puyuelo a 820 metros de altitud.
Tres casas (solo dos de ellas habitadas desde el final de la guerra) componían el lugar, enmarcado en la parte más oriental de la subcomarca de La Solana.
Barranco Lieso
Camino de Lavelilla
Faixa Campol
La Costera
O Pueyo
O Solaz
O Viñero
Planazada
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Puyuelo que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Al estar en ladera era un terreno poco propicio para la agricultura.
El trigo era su producción principal.
Para moler el grano iban al molino de Jánovas o a la harinera de Boltaña.
La ganadería se repartía entre ovejas y cabras. También tenían un par de vacas en cada casa.
Los carniceros de Boltaña venían a comprar los corderos.
Del uno de agosto al quince de septiembre subían los rebaños al Puerto de Góriz. Pasada esa fecha las volvían a bajar al pueblo. Entre cincuenta y sesenta cabezas de ganado hacían esta pequeña trashumancia.
El diecinueve de octubre asistían a la fería de ganado de Boltaña.
Tuvieron luz eléctrica desde el año cuarenta y cinco.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
"El agua para consumo la cogíamos de una acequia que pasaba por medio del pueblo proveniente del Barranco de las Gargantas. Se utilizaba también para los animales y para regar los huertos". RAMÓN BUISÁN.
Los desplazamientos para hacer compras eran a Lacort. Cuando iban a Boltaña aprovechaban también para proveerse de ropa, calzado o alimentos.
Se mataban dos cerdos al año en cada casa.
No había escuela en Puyuelo, los niños en edad escolar bajaban a la de Lavelilla.
"Nos correspondía asistir a escuela a Campol, pero era cuesta arriba y tardábamos más de una hora, así que íbamos a la de Lavelilla que era cuesta abajo y llegábamos en menos de media hora". RAMÓN BUISÁN.
El médico subía en una caballería desde Fiscal o Boltaña cuando alguien enfermaba de gravedad.
El cartero traía la correspondencia desde Lavelilla.
Las fiestas patronales eran el 29 de agosto en honor a La Degollación de San Juan. Tenían una duración de dos días.
Acudía la juventud de Campol, San Martin, Villamana y Lavelilla.
Se acostumbraba a matar un cordero en cada casa.
El baile se hacía en una era y era amenizado por dos músicos que venían de Javierre y de Borrastre.
Los domingos subían a Campol donde se hacía baile en la escuela. Hasta allí acudían también los de San Felices, San Martin y Villamana.
No llegó nunca una pista para vehículos rodados a Puyuelo. Todo los desplazamientos eran andando o en caballería. A ello se le unía la ausencia de servicios básicos, la falta de escuela, la lejanía del médico... eran muchos factores para propiciar la emigración. La repoblación forestal de pinos en toda la zona de monte de La Solana ya indicaba a los vecinos que todos los pueblos serían expropiados, así que las gentes de Puyuelo (tres familias repartidas en dos casas) buscaron acomodo en pueblos industriales de la provincia como Monzón o Barbastro.
En 1963 se certificaba la "defunción" de Puyuelo cuando casa Gallán cerraba su puerta para siempre.
Fuente de información: Ramón Buisán de casa Chuan Périz.
Visitas realizadas en noviembre de 2016 y noviembre de 2017.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Cuando uno está en Puyuelo comprende perfectamente porque sus gentes se marcharon. La ubicación del pueblo da una idea de la dureza de vida en el lugar. Todo eran incomodidades. La laboriosa labor del hombre para arañarle algo a una tierra áspera y poco productiva suponía un desgaste físico y psíquico impresionante. Todo en ladera, en bancales. Con que sana envidia mirarían desde las alturas del pueblo a las fértiles tierras que se situaban a media hora escasa de allí, en la ribera del Ara. Lavelilla, Jánovas, San Felices estaban mucho mejor situados que ellos en terreno llano. Era una equiparación desigual. Sin posibilidad de utilizar el complemento de la maquinaria agrícola todo se basaba en el esfuerzo individual y colectivo de cada familia y en tener al ganado como referente en la economía de cada casa.
Una tarde otoñal del mes de noviembre dejo el coche aparcado junto a las ruinas de Lavelilla y me dispongo a subir el sendero que me llevará hasta mi objetivo. Llano en su primer tramo y empinado y en zig zag en el tramo restante. No me puedo demorar mucho porque son los días muy cortos y el sol no tardará mucho en esconderse. Así que voy a paso más que ligero porque así podré ver el despoblado con más tranquilidad.
El sendero es pedregoso entre pinos, matas de boj y matorral bajo. Cuando voy a mitad de trayecto oigo voces que hablan en voz alta, ríen. No es audible pero se manifiesta cada vez más presente. Sigo caminando de manera un poco desconcertada porque no veo a los causantes de esa pequeña algarabía, hasta que al doblar una curva del camino me tengo que echar a un lado rápidamente porque un grupo de cuatro ciclistas con bicicleta de mountain bike descienden a toda velocidad por el sendero. Gracias a mis reflejos evito un accidente donde me hubiera chocado contra el primero de ellos (y en el que yo habría llevado la peor parte). Ni siquiera un saludo ni una palabra a modo de disculpa. Ellos no se esperarían que a esa hora subiera nadie por un sendero perdido en medio del bosque, igual que yo no esperaba encontrar a nadie practicando deporte de dos ruedas por el mismo sendero. En fin... todo queda en un susto y una anécdota para recordar.
Si bien Puyuelo se ve cuando empiezas a caminar una vez que el sendero va cogiendo altura ya pierdes de vista el pueblo. No lo ves hasta que no llegas a él. La entrada ya anticipa el mal estado general de todas las edificaciones. Las tres casas se encuentran juntas, escalonadas en el desnivel del terreno, las ruinas de la herrería aparecen en medio de una plazoleta. Apenas puedo llegar hasta las viviendas. ¡Tremenda soledad! Es de admirar a las gentes que aquí vivieron. Me muevo con dificultad entre la vegetación y muros caídos. Las bordas dispersas son las que mejor estado presentan. El pino se adueña del paisaje. Salgo a un claro del terreno y cojo el sendero que me encaminará hasta la iglesia, situada en lo más alto del cerro, a un centenar de metros de las casas. El templo es de configuración atípica, rectangular, con una pequeña espadaña casi a la altura de la puerta. En su interior nada, solo escombros y vigas rotas, ningún elemento ornamental eclesiástico. Salgo al exterior, alguien ha tenido el detalle de acordarse de sus antepasados y ha puesto flores y una pequeña placa apoyada en una piedra a modo de estela con el nombre de una de las hijas del pueblo, fallecida no hace muchos años. Seguramente llevaba a Puyuelo en el corazón y sus familiares la hicieron un bonito homenaje. Las vistas desde aquí son preciosas. Toda la ribera del Ara a la altura de Jánovas. Por el otro lado la silueta de Campol como imaginaria serpiente se ondula en la cresta de un cerro. Lugares solitarios, poco transitados en aquellos años que estaban con vida y mucho menos ahora en que ya todo se acabó. Solo algún nostálgico o algún apasionado de estos territorios olvidados se aventura por estos caminos recónditos.
Bajo otra vez hasta las casas, la noche ya está encima. Poco queda por ver. Una última visión de casa Gallán, un vistazo al interior de una borda y para abajo, camino de Lavelilla. Al salir del pueblo miro hacía atrás y ahí la silueta de la preciosa chimenea de casa El Fraile es la que se despide del visitante en representación de los agonizantes edificios de Puyuelo.
Vista lejana de Puyuelo en su ubicación sobre un cerro cónico. Arriba a la izquierda la silueta de Campol.
A punto de entrar en Puyuelo. Las primeras edificaciones a la vista.
Casa Chuan Périz. La habitó el matrimonio formado por Francisco y María (natural de casa Clara de Burgasé). Tuvieron seis hijos. En 1961 cerraron la casa y se marcharon a Monzón.
Casa El Fraile. Sus propietarios emigraron a Francia antes del comienzo de la guerra civil. Preciosa chimenea troncocónica.
Casa Sallán. Vivían en ella dos matrimonios. Por un lado Saturnino y Josefa y por otro Antonio y Pilar (Josefa y Antonio eran del pueblo de Tricás). Mientras que el matrimonio formado por Saturnino y Josefa emigraron al Pueyo de Santa Cruz, el otro matrimonio, Antonio y Pilar con los cuatro hijos que tuvieron se marcharon a Barbastro.
Puerta de entrada a casa Sallán. Fue la última que se cerró en Puyuelo.
Borda, abajo para los animales, arriba para guardar la paja.
La herrería, situada en el centro del pueblo. Se ha caído uno de los muros laterales. Miguel de casa Eusebio de Jánovas era el herrero que subía periódicamente por Puyuelo.
Un desvaído tablón de madera con letras de molde anuncia el nombre del pueblo.
La iglesia de La Degollación de San Juan Bautista. De planta rectangular.
"No recuerdo que nunca se oficiara misa alguna en su interior".
RAMÓN BUISÁN.
Fachada trasera de la iglesia. Es la primera imagen que se tiene de Puyuelo cuando se viene por el camino de Campol.
Las tres casas de Puyuelo colgadas de la ladera del cerro vistas desde la iglesia.
Empieza a oscurecer sobre Puyuelo. Pronto el pueblo quedará envuelto en un manto de oscuridad y silencio.
Tres casas (solo dos de ellas habitadas desde el final de la guerra) componían el lugar, enmarcado en la parte más oriental de la subcomarca de La Solana.
Barranco Lieso
Camino de Lavelilla
Faixa Campol
La Costera
O Pueyo
O Solaz
O Viñero
Planazada
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Puyuelo que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Al estar en ladera era un terreno poco propicio para la agricultura.
El trigo era su producción principal.
Para moler el grano iban al molino de Jánovas o a la harinera de Boltaña.
La ganadería se repartía entre ovejas y cabras. También tenían un par de vacas en cada casa.
Los carniceros de Boltaña venían a comprar los corderos.
Del uno de agosto al quince de septiembre subían los rebaños al Puerto de Góriz. Pasada esa fecha las volvían a bajar al pueblo. Entre cincuenta y sesenta cabezas de ganado hacían esta pequeña trashumancia.
El diecinueve de octubre asistían a la fería de ganado de Boltaña.
Tuvieron luz eléctrica desde el año cuarenta y cinco.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
"El agua para consumo la cogíamos de una acequia que pasaba por medio del pueblo proveniente del Barranco de las Gargantas. Se utilizaba también para los animales y para regar los huertos". RAMÓN BUISÁN.
Los desplazamientos para hacer compras eran a Lacort. Cuando iban a Boltaña aprovechaban también para proveerse de ropa, calzado o alimentos.
Se mataban dos cerdos al año en cada casa.
No había escuela en Puyuelo, los niños en edad escolar bajaban a la de Lavelilla.
"Nos correspondía asistir a escuela a Campol, pero era cuesta arriba y tardábamos más de una hora, así que íbamos a la de Lavelilla que era cuesta abajo y llegábamos en menos de media hora". RAMÓN BUISÁN.
El médico subía en una caballería desde Fiscal o Boltaña cuando alguien enfermaba de gravedad.
El cartero traía la correspondencia desde Lavelilla.
Las fiestas patronales eran el 29 de agosto en honor a La Degollación de San Juan. Tenían una duración de dos días.
Acudía la juventud de Campol, San Martin, Villamana y Lavelilla.
Se acostumbraba a matar un cordero en cada casa.
El baile se hacía en una era y era amenizado por dos músicos que venían de Javierre y de Borrastre.
Los domingos subían a Campol donde se hacía baile en la escuela. Hasta allí acudían también los de San Felices, San Martin y Villamana.
No llegó nunca una pista para vehículos rodados a Puyuelo. Todo los desplazamientos eran andando o en caballería. A ello se le unía la ausencia de servicios básicos, la falta de escuela, la lejanía del médico... eran muchos factores para propiciar la emigración. La repoblación forestal de pinos en toda la zona de monte de La Solana ya indicaba a los vecinos que todos los pueblos serían expropiados, así que las gentes de Puyuelo (tres familias repartidas en dos casas) buscaron acomodo en pueblos industriales de la provincia como Monzón o Barbastro.
En 1963 se certificaba la "defunción" de Puyuelo cuando casa Gallán cerraba su puerta para siempre.
Fuente de información: Ramón Buisán de casa Chuan Périz.
Visitas realizadas en noviembre de 2016 y noviembre de 2017.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Cuando uno está en Puyuelo comprende perfectamente porque sus gentes se marcharon. La ubicación del pueblo da una idea de la dureza de vida en el lugar. Todo eran incomodidades. La laboriosa labor del hombre para arañarle algo a una tierra áspera y poco productiva suponía un desgaste físico y psíquico impresionante. Todo en ladera, en bancales. Con que sana envidia mirarían desde las alturas del pueblo a las fértiles tierras que se situaban a media hora escasa de allí, en la ribera del Ara. Lavelilla, Jánovas, San Felices estaban mucho mejor situados que ellos en terreno llano. Era una equiparación desigual. Sin posibilidad de utilizar el complemento de la maquinaria agrícola todo se basaba en el esfuerzo individual y colectivo de cada familia y en tener al ganado como referente en la economía de cada casa.
Una tarde otoñal del mes de noviembre dejo el coche aparcado junto a las ruinas de Lavelilla y me dispongo a subir el sendero que me llevará hasta mi objetivo. Llano en su primer tramo y empinado y en zig zag en el tramo restante. No me puedo demorar mucho porque son los días muy cortos y el sol no tardará mucho en esconderse. Así que voy a paso más que ligero porque así podré ver el despoblado con más tranquilidad.
El sendero es pedregoso entre pinos, matas de boj y matorral bajo. Cuando voy a mitad de trayecto oigo voces que hablan en voz alta, ríen. No es audible pero se manifiesta cada vez más presente. Sigo caminando de manera un poco desconcertada porque no veo a los causantes de esa pequeña algarabía, hasta que al doblar una curva del camino me tengo que echar a un lado rápidamente porque un grupo de cuatro ciclistas con bicicleta de mountain bike descienden a toda velocidad por el sendero. Gracias a mis reflejos evito un accidente donde me hubiera chocado contra el primero de ellos (y en el que yo habría llevado la peor parte). Ni siquiera un saludo ni una palabra a modo de disculpa. Ellos no se esperarían que a esa hora subiera nadie por un sendero perdido en medio del bosque, igual que yo no esperaba encontrar a nadie practicando deporte de dos ruedas por el mismo sendero. En fin... todo queda en un susto y una anécdota para recordar.
Si bien Puyuelo se ve cuando empiezas a caminar una vez que el sendero va cogiendo altura ya pierdes de vista el pueblo. No lo ves hasta que no llegas a él. La entrada ya anticipa el mal estado general de todas las edificaciones. Las tres casas se encuentran juntas, escalonadas en el desnivel del terreno, las ruinas de la herrería aparecen en medio de una plazoleta. Apenas puedo llegar hasta las viviendas. ¡Tremenda soledad! Es de admirar a las gentes que aquí vivieron. Me muevo con dificultad entre la vegetación y muros caídos. Las bordas dispersas son las que mejor estado presentan. El pino se adueña del paisaje. Salgo a un claro del terreno y cojo el sendero que me encaminará hasta la iglesia, situada en lo más alto del cerro, a un centenar de metros de las casas. El templo es de configuración atípica, rectangular, con una pequeña espadaña casi a la altura de la puerta. En su interior nada, solo escombros y vigas rotas, ningún elemento ornamental eclesiástico. Salgo al exterior, alguien ha tenido el detalle de acordarse de sus antepasados y ha puesto flores y una pequeña placa apoyada en una piedra a modo de estela con el nombre de una de las hijas del pueblo, fallecida no hace muchos años. Seguramente llevaba a Puyuelo en el corazón y sus familiares la hicieron un bonito homenaje. Las vistas desde aquí son preciosas. Toda la ribera del Ara a la altura de Jánovas. Por el otro lado la silueta de Campol como imaginaria serpiente se ondula en la cresta de un cerro. Lugares solitarios, poco transitados en aquellos años que estaban con vida y mucho menos ahora en que ya todo se acabó. Solo algún nostálgico o algún apasionado de estos territorios olvidados se aventura por estos caminos recónditos.
Bajo otra vez hasta las casas, la noche ya está encima. Poco queda por ver. Una última visión de casa Gallán, un vistazo al interior de una borda y para abajo, camino de Lavelilla. Al salir del pueblo miro hacía atrás y ahí la silueta de la preciosa chimenea de casa El Fraile es la que se despide del visitante en representación de los agonizantes edificios de Puyuelo.
Vista lejana de Puyuelo en su ubicación sobre un cerro cónico. Arriba a la izquierda la silueta de Campol.
Sendero empedrado de Lavelilla a Puyuelo.
A punto de entrar en Puyuelo. Las primeras edificaciones a la vista.
Pajar.
Casa Chuan Périz. La habitó el matrimonio formado por Francisco y María (natural de casa Clara de Burgasé). Tuvieron seis hijos. En 1961 cerraron la casa y se marcharon a Monzón.
Puerta de entrada a casa Chuan Périz.
Casa El Fraile. Sus propietarios emigraron a Francia antes del comienzo de la guerra civil. Preciosa chimenea troncocónica.
Casa Sallán. Vivían en ella dos matrimonios. Por un lado Saturnino y Josefa y por otro Antonio y Pilar (Josefa y Antonio eran del pueblo de Tricás). Mientras que el matrimonio formado por Saturnino y Josefa emigraron al Pueyo de Santa Cruz, el otro matrimonio, Antonio y Pilar con los cuatro hijos que tuvieron se marcharon a Barbastro.
Puerta de entrada a casa Sallán. Fue la última que se cerró en Puyuelo.
Fachada lateral de casa Sallán.
Borda, abajo para los animales, arriba para guardar la paja.
La herrería, situada en el centro del pueblo. Se ha caído uno de los muros laterales. Miguel de casa Eusebio de Jánovas era el herrero que subía periódicamente por Puyuelo.
Un desvaído tablón de madera con letras de molde anuncia el nombre del pueblo.
Subiendo hacia la iglesia.
La iglesia de La Degollación de San Juan Bautista. De planta rectangular.
"No recuerdo que nunca se oficiara misa alguna en su interior".
RAMÓN BUISÁN.
Interior del templo.
Fachada trasera de la iglesia. Es la primera imagen que se tiene de Puyuelo cuando se viene por el camino de Campol.
Las tres casas de Puyuelo colgadas de la ladera del cerro vistas desde la iglesia.
Borda.
Empieza a oscurecer sobre Puyuelo. Pronto el pueblo quedará envuelto en un manto de oscuridad y silencio.