Algo más de una veintena de casas (en el siglo XIX fueron más) componían este pueblo perteneciente al ayuntamiento de Miño de Medinaceli.
Sus 1220 metros de altitud y encontrarse en un terreno pelado y sin protección alguna les hacía padecer unos inviernos rigurosos en extremo. Para ello utilizaban la leña de encina, muy abundante en sus montes, con la cual calentaban la lumbre en las cocinas.
Se hacía una tala comunitaria y se repartía entre los vecinos.
"Desde mediados de noviembre hasta últimos de marzo y principios de abril estaba nevando continuamente. En ocasiones abrías la puerta de casa por la mañana y te la encontrabas totalmente tapada por la nieve. Había que abrir camino con una pala hasta la casa del vecino". EUGENIO DE FRANCISCO.
Había luz eléctrica en el pueblo desde antes de la guerra civil por medio de una linea que venía desde Miño, la cual se inauguró siendo alcalde Bienvenido de Francisco.
Los candiles de aceite y de carburo se utilizaban para las cuadras o para cuando se iba la luz.
El término municipal era de tierras de floja calidad y poco productivas.
Trigo y cebada eran sus principales producciones agrícolas.
Venían segadores de La Mancha y de Extremadura en la época de la siega.
Se llevaba el grano a moler a la fabrica de harinas de Miño.
"En los años del estraperlo se iba al molino de Alboreca por las noches a moler. Se les ponían trapos en las pezuñas de las caballerías para que no hicieran ruido. En otras ocasiones se molía el trigo con un rudimentario molinillo casero.
Mi padre decía que prefería dárselo a los mulos antes que entregarlo a los del Servicio Nacional del Trigo debido al bajo precio que lo pagaban".
EUGENIO DE FRANCISCO.
La oveja era el animal que predominaba en la ganadería, siempre en pequeños rebaños en cada casa.
Periódicamente venía un tratante a comprar los corderos para su posterior traslado a Barcelona.
Se mataban dos o tres cerdos al año según las necesidades de cada casa. Ritual que era muy celebrado. Días de mucha armonía y ayuda de unos a otros a nivel de familiares o vecindad.
Se cazaban perdices, codornices, conejos y liebres lo cual suponía un alimento extra en las cocinas.
"La comida variaba poco, patatas con congrio para el desayuno, cocido para comer y sopa para la cena. Se mataba una oveja vieja y se iba echando la carne en el cocido". EUGENIO DE FRANCISCO.
El cura venía andando desde el pueblo guadalajareño de Olmedillas. En el trayecto si veía a alguien labrando les echaba la bronca por trabajar en domingo.
El médico venía desde el pueblo de Yelo. Solía desplazarse en caballo a visitar al enfermo.
Había que ir a la farmacia de la estación de Miño a comprar los medicamentos.
El cartero llegaba desde Miño andando a repartir la correspondencia.
El barbero lo hacia desde Yelo.
Celebraban la fiesta patronal el día 7 de octubre en honor a la Virgen del Rosario. Solamente duraba un día. Se hacía una misa y después la procesión por las calles del pueblo.
El cura acostumbraba a ir por las casas deseando unas felices fiestas y le obsequiaban con una copa de anís y unas galletas.
Se solía matar un cordero en cada casa para dar de comer a familiares y allegados.
Se hacía una ronda por el pueblo amenizada con música de guitarra, laúd y violín que tocaba alguno de los mozos (los domingos se hacía baile a nivel local con la música de estos mismos mozos).
Los hermanos Castaño del pueblo de Conquezuela con bandurria y laúd eran los encargados de amenizar el baile, el cual se hacía en un salón destinado a tal efecto, situado debajo de la escuela.
La juventud de Horna, Alboreca, Conquezuela y Olmedillas solía desplazarse en buen número a participar de las fiestas de Ventosa.
En Carnavales era costumbre que se disfrazaran los mozos y hacían la Quema del Judas por parte de los quintos de ese año.
"Los Reyes Magos nos dejaban una naranja o dos onzas de chocolate por ejemplo. Nunca conocí juguete alguno en el pueblo. Nos fabricábamos nosotros mismos cualquier artilugio y con eso nos entreteníamos". EUGENIO DE FRANCISCO.
Se desplazaban hasta la estación de Miño en mulos para comprar en la tienda de coloniales de Arturo productos de primera necesidad que no había en el pueblo. Tal era el caso de arroz, azúcar, pescado, chocolate, albarcas, ropa y tantas cosas que había en este voluminoso edificio que hacía las veces de harinera y ultramarinos.
Uno de Yelo traía el vino en pellejos procedente de Calatayud para su venta.
Cada dos o tres años algún vecino estaba encargado de tener vino en almacén para cuando se solicitara.
Desde Romanillos de Medinaceli solía venir un vendedor ambulante vendiendo diversa variedad de fruta.
De Beltejar venía un arriero con manzanilla, pez para untar, aceite... y de paso compraba huevos.
Los duros inviernos, la tierra poco productiva, el problema del agua que lo tenían a quince minutos del pueblo y lo tenían que subir por una empinada pendiente, las ganas de buscar una mejora de vida, las malas comunicaciones.... Todos ellos fueron factores determinantes para que los ventosinos fueran buscando la salida de la emigración.
Jacinto de Francisco con su marcha a Bilbao a últimos de los 40 fue el que empezó con la sangría de la despoblación en Ventosa. Varias familias le siguieron en su camino hacía el País Vasco. Otras familias optaron por Barcelona y las restantes lo hicieron a Madrid.
La carretera llegó a mediados de los 80 pero ello no fue suficiente atractivo ni para retener a los que quedaban ni para hacer volver a los que ya se habían ido.
Ventosa del Ducado en la actualidad es un pueblo que agoniza, solo dos casas se mantienen abiertas, con un registro poblacional de tres habitantes durante todo el año.
Agradecimiento a Eugenio de Francisco. Agradable tarde en su casa de Madrid oyendo sus recuerdos y vivencias del pueblo en el que pasó los primeros años de su vida.
Gracias a su hija Inma de Francisco por su interés y su colaboración como intermediaria para tratar de que no se pierda la memoria de Ventosa del Ducado.
Visita realizada en marzo de 2019.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Debido a la incontable cantidad de despoblados que he visitado puedo decir que estoy "inmunizado" ante la profunda tristeza y amargura que destilan estos lugares.
Pero siempre hay sitios que me tocan un poco más la fibra de la sensibilidad y aflora en mi el lado más melancólico. Uno de ellos es el caso de Ventosa del Ducado.
La primera divisa que el visitante tiene a lo lejos de Ventosa no parece que se vaya a encontrar con un pueblo que agoniza: una antena de telecomunicaciones sobre el cerro que está situado el pueblo, una carretera en buen estado (con indicador incluido), tejados en las construcciones que se ven. Pero según se suben los últimos repechos de la carretera ya se ve otra imagen distinta. En la parte bajera numerosos edificios con la torreta del transformador de la luz a la cabeza ya muestran en sus muros el "reuma" que les aqueja.
Me adentro por una calle lateral en su entramado urbano, calles sin pavimentar, viviendas cerradas a cal y canto esperando su derrumbe se van mezclando con otras que si mantienen en aceptables condiciones sus fachadas, señal de que alguna vez recibirán las visitas de sus moradores.
Dos calles alargadas que confluyen perpendicularmente son las principales arterias del pueblo. Una "alfombra verde" es su pavimentación. Puertas que un día se cerraron y que quizá estén esperando tiempos mejores.
Es en la parte alta del pueblo donde hay un atisbo de esperanza de que Ventosa no fallezca por "inanición".
Su iglesia luce un tejado primoroso con tejas de nuevo diseño. Se ha reparado los daños de la fachada y se ha pavimentado todo el entorno. Alguna vivienda en buen estado denota que el pueblo en verano puede tener un soplo de vida. La antena de telecomunicaciones situada al borde del cantil rocoso dará mucha vitalidad al progreso pero afea sobremanera el adusto paisaje. Las vistas desde aquí son primorosas. Por un camino bajo hasta las oquedades que hay debajo del pueblo. Se utilizaron a modo de cuevas para guardar el ganado, utensilios y todo lo que no tuviera cabida en las casas. Subo otra vez hasta la plaza de la iglesia.
Contorneo el pueblo por el otro lado y decido bajar hasta donde está la fuente. Si ahora tiene un poco dificultad para el visitante, como sería en aquellos años para los lugareños con las caballerías y los cántaros, y que decir en invierno. Y además las mujeres con la ropa yendo a lavar. Los problemas que acarreaba el agua y que hacía más difícil la vida. Subo para arriba.
Por debajo de la iglesia voy a visitar el edificio que me faltaba por ver: la escuela. Preciosa edificación. Se ha caído ya la escalera por la que se accedía a la planta de arriba donde estaba situado el aula. Debajo el salón de baile, a través de su puerta se puede ver su interior, aunque el suelo de la escuela ha cedido en parte, vigas y escombros ocupan buena parte del recinto. La imaginación se pone en funcionamiento y me traslado a un 7 de octubre de un año cualquiera. Y veo a los músicos de Conquezuela y a los que bailan, y a los que miran.
Abajo espacio para el ocio, arriba para la enseñanza. Preciosa edificación.
Continuo mi caminar buscando detalles de interés. Aparece ante mis ojos la boca del horno comunitario. Otro lugar de continuo trasiego. Decido una vez más recorrer la calle que en horizontal vertebra el pueblo. Rincones con encanto. Solidez en las paredes. Tejados con sus chimeneas correspondientes. Pero mucha tristeza. Ni un perro que me ladre advirtiendo de mi presencia.
Piensas en como hay cantidad de pueblos por toda la geografía española que teniendo un sinfín de dificultades (malos accesos, sin luz ni agua) están luchando por tener una nueva oportunidad de revivir y de evitar que se apague definitivamente su llama y mientras un pueblo tan hermoso como Ventosa del Ducado agoniza sin remedio.
Quizá se deba a que esta deliciosa provincia soriana es diferente en lo bueno y en lo malo.
Una vez más mi lema favorito se expresa con toda su magnitud en Ventosa del Ducado: Tristeza y belleza van de la mano.
Ubicación de Ventosa sobre la mesa rocosa sobre la que se asienta.
Una de las antiguas entradas que tenía el pueblo.
Calle de Ventosa. Solidez en las paredes. Una "alfombra" verde hace las veces de pavimento.
La misma calle en su tramo alto.
La misma calle en sentido descendente.
La iglesia parroquial de San Miguel Arcángel, En flamante estado de conservación en su aspecto exterior. A su izquierda el cementerio.
Plaza de la iglesia. En la pared lateral del templo acostumbraban los jóvenes a jugar al frontón.
Edificio de la escuela. La parte de la izquierda era la vivienda del maestro. La parte de la derecha era la escuela, situada en la planta de arriba a la que se accedía por una escalera exterior (ya caída). La planta de abajo era el salón de baile.
Interior de la escuela. Parte del suelo ha cedido, así como el tejado.
"Entre doce y catorce niños asistíamos en mi época (últimos de los 40 y primeros de los 50).
En invierno teníamos que llevar dos troncos pequeños de leña cada niño para calentar la estufa.
El maestro que yo recuerdo era don Guillermo de Blas, natural de Cuenca". EUGENIO DE FRANCISCO.
Edificaciones situadas entre la iglesia y la escuela.
A pesar de la ruina bonitos encuadres se aparecen ante los ojos del visitante.
Casas cerradas para siempre.
Horno comunitario. Se hacía pan una vez a la semana. Cada mes una familia se encargaba de mantener el horno en buen estado.
Calle de Ventosa.
Otra perspectiva de la misma calle.
La misma calle en sentido inverso. La hiedra presente.
Sugerentes rincones que aparecen en el entramado urbano de Ventosa.
Confluencia de calles. Buen estado exterior de las viviendas.
Por la parte baja del pueblo.
Era de trilla.
La fuente. A quince minutos del pueblo. Hasta aquí bajaban y luego subían por una empinada pendiente para llevar el agua en caballerías a las casas.
Cuevas situadas bajo el cantil rocoso sobre el que se asienta el pueblo y que eran utilizadas mayormente para guardar el ganado en el invierno (en verano se dejaban en las parideras).