Agradecimiento para Ramón Sánchez Fernández, antiguo habitante de Los Goldines, extraordinario y amabilísimo informante y para Catalina Ojeda del cortijo El Aguerico, jovial y encantadora informante en diferentes aspectos de la vida y costumbres de Los Goldines y diversas cortijadas de la zona.
Deliciosa aldea enclavada en la comarca de la Sierra de Segura. Perteneciente desde siempre al municipio de Pontones, en la actualidad lo es de Santiago-Pontones.
Veinte viviendas situadas por encima del arroyo de Los Goldines, justo unos metros antes de juntarse con el arroyo de La Parrilla.
Una calle principal y otra perpendicular a esta, conforman este bellísimo caserío que se deja caer suavemente por el desnivel de una minúscula planicie.
Situada a 1210 metros de altitud, lo que refleja que padecía unos inviernos rigurosos con frecuentes nevadas en los días más severos del año. Ello lo combatían con leña de carrasca, chaparros u olivos.
El trigo, la cebada, las patatas y los garbanzos era la base principal de su agricultura. Pocos olivos había en su término a excepción de la parte más baja, en zonas más próximas al pantano.
Iban a moler el grano al molino de Las Carmonas. La aceituna la llevaban a moler a la fábrica de aceite situada en el molino de El Castellón, propiedad de María Fernández, viuda desde temprana edad y con cuatro hijos a su cargo, mujer valiente y trabajadora llevaba todas las tareas del molino, para lo cual contaba con la ayuda de cuatro trabajadores. Aquí acudían gentes de todas las aldeas y cortijos. María y sus hijos pasaban el invierno en El Castellón y los veranos se subían a su casa de Los Goldines.
Las cabras y las ovejas conformaban la ganadería de la aldea. Marchantes de los pueblos granadinos de Huéscar y La Puebla de don Fadrique aparecían por allí para comprar los cabritos.
Había dos comercios en Los Goldines. Uno era propiedad de don José Ojeda, era tienda y taberna. Un letrero colgado encima de la puerta ya hacía alusión a su dedicación:
Don José Ojeda. Bebidas y comestibles
Iba con un burro a Pontones para abastecerse de productos para su comercio.
La otra tienda la llevaba Francisco Sánchez Ruiz "el Rápido", quien desde Hornos vino a casarse con una mujer de Los Goldines e instaló aquí el pequeño comercio, a la vez que con un mulo iba vendiendo por los cortijos.
A pesar de ello no faltaban vendedores ambulantes por Los Goldines como era Mateo que venía con un burro desde Pontón Alto ofreciendo sardinas, tomates o naranjas entre otros productos.
También aparecía por allí un señor que venía desde Santiago de la Espada con una furgoneta a comprar nueces.
Y en ocasiones eran los propios vecinos los que acudían a Pontones a suministrarse de algún producto que no hubiera en la aldea.
Asimismo dos o tres familias iban hasta Pontones a vender cargas de leña de chaparro.
Para los oficios religiosos (bodas, bautizos, entierros, etc) acudían hasta Las Casas de Carrasco. Aunque en ocasiones la boda se celebraba en Los Goldines por causas de fuerza mayor en que no pudieran desplazarse hasta Las Casas de Carrasco.
"La boda duraba día y medio. Boda y tornaboda. Si la ceremonia religiosa se hacía en la iglesia de Las Casas de Carrasco acudían todos los invitados cada uno desplazándose como pudiera. La novia iba montada en una silla, llamada jamuga y la caballería se enjaezaba magníficamente para la ocasión con todo tipo de adornos, una manta y colcha de ganchillo. El novio iba en otra caballería aparte y con menos vistosidad en la montura. Vuelta después para Los Goldines para los actos festivos. Si la ceremonia no se podía realizar en la iglesia de Las Casas de Carrasco, se preparaba un altar en una habitación. El cura venía desde Pontones y oficiaba la ceremonia. Había una o varias mujeres encargadas de hacer la comida. Previamente se había pedido prestado sillas, mesas, menaje y utensilios en casas vecinas y de familiares para poder abarcar a todos los invitados. La comida consistía en cabrito, cordero o pollo. Después de la comida se celebraba el baile hasta la hora de cenar. Acto seguido continuaba la gente más joven con un poco de baile hasta que cada uno se iba a acostar, generalmente donde se podía, en todas las dependencias de la casa, en casas vecinas, en el suelo, en pajares acondicionados para la ocasión, etc.
Al día siguiente, en la tornaboda se preparaba un suculento chocolate a la taza con buñuelos caseros.
Entre música y consumición de algún licor se llegaba hasta la comida. Concluida esta, cada uno se iba para su casa o su lugar de origen.
Muy típico este segundo día era la elaboración de garbanzos tostados que se comían como aperitivo, aunque la mayor parte de las veces acababan sirviendo de "munición" entre los jóvenes que se los tiraban unos a otros".
CATALINA OJEDA.
El médico en casos muy extremos venía desde Pontones. Don Aurelio que era natural de Madrid o don Lucas que era de Santiago de la Espada son algunos de los que se recuerdan. Había que ir a buscarle y llevar una caballería para que el doctor pudiera desplazarse a visitar al enfermo.
No había servicio de cartería y era cualquier vecino que se desplazaba a Pontones el que llevaba o traía la correspondencia.
No había escuela en Los Goldines y como quiera que la de Pontones y la de La Ballestera les pillaba muy retiradas, se habilitó un aula en una casa que no estaba ocupada y ejercía enseñanza en ella los maestros rurales de los que había en aquella época (maestros no titulados). Don Gregorio de Villanueva del Arzobispo o don Santiago de Hornos figuran entre los que impartieron sus conocimientos a los niños de Los Goldines.
Cada semana se les daba de comer en una casa, en relación a los niños que hubiera en cada familia.
Al no tener iglesia ni ermita no tenían fiesta patronal, pero todo cambió sobre el año 1955.
"Un cura de La Puerta de Segura nos animó a los vecinos a que Los Goldines tuviera su propio día de fiesta. El día elegido fue el 13 de mayo en honor a la Virgen de Fátima. Había una imagen en tamaño pequeño que las gentes se la iban pasando casa por casa en turnos rotatorios y ese día con unas andas preparadas para la ocasión se sacaba a la Virgen en procesión después de haber realizado una misa en un altar previamente preparado en la calle o en el interior de alguna casa.
Para la comida se sacrificaba un choto grande con el que se abastecía a todos los presentes. Por la tarde se realizaba el baile en el espacioso salón de la casa de Marcelo y Amadora. Los músicos de La Platera con guitarra, bandurria y acordeón eran los encargados de amenizar la fiesta.
La juventud de La Agracea acudía casi al completo a participar de este día festivo en Los Goldines. No faltaban tampoco jóvenes de La Ballestera, La Parrilla o Las Casas de Carrasco". RAMÓN SÁNCHEZ.
Los domingos por la tarde era costumbre realizar baile en las diversas aldeas o cortijadas. Se hacía en La Hoya Cambrón, en La Parrilla, en La Ballestera o en Los Goldines. Toda la juventud se desplazaba al lugar elegido, donde no faltaban los músicos de La Platera con guitarra y bandurria.
Una costumbre para el recuerdo era la llamada "Cencerrá".
"Cuando una pareja de viudos (o uno de los dos lo era) decidían casarse e irse a vivir juntos, esa noche se organizaba entre los mozos una comitiva que se desplazaban hasta la casa de la pareja y allí bajo la ventana o a la puerta se armaba gran bullicio y algarabía durante toda la noche a base del ruido de cencerros y cualquier otro objeto que pudiese hacer buen estruendo y donde no faltaban las picantes y groseras coplillas que entonaba cualquier mozo más atrevido".
RAMÓN SÁNCHEZ.
La luz eléctrica llegó en los últimos años de vida del pueblo, no así el agua corriente, la cual la tenían que ir a buscar a fuentes un poco retiradas al no haber ninguna junto a las casas.
"Íbamos a por agua a la Fuente de la Teja que era la que más cerca pillaba, pero las mozas preferían ir a la Fuente del Bancal que estaba casi a dos kilómetros. Así podían distraerse más de los quehaceres en la casa, o emplear el tiempo del trayecto en ir y venir a la fuente para ir conversando con el novio o con alguna amiga". RAMÓN SÁNCHEZ.
El triste final para Los Goldines llegó en los años 60 con la expropiación de las casas y las fincas por parte de Patrimonio Forestal del Estado, con el objetivo de repoblar la zona de pinos y así evitar la erosión del terreno en la vertiente próxima al pantano del Tranco con el fango y las piedras arrastradas por la lluvia.
La gente en breve espacio de tiempo tuvo que ir marchándose, emigrando gran parte hacía Barcelona y Valencia y otros se dispersaron por pueblos de la provincia.
El matrimonio formado por Pedro Sánchez Fernández y Concepción Alguacil González, con cuatro hijos, y Juan José, el pastor de la casa, fueron los últimos en marchar de Los Goldines. Hecho que aconteció a principios de los años 60.
Visita realizada en mayo de 2016.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte: Un agradabilísimo descubrimiento ha sido mi encuentro con esta aldea. Pese a estar junto a la carretera pero en terreno más bajo que esta, la mayoría de los automovilistas pasan de largo sin prestarle siquiera un par de segundos en contemplar esta preciosa aldea con la mirada. Ellos se lo pierden. Para que van a perder un poco de su tiempo en pararse y pasear por Los Goldines. En hablar con sus piedras, en sentir el dolor que rezuma el lugar por la marcha forzosa, el desamparo de sus ruinas.
Hay que descender el camino y adentrarse en esa silenciosa y ruinosa calle que desciende hacía el interior del pueblo. Antes hay que hacer una parada junto al lavadero y su pila adyacente. Emociona el verlo allí porque la imaginación se dispara y es fácil imaginar el ajetreo constante de las mujeres de la aldea en su lucha por lavar la ropa a base de frotar en la piedra escurridera, mientras que lo hacen se enteran por unas y otras de todos los chismes y noticias que han ocurrido recientemente en Los Goldines o en la comarca. Lugar de mucha vida social.
La calle continua su descenso entre edificaciones en ruina, escombros y vegetación.
Se da la particularidad de que no hay ningún edificio con tejado.
¡Alguien se tiene que haber puesto las botas con las tejas!
Pocas veces he visto un lugar en el que todos sus edificios carecen de cubierta y sea tan hermoso como este de Los Goldines.
¡Cuanta belleza atesoran sus ruinas!
Y aún queda una gratificante sorpresa al doblar la calle justo donde termina la calle principal. Aparece una calle más corta pero de extrema hermosura. Las mejores viviendas de Los Goldines estaban aquí. Viviendas de tres pisos, lo que no hay en el resto de la aldea. No se puede entrar a ninguna por su mal estado, pero no importa con ver su encanto exterior es suficiente. Estas mismas casas por su parte trasera son aun más preciosas si cabe. Un frondoso nogal proporciona un aire nostálgico a esta parte del pueblo. La vegetación esta exuberante de colorido.
A pesar de estar cerca de la carretera, el silencio es abrumador. Al estar a un nivel más bajo que la carretera, el ruido de los coches quedan amortiguados. Aquí los pájaros y el agua del arroyo que corretea al fondo del barranco pujan por poner banda sonora al lugar. Aquí arriba ganan los pájaros. Decido bajar hasta el arroyo, entre lo que un día fueron bancales cultivados. Suave descenso. Aquí gana el agua. Empatados. El canto de los pájaros y el rumor del agua es el mejor dúo que puede haber para formar una orquesta en un despoblado.
Subo otra vez en busca de este caserío ruinoso pero atractivo. Hago el mismo recorrido. Quiero verlo a la inversa de como lo hice a la bajada. Es más bonito en sentido descendente. No tengo prisa. Nadie me espera. No tengo que apagar ningún fuego. Donde voy a estar mejor que aquí.
Como va siendo hora de comer me siento junto al lavadero para dar cuenta de mis vituallas. No puede haber mejor sitio para comer. Observas la calle como desciende y se pierde entre sus propias ruinas.
Como diría una buena amiga, no quiero irme cuando estoy tan a gusto en estos lugares, pero tengo que hacerlo.
Encantador y sorprendente lugar este de Los Goldines. Bellísima ubicación.
¡Hasta el nombre lo tienes precioso!
Entrando a Los Goldines.
Comienzo de la calle principal en sentido descendente. La carrasca majestuosa, se niega a caer derrotada y desplomarse sobre la calle.
El lavadero de Los Goldines. El agua era canalizada por una acequia proveniente de la Fuente del Bancal. Servía también para regar los huertos.
Calle principal en sentido descendente.
Se llevaron el horno al completo (bóveda y base). ¡Faltaría más!
Escalera hacía la nada. Subir y bajar. Bajar y subir...
Vivienda. Enfoscada de cal el primer piso, en piedra vista el segundo. Escalera exterior.
La caseta del transformador de la luz. A mediados de los años 50 llegó este gran invento que hizo la vida un poco más fácil a la gente de Los Goldines. Atrás quedaron los candiles y las teas.
Calle lateral. Con piedra caliza y argamasa era suficiente.
Amalgama de muros, escombros, vegetación... Imagen desoladora de la situación actual de Los Goldines. Los del fondo los culpables.
Calle principal en sentido descendente.
Calle baja de Los Goldines. Belleza al paso.
La misma calle desde el ángulo inverso. Se da la circunstancia de que las viviendas a ambos lados de la calle eran de la misma familia. Las de la derecha era la casa de "bonito" y las de la izquierda las de los quehaceres diarios.
La casa de Aurelio Fernández. La presencia del zócalo exterior denota buen porte de la vivienda.
Horno y casa de Aurelio Fernández. La vistosa grieta de la fachada augura un mal futuro para la vivienda a corto plazo.
Las casas de la familia Fernández cierran Los Goldines en su parte baja. Voluminosidad y altura. La del medio, sujetada por dos contrafuertes era propiedad de María Fernández, dueña del molino aceitero de El Castellón.
Desde el arroyo de Los Goldines la visión de la aldea apenas se vislumbra. Ganan presencia los bancales, antaño todo cultivado, hoy yermo.
Cuesta reconocer alguno de los viejos caminos por donde se accedía a Los Goldines.
Confluencia de calles.
Vivienda y cuadra.
Bonito encuadre urbano.
Tramo de calle en sentido ascendente. Viviendas que agonizan pero hasta el último día mantendrán una pose hermosa.
Tramo de calle en sentido ascendente. Hacía la salida del pueblo.