Hablar de La Garranxa es hablar de viñas. Ayer, hoy y mañana. Siempre ha estado ligada a la producción vinícola esta aldea del municipio de Porrera en la comarca del Priorat.
En la confluencia de dos barrancos, en las primeras rampas de la sierra del Molló se sitúa este apiñado caserío.
No queda nadie con vida sobre la faz de la tierra que pueda decir que ha nacido en La Garranxa.
Ello da una idea de lo lejano en el tiempo que fue su despoblación. Y es que sobre el año 1920 aproximadamente ya no vivía nadie de manera permanente en esta aldea.
En el siglo XIX y principios del siglo XX La Garranxa estaba habitada de continuo. A partir de esos años esta agrupación de casas que llegó a contar con unas ocho viviendas pasó a ser un pueblo de temporada. La de la viña. Solo permanecía habitado tres meses al año. El resto del tiempo la gente vivía en Porrera, aun cuando se desplazara continuamente para atender las fincas.
Era llegado el mes de septiembre y hasta bien entrada la segunda quincena del mes de noviembre cuando se producía la migración y ocupación temporal de las casas de La Garranxa. Llegaban los amos de las tierras y los trabajadores empleados para la recolección de la uva. Así durante casi tres meses esta preciosa aldea recuperaba la vitalidad y la presencia humana que había tenido antaño.
Eran meses de duro trabajo de la vendimia. Sin dejar de lado la segunda producción de La Garranxa: la avellana. En el siglo XX se plantaron avellanos en numerosa cantidad lo que dio consigo una amplia recolección de este fruto seco que era importado a Reus.
Algunas familias mantenían pequeños rebaños de ovejas y cabras.
Durante ese tiempo los niños que tenían familia en Porrera (generalmente los abuelos) se quedaban con ellos en el pueblo para asistir a la escuela y solamente los fines de semana subían a La Garranxa. Pero se daba el caso también de niños que hacían diariamente los cuatro kilómetros que separan La Garranxa de Porrera para asistir a clase.
El médico subía en casos excepcionales desde Porrera para asistir a algún enfermo de gravedad.
Los sábados aprovechaban para bajar a Porrera a suministrarse de alimentos y otros productos con los que tirar toda la semana.
Varios jóvenes hacían alguna escapadita si el trabajo lo permitía a Porrera los domingos por la tarde para asistir al baile que se daba en uno de los Cafés del pueblo. Así como también bajaban a participar de la Festa Major de invierno el segundo domingo de noviembre.
Terminada la temporada de la uva, tocaba la vuelta a Porrera quedando sumida La Garranxa en un manto de silencio y soledad.
Así estuvieron hasta los años 50 en que la construcción de una pista sustituyó al camino de caballería y permitió el desplazamiento diario desde Porrera y no tener que permanecer viviendo en La Garranxa de manera temporal.
Visita realizada en julio de 2016.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Cuentan que en los años 50 durante la construcción del trasvase para llevar agua al pantano de Riudecanyes que pasaba a mitad de camino entre Porrera y La Garranxa varios camiones que transportaban materiales de construcción se cayeron al barranco. Y que los niños de Porrera acudían en veloz carrera para ver el espectáculo del camión volcado en el lecho del río.
Viendo el camino uno se da cuenta de porque sucedían esos accidentes. El camino es estrecho, tan estrecho que da para el paso justo de un vehículo. Y además bastante sinuoso, con muchas revueltas y recodos de nula visibilidad.
Emprendo el camino desde Porrera de buena mañana, cuando el pueblo apenas se esta desperezando para afrontar un nuevo día. El trayecto es suave, sin mucha inclinación (apenas 100 metros de desnivel en los 4 km. que separan Porrera de La Garranxa). Viñas y diversos tipos de arboles jalonan ambos margenes del camino. Es el barranco de La Garranxa que desciende desde el Molló y se junta más abajo con el río Cortiella (río que pasa por Porrera).
No se porque me había hecho a la idea de que La Garranxa iba a estar en un llano, pero no. Me equivoco. Esta en una repisa del terreno, justo cuando el camino empieza a tomar inclinación. Las vueltas y recodos del camino no permiten divisar la aldea hasta que no estas a poco más de doscientos metros de ella.
Ha transcurrido una hora desde mi salida de Porrera cuando entro en La Garranxa. Lo primero en verse es una preciosa era de trilla. Dos calles flanquean el apiñado caserío donde las viviendas se juntan unas contra otras. Bonitos ejemplares de casas. Parece mentira que lleven tanto tiempo sin habitar y se encuentren en tan buen estado (exteriormente). El clima es benévolo por aquí y su lejanía y aislamiento ha propiciado su aceptable estado de conservación.
Me siento en el poyo de una de las casas para saborear la sombra que allí se da y echar un trago de agua. En esas estoy cuando llega una furgoneta con trabajadores de origen africano que me miran con un poco de extrañeza y desconfianza. No pensaban que iba a haber nadie por allí. La mochila, el palo y la botella de agua les hace ver que soy un senderista. Uno de ellos me pregunta que si bajo de la sierra y le digo que no, que he subido desde Porrera. Me comenta que son trabajadores de las viñas. No hay más conversación. Entran y salen de una de las casas cargando y descargando herramientas en la furgoneta. Se van a realizar su trabajo y mientras yo sigo sentado en el poyete. Se esta muy bien aquí, todo hay que decirlo. La mañana ya va avanzando y el calor no va a tardar en aparecer.
Hay algunas casas en buen estado pero también hay otras edificaciones caídas en el suelo. Hay un edificio por debajo de las casas junto a una balsa artificial que me llama la atención. Bajo a verlo y descubro que en su interior hay una sénia para subir el agua subterránea para regar los huertos.
Mantiene todavía las ruedas (horizontal y vertical), el árbol, la percha y otras piezas. Esta en desuso pero se mantiene tal y como era hace años.
Después de algo más de una hora me voy de La Garranxa, pero antes tomo un camino lateral que se eleva rápidamente y que me va a permitir tener una buena vista del caserío y del barranco. Viñas y vegetación abundante, y la chicharra haciendo oír su estridente y constante canto. Así que como el sabio refranero dice que cuando canta la chicharra es día de mucho calor emprendo el camino de vuelta a Porrera antes de que el termómetro se dispare.
Una ultima mirada hacía atrás con la vista a esta preciosa aldea.
LA GARRANXA.¡Que bonito suena!
Preciosa era de trilla enlosada. Para imaginar su uso hay que retrotraerse a los tiempos en que La Garranxa estuviera habitada permanentemente y tuvieran parte de sus tierras dedicadas al cultivo del cereal.
Carrer dels Afores.
Carrer Major. Cal Ros a la derecha. Era la vivienda más grande de La Garranxa.
Cal Ros. Entrada a la vivienda mediante arco escarzano. Puerta de dos hojas tachonadas con clavos de cabeza redonda. Cerradura decorada. Dintel en ladrillo. Escalón inferior o branquil en piedra. Sendos poyos en angulo recto flanquean la puerta. Todavía permanece la argolla debajo del ventanuco donde se ataba a las caballerías para cargar o descargar.
Sugerente lugar que evoca las tardes sentados a la fresca por los habitantes de la casa.
Carrer Major.
Carrer Major. En sentido inverso.
Carrer Major.
Cal Vall.
Carrer dels Afors. Fachada sur de Cal Vall.
Cal Figuerola. Separada unos doscientos metros del resto de las casas. Tejado a dos aguas. Acceso a la vivienda mediante arco escarzano. Dintel, jambas y escalón inferior en ladrillo. Puerta de doble hoja tachonada con clavos de cabeza redonda. Atractiva silueta del pino junto a la casa con la ramificación de su tronco.
Vista del núcleo central de La Garranxa desde Cal Figuerola. Las viñas omnipresentes se presentan al fondo en terraza.
Fachadas al sur. Destaca el volumen de Cal Ros, con su ultima planta compuesta de una galería de arquillos cuya función principal era la de secadero. Era propio de casas pudientes.
Edificio que albergaba la sénia. Maquinaria encargada de elevar el agua desde una zona más baja a una más alta para poder regar los huertos.