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Channel: Los pueblos deshabitados
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Orradre (Navarra)

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Unos metros más arriba de la confluencia de dos barrancos en pleno Romanzado se sitúa el pequeño caserío de Orradre.
Cuatro casas componían la población en los últimos años de vida del pueblo. Una quinta casa existió en las primeras décadas del siglo XX y siete se llegaron a contabilizar en el XIX.
No tuvieron luz eléctrica. Los candiles de aceite y carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían la fuente a cinco minutos del pueblo.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
Su término municipal era pequeño por lo que tenían poco terreno cultivable. Trigo y cebada eran sus principales producciones.
Nogales, manzanos, perales y ciruelos eran los árboles frutales que más abundaban en sus campos.
Iban a moler el grano a la harinera de Lumbier.
La ganadería se basaba en la oveja como animal prioritario.
Tratantes de Sangüesa eran los encargados de comprar los corderos.
En cada casa había un par de bueyes o incluso dos para las faenas del campo.

Barranco del Toscal
Campo de la Era
Campo de la Izala
Campo de la Vistica
Campo del Camino de Iso
Cantera de Espiñela
Cerro de Corona
Cerromalo
El Molinacho
El Monte
El Plano
El Saso
Fuente Burzana
Gallinajusta
La Retóndola
La Sierra
Pintopozo
Rincón del Paco
San Julián
Tierra Canabera

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Orradre que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**



No había escuela en Orradre y así a los niños en edad escolar les tocaba ir a la de Napal.
"En los años cincuenta íbamos cinco o seis niños de Orradre a la escuela de Napal. Tardábamos medía hora andando". JUANI OROZ.

Don Ciriaco, el cura venía andando desde Domeño a oficiar los actos religiosos.
"En cierta ocasión estando el cura en Orradre para dar misa se puso enfermo del estomago y estuvo un mes y medio convaleciente aquí en nuestra casa hasta que mejoró y pudo volver a Domeño. Mi madre le tenía que atender y dar de comer". JUANI OROZ.

El médico venía en coche desde Domeño en la persona de don Miguel, años más tarde le sustituyó su hijo Miguel María.
Martín el cartero de Domeño venía a repartir la correspondencia montado en bicicleta. Luego le relevó José Luis.

Para hacer compras de poco tamaño se desplazaban a Domeño. Si era cosa de más cantidad y diversidad de productos hacían el desplazamiento a Lumbier para lo cual aprovechaban para vender huevos, pollos o algún cabrito.
Algún vendedor ambulante llegaba desde Lumbier vendiendo un poco de todo y algo de pescado como eran las sardinas y el bacalao.
A Domeño tenían que ir a visitar al herrero para cualquier apaño de forja.

La fiesta patronal se realizaba el 27 de diciembre en honor a San Juan Evangelista.
Ese día venían los familiares llegados de fuera además de la juventud de Napal, Iso y Domeño.
Para la ocasión se mataba un cordero, un cabrito o un pollo. No faltaban a los postres los orejones, las ciruelas pasas y la bizcochada.
Se hacía baile amenizado por un acordeonista de Pamplona.
"El baile se hacía en el salón de Casa García porque allí había varías mozas jóvenes". JUANI OROZ.

En la noche de Navidad era costumbre quemar un tronco grueso en el fuego de la cocina. Se le llamaba chubilar.
El domingo de Ramos se bendecían tallos de mimbre y sanguino con los cuales se hacían cruces y se ponían en los campos a primeros de mayo.

La despoblación acechaba a todo el Romanzado y Orradre no iba a ser ajeno a ello.
"En los últimos años ya estaba emigrando la gente de todos estos pueblos.
Me quedé yo sola de gente joven en Orradre. Los domingos venía una chica de Napal que también estaba sola en su pueblo y salíamos a pasear hasta la carretera general, otras veces si hacía buen tiempo alargábamos el paseo hasta Domeño. Ese era nuestro entretenimiento los días de fiesta". JUANI OROZ.


Fue la gente joven que había emigrado previamente la que se acabó llevando con ellos a los padres.
La ausencia de futuro en el campo y las ganas de buscar una mejora de vida fue empujando a las gentes de Orradre rumbo en su mayoría a la capital: Pamplona.
El matrimonio formado por Marcos Oroz y Felipa Jauregui, además de Juani la hija que tenían fueron los últimos de Orradre.
Después de estar un año viviendo solos en 1965 cerraron la puerta de Casa Juanito y se fueron a Pamplona.

Informante: Juani Oroz de Casa Juanito (Conversación personal mantenida en su casa de Orradre).
Otra fuente de información: "Un estudio etnográfico de Romanzado y Urraul Bajo". Documento digitalizado de la Diputación Foral de Navarra.


Visitas realizadas en junio de 2009 y abril de 2017.

Punto y aparte. Es mi segunda visita a este pequeño pueblo de la Merindad de Sangüesa. Poca diferencia con la primera ocasión en que visité el lugar. No a nivel urbanístico donde todo sigue igual con el paso de los años, pero si hubo diferencia a nivel humano pues si en mi primera visita solo pude ver a lo lejos a un pastor con su rebaño por las afueras del pueblo en esta segundo paseo por Orradre coincido con los moradores de Casa Juanito que están a la puerta de su vivienda donde pasan buenas temporadas alejándose del bullicio de Pamplona. Saludos de rigor, charla trivial para entrar en contacto y al cabo de un rato me ofrecen pasar al interior para tomar un aperitivo. En el salón de la casa con un refrigerio por medio va pasando el tiempo mientras hablamos del pasado de Orradre, del presente de la vida y del futuro que está por venir en esta vida tan acelerada que llevamos para todo.
Al cabo de un buen rato me despido de mis anfitriones que tan excelente hospitalidad me han brindado y después de darme las indicaciones oportunas para llegar hasta la fuente salgo de la casa y me dispongo a revisitar el pueblo. Todo igual. La iglesia en buen estado y cerrada al interior. El núcleo central del pueblo imperturbable al paso de los años. Un claro ejemplo de pueblo deshabitado pero no abandonado. Casas mantenidas y visitadas por sus propietarios. Solo Casa Ruperto tiene los síntomas de un desgaste más acusado al no mantener tejado. Las demás aguantan con solidez. Son las edificaciones auxiliares (pajares, cuadras y corrales) las que han dado con sus piedras en el suelo. Ya no hay animales, no hay grano ni útiles que guardar.
El silencio es total, solo roto por el ruido esporádico de motor de algún coche que pasa camino de Napal o de Domeño.
El día está gris, si en mi primera visita la niebla era la dueña del ambiente, en esta ocasión no lo es, pero el sol tampoco aparece. La temperatura es fresca.
Me alejo del pueblo para ver una vista panorámica desconocida para mí.
Voy a visitar la fuente, escondida entre la vegetación. Vuelvo para el pueblo, poco más hay que ver, no hay calles. Me detengo ante la iglesia, robusta y firme. La contorneo en todo su perímetro. Hermosa.
La visita a Orradre toca a su fin, paso nuevamente junto a Casa Juanito, en su interior estarán dos personas dando cuenta de la comida que hayan preparado y comentando la incidencia de haber salido un poco de la rutina con el visitante que esa mañana ha visitado Orradre y se ha interesado por el pueblo. A tenor de su hospitalidad les debe haber causado buena impresión el forastero.
El visitante que se va alejando, que mira para atrás y observa Orradre por última vez también se lleva una gratísima impresión del buen trato recibido por los moradores de Casa Juanito. Le reconforta que a pesar de los tiempos que corren y de que no están los tiempos para confiar en nadie siempre hay quien le ofrece un trago de vino y unas lonchas de queso además de una agradable conversación (haciendo gala de la hospitalidad que llevaron sus antepasados en estos pueblos de montaña).
Seguramente ellos con el paso de los años no se acordaran del visitante que aquella mañana primaveral llegó a visitar Orradre, pero el visitante si se acordará con el paso de los años y siempre relacionara el nombre de Orradre con el buen trato que le dispensaron en una casa del pueblo: Juanito.


Uno de los diversos caminos que había para llegar a Orradre.




La iglesia parroquial de San Juan.
Torre- campanario, en origen fue espadaña. Las campanas se trasladaron a Domeño. Escalinata de acceso al recinto. Contrafuertes. Contorneada por un muro perimetral.



Otra vista de la parroquial por su lado norte. La hiedra se hace presente en la fachada por este lado. De fondo se deja ver Casa Juanito.



Atrio de acceso al templo.




Accediendo a la parte central del pueblo. Casa Juan Tabar a la derecha y Casa García a la izquierda.



Casa Juan Tabar.




Casa García. En el salón de esta casa se celebraba el baile de la fiesta de San Juan en diciembre.



Casa Ruperto.




Desde la esquina de Casa Ruperto. Parte trasera de Casa Juan Tabar y a la izquierda la iglesia de San Juan.



Corral y pajar. Ruinas.




Horno de pan de Casa Juanito.




Era de trillar y vista parcial del pueblo.




La fuente de Orradre.




Cementerio.

L´Estall (Huesca)

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Si has nacido o has vivido en L´Estall o simplemente alguno de tus familiares (padres, abuelos, tíos) es de este pueblo, me gustaría que me ayudaras a hacer un reportaje para el blog.
La memoria de L´Estall no puede quedar en el olvido.
No hay nada escrito sobre como se vivía en este pueblo.
Quisiera hacer un reportaje para ello, al estilo de los que ya hay en el blog sobre otros pueblos. Sería para hablar de la vida cotidiana, de las fiestas, de la escuela, de la agricultura, etc.
Sería un bonito homenaje hacia el pueblo y las gentes que allí vivieron.
Si te animas escríbeme al correo electrónico que hay en la columna de la derecha o facilítame alguna forma de contacto.
Se respetara el anonimato si así lo deseas.

El Vallejo (Soria)

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Si has nacido o has vivido en El Vallejo o simplemente alguno de tus familiares (padres, abuelos, tíos) es de este pueblo, me gustaría que me ayudaras a hacer un reportaje para el blog.
La memoria de El Vallejo no puede quedar en el olvido.
No hay nada escrito sobre como se vivía en este pueblo.
Quisiera hacer un reportaje para ello, al estilo de los que ya hay en el blog sobre otros pueblos. Sería para hablar de la vida cotidiana, de las fiestas, de la escuela, de la agricultura, etc.
Sería un bonito homenaje hacia el pueblo y las gentes que allí vivieron.
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Se respetara el anonimato si así lo deseas.

Rocamora (Tarragona)

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A 765 metros de altitud, en lo más profundo de la sierra de Brufaganya se sitúa el pequeño despoblado de Rocamora.
Sobre una minúscula altiplanicie por encima del Barranc de la Fou dos viviendas y una iglesia daban vida a este recóndito lugar.
El origen del lugar parece ser que estuvo en un primitivo castillo (del que nada queda). A su vera se fue conformando el pueblo.
Hay constancia documentada de manera escrita que en siglos anteriores Rocamora llegó a tener veinticuatro casas, contando las masías dispersas por los alrededores.
Todo eso lo fue perdiendo con el paso de los años, debido a que la gente se fue trasladando a vivir a lugares más asequibles y más cercanos al santuario de Sant Magí de Brufaganya que fue el que tomó el relevo a nivel de parroquia a Rocamora y su iglesia.

En las últimas décadas de vida del pueblo fue habitado por diversas familias de masoveros, siendo la familia de Pilar Segura la última en dar vida a Rocamora.
A través de unas extraordinarias conversaciones mantenidas entre Pilar y la historiadora Montse Rumbau plagadas de recuerdos emotivos y sentimentales se puede saber como era la vida en este escondido caserío en los confines de la Brufaganya.

Con la autorización de Montse Rumbau (autora de un libro sobre la comarca de reciente publicación: "500 anys de vida rural a Sant Magí de la Brufaganya i entorns") utilizo unos cuantos extractos de su texto publicado en la página web: Tribus de la Segarra- Els escrits de la Montse Rumbau. La vida a Rocamora.


En los años 50 vivía en Rocamora de masoveros el matrimonio formado por Josep Segura y Pilar Mercader (natural de la masía Cal Tronc de Querol), con sus dos hijas Pilar y Pepita.
Además los abuelos Josep Segura (natural de La Llacuna) y Francesca Junyent (natural de la masía Cal Bruno de Querol). Ellos fueron los que dieron comienzo a la vida de la familia Segura en Rocamora, anteriormente habían estado de masoveros en la masía dels Frares, cercana al santuario.
Vivía también una hermana del cabeza de familia, Marcela que se había quedado viuda.
Asimismo estaban dos mozos y dos pastores.
A ellos habría que añadir la maestra de la escuela de Valldeperes cuando la tocaba por turno rotatorio (La maestra vivía tres meses en cada casa que tuviera algún alumno en edad escolar).

Tuvieron luz eléctrica en Rocamora.
Para consumo de agua tenían una cisterna en la que almacenaban agua de lluvia y cuando escaseaba iban a por ella a un pozo situado a diez minutos.
Había horno para hacer el pan, el cual se hacía cada quince días. Alrededor de quince o veinte panes de un kilo.
Más tarde llevaban el grano del trigo a moler a Santa Coloma de Queralt y allí les daban el equivalente en pan.
Tenían un rebaño de ovejas y algunas cabras.
Contaban con un buen número de gallinas, conejos de cría y un colmenar donde fabricaban miel.
Tenían un burro, un macho y una mula para los trabajos de carga.
Cazaban conejos y perdices.
Tenían el huerto un poco retirado, cercano a las fonts de Sant Magí. En él cultivaban habas, garbanzos, judías, tomates, coles...

Iban los lunes al mercado de Santa Coloma de Queralt. Llevaban a vender huevos y algún conejo. De paso compraban bacalao, sardinas y congrio.
Para abastecerse de vino iban hasta el pueblo de Miralles.

Las dos niñas (Pilar y Pepita) iban a la escuela de Valldeperes, aunque primeramente fueron a la de Pontils porque en Valldeperes hubo un tiempo que no hubo maestra. Una hora y medía tardaban andando a Pontils, se llevaban la comida en una tartera y comían en el café del pueblo. Por el camino se juntaban con niños de otras masías y con los de Valldeperes y hacían el trayecto todos juntos. Cuando hubo escuela en Valldeperes tardaban una hora y comían en Cal Macià.
En verano asistían a la misa dominical que se hacía en la capilla de las Fonts de Sant Magí, la cual formaba parte del santuario del mismo nombre.
Las gentes de Rocamora hacían alguna escapada para asistir a las dos festividades de Sant Magí, en agosto y en septiembre, así como a la festa major de los pueblos cercanos de Valldeperes y Viladeperdius, incluso a la de pueblos más alejados como Pontils y Bellprat.
Cerca de Rocamora pasaba una carrerada (vía pecuaria) de gran tránsito de los rebaños de ovejas que hacían la trashumancia en primavera desde las tierras del Penedès hasta los altos pastos del Pirineo.
Días de mucho ajetreo, hasta tres o cuatro rebaños de más de cien ovejas cada uno se podían llegar a juntar en Rocamora y alrededores para pernoctar.

La familia Segura puso punto y final a la vida en Rocamora a mediados de los 60 cuando se fueron a vivir a Santa Coloma de Queralt. Desde entonces este pequeño pueblo de la Brufaganya quedó deshabitado.

Fuente de información: Página web: Tribus de la Segarra. Els escrits de la Montse Rumbau. La vida a Rocamora (Conversaciones de la autora con Pilar Segura, antigua vecina de Rocamora).
Autorización de Montse Rumbau para extraer toda la información requerida.


PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Visita realizada en julio de 2017.

Punto y aparte. A través de los escritos de la Montse Rumbau tengo conocimiento del pequeño lugar de Rocamora, así que aprovechando unos días de vacaciones en la zona costera de Tarragona me voy a conocer este pueblo. Llego una tarde calurosa del mes de julio con mi coche junto a la explanada de la Capilla de las Fonts de Sant Magí.
No hay indicación ninguna para llegar a Rocamora, aunque llevo un pequeño plano, observo que unos metros más arriba en otra pequeña explanada hay una persona sentada en una silla de camping con una cámara fotográfica a sus pies. Está ensimismado en sus pensamientos y no me siente llegar hasta que no estoy encima. Es Martí un catalán/alemán. Le pregunto por Rocamora y por la manera de llegar hasta él. Ni conoce Rocamora ni mucho menos el camino que me habrá de llevar hasta allí. A cambio recibo una lección magistral sobre el mundo de las mariposas de la cual es fanático. Me empieza hablar con gran entusiasmo de este insecto de corta vida, a la vez que me muestra algunas imagenes en su cámara.
Viene a menudo a este rincón de la Brufaganya porque es un lugar de asentamiento de mariposas. Me comenta que hoy está él solo, pero que otros días se puede llegar a juntar aquí un buen número de personas aficionadas al mismo hobby. La inmovilidad es su seña de identidad, pues tiene que hacer espera de unas cuantas horas para conseguir el objetivo de fotografiar a la mariposa deseada. Así que le toca estar mucho tiempo en permanente espera. Lleva desde la mañana temprano y ha conseguido hacer solamente una fotografía con zoom de una mariposa largo tiempo perseguida. Le compensa el tiempo pasado allí, está esperando a que nuevos insectos hagan su aparición para tratar de inmortalizarlos. En mi ignorancia le digo de algunas mariposas que están quietas en alguna flor o dando cortos vuelos, pero me dice que esas ya no tienen especial interés para él porque ya las tiene muy vistas. Está esperando otros ejemplares más dífícil de ver.
Me despido de él y busco el camino que me llevará a mi destino. A pesar de alguna duda inicial por una bifurcación de caminos pronto cojo el sendero que en media hora me llevará hasta Rocamora.
Al principio entre tierras de cultivo y más tarde entre bosque de boj, romero y encinas.
En pleno bosque un ejército de moscas se me arrima a la altura de la cabeza y hacen que el trayecto sea un martirio. Siempre he contado con las molestias de este ingrato insecto en verano, pero lo vivido en ese sendero de Rocamora supera los límites de lo normal. Por suerte cuando llego al alto del terreno sobrepasando el bosque, las moscas desaparecen como por arte de magia.
Estoy en la era de trillar de Rocamora. En diez minutos llegaré hasta el pueblo. Paso junto a una antigua balsa que se llenaba con agua de lluvia y que ahora está completamente seca. El sendero es llano y pronto avisto las edificaciones de Rocamora. El acceso a las viviendas es por un portal que flanqueado por sendos muros hacen del lugar un recinto cerrado. Han puesto una verja movible para acceder a su interior.
Dentro el patio y las dos viviendas, una más entera que la otra aunque ya en estado ruinoso las dos.
No puedo acceder al interior de ninguna de ellas. Observo algunos detalles todavía visibles. Salgo al exterior y contorneo las casas, una cisterna se hace visible. A unos cincuenta metros se ve una edificación de buena piedra sillar de forma casi cuadrada que más parece un castillo, pero no, es la antigua iglesia parroquial de Rocamora, de trazas románicas, bajo la advocación de Sant Jaume.
Entro a su interior, es lóbrego a pesar de que por la puerta de entrada y algún boquete del techo entra algo de iluminación. Ni un pequeño detalle ornamental ni eclesiástico de ningún tipo. Desnuda de todo símbolo religioso. La bóveda de crucería del techo habla de reformas en siglos posteriores.
Salgo al exterior, contemplo desde aquí las dos viviendas del pueblo por su parte trasera con algunas edificaciones auxiliares.
Diviso también una buena vista del territorio de la Brufaganya con el santuario de Sant Magí presente.
No puedo explorar más de Rocamora por el otro lado. Cuesta creer que este lugar llegara a tener veinticuatro casas como dicen los escritos medievales. Pero si está reflejados así sería.
Me voy de Rocamora, desandando el camino de ida: la balsa, la era, el bosque (sin la compañía de las moscas) y la capilla de las Fonts. Allí sigue Martí, está de pie, parece que hay movimiento de mariposas. Le hago una seña de despedida con la mano. No me acerco para no importunar su terreno y su inmovilidad, no sea que le vaya a trastocar su trabajo. Me devuelve el saludo con la mano y se agazapa junto a un matojo.
Cada uno con su tema. Uno apasionado de las mariposas y otro de los despoblados. Dos mundos completamente opuestos, dispares, pero que las circunstancias nos han hecho compartir unos minutos.


Rocamora a la vista, por encima del bosque.




A punto de llegar a Rocamora. Camino de acceso.




Portada de acceso en arco de medio punto al patio donde se encuentran las dos casas de Rocamora. El muro delimita el espacio interior a modo de recinto cerrado.



Las dos casas de Rocamora. La familia Segura habitaba la de la derecha aunque hacía uso de las dos. En mal estado ambas.



Patio interior y puerta de acceso al recinto urbano de las casas de Rocamora.



Fachada exterior de las dos viviendas. Cisterna situada en el medio que se llenaba con agua de lluvia.



La iglesia románica de Sant Jaume.




Portada de acceso al templo.




Interior del templo.




La iglesia y las casas.




Vista trasera de las dos casas.




Vistas desde Rocamora de una parte del territorio de la Brufaganya. El Santuario de Sant Magí bien visible.



Balsa de agua (hoy seca) que se llenaba con agua de lluvia. Aqui venían las mujeres de Rocamora a lavar.
Habia otra balsa más pequeña en las inmediaciones que era la que utilizaban los animales para beber.



Era de trillar, pajar y corral. Aquí se guardaban las ovejas de Rocamora.
A finales de 1944 se produjo aquí un trágico enfrentamiento nocturno entre la guardia civil y los maquis con el resultado de un muerto por cada lado, además de tres guerrilleros detenidos.
Una delación llevó a los guardias hasta aquí donde se encontraban durmiendo los huidos en uno de los cobertizos.

Valtrujal (La Rioja)

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Cinco aldeas tenía el pueblo de Robres del Castillo en el Alto Valle del Jubera.
Solo San Vicente, la más grande, consiguió sobrevivir (a duras penas) a los azotes de la despoblación.
Hoy día es un excelente ejemplo de recuperación gracias al entusiasmo y buen hacer de los que se fueron y sus descendientes.
No ha corrido la misma suerte la segunda aldea del municipio en volumen y población: Valtrujal.
Dormita solitario y olvidado en una ladera del barranco de Arrejalón en las sinuosidades de la sierra de La Hez a 875 metros de altitud.
Alrededor de una quincena de casas conformaron el pueblo en sus buenos tiempos, llegando a alcanzar su máximo censo poblacional en los años 20 con una población que rondaba los 80 habitantes.
Nunca llegó la luz eléctrica ni el agua corriente a Valtrujal.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
Para abastecerse de agua iban a un manantial situado en el barranco, a unos cuatrocientos metros del pueblo. También las mujeres tenían que hacer el mismo recorrido para lavar la ropa.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada, avena y patatas principalmente.
Se llevaba a moler el grano al molino harinero de Robres, en tiempos más recientes se llevaba hasta las harineras de Corella y El Redal.
La ganadería estaba conformada por los rebaños de ovejas y en menor medida de cabras.
Se mataba un cerdo en cada casa.
Abundaba la caza del conejo y de la perdiz que suponía un aporte alimenticio extra en las cocinas.
Una hora tardaban hasta Robres del Castillo, la cabecera municipal por caminos de caballería.

Barranco de Arrejalón
Barranco de La Lobera
Charcales
El Barrio
El Hayedo
El Tiradero
El Trujal
Fuente Calaya
Fuente las Barras
La Barra
La Llanilla
La Pregosa
Las Lastras
Paredijas

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Valtrujal que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


No había escuela en Valtrujal y así los niños en edad escolar tenían que recorrer diariamente los dos kilómetros que había hasta San Vicente de Robres para asistir a la que allí había.
El cura subía desde Robres del Castillo a oficiar los actos religiosos. Don José y don Juan son algunos de los que se recuerda.
Desde Santa Engracia venía don Joaquin, el médico cuando la situación de gravedad de algún vecino lo requería.
Basilio, el cartero de San Vicente era el encargado de repartir la correspondencia, bajaba hasta Robres para recogerla, la cual venía en el coche de línea.

Santa Ana era la patrona de Valtrujal a la que celebraban fiesta el 26 de julio.
Se celebraba una misa y una procesión por las calles del pueblo.
Se acostumbraba a matar una oveja vieja en cada casa para compartir con familiares y allegados.
Venía la juventud de San Vicente, de Robres, de Buzarra, de Dehesillas...
Se realizaba el baile en una era amenizado por músicos de Arnedillo o de pueblos de Tierra Ocón.
Era costumbre en Semana Santa, el día de la Pascua de Resurrección la quema del Judas. Se hacían dos muñecos: el judas y la judesa. Se rellenaban de paja y se los vestía con pantalones, chaqueta, blusa y falda. Se colgaba de la pared de la iglesia donde permanecían hasta la tarde en que eran quemados. Había años que se hacía conjuntamente con los de San Vicente, primero en aquel pueblo y luego venían a quemar el de Valtrujal.

Para compras de pequeña envergadura había una tienda en San Vicente.
Era sin embargo a Arnedillo donde solían hacer los desplazamientos para realizar compras de mayor volumen porque aprovechaban para llevar a vender productos agrícolas y huevos, pollos y conejos También llevaban allí leña de estepa para vender. Tres horas empleaban en llegar.
A Munilla acudían para vender lechones, huevos y pollos debido al gran volumen poblacional que tenía aquel pueblo en aquellos años debido a las fábricas del textil y de calzado que allí había.
Eran familias que trabajaban a sueldo, pero apenas tenían animales de granja y productos de huerta por lo que todo lo que traían de los pueblos de alrededor para su venta tenía muy buena salida.
Fabricaban carbón para vender también en Munilla.
Para abastecerse de vino se desplazaban hasta Lagunilla de Jubera.

La despoblación que azotó con dureza a todos los pueblos de la montaña riojana se cebó particularmente con estos recónditos pueblos del Alto Jubera.
Valtrujal con una falta total de servicios básicos, con un mal terreno para la agricultura, con las incomodidades que ejercía el terreno donde tenían que bajar al barranco a por agua o incluso las eras de trillar les quedaba retiradas, unido todo ello a las ganas de buscar un mejor futuro, fueron los factores determinantes para que Valtrujal se quedara completamente vacío.
El grueso de la emigración se llevó a sus vecinos a Calahorra. Alguna familia buscó acomodo en Logroño o en Arnedo.
En 1968 cerraron las dos últimas casas que permanecían abiertas en Valtrujal: la de Paulino Barrio y su mujer Emilia Sáenz que se marcharon al pueblo de Jubera y la otra era la casa de Genoveva Barrio, la cual vivía sola por haber enviudado años antes al fallecer su esposo Quico Sáenz (Paulino y Genoveva eran hermanos, lo mismo que Emilia y Quico). Genoveva se bajó a vivir a Robres del Castillo.

Informantes:
-Antigua vecina de Valtrujal y vecinos de San Vicente de Robres (Conversación personal multiple mantenida en la plaza de San Vicente de Robres).
-Eugenia Barrio, antigua vecina de Valtrujal (Conversación personal mantenida por messenger por medio de terceras personas)


Visitas realizadas en marzo de 1995, septiembre de 2007 y mayo de 2017.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Tres visitas llevo hechas a Valtrujal en el periodo de veintidós años y poco ha cambiado. Lleva relativamente bien el paso de los años en comparación a otros despoblados. Más vegetación, edificaciones que van perdiendo sus muros, imposibilidad de transitar por algunos tramos de su trazado urbano, pero en general la fisonomía de las edificaciones sigue igual. La buena calidad de las piedras, el estar a resguardo de los vientos del norte y ser un lugar poco visitado hace que en Valtrujal el tiempo se haya quedado detenido.

Después de visitar el confortable y renacido pueblo de San Vicente de Robres me dispongo a visitar nuevamente Valtrujal en esta primavera del 2017.
Al estar a resguardo en ladera, el pueblo no se ve a pesar de que la carretera de San Vicente discurre casi por encima de sus tejados (eso me pasó en mi primera visita allá por los años 90 en que según el plano que llevaba Valtrujal estaba cerca del camino, pero no lo veía por ningún lado, tuve que parar el vehículo en un alto del terreno, asomarme al barranco y ver el pueblo a mis pies).
Esta vez no hay perdida. Además algún cartel explicativo da una orientación de la cercanía del pueblo.
La primera vez atajé bajando por entre la vegetación de manera vertical para llegar, ahora no, cojo el camino que dando un pequeño rodeo me llevara hasta la entrada. Cuando llego veo que todo sigue igual.
El pueblo no se ha alterado mucho en su camino hacia la ruina.
Dividido por un pequeño barranquejo en dos barrios. El primero en orden de llegada es el barrio de abajo. Más pequeño y con más dificultad de transitar por algunas calles. De hecho es imposible, sobre todo en su parte alta.
Me limito a contemplar las viviendas desde abajo y moverme por donde la vegetación me lo permite.
Enseguida llego hasta el barrio de arriba, por aquí las viviendas están en mejor estado y se puede mover algo mejor por sus calles aunque la vegetación y las piedras caídas de algunos muros lo van dificultando. La sencilla y coqueta iglesia se sitúa en la parte baja del pueblo. Una muralla de maleza impide el acceso a su interior. La contorneo, veo que ha perdido parte de su cubierta y la pared del lado este se está carcomiendo poco a poco sus piedras. Mal augurio para el templo.
Bajo hasta el barranco, quiero ver la panorámica de Valtrujal desde aquí. Se me asemeja a un libro abierto por la mitad por la disposición urbanística vista desde aquí con los dos barrios separados por un pequeño pliegue del terreno. Disfruto unos minutos de la visión y vuelvo a subir otra vez para el pueblo. Busco transitar por nuevas zonas del pueblo. Entro al interior de algunas viviendas donde todavía es posible. Austeras y sencillas huellas todavía visibles de un modo de vida que ha pasado a dormir el sueño eterno.
Busco rincones por descubrir detalles de interés. Por la parte alta está más complicado moverme. El silencio es absoluto. La soledad es palpable. Nadie aparece por allí. Ninguna señal de presencia humana. Es un lugar poco transitado y fuera de las grandes rutas senderistas.
Negros nubarrones aparecen en la lejanía por la parte del Cabimonteros. No sé si llegará la tormenta hasta aquí. No estaré para comprobarlo puesto que la visita a Valtrujal toca a su fin. No hay más que ver. Deshago el camino hasta la carretera. Contemplo las eras de trillar y me sitúo como al principio, al borde del barranco, con el pueblo a mis pies. Aquí me quedo unos minutos. La vida tuvo que ser dura aquí. Lejos de todo y cerca de nada. El terreno áspero y abrupto no permitía concesiones ni veleidades.
Tengo que decir que me he sentido muy a gusto las tres veces que he estado en Valtrujal. Pese a estar escondido y olvidado me agrada contemplar y pasear entre sus ruinas.



Año 2017. Valtrujal en la lejanía visto desde los eólicos del Cabimonteros. Los dominios del Alto Jubera.



Foto cedida por Eugenio Rodríguez

Valtrujal visto desde el otro lado del barranco. Se aprecia en toda su dimensión la separación de los dos barrios del pueblo así como su ubicación con respecto a la carretera de San Vicente de Robres que pasa por encima.



Foto cedida por Luis Díaz

Año 2020. Bonita panorámica de Valtrujal desde el oeste a vista de dron.



Año 2017. Llegando a Valtrujal.




Año 2017. Las primeras edificaciones en aparecer ya dan idea de las buenas dimensiones de las casas. La misma tipología constructiva. De tres plantas y piedras de mampostería irregular.



Año 2017. Viviendas del barrio de abajo.




Año 2017. Calleja en el barrio de Abajo.




Año 2017. El barrio de Abajo visto desde la iglesia.




Año 1995. El barrio de Arriba de Valtrujal.




Año 2007. El barrio de Arriba de Valtrujal.



Año 2017. El barrio de Arriba desde otra perspectiva.




Año 2007. Aspecto urbano del barrio de Arriba.




Año 2017. La iglesia parroquial de Santa Ana.




Año 2017. La iglesia por su lado este. La pared ha empezado a desmoronarse.



Año 2017. Interior de la parroquial.




Año 2017. Por la parte alta del pueblo.




Año 2017. Vivienda.




Año 2017."La postal de Valtrujal". Preciosa calle.




Año 2017. Al estar las edificaciones alineadas en distintos niveles las casas en este tramo tenían salida al exterior por el somero y formaban calle con las viviendas situadas por encima.



Año 2017. Edificaciones en mal estado.




Año 2017. Era de trillar.

Navabellida (Soria)

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En las estribaciones del monte Lutero y dividido en dos barrios (Viejo y Nuevo) por un riachuelo se encuentra el pueblo de Navabellida en las Tierras Altas de Soria.
Una veintena de viviendas llegaron a componer la población en sus mejores tiempos.
Noventa y dos personas fue su máximo censo demográfico, ello fue en 1920.
La luz eléctrica llegó al pueblo en 1952 lo que supuso una gran revolución.

"El primer día de tener instalada la luz en casa pagué la novatada con mis siete años puesto que mi madre por la noche me mandó que apagara la luz y yo fui corriendo a soplar a la bombilla para que se apagara.
¡Y es que veníamos de los candiles y yo en mi inocencia pensé que la luz se apagaba igual que soplando como hacíamos con los candiles! CÉSAR RIDRUEJO.


De agua para consumo tenían una fuente a cinco minutos del pueblo.
Se utilizaba ramas de ulagas para encender la lumbre y leña de roble para la combustión.
Había un horno comunitario para hacer el pan. Se hacía con una frecuencia semanal y aparte del pan se elaboraban tortas de aceite y tortas de chinchorra.

Nada quedó en el siglo XX de los tiempos del Honrado Concejo de la Mesta, de las ovejas merinas, de la trashumancia y del oro blanco (lana) que tanta riqueza y prosperidad dio en tiempos pasados a todos estos pueblos del norte soriano.
En la última etapa de vida en Navabellida la oveja seguía siendo el animal prioritario en la ganadería pero ya en pequeños rebaños, alrededor de ochenta o noventa cabezas de ganado por familia. Apenas se practicaba ya la trashumancia a las tierras de Extremadura. Los corderos se vendían a los tratantes o se llevaban a vender al mercado de San Pedro.

"Mi tío Cirilo era tratante de corderos, compraba y vendía ovejas y corderos por todos los pueblos y mercados. Así como mi padre también era tratante pero de caballerías. Iba a comprarlos por las ferias de San Pedro, Almazán, Almarza, Tudela y otros lugares y luego los vendía por los pueblos de la comarca.
En cierta ocasión estaba mi padre a la puerta de casa tratando con un posible comprador y me dijo que fuera a una cuadra en la parte alta del pueblo donde teníamos un potro percherón. Me recalcó que lo trajera cogido del ramal para que lo viera la otra persona con la que estaba negociando. Pero a mi con cinco o seis años que tenía no se me ocurrió otra cosa que en vez de ir andando montar al animal y aparecer por la calle hasta mi casa subido en el potro. Mi padre se sobresaltó al verme tan pequeño montado en la caballería pero estaba que no cabía en si de orgullo y satisfacción por la gesta que yo acababa de hacer y más delante de la otra persona." CÉSAR RIDRUEJO.


En cada casa se solía matar un cerdo al año. Se mataba a la vez una oveja vieja o dos para añadir a la carne del cerdo y así aumentar los embutidos.
El terreno era malo en general para la agricultura. Se sembraba trigo, cebada, centeno, yeros, garbanzos y patatas. Abundaban los ciruelos como árboles frutales.

"En mi casa un burro pisó por fuera de la herradura un clavo oxidado y le entró el tétano. El veterinario tardó en venir, total que al animal se le hincharon las piernas de manera grotesca y se quedó rígido y murió así de pie. Le sacaron como pudieron y lo llevaron a enterrar a una pieza de terreno a las afueras del pueblo.
En los años posteriores en esa pieza de terreno se había sembrado trigo y este cereal creció veinticinco centímetros más de lo normal. Ello era debido a que la carne del animal en descomposición una vez enterrado había servido de fertilizante para la tierra". CÉSAR RIDRUEJO.


A moler el grano se llevaba a los molinos que había en el curso del río Linares, entre San Pedro Manrique y Vea.
Durante años hubo plagas de urracas que dañaban el cultivo por lo que se premiaba por el aniquilamiento de estas aves. Había que entregar la pata izquierda del animal y se recibía una pequeña recompensa en dinero.
Los chopos que había junto al río se vendieron a una empresa maderera para su explotación.

Camino de San Andrés
Camino de San Pedro
El Campillo
El Lutero
El Prado Chico
El Prado Matachía
El Prado Paragón
La Aldea del Cebadero
La Dehesa
La Era del Higo Malo
La Rañe del Río
La Solana
Las Casillas de Remorogil
Las Cruces
Las Matillas
Los Llanos

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Navabellida que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Celebraban su fiesta patronal el día 10 de agosto en honor a su patrona: Santa Bárbara.
Un solo día duraba. En él se hacía una misa y una procesión además del baile en la placeta amenizado por los gaiteros de Diustes (el tío Galo con la dulzaina y su hijo Galito al tambor).
No faltaba la juventud de El Collado, San Andrés, Matasejún y Ventosa.

El cura venía desde Matasejún a oficiar los actos religiosos. Posteriormente venía desde Oncala. Don Faustino fue el que realizó durante varios años tal cometido.
El médico acudía desde Oncala a visitar a algún enfermo cuando la situación lo requería. Años más tarde venía desde El Collado puesto que en aquel pueblo construyeron la casa para el médico que daba servicio a los pueblos de la zona (Oncala, El Collado, Navabellida y San Andrés).
Había que ir a buscarle con una caballería para que se pudiera desplazar hasta Navabellida.
Se le pagaba por el sistema de iguala.
Don Epifanio y don Gabriel son algunos de los que se recuerda en los años 40 y 50.
Saturnina era la cartera que traía la correspondencia hasta Navabellida. Venía andando desde Oncala.
Julio, el herrero, venia periódicamente desde San Pedro Manrique.

Algún vendedor ambulante de pueblos de la comarca aparecía periódicamente por Navabellida vendiendo su mercancía.

"Una vez llegó al pueblo un vendedor que llevaba pimientos, ajos, guindillas y cosas por el estilo. Mi hermano y yo pegamos un bocado a una guindilla sin saber lo que realmente era y estuvimos todo el día con ardor en la boca. La gente nos decía que comiéramos pan y con ello se nos quitaría el ardor pero ni con esas, estuvimos todo el día con el ardor en la boca". CÉSAR RIDRUEJO.

Se desplazaban en buen número a San Pedro Manrique los lunes que era día de mercado. Mucha concurrencia de personal de todos los pueblos de la comarca. Frenético trasiego de gentes que llegaban para comprar-vender todo tipo de productos.
Las gentes de Navabellida tardaban una hora en realizar el trayecto hasta la capital comarcal. Llevaban serones en las caballerías con huevos, pollos o lechones metidos en cajones para su venta.
De paso compraban vino, bacalao, sardinas, azúcar …

"La primera vez que fui a San Pedro tenía cinco años. Al llegar me encontré con un gran tumulto de gente a lo que yo no estaba acostumbrado. Estaba entre asustado y emocionado. De pronto mi padre me dijo que me quedara quieto junto a una puerta de una casa y que le esperara allí que iba a hacer un recado. Yo no hacía más que ver pasar gente y animales calle arriba, calle abajo, mi nerviosismo iba en aumento porque mi padre no llegaba. Para mi era una novedad ver tanta concentración de gente. Estaba acostumbrado a Navabellida donde veía un número pequeño de personas, siempre las mismas y en un ambiente más tranquilo. Aquello era mucho para mí. No sé el tiempo que tardó mi padre en volver, creo que no fue mucho, pero cuando llegó a donde yo estaba no le dije nada ni lloré, simplemente le di un mordisco bien fuerte en la mano, tal era el nerviosismo que se había apoderado de mí. Años más tarde siempre recordábamos aquella anécdota de mi primera visita a San Pedro". CÉSAR RIDRUEJO.

Los inviernos eran tiempos de poca actividad en el pueblo.
Los hombres se iban a buscar trabajo en los pueblos de la Ribera Navarra, cada uno se empleaba en lo que podía, unos con el ganado y otros en tareas agrícolas. Las chicas en edad bien joven (con catorce años) se ponían a servir.
"Mi abuelo Victoriano en invierno se bajaba de pastor a Las Bardenas Reales". CÉSAR RIDRUEJO.

Eran días del trasnocho. Se juntaban las gentes en un corral o en una cuadra al calor de los animales y allí conversaban de lo que acontecía en el pueblo y en la comarca y jugaban a la brisca, al guiñote y al siete y medio.
Para los niños eran días de jugar al veo, veo, a correr el aro, al ori, a churro- media manga- manga entera, a coger huevos de los nidos, a hacer quedadas con los niños de otros pueblos en un punto determinado y liarse a tirarse piedras unos a otros.
"Un día no se me ocurrió otra cosa que coger al gato que teníamos en casa, subirle al somero y por el ventanuco tirarle a la calle, el animal se retorcía y maullaba en esos segundos en que caía hasta estamparse contra el suelo. Al cabo de un rato y después de engatusar al animal le volví a coger otra vez con la idea de repetir la misma operación, pero el gato cuando vio que subíamos la escalera del somero intuyó que se iba a repetir la misma operación de maltrato contra él y me dio un zarpazo que me dejó todo el brazo arañado saliendo que se las pitaba escalera abajo". CÉSAR RIDRUEJO.

En los primeros años 60 fue una comisión de gentes del pueblo a la Diputación de Soria para solicitar una carretera de acceso al pueblo, puesto que solo había camino de caballería. Se expuso la idea y el administrador encargado del asunto se mostró comprensivo y extrañado de que un pueblo no tuviera un acceso digno para llegar al pueblo pero todo cambió cuando se enteró de que eran muy pocos vecinos los que residían ya en Navabellida, se opuso de manera contundente alegando que era mucho gasto lo que había que hacer para una población tan escasa.
Así que el progreso se resistía a llegar a Navabellida y lo hacía con cuentagotas.

"Una hija de la tía Presenta y el tío Serafín les trajo una radio a los padres una vez que vino al pueblo de vacaciones. Los niños que no habíamos visto nunca un aparato de esos estábamos extasiados y alelados oyendo una voz de alguien que no se veía por ningún lado. Escuchábamos voces melodiosas y canciones y nos parecía algo mágico. La tía Presenta nos decía que pasáramos dentro de casa para oír la radio, pero nosotros no queríamos por educación, nos quedábamos fuera sentados debajo de la ventana oyendo esa voz que nos cautivaba". CÉSAR RIDRUEJO.

Ante la falta de servicios, las ganas de mejorar en calidad de vida, que los hijos pudieran estudiar en condiciones y un efecto domino en el que unas familias fueron atrayendo a otras camino de la emigración, Navabellida vio como en los años 50 y 60 se marchaban casi al completo sus vecinos.
Tudela (Navarra) acogió a la gran mayoría de vecinos, algunos probaron suerte en Arnedo (La Rioja) y otros en Zaragoza.
Aunque bien hay que decir que Navabellida nunca llegó a quedarse completamente vacío. Tres personas, los hermanos Pérez Martínez han continuado con la actividad de la ganadería trashumante que hicieron sus padres años atrás y se mantienen anclados al pueblo hasta el día de hoy evitando con ello que Navabellida actualmente engrose de pleno en la larga, larguísima lista de pueblos deshabitados que hay en España.

Informante: César Ridruejo, antiguo vecino de Navabellida en el que vivió los diez primeros años de su vida (Conversación personal mantenida por vía telefónica).

Visitas realizadas en mayo de 1997 y diciembre de 2018.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Terminando el año de 2018 vuelvo a visitar el pueblo de Navabellida. Es la segunda vez que lo hago. Veintiún años de diferencia. La tarde va acercándose a su final, la temperatura es fresca. Nada más llegar me adentro por esa especie de embudo que es su calle de entrada y que a través de un precioso tramo de calle empedrada me llevara a las entrañas de este bonito pueblo semi-deshabitado. Enseguida reparo en el edificio de la escuela, veo que lo han rehabilitado y dotado de servicios. Rememoro aquella tarde del pasado siglo cuando a través de su ventana abierta pude ver todavía algunos pupitres, la mesa de la maestra, la pizarra y un mueble escolar.
Ahora tengo ante mis ojos el mismo edificio pero con nuevo lavado de cara y destinado a otros usos muy diferentes al que fue concebido. Mis ojos no levantan los ojos del suelo, se quedan fijos en ese maravilloso empedrado, en algunos tramos ya muy deteriorado. Continuo bajando por su estrecha calle. Desde aquí veo a lo lejos por encima del pueblo a un pastor con su ganado. Le hago una seña de saludo con la mano. No se si me ha visto pero no responde. Diviso el frontón, una seña de modernidad en aquellos años. Unos cuantos golpetazos a la pared se llevarían las pelotas que con tanto empeño sacudirían los jóvenes ávidos de demostrar su buen talento para el deporte de pelota.
Paso junto a la iglesia, mustia, hiedra muerta en su espadaña. El templo está en muy mal estado, no se puede acceder al interior. No tiene cubierta. Se ha venido abajo antes que la mayoría de las edificaciones del pueblo, cuando normalmente suele ser al revés. Llego hasta el arroyo que divide el pueblo en dos, casi imperceptible su paso. Me acerco hasta la fuente cercana. Vuelvo sobre mis pasos y me encamino hasta las casas del barrio de arriba. El pastor se aleja con el pequeño rebaño. No me ve. Intento encontrar alguna senda para acercarme hasta él pero no encuentro ninguna. Se va alejando cada vez más. Desisto. Sigo transitando por esta parte del pueblo. Buenas viviendas antaño que dan idea del esplendor de tiempos pasados cuando todo giraba en torno a las merinas y la riqueza de la lana. Sigo caminando hasta que ya salgo del pueblo por el camino que llevaría antiguamente hasta San Pedro.
Vuelvo otra vez a deshacer el camino por su única calle: la iglesia, el frontón, la preciosa calle que aquí empieza a ganar en belleza, la escuela rehabilitada, la plazuela que forma unos rincones la mar de pintorescos. Sigo mirando la belleza armoniosa que destila el suelo que piso conformado por un atractivo empedrado. La calle al salir que se estrecha.
Algunas viviendas rehabilitadas da idea que en verano Navabellida sale de su letargo y recobra el animo con la vuelta esporádica de los que un día se fueron y sus descendientes.
Salgo hasta fuera del pueblo, cojo el camino lateral que va por encima del pueblo, otra perspectiva. El sol ya va camino de su guarida, en pocos minutos dejara paso a la penumbra nocturna. Es hora de marchar de este pueblo de precioso nombre.


Vista parcial de Navabellida en 1997




Barrio Viejo. Entrada al pueblo.




Barrio Viejo. Calle Real. Estrechez. Empedrado.




Barrio Viejo. Edificio destinado a carpintería. Julián Benito era el carpintero. Del buen trabajo con sus manos salieron numerosas puertas y ventanas para las casas de Navabellida.



Barrio Viejo. El ensanchamiento de la Calle Real permite una mayor amplitud del espacio formando una pequeña placeta. Aquí se celebraba el baile en la fiesta de Santa Bárbara.



Barrio Viejo. La placeta vista en sentido inverso.




Foto cedida por César Ridruejo.

Años 40. Grupo de mozos y mozas de Navabellida un día de fiesta.
De pie, de izquierda a derecha: María, Emilia, Quirino, Matilde, Margarita, Ángel, Juliana, Julián, Emilia y Sole.
Sentadas, de izquierda a derecha: Generosa, Beatriz y Paca.




Barrio Viejo. Viviendas en la placeta, de diseño y estructura casi idénticas.
La de la izquierda la habitó el matrimonio formado por Nicolás Ridruejo e Inés Calvo.
Tuvieron tres hijos: César, Mariano y Juan José.
En 1953 cerraron la puerta de casa y se fueron a Tudela (Navarra).
"Se entraba a la casa y lo primero era el portal. Aquí había dos cuadras y una cochinera en el hueco debajo de la escalera. Por esta se accedía al primer piso donde estaba la cocina, la habitación de matrimonio, las alcobas y un cuarto para usos múltiples. En la planta de arriba estaba el somero donde había un espacio con una cama, unos habitáculos separados por tabiques para almacenar el grano, la despensa donde se guardaban los productos de la matanza y otro pequeño espacio donde estaba la artesa para amasar el pan". CÉSAR RIDRUEJO.

En la de la derecha vivió el matrimonio formado por Pedro Fernández y Patrocinio Ridruejo.
Tuvieron cuatro hijos: Pedro, Alejandro, Patrocinio y Faustino.
La emigración se llevó a la familia a Pamplona.



Barrio Viejo. Vivienda. La habitó el matrimonio formado por Quirino y Juliana Redondo. Tuvieron dos hijos: Eugenio y Eduardo. Emigraron a Andalucía.



Barrio Viejo. Aspecto urbano.




Barrio Viejo. Pajar y majada para el ganado.




Barrio Viejo. Antiguo edificio de la escuela (hoy centro social).
Alrededor de una quincena de niños asistían a clase a últimos de los años 40 y primeros de los 50.
Don Gabino, natural de Autol (La Rioja) y doña Angelines también riojana fueron alguno de los maestros que impartieron enseñanza en este aula.
En la planta baja estaba el ayuntamiento al cual se accedía por la calleja que sale en sentido descendente. Al fondo se ven las casas del barrio Nuevo.



Barrio Viejo. Calle Real en sentido ascendente. Deterioro del empedrado en este tramo.



Barrio Viejo. Calle Real en sentido ascendente. Puerta de la casa de la maestra (color verde) en primer término. A la izquierda pared de la escuela. Preciso tramo empedrado.



Barrio Viejo. Grupo de casas antiguas situadas por encima de la Calle Real. De fondo las casas del Barrio Nuevo recibiendo los últimos rayos solares de la tarde.



Frontón. Se construyó en el año 54. Lugar destinado al esparcimiento de los jóvenes y los niños para practicar el juego de pelota.
"Lo inauguró el gobernador civil de Soria, don Luis López Pando. Se hicieron arcos engalanados con flores e hiedra para el recibimiento. Se hizo un convite a base de embutidos con las autoridades en la escuela. Se fue muy contento con el trato recibido por las gentes de Navabellida" CÉSAR RIDRUEJO.



Foto cedida por César Ridruejo.

Barrio Viejo. Años 90. Vista del frontón y la Calle Real.



Foto cedida por Cándido Las Heras.

La iglesia parroquial de Santa Bárbara.

"Mis recuerdos relacionados con el templo son escasos. Si recuerdo que en Cuaresma se ponían las campanas boca arriba, no se podían tocar. En Semana Santa acudíamos aprender las catorce estaciones del Vía Crucis. Y en el mes de mayo me acuerdo que teníamos que acudir por la tarde con la maestra a rezar el Rosario". CÉSAR RIDRUEJO.



Barrio Nuevo. Casas de buena presencia. Portón de acceso al corral.



Barrio Nuevo. Vista de las mismas casas desde el corral. Pared delimitadora.
En la de la izquierda vivió el matrimonio formado por Basilio Martínez y Leonides. Basilio falleció en Navabellida y Leonides se fue con una hija a Magaña.
La de la derecha la habitó el matrimonio formado por Emeterio Ridruejo y Emilia. Tuvieron cuatro hijos: Rufino, Cirilo, Timotea y Nicolás.
Posteriormente vivió en ella uno de los hijos: Cirilo, casado con Beatriz Hidalgo. Tuvieron tres hijos: Emilio, María Jesús e Inés. Se marcharon a Tudela.




Barrio Nuevo. Calle de Arriba.




Foto cedida por César Ridruejo.

Barrio Nuevo. Antigua casa de la familia Calvo. En los años 50 construyeron una nueva y esta la usaron para tener animales y guardar enseres.



Foto cedida por César Ridruejo.

Integrantes de la familia Calvo en la mitad de los años 40. Un jovencísimo César Ridruejo posa de pie sujetado por los hombros por su madre, Inés Calvo. El luto presente en las mujeres de la familia. Trampantojo de telón de fondo.



Barrio Nuevo. Casa. Vivía en ella Pilar Ridruejo con su marido y sus dos hijas: Pilar y Ana Marí. Emigraron a La Rioja.



Barrio Nuevo. Casa en estado ruinoso.




La fuente vieja.
La piedra atoque (piedra rectangular de una sola pieza donde se ponía la rodilla cuando alguien se agachaba a coger agua) tenía por su cara interna una inscripción romana. Algún experto en epigrafía la arrancó y se la llevó. Curiosamente años después fue expuesta en una exposición que se hizo sobre estelas romanas en San Pedro Manrique.



La fuente nueva y el lavadero.

Mongay (Huesca)

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Bajo unos escarpes rocosos en la sierra de Mongay se encuentra este otrora pintoresco lugar.
Perulla, Pociello, Ivars, Coix, Perantoni y Conte fueron las seis casas que dieron vida a este recóndito pueblo. Se alineaban de manera longitudinal manteniendo cierta separación entre una y otra.
Solo por caminos de caballería se podía llegar hasta Mongay.
Benabarre estaba a cinco horas de camino y Puente de Montañana a tres. Ya con eso se puede tener una idea del aislamiento que padecía este pueblo.
No conoció la luz eléctrica en las casas. Candiles de aceite y carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan. Así como también tenían prensa para hacer vino.
Tenían buenas tierras de cultivo, las cuales estaban sembradas de trigo y avena principalmente. Tambíen tenían olivos y viñas.
De árboles frutales eran los perales, melocotoneros, ciruelos y manzanos los que había en mayor número.
Bajaban a moler el grano a la harinera de Puente de Montañana. Allí les daban el equivalente en panes.
Las olivas para extraer el aceite las llevaban a moler al molino de Montrebei junto al Noguera Ribagorzana.
La oveja era el animal referente en la ganadería. Todas las casas tenían su rebaño.
Se bajaban los corderos y los lechones hasta Tolva y Benabarre donde venía un camión a recogerlos para llevarlos a vender a la feria mensual de Binéfar.
Era costumbre matar un par de cerdos al año en cada casa.
Había buena caza por los terrenos del pueblo con abundancia del conejo y la perdiz.
En el monte tenían carrascas y robles de los cuales cogían la leña necesaria para calentar la lumbre de las cocinas.

Barranc Fondo
Grau de Baix
Grau de Dalt
Hort de Sopena
Hort del Vive
La Collada
La Cova del Llop
La Feixa de Dalt
La Graereta
La Masía del Coix
La Planella
Lo Carantot
Lo Curñal Dalt
Lo Curñal de Baix
Lo Curñal del Mich
Lo Forat del Bobo
Lo Prat
Lo Renganou
Lorame
Los Amuridos
Los Tartes
Mondios
Sarrat de Comafonda

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Mongay que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


No había escuela en Mongay. Cada familia tenía que arreglárselas como pudiera para que sus hijos aprendieran a leer y escribir dentro de un tiempo en que la ayuda de cualquier niño era muy válida para ayudar en las faenas de la casa por lo que la enseñanza quedaba relegada a un papel secundario.
"Algún niño bajaba a la escuela de Chiriveta. No fue ese mi caso, durante un par de años asistí a la escuela de Litera porque mi abuela era de aquel pueblo. Estaba allí en su casa de lunes a viernes y los fines de semana me subía andando a Mongay (una hora y media de camino).
En la escuela de Litera seríamos alrededor de una decena de niños. Me acuerdo que la maestra se llamaba doña Gaudencia.
También hubo un tiempo en que tuvimos enseñanza en Mongay por medio de un maestro rural de aquellos que iban ofreciendo sus conocimientos por los pueblos. Se le pagaba entre todas las familias y cada semana se daba clase en una casa, donde también recibía alojamiento el docente". JOSE POCIELLO.


El cura venía desde Puente de Montañana para oficiar los actos religiosos. Había que bajar con un macho para que pudiera desplazarse hasta Mongay. Si bien era en contadas ocasiones cuando se celebraba misa en el pueblo. Solamente en fiestas o en algún entierro.
Cuando alguien enfermaba bajaban con el macho a buscar al practicante de Puente de Montañana, el Barberet (llamado así porque también era barbero).
"Una vez caí yo enfermo con continuos dolores de vientre, mis padres pensaban que sería un empacho, pero al cabo de unos días como la situación no mejoraba fue mi padre a buscar al practicante al Puente y cuando este me vio dijo que había que llevarme a Tremp con urgencia porque tenía apendicitis. Allí en la clínica Monegal me operaron". JOSE POCIELLO.

El cartero venía desde Chiriveta a repartir la correspondencia.
"Agustín el cartero de Chiriveta era un hombre muy dispuesto y cumplidor. Aunque solo hubiera una carta nada más, él subía andando hasta Mongay para entregarla, ya de paso aprovechaba para llevarse alguna docena de huevos o algún conejo para vender en el Puente". JOSE POCIELLO.

Celebraban las fiestas patronales el 6 de agosto en honor a San Salvador. Tenían una duración de dos días.
Se hacía una misa y una procesión.
En la comida se mataba un cordero o un pollo de corral para agasajar a familiares y allegados.
El baile se realizaba en una era amenizado por el acordeonista del pueblo de Eroles, Joan Coixet, más conocido por Lalón.

Las mujeres bajaban a lavar al Noguera Ribagorzana, trayecto en el que empleaban casi una hora y media.
Para hacer compras bajaban a Puente de Montañana, Tolva o Benabarre.
Un transistor que llegó a haber en casa Pociello se puede considerar como una de las pocas modernidades que aparecieron por Mongay.

La vida transcurría de manera muy placida aún cuando las comodidades eran pocas.
"En el pueblo se vivía bien dentro de lo que había para aquellos años. Reinaba una buena armonía entre las gentes, éramos como una gran familia. Cuando llegaba un forastero se le agasajaba y se le colmaba de atenciones. Algunos domingos se hacía una lifara (merienda) en una casa con algún conejo que hubiera cazado alguien. Nos juntábamos todos y allí comíamos y lo pasábamos bien, se jugaba al julepe, al guiñote o al siete y medio y se contaban historias.
Acudíamos también a las fiestas de los pueblos cercanos: Viacamp, L´Estall o Chiriveta.
Se puede decir que fuimos felices en esos años". JOSE POCIELLO.


Pero en los años 50 y 60 la emigración fue vaciando los pueblos del Montsec de L´Estall y Mongay no iba a ser una excepción. La falta de servicios básicos, los malos caminos y la lejanía de todo hizo que la gente del pueblo fuera buscando un futuro en otros lugares.
Los de Perulla fueron los primeros en iniciar el éxodo. Lo hicieron mucho antes que los demás. Se bajaron a Tolva. A Monzón emigraron los de Perantoni. Los de Ivars buscaron acomodo en Lleida, a Tamarite marcharon los de Conte. En Estaña se instalaron los de Coix mientras que los de Pociello lo hicieron en Camporrells.
En los primeros años 60 Mongay se quedaba completamente vacío cuando Luis y Pilar cerraron la puerta de casa Pociello poniendo fin a siglos de vida humana ininterrumpida en el pueblo.
Fue con la llegada del siglo XXI cuando "alguien" tuvo la disparatada idea de convertir aquel tranquilo y aislado pueblo en un centro de turismo rural haciendo una "cirugía estética" lamentable a alguna de las viviendas. Y para colmo de males el proyecto se quedó a medias, sin concluir. Pero eso ya sería otra historia.

Informante: Jose Pociello de casa Conte (Conversación personal mantenida por vía telefónica).

Visita realizada en noviembre de 2009.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Foto cedida por Manolo Sorinas.

Casa Perantoni.
Vivía en ella el matrimonio formado por José Romeu (natural de Las Sagarras) y Albina Salazar.
Tuvieron tres hijos: Casimiro, Josefina y María. Se marcharon a Monzón.



Casa Coix.
La habitó el matrimonio formado por Amadeo Pociello y Albina Palau.
Tuvieron dos hijos: Ramiro y Rosario. La familia se instaló en el pueblo de Estaña.



Puerta y poyo de Casa Coix.




La iglesia parroquial de Santa María.




Interior del templo. Altar mayor. Entrada a la sacristía.




Interior del templo. Verja y puerta de entrada. Coro de madera y escalera de acceso.



Foto cedida por Miquel Roman.

Panorámica parcial del pueblo a vista de dron: Iglesia y casas Coix y Perantoni.



Casa Ivars.
Ramón Plana y Encarnación Navarro fue el último matrimonio que la habitó.
Tuvieron dos hijos: José Luis y Antonio. A Lleida marchó la familia.



Foto cedida por Miquel Roman.

Imagen de casa Ivars a vista de dron.




Foto cedida por Manolo Sorinas.

Casa Pociello.
Fue la última que se cerró en Mongay. Vivió en ella el matrimonio formado por Luis Pociello y Pilar Barrull (natural de Soperún).
Tuvieron dos hijos: Constante y Pepito. A Camporrells se marcharon.



La fuente de Mongay. En verano escaseaba el agua y tenían que ir a buscarla a otras fuentes del contorno.



También las pequeñas edificaciones secundarias se apoyaban en la pared rocosa.



Foto cedida por Miquel Roman.

A veinticinco minutos del pueblo y debajo de una balma rocosa se ubica la solitaria Casa Conte.



Foto cedida por Rubén Oliver.

Casa Conte.
José Pociello y María Pociello (natural de Litera) fue el último matrimonio que vivió en ella.
Tuvieron dos hijos: José y Adelina. Vivía también en la casa el abuelo Miguel. En el año 57 cerraron la puerta de la casa y se marcharon a Tamarite de Litera.
"Teníamos alrededor de cien ovejas. Contábamos con cinco burros, dos mulas y un macho.
Había un pastor para el ganado (Joaquin de Caserras del Castillo y Antonio de Monesma fueron alguno de los que estuvieron). También teníamos un criado para trabajar con las mulas en el campo, y en temporadas había también una mujer para ayudar en las tareas de la casa.
Venían segadores de L´Estall en la temporada de la siega. Teníamos una aventadora para las tareas de la trilla.
De agua para consumo nos surtíamos de una fuente (lo pou) que estaba a cuatrocientos metros de la casa por un empinado sendero. En temporada seca no manaba agua y teníamos que ir con alguna caballería con los cántaros a cogerla al Noguera Ribagorzana". JOSE POCIELLO.




Foto cedida por Rubén Oliver.

Vista lateral de Casa Conte.
"La casa disponía de una sala grande al entrar, tres habitaciones, la cocina, el horno, una terraza al exterior y arriba en el perchi dos alcobas y el rebost (despensa). Un año nos llevamos un buen susto, estábamos durmiendo y sonó un gran estruendo, una piedra grande se había desprendido de la cornisa de la pared y cayó a la sala destrozando el tejado. Suerte que no había nadie en ella, aunque mis padres dormían cerca. Fue el único percance que tuvimos, pese a estar la casa debajo de la roca era bastante segura". JOSE POCIELLO.

Vellosillo (Soria)

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A 1140 metros de altitud y situado en una suave ladera por encima del río Ostaza cuando este va ensanchando el terreno y ha dejado atrás la angostura de Camporredondo y Diustes, se encuentra este pueblo antaño perteneciente a la Comunidad de Villa y Tierra de Yanguas.
Conformado por una calle principal que lo atraviesa de norte a sur y algunas calles laterales, alrededor de veinticinco viviendas en sus buenos tiempos dieron presencia a Vellosillo.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
Contaron con luz eléctrica en el pueblo desde el año 1959.
Tenían buena leña de roble, de haya y de carrasca para calentar la lumbre de las cocinas y así combatir las bajas temperaturas que por aquí se daban con frecuencia en los días invernales.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, centeno, avena y cebada.
Llevaban el grano a moler a Yanguas o a Camporredondo.
Las ovejas y las cabras conformaban el grueso de la ganadería del pueblo.
Mientras que el ganado ovino cada casa sacaba su rebaño a pastar en lo referente al ganado caprino salían todas juntas y cada semana era un vecino el encargado de ir de pastor según el número de cabras que tuviera.
Tratantes de Arnedo y Logroño aparecían periódicamente por el pueblo para comprar los corderos.

Para hacer compras se desplazaban a Yanguas o a Villar del Río.
Los lunes acudían al mercado semanal de San Pedro Manrique y los domingos lo hacían al del pueblo riojano de Enciso.
Era costumbre llevar lechones a vender a estos mercados.
Por Vellosillo aparecía un vendedor ambulante con una furgoneta procedente de Arnedo. Vendía un poco de todo tipo de comestibles, desde fruta hasta pan.
Tampoco faltaba el pescadero de Villar del Río.
De Almarza llegaba otro vendedor en furgoneta ofreciendo telas, ropa y toallas.
De Yanguas venía también alguno vendiendo un poco de todo.
De pueblos riojanos llegaban vendedores que traían vino.

El cura venía desde Diustes a realizar los oficios religiosos. Don Luis, don Alistanco o don Julio son algunos de los que se recuerdan. Unos hacían el desplazamiento andando y otros en coche.
El médico residía en Yanguas, don Pedro o don Paco fueron en aquellos años los que acudían a Vellosillo a visitar a algún enfermo cuando la situación lo demandaba. Se desplazaban andando o iban a buscarlos con alguna caballería. También a don Diego, el médico de Villar del Río le tocó en ocasiones venir a Vellosillo cuando se le requirió.
La correspondencia unos años la traía el cartero de Diustes (José) y otro tiempo fue Agustín, el cartero de Camporredondo el que realizó tal cometido.
El barbero venía de Yanguas los sábados para cortar el pelo al que lo solicitara.
Vicente, el herrero venía desde Villar del Río para realizar trabajos de forja o de herraje.

Celebraban su fiesta patronal el 25 de julio en honor a Santiago. Solamente duraba un día.
Se hacía la misa mayor y una procesión hasta la ermita donde se rezaban unas salves y a continuación regreso al pueblo.
La procedencia de los músicos variaba de un año a otro. Así aparecían por el pueblo los gaiteros de Diustes (el tío Galo y su hijo Galito), los músicos de Yanguas (Félix al clarinete y Amador con la bandurria), otros años venían de Villar del Río y también algún año vinieron músicos de San Pedro Manrique.
El baile se realizaba en una era.
Acudía la juventud de La Mata, Camporredondo, Diustes y Yanguas a participar de la fiesta.
El 20 de enero tenían otro día festivo dedicado a San Sebastián.

La gente joven los domingos se entretenía jugando a pelota o se iban a Diustes donde había baile a nivel local.
En los albores de 1960 el pueblo compró una televisión y fue todo un acontecimiento. Se llenaba la sala para ver la programación. Acudía gente de Yanguas cuando retransmitían futbol, toros o boxeo.

A últimos de los 50 comenzó el declive poblacional que se acentuó en la década de los 60 cuando Vellosillo perdió a casi toda su población.
La falta de servicios, la dureza del clima y las ganas de buscar una mejora en la calidad de vida, así como el cierre de la escuela cuando ya quedaban pocos niños fueron los motivos principales de la marcha de los vellosillanos.
Logroño, Barcelona y Calahorra fueron los principales destinos elegidos para iniciar una nueva vida.
Vellosillo se mantuvo con vida hasta el año 1972 en que se fueron las dos últimas familias que habitaban el pueblo.
Por un lado el matrimonio formado por Alberto y Lucia con los tres hijos que tuvieron, más los abuelos por parte materna, Jesús y Sotera. La familia se marchó a Arnedo.
La otra casa que cerró sus puertas fue la del matrimonio que formaba Andrés y Juana con la hija que tuvieron, Aurora. Emigraron a Ólvega.

Informante: Antigua vecina de Vellosillo (Conversación personal mantenida por vía telefónica).

Visitas realizadas en junio de 1994 y diciembre de 2018.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Nada ha cambiado en veinticuatro años en Vellosillo, el tiempo transcurrido entre mis dos visitas a este pueblo. Alguna edificación caída y algo más de vegetación en determinados rincones pero poco más.
El tiempo permanece inalterable en este lugar (para lo bueno y para lo malo). No agoniza pero tampoco levanta el vuelo. Es otro pueblo más de los que se da la circunstancia de que teniendo actualmente buen acceso para llegar no hay señales que animen a volver a los que un día se fueron y sus descendientes (aunque sea para temporadas).

Aparezco nuevamente por Vellosillo en esta tarde invernal del año que está próximo a terminar (2018).
La temperatura es baja pero no hace frío en exceso.
Desde lejos ya veo la silueta del pueblo y veo que todo sigue igual.
Me acerco por un corto camino hasta su pequeña y coqueta ermita. Mantiene el tejado y eso le garantiza una durabilidad todavía durante algunos años. Me asomo al interior. Su sencillo altar mayor es lo único de interés. El espacio no da para más.
Desde aquí puedo llegar hasta el pueblo pero prefiero hacerlo por la entrada que hay junto a la carretera. El pueblo queda ligeramente por debajo e íntegramente en el lado izquierdo según se va para Diustes.
Entro por la misma calle por la que entrarían años atrás las gentes que venían de Diustes o Camporredondo. La torre de la iglesia se hace ver rápidamente. Un par de gatos jóvenes advierten de mi presencia y salen a mi encuentro. Uno negro y otro blanquito con manchas marrones. Este último es más inquieto y corretea por todos los lados, trepando muros y metiéndose por recovecos. El de color negro es más calmado y opta por hacer de "guardaespaldas" mío y me sigue a corta distancia.
Llego hasta lo que un día fue la plaza. Entro al interior de la iglesia. Nada especial que resalte. El techo se ha hundido en su parte central por lo tanto hay vegetación en el suelo. Las paredes blanqueadas con el lógico desgaste del paso del tiempo. No hay ornamentación de interés. Salgo para fuera. Intuyo el espacio donde estaba ubicada la fuente y actualmente tapada por la maleza. La calle principal desciende hacía la parte baja. El curioso edificio de la escuela se queda a un lado. Casas con desigual suerte en cuanto a su conservación aparecen a ambos lados del vial.
Salgo al exterior del pueblo y decido bajar hasta el río. Un precioso puente lo vadea. Bonita panorámica de Vellosillo desde aquí. Mucha calma se respira.
Tras unos minutos vuelvo a encaminar mis pasos hacia el pueblo. Mis acompañantes gatunos que desaparecieron en cuanto salí del pueblo vuelven a advertir de mi presencia y me hacen compañía en mi deambular entre casas caídas y otras mantenidas para evitar que se vengan abajo. Ellos van jugueteando y a ratos el de color blanco se mete por entre piedras y desaparece de mi vista. El de color negro es más calmado y permanece cerca de mí. Si yo me pongo a fotografiar él se queda un par de metros atrás.
Salvo algunas callejas no hay más calle que la principal por esta parte baja del pueblo así que toca volver a subir por el mismo sitio. Otra vez aparece el edificio de la escuela y la plaza. Me doy cuenta que mis "acompañantes" ya no están conmigo (ya no los volveré a ver en el tiempo que aún me queda por estar en Vellosillo), seguramente les habrá salido algún plan mejor que estar "escoltando" a un tío que se toma las cosas con mucha calma y que no les ofrece ningún aliciente de pasar una tarde divertida.
Estoy observando la iglesia cuando oigo ruido de motos. Parece que se han parado a la entrada del pueblo. Por suerte en cuestión de un minuto siguen su camino y el ruido se va haciendo cada vez más lejano. No quiero que nada altere la placidez que siento. No he visto a ningún ser humano durante mi deambular por el pueblo y así quiero seguir. El silencio vuelve a hacerse presente. La visita a Vellosillo va tocando a su fin. Llego hasta la carretera, contemplo nuevamente el pueblo. Las nubes hacen un buen telón de fondo, lo que agradece la cámara fotográfica.
Me gustó Vellosillo en 1994 y me ha gustado en 2018 (y me seguirá gustando la próxima vez que lo visite).


Vellosillo en 1994.




Llegando a Vellosillo por el camino de Yanguas. La ermita a la derecha.




La ermita de la Virgen de los Dolores (La Dolorosa), a cien metros del pueblo. De planta rectangular y tejado a cuatro aguas. Porche de entrada y dos puertas para acceder al interior.



Entrando al pueblo por el camino de Diustes.




Calle Real.




Calle Real. Hacia la plaza.




La plaza de Vellosillo.




La iglesia parroquial de San Sebastián. Murete delantero (tapado por la vegetación) donde estaba la fuente del pueblo. Tenía una placa de mármol en el frontal con el nombre de los benefactores que sufragaron la traída del agua hasta aquí.



Interior del templo. Altar mayor.




Interior del templo.




Calle de la Iglesia.




Calle de la Iglesia. Ábside del templo.




Calle Real en sentido descendente.




Final de la calle Real. Parte baja del pueblo.




Edificaciones en el lado oeste del pueblo.




Vivienda.




Vivienda.




Calle Real en sentido ascendente.




Calle Real en sentido ascendente. La escuela de Vellosillo, situada en la planta de arriba. La planta baja era lugar de reunión de los vecinos.



Fachada lateral de la escuela. Escalera de subida y puerta de acceso al aula. Alrededor de una veintena de niños asistían a clase en los años 50. Doña Escolástica, natural del cercano pueblo de Camporredondo ejerció enseñanza aquí durante varios años.



Calle Real en sentido ascendente.




Calle Real. Saliendo del pueblo por el camino de Diustes.




Era de trillar.




Torre del transformador de la luz. La base hecha de piedra y la parte de arriba en ladrillo.



Cementerio.

Casas de Frías (Teruel)

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Sobrepasando los 1400 metros de altitud en la parte occidental de la Sierra de Albarracin se encuentra la aldea de las Casas de Frías.
Perteneciente al término municipal de Frías de Albarracin, aunque el pueblo más cercano a la aldea era Villar del Cobo.
Ubicado a media ladera de un cabezo, alrededor de una docena de casas conformaron la población en sus buenos tiempos.
Tuvieron luz eléctrica desde los años 50.

"Mis padres tuvieron una de las primeras televisiones que hubo en las Casas. Venían vecinos a ver la programación. Menudo revuelo se formaba cuando salían bailarinas ligeras de ropa en programas de espectáculos. El año que subió Armstrong a la luna lo pudimos contemplar en el televisor pero mi abuela con su incredulidad manifestó: anda que no son tontos que nos quieren hacer creer que han subido a eso tan pequeño (señalando al cielo donde se veía la luna)".
ISIDRO GARCÍA.


Había un horno comunitario para elaborar el pan.
De la abundante leña de pino se surtían los vecinos para calentar la lumbre de las cocinas y combatir los rigurosos inviernos que por esta zona se daban.
Trigo y cebada eran sus principales producciones agrícolas.
Iban a moler el grano al molino de Villar del Cobo o al de Calomarde.
Manzanos y ciruelos eran los pocos árboles frutales que se daban en el terreno.

"Había un manzano por debajo del pueblo que era de un señor que vivía solo y todos los días le asaltábamos el árbol los niños para comernos alguna manzana". ISIDRO GARCÍA.

Venía un vendedor ambulante desde Terriente con una furgoneta vendiendo fruta.
Se realizaba intercambio de patatas por manzanas con gentes de Tramacastilla y también se practicaba el trueque con las gentes de Torres de Albarracin donde llevaban patatas a cambio de manzanas y uvas.
Sobre las ovejas giraba todo el volumen ganadero de la aldea. Entre tres mil y cuatro mil cabezas de ganado se juntaban en los tiempos de esplendor en las Casas.
Se hacía la trashumancia en septiembre hacia Molina de Segura en Murcia o bien a diversos pueblos de la provincia de Jaén.
Carniceros de Torres de Albarracin venían periódicamente por la aldea para comprar los corderos.
Se mataban tres cerdos al año para abastecerse de carne para todo el año.

Barranco de Las Casas
El Cabezo
El Majano
Estepar Cabero
Fuente El Majano
Fuente Gómez
La Aliaga
La Majada
La Pedrona
La Traspuesta
Los Hontanares

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Casas de Frías que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Los niños en edad escolar caminaban todos los días una hora y cuarto para asistir a la escuela de Frías de Albarracin. En los años 50 acudían entre ocho y diez niños de las Casas.
El médico residía en Villar del Cobo pero era muy rara su presencia en la aldea.

"A mi se me fracturó la muñeca por una caída y mis padres me llevaron al médico del Villar. Me la entablilló y me la puso en su sitio. Al paso del tiempo sanó.
A Sebastián (el último vecino que quedó en el pueblo) le mordió una víbora, pero no fue al médico del Villar. Con unos emplastes caseros le fue remitiendo la hinchazón hasta que se curó por completo". ISIDRO GARCÍA.


No había cartero oficial para llevar la correspondencia hasta la aldea y así era cualquier vecino que fuera por Frías el que la llevaba o traía.

Los guardias de Terriente hacían periódicamente la ronda por todos los pueblos.

"Imponían un respeto de narices cuando los veías llegar montados a caballo con el tricornio y la capa. En cierta ocasión mi hermano y yo vimos como abofeteaban a uno del pueblo por blasfemar en voz alta". ISIDRO GARCÍA.

Casas de Frías celebraba su fiesta el 16 de julio en honor a la Virgen del Carmen.
La aldea ese día era un hervidero de gente.
Venía el cura de Frías a decir la misa.
Llegaban romeros descalzos desde Frías y Calomarde por alguna promesa.
Se hacía el baile en una era junto a la ermita amenizado por acordeonistas. Unas veces venía uno desde el Rincón de Ademuz (Valencia) y en otras ocasiones era uno que venía desde Checa (Guadalajara). Había que ir a buscarle con un mulo hasta Villar del Cobo.
Venían kioskeros de Frías e instalaban allí sus tenderetes con bebidas y golosinas.
Acudía la juventud de Calomarde, de Frías, de Villar del Cobo y en ocasiones venían de pueblos más alejados como era Griegos, Guadalaviar y el pueblo conquense de Vega del Codorno.

Saturnino García fue el poseedor del primer coche que hubo en las Casas. Aconteció en el año 71.
"Resulta que a mi padre le regaló el carnet de conducir un tratante de Murcia a cambio de una mula. Era a la vez inspector comarcal de Tráfico y por eso pudo conseguírselo.
Como no sabia conducir cuando compró el coche se lo llevó uno de Frías hasta la aldea y allí en una era y en terrenos planos fue practicando hasta que adquirió experiencia para salir a carretera". ISIDRO GARCÍA.


La falta de servicios básicos y las ganas de buscar un mejor futuro fue empujando a las gentes de las Casas camino de la emigración en los años 60 y 70.
La mayoría de la gente eligió Valencia como lugar donde empezar una nueva etapa en sus vidas.
Sebastián Soriano García fue el último de Casas de Frías. Resistió en solitario hasta el año 1984 en que un fatal accidente cuando estaba manipulando unos cables del transformador de la luz le costó la vida.

Informante: Isidro García Pérez, antiguo vecino de Casas de Frías.

Visita realizada en mayo de 2021.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Muy tarde he llegado a conocer esta aldea turolense. Al haberse demorado mi visita hasta el año 2021 no he podido contemplar las Casas de Frías cuando aún se mantenían con decoro y dignidad. Hoy día es un conjunto de edificaciones arruinadas acompañando a la ermita de la Virgen del Carmen, que es el único edificio que todavía pone la seña de identidad a este perdido caserío de la sierra.
Desde la carretera que se dirige a Villar del Cobo ya diviso la silueta de las Casas en la falda de un cerro. Alrededor de un par de kilómetros me separan de mi objetivo. El camino es llevadero, sin mucho desnivel ni revueltas.
Según me voy acercando el edificio de la ermita se hace inconfundible por su buen estado en comparación con el resto.
La torre del transformador de la luz desde lejos se asemeja al campanario de una iglesia.
Nada más entrar al corazón de la aldea una señal de madera entre casas caídas indica la dirección de la ermita. Subo a verla. Es bonita. Todo bien cuidado, por una ventana enrejada se puede ver el interior.
Sencilla. La contorneo. La mantienen en perfecto estado. Desde aquí veo unas eras de trillar y el transformador de la luz donde el solitario robinson que se aferraba a la vida en precario en las Casas encontró aquí el final de sus días de manera trágica. En su cabeza estaría el no marchar de su pueblo como habían hecho sus vecinos y a fe que lo consiguió.
Continuo andando por la parte alta y llego hasta la fuente, la cual está acompañada del abrevadero y el lavadero. Por aquí sale el camino de Frías y ya apenas hay más edificaciones salvo un par de corrales.
Entro nuevamente a la aldea por su calle bajera, una casa todavía con el tejado presente me sale al paso.
Me adentro en su interior, puedo llegar hasta la cocina, algo de mobiliario y poco más.
Sigo mi transitar por lo que un día fue el trazado urbano de las Casas, hoy día ya apenas irreconocible. Edificaciones en ruina que denotan que un día fueron viviendas, otras ya sin ninguna seña de identidad para saber si era casa o pajar. La derrota está bien presente en todos los edificios. La dureza del clima que por aquí se da y algo de expolio han conllevado a está situación.
Bajo hasta el barranco para tratar de sacar una panorámica del pueblo. Oigo un ruido de motor. Un todo terreno pasa por un camino que hay detrás de los pinos. Se dirigirá a Frías o a Calomarde. Mira con curiosidad al forastero que está haciendo fotografías de un lugar perdido.
Enseguida desaparece de mi campo de visión, se deja de oír el ruido de motor y el silencio vuelve a hacerse presente.
Dedico unos minutos a contemplar desde aquí.
Subo otra vez para arriba, la visita va tocando a su fin. Poco más hay que ver. Una casa en la parte baja con la fachada reconocible y la chimenea coronando el edificio.
En otra casa cercana consigo entrar hasta la cocina con algo de riesgo. Nada de particular.
Salgo al exterior y cojo el camino que dos horas antes me trajo hasta esta recóndita aldea perdida en los confines de la sierra de Albarracin.



Vista lejana de Casas de Frías en su ubicación sobre el terreno.




Llegando a la aldea.




La primera casa que aparece en el lado izquierdo del camino es la de Saturnino García y Rosario Pérez. Por detrás la ermita.



En el lado derecho del camino se muestra una vivienda que tuvo que ser de buena presencia.



Centro neurálgico de la aldea.




Entre casas en estado de ruina avanzada una calle sube hasta la ermita.



Ermita de la Virgen del Carmen. La talla de la virgen se conserva en Frías y solo se trae a su lugar de origen el día de la fiesta.



Vista de las Casas por su lado este con el camino que llegaba desde Frías.



La última casa que se cerró en Casas de Frías.




No hace muchos años atrás fueron viviendas.




Sorprende encontrar algún edificio con el tejado en aceptable estado de conservación.



La fuente.




Los dominios del agua. Vida social del pueblo. Conjunto que forman el lavadero, el abrevadero y la fuente.



Era de trillar.




Torre del transformador de la luz.

Huértalo, el pueblo que fue

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Huértalo, el pueblo que fue. Con este bonito titulo el oscense Cristian Laglera hace una incursión en las entrañas de lo que un día fue este pueblo de la Jacetania.
Un libro de corte intimista, monográfico en el que a través de diversos capítulos nos va contando la historia desde sus orígenes hasta los años de su despoblación.
Desde sus viviendas (con el nombre de los que en ella vivieron), su iglesia, su ermita, su vida cotidiana, su trazado urbano, su ubicación, todo queda detallado en las páginas interiores.
Una bonita semblanza del último matrimonio que habitó el pueblo pone la nota sentimental y emotiva al texto.
Finaliza el trabajo con una acertada exposición de fotografías recientes mostrando el estado actual del pueblo y unas valiosas imágenes del pueblo y de sus gentes cuando estaba habitado.
Con este trabajo de Cristian el pueblo de Huértalo tiene salvaguardada su memoria para que generaciones venideras puedan ver como vivían sus antepasados en este recóndito lugar del noroeste de la provincia de Huesca.
El capitulo dedicado a la vida cotidiana de Huértalo lleva mi firma.

Serranía de Guadalajara- despoblados, expropiados, abandonados

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Recien salido de imprenta aparece este libro de cuatrocientas páginas sobre los despoblados de La Serranía en Guadalajara. Un libro necesario debido a la poca divulgación que ha habido hasta ahora en papel sobre la despoblación en esta comarca.
Con esta publicación se ha conseguido salvaguardar la memoria de una veintena de pueblos que vieron marchar a sus gentes llevándose con ellos unas costumbres, unas tradiciones y un modo de vida que desapareció sin importar a nadie, por no hablar de la arquitectura autóctona de la sierra. Cada casa que se desmoronó es un ejemplar de las construcciones tradicionales de toda la vida que desaparece.
En el libro están incluidos pueblos que desaparecieron de la faz de la tierra por la construcción de pantanos (El Atance, Alcorlo), pueblos que desaparecieron por las repoblaciones forestales (Las Cabezadas, Fraguas), pueblos que se quedaron vacíos por la marcha de sus gentes en busca de un futuro mejor (Tobes, Matas) o pueblos que se cayeron y se volvieron a levantar y luchan por seguir en el mundo de los vivos (Bujalcayado, Villacadima), así hasta completar un listado de veinte reportajes.
En cada capitulo se hace una descripción pormenorizada del lugar desde siglos pasados hasta la actualidad, describiendo su vida cotidiana, resaltando los edificios de interés, haciendo hincapié en las causas que llevaron a su despoblación y sacando a relucir en algunos casos testimonios de los que allí vivieron.
El libro se completa con un dvd muy completo donde se hace un repaso a la comarca y un seguimiento a vista de dron de cada pueblo y sus particularidades.
La novedad de este libro es que cada pueblo esta tratado por una persona diferente, todas relacionadas con el mundo de la cultura.
Así escritores, periodistas, historiadores, amantes de la naturaleza y blogueros entre otros aportan su particular visión de un despoblado.

El capitulo dedicado a Matas lleva mi firma. He tenido el privilegio de participar en este interesantísimo libro invitado por la Asociación Serranía de Guadalajara.
En el sigo un poco la línea narrativa que me caracteriza, tomando como base mi reportaje de Matas en el blog, con el añadido de referencias al pasado, datos de hemeroteca y opinión personal.

Un gran logro de esta Asociación que lleva años divulgando y dando a conocer la comarca de la Serranía en todas sus facetas culturales.

Listado de pueblos que aparecen en el libro:

-Alcorlo
-El Atance
-Bujalcayado
-Las Cabezadas
-Fraguas
-La Iruela
-Jócar
-Matallana
-Matas
-Querencia
-Robredarcas
-Romerosa
-Sacedoncillo
-Santotís
-Tobes
-Umbralejo
-El Vado
-La Vereda
-La Vihuela
-Villacadima



Página del libro en la cual da comienzo el reportaje referente a Matas.



Contraportada del libro.

Valtablado de Beteta (Cuenca)

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Fue Valtablado una de las siete aldeas que hasta mediados del siglo XIX formó parte del Señorío de Beteta (Beteta y sus siete aldeas).
A partir de esas fechas fue municipio independiente hasta su desaparición como pueblo.
Valtablado fue la única de todas las pedanías beteteñas que no consiguió sobrevivir a la despoblación.
Enclavado en la Serranía Alta conquense, se situaba a media ladera del Barranco Navareja, a mitad de camino entre los pueblos de Valsalobre y Cueva del Hierro.

"La Diputación construyó una pista entre Valsalobre y Valtablado pero de ahí no pasó. La pista desde Valtablado a Cueva del Hierro la hicieron conjuntamente los vecinos de los dos pueblos con pico y pala, a peonadas".
MIGUEL ÁNGEL MORAL.


Algo más de una veintena de casas conformaron Valtablado en sus mejores tiempos distribuidas en varias calles: Calle de la Fuente, de la Iglesia, del Solano, la Real, la Alta, Casarazo.
En 1950 tenía 117 habitantes, habiéndose reducido en 1970 a menos de la mitad, quedando solo una decena de casas abiertas.
Su término municipal era pequeño por lo que tenían pocas tierras cultivables y de floja calidad, las cuales estaban sembradas de trigo, cebada y centeno en menor medida.
Iban a moler el grano al molino de Los Raneros en el paraje de Huerta Bellida en Beteta.
La oveja era el animal fundamental sobre el que se sustentaba la ganadería valtableña.
En cada casa tenían rebaño que iba desde las cincuenta cabezas hasta el centenar en algunos casos.
Como quiera que la zona de pasto era pequeña y los inviernos en Valtablado eran muy duros con frecuentes nevadas la gente practicaba la trashumancia con el ganado hasta Andalucia, a la zona de Andújar y La Carolina en Jaén.
Tardaban entre quince y veinte días en realizar el trayecto. Se iban para primeros de octubre y volvían a Valtablado para junio.
Venían carniceros de Beteta y Molina de Aragón a comprar los corderos.
En cada casa se solía matar un cerdo al año y en los últimos tiempos dos.
Con leña de chaparro calentaban la lumbre de los hogares y así poder combatir el rigor invernal que por estas tierras se manifestaba con crudeza.

"Contaba mi padre que en los años 40 cayó una nevada memorable, durante tres meses. Apenas se podía salir a la calle, había que abrir camino con palas. Se acababa el pienso para el ganado y los animales no podían salir a beber, hasta que ya se fue aliviando la cosa". MIGUEL ÁNGEL MORAL.

A últimos de los cincuenta y primeros de los sesenta algunos hombres de Valtabaldo iban a trabajar a la mina de la Cueva del Hierro hasta que esta dejó de funcionar.
Aunque había una pequeña tienda en el pueblo para lo más básico, la gente se desplazaba a Beteta a realizar compras.
Bajaban a los pueblos de La Frontera y Villaconejos de Trabaque donde hacían intercambio de patatas por aceite.

El cura, don Marcelino venía desde Beteta a oficiar los actos religiosos.
También de Beteta llegaba el médico y el practicante.
Como también lo hacía desde el mismo pueblo Basilio el cartero. Llegaba hasta Valtablado en moto para repartir la correspondencia.

Celebraban sus fiestas patronales en honor a la Virgen del Rosario el siete de octubre.
Se oficiaba una misa y la correspondiente procesión. El baile se realizaba en el salón del ayuntamiento amenizado por músicos de Valsalobre o de Carrascosa.
Acudía la juventud de Valsalobre, Cueva del Hierro y Beteta.
Para el 23 de abril hacían fiesta honrando a su patrón: San Jorge. Ese día se hacía la Caridad. Cada año tres o cuatro familias se encargaban de ello. Elaboraban las borreguillas (dulce hecho con harina, sal y huevo) y la zurra (bebida hecha con vino, gaseosa, azúcar y trozos de fruta). Se repartía al salir de misa.
Muy celebrados eran también los mayos. Los mozos iban cantando los mayos casa por casa y las gentes les obsequiaban con algún presente (chorizo, huevos...), con lo obtenido hacían una merienda al día siguiente.
Existía la costumbre en esa fecha de hacer un sorteo para emparentar de manera ficticia a los mozos y mozas del pueblo (tocar el mayo).

A las gentes de Valtablado se las conocía en la comarca con el apodo de abogados.
Sanz, Moral, Moreno, Segovia, Cuenca, Puerta, Luengo, Calvo... así hasta una docena eran los apellidos comunes a las gentes del pueblo.
La última boda en Valtablado se ofició sobre el año 70. Isidoro del pueblo de Poveda de la Sierra y Rosario Moral fueron los contrayentes.
Trinidad Puerta fue la última persona que nació en el pueblo.
Isabel Sanz quedará en el recuerdo como la partera que ayudó a muchos niños a venir al mundo.
Había una taberna en el pueblo que regentaba el tío Epifanio. También era tienda, donde se podía comprar bacalao y sardinas entre otras cosas y asimismo funcionaba como zapatería.
El teléfono fue el primer signo de progreso que llegó a Valtablado. Se puso en la casa del tío Paco y la tía Fidela. Después llegaría las ablentadoras para la trilla, la luz eléctrica, la televisión que se instaló en el salón del ayuntamiento...

"Las gentes del pueblo eran como una gran familia. Había buena armonía y mucha unión entre los vecinos en las faenas del campo o en la matanza. En las bodas o bautizos asistía casi todo el pueblo. La gente salía en las tardes de verano y al anochecer a sentarse a las puertas de las casas y se formaban animados corrillos y tertulias". MIGUEL ÁNGEL MORAL.

En los años 60 comenzó la emigración masiva de las gentes del pueblo. Se marchaba primero la gente joven buscando otros alicientes de vida, llevándose después a los padres. El campo ya no tenía futuro. La vida era muy esclava con el ganado trashumante, los malos accesos, la lejanía del médico, el acarrear agua desde la fuente que quedaba un poco retirada.
Pero fue la llegada de ICONA en los primeros años 70 con una oferta de compra por todos los bienes del pueblo bajo el amparo de una expropiación forzosa a efectos de realizar una repoblación forestal la que llevó a los últimos moradores de Valtablado a emigrar del pueblo.
Desde 1972 a 1974 fueron marchando las pocas familias que quedaban y el pueblo quedó incorporado al término municipal de Beteta, aún con la oposición de los vecinos que preferían la agregación al de Valsalobre.
Los valtableños se fueron en buen número al barrio del Cristo en Valencia, en un efecto dominó en el que las primeras familias en llegar fueron arrastrando a otras. Algunos optaron por irse a Barcelona y otros se quedaron en el cercano Beteta.

En el año 2009 un grupo de hijos del pueblo y descendientes crearon la asociación EL Rinconcillo de Valtablado con la idea de mantener el vinculo con el pueblo y volver a poner el nombre de Valtablado en el mapa. Luchan sin descanso y tocan a todas las puertas para tratar de devolver la dignidad al pueblo donde nacieron sus antepasados.
Hacen una reunión anual de confraternización y se han encargado de desenmalezar las calles y el camino de acceso al cementerio, así como el entorno de la fuente, además de otras actividades socioculturales como la publicación de un libro dedicado a salvaguardar la memoria del pueblo y sobre todo con la presencia humana durante unas fechas determinadas que hacen que Valtablado no sea un pueblo caído en el pozo del olvido.

Informante: Miguel Ángel Moral Moreno.
Otras fuentes de información:
-Camino de vuelta, cuaderno de viaje. Libro editado por la asociación el Rinconcillo de Valtablado.
-Valtablado: El último despoblamiento despoblamiento de la sierra de Cuenca. Articulo escrito por Joaquin Esteban Cava para la revista Mansiegona.


Visita realizada en octubre de 2019 en compañía de Miguel Ángel Moral Moreno.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Entre bosques de pino y encinas por un camino en deficiente estado proveniente de Cueva del Hierro voy  al encuentro de Valtablado  en esta mañana otoñal de temperatura fresca que amenaza lluvia pero que al final se quedará en unas gotas.
Lo hago en compañía de Miguel Ángel quien hará de anfitrión y me ensañará a la vez que me contará los pormenores del pueblo. Aún cuando él era un niño cuando le tocó salir del pueblo tiene muchas cosas frescas en su memoría así como otras que ha oído contar a los mayores.
Las primeras edificaciones que divisamos son las pequeñas casetas donde se guardaban los aperos para la trilla y es que hemos llegado por la parte alta, donde están las eras de trillar, las hay en buen número, se encuentran en lo alto de la ladera donde se ubica el pueblo por lo que los vientos por aquí debían batir con fuerza.
Seguimos por la pista y enlazamos con la que viene de Valsalobre. Por aquí entraremos al pueblo. La iglesia en ruinas ya es un anticipo de lo que vamos a ver.
Valtablado es un pueblo en estado ruinoso, ya no hay apenas casas en pie, solo los que en ella vivieron y sus descendientes podrán reconocer todavía cual es cada una, como va haciendo mi interlocutor, me va mostrando lo que fue la fragua, el horno, la casa de Epifanío, la del tío Paco y la tía Fidela, la de Isabel y Antolín... donde yo hago esfuerzos por imaginar, él rememora y recuerda. El edificio de la escuela y el ayuntamiento sorprende por su ubicación en la parte más alta y por su relativo buen estado en comparación con las demás edificaciones del pueblo. No se puede entrar al interior.
Nos acercamos a la iglesia, tampoco podemos acceder al interior. No tiene tejado. La espadaña resiste.
Bajamos hasta el cuidado cementerio y volvemos a subir para el pueblo, pasamos nuevamente por un costado de la iglesia y nos adentramos en el entramado urbano. Situados estratégicamente en varias fachadas del pueblo hay una serie de paneles acristalados con una pequeña reseña de las memorias del pueblo recogidas en el libro de Camino de Vuelta. Queda muy bonito y hace al visitante trabajar la imaginación.
Bajamos hacia la fuente por un precioso sendero escalonado que en su día estuvo empedrado. El paraje del agua es precioso con el cercano lavadero. ¡¡Cuanta vida social aquí!!
Subimos nuevamente para el pueblo. Mi acompañante se despide. Tiene que volver a Beteta por un compromiso. Me quedo solo en compañía del más absoluto de los silencios. Vuelvo a transitar por los mismos lugares que hice en compañía de Miguel Ángel unos minutos antes. Aprovecho para sacar fotografías con más detenimiento. Veo pequeños detalles, la boca del horno ya colmatada de tierra, algún poste con los anclajes de la luz, nuevos paneles explicativos, algún apero por el suelo...
La visita a Valtablado toca a su fin. Quisiera haber bajado al barranco y haber subido por la ladera de enfrente para tener una buena vista panorámica del pueblo y hacer la correspondiente fotografía pero desisto de ello por la premura de tiempo. Tengo una cita en Cueva del Hierro y no me puedo demorar más. Empiezo a buscar la salida del pueblo pasando por algunas edificaciones que aún mantienen el enfoscado en la fachada. El expolio tuvo que ser tremendo. Subo nuevamente a las eras. Tengo el pueblo a mis pies. Imagino lo dura que tuvo que ser la vida aquí. No en vano estoy en un terreno abrupto a más de 1300 metros de altitud.
Cojo el camino de Cueva del Hierro y me voy con una sensación agridulce por haber llegado tarde a conocer este pueblo. Me reprocho a mi mismo mentalmente que llevando treinta años visitando deshabitados no haya sido hasta el tardío año de 2019 cuando he hecho mi primera visita a este despoblado que no me pillaba demasiado lejos en comparación a otros. Quizá la explicación de mi demora haya que buscarla en la ausencia de más deshabitados por la zona que me hizo ir posponiendo la visita a Valtablado. Unos cuantos años antes y lo habría conocido vacío igualmente pero en bastante mejor estado y con un trazado urbano muy sugerente.


Vista del pueblo desde las eras.




Llegada al pueblo por el camino de Valsalobre.




Calle de Valtablado entrando por el camino de Cueva del Hierro.




Calle de la iglesia.




La iglesia parroquial de Valtablado. La talla de San Jorge y el retablo se llevaron a la iglesia de Beteta.
"La campana era la mejor que había, se oía en todo el contorno".
MIGUEL ÁNGEL MORAL.




Cementerio.




Calle de Valtablado.




Vivienda y escuela.




Escuela de Valtablado. En la planta baja quedaba el ayuntamiento y en la de arriba el aula y la vivienda de la maestra.
Diez o doce niños asistían en los últimos años a la escuela. Cada niño tenía que traerse unas astillas pequeñas de leña para calentar la estufa del aula.
Doña Victoria, doña Luisa, doña Marisol, doña Humildad, doña Amparo y doña Manoli (que fue la última en ejercer enseñanza aquí) son alguna de las maestras que se recuerdan.




Fachada lateral de la escuela y el ayuntamiento.




Horno comunal. Las familias se iban rotando semanalmente para usar el horno.
"Aparte del pan se hacían magdalenas y unos tortos que estaban riquísimos". MIGUEL ÁNGEL MORAL.



Calle de Valtablado.




Vivienda y calle.




Panel nostálgico aportando breves pinceladas por antiguos vecinos de como era la vida en el pueblo. Hay varios distribuidos por diversos rincones del pueblo.



Calle de Valtablado.




La fragua. Venía el herrero de Carrascosa o el de Beteta a realizar trabajos de forja o herraje.



Vivienda.




Confluencia de calles.




Ruina generalizada.




La fuente del pueblo y abrevadero para los animales.
A la izquierda en el muro se sitúa la fuente vieja con inscripción en sus dovelas: Año 1900. Alcalde Cayetano Cuenca.



Lavadero.




Los quinientos metros que separaba la fuente del pueblo se hacían por un camino formado por una preciosa rampa escalonada que servía para suavizar el desnivel existente a personas y caballerías. Toda ella estuvo empedrada en tiempos pasados pero ya el suelo se encuentra muy deteriorado.



Era de trillar.

Nasarre (Huesca)

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En las alturas de la sierra de Guara sobre una planicie a 1190 metros de altitud se encuentra este despoblado de Nasarre en la comarca del Somontano de Barbastro.
Con excelentes vistas hacia los cuatro puntos cardinales se ubica entre los barrancos del Alcanadre y el Mascún, a mitad de camino entre los pueblos de Bara y Otín.
Tres casas (Campo, Español y Laliena) conformaron el lugar distribuidas en una única calle que vertebraba el pueblo de norte a sur.
Nunca llegó la luz eléctrica a Nasarre. Los candiles de aceite y de carburo eran sus fuentes de iluminación.
De agua para consumo se servían de varios pozos y para lavar la ropa las mujeres utilizaban las balsas cercanas. Casa Laliena contó en los últimos tiempos con lavadero.
Las tres casas tenían horno para hacer el pan.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, ordio y patatas.
Se desplazaban al molino de Bara a moler el grano.
La oveja era el animal sobre el que se basaba la ganadería.
Cada casa sacaba su rebaño a pastar salvo el día de la fiesta que se contrataba algún pastor en Rodellar para que realizara tal cometido.
Tratantes de Rodellar y Adahuesca acudían periódicamente por el pueblo para comprar los corderos.
Se cazaban perdices, codornices y conejos que una vez condimentados servían para ampliar la gastronomía casera.

A Paúl
A Valle
Barranco de las Picarizas
Barranco Solano
Camino a dolmen de Losa Mora.
Camino a Letosa.
Campo Español
Campo O Pozo
Cruz d´Asoma
El Cardón
Huerto Nasarre
O Paco
O Pozallón
O Reposte d´o Campo a Valle
Pallar

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Nasarre que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**.


Se desplazaban a Rodellar para comprar todo tipo de productos de los que carecían en el pueblo. Trayecto en el que empleaban dos horas.
Al pueblo de Huerta de Vero acudían para comprar vino. En ocasiones no se realizaba tal compra sino que se hacía intercambio por patatas.
Para comprar aceite llegaban hasta el pueblo de Yaso. Alguna casa tenía olivos y acudían a Bierge a moler las aceitunas.
Era costumbre bajar a la capital comarcal (Barbastro) para la feria de la Candelera en febrero. Allí se abastecían de ropa, calzado y diversos utensilios.

El cura subía a oficiar misa solamente en fiestas y en alguna celebración especial. Lo hacía primeramente desde Otín (antes de la guerra) y más tarde desde Rodellar.
El médico residía en Bierge y pasaba consulta en Rodellar. Había que bajar a este pueblo para ser visto por el doctor.
Se recurría mayormente al practicante de Rodellar para ser tratado de cualquier dolencia y sino pues se utilizaban remedios caseros.
Los partos eran las abuelas las que ejercían de comadronas.
El cartero llegaba desde Rodellar a repartir la correspondencia. Saturnino Sierra fue el que realizó tal cometido durante años. A este le sustituyó Mariano Nasarre.
Pedro, el herrero de Letosa venía dos o tres veces al año a realizar tareas de forja o herraje.
Gentes de oficios diversos como barbero, sastre, carpintero o albañil subían desde Rodellar cuando eran requeridos.
La pareja de la Guardia Civil del puesto de Adahuesca aparecía por Nasarre una vez al mes haciendo la ronda. Se les daba alojamiento por turno rotatorio en cada casa.

Celebraban su fiesta patronal el 30 de noviembre en honor a San Andrés con una duración de tres días.
Se hacía pasacalle con orquesta y baile de vermut. En cada casa se mataba un cordero para agasajar a familiares y allegados.
El baile se realizaba en el exterior o en uno de los salones de las casas si el tiempo no acompañaba. Estaba amenizado por los músicos llegados desde el pueblo de Burceat.
De Bara, Otín, Miz y Letosa acudía la gente joven a participar de la fiesta.
En junio acudían a la romería de San Urbez de Nocito.

Los niños en edad escolar bajaban a la escuela de Otín (algo menos de una hora de camino). Con el cierre de la escuela en aquel pueblo los niños de Nasarre asistieron a la de Bara y en los últimos años se habilitó una dependencia en casa Laliena para impartir docencia a los pocos niños que quedaban.
Había una gran armonía entre las tres casas lo que se reflejaba en la participación de tareas comunes o de ayuda como era el esquileo, la matacía, la trilla o los trabajos comunales de acondicionamiento de caminos y fuentes. Para esto último contaban también con la estrecha colaboración de las gentes de los pueblos cercanos como Bara, Otín o la pardina Villanuga.
Las gentes en los ratos libres jugaban a las cartas o se sentaban a las puertas de la casa en las tardes de verano.
En el anecdotario del pueblo hay que hacer constar que la última boda en Nasarre se celebró en los años 50 en casa Laliena.
De la misma casa fue la última persona nacida en Nasarre: Cristina Laliena Palacio. Tal hecho aconteció en 1961.

La emigración como no podía ser menos en un lugar abrupto y aislado apareció en la década de los 60 dejando el pueblo completamente vacío en tres años. Los de Casa Campo iniciaron el éxodo, les siguieron los de Casa Español y en 1964 los de Casa Laliena ponían el punto y final al ciclo de vida en Nasarre ininterrumpido durante siglos.
Barbastro fue el lugar que acogió a las gentes de Nasarre para empezar una nueva vida.
La falta de servicios básicos, la dureza del clima, el cierre de la escuela, las malas comunicaciones y las ganas de buscar una mejor calidad de vida fueron los factores primordiales que llevaron a las gentes a marchar de Nasarre.

Visita realizada en junio de 2021.

Fuente de información:
-Articulo: Nasarre, atalaya solitaria del Somontano, de Alberto Gracia Trell
(Basado en conversaciónes del autor con Blasa Palacio de casa Laliena). Revista Ronda Somontano.
Alberto: Gracias por tu colaboración.


PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Nunca había estado en Nasarre. Lo había rondado cerca por el norte, por el este y por el oeste, pero no ha sido hasta este año de 2021 cuando he hecho mi primera vista a este aéreo lugar.
Estando allí entiendes sobremanera porque sus gentes se marcharon en cuanto tuvieron ocasión.
Nasarre estaba lejos de todo y cerca de nada.
La vida tuvo que ser extremadamente dura en este lugar.
La subida por el camino de Bara ya es una muestra de lo agreste del terreno. En constante subida, con vueltas y revueltas y tramos con bastante desnivel.
Transcurrida una hora de caminar desde el inicio llego hasta el pueblo de Nasarre. Sus edificaciones no se ven hasta que no estás prácticamente encima.
Una borda a las afueras se muestra en relativo buen estado de conservación.
La calle penetra entre edificaciones a medio caer, las paredes de dos casas flanquean el paso, una especie de plazoleta o ensanchamiento del vial haría las veces de lugar de centro neurálgico del pueblo.
Una calleja se dirige hacía las eras. Me voy para allá. Mucha vegetación. Veo una borda pero no me puedo acercar hasta su puerta. Buenas vistas por aquí de las crestas más elevadas de la sierra.
Deshago el camino y vuelvo a la plazuela. Allí estaba la herrería. Al estar hundido el tejado y en ruinas los interiores no logro saber exactamente cual edificio era el que servía para poner en práctica las buenas artes de Pedro, el herrero de Letosa.
Aquí en la plaza observo las tres viviendas de Nasarre, una está taponada por la vegetación, las otras dos mantienen en pie a duras penas sus fachadas principales, sobre todo una de ellas es cuestión de poco tiempo que se venga abajo. Todavía presentes las portadas de acceso, con inscripciones en ellas. No se puede entrar al interior de ninguna casa, ni tampoco se pueden ver por detrás.
Contemplo y observo. Buenas viviendas tuvieron que ser a tenor de la envergadura que se las presupone. Apropiadas para combatir el rigor invernal que aquí se manifestaría con toda su crudeza.
Salgo del sencillo entramado urbano y encamino mis pasos hacia la iglesia. A un centenar de metros de las casas.
La contemplo. La cosa ya cambia en relación al resto de edificaciones del pueblo. Ha sido restaurada y se nota su excelente estado de conservación. Bien hermosa. Entro al recinto eclesiástico compuesto por el templo y el cementerio por una puerta con tejadillo y allí veo que no estoy solo en Nasarre. Un caminante está haciendo un descanso en el poyete del atrio. Es italiano y me comenta que es un enamorado de estos lugares de la sierra de Guara y que su gran pasión son los anfibios acuáticos. Está recorriendo el Mascún para localizar en su cauce alguno de estos animales que tanto le apasionan. Ameno conversador en un más que aceptable español, después de unos minutos se despide y se dirige hacía Bara según me explica.
Entro al interior de la iglesia. Blanqueada en todas sus paredes. Algunos elementos arquitectónicos religiosos presentes como la mesa de altar, la pila bautismal o la pila de agua bendita. El acceso a la sacristía presenta en su parte superior unas pinturas y una inscripción ya apenas legible.
Aunque austero es bonito el interior del templo. Entra luz por la puerta y por un ventanuco. El suelo formado por grandes losas de piedra contribuye a realzar la armonía del sitio.
Salgo al exterior, subo la escalinata por la que se accede al campanario. Las vistas desde allí son fabulosas de todo el contorno.
Estando arriba veo que dos hombres entran en el patio exterior de la iglesia. Bajo de la torre y entablo una breve conversación con ellos. Son franceses y están alojados en Nocito. Uno de ellos habla medianamente bien el castellano, el otro no. Enamorados del Pirineo por su vertiente española. Tenían muchas ganas de conocer la iglesia de San Andrés de Nasarre por las referencias que tenían por libros y paginas web. Nos despedimos después de unos minutos de conversación. Ellos entran al interior de la iglesia y yo me dispongo a contornear el templo. Contemplo su bellísimo ábside. Veo la iglesia por detrás. Miro los parajes de esta sierra agreste. Una vez más pienso en la dureza de la vida en este lugar. Vuelvo otra vez a la parte delantera de la iglesia y ya no hay rastro de los franceses. No les ha llevado mucho tiempo la visita a San Andrés de Nasarre. En el poyo del atrio decido dar cuenta de mis vituallas: bocadillo, refresco y fruta. Una vez terminado de comer mi frugal almuerzo campestre salgo del templo no sin antes observar alguna cruz funeraria con nombre incluido que pervive todavía en el cementerio.
Salgo por el camino de Otín por un camino delimitado por muros de piedra seca bien realizados, aunque en algunos tramos se ha venido abajo parcialmente. Volviendo la vista atrás la visión que se tiene de la iglesia es muy bonita. Unos centenares de metros más adelante un letrero me indica el camino para llegar a la fuente de Nasarre. Hacia allí que me dirijo. En cinco minutos me encuentro frente a ella. Unos metros antes una pareja joven esta dando cuenta de sus provisiones a la sombra de un árbol. Un escueto saludo es todo lo que intercambiamos. Abro la portezuela que protege la fuente. Unas escaleras bajan hasta donde reposa el agua. Bonito lugar.
Vuelvo a coger el camino de Otín y me dirijo hacía ese pueblo de fantástico nombre.
Cuatro horas después volveré a pasar junto a la iglesia de San Andrés de Nasarre y el entramado urbano del pueblo en mi camino de vuelta a Bara. Contemplo otra vez sin detenerme sus casas y enseguida enfilo el sendero esta vez de bajada que me llevara al lugar de donde partí por la mañana.
Hago la bajada ensimismado en mis pensamientos y reflexiones sobre Nasarre: ¡que bonito lugar tuviste que ser pero que duro debió ser vivir aquí! Tan lejos de todo y tan cerca de nada.


Llegando a Nasarre por el camino de Otín. La iglesia sobresale por encima de la vegetación. Preciosos muros delimitadores del camino.



Entrando a Nasarre por el camino de Bara.




La calle principal del pueblo. Paredes de casa Laliena (izquierda) y casa Español (derecha).



Casa Español (izquierda) y casa Laliena (derecha).




Casa Español. La habitó el matrimonio formado por Florencio Sierra y Rosario Sierra. Tuvieron cuatro hijos: Florentina, Prudencia, Modesto y Victor. A Barbastro se marcharon.



Casa Laliena. La última que se cerró en Nasarre. Román Laliena y Blasa Palacio fueron sus moradores. Cuando cerraron la puerta de la casa a Barbastro se encaminaron para empezar una nueva vida.



Portada de acceso a casa Laliena. Dintel monolítico. Inscripción: año 1897.



La calle principal de Nasarre viniendo de la iglesia. A ella asoman las tres casas. Casa Campo en primer término y al fondo las de Español y Laliena.



Casa Campo. Fue la primera que cerró su puerta en Nasarre. Pascual Campo y Miguela Salinas fueron sus propietarios. En Barbastro buscaron acomodo para empezar de nuevo.



Portada de Casa Campo. Detalle sobre la clave. Inscripción: Pedro Campo Año 1775 y adorno floral.



Calle lateral proveniente de las eras. Casa Campo de fondo.




Plazoleta de Nasarre. Casa Laliena (izquierda) y casa Campo (derecha).



La iglesia parroquial de San Andrés. Construida en el siglo XI. Fue restaurada en 1999 cuando amenazaba ruina.



La iglesia por su lado norte. Ábside. Contrafuertes.




Pórtico de entrada al templo y escalera exterior de acceso al campanario.



Interior del templo. Capilla lateral. Presbiterio. Mesa del altar mayor. Entrada a la sacristía. Pila de agua bendita.



Interior del templo. Pila de agua bendita. Puerta de acceso. Ventana de iluminación. Losa de sepultura. Pila bautismal. Suelo enlosado.



Vista de las casas de Nasarre desde la iglesia.



Borda.




La subterránea fuente de Nasarre. A quinientos metros del pueblo.

Abandografías. Memorias fotográficas de la España abandonada.

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Hay gente que escribimos sobre los pueblos deshabitados y hay otra gente que fotografía los pueblos deshabitados. Ricardo G. Delabat está en este segundo grupo.
Fotógrafo aficionado con toques profesionales, ha conseguido combinar dos de sus pasiones: los despoblados y la fotografía.
Con un término propio de su cosecha: abandografía (el resultado de plasmar en fotos las ruinas), ha recurrido al blanco y negro para mostrarnos un centenar de imágenes de la despoblación. Porque el blanco y negro es el que más nos acerca a las ruinas, el que muestra de manera más descarnada la cruel y dolorosa situación por la que han pasado centenares de pueblos en España.
El dicho de que una imagen vale más que mil palabras se puede acoplar a lo que vemos en este libro.
Imágenes de exteriores, de interiores, todas con la huella visible de los zarpazos que dan los años de abandono y de olvido.

Aunque el eje central del libro es la colección fotográfica también hay espacio para la retrospección (contar sus comienzos fotográficos y sus visitas a lugares sin vida), para las reflexiones (de porque se fueron), para el disfrute (disfrutar por lo que ve antes que lamentar por lo que siente) y para los consejos (consejos para fotografiar y para visitar los lugares abandonados).
En sus fotos ha sabido captar a la perfección la belleza/tristeza de "esas cuatro paredes caídas" como lo llaman de manera despectiva los que no saben apreciar todo lo que encierra unas ruinas.
No solo el texto sirve para salvaguardar la memoria de un lugar, también lo hacen las fotografías. Lo que hoy vemos en las imágenes dentro de x años ya no se verá, por lo menos no igual.
Como él mismo dice, el buen observador sabrá reconocer en las fotografías pueblos que el mismo habrá visitado no hace mucho tiempo. Ricardo ha preferido no individualizar las imágenes con el nombre del pueblo y su ubicación porque quiere hacer una memoria colectiva. Lo que muestra es común a cualquier lugar de la geografía española, que el lector sepa que esas imágenes existen en cualquier despoblado de Teruel, Albacete o Tarragona.

El libro termina con un glosario excelente sobre las diferentes maneras de saber más sobre los pueblos deshabitados/abandonados.
Muchas horas buceando en los fondos de internet ha dado como resultado una magnifica recopilación de libros, películas, blogs y webs que tratan de manera parcial o total sobre el tema de la despoblación.

Las Casillas de Bezas (Teruel)

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En el triangulo de terreno comprendido entre los pueblos de Bezas, El Campillo y Rubiales se encuentra esta pequeña aldea perteneciente al extenso término municipal de Albarracin.
A 1185 metros de altitud en un pequeño montículo sobre la rambla del Cabello, nueve viviendas dieron forma a este lugar.
Estructurado de forma casi circular dejando un amplio espacio central, sus edificaciones se adaptaban al terreno a veces formando pequeñas agrupaciones de dos o tres casas. Casi todas tenían un patio que las protegía de la intimidad del exterior, en algunos casos dos viviendas compartían un mismo patio de entrada.
En 1958 se hizo a concejadas la pista que comunicaba con la carretera a pico y pala.
Nunca llegó la luz eléctrica hasta Las Casillas. Los candiles de aceite y carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua se abastecían de un pozo situado a cien metros.

"Las mujeres lavaban en las ramblas que se nutrían del agua de lluvia. Si estas estaban secas sacaban pozales del pozo para realizar la tarea del lavado de ropa". MARCIAL MARTÍNEZ.

Leña de pino era lo que utilizaban para calentar la lumbre de las casas y así combatir los rigores invernales que por estas latitudes se solía manifestar con crudeza dejando nevadas de un metro mas de una vez.
Había cuatro hornos para hacer el pan, uno era comunitario y los restantes particulares.

"Se hacía pan cada semana. Luego en determinadas fechas se elaboraban tortas dormidas, magdalenas y tortas de manteca". MARCIAL MARTÍNEZ.

Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada y pipirigallo principalmente.
Iban a moler el grano al molino del Mas de la Cabrera, barrio perteneciente al municipio de Tramacastiel. En otras ocasiones se desplazaban hasta el Molinanco en término de San Blas.

"En Las Casillas solo el tío Juan tenía maquina aventadora, los demás aventaban de manera manual, con la horca". MARCIAL MARTÍNEZ.

Las ovejas y las cabras se repartían el volumen ganadero.

"Todas las casas tenían su rebaño de ovejas, variaba desde las setenta u ochenta hasta uno que tenía trescientas. Un carnicero de Teruel solía venir a comprar los corderos". MARCIAL MARTÍNEZ.

Liebres, conejos y tordejas eran los animales que cazaban los aficionados a la caza y que suponía un aporte alimenticio extra en las cocinas.
El tío Rillo de Teruel compraba la lana de las ovejas y las pieles de los animales.

Alto Pelao
Cabeza Martín
Corrales del Collao
Cueva Ahumada
El Estrello
El Francisquillo
El Pradillo
Fuente de Las Tabernillas
Fuente del Saltillo
Hoya del Collao
Hoya Quemada
La Hoyola
La Losa
La Pedrera
La Rasada
Las Fuentecillas
Las Lapizas
Los Casares
Pozo de Las Azaderas
Pozo del Collado
Pozo Piñero
Puntales del Collao
Sendero a Bezas

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Las Casillas de Bezas que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para todo tipo de oficios religiosos como eran la misa dominical, las bodas o los bautizos acudían a El Campillo o a Bezas.
No había escuela en Las Casillas y así los niños en edad escolar tenían que hacer el desplazamiento diario hasta el pueblo de El Campillo, trayecto en el que tardaban una hora. Alrededor de una quincena de niños acudían en los años 50 a recibir enseñanza desde Las Casillas.
Don Ramón el medico acudía desde Bezas cuando la situación lo requería. Había que llevar una caballería para que se pudiera desplazar a visitar al enfermo. Con el paso de los años se compró un coche y hacía los desplazamientos en su vehículo.
El cartero residía en El Campillo pero no aparecía nunca por la aldea. Era cualquier vecino que se desplazaba hasta El Campillo por algún asunto el que recogía la correspondencia.

San Antón era el patrón de la aldea, al que le dedicaban fiesta el 17 de enero.
Una comida más especial que otros días, el baile en la replaceta amenizado con guitarra, laúd y acordeón y las partidas de guiñote era lo que daba de sí el día festivo.
La gente joven acudía en buen numero a las fiestas de Rubiales para la Virgen de agosto y a las fiestas de Bezas el ocho de septiembre.
Mucha celebración eran los días de la matanza (aquí llamado matapuerco). Noviembre y diciembre eran las fechas utilizadas para el ritual. Días de gran armonía y ayuda entre familiares y vecinos.

"Los días del matapuerco todo el mundo participaba, había faena para todos. Lo normal era matar entre dos y tres cerdos por cada casa, pero había alguna que llegaba a matar hasta cuatro cerdos, según las necesidades y las posibilidades. Se mataba una oveja vieja para mezclarla con la del cerdo y así tener más carne para los embutidos. Cuando ya se terminaba la faena se degustaban productos del animal, se bebía y se tocaba música con guitarra y acordeón".
MARCIAL MARTÍNEZ.


Para hacer compras se desplazaban a Bezas y a Teruel. También a Rubiales y El Campillo donde había comercios pequeños.

"Había gente que llevaba cargas de leña a vender a la capital, así como piñas de los pinos que se utilizaban para encender el fuego". MARCIAL MARTÍNEZ.

Iban hasta Caudé a comprar vino y de paso vendían cargas de leña.
Los jueves era día de mercado en Teruel lo que atraía a gentes de todos los pueblos cercanos. Los de Las Casillas tenían que salir a la carretera a las nueve de la mañana para coger el coche de línea que hacía el trayecto Frías- Teruel.
Por Las Casillas aparecían diversos vendedores ambulantes como uno que venía desde el Mas de la Cabrera vendiendo fruta, de El Campillo venía otro ofreciendo sardinas, olivas y aceite y desde pueblos como Valdecuenca y Jabaloyas venían para vender lechones.

El futuro de Las Casillas estaba echado al llegar los años 60. Con la ausencia total de servicios básicos y la búsqueda de una mejor calidad de vida fueron los factores determinantes para que la gente emigrara. Por si ello fuera poco los ingenieros forestales prohibieron sacar a pastar las cabras debido a la repoblación forestal de pinos que se hizo en toda la comarca. Muchos inconvenientes para seguir viviendo en la aldea. Alguna familia se quedó en Rubiales y El Campillo y los demás optaron por iniciar una nueva vida en las ciudades: Barcelona, Zaragoza y Teruel.
Aún así hasta el tardío año de 1982 hubo presencia humana en Las Casillas. Fecha hasta la que resistieron Apolinar y Valentina, además del hijo que tenían: Joaquín. El matrimonio se marchó a Teruel y el hijo se quedó de pastor en Valdecuenca.

Informante: Marcial Martínez, nacido en las Casas de La Laguna de Bezas. (Conversación personal mantenida en su casa y continuada posteriormente en Las Casillas).

Visitas realizadas en mayo de 2009 y mayo de 2021.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Son ya las siete de la tarde cuando accedo a Las Casillas de Bezas en esta mi segunda visita a esta perdida aldea turolense. Si en la primera vez lo hice andando y por el camino que viene de Rubiales en esta ocasión lo hago por el camino que llega desde El Campillo en todo-terreno. Vamos en la grata compañía de Marcial y su mujer María. Él nacido en la cercana aldea de las Casas de La Laguna y ella descendiente de Las Casillas por parte materna. Marcial, buen conocedor del terreno maneja con maestría el vehículo a la vez que me va señalando y nombrando diversos parajes que van saliendo al paso. El terreno es áspero y pedregoso. A los pocos kilómetros ya avistamos Las Casillas. Enfilamos la suave bajada para adentrarnos en el corazón de la aldea pero antes hacemos una pequeña parada para que Marcial me muestre el pozo de donde se surtían los vecinos de agua.
Una vez entramos en el trazado urbano observo que poco ha cambiado de mi primera visita a ahora. Los edificios se mantienen igual. Algún pequeño muro derrumbado pero poco más. Hay presencia ganadera en la aldea y eso hace que la aldea no haya caído en los abismos del olvido. Las casas están prácticamente igual. Marcial me va resaltando pormenores de cada edificio. Llegamos hasta la ermita, sin tejado, uno de sus muros caídos y vegetación en su interior. Mi interlocutor me comenta que la conoció en mejor estado pero ya en ruina y sin oficiarse culto alguno en su interior. Seguimos paseando por los rincones de la aldea, me muestra la casa donde nació su suegra. Me enseña la casa de Apolinar, el último de Las Casillas, llegamos hasta el horno comunal, utilizado actualmente como comedero para el ganado. Casi todas las casas mantienen aún el tejado, en alguna todavía se puede acceder al interior para ver vestigios de una vida austera, sencilla, alejada de grandes lujos. Nos situamos en el amplio espacio central de la aldea donde se forma una especie de plaza de trazado irregular. Mucha vida social aquí, me comenta Marcial, era donde se juntaba la gente al caer la tarde, en la fresca de verano.
El tiempo va pasando, el sol ya ha traspuesto, la temperatura es fresca. La soledad es manifiesta. Y uno no puede por menos de imaginarse a los que aquí vivieron. No fue fácil la vida por estos lares. Lejos de todo y cerca de nada. Inviernos muy crudos. Malas comunicaciones. Una hora para desplazarse al pueblo más cercano. El problema cuando alguien enfermaba de gravedad. Y los niños caminando todos los días a la escuela. Y... por eso en cuanto tuvieron ocasión se fueron para no volver.
En ese ensimismamiento ando mientras hago fotografías y escucho a mi ameno acompañante cuando el preludio de la noche está al caer. Marcial y María quieren que nos acerquemos a visitar la masía de Ligros así que toca salir ligero de Las Casillas para poder ver en condiciones la masía mencionada.


Año 2009. Vista parcial de Las Casillas.




Año 2021. Entrando a Las Casillas de Bezas. El horno comunal a la izquierda.



Año 2021. La casa de Telesforo y Victoria. Tuvieron seis hijos. Se marcharon a la masada de Las Monjas en término municipal de Villastar.



Año 2009. La casa de Juan y Victoriana (a la derecha de la imagen). Compartía patio de entrada con la casa de Telesforo y Victoria. Tuvieron ocho hijos. Emigraron a Teruel.



Año 2021. Ambas casas vistas por su parte trasera. La de Juan y Victoriana a la izquierda y la de Telesforo y Victoria a la derecha.



Año 2021. La replaceta. Epicentro de la aldea.




Año 2021. La casa de Marco y Amparo. Tuvieron tres hijos: Inés, Irene y Casimiro. Los padres fallecieron en Las Casillas. Portón y patio antecediendo a la vivienda situada al fondo. Dos casas dan por su fachada trasera a este patio.



Año 2009. La casa de Valero y María. Tuvieron cuatro hijos. Se marcharon a Rubiales.



Año 2009. La casa de Casto y María. Tuvieron seis hijos. A Rubiales emigraron. Portón para entrar al patio.



Año 2021. La casa de Juan e Inés. Tuvieron dos hijos. Se fueron para El Campillo.



Año 2021. La casa de Apolinar y Valentina. La última que se cerró en Las Casillas. Cuadra y pajar anexo.



Año 2009. La casa de Fernando y Melchora. Tuvieron dos hijos.




Foto cedida por Roberto Tartaj.

Año 2016. La ermita de San Antón.




Año 2009. Saliendo de Las Casillas.




Año 2021. Parideras para el ganado.

Bergosa (Huesca)

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Sobre una atalaya en las alturas del valle de la Garcipollera y el valle del Aragón se sitúa el despoblado de Bergosa.
Una docena de casas conformaron la población, aunque solo cinco llegaron habitadas a los últimos años de vida del pueblo.
Casas de Bergosa:
-Campo, Chaime, Igúacel, Palacín, Isidoro, Valentín, Mancebo, Miguel, Benedé, Estúa, Abadía, Molino y Mesón.

"A las gentes de Bergosa nos decían Altos Aires por motivos obvios, también nos llamaban Caleros antiguamente, pues se fabricaba cal para la construcción en una zona llamada O Forno, camino abajo hacia Torrijos, donde aún se aprecian las huellas del mazo y del cincel en una barra caliza de donde extraían la piedra que luego cocían en hornos allí mismo. Y aún hay quien afirma que en tiempos pasados se llamaba Narigons a las gentes de Bergosa por una supuesta habla muy sonora y nasal" RAMÓN GALINDO.

Desde los años veinte contaron con luz eléctrica en el pueblo suministrada por la Electra Jacetana por medio de un transformador situado en Torrijos, junto al río.
Había pozos en las casas que se llenaban de agua por el freático o por las canaleras de los tejados. No se usaba dicha agua para beber solo para la limpieza o para los animales.
Leña de pino, chopo y aliagas era lo que utilizaban para calentar la lumbre de los hogares para combatir los rigores invernales que según el año venían con nevadas más o menos abundantes.

"Los hornos y los hogares consumían mucha cantidad de leña, así que fuera de la temporada de cosecha una de las tareas más importantes era la de hacer acopio de leña". RAMÓN GALINDO.

Trigo y cebada eran sus principales producciones agrícolas.
Había molino en Bergosa situado en el llano junto al río Aragón adonde bajaban las gentes del pueblo a moler el grano, pero en los años 60 llevaban el trigo a Jaca, a la panadería Jaquesa y allí les daban el equivalente en panes.
Casi todas las casas tenían horno para hacer el pan.

"Tanto en el Paco como en los huertos de Bergosa se criaban afamadas manzanas de invierno, peras agosteras, cascabillos, ceroldas, niézpolas, chabacanes, membrillos y moras. También se recogía manzanilla en los solanos y exquisitas fresas en la "Selva" un impresionante abetar.
Si había buen año estos productos se bajaban a vender a Jaca, al mercado, sobre todo manzanas.
Además casi todas las casas tenían colmenas". RAMÓN GALINDO.


La oveja era el animal referente en la ganadería. Un pastor comunal sacaba todos los rebaños juntos a pastar. Se hacia una pequeña trashumancia con el ganado. En verano a puerto y en invierno a la ribera.
Los corderos se vendían a los carniceros de Castiello o de Jaca. Se bajaban los animales a dichos pueblos.
Uno o dos cerdos se acostumbraba a matar en cada casa.
Conejos y liebres era lo que abundaba en la zona de monte.
Para herrar las caballerías había que bajar a la herrería de Castiello.

A Batueña
A Viña
Alcarcel
Allagaráz
Andica
Arrigal
Artica y Cena
Campón bajo
Cañamar
Carero
Cerrau de Abajo
Cerrau de Arriba
Facha
Huertón de Jaca
Huertos de la fuente
Noguera
O Peronero
Os Fenares
Sarratiello
Saleras

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Bergosa que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


El cura subía desde Castiello de Jaca. Mosén Miguel realizó durante años tal cometido. Subía andando o en burro. Se oficiaba misa solamente en fiestas y en alguna celebración especial (alrededor de seis veces al año).
De Castiello también subía el médico, don Juan montado en un burro cuando la situación lo requería, sino era el enfermo el que bajaba a Castiello a consulta, pueblo donde también había practicante.
Aureo el cartero de la Garcipollera recogía la correspondencia en Jaca y dejaba la que hubiera para Bergosa en la cantera de Torrijos donde la recogía Serapio Galindo de casa Campo.

"Aunque el cartero era mi padre siempre éramos alguno de los hijos los que bajábamos a por las cartas. Un paño blanco expuesto por los canteros en lugar visible nos advertía de que había correo para recoger.
Este mismo método de poner un paño blanco en algún lugar visible también lo utilizaban los carniceros de Castiello para advertirnos de que había "menudo" con el cual se hacían las chiretas y las fritadas por si alguien quería bajar a comprarlo". RAMÓN GALINDO.


Alrededor de siete u ocho niños asistían a la escuela en los años 50. La escuela original se tuvo que dejar de enseñar docencia en ella debido a que los ventanales estaban orientados al norte y el frío era tremendo en invierno. Se pasó el aula a la abadía. Casi todas las maestras eran chicas jóvenes y se alojaban en casa Campo.

"Conocí cuatro maestras: doña Angelita, doña Sole, doña Angelines y doña Ángeles. Todas estaban en mi casa salvo doña Soledad Martínez que vivía en la abadía con su marido. Esta mujer llegó en 1955 desde Villafranqueza (Alicante) restituida de su pasado en zona republicana y "condenada" con su esposo don Manuel Pastor al pueblo más alejado que hubiera. Este fue Bergosa. Vinieron pensando que llegaban al fin del mundo y se encontraron con todo lo contrario. Fueron muy bien acogidos por todos los vecinos que les ayudaron y apoyaron en todo, entablándose una duradera amistad. Doña Sole actualizó a las amas de casa con sus recetas de arroz y don Manuel que había sido carpintero construyó jaulas para conejos y otras "performances" como un palomar, cuyos pichones bajaba a vender a Jaca.
La escuela estaba muy bien dotada de material pedagógico y se recibían periódicamente lotes de libros en una especie de biblioteca itinerante del Servicio de extensión cultural que yo devoraba con placer, especialmente los de la colección Araluce y sus biografías". RAMÓN GALINDO.


Las fiestas patronales de Bergosa se celebraban el 29 de noviembre en honor a San Saturnino. Duraban dos días.
Misa y procesión eran los actos más destacados en el apartado religioso y el baile lo era en el apartado festivo.
Baile que se realizaba en la antigua casa del pueblo y en la plaza adyacente llamada de la Constitución.
La música estaba amenizada por Álvaro Salesa, acordeonista de Castiello, aunque ya en los últimos años de vida del pueblo no se realizaba baile ninguno debido a que en el pueblo quedaba muy poca población.
De Castiello, Jaca, Villanovilla y Abena era de los pueblos que solía acudir más juventud a participar de las fiestas de Bergosa.

Acudían en romería a la ermita de Santa María de Iguacel en julio con todos los pueblos de la Garcipollera y a la ermita de la virgen de Ipas en septiembre conjuntamente con los vecinos de Ipas, Baraguás y Jaca.

"Era un ambiente muy festivo. Se preparaban las viandas y los postres el día anterior. Se encendían los hornos y se horneaban las tortas y los asados. Cada pueblo portaba su cruz parroquial. Se hacía una misa, procesión y una comida campestre. Por la tarde continuaban los actos religiosos y vuelta para el pueblo". RAMÓN GALINDO.

Para hacer compras bajaban a Castiello (media hora andando) donde había varios comercios, entre ellos Casa Silvestre donde vendían aceite y vino a granel. Si eran compras de más envergadura hacían el trayecto hasta Jaca (una hora) principalmente los viernes que era día de mercado. Allí compraban de todo: arroz, azúcar, especias, ropa...

"Bajábamos a menudo a Jaca de niños. Nos llevaban nuestros padres a visitar a familiares, a fotografiarnos para la primera comunión a Foto Peñarroya, a comprar ropa, al circo y los caballitos en Santa Orosia, a las procesiones de Semana Santa... lo que sí me llamaba mucho la atención era ver tanto vehículo". RAMÓN GALINDO.

Los mayores se entretenían en animadas tertulias y jugando a guiñote, los niños a pelota o al escondite entre otros juegos de infancia, los jóvenes acudían a las fiestas de los pueblos del contorno.
No faltaba tampoco en las casas la radio. Se escuchaban los Partes, Discos dedicados, las radionovelas y a escondidas Radio España Independiente, estación Pirenaica, emisora divulgada por los republicanos en el exilio.

"La casa era la institución que había que perdurar y proteger. Si venía a casarse un varón de fuera se le llamaba O Yerno y si era mujer A Nuera. Los aponderadores/as difundían y ensalzaban las supuestas o reales virtudes de los futuros contrayentes que tras las firma de las Capitulaciones pasaban a ser los sucesores de dicha casa, sometidos a la observancia y cumplimiento de las mismas tras la boda".
RAMÓN GALINDO.


"En el solsticio de verano nos "sanjuanabamos" los críos en las frías aguas de un estanque cercano". RAMÓN GALINDO.

En Bergosa a diferencia de otros pueblos de Garcipollera no hubo expropiación. Se vendieron las zonas de monte comunal mediante una venta voluntaria/forzada y los vecinos se reservaron el derecho de las casas y las fincas más próximas.
Llegados los años 60 el pueblo ya agonizaba demográficamente. La búsqueda de una mejor calidad de vida (luz más potente, agua, servicios sanitarios y de enseñanza, comercios a mano, etc) empujaron a los bergosinos a emigrar.
Cuando llegó la hora de marchar alguna familia se quedó en Castiello y las otras se repartieron por Jaca, Canfranc, Barcelona o Zaragoza.
El matrimonio formado por Benito Campo y Simona Lacambra fueron los últimos de Bergosa. Cerraron casa Chaime a comienzos de 1966 y se marcharon para Zaragoza.

Desde 1998 la activa Asociación de Amigos de Bergosa están luchando por mantener el vinculo con el pueblo y que no se apague la llama de manera definitiva. Han recuperado la fiesta anual de San Saturnino, han rehabilitado el fraginal, han edificado un merendero, han limpiado el entorno de la fuente y el lavadero, han recuperado una caseta de pastor, han desescombrado el interior de la iglesia y desenmalezado el cementerio y mantienen una página de facebook donde dan cuenta de diversas actividades así como la muestra de fotografías del pueblo.

Informante: Ramón Galindo Ferrer de casa Campo (Conversación personal mantenida por correo electrónico).

Visita realizada en junio de 2021.

Punto y aparte."Altos aires" los de Bergosa. Estando in situ en este aéreo lugar no hace falta que te den más explicaciones de porque a las gentes de este pueblo se les llamaba por ese apodo.
Un esplendido mirador de la Garcipollera, del valle del Aragón, de una parte de la cordillera pirenaica, de los pueblos de Jaca y Castiello... todo se ve a otro nivel desde allí. Un deleite para la vista de los excursionistas de ahora y un sufrimiento para los que antaño habitaron este lugar.
Emprendo de buena mañana la caminata que me llevara desde la carretera junto al puente de Torrijos hasta Bergosa en poco menos de una hora.
El sendero en subida permanente va ganando altura entre pinos, quejigos y matas de boj.
En algunos tramos se divisa alguna edificación pero en general el pueblo no se ve hasta que no estás prácticamente encima.
Al llegar lo primero que diviso es un panel de madera techado con el nombre del pueblo escrito de manera artística.
De frente diviso una caseta de era (aquí llamada fraginal) en perfecto estado de conservación. Ha sido restaurada. Las vistas son imponentes. Castiello de Jaca a mis pies. En un costado de esta explanada que recibe al visitante han acondicionado un merendero techado donde se da una agradable y fresca sombra.
Me siento allí a refrescarme de la caminata y a beber agua cuando llega una persona por el mismo camino que yo he hecho. Viene de Jaca según me cuenta, lo hace a pecho descubierto y sin una botella de agua siquiera. Se sienta unos minutos a echarse un cigarro mientras mantenemos una frugal conversación. Enseguida se levanta y se dispone a continuar camino, me comenta que va a bajar a Castiello y por allí vuelta a Jaca.
Apenas termina de desaparecer este hombre de mi campo de visión cuando aparece una pareja de caminantes por el mismo camino por el que yo he subido. Son un matrimonio jubilado del Pais Vasco pero que pasan buenas temporadas en Jaca. Se sientan a descansar y a refrescarse a la sombra. Conversación más animada y variada que con el primer visitante. Departimos un buen rato hablando de temas triviales, de la vida, de la pandemia, de las excelencias paisajísticas de toda esta zona pirenaica, de la vida en nuestras respectivas ciudades...
En esas estamos cuando llegan otras dos caminantes por el mismo camino, en este caso dos mujeres de mediana edad, saludan pero no paran, se detienen junto al fraginal y allí echan un rato.
Mis compañeros de tertulia después de veinte minutos se levantan y deciden continuar camino. Bajaran hasta Castiello también y por allí volverán a Jaca.
Yo también me levanto de mi "fresca" guarida y me dispongo a visitar el pueblo puesto que llevo aquí medía hora y todavía no lo he conocido.
Entro por algunas calles, por donde se puede, el pueblo está en muy mal estado, muy machacado, numerosas edificaciones están en el suelo, en algunas solo quedan muros de manera parcial, irreconocibles. Llego hasta su iglesia, el edificio más entero aunque en estado ruinoso también, a su vera el cementerio.
El interior del templo es más de lo mismo, apenas el altar mayor se mantiene en pie de manera decorosa con la mesa de altar y diversas figuras religiosas de escaso valor. Salgo al exterior y me dispongo a continuar mi transito por el pueblo por donde se pueda porque no es fácil. Observo que en diversas edificaciones han rotulado con pintura el nombre de la casa. Isidoro, Estúa, Campo, Palacín...Detalle de agradecer. Trepo entre escombros, sorteo vegetación hasta donde puedo, llega un momento en que no puedo dar un paso más y toca desandar hacia atrás. Observo y busco detalles de interés entre los muros que todavía resisten. Una boca de horno asoma por un lado, un ventanuco por otro, un arco rebajado en otra edificación, un paso de calle bajo cubierto...
Tuvo que tener un bonito trazado urbano. He llegado tarde a conocer este pintoresco lugar. Veinte o veinticinco años antes podría haber contemplado un Bergosa con más encanto. Y es que en los años 90 conocí Villanovilla, Acín y otros lugares de la Garcipollera pero no subí a visitar Bergosa. Lo dejé para otra ocasión y esa ocasión ha tardado demasiado en llegar.
Una señal me indica el camino hacia la fuente. Para allá me dirijo. Precioso lugar este de la fuente y el lavadero. Una fresca agua mana de su caño. Observo sendos paneles con escritura fijados sobre la pared con un texto narrativo muy agradable y nostálgico. Los firma María Victoria Trigo, escritora zaragozana y descendiente de Bergosa por parte paterna. Su nombre me suena mucho de un contacto de facebook (hecho que después será confirmado). Los leo con avidez y dejo que el texto me transporte a la Bergosa de antaño, a cuando las mujeres lavaban en el lavadero y las jóvenes llenaban los cantaros en la fuente.
Desde aquí contemplo lo que se puede de Bergosa entre la vegetación. Vuelvo hacia el pueblo, lo contorneo por la otra parte en busca de detalles interesantes pero nuevamente me pasa lo mismo, llega un punto que ya no puedo avanzar más. Salgo a la explanada y ya intuyo que toca marcharme. La visita a Bergosa ya no da más de si. No vuelvo a ver a ningún ser humano más. Realizo el camino hasta la carretera, ahora es bajada. Una última mirada a las edificaciones del pueblo y para abajo.
Una sensación agridulce me llevo porque por fin he conocido este despoblado pero... he llegado muy tarde.


Llegando a Bergosa. Aparecen las primeras edificaciones. Cuadras y pajares de casa Iguacel.



Fraginal(caseta) y era de trillar de casa Iguacel. Fue rehabilitada por los Amigos de Bergosa y aquí se realizan todas las actividades en la recuperada fiesta de San Saturnino. De fondo el pico Collarada con 2884 metros de altitud.
"Dada la dispersión de las fincas había que construir majadas, casetas de pastor, cuadras y fraginal donde guardar productos, utensilios y animales. Singulares eran las casetas de pastor de falsa bóveda como la de La Batueña (restaurada por la asociación). En esas casetas se guarecía el pastor y vigilaba cuando el rebaño dormía en el campo para estercolarlo dentro de un redil de cletas (O Cletau) que se cambiaba de lugar cada dia". RAMÓN GALINDO.



Calle de la iglesia. Fachada norte del templo y a la derecha pared de casa Chaime.



La iglesia parroquial de San Saturnino.




Escalones y portada de acceso al atrio.




Interior del templo. Altar mayor. Ábside.




La iglesia por su lado noroeste. Delante las ruinas de la casa concello (casa del pueblo).



Foto cedida por Ramón Galindo.

Entre la pared de la iglesia y la casa concejo estaba una plaza llamada de la Constitución como se ve en esa inscripción tallada en la piedra (actualmente caída).



Calle de la iglesia. A la izquierda la abadía y de fondo casa Chaime. A la derecha el muro del cementerio.



Foto cedida por Miguel Ángel.

Casa Chaime. La última que se cerró en Bergosa. Inocencia Campo, hija de la casa asomada al balcón que daba al salón.



Foto cedida por Miguel Ángel.

Benito Campo y Simona Lacambra de Casa Chaime. Los últimos de Bergosa.



Casa Isidoro. Deshabitada desde mucho tiempo atrás, la usaban los de Chaime como cuadra, pajar, conejar, masaderia y horno.



Casa Campo. Cerraron la puerta en 1965 y se marcharon a Jaca.



Foto cedida por Miguel Ángel.

Doña Angelita Moreno y alumnos delante de la escuela. Año 1955.



Calle de Iguacel. Casa Mancebo a la izquierda y cuadra y pajares de casa Estúa a la derecha.



Calle Camino de Jaca. Pajar y cuadra de casa Estúa a la izquierda y a la derecha pajar y cuadra de casa Iguacel.



Casa Iguacel. Se cerró en 1963.
"Era una edificación imponente. De dos plantas. Cuatro amplias habitaciones con sus alcobas, cocina con amplio hogar, planta baja con las cuadras, graneros, masaderia y un pozo en el patio de agua fresquísima. En la segunda planta tenía una espaciosa galería donde algunas vecinas se reunían a tomar el sol mientras hacían labores textiles". RAMÓN GALINDO.



Casa Palacín. Se cerró en 1956.




Casa Estúa.




Calle de Chaime. A la izquierda casa Iguacel y a la derecha casa Mancebo. Cubierto sobre la calle que comunicaba ambas casas, las cuales pasaron a ser una sola.



La fuente de Bergosa, a trescientos metros del pueblo.
"De niños podíamos venir a jugar varias veces al día por aquí que no nos daba pereza pero la cosa cambiaba si nos mandaba nuestra madre a por agua con el cántaro o el botijo, entonces ya nos hacíamos los remolones y echábamos cuentas: que te toca a ti hoy, que no, que yo fui ayer...." RAMÓN GALINDO.

"La fuente manaba poco caudal en el estío y no daba para regar bien los huertos. De haber manado igual en verano que en invierno ello hubiera redundado en más riqueza para los vecinos pues se podrían haber ampliado las cosechas de remolacha, alfalfa, los prados, etc y haber podido criar más cerdos y ovejas. Esta limitación quedaba solventada en parte con los cultivos en la zona denominada el Paco, a un kilómetro del pueblo, zona casi llana y con más agua disponible, fuentes que llamábamos de "gorgorocha" pues manaban directamente del suelo llano, no de ladera.
En Torrijos también había huertos que se regaban con agua del río Aragón desde el molino, el canal de Jaca y alguna fuente. Estaban alejados del pueblo pero eran muy productivos". RAMÓN GALINDO.




El lavadero. Antiguamente estaba techado.

Valdearnedo (Burgos)

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En un estrecho valle que forma el río Fuentemonte se encuentra este despoblado de Valdearnedo en lo más recóndito de la comarca de La Bureba.
En un paraje singular, áspero y arcilloso conocido como Las Torcas, quince casas ya entrado el siglo XX en la que convivieron alrededor de cincuenta personas es lo que dio de sí este pueblo en las últimas décadas que estuvo habitado.
"Yo conocí once casas habitadas". CELIANO GARCÍA.

Su trazado urbano estaba configurado en torno a tres calles: Real, Encimera y Bajera.
Estaba comunicado por diferentes caminos con Quintanarruz, Arconada, Carcedo, Rublacedo y Melgosa.
Nunca conocieron la luz eléctrica en el pueblo. Llegó hasta los pueblos limítrofes como Arconada y Carcedo pero en Valdearnedo no hubo unanimidad, unos querían y otros no, y como tenían que estar todos los vecinos de acuerdo al final este gran invento pasó de largo y los candiles de aceite, de carburo y en los últimos años de camping gas siguieron alumbrando las casas de Valdearnedo hasta el fin de sus días.
Conseguían variar la dieta alimenticia en las casas con las truchas, barbos, loinas y cangrejos que cogían del río.
Los aficionados a la caza tenían en las liebres, conejos y perdices el objetivo con el que afinar su puntería.
"En mi casa teníamos dos galgos que se compenetraban muy bien y siempre que salían al campo cogían algún conejo". CELIANO GARCÍA.

Trigo, cebada y yeros eran sus principales producciones agrícolas.
Manzanos y nogales eran los árboles que más abundaban en el pueblo, en menor medida perales y ciruelos.
"Mi abuelo iba a vender manzanas a Melgosa". CELIANO GARCÍA.

Iban a moler el grano al molino de Lermilla.
"Los chicos solíamos llevar el burro al molino, llevaba talegas de ochenta kilos. Tenías que ir con cuidado de que no se cayera la carga. El molinero cobraba por el sistema de maquila". CELIANO GARCÍA.

Leña de chopo, olmo y enebro era la que utilizaban para calentar la lumbre de las cocinas.

"En invierno nevaba mucho, había que abrir camino de puerta a puerta con una pala. Se acumulaba hasta un metro de nieve. La torca se helaba y había que picar con una azada para que pudieran beber los animales". CELIANO GARCÍA".

La oveja era el animal de referencia en la ganadería.
Pedro, de Burgos o Vicente, de Rublacedo fueron los pastores encargados de sacarlas a pastorear.
Tratantes de Burgos y Briviesca venían periódicamente a comprar los corderos.
"Venía un quesero de Burgos con una furgoneta a comprar los quesos. La leche se llevaba hasta Carcedo y allí la recogían en un camión.". CELIANO GARCÍA.

Había en Valdearnedo una importante dula de ganado mular.
"Nosotros teníamos un burro, un caballo, un muleto y un macho. Se criaban muletos para vender en la feria de Poza". CELIANO GARCÍA.

Se acostumbraba a matar un cerdo al año en cada casa. Ritual que se organizaba en el mes de diciembre.

Alto de las Carrihuelas
Alto de las Liebres
Alto de los Cerrillos
Alto del Cerezo
Alto del Collado
Cerro Blanco
Cerro de la Horca
Cerro Mojón
Cuesta Amarilla
El Campo
El Molinillo
El Torcón
El Zarzalón
Elabar
Fuente Escudilla
Fuente Mojapán
Fuenteán
La Majada
La Mancha
Las Aleras
Las Coronas
Las Raposeras
Llano Burgos
Los Cascajos
Los Corrales
Los Linares
Los Llanos
Los Picones
Majadillas
Malapasada
Mantralaloma
Mojapán
Pico de la Madera
Praoredondo
San Martín
Torca Cerro Blanco
Torca de la Canal
Torca Honda
Torco de Valdelogón
Torco de Vallejo
Valcorvillo
Valdebragas
Valdecilla
Valdelabuelo
Valdepolo
Valderruz
Valdizán
Valtriqueja

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Valdearnedo que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Se daba misa dominical con una frecuencia aproximada de una vez al mes.
El cura de Carcedo, don Bernardo que venía montado a caballo y el cura de Lences, don Germán que llegaba montado en moto fueron los que oficiaron los actos religiosos en los últimos años.
No permitían a los vecinos trabajar en domingo porque tenían que asistir a misa.
El médico venía desde Lences montado en una caballería.
"Se le pagaba en fanegas de trigo, con ello teníamos asistencia sanitaria todo el año.
Un día siendo niño un macho me dio dos coces. Fue mi madre hasta Lences a buscar al doctor pero no estaba, se encontraba en Rojas, hasta allí fue mi madre a avisarle de mi percance. Transcurrieron unas seis horas hasta que el médico llegó a mi casa, mientras tanto yo tenía el cuerpo magullado y con muchos dolores". CELIANO GARCÍA.


El cartero venía desde Lermilla una vez a la semana. Valentin (Tin) fue el que realizó tal cometido durante años.
"Mi abuelo estaba suscrito al diario de Burgos y al venir el cartero con tan poca frecuencia le suponía que le llegaban varios periódicos de una vez y con retraso. Traía todo tipo de encargos y vendía también sardinas y chicharros, aunque más bien era un trueque a cambio de huevos o algún pollo, también vendía tomates, pimientos y naranjas". CELIANO GARCÍA.

La fiesta patronal se celebraba el primer domingo de octubre en honor a la virgen del Rosario. Antiguamente eran dos días de fiesta. Se celebraba misa, juego de bolos y baile. Los músicos de Poza de la Sal, Patricio y Martín eran los encargados de amenizar el baile, el cual se celebraba en la calle junto al horno o en la casa concejo si hacia mal tiempo. Era costumbre de matar una machorra para dar de comer a todos los familiares y allegados que ese día aumentaban la presencia humana en el pueblo. Venía mucha gente de Arconada, Quintanarruz, Lences, Tobes, Carcedo, Melgosa, Lermilla y Los Rublacedos.
"Yo ya no conocí baile en la fiesta, solo la misa y la comida con los familiares que venían de los pueblos cercanos". CELIANO GARCÍA.

Santa Casilda era la patrona de la Bureba y hasta el santuario acudían en romería las gentes de la comarca.
"En mi familia solíamos ir una vez al año, a principios de verano. Pasábamos por Carcedo y Quintana- Urria donde teníamos familiares y todos juntos íbamos hasta el santuario. Asistíamos a misa, visitábamos las cuevas y hacíamos una comida campestre con tortillas, cangrejos, postres... Por la tarde haciendo el camino a la inversa vuelta para el pueblo". CELIANO GARCÍA.

Los aros de madera, los pinchos o los tirachinas eran algunas de las herramientas que utilizaban los niños en los juegos infantiles.
"Mis tíos de Burgos me trajeron una vez un balón de plástico pero no me duró nada porque se pinchó con los cardos. Con la vejiga del cerdo también se hacía una pelota. Todos los niños teníamos una navaja, era primordial, se usaba para cualquier cosa o apaño". CELIANO GARCÍA.

El Jueves Santo se reunían los hombres en la Casa de la Villa. Se hacía una merienda comunitaria. Bebían vino y comían huevo cocido.
El paso de los Reyes Magos era muy esperado por los niños en Valdearnedo.
"Nos dejaban higos secos, castañas, naranjas, un duro, nunca juguetes. Poníamos el calzado en casa de mi abuela para ver lo que nos dejaban allí. Cuando le preguntábamos a mi abuela que porque a Valdearnedo no llegaban juguetes ella nos respondía que porque en Burgos había muchos niños y allí se les acababan los juguetes a los Reyes, que a los pueblos más alejados ya no llegaba nada". CELIANO GARCÍA.

Poza de la Sal era como la capital para todos los pueblos de alrededor. Las visitas a aquel pueblo eran frecuentes. Para compras, para cosas de forja o herraje, en ferias, a la farmacia. Tres horas se tardaba andando. Allí se compraba de todo, desde sal hasta caparrones o garbanzos.
Cuatro horas se empleaban cuando la visita era a Briviesca.
"Se llevaba en un carro el trigo a vender a la comarcal de Poza, alrededor de mil kilos. Ese día se aprovechaba para comprar de todo". CELIANO GARCÍA.

Justo venía con un carro desde Hontomín vendiendo un poco de todo.
Joaquinillo con una mula venía desde Quintanarruz con mercancía variada.
Desde Extremadura venía un vendedor con un camión, lo dejaba en Arconada y desde allí venía con un burro ofreciendo su mercancía: aceitunas, pimentón, etc.
Desde Poza venían los vinateros vendiendo vino. Cuando se acababa había que ir a comprarlo a Carcedo.
"En cierta ocasión viniendo de Carcedo con el burro cargado con los garrafones de vino mis padres me tenían dicho que no montara el animal mientras fuera cuesta arriba para no cargarle más peso, que lo hiciera cuando llegara al alto, pero al coronar la cuesta el burro salió pitando y no pude alcanzarle hasta llegar a Valdearnedo". CELIANO GARCÍA.

Entre los pocos entretenimientos se podría destacar el juego de bolos. Todas las casas tenían un aparato de radio que les servía para estar informados de lo que acontecía en el mundo.
"Nos juntábamos en alguna casa a jugar a la brisca o al julepe. Nosotros solíamos reunirnos con los de Valeriano. Ellos tenían gloria en su casa (sistema de calefacción subterráneo que daba calor a la casa). Otras veces nos íbamos a la cuadra con mi abuela y allí pasábamos el rato charlando.
En mi juventud los domingos nos juntábamos con unos de Melgosa y nos íbamos en coche a Briviesca a la discoteca El Rombo". CELIANO GARCÍA.


A los pobres se les ofrecía alojamiento cuando les pillaba la noche en un pajar por turno rotatorio. Se les daba sopa y un huevo y por la mañana antes de irse un almuerzo.
"La torca de Vallejo y la torca de Valdelogón eran los limites para un niño. Nuestros padres nos decían que de ahí no pasaramos porque nos raptaría el hombre del saco o el sacamantecas si lo hacíamos.
Cuando veíamos a un pobre con la talega al hombro pensábamos que era el hombre del saco y nos asustábamos y salíamos corriendo". CELIANO GARCÍA.


Como anecdotario resaltar que Basilio Martínez fue el último torquino enterrado en el pueblo, hecho que sucedió en los años 70 y su nieto Cesar Martínez el último niño nacido en Valdearnedo, también en la misma década.
En los años 60 el pueblo ya quedó muy mermado de población. Algunas familias prolongaron durante unos años más la presencia humana en el pueblo (finales de los setenta y primeros de los ochenta) aún cuando ya era cuestión de tiempo que Valdearnedo pasaría a engrosar la larga lista de pueblos deshabitados en la provincia burgalesa.
El progreso no llegó al pueblo, el campo ya no daba para vivir, había ausencia de servicios básicos, se cerró la escuela y a todo ello habría que unir las ganas de los torquinos de buscar un mejor futuro.
A Bilbao emigraron la mayoría, alguna familia se fue a Burgos, a Briviesca o a Miranda de Ebro.
El matrimonio formado por Valeriano Martínez y Agripina García fueron los últimos de Valdearnedo. De los cuatro hijos que tuvieron solo una hija, Mari Luz vivía con ellos en el momento de cerrar la puerta de su casa. Hecho que aconteció en 1983. Se fueron a Briviesca.
Cuatro años antes (1979) se había marchado la otra familia que permanecía en el pueblo. El matrimonio formado por Rosarío García y Demetría Barriocanal (natural de Rublacedo) con los dos hijos que tuvieron: Celiano y Casilda. Briviesca fue también el lugar escogido para empezar una nueva vida.

Informante: Celiano García Barriocanal, antiguo vecino de Valdearnedo (Conversación personal mantenida en un parque publico de Alcobendas (Madrid).
Otra fuente de información: Libro- Los pueblos del silencio de Elías Rubio.


Visitas realizadas en junio de 1995 y noviembre de 2021.

Punto y aparte. Veintiséis años son muchos años en un lugar yermo, abandonado y olvidado para pensar que todo va a seguir igual. Ese es el tiempo que ha transcurrido entre mi primera visita a Valdearnedo y esta segunda en fecha más reciente. Sabía que no me iba a encontrar el pueblo como aquel día primaveral que aparecí por allí por primera vez. El desgaste que produce el paso del tiempo es inexorable.
Pero lo que no ha cambiado es el maravilloso camino que discurre entre Arconada y Valdearnedo. Se puede apreciar la erosión del terreno en su máximo esplendor. Una erosión labrada durante años y años por el río y por los fenómenos meteorológicos que han dado como resultado un paisaje árido, agreste. Una sucesión de cerros, lomas, pliegues del terreno, piedras erosionadas forman un paisaje singular que acompaña durante todo el camino. Un paraje lunar podría parecer en cierto modo, tal es el resultado producido por la erosión en un terreno arcilloso.

Llego a Valdearnedo en esta mañana otoñal, fría y con nubosidad variable, tan pronto sale el sol como las nubes se vuelven oscuras y amenazan con descargar agua.
Ya diviso el pueblo unos centenares de metros antes de llegar a él. Observo que la panorámica no es la misma que tuve en mi primera excursión a este perdido pueblo burebano.
Los primeros edificios ya muestran su estado agonizante. La primera casa en aparecer junto al camino y que la anterior vez lucía un aceptable estado de conservación con su tejado intacto y sus ventanas encaladas ya va camino de su desintegración definitiva no tardando muchos años.
El rustico letrero en madera clavado en una pared con el nombre del pueblo que daba la bienvenida al visitante ya desapareció para siempre.
Su calle Mayor se abre paso entre edificios sin tejado y con la vegetación haciéndose fuerte. Las dos casas de buena fachada junto al camino y separadas unos metros una de otra allí siguen todavía manteniendo su altura con decoro pero ya cada vez con más muestras del "reuma" que las corroe. Mientras que aguante el tejado aguantaran. Una calle que subía hasta la escuela ya no se puede transitar por ella, la vegetación lo impide.
Me acerco hasta la iglesia, decadencia en estado puro. La espadaña ya es historia. Mutilada por el expolio y los fenómenos meteorológicos es una sombra de lo que fue. Me adentro en su interior. Allí siguen impertérritos los tirantes de hierro colocados entre los muros interiores del templo y que han servido para que el edificio no haya dado con sus piedras en el suelo. Boquetes, grietas, no augura muchos años de supervivencia. El interior sobrecoge (como casi todos los recintos eclesiásticos). Algún capitel sobrevive todavía milagrosamente. Por lo demás nada que resaltar, los vándalos y los expoliadores ya hicieron su trabajo. Salgo al exterior, dos casas que estaban situadas delante de la iglesia pasaron a "mejor vida". Subo a la parte alta del pueblo, donde estaban las eras. Desde aquí se divisa el pueblo desde otra perspectiva. La ruina es total. Edificios sin tejado, muros caídos, vegetación por todos lados. No puedo bajar por ningún sitio a adentrarme en esta parte del pueblo, me tengo que conformar con lo que veo desde aquí.
Vuelvo otra vez a la iglesia y bajo hasta el camino. Cojo el camino de Melgosa y subo al cerro desde donde "inmortalicé" Valdearnedo en mi primera visita y desde aquí también observo que ya nada es igual. Un pueblo que se muere, que agoniza irremediablemente. Hace años que se quedó sin población pero ahora se esta quedando sin alma. Sus edificios languidecen ante la indiferencia de todo el mundo. Contemplo unos minutos y me bajo otra vez para el pueblo. Nuevamente por la calle Mayor y ya buscando la salida. Poco más hay que ver ya. El horno comunal casi taponado por la vegetación y las piedras caídas, a duras penas se puede ver la boquera. Una última inspección ocular en esta parte del pueblo en busca de detalles de interés, como una ventana con fecha inscrita en el dintel, un corral en aceptable estado y poco más. La visita a Valdearnedo toca a su fin. Cojo el camino de Arconada, voy volviendo la vista atrás de cuando en cuando hasta que ya el pueblo desaparece de mi campo de visión.


Valdearnedo en 1995.




Valdearnedo a la vista. Ya queda poco para llegar.




Entrando a Valdearnedo.




Calle Real.




La última casa que se cerró en Valdearnedo. La vegetación impide acercarse a ella.
La habitó el matrimonio formado por Valeriano y Agripina. Tuvieron cuatro hijos. Vivían también en ella los abuelos: Basilio y Fermina.



Otra visión de la casa de Valeriano y Agripina por su parte alta (la que está más a la izquierda de la imagen).



Corral con pajar en la parte superior.




Buen ejemplar de arquitectura popular. De cuatro plantas. La casa fue pasando por varios propietarios conforme la emigración iba haciendo marchar a las gentes. Fue durante años residencia de una maestra que se casó con uno del pueblo. Joaquin y después Leandro fueron otros inquilinos de la vivienda.



La casa de Juan e Isabel. Sin tejado y cercada por la vegetación.



La casa de Florentín. Se marcharon a Burgos.




Delante de la iglesia habia dos casas de las que ya solo quedan algunos muros.
La de la izquierda la habitaron los hermanos Saturnina y Anselmo. Se fueron a Miranda de Ebro. En la de la derecha vivió el matrimonio formado por Pascual y Elvira.



La iglesia parroquial de la Natividad de Nuestra Señora. Del siglo XII, de origen románico.



Interior del templo. Capillas laterales. Arcos fajones. Altar mayor. Tirantes de hierro sujetando la estructura del edificio.



Interior del templo. La pila bautismal se trasladó al convento de Santa Clara en Lences y el retablo al hogar de la tercera edad de Medina de Pomar.



La iglesia por su lado este. Ábside. La espadaña se vino abajo.
Ejemplo de la lenta agonía de un edificio religioso.



Vista parcial de Valdearnedo. La vegetación ha taponado las calles.



Diversas edificaciones de Valdearnedo. La situada más a la izquierda y mirando de frente a las otras era la escuela, que compartía edificio con la casa concejo.
Alrededor de ocho o diez niños asistían a clase en los años 60. Se llevaba leña por turnos para calentar el aula.
A principios del siglo XX hubo una maestra riojana que estuvo impartiendo enseñanza durante muchos años, se casó con uno del pueblo y estuvo hasta su jubilación.
Otras maestras que se recuerdan de su paso por Valdearnedo fueron doña Benilde que era de Bilbao, doña Margarita, natural de Lences, doña Pergentina o doña Elisa, de La Rioja, la cual fue la última en dar clase en esta escuela.
Se alojaban de patrona en casa de Valeriano, Leandro o Simón.
"Al salir de la escuela al mediodía teníamos que llevar la comida al padre al huerto y por la tarde traer leña, ir a por agua a la fuente, llevar paja a las cuadras...
Se dieron ocasiones que en octubre y ya empezado el curso escolar no había llegado ninguna maestra. La gente se reunía y consideraba seriamente la opción de ir a Burgos a solicitar alguna maestra.
Las maestras jóvenes no querían venir a Valdearnedo. Había que ir a buscarlas a Arconada, cuando montaban en la mula para llegar al pueblo ya se desanimaban porque veían el panorama que les esperaba.
Algunas eran tan jóvenes que pasaban por una chica adolescente, jugaban con nosotros al escondite o se venían a buscar setas.
Otro chico y yo tirábamos piedras a la ventana para que nos castigara la maestra, era lo que queríamos porque nos ponía a leer. A mi me gustaba mucho la lectura.
La escuela se cerró en el año 65 y fue un mazazo para el pueblo. Aún había siete niños en edad escolar. Yo me fui interno a Tardajos y los demás a Villadiego". CELIANO GARCÍA.




Eras de trillar en la parte alta del pueblo. Al estar en terreno alto era incomodo porque no se podía subir ningún carro para el transporte del cereal por lo que se fueron dejando de usar y se ubicaron las nuevas eras en terreno llano junto al río.



Bajando desde la iglesia.




Calle Real.




Calle Real.




Horno comunitario. En ruina y cercado por la vegetación.

"Se hacía un sorteo para ver quien cocía primero. Nadie quería ir de primero porque tenían que gastar más leña. Se amasaba cada quince días. Se hacían doce hogazas de pan en cada ocasión. También se hacían tortas de chicharro y tortas de chorizo.
Con el tiempo dejó de hacerse el pan en el horno y se compraba por encargo al panadero de Poza. Traían el pan hasta Arconada en el tren y allí íbamos alguien del pueblo a recogerlo y lo traíamos todo junto". CELIANO GARCÍA.




Foto cedida por Celiano García.

Años 70. La calleja, la única calle que estaba empedrada de todo el pueblo.
Rosario García sacando el rebaño del corral para que se lo llevara el pastor.



Foto cedida por Celiano García.

Años 70. Pedro, el último pastor de Valdearnedo en la calle Real. A la derecha se ve el horno comunitario y la casa de Juan e Isabel.

Cañicera (Soria)

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En la cara norte de la sierra de Pela la despoblación ha hecho verdaderos estragos, tanto que es una de las zonas más castigadas dentro de una provincia ya de por sí demacrada y despoblada.
Cañicera no fue indiferente al fenómeno migratorio que se producía en los años 50 y 60 y que consistía en dejar una vida dura, anclada a una tierra áspera y abrupta y cambiarla por una mejor calidad de vida en las ciudades.
En la falda del cerro Las Curcas alrededor de una quincena de viviendas dieron vida a esta población situada en el sur de la provincia soriana.
Articulada en torno a una única calle orientada de este a oeste que busca subir del llano al monte.
Cebada, trigo y patatas eran sus principales producciones agrícolas.
Iban al molino de Tarancueña a moler el cereal, años más tarde era el molinero de Pedro el que venía a recoger el grano a Cañicera y devolvía el equivalente en harina.
El grueso de la ganadería estaba conformado por las ovejas. Los corderos suponían la ganancia que sacaban del ganado ovino, los cuales eran comprados por tratantes venidos desde San Esteban de Gormaz.
Conejos, perdices y liebres eran los animales que se cazaban en los montes cercanos al pueblo.

"Había abundancia de conejos por el monte, por todas partes salían, tanto por aquí como por la zona de Retortillo y por Losana y Castro". FAUSTINA YEVES.

Duros inviernos los que padecían en Cañicera con abundantes nevadas para lo cual contaban con leña de estepa, roble y encina para calentar la lumbre de los hogares.

El cura venía a realizar los oficios religiosos desde Tarancueña.
Desde el mismo pueblo venía el médico cuando la situación lo requería.
Juanito, el cartero de Rebollosa venía a repartir la correspondencia hasta Cañicera.
Desde Valderromán venía el veterinario.
El herrero llegaba también desde Valderromán a realizar trabajos de forja o herraje.

Celebraban sus fiestas patronales el 11 de noviembre para San Martín, patrón de Cañicera. Posteriormente se cambiaron al 20 de septiembre.
Tenían una duración de dos días.
Misa y procesión eran los principales actos religiosos.
Los Marcotes del pueblo de Noviales eran los encargados de amenizar el baile. Baile que se hacía en la plaza, situada delante de la iglesia.
Acudía la juventud de Valderromán, Tarancueña, Rebollosa, Manzanares, Losana... a participar de las fiestas.
Iban en romería hasta la ermita de Santa María de Tiermes dos veces al año: en mayo y en octubre. Trayecto que se solía hacer en caballerías.
Los domingos por la tarde las mujeres se juntaban para jugar a la brisca o a los bolos mientras que los jóvenes se desplazaban hasta Tarancueña para participar del baile que allí se daba.

"En el pueblo recibíamos un ejemplar del Diario de Soria al cual estábamos suscritos. Lo pagábamos entre varias familias y nos lo íbamos pasando de casa en casa para leerlo". FAUSTINA YEVES.

El ocho de noviembre iban a la feria de ganado de San Esteban.
A Tarancueña acudían a la farmacia que allí había a comprar los medicamentos que hubiera recetado el médico.
Para abastecerse de productos de primera necesidad que no había en el pueblo se desplazaban hasta Tarancueña y Retortillo.

"Yo iba con el macho a vender los huevos a Retortillo porque allí los pagaban una peseta más. Había que vadear el río porque no había puente, lo cual era un problema cuando llevaba más agua de lo normal". FAUSTINA YEVES.

El éxodo que se estaba dando en toda la comarca y las ganas de buscar un mejor futuro fue el acicate que empujó a los cañicereños a marchar.
La emigración repartió a sus gentes entre Madrid y Zaragoza.
Aún así Cañicera nunca se despobló al completo puesto que una familia siguió viviendo entre sus muros cuando todos se hubieron marchado.
Dejaron la casa que estaba dentro del pueblo y se construyeron una nueva a doscientos metros junto a la carretera.
A día de hoy dos hermanos son los que siguen manteniendo a Cañicera dentro de las estadísticas de poblaciones agonizantes pero no muertas del todo.

Informante: Antiguo vecino de Cañicera (Conversación personal mantenida en las calles de Cañicera)

Visitas realizadas en mayo de 1993, abril de 1995, febrero de 2013, septiembre de 2013 y diciembre de 2016.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Casi veinticinco años han transcurrido entre mi primera y mi última visita a Cañicera. Lógicamente el caserío está más desmejorado, más lánguido pero tampoco en exceso para los años transcurridos.
Se han caído algunas viviendas, ha desaparecido el tejado en varias de ellas, la iglesia si ha perdido alguno de sus elementos arquitectónicos, la escuela se ha derrumbado, pero el entramado urbano sigue igual en torno a su única y preciosa calle. Calle que es una invitación a sumergirte en un mundo de tristeza y melancolía. Fachadas en pie, puertas abiertas, las piedras rezumando amargura, no encontrando explicación al destino hacía el abismo que lleva este bonito pueblo de Cañicera.
Si en mi primera visita (1993) pude entrar sin problemas al templo parroquial y contemplar el altar mayor, el artesonado del techo, el coro, el campanario, ahora ya no, en esta última visita de 2016 el acceder al interior es un serio peligro para la integridad física además de ya no poder apreciar nada de interés, solo cascotes, vigas y vegetación.
Otro tanto se puede decir de las casas. En aquel año numerosas viviendas mantenían su puerta de madera de doble hoja cerrada a cal y canto guardando celosamente los secretos de su interior a salvo de curiosos, vándalos y expoliadores y las casas a las que si se podía acceder todavía mostraban retazos de la vida que albergó en su interior: sillas, repisas, vasijas, cocina, utensilios, etc.
Eso ya ha desaparecido, todas las puertas sucumbieron al empuje de los depredadores cuando no de los fenómenos meteorológicos y a los años de olvido y abandono. No se puede entrar prácticamente a ninguna debido al derrumbe del tejado y de la parte superior y a las que sí se puede acceder "no han dejado nada".
Subo por la calle sin prisa, saboreando la tristeza que se respira, pero visualizando belleza en esta calle con viviendas a ambos lados. El lado derecho según se sube era homogéneo, no había ningún resquicio entre las viviendas desde que empezaba la primera hasta que terminaba la última. Ahora ya no, varías viviendas se han venido abajo. Sencillas casas de muy parecida fisonomía pero que en su conjunto lineal de la calle dan un encanto tremendo.
Llego hasta donde estuvo la escuela. Nada queda de ella, se ha venido abajo. Al final de la calle la fuente y el lavadero. Marchito y mustio a tono con el resto de edificaciones. Una casa de nueva construcción donde antes no la hubo da un aviso de que no todo está perdido en Cañicera. Alguien hará una visita algún día del año a este pueblo de la sierra de Pela.
Subo hasta los palomares que se sitúan por encima del pueblo, otros edificios arquitectónicos de interés que agonizan sin remisión.
Aquí tengo el pueblo a mis pies. Lo veo de arriba a abajo, la misma imagen que vi veintitrés años atrás pero no con el mismo fondo.
Bajo otra vez al trazado urbano de Cañicera, ahora veo la calle en sentido descendente, igual de triste o igual de hermosa según los ojos con los que se mire. Otra perspectiva de las viviendas me va saliendo al paso. Los ojos miran para los dos lados y la mente se llena de aflicción, de nostalgia y de pensar en los que se fueron y que un día transitaron por esta calle apagada y golpeada por el abandono y el olvido.


Cañicera en 1993. Mantenía la practica totalidad de los tejados en las viviendas. La fragua y la escuela estaban en pie (los dos primeros edificios del lado izquierdo).



Cañicera visto desde la parte de abajo.




Foto cedida por Josefina Bravo.

La iglesia parroquial de San Martín en los años 60. Las dos campanas presentes. Un frondoso olmo presidía el recinto exterior del templo.



Foto cedida por Carmen Yeves.

Cuadro pintado al oleo por Carmen Yeves en el año 79. Refleja con bastante fidelidad como era la iglesia de Cañicera en aquellos años.



La iglesia parroquial de San Martín en 2016.




Cabecera del templo. Ábside rectangular. Ausencia de vanos. Solidez en las esquinas.



Foto cedida por Josefina Bravo.

Procesión de San Martín en los años 60. Entre otras personas se ve a Victor Benito (el más alto de la imagen) y Nicolás Yeves (portando uno de los brazos de las andas).



Puerta de acceso a la iglesia y cementerio a la izquierda.




Interior de la parroquial.




Foto cedida por Josefina Bravo.

Párroco y grupo de mujeres y niños un día de misa en fecha por determinar (posiblemente en los años 30)



La casa de Teodoro y Trini. Tuvieron un hijo. Se marcharon a Zaragoza.
A su derecha en piedra vista queda la casa de Martín y Primitiva. Tuvieron una hija. Emigraron a Madrid.



Calle Real en sentido ascendente.




La casa de Anastasio y Elena. Zaragoza fue el destino elegido para comenzar una nueva vida.



La casa de Pedro Yeves y Antonía Lázaro (natural de Carrascosa de Arriba). Tuvieron tres hijos: Nicolás, Alejandro y Faustina.

"Mi padre se quedó viudo al fallecer mi madre de parto del que hubiera sido el cuarto hijo. Él nos sacó adelante y siempre intentó que no faltáramos nunca a la escuela. Quería que aprendieramos. Nos recomendaba a menudo que entre hermanos teníamos que llevarnos bien y ayudarnos.
Recuerdo en una ocasión que cavó un hoyo en el suelo de la casa y guardó en él un saco de harina. Eran los años de la posguerra y requisaban a menudo para controlar la producción de trigo. Así por lo menos podremos comer pan, decía. Pero resulta que al cabo del tiempo cuando fuímos a recuperarlo se había estropeado.
Una vez vendió un animal en la feria de ganado de San Esteban de Gormaz y volvió a casa con mil pesetas que había sacado por la venta. Nos decía muy ufano que nunca había visto tanto dinero junto.
Cuando enviudó se dedicó a trabajar en la construcción, aunque ya lo venía haciendo anteriormente pues nos contaba que en 1922 ganaba ocho reales diarios haciendo trabajos de albañileria. FAUSTINA YEVES.




Foto cedida por Josefina Bravo.

Pedro Yeves y su hermana María (ambos situados en los extremos de la imagen) junto a unos vecinos, sentados en el poyo de una casa.

"Mi padre fue una buena persona. Fue alcalde pedáneo con veinticuatro años. Era muy inteligente. Nos contaba que podía haber sido maestro pero que sus padres no tenían dinero para sufragar los gastos necesarios. Tenía además un elevado sentido de la justicia. Las gentes del pueblo cuando había que repartir alguna herencia lo buscaban a él por su sentido de la imparcialidad". FAUSTINA YEVES.



Foto cedida por Josefina Bravo.

Nicolás Yeves, hijo de Pedro y Antonia. Fue alcalde pedáneo durante años. Se casó con Petra Ortega y tuvieron cuatro hijos: Pilar, Nicolás, Isabel y Eduardo. La familia emigró a Madrid sobre el año 64.



Foto cedida por Josefina Bravo.

Alejandro Yeves, hijo de Pedro y Antonia. Después de terminar el servicio militar emigró a Barcelona donde fue acogido en casa de su tía Ursula, la cual vivía con su marido, un hijo y el abuelo, además de Ángel (hermano de Úrsula y tío de Alejandro) con su mujer y un hijo. Era un piso bastante pequeño pero hicieron un hueco para acomodar al recién llegado. En la Ciudad Condal echó raíces y se casó con Paquita Fresno, también soriana de nacimiento (de Hoz de Arriba). Tuvieron una hija: Carmen.



Foto cedida por Josefina Bravo.

Faustina Yeves, hija de Pedro y Antonia. Al quedarse huérfana de madre con dos años, la llevaron a vivir al pueblo de Castro con sus tíos María y Toribio. Allí vivió hasta los siete años donde empezó a compaginar labores domesticas con la escuela. A partir de esa edad volvió a Cañicera con su padre y hermanos. En 1952 se casó con Gregorio de Torresuso y se instalaron a vivir en aquel pueblo. Tuvieron cuatro hijos: Antonia, Ángel, Josefina y Amparo. En 1971 emigraron a Barcelona (los dos hijos mayores ya lo habían hecho unos años antes).

"Me quedé sin madre a los dos años. Estuve un tiempo viviendo en Castro con una tía y años después me tocó hacer de "madre" a una temprana edad de mis dos hermanos que aunque eran mayores que yo se quedaron sin una figura materna en la casa. Me tocaba cocinar, lavar, zurcir y hacer todas las tareas de una casa y por supuesto salir a ayudar en las faenas del campo. Aún así sacaba tiempo para mi gran pasión: la lectura, hasta los trece años leía libros a escondidas, algo que no era muy normal entre las chicas en aquellos años.
Puedo decir que tuve un buen padre, que mis hermanos me querían mucho y me protegían, que mis tíos me querían como a una hija pero eché mucho en falta la ausencia de mi madre.
Cuando me casé fui muy bien acogida por las gentes de Torresuso. Ponía inyecciones, cosía ropa a maquina para quien me lo pidiera y siempre estaba dispuesta a ayudar a quien le hiciera falta. Puedo decir que fui autodidacta en muchos sentidos, mi lema era que haciendo y deshaciendo se aprendía mucho. Siempre he llevado a gala decir que tengo cuatro pueblos: Cañicera (donde nací), Castro (donde me crié), Carrascosa (de donde era mi madre) y Torresuso (donde viví)". FAUSTINA YEVES.




Rincón cañicereño.




Viviendas.




Calle Real, en sentido ascendente.




Se ha venido abajo el edificio que compartían la escuela y el ayuntamiento. Este quedaba en la planta baja mientras que el aula estaba en la planta superior a la que se accedía por unas escaleras exteriores de piedra. Tenía puerta y dos ventanas de madera coloreadas de azul que daban a la calle.
Alrededor de dieciocho niños llegaron a asistir en los años 50. Doña Trini y doña Amparo son algunas de las maestras que se recuerdan.

"En mi época (últimos de los años 30 y primeros de los 40), aparte de la enseñanza básica a las niñas nos enseñaban a realizar labores domesticas".
FAUSTINA YEVES.




Foto cedida por Josefina Bravo.

Justina Relaño en 1978. Segoviana de nacimiento, fue maestra en Cañicera en los años 30. Además de la docencia tenía conocimiento de medicina y de derecho.

"En una epidemia de carbunco que hubo en el pueblo fue ella la que iba cuidando a los enfermos.
Durante la guerra y debido a sus ideales políticos tuvo que huir del pueblo, para ello pidió un macho prestado a mi padre, a lo cual accedió debido a lo buena maestra que fue. El animal con el tiempo lo devolvió pero ese hecho le trajo consecuencias a mi padre. Registraron la casa de la maestra. Como no la encontraron querían matar a mi padre. Ya lo tenían puesto contra una pared para fusilarlo, menos mal que una mujer que era pastora se puso por medio y llorando suplicó que no le mataran, que se iban a quedar tres niños huérfanos. A mi padre se le cayó todo el pelo de la cabeza del susto tan descomunal que pasó". FAUSTINA YEVES.




La fragua.




La fuente y el lavadero.




Calle Real, en sentido descendente.




Viviendas.




Casas en la calle Real.




Casas en la calle Real. En primer termino la casa de Catalina y su hijo Patricio. Aquí se alojaban de patrona alguna de las maestras. Más abajo la casa de Maxí y Felisa.



Viviendas. Aguantan con entereza al exterior.




Calle Real en su tramo medio, en sentido descendente.




La calle en sentido descendente se estrecha en su tramo final en forma de embudo. Entre otras la casa de Victor y Luisa a la derecha y la de Bernardino y Dionisia a la izquierda.



Foto cedida por Josefina Bravo.

Gentes de Cañicera posando para la imagen delante de una casa en las primeras décadas del siglo XX.



Palomares.

Jánovas (Huesca)

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En una fértil vega en la margen derecha del río Ara justo antes de introducirse en el sorprendente Congosto de Jánovas se asienta este pueblo, paradigma de la despoblación forzosa, de la sinrazón y de la huella más feroz que suponía una lucha desigual contra las administraciones.
Un pueblo que nunca se habría quedado vacío si no es porque así lo decidieron los que tenían el poder.
Alrededor de unas cuarenta viviendas estructuradas en torno a cinco calles y dos plazas daban forma a Jánovas.
Había molino junto al río Ara que a la vez que servía para moler el grano proporcionaba también electricidad a Jánovas y a todos los pueblos de la Ribera.
Había seis hornos en el pueblo y alguna casa tenía horno particular. En los últimos tiempos era el panadero de Lacort el que lo llevaba hasta el pueblo.
Leña de pino para los hornos y de carrasca para las casas era lo que utilizaban.
Trigo, cebada, judias, alfalfa y maíz entre otras producciones era lo que cultivaban en sus tierras.
Ovejas y cabras se repartían el volumen ganadero.
De Boltaña y Sabiñanigo venían tratantes a comprar los corderos.
De Fiscal venía un comerciante a comprar las pieles de los animales.
Codornices, perdices y conejos era lo que cazaban los aficionados a la caza por los montes de Jánovas.
Del río cogían truchas que servían para variar un poco la dieta alimenticia en las cocinas.

Arenales
Banlupor
Barranco Brotiello
Barranco Puyuelo
Barranco Tenallas
Barranco de Jánovas
Barranco de Las Viñas
Barranco de Tachera
Barranco de Tuartas
Cabañera Real
Camellones
Campo Alto
Campo Casa
Campo de Jánovas
Campo La Balsa
Caternal
Collado de Mallatón
Congosto de Jánovas
Corral de Jalle
Corral de Manuel
Corral de Maza
El Basal
El Cajigo
El Cozalón
El Huertarrón
Espata
Faja Larga
Gabarderas
Huerto Nuevo
Huertos de la Glera
La Cercosa
La Espicalaforca
La Glera
Las Costeras
Las Lecineras
Los Females
Monte Baltasar
Navain
Olarallo
Peña Manuel
Planderón
Plano de Lavelilla
Puyapons
Sarratal
Tozal de Vicente

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Jánovas que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


El cura venía desde Lacort. Don Antonio o don José María son algunos de los que realizaron tal cometido. Alguno se desplazaba en caballería mientras que los últimos ya utilizaban algún tipo de vehículo como era un seiscientos.
El médico venía desde Fiscal en la persona de don Antonio Brunell. Solía acudir los domingos a pasar consulta a Jánovas y hacía el desplazamiento en moto.
Había cartero en Jánovas en la persona de Antonio Buisán de casa El Correo. A las doce esperaba en el Mesón de Frechin junto a la carretera la correspondencia que venía desde Boltaña. A las tres y medía subía otra vez al mesón para recoger la correspondencia que venía desde Sabiñanigo en el coche de línea. Miguel Larrosa de casa Joaquina montado en un burro se encargaba de repartir la correspondencia a Albella, San Felices y Planillo.
José Picardo era el herrero, el cual venía desde Javierre.
Iban a comprar a los comercios de Lacort o a Boltaña.
Se desplazaban a pueblos del Somontano como era Buera o Colungo para abastecerse de vino.

El 29 de septiembre tenían la fiesta grande en honor a San Miguel.
Se hacía una ronda mañanera con dos joteros; Bareche y Campodarve por todas las casas del pueblo.
Cuatro horas duraba la ronda. En cada casa se ofrecía a la comitiva el porrón de vino rancio o moscatel acompañado de tortas y rosquillas.
Se hacía un pasacalle con los músicos para anunciar el baile.
Se celebraba misa mayor y procesión por las calles del pueblo.
En la comida en las casas no faltaba esos días el pollo, el cordero o el cabrito.
Se hacían carreras de burros sin aparejos y con los jinetes montados del revés.
No faltaban tampoco las carreras de sacos.
Se ponía un poste en la plaza el cual se había enjabonado previamente para hacerlo escurridizo y el que consiguiera trepar a lo alto se llevaba el premio (dos pollos).
Se lanzaban fuegos artificiales.
Una persona de origen canario que estaba casado con una chica de casa Catalina acostumbraba a traer regalos para los niños.
No faltaba la juventud de Lacort, de Lavelilla, de San Felices, de Planillo....
Nadie por muy forastero que fuese se quedaba sin probar bocado, a todos se les buscaba acomodo en alguna casa.
El baile se hacía en la plaza o en el salón de baile situado debajo de la escuela.
La Orquesta Rios de Belver de Cinca, la orquesta Estrellas Negras de Binaced o la Orquesta Columbia de Estadilla fueron alguno de los grupos musicales que amenizaron los bailes de la fiesta de Jánovas.
El 20 de enero, para San Fabián se hacía la fiesta pequeña. Se hacía una hoguera en la plaza y se comían patatas asadas y arenques.
Los domingos y días festivos se hacía baile a nivel local en el salón de baile.
El marido de la maestra (doña Antonia) que tocaba el violín y Benito de casa Antonia al acordeón amenizaban el baile.
En otras ocasiones los músicos eran Luciano de casa Maza con guitarra acompañado de Rufino, el marido de la maestra de San Felices que tocaba el saxofón.

La vida en este lugar seguiría siendo como la de cualquier otro pueblo de la comarca sino es porque alguien decidió un buen día "sacrificar" a Jánovas en aras del "progreso".
En 1927 ya hay noticias de la idea de hacer un pantano en el río Ara pero todavía sin especificar muchos detalles.
Es a comienzos de los años 50 cuando el proyecto empieza a tomar forma. Iberduero estudia la viabilidad de la obra al concederle el Estado la ejecución del embalse.
Jánovas, Lacort y Lavelilla quedarían anegados por las aguas del pantano.
Aún tendrían que pasar unos años más hasta el 63 cuando Iberduero solicitó la expropiación forzosa de los tres pueblos.
Dinero obtenido por la venta de las fincas y casas del pueblo que a unos les vendría bien para comprar un piso en el lugar de destino elegido (los que ya tenían pensado emigrar) pero que sin embargo a otros les supuso un autentico mazazo para sus intereses.
La gente que menos propiedades tenía no iba a obtener mucho a cambio y así fueron reacios a marchar de Jánovas.
Tres casas quedaron abiertas a últimos de los 60, quedando reducidas a dos: casa El Correo y casa Garcés.
Extorsiones y coacciones de todo tipo recibieron las dos familias que quedaban en el pueblo. Desde dinamitar alguna de las viviendas ya expropiadas sin ningún tipo de seguridad para los que allí vivían todavía hasta clausurar de manera mafiosa y abrupta la escuela dando una patada a la puerta por medio de un empleado de Iberduero, sacando a la maestra de los pelos y a los niños a empujones.
No quedaba ahí la cosa, se les cortó el agua y la luz, se les multaba por pastar el ganado en terrenos ya expropiados y de propiedad de la empresa, se les multaba por sembrar en terrenos ya expropiados y se les intentaba cortar el acceso con la carretera por el puente colgante. Así hasta un sinfín de tropelías de contar y no acabar.
Con el fallecimiento en el año 69 de Antonio Buisán de casa El Correo su viuda María Pueyo a pesar de la negativa inicial a marchar acabó por claudicar y marcharse con los hijos a Barcelona.
A partir de entonces solo casa Garcés (conocida antaño como casa Secretario) quedaba abierta de manera permanente en Jánovas.
Emilio Garcés y Francisca Castillo fueron los numantinos resistentes a marchar del pueblo. Solo ellos pudieron saber las insistentes presiones y situaciones desagradables que vivieron durante esos años. Visitas de la guardia civil, de los empleados de Iberduero, de vivir entre ruinas, de amenazas, de trabajos de demolición, de no contar con el apoyo de nadie puesto que hasta las gentes de otros pueblos eran contrarias a manifestar su apoyo al matrimonio haciéndoles ver que estaban retrasando la obra, que no iban a poder contra la empresa,  que con su obstinación a marchar paralizaban la dinamización de la comarca y que con su negativa estaban impidiendo que gentes de la zona pudieran encontrar trabajo en las obras del citado embalse.
Fue una lucha desigual, de David contra Goliat. Aunque en el caso de Jánovas y a diferencia de la narración biblica, el vencedor fue Goliat (Iberduero y las administraciones).
No fue hasta el año 1984 cuando Emilio y Francisca abandonaron Jánovas de manera definitiva. El cercano pueblo de Campodarbe fue el lugar elegido para "el exilio cruel y amargo" por parte del matrimonio.
Previamente a todo este desaguisado la primera emigración se había producido después de la guerra, el destino fue Francia.
Carpintero, Culler o Tejedor fueron alguna de las casas que tomaron rumbo al país vecino.
En los años 50 y 60 fue cuando la emigración golpeó de manera contundente a Jánovas. Barcelona fue el lugar elegido por la mayoría para iniciar una nueva vida. En la Ciudad Condal se colocaron varios janovenses en el gremio del taxi.
Zaragoza, Boltaña o Barbastro también acogieron a varias familias que decidieron iniciar una nueva vida en estos lugares.
Jánovas se quedó vacío para dar forma a un embalse que iba a servir para que otros se beneficiaran. Pero las obras nunca llegaron, el proyecto se quedó obsoleto, arcaico. Un informe de Medio Ambiente en 2001 desestimaba la viabilidad de las obras. En 2005 se descartaba definitivamente la realización del pantano. En 2008 la Confederación Hidrográfica del Ebro se puso en contacto con los afectados para agilizar la reversión de las casas a sus propietarios. Después de unos años de tira y afloja y de desacuerdos parece que la cosa va bien encaminada y la gran mayoría de viviendas de Jánovas pueden volver a ponerse en pie en un futuro no muy lejano.

Fuentes de información:
- Jesús Garcés de casa Garcés.
- Libro: "Jánovas, víctimas de un pantano de papel" de Marisancho Menjón.
- Documentación: "Plan de ordenación urbana" hecho público por el ayuntamiento de Fiscal.


Visitas realizadas en abril de 1994, noviembre de 2016 y noviembre de 2017.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. He dudado mucho en publicar este reportaje, de hecho mi primera intención era no hacerlo, pero luego pensándolo mejor creo que la memoria de Jánovas está por encima de todo.
El motivo de mis dudas está en que la fisonomía y la habitabilidad del pueblo está cambiando de manera acelerada y en poco tiempo Jánovas ya no será un pueblo deshabitado de pleno y la gran mayoría de imágenes que podemos ver ahora a través de las fotografías dentro de muy poco tiempo ya no será lo mismo. Con la reversión de las casas, las infraestructuras y las rehabilitaciones de viviendas y edificios comunales están llegando de manera progresiva y dentro de poco Jánovas ya no será un pueblo en estado de ruina, pasear por sus calles tendrá otro color, otras sensaciones. Tendrá una segunda oportunidad de volver a la vida. Será tiempo de restaurar el agravio producido con el pueblo (aunque hay heridas que no se podrán restañar).
Después de más de veinte años de mi primera visita llego a Jánovas en una mañana otoñal del mes de noviembre. Día gris, lluvioso. La experiencia de pasar el puente colgante con el río crecido inenarrable. Maravillosa. Uno piensa en la cantidad de veces que lo pasarían los janovenses para subir hasta la carretera en días desapacibles, de lluvia, nieve o viento.
No para de caer agua. La fuente lo primero que aparece tras pasar un puente nuevo de hierro que salva el cauce del barranco Tenallas. El mítico y oxidado letrero con el nombre del pueblo da la bienvenida al visitante. Con la protección del paraguas vamos transitando por las calles del pueblo. Calles rectilíneas y perpendiculares unas con otras. Casas en estado de ruina pero con la fachada visible van saliendo al paso. Portadas (sin puerta), vanos vacíos de ventanas y balcones, tizoneras, chimeneas, son alguno de los detalles arquitectónicos que aparecen ante nuestros ojos. El suelo en algunos tramos está embarrado, con charcos. El olor a tierra mojada se adueña del ambiente. No es posible acceder al interior de ninguna vivienda, las cuales ya carecen de tejados. Materiales de construcción colocados en algunos rincones indican que en algunas casas las obras van a empezar muy rápido (en alguna ya lo han hecho). Nos acercamos hasta la iglesia. Nos sirve también para tomarnos un respiro de la lluvia torrencial que cae en ese momento. En su interior me llama la atención las pinturas murales del altar mayor (fueron hechas para ambientar escenas de la película "Guerreros" de Daniel Carlpasoro).
Les podrá causar extrañeza a alguien que no se haya documentado previamente.
Nos sentamos un rato en el poyo del pórtico. Desde ahí vemos llover. En vista de que no va a parar retomamos el camino hacia el pueblo. Al pasar por la plaza de la escuela vemos que sale humo de la chimenea del edificio rehabilitado de la escuela, dedicado a centro social y lugar de reunión de los antiguos vecinos del pueblo. Subimos la escalera que conduce al primer piso y entramos al interior. Tras los saludos de rigor y una charla sobre el pasado, presente y futuro del pueblo nos marchamos. Es la hora de comer.
Uno de los descendientes de casa Garcés se ofrece a llevarnos en su todo terreno hasta la carretera donde hemos dejado el coche. Con gran pericia enfila la bajada hasta el puente colgante y lo atravesamos con precaución. El río viene crecido y sobrecoge con la fragosidad con que las aguas buscan la entrada del congosto.
Volvemos al día siguiente, ya con el día más abierto y despejado. Hemos quedado con Jesús, otro de los hermanos Garcés y su pareja Mari Mar. Después de un suculento almuerzo en el comedor del edificio social salimos a pasear por las calles de Jánovas. Jesús me va explicando detalles de las calles, de las casas y de los proyectos de futuro que se van a ir realizando.
Nos acercamos hasta el lavadero junto al río ya colmatado por tierra y fango, apenas visible y localizable si no es con alguien conocedor de la zona. La vegetación no hace fácil acercarse a él.
Tengo la sensación de que en mi próxima visita ya no veré algunos aspectos urbanos tal y como los estoy viendo ahora. Es cuestión de tiempo (de poco tiempo diría yo). Jánovas va a dejar de ser un pueblo mustio, apagado y demacrado como lo era ahora. Las obras de rehabilitación y dotación de infraestructuras van bastante adelantadas (incluso cuando escribo estas líneas voy leyendo en internet diversas noticias relacionadas con las mejoras para el pueblo, las últimas la consolidación del tejado de la iglesia o la vuelta de la campana a su lugar de origen).
Los amantes de los despoblados vamos "a perder" uno de los pueblos más bonitos que ha dado la despoblación en la provincia de Huesca pero a cambio las gentes de Jánovas y sus descendientes van a ganar el pueblo que nunca debieron perder.
El daño producido a los janovenses quedará para siempre flotando sobre el nuevo Jánovas.
Se seguirá hablando durante años del embalse que nunca se hizo y que acabó con la vida de tres pueblos; Jánovas, Lavelilla y Lacort. Tres pueblos que dada su ubicación nunca habrían pasado a engrosar la larga, larguísima lista de pueblos deshabitados.


Jánovas visto desde la carretera en 1994.




Jánovas visto desde la carretera en 2016.




Jánovas visto desde la Peña Manuel con los colores del otoño.




El río Ara a su paso por Jánovas. El puente colgante salvaba el cauce del río y permitía a los janovenses llegar a la carretera.




El puente colgante de Jánovas. Construido en 1881, conserva su cableado original. Tiene una longitud de 59 metros y una anchura de dos metros y medio.




Puente para salvar el cauce del arroyo Tenallas. El actual es de hierro y sustituyó al original que era de madera, el cual se lo llevó varías veces la riada.




La fuente de Jánovas (con dos caños), abrevadero anexo.



Entrada al núcleo urbano de Jánovas. Casa El Maestro a la izquierda y casa Agustín de frente. A la derecha edificación donde los de casa El Maestro tenían una tienda.
Casa El Maestro la habitaba el matrimonio formado por Valeriano y Josefa. Tuvieron cuatro hijos. La familia se repartió entre Barbastro y Barcelona.
En la de Agustín vivieron el matrimonio formado por Santiago y María. Tuvieron tres hijos. La emigración los llevó a Barcelona.




Calle San Roque.




Calle San Roque. Casa Frechin y Casa El Maestro a continuación. En la de Frechín vivió el matrimonio formado por José y María. Se fueron a Boltaña




Calle San Roque. Casa Viturian. La habitaba el matrimonio formado por Máximo y Carmen. Tuvieron tres hijos (Pepito, Miguel Ángel y Marí Carmen). Se fueron a Zaragoza




Calle San Roque.




Confluencia de calle San Roque con calle San Sebastián. Casa Garcés (también conocida como Casa Secretario). En diferentes años funcionó como carnicería, zapatería y taberna. Fue la última casa que se cerró en Jánovas. La habitó el matrimonio formado por Emilio Garcés y Francisca Castillo. Tuvieron seis hijos.
A continuación y de fisonomía muy parecida se encontraba Casa Piquero. Vivía en ella Josefa con sus dos hijos: Pepe y Carmen. Se fueron para Barcelona.
Posiblemente en origen fue todo una casa que se acabaron disgregando en dos.




Plaza de la escuela.




Edificio de la escuela (actualmente rehabilitado como centro social). Se accedía al aula situada en el primer piso por una escalera exterior. En la planta de arriba quedaba la vivienda de la maestra, quedando la planta baja para salón de baile.
Las maestras normalmente se alojaban de patrona en Casa Jalle o en Casa Manuel.




Foto cedida por la Asociación San Miguel

Alumnos de la escuela de Jánovas y maestra (María Pilar Durán). Curso 60/61.




Calle San Roque. Casas Felipé, Francho y Castillo (en proceso avanzado de rehabilitación).
En la de Felipé vivía el matrimonio formado por Bienvenido y Ascensión. Se fueron para Barcelona.
La de Francho estaba habitada por el matrimonio formado por José y Consuelo. Tuvieron tres hijos: Pili, Consuelo y José María. Se marcharon para Barbastro.
Casa Castillo la habitaba el matrimonio formado por Ramón y Asunción. Tuvieron un hijo: Ramón. Emigraron a Barcelona.




Plaza Mayor de Jánovas (llamada Plaza de la Concepción). Casa Jalle a la izquierda y casa Rufas a continuación.
A la izquierda de Jalle y haciendo ángulo había un frontón ya caído.
Casa Jalle la habitaba el matrimonio formado por Andrés y Ángeles. Tuvieron tres hijos: Antonio, Angelines y José María. Se marcharon a Barcelona.
En casa Rufas (una de las más pudientes de Jánovas) vivía el matrimonio formado por José y ???
Tuvieron dos hijos: Antonio y Milagros. Emigraron a Barcelona.




Calle San Fabián. Casa Arsegot y a continuación Casa Carpintero.
En la de Arsegot vivía Asunción que estaba viuda con sus hijos. Se marcharon a Huesca.





Calle San Fabían. Entrada de Casa Pablo.




Calle San Fabián. Casa Pablo. Aquí estaba la barbería. Vivía en ella el matrimonio formado por Pablo y Natividad. Tuvieron una hija: Lourdes. Se marcharon a Boltaña.




Casa Puyuelo. Ramón y Máxima era el matrimonio que vivía en ella. Tuvieron cuatro hijos: Ramón, Rafael, María y Dorita. Se marcharon a Barbastro.




Iglesia parroquial de San Miguel. Cementerio anexo.




Iglesia y crucero. Ruinas de la abadía a la derecha.




Atrio de la iglesia. Puerta de entrada al cementerio a la izquierda.




Portada de la iglesia de Jánovas. Fue desmontada para evitar su deterioro y su expolio y levantada en una plaza de Fiscal.




interior de la iglesia. Nave central. Capillas laterales. Altar mayor al fondo. Pinturas murales de corte ortodoxo en la pared. Fueron pintadas en 2002 para la película "Guerreros" de Daniel Carlpasoro para que ambientara escenas de un pueblo kosovar.




Confluencia de las calles San Miguel y San Sebastián. Casa El Correo. La penúltima casa que se cerró en Jánovas. La habitó el matrimonio formado por Antonio Buisán y María Pueyo. Tuvieron cinco hijos. Antonio falleció en el pueblo y María se fue con los hijos a Barcelona.



Calle San Sebastián. Casas Garcés y Piquero a la izquierda. Casa Soldadé a la derecha.




Calle San Sebastián. A la izquierda Casa Martín y a la derecha Casa Giral.
En la de Martín vivía el matrimonio formado por Julián y María. Tuvieron tres hijos. Emigraron a Monzón.
La de Giral estaba habitada por el matrimonio formado por Ramón y Carmen. Tuvieron cuatro hijos: Alberto, Isabel, Domingo y Santiago. Se marcharon a Labuerda.




Calle San Sebastián.




Calle San Sebastián. Casa Vicente a la izquierda. La habitaba el matrimonio formado por Aquilino y Bella. Tuvieron dos hijos. Emigraron a Zaragoza.




Calle San Miguel.




Calle San Miguel. Casas Sastre, Maza y Puyolé. Los de Sastre se fueron a Boltaña y los de Maza y Puyolé a Zaragoza.



Calle del Pilar.




Calle del Pilar. Rampa de acceso al yerbero de Casa Maza.




Casa Carpintero a la izquierda y Casa Puyolé a la derecha.




Casa Dolores, junto al arroyo Tenallas. La habitó el matrimonio formado por José y Rosario. Se marcharon a Barcelona.




Apenas visible el lavadero.




Junto a la carretera a quinientos metros del pueblo estaba el Mesón de Frechin. Nada queda del edificio, solo esta edificación destinada a borda. En el mesón se recogían los paquetes, el correo, se esperaba al coche de línea, se alojaban los viajeros y se podía tomar un café.

Los Sardineros (Valencia)

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En una llanura a los pies de un cerro se encuentra esta aldea de Requena en la subcomarca de La Albosa.
Alrededor de una quincena de casas llegaron a conformar Los Sardineros en las últimas décadas, aunque el nomenclátor comarcal habla de treinta y cinco viviendas y un censo poblacional de ciento treinta personas en 1930, habiendo descendido a cincuenta y seis en 1950.
No conocieron nunca la luz eléctrica ni el agua en las casas.
Para abastecerse de agua tenían un pozo a cuatrocientos metros de la aldea.
Las mujeres iban a lavar a la rambla de Penén.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan, donde además en fechas señaladas se elaboraban magdalenas, tortas de chichorritas y bollos de magra de cerdo.
A pesar de no estar a mucha altitud (algo más de 600 metros) solían padecer unos inviernos rigurosos donde no faltaban dos o tres nevadas cada año. Contaban con abundante leña de pino para calentar la lumbre de los hogares y poder combatir las bajas temperaturas.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo y cebada principalmente, además de los olivos y las viñas.
Iban a moler el grano al molino de Las Ramblas, a más de una hora de camino, dentro del término de Los Sardineros. Posteriormente ya se llevaba a la harinera de Venta del Moro.
Para extraer el aceite había almazara en la aldea y más tarde se llevaba a la cooperativa de Los Isidros.
Tres casas tenían rebaños de ovejas.
Se mataban entre dos y tres cerdos al año según las posibilidades de cada casa.
Días de mucha actividad y celebración la matanza del chino (cerdo). Mientras se realizaban las faenas se comía una torrá (asado de oreja y rabo), se bebía vino y mistela, se hacían sartenadas de patatas fritas y huevos, tomate frito, hígado cocido, se degustaban mantecados y sequillos. Momentos de gran ambiente social donde se chismorreaba de todo y se contaban chistes.
El conejo y la perdiz abundaban en el monte lo que suponía un aliciente para los cazadores.

Barranco Albosa
Barranco Alcantarilla
Barranco Caballero
Barranco del Manglano
Barranco Morenos
Calderón
Camino de Casas de Caballero
Cerro Pendón
Collado de la Regalicia
Collado de Los Sardineros
Cueva de don Fausto
El Batán
El Majo
Fuentes Agrias
Los Calderones
Los Hermanillos
Matarromana
Parada Manueles
Pico Sardinero
Rincón Grande
Rocho del Periquito

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Los Sardineros que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para todo tipo de oficios religiosos iban a la iglesia de Los Isidros.
La enseñanza fue muy deficiente por estas latitudes en los años de la posguerra pues no había escuela ni en Los Sardineros ni en Penén, por lo que los niños aprendían algo cuando algún maestro rural de aquellos que iban recorriendo los caminos ofrecía sus conocimientos.
En los años 60 mejoró el asunto y ya los tres últimos niños de la aldea los recogía un autobús escolar y los llevaba a Requena.
El médico, don Pedro residía en Los Isidros aunque tenía que ser un caso excepcional para que fuera por Los Sardineros a hacer alguna visita médica.
Mario, el cartero desde Los Isidros iba en bicicleta repartiendo la correspondencia por las aldeas.

Para hacer compras había una tienda pequeña en Los Isidros.
Los sábados era día de mercado en Requena y hasta allí se desplazaban las gentes de Los Sardineros empleando tres horas en hacer el trayecto.

Pese a no tener fiesta propia si eran muy celebradas en Los Sardineros algunas festividades comunes a toda la comarca como era San Antón en enero. Se hacia una gran hoguera y se daba comienzo al sacrificio del gorrinico de San Antón que servía de cena comunitaria para todos los presentes asando a la lumbre las diversas piezas del animal. Hoguera que se repetía para San Blas en febrero (pero sin sacrificio de animal).
Antes del comienzo de la Cuaresma se celebraban los Carnavales en todas las aldeas, aquí llamadas Las máscaras o marcaritas. Ello consistía en que los hombres se disfrazaban de mujeres poniéndose faldas y tetas postizas y viceversa las mujeres poniéndose pantalones con una mazorca desgranada en la entrepierna.
Una festividad que se celebraba en Los Sardineros era el baile de la Oliva a mediados de diciembre. Comenzaba los últimos días antes de acabar el vareado de la oliva para recoger el fruto. Se hacia una hoguera en una explanada y a su vera se celebraba baile con música de acordeón.
La juventud de Los Sardineros no faltaba a las fiestas de la Virgen del Carmen en Los Isidros en el mes de julio.
Algunos domingos se hacía baile a nivel local en el interior de una casa amenizado por las melodías que tocaba Domingo, el tío Cuquilla con su acordeón.

La falta de servicios básicos como el agua y la luz (estuvo proyectada pero no llegó), las ganas de mejorar en calidad de vida e instalarse en pueblos grandes donde había mejores infraestructuras motivó que la gente de Los Sardineros fuera emigrando. Los Isidros, Requena, Utiel y Valencia fueron los destinos escogidos para iniciar una nueva etapa en sus vidas.
Aunque hay que decir que Los Sardineros entró al siglo XXI con todavía un habitante residiendo en la aldea. Esta persona fue Maximiliano Torres que vivió en soledad durante muchos años. En los albores del año 2000 se fue a vivir a Penén de Albosa desde donde continuaba acudiendo diariamente a su aldea natal hasta que su fallecimiento en 2014 acabó con la presencia humana de el último de Los Sardineros.

Visita realizada en enero de 2022.

Informantes: Vecinos de Penén de Albosa (Conversación personal mantenida en el Centro Social de Penén).
Otra fuente de información: Revista Oleana, Cuadernos de Cultura Comarcal editados por el Centro de estudios requenenses del ayuntamiento de Requena.


Punto y aparte. Hace poco que ha amanecido cuando transito por las calles adormiladas de Penén de Albosa, no hay movimiento humano apenas. Enfilo la flamante carretera que me lleva a mi destino: Los Sardineros. Carretera que muere bruscamente junto a los primeros muros de la aldea. La mañana es bastante fresca como corresponde a la época del año. La primera imagen del lugar ya me enseña una constante de lo que luego veré: alternancia de edificaciones en ruina con otras que todavía se mantienen en relativo buen estado. Contemplo una calle secundaria con algo de vegetación pero que se presenta armoniosa para la retina. Corta pero bonita. Se puede acceder al interior de alguna vivienda pero solo a la planta baja. Oigo ruido de motor, dos coches llegan hasta donde acaba la carretera y cogen un camino rural que les llevará hasta sus fincas. Una rápida mirada al visitante que está por allí y continúan su camino. Mientras tanto yo sigo deambulando por lo que un día fueron calles. Algunas viviendas no han podido resistir más tiempo ocultando su privacidad y muestran sus entrañas descarnadas. Asoma algún horno de pan, el hueco de la chimenea, alacenas y repisas. Llego hasta la parte más baja, aquí se amplia un poco más el espacio, viviendas con patio, una casa con valla y signos de presencia humana reciente, un pozo de nuevo diseño, una caseta para el perro, maquinaria...
Salgo por un camino en buen estado y subo al cerro de enfrente para tener una vista global de Los Sardineros. Bonita vista, la aldea en disposición alargada, todavía con buena presencia de tejados en sus edificaciones. Bajo otra vez para el núcleo urbano. Transito por su calle baja, algunos portones de nuevo diseño protegen la vivienda del exterior. No habitadas pero mantenidas. Llego hasta el amplio edificio que fue la almazara con su muelle de descarga todavía visible. Lugar de mucho trajín antaño. Otra furgoneta llega hasta la aldea y coge el mismo camino que los anteriores para dirigirse hacia donde tenga sus fincas de cultivo. Entro otra vez por la misma calle que la primera vez, el sol ya va cogiendo fuerza y le da una tonalidad diferente a las edificaciones. Decido subir hasta el cerro sobre el que se asienta la aldea. Aquí hubo un castillo al decir de los historiadores. Nada queda de él, si acaso algún cimiento. Si son más visibles las viviendas semi-rupestres que se adosaron al cantil rocoso donde se asentaba la fortaleza. Apenas los muros y poco más queda de ellas, algún horno de pan se entrevé entre las piedras. Los Sardineros a mis pies. Bonita panorámica con la aldea y los olivos en las tierras próximas.
Bajo de nuevo para abajo, voy por otro lado, sencillas viviendas salen al paso, una nueva furgoneta haciendo el mismo recorrido que las anteriores rompe el silencio que flota en el ambiente. La visita a Los Sardineros va tocando a su fin. Bonita impresión me llevo de esta aldea requenense. Me ha agradado. No tiene iglesia, ni escuela, ni edificios rimbombantes pero en su conjunto hacen un lugar pintoresco, todavía en aceptable estado buena parte de sus edificaciones.
Deshago el camino y vuelvo hasta Penén. El pueblo ya ha despertado y hay movimiento de personas y vehículos por sus calles. Después de entrevistarme con los informantes estos me cuentan donde se encuentra el pozo de agua de donde se abastecían las gentes de Los Sardineros, así como la manera de llegar al molino de Las Ramblas. Vuelvo a Los Sardineros y con las indicaciones precisas doy con el pozo de agua en un bonito paraje. Dudo entre si ir al molino o no y al final opto por no ir a verlo. La lejanía, la dificultad para llegar hasta sus muros y el estado casi ruinoso del edificio (según me comentaron) me echa para atrás.


Llegada a Los Sardineros por el camino de Las Casas de Caballero. De fondo el cerro donde se asentaba el castillo.



Entrando a Los Sardineros por el camino de Penén de Albosa.



Calle de Los Sardineros.




La misma calle vista en sentido inverso.




Vivienda.




Dos viviendas con desigual estado de conservación.




Sencillez de lo que un día fueron viviendas.




Ruinas. Un horno de pan visible.




Viviendas en hilera. El cañizo visible al venirse abajo el muro.



Vivienda.




Diferentes edificaciones en la parte baja de la aldea.




La última casa que se cerró en Los Sardineros.




Fachada lateral de una vivienda con el horno adosado.




La almazara de Los Sardineros.




Trullos donde se elaboraba el vino.




Viviendas en estado ruinoso en la parte alta de la aldea.




Cerro donde se situaba el castillo de Los Sardineros del que nada queda. A su vera se situaban varias viviendas que llegaron a estar habitadas hasta los años 60. Se apoyaban en la pared rocosa del cerro.



Vista parcial de Los Sardineros desde el cerro del Castillo.




Pozo de agua del que se abastecían las gentes para consumo. Situado a cuatrocientos metros de la aldea.
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