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Channel: Los pueblos deshabitados

Las Casillas de Bezas (Teruel)

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En el triangulo de terreno comprendido entre los pueblos de Bezas, El Campillo y Rubiales se encuentra esta pequeña aldea perteneciente al extenso término municipal de Albarracin.
A 1185 metros de altitud en un pequeño montículo sobre la rambla del Cabello, nueve viviendas dieron forma a este lugar.
Estructurado de forma casi circular dejando un amplio espacio central, sus edificaciones se adaptaban al terreno a veces formando pequeñas agrupaciones de dos o tres casas. Casi todas tenían un patio que las protegía de la intimidad del exterior, en algunos casos dos viviendas compartían un mismo patio de entrada.
En 1958 se hizo a concejadas la pista que comunicaba con la carretera a pico y pala.
Nunca llegó la luz eléctrica hasta Las Casillas. Los candiles de aceite y carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua se abastecían de un pozo situado a cien metros.

"Las mujeres lavaban en las ramblas que se nutrían del agua de lluvia. Si estas estaban secas sacaban pozales del pozo para realizar la tarea del lavado de ropa". MARCIAL MARTÍNEZ.

Leña de pino era lo que utilizaban para calentar la lumbre de las casas y así combatir los rigores invernales que por estas latitudes se solía manifestar con crudeza dejando nevadas de un metro mas de una vez.
Había cuatro hornos para hacer el pan, uno era comunitario y los restantes particulares.

"Se hacía pan cada semana. Luego en determinadas fechas se elaboraban tortas dormidas, magdalenas y tortas de manteca". MARCIAL MARTÍNEZ.

Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada y pipirigallo principalmente.
Iban a moler el grano al molino del Mas de la Cabrera, barrio perteneciente al municipio de Tramacastiel. En otras ocasiones se desplazaban hasta el Molinanco en término de San Blas.

"En Las Casillas solo el tío Juan tenía maquina aventadora, los demás aventaban de manera manual, con la horca". MARCIAL MARTÍNEZ.

Las ovejas y las cabras se repartían el volumen ganadero.

"Todas las casas tenían su rebaño de ovejas, variaba desde las setenta u ochenta hasta uno que tenía trescientas. Un carnicero de Teruel solía venir a comprar los corderos". MARCIAL MARTÍNEZ.

Liebres, conejos y tordejas eran los animales que cazaban los aficionados a la caza y que suponía un aporte alimenticio extra en las cocinas.
El tío Rillo de Teruel compraba la lana de las ovejas y las pieles de los animales.

Alto Pelao
Cabeza Martín
Corrales del Collao
Cueva Ahumada
El Estrello
El Francisquillo
El Pradillo
Fuente de Las Tabernillas
Fuente del Saltillo
Hoya del Collao
Hoya Quemada
La Hoyola
La Losa
La Pedrera
La Rasada
Las Fuentecillas
Las Lapizas
Los Casares
Pozo de Las Azaderas
Pozo del Collado
Pozo Piñero
Puntales del Collao
Sendero a Bezas

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Las Casillas de Bezas que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para todo tipo de oficios religiosos como eran la misa dominical, las bodas o los bautizos acudían a El Campillo o a Bezas.
No había escuela en Las Casillas y así los niños en edad escolar tenían que hacer el desplazamiento diario hasta el pueblo de El Campillo, trayecto en el que tardaban una hora. Alrededor de una quincena de niños acudían en los años 50 a recibir enseñanza desde Las Casillas.
Don Ramón el medico acudía desde Bezas cuando la situación lo requería. Había que llevar una caballería para que se pudiera desplazar a visitar al enfermo. Con el paso de los años se compró un coche y hacía los desplazamientos en su vehículo.
El cartero residía en El Campillo pero no aparecía nunca por la aldea. Era cualquier vecino que se desplazaba hasta El Campillo por algún asunto el que recogía la correspondencia.

San Antón era el patrón de la aldea, al que le dedicaban fiesta el 17 de enero.
Una comida más especial que otros días, el baile en la replaceta amenizado con guitarra, laúd y acordeón y las partidas de guiñote era lo que daba de sí el día festivo.
La gente joven acudía en buen numero a las fiestas de Rubiales para la Virgen de agosto y a las fiestas de Bezas el ocho de septiembre.
Mucha celebración eran los días de la matanza (aquí llamado matapuerco). Noviembre y diciembre eran las fechas utilizadas para el ritual. Días de gran armonía y ayuda entre familiares y vecinos.

"Los días del matapuerco todo el mundo participaba, había faena para todos. Lo normal era matar entre dos y tres cerdos por cada casa, pero había alguna que llegaba a matar hasta cuatro cerdos, según las necesidades y las posibilidades. Se mataba una oveja vieja para mezclarla con la del cerdo y así tener más carne para los embutidos. Cuando ya se terminaba la faena se degustaban productos del animal, se bebía y se tocaba música con guitarra y acordeón".
MARCIAL MARTÍNEZ.


Para hacer compras se desplazaban a Bezas y a Teruel. También a Rubiales y El Campillo donde había comercios pequeños.

"Había gente que llevaba cargas de leña a vender a la capital, así como piñas de los pinos que se utilizaban para encender el fuego". MARCIAL MARTÍNEZ.

Iban hasta Caudé a comprar vino y de paso vendían cargas de leña.
Los jueves era día de mercado en Teruel lo que atraía a gentes de todos los pueblos cercanos. Los de Las Casillas tenían que salir a la carretera a las nueve de la mañana para coger el coche de línea que hacía el trayecto Frías- Teruel.
Por Las Casillas aparecían diversos vendedores ambulantes como uno que venía desde el Mas de la Cabrera vendiendo fruta, de El Campillo venía otro ofreciendo sardinas, olivas y aceite y desde pueblos como Valdecuenca y Jabaloyas venían para vender lechones.

El futuro de Las Casillas estaba echado al llegar los años 60. Con la ausencia total de servicios básicos y la búsqueda de una mejor calidad de vida fueron los factores determinantes para que la gente emigrara. Por si ello fuera poco los ingenieros forestales prohibieron sacar a pastar las cabras debido a la repoblación forestal de pinos que se hizo en toda la comarca. Muchos inconvenientes para seguir viviendo en la aldea. Alguna familia se quedó en Rubiales y El Campillo y los demás optaron por iniciar una nueva vida en las ciudades: Barcelona, Zaragoza y Teruel.
Aún así hasta el tardío año de 1982 hubo presencia humana en Las Casillas. Fecha hasta la que resistieron Apolinar y Valentina, además del hijo que tenían: Joaquín. El matrimonio se marchó a Teruel y el hijo se quedó de pastor en Valdecuenca.

Informante: Marcial Martínez, nacido en las Casas de La Laguna de Bezas. (Conversación personal mantenida en su casa y continuada posteriormente en Las Casillas).

Visitas realizadas en mayo de 2009 y mayo de 2021.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Son ya las siete de la tarde cuando accedo a Las Casillas de Bezas en esta mi segunda visita a esta perdida aldea turolense. Si en la primera vez lo hice andando y por el camino que viene de Rubiales en esta ocasión lo hago por el camino que llega desde El Campillo en todo-terreno. Vamos en la grata compañía de Marcial y su mujer María. Él nacido en la cercana aldea de las Casas de La Laguna y ella descendiente de Las Casillas por parte materna. Marcial, buen conocedor del terreno maneja con maestría el vehículo a la vez que me va señalando y nombrando diversos parajes que van saliendo al paso. El terreno es áspero y pedregoso. A los pocos kilómetros ya avistamos Las Casillas. Enfilamos la suave bajada para adentrarnos en el corazón de la aldea pero antes hacemos una pequeña parada para que Marcial me muestre el pozo de donde se surtían los vecinos de agua.
Una vez entramos en el trazado urbano observo que poco ha cambiado de mi primera visita a ahora. Los edificios se mantienen igual. Algún pequeño muro derrumbado pero poco más. Hay presencia ganadera en la aldea y eso hace que la aldea no haya caído en los abismos del olvido. Las casas están prácticamente igual. Marcial me va resaltando pormenores de cada edificio. Llegamos hasta la ermita, sin tejado, uno de sus muros caídos y vegetación en su interior. Mi interlocutor me comenta que la conoció en mejor estado pero ya en ruina y sin oficiarse culto alguno en su interior. Seguimos paseando por los rincones de la aldea, me muestra la casa donde nació su suegra. Me enseña la casa de Apolinar, el último de Las Casillas, llegamos hasta el horno comunal, utilizado actualmente como comedero para el ganado. Casi todas las casas mantienen aún el tejado, en alguna todavía se puede acceder al interior para ver vestigios de una vida austera, sencilla, alejada de grandes lujos. Nos situamos en el amplio espacio central de la aldea donde se forma una especie de plaza de trazado irregular. Mucha vida social aquí, me comenta Marcial, era donde se juntaba la gente al caer la tarde, en la fresca de verano.
El tiempo va pasando, el sol ya ha traspuesto, la temperatura es fresca. La soledad es manifiesta. Y uno no puede por menos de imaginarse a los que aquí vivieron. No fue fácil la vida por estos lares. Lejos de todo y cerca de nada. Inviernos muy crudos. Malas comunicaciones. Una hora para desplazarse al pueblo más cercano. El problema cuando alguien enfermaba de gravedad. Y los niños caminando todos los días a la escuela. Y... por eso en cuanto tuvieron ocasión se fueron para no volver.
En ese ensimismamiento ando mientras hago fotografías y escucho a mi ameno acompañante cuando el preludio de la noche está al caer. Marcial y María quieren que nos acerquemos a visitar la masía de Ligros así que toca salir ligero de Las Casillas para poder ver en condiciones la masía mencionada.


Año 2009. Vista parcial de Las Casillas.




Año 2021. Entrando a Las Casillas de Bezas. El horno comunal a la izquierda.



Año 2021. La casa de Telesforo y Victoria. Tuvieron seis hijos. Se marcharon a la masada de Las Monjas en término municipal de Villastar.



Año 2009. La casa de Juan y Victoriana (a la derecha de la imagen). Compartía patio de entrada con la casa de Telesforo y Victoria. Tuvieron ocho hijos. Emigraron a Teruel.



Año 2021. Ambas casas vistas por su parte trasera. La de Juan y Victoriana a la izquierda y la de Telesforo y Victoria a la derecha.



Año 2021. La replaceta. Epicentro de la aldea.




Año 2021. La casa de Marco y Amparo. Tuvieron tres hijos: Inés, Irene y Casimiro. Los padres fallecieron en Las Casillas. Portón y patio antecediendo a la vivienda situada al fondo. Dos casas dan por su fachada trasera a este patio.



Año 2009. La casa de Valero y María. Tuvieron cuatro hijos. Se marcharon a Rubiales.



Año 2009. La casa de Casto y María. Tuvieron seis hijos. A Rubiales emigraron. Portón para entrar al patio.



Año 2021. La casa de Juan e Inés. Tuvieron dos hijos. Se fueron para El Campillo.



Año 2021. La casa de Apolinar y Valentina. La última que se cerró en Las Casillas. Cuadra y pajar anexo.



Año 2009. La casa de Fernando y Melchora. Tuvieron dos hijos.




Foto cedida por Roberto Tartaj.

Año 2016. La ermita de San Antón.




Año 2009. Saliendo de Las Casillas.




Año 2021. Parideras para el ganado.

Bergosa (Huesca)

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Sobre una atalaya en las alturas del valle de la Garcipollera y el valle del Aragón se sitúa el despoblado de Bergosa.
Una docena de casas conformaron la población, aunque solo cinco llegaron habitadas a los últimos años de vida del pueblo.
Casas de Bergosa:
-Campo, Chaime, Igúacel, Palacín, Isidoro, Valentín, Mancebo, Miguel, Benedé, Estúa, Abadía, Molino y Mesón.

"A las gentes de Bergosa nos decían Altos Aires por motivos obvios, también nos llamaban Caleros antiguamente, pues se fabricaba cal para la construcción en una zona llamada O Forno, camino abajo hacia Torrijos, donde aún se aprecian las huellas del mazo y del cincel en una barra caliza de donde extraían la piedra que luego cocían en hornos allí mismo. Y aún hay quien afirma que en tiempos pasados se llamaba Narigons a las gentes de Bergosa por una supuesta habla muy sonora y nasal" RAMÓN GALINDO.

Desde los años veinte contaron con luz eléctrica en el pueblo suministrada por la Electra Jacetana por medio de un transformador situado en Torrijos, junto al río.
Había pozos en las casas que se llenaban de agua por el freático o por las canaleras de los tejados. No se usaba dicha agua para beber solo para la limpieza o para los animales.
Leña de pino, chopo y aliagas era lo que utilizaban para calentar la lumbre de los hogares para combatir los rigores invernales que según el año venían con nevadas más o menos abundantes.

"Los hornos y los hogares consumían mucha cantidad de leña, así que fuera de la temporada de cosecha una de las tareas más importantes era la de hacer acopio de leña". RAMÓN GALINDO.

Trigo y cebada eran sus principales producciones agrícolas.
Había molino en Bergosa situado en el llano junto al río Aragón adonde bajaban las gentes del pueblo a moler el grano, pero en los años 60 llevaban el trigo a Jaca, a la panadería Jaquesa y allí les daban el equivalente en panes.
Casi todas las casas tenían horno para hacer el pan.

"Tanto en el Paco como en los huertos de Bergosa se criaban afamadas manzanas de invierno, peras agosteras, cascabillos, ceroldas, niézpolas, chabacanes, membrillos y moras. También se recogía manzanilla en los solanos y exquisitas fresas en la "Selva" un impresionante abetar.
Si había buen año estos productos se bajaban a vender a Jaca, al mercado, sobre todo manzanas.
Además casi todas las casas tenían colmenas". RAMÓN GALINDO.


La oveja era el animal referente en la ganadería. Un pastor comunal sacaba todos los rebaños juntos a pastar. Se hacia una pequeña trashumancia con el ganado. En verano a puerto y en invierno a la ribera.
Los corderos se vendían a los carniceros de Castiello o de Jaca. Se bajaban los animales a dichos pueblos.
Uno o dos cerdos se acostumbraba a matar en cada casa.
Conejos y liebres era lo que abundaba en la zona de monte.
Para herrar las caballerías había que bajar a la herrería de Castiello.

A Batueña
A Viña
Alcarcel
Allagaráz
Andica
Arrigal
Artica y Cena
Campón bajo
Cañamar
Carero
Cerrau de Abajo
Cerrau de Arriba
Facha
Huertón de Jaca
Huertos de la fuente
Noguera
O Peronero
Os Fenares
Sarratiello
Saleras

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Bergosa que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


El cura subía desde Castiello de Jaca. Mosén Miguel realizó durante años tal cometido. Subía andando o en burro. Se oficiaba misa solamente en fiestas y en alguna celebración especial (alrededor de seis veces al año).
De Castiello también subía el médico, don Juan montado en un burro cuando la situación lo requería, sino era el enfermo el que bajaba a Castiello a consulta, pueblo donde también había practicante.
Aureo el cartero de la Garcipollera recogía la correspondencia en Jaca y dejaba la que hubiera para Bergosa en la cantera de Torrijos donde la recogía Serapio Galindo de casa Campo.

"Aunque el cartero era mi padre siempre éramos alguno de los hijos los que bajábamos a por las cartas. Un paño blanco expuesto por los canteros en lugar visible nos advertía de que había correo para recoger.
Este mismo método de poner un paño blanco en algún lugar visible también lo utilizaban los carniceros de Castiello para advertirnos de que había "menudo" con el cual se hacían las chiretas y las fritadas por si alguien quería bajar a comprarlo". RAMÓN GALINDO.


Alrededor de siete u ocho niños asistían a la escuela en los años 50. La escuela original se tuvo que dejar de enseñar docencia en ella debido a que los ventanales estaban orientados al norte y el frío era tremendo en invierno. Se pasó el aula a la abadía. Casi todas las maestras eran chicas jóvenes y se alojaban en casa Campo.

"Conocí cuatro maestras: doña Angelita, doña Sole, doña Angelines y doña Ángeles. Todas estaban en mi casa salvo doña Soledad Martínez que vivía en la abadía con su marido. Esta mujer llegó en 1955 desde Villafranqueza (Alicante) restituida de su pasado en zona republicana y "condenada" con su esposo don Manuel Pastor al pueblo más alejado que hubiera. Este fue Bergosa. Vinieron pensando que llegaban al fin del mundo y se encontraron con todo lo contrario. Fueron muy bien acogidos por todos los vecinos que les ayudaron y apoyaron en todo, entablándose una duradera amistad. Doña Sole actualizó a las amas de casa con sus recetas de arroz y don Manuel que había sido carpintero construyó jaulas para conejos y otras "performances" como un palomar, cuyos pichones bajaba a vender a Jaca.
La escuela estaba muy bien dotada de material pedagógico y se recibían periódicamente lotes de libros en una especie de biblioteca itinerante del Servicio de extensión cultural que yo devoraba con placer, especialmente los de la colección Araluce y sus biografías". RAMÓN GALINDO.


Las fiestas patronales de Bergosa se celebraban el 29 de noviembre en honor a San Saturnino. Duraban dos días.
Misa y procesión eran los actos más destacados en el apartado religioso y el baile lo era en el apartado festivo.
Baile que se realizaba en la antigua casa del pueblo y en la plaza adyacente llamada de la Constitución.
La música estaba amenizada por Álvaro Salesa, acordeonista de Castiello, aunque ya en los últimos años de vida del pueblo no se realizaba baile ninguno debido a que en el pueblo quedaba muy poca población.
De Castiello, Jaca, Villanovilla y Abena era de los pueblos que solía acudir más juventud a participar de las fiestas de Bergosa.

Acudían en romería a la ermita de Santa María de Iguacel en julio con todos los pueblos de la Garcipollera y a la ermita de la virgen de Ipas en septiembre conjuntamente con los vecinos de Ipas, Baraguás y Jaca.

"Era un ambiente muy festivo. Se preparaban las viandas y los postres el día anterior. Se encendían los hornos y se horneaban las tortas y los asados. Cada pueblo portaba su cruz parroquial. Se hacía una misa, procesión y una comida campestre. Por la tarde continuaban los actos religiosos y vuelta para el pueblo". RAMÓN GALINDO.

Para hacer compras bajaban a Castiello (media hora andando) donde había varios comercios, entre ellos Casa Silvestre donde vendían aceite y vino a granel. Si eran compras de más envergadura hacían el trayecto hasta Jaca (una hora) principalmente los viernes que era día de mercado. Allí compraban de todo: arroz, azúcar, especias, ropa...

"Bajábamos a menudo a Jaca de niños. Nos llevaban nuestros padres a visitar a familiares, a fotografiarnos para la primera comunión a Foto Peñarroya, a comprar ropa, al circo y los caballitos en Santa Orosia, a las procesiones de Semana Santa... lo que sí me llamaba mucho la atención era ver tanto vehículo". RAMÓN GALINDO.

Los mayores se entretenían en animadas tertulias y jugando a guiñote, los niños a pelota o al escondite entre otros juegos de infancia, los jóvenes acudían a las fiestas de los pueblos del contorno.
No faltaba tampoco en las casas la radio. Se escuchaban los Partes, Discos dedicados, las radionovelas y a escondidas Radio España Independiente, estación Pirenaica, emisora divulgada por los republicanos en el exilio.

"La casa era la institución que había que perdurar y proteger. Si venía a casarse un varón de fuera se le llamaba O Yerno y si era mujer A Nuera. Los aponderadores/as difundían y ensalzaban las supuestas o reales virtudes de los futuros contrayentes que tras las firma de las Capitulaciones pasaban a ser los sucesores de dicha casa, sometidos a la observancia y cumplimiento de las mismas tras la boda".
RAMÓN GALINDO.


"En el solsticio de verano nos "sanjuanabamos" los críos en las frías aguas de un estanque cercano". RAMÓN GALINDO.

En Bergosa a diferencia de otros pueblos de Garcipollera no hubo expropiación. Se vendieron las zonas de monte comunal mediante una venta voluntaria/forzada y los vecinos se reservaron el derecho de las casas y las fincas más próximas.
Llegados los años 60 el pueblo ya agonizaba demográficamente. La búsqueda de una mejor calidad de vida (luz más potente, agua, servicios sanitarios y de enseñanza, comercios a mano, etc) empujaron a los bergosinos a emigrar.
Cuando llegó la hora de marchar alguna familia se quedó en Castiello y las otras se repartieron por Jaca, Canfranc, Barcelona o Zaragoza.
El matrimonio formado por Benito Campo y Simona Lacambra fueron los últimos de Bergosa. Cerraron casa Chaime a comienzos de 1966 y se marcharon para Zaragoza.

Desde 1998 la activa Asociación de Amigos de Bergosa están luchando por mantener el vinculo con el pueblo y que no se apague la llama de manera definitiva. Han recuperado la fiesta anual de San Saturnino, han rehabilitado el fraginal, han edificado un merendero, han limpiado el entorno de la fuente y el lavadero, han recuperado una caseta de pastor, han desescombrado el interior de la iglesia y desenmalezado el cementerio y mantienen una página de facebook donde dan cuenta de diversas actividades así como la muestra de fotografías del pueblo.

Informante: Ramón Galindo Ferrer de casa Campo (Conversación personal mantenida por correo electrónico).

Visita realizada en junio de 2021.

Punto y aparte."Altos aires" los de Bergosa. Estando in situ en este aéreo lugar no hace falta que te den más explicaciones de porque a las gentes de este pueblo se les llamaba por ese apodo.
Un esplendido mirador de la Garcipollera, del valle del Aragón, de una parte de la cordillera pirenaica, de los pueblos de Jaca y Castiello... todo se ve a otro nivel desde allí. Un deleite para la vista de los excursionistas de ahora y un sufrimiento para los que antaño habitaron este lugar.
Emprendo de buena mañana la caminata que me llevara desde la carretera junto al puente de Torrijos hasta Bergosa en poco menos de una hora.
El sendero en subida permanente va ganando altura entre pinos, quejigos y matas de boj.
En algunos tramos se divisa alguna edificación pero en general el pueblo no se ve hasta que no estás prácticamente encima.
Al llegar lo primero que diviso es un panel de madera techado con el nombre del pueblo escrito de manera artística.
De frente diviso una caseta de era (aquí llamada fraginal) en perfecto estado de conservación. Ha sido restaurada. Las vistas son imponentes. Castiello de Jaca a mis pies. En un costado de esta explanada que recibe al visitante han acondicionado un merendero techado donde se da una agradable y fresca sombra.
Me siento allí a refrescarme de la caminata y a beber agua cuando llega una persona por el mismo camino que yo he hecho. Viene de Jaca según me cuenta, lo hace a pecho descubierto y sin una botella de agua siquiera. Se sienta unos minutos a echarse un cigarro mientras mantenemos una frugal conversación. Enseguida se levanta y se dispone a continuar camino, me comenta que va a bajar a Castiello y por allí vuelta a Jaca.
Apenas termina de desaparecer este hombre de mi campo de visión cuando aparece una pareja de caminantes por el mismo camino por el que yo he subido. Son un matrimonio jubilado del Pais Vasco pero que pasan buenas temporadas en Jaca. Se sientan a descansar y a refrescarse a la sombra. Conversación más animada y variada que con el primer visitante. Departimos un buen rato hablando de temas triviales, de la vida, de la pandemia, de las excelencias paisajísticas de toda esta zona pirenaica, de la vida en nuestras respectivas ciudades...
En esas estamos cuando llegan otras dos caminantes por el mismo camino, en este caso dos mujeres de mediana edad, saludan pero no paran, se detienen junto al fraginal y allí echan un rato.
Mis compañeros de tertulia después de veinte minutos se levantan y deciden continuar camino. Bajaran hasta Castiello también y por allí volverán a Jaca.
Yo también me levanto de mi "fresca" guarida y me dispongo a visitar el pueblo puesto que llevo aquí medía hora y todavía no lo he conocido.
Entro por algunas calles, por donde se puede, el pueblo está en muy mal estado, muy machacado, numerosas edificaciones están en el suelo, en algunas solo quedan muros de manera parcial, irreconocibles. Llego hasta su iglesia, el edificio más entero aunque en estado ruinoso también, a su vera el cementerio.
El interior del templo es más de lo mismo, apenas el altar mayor se mantiene en pie de manera decorosa con la mesa de altar y diversas figuras religiosas de escaso valor. Salgo al exterior y me dispongo a continuar mi transito por el pueblo por donde se pueda porque no es fácil. Observo que en diversas edificaciones han rotulado con pintura el nombre de la casa. Isidoro, Estúa, Campo, Palacín...Detalle de agradecer. Trepo entre escombros, sorteo vegetación hasta donde puedo, llega un momento en que no puedo dar un paso más y toca desandar hacia atrás. Observo y busco detalles de interés entre los muros que todavía resisten. Una boca de horno asoma por un lado, un ventanuco por otro, un arco rebajado en otra edificación, un paso de calle bajo cubierto...
Tuvo que tener un bonito trazado urbano. He llegado tarde a conocer este pintoresco lugar. Veinte o veinticinco años antes podría haber contemplado un Bergosa con más encanto. Y es que en los años 90 conocí Villanovilla, Acín y otros lugares de la Garcipollera pero no subí a visitar Bergosa. Lo dejé para otra ocasión y esa ocasión ha tardado demasiado en llegar.
Una señal me indica el camino hacia la fuente. Para allá me dirijo. Precioso lugar este de la fuente y el lavadero. Una fresca agua mana de su caño. Observo sendos paneles con escritura fijados sobre la pared con un texto narrativo muy agradable y nostálgico. Los firma María Victoria Trigo, escritora zaragozana y descendiente de Bergosa por parte paterna. Su nombre me suena mucho de un contacto de facebook (hecho que después será confirmado). Los leo con avidez y dejo que el texto me transporte a la Bergosa de antaño, a cuando las mujeres lavaban en el lavadero y las jóvenes llenaban los cantaros en la fuente.
Desde aquí contemplo lo que se puede de Bergosa entre la vegetación. Vuelvo hacia el pueblo, lo contorneo por la otra parte en busca de detalles interesantes pero nuevamente me pasa lo mismo, llega un punto que ya no puedo avanzar más. Salgo a la explanada y ya intuyo que toca marcharme. La visita a Bergosa ya no da más de si. No vuelvo a ver a ningún ser humano más. Realizo el camino hasta la carretera, ahora es bajada. Una última mirada a las edificaciones del pueblo y para abajo.
Una sensación agridulce me llevo porque por fin he conocido este despoblado pero... he llegado muy tarde.


Llegando a Bergosa. Aparecen las primeras edificaciones. Cuadras y pajares de casa Iguacel.



Fraginal(caseta) y era de trillar de casa Iguacel. Fue rehabilitada por los Amigos de Bergosa y aquí se realizan todas las actividades en la recuperada fiesta de San Saturnino. De fondo el pico Collarada con 2884 metros de altitud.
"Dada la dispersión de las fincas había que construir majadas, casetas de pastor, cuadras y fraginal donde guardar productos, utensilios y animales. Singulares eran las casetas de pastor de falsa bóveda como la de La Batueña (restaurada por la asociación). En esas casetas se guarecía el pastor y vigilaba cuando el rebaño dormía en el campo para estercolarlo dentro de un redil de cletas (O Cletau) que se cambiaba de lugar cada dia". RAMÓN GALINDO.



Calle de la iglesia. Fachada norte del templo y a la derecha pared de casa Chaime.



La iglesia parroquial de San Saturnino.




Escalones y portada de acceso al atrio.




Interior del templo. Altar mayor. Ábside.




La iglesia por su lado noroeste. Delante las ruinas de la casa concello (casa del pueblo).



Foto cedida por Ramón Galindo.

Entre la pared de la iglesia y la casa concejo estaba una plaza llamada de la Constitución como se ve en esa inscripción tallada en la piedra (actualmente caída).



Calle de la iglesia. A la izquierda la abadía y de fondo casa Chaime. A la derecha el muro del cementerio.



Foto cedida por Miguel Ángel.

Casa Chaime. La última que se cerró en Bergosa. Inocencia Campo, hija de la casa asomada al balcón que daba al salón.



Foto cedida por Miguel Ángel.

Benito Campo y Simona Lacambra de Casa Chaime. Los últimos de Bergosa.



Casa Isidoro. Deshabitada desde mucho tiempo atrás, la usaban los de Chaime como cuadra, pajar, conejar, masaderia y horno.



Casa Campo. Cerraron la puerta en 1965 y se marcharon a Jaca.



Foto cedida por Miguel Ángel.

Doña Angelita Moreno y alumnos delante de la escuela. Año 1955.



Calle de Iguacel. Casa Mancebo a la izquierda y cuadra y pajares de casa Estúa a la derecha.



Calle Camino de Jaca. Pajar y cuadra de casa Estúa a la izquierda y a la derecha pajar y cuadra de casa Iguacel.



Casa Iguacel. Se cerró en 1963.
"Era una edificación imponente. De dos plantas. Cuatro amplias habitaciones con sus alcobas, cocina con amplio hogar, planta baja con las cuadras, graneros, masaderia y un pozo en el patio de agua fresquísima. En la segunda planta tenía una espaciosa galería donde algunas vecinas se reunían a tomar el sol mientras hacían labores textiles". RAMÓN GALINDO.



Casa Palacín. Se cerró en 1956.




Casa Estúa.




Calle de Chaime. A la izquierda casa Iguacel y a la derecha casa Mancebo. Cubierto sobre la calle que comunicaba ambas casas, las cuales pasaron a ser una sola.



La fuente de Bergosa, a trescientos metros del pueblo.
"De niños podíamos venir a jugar varias veces al día por aquí que no nos daba pereza pero la cosa cambiaba si nos mandaba nuestra madre a por agua con el cántaro o el botijo, entonces ya nos hacíamos los remolones y echábamos cuentas: que te toca a ti hoy, que no, que yo fui ayer...." RAMÓN GALINDO.

"La fuente manaba poco caudal en el estío y no daba para regar bien los huertos. De haber manado igual en verano que en invierno ello hubiera redundado en más riqueza para los vecinos pues se podrían haber ampliado las cosechas de remolacha, alfalfa, los prados, etc y haber podido criar más cerdos y ovejas. Esta limitación quedaba solventada en parte con los cultivos en la zona denominada el Paco, a un kilómetro del pueblo, zona casi llana y con más agua disponible, fuentes que llamábamos de "gorgorocha" pues manaban directamente del suelo llano, no de ladera.
En Torrijos también había huertos que se regaban con agua del río Aragón desde el molino, el canal de Jaca y alguna fuente. Estaban alejados del pueblo pero eran muy productivos". RAMÓN GALINDO.




El lavadero. Antiguamente estaba techado.

Valdearnedo (Burgos)

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En un estrecho valle que forma el río Fuentemonte se encuentra este despoblado de Valdearnedo en lo más recóndito de la comarca de La Bureba.
En un paraje singular, áspero y arcilloso conocido como Las Torcas, quince casas ya entrado el siglo XX en la que convivieron alrededor de cincuenta personas es lo que dio de sí este pueblo en las últimas décadas que estuvo habitado.
"Yo conocí once casas habitadas". CELIANO GARCÍA.

Su trazado urbano estaba configurado en torno a tres calles: Real, Encimera y Bajera.
Estaba comunicado por diferentes caminos con Quintanarruz, Arconada, Carcedo, Rublacedo y Melgosa.
Nunca conocieron la luz eléctrica en el pueblo. Llegó hasta los pueblos limítrofes como Arconada y Carcedo pero en Valdearnedo no hubo unanimidad, unos querían y otros no, y como tenían que estar todos los vecinos de acuerdo al final este gran invento pasó de largo y los candiles de aceite, de carburo y en los últimos años de camping gas siguieron alumbrando las casas de Valdearnedo hasta el fin de sus días.
Conseguían variar la dieta alimenticia en las casas con las truchas, barbos, loinas y cangrejos que cogían del río.
Los aficionados a la caza tenían en las liebres, conejos y perdices el objetivo con el que afinar su puntería.
"En mi casa teníamos dos galgos que se compenetraban muy bien y siempre que salían al campo cogían algún conejo". CELIANO GARCÍA.

Trigo, cebada y yeros eran sus principales producciones agrícolas.
Manzanos y nogales eran los árboles que más abundaban en el pueblo, en menor medida perales y ciruelos.
"Mi abuelo iba a vender manzanas a Melgosa". CELIANO GARCÍA.

Iban a moler el grano al molino de Lermilla.
"Los chicos solíamos llevar el burro al molino, llevaba talegas de ochenta kilos. Tenías que ir con cuidado de que no se cayera la carga. El molinero cobraba por el sistema de maquila". CELIANO GARCÍA.

Leña de chopo, olmo y enebro era la que utilizaban para calentar la lumbre de las cocinas.

"En invierno nevaba mucho, había que abrir camino de puerta a puerta con una pala. Se acumulaba hasta un metro de nieve. La torca se helaba y había que picar con una azada para que pudieran beber los animales". CELIANO GARCÍA".

La oveja era el animal de referencia en la ganadería.
Pedro, de Burgos o Vicente, de Rublacedo fueron los pastores encargados de sacarlas a pastorear.
Tratantes de Burgos y Briviesca venían periódicamente a comprar los corderos.
"Venía un quesero de Burgos con una furgoneta a comprar los quesos. La leche se llevaba hasta Carcedo y allí la recogían en un camión.". CELIANO GARCÍA.

Había en Valdearnedo una importante dula de ganado mular.
"Nosotros teníamos un burro, un caballo, un muleto y un macho. Se criaban muletos para vender en la feria de Poza". CELIANO GARCÍA.

Se acostumbraba a matar un cerdo al año en cada casa. Ritual que se organizaba en el mes de diciembre.

Alto de las Carrihuelas
Alto de las Liebres
Alto de los Cerrillos
Alto del Cerezo
Alto del Collado
Cerro Blanco
Cerro de la Horca
Cerro Mojón
Cuesta Amarilla
El Campo
El Molinillo
El Torcón
El Zarzalón
Elabar
Fuente Escudilla
Fuente Mojapán
Fuenteán
La Majada
La Mancha
Las Aleras
Las Coronas
Las Raposeras
Llano Burgos
Los Cascajos
Los Corrales
Los Linares
Los Llanos
Los Picones
Majadillas
Malapasada
Mantralaloma
Mojapán
Pico de la Madera
Praoredondo
San Martín
Torca Cerro Blanco
Torca de la Canal
Torca Honda
Torco de Valdelogón
Torco de Vallejo
Valcorvillo
Valdebragas
Valdecilla
Valdelabuelo
Valdepolo
Valderruz
Valdizán
Valtriqueja

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Valdearnedo que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Se daba misa dominical con una frecuencia aproximada de una vez al mes.
El cura de Carcedo, don Bernardo que venía montado a caballo y el cura de Lences, don Germán que llegaba montado en moto fueron los que oficiaron los actos religiosos en los últimos años.
No permitían a los vecinos trabajar en domingo porque tenían que asistir a misa.
El médico venía desde Lences montado en una caballería.
"Se le pagaba en fanegas de trigo, con ello teníamos asistencia sanitaria todo el año.
Un día siendo niño un macho me dio dos coces. Fue mi madre hasta Lences a buscar al doctor pero no estaba, se encontraba en Rojas, hasta allí fue mi madre a avisarle de mi percance. Transcurrieron unas seis horas hasta que el médico llegó a mi casa, mientras tanto yo tenía el cuerpo magullado y con muchos dolores". CELIANO GARCÍA.


El cartero venía desde Lermilla una vez a la semana. Valentin (Tin) fue el que realizó tal cometido durante años.
"Mi abuelo estaba suscrito al diario de Burgos y al venir el cartero con tan poca frecuencia le suponía que le llegaban varios periódicos de una vez y con retraso. Traía todo tipo de encargos y vendía también sardinas y chicharros, aunque más bien era un trueque a cambio de huevos o algún pollo, también vendía tomates, pimientos y naranjas". CELIANO GARCÍA.

La fiesta patronal se celebraba el primer domingo de octubre en honor a la virgen del Rosario. Antiguamente eran dos días de fiesta. Se celebraba misa, juego de bolos y baile. Los músicos de Poza de la Sal, Patricio y Martín eran los encargados de amenizar el baile, el cual se celebraba en la calle junto al horno o en la casa concejo si hacia mal tiempo. Era costumbre de matar una machorra para dar de comer a todos los familiares y allegados que ese día aumentaban la presencia humana en el pueblo. Venía mucha gente de Arconada, Quintanarruz, Lences, Tobes, Carcedo, Melgosa, Lermilla y Los Rublacedos.
"Yo ya no conocí baile en la fiesta, solo la misa y la comida con los familiares que venían de los pueblos cercanos". CELIANO GARCÍA.

Santa Casilda era la patrona de la Bureba y hasta el santuario acudían en romería las gentes de la comarca.
"En mi familia solíamos ir una vez al año, a principios de verano. Pasábamos por Carcedo y Quintana- Urria donde teníamos familiares y todos juntos íbamos hasta el santuario. Asistíamos a misa, visitábamos las cuevas y hacíamos una comida campestre con tortillas, cangrejos, postres... Por la tarde haciendo el camino a la inversa vuelta para el pueblo". CELIANO GARCÍA.

Los aros de madera, los pinchos o los tirachinas eran algunas de las herramientas que utilizaban los niños en los juegos infantiles.
"Mis tíos de Burgos me trajeron una vez un balón de plástico pero no me duró nada porque se pinchó con los cardos. Con la vejiga del cerdo también se hacía una pelota. Todos los niños teníamos una navaja, era primordial, se usaba para cualquier cosa o apaño". CELIANO GARCÍA.

El Jueves Santo se reunían los hombres en la Casa de la Villa. Se hacía una merienda comunitaria. Bebían vino y comían huevo cocido.
El paso de los Reyes Magos era muy esperado por los niños en Valdearnedo.
"Nos dejaban higos secos, castañas, naranjas, un duro, nunca juguetes. Poníamos el calzado en casa de mi abuela para ver lo que nos dejaban allí. Cuando le preguntábamos a mi abuela que porque a Valdearnedo no llegaban juguetes ella nos respondía que porque en Burgos había muchos niños y allí se les acababan los juguetes a los Reyes, que a los pueblos más alejados ya no llegaba nada". CELIANO GARCÍA.

Poza de la Sal era como la capital para todos los pueblos de alrededor. Las visitas a aquel pueblo eran frecuentes. Para compras, para cosas de forja o herraje, en ferias, a la farmacia. Tres horas se tardaba andando. Allí se compraba de todo, desde sal hasta caparrones o garbanzos.
Cuatro horas se empleaban cuando la visita era a Briviesca.
"Se llevaba en un carro el trigo a vender a la comarcal de Poza, alrededor de mil kilos. Ese día se aprovechaba para comprar de todo". CELIANO GARCÍA.

Justo venía con un carro desde Hontomín vendiendo un poco de todo.
Joaquinillo con una mula venía desde Quintanarruz con mercancía variada.
Desde Extremadura venía un vendedor con un camión, lo dejaba en Arconada y desde allí venía con un burro ofreciendo su mercancía: aceitunas, pimentón, etc.
Desde Poza venían los vinateros vendiendo vino. Cuando se acababa había que ir a comprarlo a Carcedo.
"En cierta ocasión viniendo de Carcedo con el burro cargado con los garrafones de vino mis padres me tenían dicho que no montara el animal mientras fuera cuesta arriba para no cargarle más peso, que lo hiciera cuando llegara al alto, pero al coronar la cuesta el burro salió pitando y no pude alcanzarle hasta llegar a Valdearnedo". CELIANO GARCÍA.

Entre los pocos entretenimientos se podría destacar el juego de bolos. Todas las casas tenían un aparato de radio que les servía para estar informados de lo que acontecía en el mundo.
"Nos juntábamos en alguna casa a jugar a la brisca o al julepe. Nosotros solíamos reunirnos con los de Valeriano. Ellos tenían gloria en su casa (sistema de calefacción subterráneo que daba calor a la casa). Otras veces nos íbamos a la cuadra con mi abuela y allí pasábamos el rato charlando.
En mi juventud los domingos nos juntábamos con unos de Melgosa y nos íbamos en coche a Briviesca a la discoteca El Rombo". CELIANO GARCÍA.


A los pobres se les ofrecía alojamiento cuando les pillaba la noche en un pajar por turno rotatorio. Se les daba sopa y un huevo y por la mañana antes de irse un almuerzo.
"La torca de Vallejo y la torca de Valdelogón eran los limites para un niño. Nuestros padres nos decían que de ahí no pasaramos porque nos raptaría el hombre del saco o el sacamantecas si lo hacíamos.
Cuando veíamos a un pobre con la talega al hombro pensábamos que era el hombre del saco y nos asustábamos y salíamos corriendo". CELIANO GARCÍA.


Como anecdotario resaltar que Basilio Martínez fue el último torquino enterrado en el pueblo, hecho que sucedió en los años 70 y su nieto Cesar Martínez el último niño nacido en Valdearnedo, también en la misma década.
En los años 60 el pueblo ya quedó muy mermado de población. Algunas familias prolongaron durante unos años más la presencia humana en el pueblo (finales de los setenta y primeros de los ochenta) aún cuando ya era cuestión de tiempo que Valdearnedo pasaría a engrosar la larga lista de pueblos deshabitados en la provincia burgalesa.
El progreso no llegó al pueblo, el campo ya no daba para vivir, había ausencia de servicios básicos, se cerró la escuela y a todo ello habría que unir las ganas de los torquinos de buscar un mejor futuro.
A Bilbao emigraron la mayoría, alguna familia se fue a Burgos, a Briviesca o a Miranda de Ebro.
El matrimonio formado por Valeriano Martínez y Agripina García fueron los últimos de Valdearnedo. De los cuatro hijos que tuvieron solo una hija, Mari Luz vivía con ellos en el momento de cerrar la puerta de su casa. Hecho que aconteció en 1983. Se fueron a Briviesca.
Cuatro años antes (1979) se había marchado la otra familia que permanecía en el pueblo. El matrimonio formado por Rosarío García y Demetría Barriocanal (natural de Rublacedo) con los dos hijos que tuvieron: Celiano y Casilda. Briviesca fue también el lugar escogido para empezar una nueva vida.

Informante: Celiano García Barriocanal, antiguo vecino de Valdearnedo (Conversación personal mantenida en un parque publico de Alcobendas (Madrid).
Otra fuente de información: Libro- Los pueblos del silencio de Elías Rubio.


Visitas realizadas en junio de 1995 y noviembre de 2021.

Punto y aparte. Veintiséis años son muchos años en un lugar yermo, abandonado y olvidado para pensar que todo va a seguir igual. Ese es el tiempo que ha transcurrido entre mi primera visita a Valdearnedo y esta segunda en fecha más reciente. Sabía que no me iba a encontrar el pueblo como aquel día primaveral que aparecí por allí por primera vez. El desgaste que produce el paso del tiempo es inexorable.
Pero lo que no ha cambiado es el maravilloso camino que discurre entre Arconada y Valdearnedo. Se puede apreciar la erosión del terreno en su máximo esplendor. Una erosión labrada durante años y años por el río y por los fenómenos meteorológicos que han dado como resultado un paisaje árido, agreste. Una sucesión de cerros, lomas, pliegues del terreno, piedras erosionadas forman un paisaje singular que acompaña durante todo el camino. Un paraje lunar podría parecer en cierto modo, tal es el resultado producido por la erosión en un terreno arcilloso.

Llego a Valdearnedo en esta mañana otoñal, fría y con nubosidad variable, tan pronto sale el sol como las nubes se vuelven oscuras y amenazan con descargar agua.
Ya diviso el pueblo unos centenares de metros antes de llegar a él. Observo que la panorámica no es la misma que tuve en mi primera excursión a este perdido pueblo burebano.
Los primeros edificios ya muestran su estado agonizante. La primera casa en aparecer junto al camino y que la anterior vez lucía un aceptable estado de conservación con su tejado intacto y sus ventanas encaladas ya va camino de su desintegración definitiva no tardando muchos años.
El rustico letrero en madera clavado en una pared con el nombre del pueblo que daba la bienvenida al visitante ya desapareció para siempre.
Su calle Mayor se abre paso entre edificios sin tejado y con la vegetación haciéndose fuerte. Las dos casas de buena fachada junto al camino y separadas unos metros una de otra allí siguen todavía manteniendo su altura con decoro pero ya cada vez con más muestras del "reuma" que las corroe. Mientras que aguante el tejado aguantaran. Una calle que subía hasta la escuela ya no se puede transitar por ella, la vegetación lo impide.
Me acerco hasta la iglesia, decadencia en estado puro. La espadaña ya es historia. Mutilada por el expolio y los fenómenos meteorológicos es una sombra de lo que fue. Me adentro en su interior. Allí siguen impertérritos los tirantes de hierro colocados entre los muros interiores del templo y que han servido para que el edificio no haya dado con sus piedras en el suelo. Boquetes, grietas, no augura muchos años de supervivencia. El interior sobrecoge (como casi todos los recintos eclesiásticos). Algún capitel sobrevive todavía milagrosamente. Por lo demás nada que resaltar, los vándalos y los expoliadores ya hicieron su trabajo. Salgo al exterior, dos casas que estaban situadas delante de la iglesia pasaron a "mejor vida". Subo a la parte alta del pueblo, donde estaban las eras. Desde aquí se divisa el pueblo desde otra perspectiva. La ruina es total. Edificios sin tejado, muros caídos, vegetación por todos lados. No puedo bajar por ningún sitio a adentrarme en esta parte del pueblo, me tengo que conformar con lo que veo desde aquí.
Vuelvo otra vez a la iglesia y bajo hasta el camino. Cojo el camino de Melgosa y subo al cerro desde donde "inmortalicé" Valdearnedo en mi primera visita y desde aquí también observo que ya nada es igual. Un pueblo que se muere, que agoniza irremediablemente. Hace años que se quedó sin población pero ahora se esta quedando sin alma. Sus edificios languidecen ante la indiferencia de todo el mundo. Contemplo unos minutos y me bajo otra vez para el pueblo. Nuevamente por la calle Mayor y ya buscando la salida. Poco más hay que ver ya. El horno comunal casi taponado por la vegetación y las piedras caídas, a duras penas se puede ver la boquera. Una última inspección ocular en esta parte del pueblo en busca de detalles de interés, como una ventana con fecha inscrita en el dintel, un corral en aceptable estado y poco más. La visita a Valdearnedo toca a su fin. Cojo el camino de Arconada, voy volviendo la vista atrás de cuando en cuando hasta que ya el pueblo desaparece de mi campo de visión.


Valdearnedo en 1995.




Valdearnedo a la vista. Ya queda poco para llegar.




Entrando a Valdearnedo.




Calle Real.




La última casa que se cerró en Valdearnedo. La vegetación impide acercarse a ella.
La habitó el matrimonio formado por Valeriano y Agripina. Tuvieron cuatro hijos. Vivían también en ella los abuelos: Basilio y Fermina.



Otra visión de la casa de Valeriano y Agripina por su parte alta (la que está más a la izquierda de la imagen).



Corral con pajar en la parte superior.




Buen ejemplar de arquitectura popular. De cuatro plantas. La casa fue pasando por varios propietarios conforme la emigración iba haciendo marchar a las gentes. Fue durante años residencia de una maestra que se casó con uno del pueblo. Joaquin y después Leandro fueron otros inquilinos de la vivienda.



La casa de Juan e Isabel. Sin tejado y cercada por la vegetación.



La casa de Florentín. Se marcharon a Burgos.




Delante de la iglesia habia dos casas de las que ya solo quedan algunos muros.
La de la izquierda la habitaron los hermanos Saturnina y Anselmo. Se fueron a Miranda de Ebro. En la de la derecha vivió el matrimonio formado por Pascual y Elvira.



La iglesia parroquial de la Natividad de Nuestra Señora. Del siglo XII, de origen románico.



Interior del templo. Capillas laterales. Arcos fajones. Altar mayor. Tirantes de hierro sujetando la estructura del edificio.



Interior del templo. La pila bautismal se trasladó al convento de Santa Clara en Lences y el retablo al hogar de la tercera edad de Medina de Pomar.



La iglesia por su lado este. Ábside. La espadaña se vino abajo.
Ejemplo de la lenta agonía de un edificio religioso.



Vista parcial de Valdearnedo. La vegetación ha taponado las calles.



Diversas edificaciones de Valdearnedo. La situada más a la izquierda y mirando de frente a las otras era la escuela, que compartía edificio con la casa concejo.
Alrededor de ocho o diez niños asistían a clase en los años 60. Se llevaba leña por turnos para calentar el aula.
A principios del siglo XX hubo una maestra riojana que estuvo impartiendo enseñanza durante muchos años, se casó con uno del pueblo y estuvo hasta su jubilación.
Otras maestras que se recuerdan de su paso por Valdearnedo fueron doña Benilde que era de Bilbao, doña Margarita, natural de Lences, doña Pergentina o doña Elisa, de La Rioja, la cual fue la última en dar clase en esta escuela.
Se alojaban de patrona en casa de Valeriano, Leandro o Simón.
"Al salir de la escuela al mediodía teníamos que llevar la comida al padre al huerto y por la tarde traer leña, ir a por agua a la fuente, llevar paja a las cuadras...
Se dieron ocasiones que en octubre y ya empezado el curso escolar no había llegado ninguna maestra. La gente se reunía y consideraba seriamente la opción de ir a Burgos a solicitar alguna maestra.
Las maestras jóvenes no querían venir a Valdearnedo. Había que ir a buscarlas a Arconada, cuando montaban en la mula para llegar al pueblo ya se desanimaban porque veían el panorama que les esperaba.
Algunas eran tan jóvenes que pasaban por una chica adolescente, jugaban con nosotros al escondite o se venían a buscar setas.
Otro chico y yo tirábamos piedras a la ventana para que nos castigara la maestra, era lo que queríamos porque nos ponía a leer. A mi me gustaba mucho la lectura.
La escuela se cerró en el año 65 y fue un mazazo para el pueblo. Aún había siete niños en edad escolar. Yo me fui interno a Tardajos y los demás a Villadiego". CELIANO GARCÍA.




Eras de trillar en la parte alta del pueblo. Al estar en terreno alto era incomodo porque no se podía subir ningún carro para el transporte del cereal por lo que se fueron dejando de usar y se ubicaron las nuevas eras en terreno llano junto al río.



Bajando desde la iglesia.




Calle Real.




Calle Real.




Horno comunitario. En ruina y cercado por la vegetación.

"Se hacía un sorteo para ver quien cocía primero. Nadie quería ir de primero porque tenían que gastar más leña. Se amasaba cada quince días. Se hacían doce hogazas de pan en cada ocasión. También se hacían tortas de chicharro y tortas de chorizo.
Con el tiempo dejó de hacerse el pan en el horno y se compraba por encargo al panadero de Poza. Traían el pan hasta Arconada en el tren y allí íbamos alguien del pueblo a recogerlo y lo traíamos todo junto". CELIANO GARCÍA.




Foto cedida por Celiano García.

Años 70. La calleja, la única calle que estaba empedrada de todo el pueblo.
Rosario García sacando el rebaño del corral para que se lo llevara el pastor.



Foto cedida por Celiano García.

Años 70. Pedro, el último pastor de Valdearnedo en la calle Real. A la derecha se ve el horno comunitario y la casa de Juan e Isabel.

Los Sardineros (Valencia)

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En una llanura a los pies de un cerro se encuentra esta aldea de Requena en la subcomarca de La Albosa.
Alrededor de una quincena de casas llegaron a conformar Los Sardineros en las últimas décadas, aunque el nomenclátor comarcal habla de treinta y cinco viviendas y un censo poblacional de ciento treinta personas en 1930, habiendo descendido a cincuenta y seis en 1950.
No conocieron nunca la luz eléctrica ni el agua en las casas.
Para abastecerse de agua tenían un pozo a cuatrocientos metros de la aldea.
Las mujeres iban a lavar a la rambla de Penén.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan, donde además en fechas señaladas se elaboraban magdalenas, tortas de chichorritas y bollos de magra de cerdo.
A pesar de no estar a mucha altitud (algo más de 600 metros) solían padecer unos inviernos rigurosos donde no faltaban dos o tres nevadas cada año. Contaban con abundante leña de pino para calentar la lumbre de los hogares y poder combatir las bajas temperaturas.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo y cebada principalmente, además de los olivos y las viñas.
Iban a moler el grano al molino de Las Ramblas, a más de una hora de camino, dentro del término de Los Sardineros. Posteriormente ya se llevaba a la harinera de Venta del Moro.
Para extraer el aceite había almazara en la aldea y más tarde se llevaba a la cooperativa de Los Isidros.
Tres casas tenían rebaños de ovejas.
Se mataban entre dos y tres cerdos al año según las posibilidades de cada casa.
Días de mucha actividad y celebración la matanza del chino (cerdo). Mientras se realizaban las faenas se comía una torrá (asado de oreja y rabo), se bebía vino y mistela, se hacían sartenadas de patatas fritas y huevos, tomate frito, hígado cocido, se degustaban mantecados y sequillos. Momentos de gran ambiente social donde se chismorreaba de todo y se contaban chistes.
El conejo y la perdiz abundaban en el monte lo que suponía un aliciente para los cazadores.

Barranco Albosa
Barranco Alcantarilla
Barranco Caballero
Barranco del Manglano
Barranco Morenos
Calderón
Camino de Casas de Caballero
Cerro Pendón
Collado de la Regalicia
Collado de Los Sardineros
Cueva de don Fausto
El Batán
El Majo
Fuentes Agrias
Los Calderones
Los Hermanillos
Matarromana
Parada Manueles
Pico Sardinero
Rincón Grande
Rocho del Periquito

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Los Sardineros que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para todo tipo de oficios religiosos iban a la iglesia de Los Isidros.
La enseñanza fue muy deficiente por estas latitudes en los años de la posguerra pues no había escuela ni en Los Sardineros ni en Penén, por lo que los niños aprendían algo cuando algún maestro rural de aquellos que iban recorriendo los caminos ofrecía sus conocimientos.
En los años 60 mejoró el asunto y ya los tres últimos niños de la aldea los recogía un autobús escolar y los llevaba a Requena.
El médico, don Pedro residía en Los Isidros aunque tenía que ser un caso excepcional para que fuera por Los Sardineros a hacer alguna visita médica.
Mario, el cartero desde Los Isidros iba en bicicleta repartiendo la correspondencia por las aldeas.

Para hacer compras había una tienda pequeña en Los Isidros.
Los sábados era día de mercado en Requena y hasta allí se desplazaban las gentes de Los Sardineros empleando tres horas en hacer el trayecto.

Pese a no tener fiesta propia si eran muy celebradas en Los Sardineros algunas festividades comunes a toda la comarca como era San Antón en enero. Se hacia una gran hoguera y se daba comienzo al sacrificio del gorrinico de San Antón que servía de cena comunitaria para todos los presentes asando a la lumbre las diversas piezas del animal. Hoguera que se repetía para San Blas en febrero (pero sin sacrificio de animal).
Antes del comienzo de la Cuaresma se celebraban los Carnavales en todas las aldeas, aquí llamadas Las máscaras o marcaritas. Ello consistía en que los hombres se disfrazaban de mujeres poniéndose faldas y tetas postizas y viceversa las mujeres poniéndose pantalones con una mazorca desgranada en la entrepierna.
Una festividad que se celebraba en Los Sardineros era el baile de la Oliva a mediados de diciembre. Comenzaba los últimos días antes de acabar el vareado de la oliva para recoger el fruto. Se hacia una hoguera en una explanada y a su vera se celebraba baile con música de acordeón.
La juventud de Los Sardineros no faltaba a las fiestas de la Virgen del Carmen en Los Isidros en el mes de julio.
Algunos domingos se hacía baile a nivel local en el interior de una casa amenizado por las melodías que tocaba Domingo, el tío Cuquilla con su acordeón.

La falta de servicios básicos como el agua y la luz (estuvo proyectada pero no llegó), las ganas de mejorar en calidad de vida e instalarse en pueblos grandes donde había mejores infraestructuras motivó que la gente de Los Sardineros fuera emigrando. Los Isidros, Requena, Utiel y Valencia fueron los destinos escogidos para iniciar una nueva etapa en sus vidas.
Aunque hay que decir que Los Sardineros entró al siglo XXI con todavía un habitante residiendo en la aldea. Esta persona fue Maximiliano Torres que vivió en soledad durante muchos años. En los albores del año 2000 se fue a vivir a Penén de Albosa desde donde continuaba acudiendo diariamente a su aldea natal hasta que su fallecimiento en 2014 acabó con la presencia humana de el último de Los Sardineros.

Visita realizada en enero de 2022.

Informantes: Vecinos de Penén de Albosa (Conversación personal mantenida en el Centro Social de Penén).
Otra fuente de información: Revista Oleana, Cuadernos de Cultura Comarcal editados por el Centro de estudios requenenses del ayuntamiento de Requena.


Punto y aparte. Hace poco que ha amanecido cuando transito por las calles adormiladas de Penén de Albosa, no hay movimiento humano apenas. Enfilo la flamante carretera que me lleva a mi destino: Los Sardineros. Carretera que muere bruscamente junto a los primeros muros de la aldea. La mañana es bastante fresca como corresponde a la época del año. La primera imagen del lugar ya me enseña una constante de lo que luego veré: alternancia de edificaciones en ruina con otras que todavía se mantienen en relativo buen estado. Contemplo una calle secundaria con algo de vegetación pero que se presenta armoniosa para la retina. Corta pero bonita. Se puede acceder al interior de alguna vivienda pero solo a la planta baja. Oigo ruido de motor, dos coches llegan hasta donde acaba la carretera y cogen un camino rural que les llevará hasta sus fincas. Una rápida mirada al visitante que está por allí y continúan su camino. Mientras tanto yo sigo deambulando por lo que un día fueron calles. Algunas viviendas no han podido resistir más tiempo ocultando su privacidad y muestran sus entrañas descarnadas. Asoma algún horno de pan, el hueco de la chimenea, alacenas y repisas. Llego hasta la parte más baja, aquí se amplia un poco más el espacio, viviendas con patio, una casa con valla y signos de presencia humana reciente, un pozo de nuevo diseño, una caseta para el perro, maquinaria...
Salgo por un camino en buen estado y subo al cerro de enfrente para tener una vista global de Los Sardineros. Bonita vista, la aldea en disposición alargada, todavía con buena presencia de tejados en sus edificaciones. Bajo otra vez para el núcleo urbano. Transito por su calle baja, algunos portones de nuevo diseño protegen la vivienda del exterior. No habitadas pero mantenidas. Llego hasta el amplio edificio que fue la almazara con su muelle de descarga todavía visible. Lugar de mucho trajín antaño. Otra furgoneta llega hasta la aldea y coge el mismo camino que los anteriores para dirigirse hacia donde tenga sus fincas de cultivo. Entro otra vez por la misma calle que la primera vez, el sol ya va cogiendo fuerza y le da una tonalidad diferente a las edificaciones. Decido subir hasta el cerro sobre el que se asienta la aldea. Aquí hubo un castillo al decir de los historiadores. Nada queda de él, si acaso algún cimiento. Si son más visibles las viviendas semi-rupestres que se adosaron al cantil rocoso donde se asentaba la fortaleza. Apenas los muros y poco más queda de ellas, algún horno de pan se entrevé entre las piedras. Los Sardineros a mis pies. Bonita panorámica con la aldea y los olivos en las tierras próximas.
Bajo de nuevo para abajo, voy por otro lado, sencillas viviendas salen al paso, una nueva furgoneta haciendo el mismo recorrido que las anteriores rompe el silencio que flota en el ambiente. La visita a Los Sardineros va tocando a su fin. Bonita impresión me llevo de esta aldea requenense. Me ha agradado. No tiene iglesia, ni escuela, ni edificios rimbombantes pero en su conjunto hacen un lugar pintoresco, todavía en aceptable estado buena parte de sus edificaciones.
Deshago el camino y vuelvo hasta Penén. El pueblo ya ha despertado y hay movimiento de personas y vehículos por sus calles. Después de entrevistarme con los informantes estos me cuentan donde se encuentra el pozo de agua de donde se abastecían las gentes de Los Sardineros, así como la manera de llegar al molino de Las Ramblas. Vuelvo a Los Sardineros y con las indicaciones precisas doy con el pozo de agua en un bonito paraje. Dudo entre si ir al molino o no y al final opto por no ir a verlo. La lejanía, la dificultad para llegar hasta sus muros y el estado casi ruinoso del edificio (según me comentaron) me echa para atrás.


Llegada a Los Sardineros por el camino de Las Casas de Caballero. De fondo el cerro donde se asentaba el castillo.



Entrando a Los Sardineros por el camino de Penén de Albosa.



Calle de Los Sardineros.




La misma calle vista en sentido inverso.




Vivienda.




Dos viviendas con desigual estado de conservación.




Sencillez de lo que un día fueron viviendas.




Ruinas. Un horno de pan visible.




Viviendas en hilera. El cañizo visible al venirse abajo el muro.



Vivienda.




Diferentes edificaciones en la parte baja de la aldea.




La última casa que se cerró en Los Sardineros.




Fachada lateral de una vivienda con el horno adosado.




La almazara de Los Sardineros.




Trullos donde se elaboraba el vino.




Viviendas en estado ruinoso en la parte alta de la aldea.




Cerro donde se situaba el castillo de Los Sardineros del que nada queda. A su vera se situaban varias viviendas que llegaron a estar habitadas hasta los años 60. Se apoyaban en la pared rocosa del cerro.



Vista parcial de Los Sardineros desde el cerro del Castillo.




Pozo de agua del que se abastecían las gentes para consumo. Situado a cuatrocientos metros de la aldea.

Àrreu (Lleida)

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Fantástico pueblo perteneciente al municipio del Alt Àneu en la comarca del Pallars Sobirà.
Situado a 1250 metros de altitud, diez viviendas conformaban el pueblo de Àrreu situado en la falda del monte La Solau (Rectoría, Tomasa, Llirvat, Tomeló, Nadal, Cabalet, Joan, Flocat, Golet y Florentina).
Tuvieron luz en el pueblo desde los años 40 por medio de una linea proveniente de Esterri d´ Àneu.
Para hacer el pan había dos hornos: uno era comunitario y el otro de Casa Nadal.
Leña de fresno y de roble era la que utilizaban para calentar la lumbre de los hogares y así poder combatir los rigurosos inviernos que por aquí se daban.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de centeno, de cebada en menor producción y también de judías, patatas y alfalfa.
Iban a moler el grano al molino de Isil.
La ganadería estaba un poco repartida pero las vacas y las yeguas eran su punto fuerte.
Los terneros se llevaban a vender a la feria de ganado de Esterri que se celebraba en torno al 15 de octubre.
Las yeguas se utilizaban para la cría del mulo, el cual se llevaba a vender a la feria de Salas de Pallars.
Alguna familia tenía un pequeño rebaño de ovejas y cabras.
Dos, tres y hasta cuatro cerdos se mataban al año según la casa.
Los aficionados a la caza tenían en la liebre su principal objetivo.
El río d´Àrreu que pasa junto al pueblo les proporcionaba truchas con las cuales variaban un poco la dieta alimenticia.
En poco menos de dos horas completaban el trayecto hasta Esterri d´Àneu donde se abastecían de productos que no había en el pueblo como era el vino, aceite, arroz, fideos, arengadas (sardinas), bacalao...
Unos hacían el recorrido en caballeria, los más jóvenes utilizaban la bicicleta e incluso en los últimos años había un taxi en Esterri que transportaba a todo aquel que lo solicitara.
Al no haber escuela en Àrreu los niños en edad escolar bajaban a la de Borén. Alrededor de media docena asistían en los años 50, tardaban unos veinte minutos en hacer el trayecto hasta aquel pueblo.

De Borén subía el mosén a oficiar los actos religiosos. Don Fernando Llovet, nacido en Esterri fue el que realizó tal cometido durante varios años. Se daba misa en la iglesia de Àrreu una vez al mes o cada tres semanas.
El médico subía desde Esterri d´Àneu cuando la situación era de gravedad y se le requería.
Serrano era el cartero de Esterri que llevaba la correspondencia hasta Àrreu. En los últimos tiempos iba en moto.

La festa Major era el 7 de octubre en honor a la Mare de Déu del Roser.
Se hacía misa mayor y baile en la plaza por la tarde y por la noche amenizado por Lalón, acordeonista del pueblo de Eroles.
En cada casa se acostumbraba a matar una oveja vieja para abastecer a familiares y allegados venidos ese día.
Acudía la juventud de Borén, de Isil, de Sorpe y de Isavarri principalmente.
El 5 de agosto subían en romería a la ermita de la Mare de Déu de les Neus, situada a unos ochocientos metros del pueblo.
Algunos jóvenes de Àrreu se desplazaban los domingos al pueblo de Isil, donde en casa Ignacio se realizaba baile a nivel local con música de tocadiscos.

Aún con la dureza del clima y los inconvenientes del terreno, la vida transcurría de manera pausada y apacible pero el progreso no apareció por Àrreu en forma de una carretera (que estuvo proyectada) que hubiera sacado a las gentes de su aislamiento y de la incomodidad de tener que hacer todos los desplazamientos andando o en caballería, entre ellos el tener que bajar diariamente la leche a la carretera para que la recogiera el camión del transporte, o el traslado a Esterri para todo tipo de gestiones o la llegada del médico con vehículo hasta el mismo pueblo.
Las gentes además con el empeño de buscar una mejora en la calidad de vida empezaron a coger el camino de la emigración en los años 60 y 70. Unos se quedaron en los pueblos cercanos como Borén o Esterri, otros pusieron rumbo a Barcelona y los demás se fueron a lugares como Andorra o Francia.
El pueblo terminó su ciclo de presencia humana cuando los de Casa Golet cerraron la puerta para siempre. Hecho que sucedió en 1980.
En los años 90 un grupo de neo rurales se instaló en el pueblo, estuvieron unos años pero acabaron por marcharse.

Informante: Vecino de Esterri d´Àneu (Conversación personal mantenida a la puerta de su explotación ganadera)

Visita realizada en mayo de 2019.

Punto y aparte. Si hay un despoblado que tenía sumo interés en conocer desde hace muchos años era este de Àrreu. En años anteriores estuve cerca, llegué hasta Llavorsí pero el tiempo ya no me daba para más. La visita se tenía que posponer. Las ganas de conocerlo iban en aumento. Todo eran buenas opiniones sobre este pequeño pueblo del pirineo leridano situado a unos pocos kilómetros de la frontera francesa. Las fotos que publicaba la gente que ya lo había visitado no hacían más que ponerme los dientes largos. Pero por fin llegó la ocasión. Una mañana primaveral, gris y fresca me acompaña en el día elegido para visitar este pueblo. En esa fecha ya estaban acondicionando una pista de tierra para poder subir hasta el pueblo de manera más directa pero aún así prefiero subir por el camino de siempre, el de herradura, el que utilizaron las gentes durante años. Dejo el coche en Borén y enseguida aparece ante mis ojos la visión del puente d´Àrreu el cual salva el cauce del Noguera Pallaresa y del que parte el sendero que me llevara en poco menos de media hora hasta mi objetivo. El camino es delicioso, va un rato paralelo al río, cuyas aguas bajan con buen ímpetu. Luego ya empieza a empinarse, a ratos empedrado y otras no. El pueblo ya se divisa al poco tiempo, el sendero se junta con la pista de nuevo diseño, ya son los últimos metros. Voy expectante a más no poder, tengo muchas ganas de visualizar lo que tantos años llevo esperando. Una fina llovizna ha hecho su aparición y así seguirá durante casi toda mi estancia en la zona. Veo ya la parte alta de algunas viviendas que sobresalen entre la vegetación, llego a la altura de las primeras edificaciones. Subo un pequeño repecho que pasa junto a una vivienda y enseguida aparece ante mis ojos una visión que me deja anonadado, ensimismado: el carrer Major de Àrreu. Gigantescas viviendas en buen estado de conservación se muestran ante mi. Todas en formación lineal, la calle se arquea ligeramente terminando en la iglesia. Lo que tantas veces había visto en fotografías se queda en nada viéndolo in situ. Impresionante. La maquina no para de fotografiar. Multitud de detalles arquitectónicos se muestran en las fachadas. Contemplo, avanzo, retrocedo, miro para adelante, para atrás. Estoy en un lugar maravillosamente fotogénico. No tendría palabras para describir lo que tengo ante mis ojos. Después de llevar visto más de mil despoblados pensaba que ya nada iba a sorprenderme, pero veo que si. Àrreu me embriaga de sensaciones, de emociones y de tristeza también por ver como languidece un lugar tan hermoso. Me acerco al final de la calle hasta su coqueta iglesia. Entro al interior, muy sugerente y con muchos detalles de interés. La huella de los que vinieron después también se deja notar en su interior. Contemplo e imagino. Salgo al exterior. La calle es igual de hermosa y atractiva viéndola desde este lado. Puedo entrar a una de las viviendas, su interior todavía con algo de mobiliario y también con la huella de los que vinieron después. Por una ventana veo la calle al exterior. Qué más puedo decir, desde arriba se ve igual de asombroso el panorama. Salgo al exterior, veo la ruina del horno comunal, sigo transitando con calma, despacio, la lluvia no coge intensidad. El día sigue gris y no parece que se vaya a abrir en todo el día. Siempre me ha gustado esta climatología para visitar los despoblados y en especial los que tienen las edificaciones de color oscuro. Tristeza llama a tristeza. No es lo mismo con un sol radiante. Sigo rebuscando detalles interesantes en estas gigantescas y ciclópeas construcciones. Veo la fuente con alguna inscripción en piedra prácticamente ilegible. Salgo por esta parte del pueblo, paso junto a casa Joan con su inconfundible color rosa en la fachada, dejo atrás también las ruinas de casa Golet que curiosamente y pese a ser la última en cerrarse es la única que está totalmente caída. Me dirijo hasta la ermita. El rumoroso río d´Arreu me acompaña un rato aunque llevamos caminos opuestos, el baja y yo subo. En pocos minutos llego hasta un conjunto de edificaciones en ruinas, son las conocidas como bordas d´Àrreu y que son los restos de donde estuvo situado el antiguo pueblo hasta que un alud se lo llevó por delante. Se siguieron utilizando como cuadras y corrales para los animales. Después de pasar un rustico puentecillo llego hasta la ermita de la Mare de Déu de les Neus (Virgen de las Nieves). Restaurada y en buen estado. Se puede ver el interior a través de una reja y junto a ella han colocado un panel con fotografías antiguas de la propia ermita y del pueblo de Árreu. La sensación de soledad aquí es impresionante. Las vistas primorosas. Otro grupo de ruinas pertenecientes al antiguo pueblo se concentran a unos metros del templo. Después de unos minutos deshago el camino y vuelvo otra vez hasta el pueblo que me ha dejado boquiabierto. Vuelvo otra vez a transitar por su carrer major. Hago más fotografías, muchas son repetidas pero es que mis ojos no ven más que belleza y por ello enfoco el objetivo y disparo continuamente. Llego hasta el final de la calle, me siento en el poyo de una casa, dejo que el tiempo transcurra lentamente. Estoy muy a gusto, no quiero que esto termine, la lluvia me está respetando. Nadie enturbia mi abrazo con la soledad que siento en estos momentos. No se oye un ruido fuera de los que proporciona la naturaleza. Aunque se que llega un momento en que ya toca marchar. Ya va para tres horas que llegué aquí. Deshago el camino, voy saliendo del pueblo, mirando continuamente para atrás, sigo haciendo fotografías porque cada vez que miro pienso que tengo un encuadre diferente, no me importa que se repitan muchas veces las fotografías. Me alejo del pueblo cada vez más, ya solo se ve la parte alta de algunas viviendas. Bajo nuevamente por el camino de herradura, pronto me pongo a la altura del Noguera Pallaresa y vuelvo a atravesar el precioso puente.
Después de comer en Esterri he quedado por la tarde con mi informante cuando termine de hacer sus tareas ganaderas. Como quiera que dispongo de un par de horas decido subir por el camino de Borén que lleva hasta la ermita de las Nieves sin pasar por Àrreu. El sendero es duro, con bastante desnivel, pero tiene su recompensa a mitad de camino: las vistas inigualables de Àrreu en la lejanía. Veo el pueblo de frente a mí, al otro lado del barranco, a un nivel más bajo. Otro buen rato para la contemplación. Tengo tiempo. No podía tener mejor colofón mi visita a este mágico pueblo de Àrreu que la vista panorámica que tengo en estos momentos.


Vista panorámica de Àrreu en su ubicación sobre el terreno.



El embalse de Borén en el río Noguera Pallaresa, el pueblo de Borén y por encima el pueblo de Àrreu.



Puente que permite salvar el cauce del Noguera Pallaresa y desde el que da comienzo el sendero que lleva hasta Àrreu.



Ya queda poco para llegar a Àrreu.




Entrando al pueblo, edificaciones de Casa Florentina, a la izquierda quedaba el lavadero del pueblo, con las obras de ensanchamiento de la pista una pala se lo llevó por delante.



Casa Florentina y de fondo casa Joan. Por aquí se accede a la parte central del pueblo.



Fantástica visión del carrer Major de Àrreu. Las tres voluminosas viviendas del pueblo: Nadal, Tomeló y Llirvat. En el ensanchamiento de la calle se situaba la plaza.



Foto cedida por David Montserrat.

El carrer Major de Àrreu recubierto de una alfombra blanca. El invierno se ha instalado en el pueblo. Nadal, Tomeló y Llirvat presidiendo la calle.



Casa Nadal. Profusión de vanos. De cuatro plantas. Tejado a dos aguas. En los bajos de la casa tenían el horno.



Casas Tomeló y Llirvat.




Casa Tomeló.




Parte superior de la fachada de Casa Tomeló. Detalles. Balcón, balconcillo, ventanas, alero prominente, fecha inscrita bajo el mismo. La madera bien presente.



Tramo final de la calle. Casa Tomasa a la izquierda, la rectoría en el medio y adosada a ella la iglesia parroquial de Sant Serní (también llamada Sant Sadurní)



Interior del templo. Presbiterio. Puerta de la sacristía. Altar Mayor. Capilla lateral. Suelo de madera. Pinturas decorativas en las paredes.



Pila bautismal.




Casa Llirvat. Balcones en la tercera planta. Un gran balcón corrido ocupaba toda la segunda planta. A la izquierda Casa Tomeló.



Carrer Major en sentido opuesto al de entrada. Tomeló, Nadal, la fuente, Cabalet y Joan.



Foto cedida por David Montserrat.

La misma imagen de la fotografía anterior pero con la belleza manifiesta de los colores del invierno.



La fuente de Àrreu, situada a la vera de Casa Cabalet. De fondo Casa Joan.



Casa Joan.




Trescientos metros más arriba están las ruinas de lo que fue el primitivo pueblo de Àrreu. En 1803 un gigantesco alud de nieve sepultó diez casas y fallecieron diecisiete personas. La avalancha les pilló durmiendo. Posteriormente se edificó el pueblo en su emplazamiento actual.



La ermita de la Mare de Déu de les Neus d´Àrreu.




Foto cedida por David Montserrat.

La ermita en un día invernal, rodeada de una espesa capa de nieve.

Velasco (Soria)

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A 955 metros de altitud sobre un altozano se sitúa el despoblado de Velasco en la confluencia del barranco de La Dehesa con el río Abión en su margen derecha.
Alrededor de una veintena de casas en sus buenos tiempos dieron forma a este pueblo de la comarca de Tierras del Burgo.
Casí todas las casas tenían su horno para hacer el pan.
Tuvieron luz eléctrica desde los años 50 proveniente de Valdealvillo.
Para consumo de agua tenían una fuente a quinientos metros del pueblo.
"Había veces que llevaba dos botijos para llenarlos en la fuente. Iba trasteando con ellos y en alguna ocasión chocaron los dos recipientes rompiéndose uno de ellos, buen sofoco me llevaba y luego me esperaba una buena reprimenda de mi madre en casa". LUIS GARCÍA.

A lavar la ropa se desplazaban las mujeres velasqueñas a una poza situada a media hora del pueblo, en otras ocasiones lo hacían a un canal en el camino de Santiuste.
Se usaba leña de estepa para calentar la lumbre de las casas.

"Durante un tiempo íbamos los sábados a cortar, arreglar y cargar pinos al monte de Velasco que lo había comprado uno de Berlanga de Duero. Nos pagaban a dos pesetas la hora". ANTONINO FERNÁNDEZ.

El invierno se manifestaba por estas latitudes con bastante crudeza.
"Caían nevadas de un metro de altura que tardaban diez o doce días en quitarse. Había que abrir camino con una pala para dar de comer a los animales así como tener abundante comida para ellos pues eran días en los que no se podía hacer nada". ANTONINO FERNÁNDEZ.

"Mucho frio en invierno, nos salían sabañones en los pies, manos y orejas. Recuerdo que las camas estaban heladas al acostarte". LUIS GARCÍA.

Mataban dos cerdos al año.

"En los últimos años solo hacíamos matanza en casa de mi tío Juan y en la nuestra. Como éramos familia nos ayudábamos. Mucho trabajo para los hombres y las mujeres. Los niños disfrutábamos porque era como un día festivo. A mi me tocaba bajar con la bicicleta al Burgo con dos muestras de carne para que las analizara el veterinario y diera el visto bueno". AGUSTÍN GARCÍA.

"Días de mucho trabajo pero también de buena armonía porque nos juntábamos las dos familias. La carne una vez despedazado el animal se salaba y luego se curaba y se ponía en aceite.
El chorizo y el jamón se guardaba para la época de la siega que era cuando más trabajo había.
El lomo se conservaba en orza para el verano.
No me gustaba ver matar al animal, pero luego ya si disfrutaba de todo el evento.
Después de la comida los hombres tomaban coñac, las mujeres anís y a los niños nos daban un vaso minúsculo, más pequeño que el de los chupitos, nos daban una pizca de anís mezclada con agua y así nos engañaban". MARÍ CARMEN FRÍAS.


Su término municipal era pequeño y sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada y centeno principalmente.
Iban a moler el grano a la harinera de El Burgo de Osma o al molino de Valdealvillo.

"Un capitán de la Guardia Civil de El Burgo de Osma te denunciaba si te veía trabajando en domingo. Como su moto hacia un ruido muy característico cuando la sentíamos venir por la carretera si estábamos en alguna finca cercana nos agachábamos o nos escondíamos donde podíamos para que no nos viera". ANTONINO FERNÁNDEZ.

La oveja era el animal de referencia en la ganadería. En años anteriores todas las casas tenían rebaño pero ya a lo último solo dos o tres siguieron manteniendo el ganado ovino. Algunas casas sacaban ellos mismos las ovejas a pastar y en otras casas contrataban entre tres o cuatro a un pastor.
Venían periódicamente carniceros de San Esteban de Gormaz, El Burgo de Osma, Valdenarros y San Leonardo de Yagüe a comprar los corderos.
Del río se cogían barbos y cangrejos que servían para variar un poco la dieta alimenticia en las casas.

El Barrancón
El Colmenar de la Dehesa
El Cubillo
El Hondillo de las Talangueras
Fuente de Valdesimona
La Dehesa
La Enebrada
La Fuentona
La Presa
La Rantizuela
Las Cabezadas
Las Cerradas
Los Pies
Valdemuelas

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Velasco que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Don Saturnino el cura venía desde Valdenarros. Se oficiaba misa todos los domingos. Llegaba a Velasco montado en una moto Gucci.

"Como se me daba muy bien las cosas de mecánica yo le revisaba la moto al cura cuando venía a Velasco y le solucionaba los fallos que tenía". ANTONINO FERNÁNDEZ.

El médico venía de Valdenarros montado en moto o en bicicleta. Don Rumaldo fue la persona que desempeñó durante años tal cometido.
El cartero llegaba desde Torralba. Primero andando y más tarde en bicicleta. Santiago era el encargado de traer la correspondencia. En ocasiones era su mujer la que lo hacia.

Según la edad podían variar de un año para otro los alumnos en edad escolar pero por norma común casi todos los años alrededor de media docena de niños asistían a la escuela de Velasco.
Se daba la curiosa circunstancia de que durante varios años la maestra titular solo asistía el primer día para hacer acto de presencia y luego ya no volvía a aparecer más en todo el año debido a algún compromiso que tenía con gentes de Magistratura en Soria. Dejaba en su puesto a una chica joven de Torralba llamada Amparo, que había terminado unos años atrás la escuela y era un poco apañada para la enseñanza aunque no tenía titulo ninguno. Venía todos los días desde su pueblo a Velasco en bicicleta.
"Aunque yo no estuve en la escuela con Amparo me llevaba muy bien con ella, me sentía atraído por ella, cuando ponían cine en la escuela de su pueblo (Torralba) ella me avisaba y para allá que me iba. Cuando eran fiestas en su pueblo su padre siempre me invitaba a cenar". ANTONINO FERNÁNDEZ.

"Mi primo Agustín y yo cuando termínanos la escuela en Velasco estuvimos yendo durante un par de años a Santiuste en bicicleta al mediodía para que nos diera clase la maestra que había allí. Antes de que empezara las clases de tarde y una vez que la maestra había terminado de comer aprovechábamos ese intervalo de tiempo de una hora o así para que nos diera clase que nos vinieron bien para reforzar nuestros conocimientos". MARÍ CARMEN FRÍAS.

"Hasta los diez años fui a la escuela en Velasco, luego ya se cerró y estuve yendo durante dos años a la escuela de Santiuste. Comía en casa de mi tía Isabel puesto que tenía un primo allí que era casi de mi misma edad. Media hora andando tardaba. Cuando hacia mal tiempo llevaba unas botas de goma que me llegaban a la rodilla y que se ponían perdidas de barro". LUIS GARCÍA.

"En mi época tuvimos un maestro muy malo. Castigaba mucho y no aprendimos nada. A mi hermano una vez casi le hizo un desgarro tirándole de la oreja porque no contestó bien una pregunta.
Los niños llevábamos un brasero de cobre, recogíamos las ascuas de la lumbre del día anterior de las casas y la poníamos debajo del pupitre, así nos calentábamos.
Había años que no tenían maestra en Valdenarros y los niños de allí venían a escuela a Velasco.
Años más tarde iba a escuela nocturna a Valdenarros, había un maestro muy bueno, aprendí mucho con él". ANTONINO FERNÁNDEZ.


La fiesta grande de Velasco era el día 4 de septiembre. Duraba dos días.
La fiesta comenzaba con una ronda mañanera con los músicos por las casas del pueblo donde se obsequiaba a la comitiva con aguardiente y rosquillos.
En años anteriores eran los gaiteros de Ucero los que amenizaban el baile. En épocas más recientes los músicos venían desde Vildé con batería y saxofón.
De Santiuste y Valdenarros era de donde más gente acostumbraba a venir a las fiestas.
En la comida en estas fechas se mataba algún animal como conejo, pollo o cordero y se hacían unas suculentas paellas. En los postres eran típicas las tortas rojas que previamente se habían comprado en El Burgo de Osma.
Juanillo y el Ricardo, taberneros de Torralba ponían un kiosco en la plaza y allí se consumía desde cacahuetes a berberechos acompañados de vermut, cervezas El León y gaseosas la Burguense.
No faltaba a la cita la confitera de El Burgo de Osma que ponía un tenderete y vendía caramelos, almendras garrapiñadas, globos y petardos.

"El abuelo Cándido todos los años en la fiesta nos daba una peseta y nos íbamos corriendo a gastarla en el puesto de los dulces". LUIS GARCÍA.

"Los de Valdenarros eran muy bromistas y cuando llegaban a las fiestas del pueblo siempre hacían alguna trastada como por ejemplo abrir las cortes (pocilgas) y soltar los cerdos con el consiguiente revuelo que se montaba". ANTONINO FERNÁNDEZ.

También celebraban fiestas el 22 de julio en honor a Santa María Magdalena y el 11 de agosto honrando a San Lorenzo.
Los domingos se hacia baile a nivel local en Valdenarros amenizado por dos jóvenes que tocaban guitarra y laúd.
En otras ocasiones la búsqueda de un poco de diversión llevaba a los jóvenes de Velasco hasta la capital comarcal: El Burgo de Osma para lo cual iban montados en bicicleta.

"A mi me gustaba mucho el baile y me recorría las fiestas de todos los pueblos cercanos: Valdenarros, Santiuste, Torralba... incluso en ocasiones hasta las de Valdealvillo o Rioseco.
Un año nos fuimos Pepe y yo a las fiestas de Langa de Duero en bicicleta. Estábamos a treinta y cinco kilómetros de Velasco. Llegamos de vuelta al pueblo a las cuatro y media o las cinco de la mañana. No me pude acostar porque tenía que salir con la yunta para ir a labrar". ANTONINO FERNÁNDEZ.


"Nosotros íbamos a las fiestas de Santiuste. Teníamos tres tíos allí. Salíamos por la mañana de Velasco y volvíamos al pueblo después de cenar. Para la comida y la cena nos repartíamos por las tres casas. Como las fiestas duraban dos días, al día siguiente hacíamos lo mismo. Luego venían ellos a las fiestas de Velasco". AGUSTÍN GARCÍA.

"Íbamos a las fiestas de Valdenarros, Santiuste y Torralba, en los tres pueblos teníamos familia. Salíamos por la mañana de casa y volvíamos al pueblo después de cenar. Al día siguiente lo mismo. Siendo yo muy pequeña en alguna ocasión me dejaron a dormir una noche en casa de algún familiar de esos pueblos". MARI CARMEN FRÍAS.

En los pocos ratos libres que el trabajo daba un respiro como podía ser los domingos y en temporada de invierno cada uno lo aprovechaba como podía, así era costumbre los domingos por la tarde que los hombres fueran a Valdenarros a echar la partida, las mujeres se salían a las puertas de las casas a coser y a hablar de los temas más comunes a nivel familiar y local, mientras que los jovenes buscaban un poco el traspasar la frontera social que les marcaba los limites de Velasco y buscar un poco de diversión más allá mientras que los niños se las ingeniaban para con muy poco disfrutar y sacar rendimiento a todo lo que estaba a su alcance.

"Los jóvenes nos solíamos ir los domingos a Torralba donde había dos tabernas a echar unos tragos y me acuerdo que comíamos unas latas de berberechos de a kilo que costaban cinco pesetas. Luego nos dábamos una vuelta por Santiuste donde había bastantes chicas". ANTONINO FERNÁNDEZ.

"De adolescentes íbamos a Valdenarros los domingos cuando el cura ponía una película en la iglesia. Otras veces íbamos a pasear chicos y chicas por la carretera durante un par de horas y veíamos los escasos coches que pasaban en aquellos años". MARI CARMEN FRÍAS.

"El abuelo iba todos los sábados a arreglarse la barba al barbero de Valdenarros. De cuando en cuando nos llevaba a mi hermano y a mí para que nos cortara el pelo, había un tramo que teníamos que ir por la orilla de la carretera y nosotros íbamos revoloteando y corriendo de un lado para otro, el abuelo se ponía todo nervioso por si pasaba un coche y nos pillaba, hasta que no dejábamos la carretera y cogíamos el camino no se quedaba tranquilo". AGUSTÍN GARCÍA.

"En mi niñez hacíamos pelotas con las cámaras de las ruedas de bicicleta y jugábamos con ellas en el pórtico de la iglesia". ANTONINO FERNÁNDEZ.

"Jugábamos a la pelota, al marro, al bote, a los paletes, para el cual se utilizaba las partes planas de la caja de cerillas, al escondite... casi siempre en el recreo de la escuela y en ocasiones por las tardes porque siempre había que ayudar a los padres en las tareas de la casa". AGUSTÍN GARCÍA.

"Al bote, me acuerdo mucho de jugar al bote, el cual se ponía en un circulo, uno se quedaba al cuidado de él y tenía que encontrar a los demás que previamente se habían escondido y a la vez vigilar que nadie tocara el bote. También nos fabricábamos coches con las latas de sardinas". LUIS GARCÍA.

"Jugábamos chicos y chicas mezclados, éramos pocos ya en el pueblo y si estábamos por separados no hacíamos un grupo. Tan pronto saltaban los chicos a la comba como nosotros al burro". MARI CARMEN FRÍAS.

Para abastecerse de vino hacían el desplazamiento hasta Alcubilla del Marqués y años después era el propio bodeguero con un camión el que llevaba el vino a Velasco.
El hijo del Ricardo de Torralba venía por Velasco vendiendo aceite, naranjas, sardinas, chicharros, azúcar...
Para hacer compras se desplazaban a El Burgo de Osma, preferentemente los sábados que era día de mercado. Se hacían los desplazamientos andando, con alguna caballería o en bicicleta. Allí se pasaba el día, se compraba todo lo que se necesitaba y se mantenía el contacto con las gentes de los pueblos de la comarca. Era un día de ebullición social. Dos horas aproximadamente se tardaba en hacer el trayecto.

"Mi madre llevaba níscalos, caracoles, cangrejos, huevos los sábados a vender en el mercado de El Burgo. Compraba arroz, azúcar. En verano íbamos algún día mi hermana y yo al Burgo con mis padres, mi madre nos compraba una gaseosa nada más llegar al pueblo, montábamos en los caballitos, comíamos un bocadillo de chicharros en escabeche, pasábamos un día muy entretenido, para nosotros era otro mundo ir al Burgo. Algunos sábados mis padres iban solos al mercado de El Burgo y nosotras nos quedábamos atendiendo los animales. Luego nos traían cualquier cosa, unas naranjas pequeñas y con eso éramos tan felices". MARI CARMEN FRÍAS.

"En la feria de El Burgo el 12 de octubre se juntaba muchísima gente. Me despertaba la curiosidad moverme entre tanta gente y ver tanto ganado, me llamaban la atención los tratantes que se veían mucho por allí así como también se dejaban ver para la ocasión los gitanos". AGUSTIN GARCÍA.

"Mis padres llevaban a vender lechones al mercado, unas veces íbamos nosotros también y otras veces ellos solos, andando o en bicicleta. Me llamaba mucho la atención ver tanta gente, iba entre asustado y emocionado". LUIS GARCÍA.

Las fiestas religiosas de final de año no destacaban por nada en especial en Velasco. Se celebraban esas noches como en cualquier otro sitio.
"En Nochebuena y en Nochevieja nos juntábamos con la familia de mis tíos Juan y María. Una noche íbamos nosotros a su casa y la siguiente noche venían ellos a la nuestra. Los mayores jugaban a las cartas y los niños viendo como jugaban". AGUSTÍN GARCÍA.

"Los familiares de Madrid nos mandaban dulces y turrones y nosotros les mandábamos algún chorizo, un pollo, un conejo... MARI CARMEN FRÍAS.

Tampoco los Reyes Magos se mostraban esplendidos al llegar a Velasco.

"Poníamos en una lata cebada y en otra agua para los camellos, mi padre se levantaba antes y las vaciaba. Nosotros en nuestra inocencia comprobábamos que si era cierto que habían venido los Reyes porque se habían comido el grano y bebido el agua. Recuerdo algún año de tener como Reyes una anguila de mazapán (una especie de roscón) o algunos dulces o fruta, nunca juguetes". AGUSTÍN GARCÍA.

"Algún año recuerdo que los Reyes me dejaron una cartera de madera llamada cabás que servía para guardar libros y diverso material escolar, en otra ocasión fue una cajita con agujas, hilo y dedal en su interior para aprender a coser". MARÍ CARMEN FRÍAS.

En los años 50 y primeros años 60 se produjo el descenso vertiginoso a nivel poblacional de Velasco viendo como poco a poco se fueron cerrando todas las casas porque el progreso no aparecía por allí. Era una vida de mucho sacrificio y poco rendimiento. Los velasqueños querían buscar una mejor calidad de vida que la que les ofrecía el pueblo.
A Madrid se fue el grueso de la población yéndose también alguna familia a Barcelona.
Casimira García fue la última de Velasco. Era natural de Santiuste y estuvo durante muchos años como ama de llaves de un cura de la comarca. Al dejar de realizar esta función se vino cerca de su pueblo y echó raíces en Velasco. Estuvo un año viviendo en soledad hasta que en 1965 cerró la casa y puso fin a siglos de presencia humana ininterrumpida en Velasco.

"Tenía un hermano en Barcelona en Telefónica. Aguanté más por no dejar a mi madre sola pero yo me quería haber ido antes. Pocos días antes de traernos a mi madre a Barcelona falleció". ANTONINO FERNÁNDEZ.

"Mis padres ya estaban cansados de esa vida y mi padre consiguió trabajo en la gasolinera de El Burgo de Osma. Mi hermano y yo nos hacíamos mayores y allí ya no teníamos condiciones para seguir estudiando. Mi madre la que más disfrutó en El Burgo pues aquí tenía de todo". AGUSTÍN GARCÍA.

"Mi madre empezó a vivir cuando nos bajamos al Burgo". LUIS GARCÍA.

"Nos fuimos a Madrid porque tenía tres tías trabajando allí y mis padres ya veían que el panorama en Velasco no pintaba bien y les dijeron que les buscaran trabajo allí. Mi madre siempre decía que quería emigrar porque en el pueblo no había porvenir para sus hijas. Se quedaron cuatro casas abiertas cuando nosotros nos marchamos". MARI CARMEN FRÍAS.

Una vez que todos se hubieron marchado aparecieron por allí los amigos de lo ajeno para llevarse todo lo que pudieran.

"El expolio en Velasco fue tremendo. Se llevaron todo, tejas, vigas, aperos de labranza, herramientas... AGUSTÍN GARCÍA.

"Mi padre siempre decía que teníamos que tener la casa bien guardada por si algún día teníamos que volver, pero forzaron la puerta y se llevaron todo lo que pudieron: herramientas, aperos, arcones, hasta unas calderas de cobre que utilizábamos para cocer las morcillas que mi padre tenía escondidas detrás de un tabique". MARI CARMEN FRÍAS.

"En mi casa se llevaron hasta la claraboya que había en la cocina". LUIS GARCÍA.

------------------------------------------------------------------------------- Informantes:
Antonino Fernández
Agustín García
Luis García
Mari Carmen Frías
(Conversación personal mantenida con todos ellos en Velasco y en posteriores contactos por vía telefónica).


Visitas realizadas en noviembre de 2003 y junio de 2022.

Punto y aparte. El día 25 de junio de 2022 Velasco irradiaba luminosidad, alegría y lucia su mejor cara. Habían vuelto los que un día se fueron y sus descendientes. Marcharon pero no olvidaron. Sus gentes estaban en deuda con el pueblo que les vio nacer. Se celebra el primer encuentro de antiguos vecinos de Velasco, al cual he sido invitado por Laura, descendiente de Velasco por parte paterna y una de las organizadoras del evento. Desde primera hora de la mañana empiezan a llegar vehículos y a transitar por sus calles personas que hace años que no se veían. Alegría por el encuentro, saludos de rigor, preguntas y respuestas sobre los ausentes, sobre el rumbo que tomó cada uno. Los que somos forasteros enseguida nos damos a conocer, los nativos del lugar tienen curiosidad por saber quien son los foráneos y que vínculos tienen con el pueblo. Nos dedicamos a estar en un segundo plano, a observar, a escuchar, a saludar al que se cruza con nosotros y a irnos metiendo en el ambiente, mientras voy observando todas las edificaciones. Se ve la cara de alegría entre las gentes por estar en su pueblo y por verse con familiares y allegados que llevaban tiempo sin verse. El exterior de la iglesia es lugar de concentración y de hacerse fotos grupales. Entro con precaución al interior del templo, sin ningún ornamento religioso de interés, carente de tejado, la vegetación y las vigas caídas son las dueñas del espacio. Vamos recorriendo lo que queda de las diferentes casas, donde los que en ella vivieron van dando detalles de sus recuerdos y vivencias a la vez que se van haciendo fotos familiares. Alrededor de una treintena de personas estamos en esta mañana del verano recién comenzado. Todos estamos pasando un gran día de una manera sencilla, simplemente paseando de manera conjunta por Velasco. Un grupo nos acercamos hasta una de las joyas escondidas de Velasco: un colmenar. Allí ante las sabías explicaciones de Antonino aprendemos un poco más sobre el mundo de la miel. Tan a gusto estamos todos que enseguida nos llega la hora de irnos. Toca continuar con la segunda parte. Una comida de confraternización de todos los asistentes en un restaurante en El Burgo de Osma. Allí continua el buen ambiente. Algunas personas han traído unas carpetas con fotografías antiguas de Velasco. Unos las miramos con mucha curiosidad mientras otros se dedican a desgranar y tratar de acertar quien son los que salen en cada imagen. La comida se hace muy amena, siguen las conversaciones distendidas. Aún da tiempo a pasear un rato por el siempre interesante casco antiguo de El Burgo de Osma. Pero todo tiene su fin, toca marchar. La gente se va despidiendo. Unos han venido de Barcelona, de Madrid la mayoría, de Baleares algún otro y también de Huesca. No puedo decir más que la gente de Velasco nos hicieron sentir muy a gusto y nos sentimos muy bien acogidos.
Una vez las despedidas finalizaron y cada uno toma su rumbo decido volver a acercarme hasta Velasco aprovechando que todavía queda un poco de luz solar. Quiero ver el Velasco de siempre, el que permanece silencioso y solitario durante casi todo el año. Enseguida me adentro entre su ya inexistente trazado urbano. Visité por primera vez este despoblado en 2003 y tengo el mismo recuerdo que ahora, el de un lugar derrotado, yermo, desangrado y agonizante. El expolio aquí tuvo que ser tremendo, unido a la fragilidad de las construcciones basadas en el adobe y a los fenómenos meteorológicos que aquí se ensañarían con fuerza pues todo ello da como resultado el Velasco demacrado que tiene ocasión de ver el que se acerca por allí. Aún así es un pueblo que se visita con agrado, sus construcciones dejan entrever que tuvo que ser un pueblo coqueto, pintoresco, donde la vida iba a un ritmo pausado, sin sobresaltos. Subo hasta la parte alta y vuelvo a bajar, me sitúo frente a la iglesia, me acerco hasta la única casa que todavía se mantiene en pie, entro a su interior aunque apenas hay nada que llame la atención. Bajo al camino, imagino donde estaba la escuela de la cual ya nada queda. Quiero tener una visión panorámica de conjunto del pueblo así que me voy al otro lado del barranquillo que pasa por debajo del pueblo. Tengo que darme prisa porque la noche ya está a punto de iniciar su jornada laboral. En poco tiempo me encaramo a un promontorio desde donde tengo una buena visión de conjunto de lo que queda de Velasco. Ya sí que el tiempo no da para más, una última visión de Velasco y en mi imaginación me parece entrever que hoy el pueblo tiene mejor cara y que dormirá más contento. Hoy el pueblo soñará con sus gentes y en como le hicieron ser feliz durante unas horas. Al igual que los velasqueños y descendientes estarán cada uno yendo a su lugar de destino y rememorando el bonito día que han pasado en Velasco.


Llegando a Velasco.




La primera edificación en aparecer fue la última casa que se cerró en Velasco. Casimira García fue su inquilina.
"Casimira era una mujer muy apañada, lo mismo ponía inyecciones que curaba heridas. Recuerdo que el primer día que fui a segar me corté un dedo. Ella se encargó de curarme la herida que se me había infectado y me la iba cubriendo con una venda". MARI CARMEN FRÍAS.



Otra imagen de la misma casa.




Estampa urbana de Velasco. Son las dos únicas viviendas que mantienen parte de su estructura en pie.



De camino hacia la iglesia. A la derecha las ruinas de la casa de Juan y María.



La iglesia parroquial de Santa María. Tenía un pórtico antecediendo la entrada al templo.



Interior del recinto parroquial.




Antonino Fernández delante de lo que fue la casa familiar. Vivió en ella el matrimonio formado por Isidoro Fernández y Agueda Gañán. Tuvieron seis hijos: Rosario, Rufina, Felisa, Santiago, Ángel y Antonino. Los padres fallecieron en el pueblo y los hijos emigraron a Barcelona y Tarragona.
"Teníamos una parra grande en la entrada y un jardín precioso. Había un gallinero en el lateral con cuarenta o cincuenta gallinas. Horno a la izquierda.
La corte a la izquierda, tres cerdos.
Cuadra al fondo, teníamos dos machos.
Tuvimos setenta u ochenta ovejas.
A la derecha había una fragua porque en tiempos la casa tuvo que ser de algún herrero.
Dos cuartos donde se guardaban las patatas.
Dos cocinas.
Sala comedor con una cama.
Arriba: tres camas con una buena sala que tenía balcón.
Cámara: Atrojes para guardar el grano". ANTONINO FERNÁNDEZ.


"Antonino compró el primer transistor que hubo en el pueblo y mi hermana y yo veníamos aquí a escuchar Radio Andorra porque echaban canciones dedicadas y seriales de la época". MARI CARMEN FRÍAS.



Las hermanas Julia y Mari Carmen Frías delante de lo que fue la casa familiar. La habitó el matrimonio formado por Juan Frías y María Gañán. Tuvieron dos hijas: Julia y Mari Carmen. La emigración llevó a la familia a Madrid.
"Lo primero al entrar el portal, cocina a la derecha con una despensa. A la izquierda una sala, dos alcobas y un saloncito.
Los músicos se quedaban a comer y dormir en nuestra casa porque mi padre era el alcalde pedáneo.
También el cura se quedaba a comer el día de la fiesta.
Mi madre hacía una paella con conejo y pollo. De postre mantecados, magdalenas, tortas rojas.
Alrededor de quince personas nos juntábamos esos días en casa.
En la cámara dos habitaciones, luego había una escalera de tres o cuatro peldaños donde se guardaba el grano en los atrojes, así como los trastos viejos.
Al fondo de la casa la cuadra. Dos machos. A un lado de la casa el gallinero con veinte gallinas y la corte con dos cerdos.
Teníamos conejos en otra casa de unos familiares que ya habían emigrado, y el horno para hacer el pan en otra casa.
Tuvimos quince ovejas, nos deshicimos pronto de ellas. Una cabra para leche". MARI CARMEN FRÍAS.




La casa de Agustín García e Isabel Gañán. Tuvieron dos hijos: Agustín y Luis. Vivía también a temporadas el abuelo Cándido. En 1964 cerraron la casa y se fueron a El Burgo de Osma.
"Al entrar en medio estaba el portal, al fondo la cuadra con los dos machos.
A mano derecha dos habitaciones. A la izquierda una habitación y la cocina. Aquí había un habitáculo dedicado a despensa.
Anexo tenía un pajar. Al fondo por una escalera se subía a la cámara donde se guardaba el grano y todo tipo de trastos viejos. En contadísimas ocasiones se ponía una cama provisional en la cámara para algún familiar si no cabíamos todos en la planta baja.
Al exterior un gallinero con veinte gallinas y la corte con dos cerdos.
Horno adosado en el lado izquierdo de la casa, para acceder a la boquera del horno se hacia por la cocina.
Puerta trasera para acceder al pajar.
Teníamos una chimenea pinariega que se sustituyó por otra más pequeña cuando mis padres hicieron reforma en la casa porque esta era muy grande y entraba mucho frio por ella además de agua cuando llovía". AGUSTÍN GARCÍA.




Foto cedida por Laura García.

Los hermanos Luis y Agustín Garcia en las ruinas de lo que fue la casa familiar.
"Como no había agua en las casas mi madre calentaba agua y en un barreño nos lavaba a mi hermano y a mí. Recuerdo que cada vez que tenía que subir a la cámara me daba mucho miedo porque estaba oscuro y sentía el movimiento de los ratones que por allí merodeaban.
Mi padre una vez que nos habíamos ido seguía cultivando aquí un pequeño huerto donde sembraba cebada. Yo subía los sábados por la tarde en bicicleta con un saquito para recoger grano que guardábamos aquí y dárselo de comer a las gallinas que teníamos en El Burgo". LUIS GARCÍA.




La casa del tío Justo. Vivió en ella el matrimonio formado por Justo Frías y Leonarda (natural de Valdelinares). Tuvieron seis hijos: Simona, Narcisa, Emiliano, Tomás, Antonio y María. Justo falleció en Velasco y Leonarda se fue con los hijos a Madrid.



Foto cedida por Montse Gañán.

Baile en las fiestas de Velasco. Los músicos de espaldas. Década de los 50.



Foto cedida por Montse Gañán.

Bailando la jota en las fiestas de Velasco. Alegría y buen ambiente. Década de los 50.



Foto cedida por Montse Gañán.

Calor humano en Velasco. Década de los 50.




Foto cedida por Montse Gañán.

El bando femenino de Velasco. Década de los 50.



Foto cedida por Montse Gañán.

Mozos de Velasco con sus trajes de gala. Y con la escopeta de caza colgada del hombro y otro con la cámara de fotografiar colgada del cuello. Década de los 50.



Foto cedida por Montse Gañán.

Mozas y mozos de Velasco. Ellas bien alegres y ellos portando las escopetas de caza. Los niños miran con curiosidad a alguno de los componentes del grupo. Década de los 50.



Las eras de trillar se situaban en la parte alta del pueblo.
"Las eras se sorteaban cada año porque las había mejores y peores". ANTONINO FERNÁNDEZ.



Transformador de la luz.




Cementerio.




El colmenar del tío Justo. Hasta ocho colmenas de horno llegó a haber en el pueblo.



Foto de grupo de los asistentes al encuentro de antiguos vecinos de Velasco.

Campoalbillo (Albacete)

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A 690 metros de altitud en plena llanura de la comarca de La Manchuela se encuentra la aldea de Campoalbillo perteneciente al municipio de Fuentealbilla.
Alrededor de una quincena de casas dieron forma a la población dividida en dos por la carretera y vertebrada por una calle longitudinal de oeste a este.
No es Campoalbillo un deshabitado de pleno porque a día de hoy se mantiene una casa abierta durante todo el año y otra más a unos centenares de metros de la aldea. Actualmente hay alternancia de viviendas en buen estado con otras que languidecen recordando tiempos pasados. Se puede decir que hubo vida hasta fechas bastante recientes. Alrededor de seis o siete casas fueron cerrando en los años previos a finalizar el pasado siglo XX.
Contaron con luz eléctrica desde 1932 por medio de una linea proveniente de la central de Moranchel en término municipal de Valdeganga.
El agua para consumo no llegó hasta principios de los años 80. Hasta entonces se surtían de un pozo situado a doscientos metros de las casas.

"Alguna familia traía el agua del pozo Barchín situado en terreno de Golosalvo". MARI NIEVES PIQUERAS.

Buenas tierras de cultivo contaban en su término las cuales se sembraban de trigo, cebada, lentejas y garbanzos principalmente. Poseían también un importante número de viñedos.
Iban a moler el grano al molino de Abengibre.
Elaboraban vino para consumo casero.

"En la época de la siega se contrataba a segadores de Abengibre y de esas aldeas de Jorquera: Cubas y Maldonado entre otras". JUAN VERGARA.

Dos hornos para hacer el pan llegó a haber en Campoalbillo. Con el paso del tiempo dejó de hacerse el pan y lo traía el panadero de Fuentealbilla.
En la ganadería la oveja era el animal de referencia. En los últimos años ya solo tres casas tenían rebaño.
Carniceros de Fuentealbilla y Abengibre venían periódicamente a comprar los corderos.

"En tiempos pasados en mi familia se llevaba a vender leche de cabra al convento de Mahora" MARI NIEVES PIQUERAS.

Se suministraban de leña de pino y de carrasca para calentar la lumbre de los hogares. Todos los años no faltaba alguna nevada de medio metro de espesor.
El conejo, la perdiz y la paloma torcaz eran los reclamos para los aficionados a la caza, con la cual hacían un aporte extra a las despensas de las cocinas.
Uno o dos cerdos se mataban por lo general en cada casa en época de matanza.

Camino de Bormate
Corrales de Garrido
El Arenero
El Astonar
El Blanquizar
El Cerro del Portillo
El Navajo del Marqués
El Pozo de los Moros
El Vallejo del Conde
La Calerilla
La Caña de las Viñas
La Carrasca
La Casilla del Melguizo
La Cuesta de la Arena
La Cueva de Longinos
La Era de Gil
La Fuentecilla
La Hoya Berna
La Hoya de Elías
La Pará
La Pimpollá
La Vereda
La Vía
Las Buitreras
Las Hoyas
Las Peñuelas
Los Guijarrales
Los Villares
Monte Tobal
Taldearroba

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Campoalbillo que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para todo tipo de oficios religiosos acudían a la iglesia de San Jorge en Golosalvo.
La escuela nueva se edificó en 1962 junto al camino de Las Hoyas y sustituyó a la que hubo siempre en el centro de la aldea.

"Se entraba por un patio que era como un callejón sin casas, al fondo estaba la escuela. Tenía la mesa de la maestra y los pupitres para los niños. Íbamos todos juntos, pequeños con mayores. En los años 50 seríamos alrededor de quince alumnos entre chicos y chicas. Estaba Martín y su hermano Juan Miguel, Juan y Paco, Elvira, Dieguete y alguna de sus hermanas, Andrés, algún hijo de Longinos, además de hijos de algunos aniagueros. A la escuela nueva ya no asistí porque nos marchamos a Casas Ibáñez antes de que empezara a funcionar". PEDRO GARCÍA.

"El jueves lardero era costumbre de ir de excursión a un pinar. Venían algunos padres y la maestra. Se correteaba por allí, se jugaba y se comía el hornazo relleno de huevo y chorizo". MARI NIEVES PIQUERAS.

De Fuentealbilla venía el médico (don Paco) cuando la situación lo requería y alguien enfermaba de gravedad.
Desde Golosalvo acudía el cartero (Leovigildo) a repartir la correspondencia.

Carecían de fiesta patronal pero participaban muy activamente de las fiestas de San Jorge en Golosalvo en el mes de abril.

"Iba muchísima gente de Campoalbillo dada la cercanía. Se degustaban magdalenas y rolletes. El baile era amenizado por los Blases, músicos de Golosalvo". MARI NIEVES PIQUERAS.

"Íbamos andando por el camino. En la plaza se ponían los turroneros y algún puestecillo con juguetes y por la noche íbamos al baile, corríamos entre las parejas jugando al pilla, pilla. Aun recuerdo canciones como la de a lo Loco, a lo Loco, caramelos de menta y de coco, o esa otra de "ya viene el negro zumbón con la camisa de sport....Los músicos eran unos que llamaban Los Tenores, un padre y sus dos hijos" PEDRO GARCÍA.

"Para San Antón el 17 de enero se hacía una hoguera en la plaza y cada uno llevaba lo que podía, generalmente productos del cerdo: panceta, chorizo, morcilla... todo ello se asaba y se degustaba a la vez que se cantaba y se bailaba".
JUAN VERGARA.


Había una tienda pequeña en casa de Antonia y Miguel donde la gente se podía abastecer de lo más básico y además para compras de más envergadura se hacían desplazamientos a Abengibre y Fuentealbilla.

"Venían vendedores ambulantes de Abengibre, Madrigueras o Jorquera, traían un poco de todo". JUAN VERGARA.

"Era costumbre de niños de ir andando o en bicicleta a Bormate a comprar un helado o unos chupa chups". MARI NIEVES PIQUERAS.

Algunos campoalbilleros se desplazaban hasta Albacete capital para asistir a la feria de ganado que se celebraba a mediados de septiembre.
Candelaría Rodríguez y Josefa Martínez hicieron las funciones de parteras. Con sus buenas artes ayudaron a unos cuantos niños de Campoalbillo a venir al mundo.
En Fuentealbilla estaba el cuartel de la guardia civil. Cuando la pareja de guardias hacia la ronda por los pueblos y les tocaba dormir en Campoalbillo el alcalde pedáneo les asignaba una casa.
Se vivía con mucha placidez pero la emigración llamaba a las puertas de las casas de Campoalbillo para ir sacando a las gentes de su tierra. Aunque el goteo migratorio fue muy espaciado en el tiempo, así en las décadas de los 60, 70, 80 y 90 la aldea vio como sus calles se quedaban vacías durante el invierno y solo algunos volvían en fechas veraniegas. La vida era dura en general, el campo ya no daba para todos, la gente tenía ganas de buscar un cambio de vida y a ello se le unía el que algunas familias eran aniagueros, no eran dueños de las casas ni de las tierras. Unos se quedaron en pueblos cercanos como Golosalvo o Casas Ibañez y otros dieron el salto a las capitales: Barcelona, Albacete o Valencia. Desde entonces Campoalbillo se quedó con dos casas abiertas hasta la fecha de hoy.

Informantes:
-Mari Nieves Piqueras
-Juan Vergara
-Pedro García
-Paloma Felipe


Visita realizada en mayo de 2022.

Punto y aparte.¿Crees que Campoalbillo encajaría en mi página sobre los pueblos deshabitados? Es la pregunta que le formulé a mi buena amiga Paloma Felipe descendiente de Campoalbillo por parte paterna, entusiasta y tenaz cronista de todo cuanto acontece en esta pequeña aldea albaceteña.
Con matices pero yo creo que sí. No está vacío del todo pero es un lugar en decadencia que arrastra la pesada losa de esos lugares venidos a menos que no levantan cabeza. Pero lo mejor es que lo veas tu con tus propios ojos, fue la sagaz respuesta de Paloma.
Así que todo quedó pendiente de la ocasión en que yo pudiera conocer el lugar. Y fue por mayo con motivo de ir a visitar el siempre maravilloso pueblo de Alcalá del Júcar cuando decidí hacer una parada en Campoalbillo.
Iba expectante por lo que me iba a encontrar. ¿Encajaría en mi trabajo? Pronto saldría de dudas.
La carretera pasa por medio del pueblo al cual divide en dos y esa división afecta también a las dos visiones que se tienen de Campoalbillo. A un lado un grupo de casas apagadas, silenciosas pero no hundidas. Al otro lado el Campoalbillo que se mantiene con decoro, el que aporta algo de modernidad en sus construcciones.
Lógicamente entro hacia el lado del pueblo que más me llama la atención. Llego junto a lo que un día fue un parque infantil, decaído, a tono con las edificaciones cercanas. Es el lugar que antiguamente ocupaba la balsa de agua, que un día la desecaron y la convirtieron en zona de ocio y descanso. Hay una furgoneta aparcada delante de una puerta pero no veo a su ocupante. Estará haciendo alguna faena en el interior de algún edificio. Me llama la atención una larga formación de casas en hilera que se pierde hasta las afueras del pueblo. Casas de buen porte y buen estado, una de ellas con escudo nobiliario, en otras la vegetación ya no permite ver su fachada. Una torreta altiva se muestra al final del camino, de primeras pienso que era el transformador de la luz pero no, luego me enteraré de que era un deposito de agua. Bonitos encuadres se obtienen por este lado con este grupo de casas. Volviendo otra vez para la parte central observo que sale una persona de un portón de un patío portando una carretilla. Entablo conversación con él. Junto a su mujer han venido desde Valencia a pasar el fin de semana a su casa. Después de estar un buen rato conversando con el matrimonio en el interior del patio sigo mi caminar por la aldea. La furgoneta que vi nada más llegar ya no está. Una voluminosa vivienda en la plaza llama mi atención. También alguna otra casa con artísticos enrejados en la ventana. Llego hasta la carretera, la cruzo y entro en el Campoalbillo "moderno", la sensación de melancolía y tristeza desaparece por este tramo de calle. Casas y portones de cocheras denotan que no todo esta yermo y mustio en Campoalbillo. Al final de la calle observo una era de trillar con su pajar correspondiente. Por aquí iría a otra aldea deshabitada: Las Hoyas, de la cual poco queda ya. Pospongo la visita a ese lugar para otra ocasión. El tiempo va en mi contra y no puedo ir a conocer aquel caserío. Vuelvo otra vez sobre mis pasos, veo alguna nave agrícola de grandes proporciones y el edificio que según mis indicaciones fue la escuela, hoy reconvertida en vivienda. Aquí me encuentro a un matrimonio, son los únicos habitantes permanentes de la aldea. Conversación distendida con ellos hablando sobre el pasado y el presente del pueblo. Al cabo de un rato ellos se van, va siendo hora de comer. Yo sigo transitando por esta pedanía de Fuentealbilla. Dejo atrás la calle y sus construcciones remozadas y salgo a la carretera. Una cruz de madera bajo el alero de una fachada llama mi atención. Ando un centenar de metros por el asfalto y por aquí cojo un camino que me lleva por detrás de las casas. Es por aquí donde veo con más nitidez el desgarro que producen los años de abandono y olvido. Salgo otra vez a la plaza y a lo que un día fue la balsa. Me dirijo por el camino de Golosalvo hacia las afueras del pueblo. Quiero ver la panorámica del lugar por este lado. Llego hasta una era de trillar, observo un pozo tapiado a unos metros. Desde aquí contemplo Campoalbillo de forma longitudinal. Después de unos minutos vuelvo a adentrarme en su trazado urbano. Llego hasta el epicentro de la aldea nuevamente. Silencio solo roto por el ruido de coches que atraviesan por mitad del pueblo por la carretera. La visita a esta población de La Manchuela va tocando a su fin. Me voy para Casas Ibañez.
¿Qué le contestaré a Paloma sobre la observación que me hizo ella? La animosa cronista de Campoalbillo, enamorada del lugar donde pasó tantos años de infancia espera con ganas a conocer mis impresiones del lugar.
Pues la respuesta es que sí. Que Campoalbillo tendrá un espacio en mi página. Éticamente no es un lugar deshabitado porque vive gente, pero estéticamente si lo es. El número de población es mínimo, no aumenta en demasía en temporada veraniega y las construcciones apagadas e inhabitadas superan a las que si tienen un soplo de vida. Las sensaciones son las que cuentan y en este caso he visto un lugar que tuvo que ser pintoresco, coqueto y con su aparente encanto pero que ahora esta taciturno, melancólico y con el recuerdo perenne de añoranza de tiempos pasados, los tiempos en que la balsa estaba llena de agua, de las mujeres que cogían agua del pozo cigüeño, de la escuela que acogía en su interior a una quincena de niños o de las tardes veraniegas a la fresca sentados sus gentes en los poyetes de la casa de Gil junto a la plaza.


Llegando a Campoalbillo por el camino de Golosalvo.




Llegando a Campoalbillo por la carretera de Abengibre.




La casa de Isabel y José Juan. No tuvieron hijos. Aquí se alojaban de patrona alguna de las maestras que ejercieron enseñanza en la escuela.
"La casa la recuerdo perfectamente era preciosa y grande. Isabel era una mujer entrañable gran amiga de mi abuela, siempre enlutada, de mirada tierna. Mi abuela sufrió mucho su perdida, cuando mi abuela todavía vivía en Campoalbillo Isabel falleció y por circunstancias no pudo ir a su funeral, pero el féretro paso por la carretera de Campoalbillo, mi abuela esperó pacientemente durante horas a que pasara el coche fúnebre con su amiga para darle el ultimo adiós".
PALOMA FELIPE.




La escuela nueva. Se edificó en 1962. Alrededor de una veintena de alumnos asistían a clase en los años 60. Doña Antoñita, doña Felicitas, doña Angelines y doña María Isabel son algunas de las docentes que se recuerdan. Doña María Isabel fue la última que impartió enseñanza aquí. Ello sucedió en 1977.



Calle principal de Campoalbillo, partida en dos por la carretera.



En tiempos pasados aquí estuvo ubicada la fragua de Campoalbillo. El herrero venía de Cenizate.



La casa de Sebastián y Jeroma. Tuvieron dos hijos: Anita y Antonio. Se fueron a Golosalvo. A continuación la casa de Carmen y Elías.



La casa de Carmen y Elías. Tuvieron cuatro hijos: Maria Teresa, Severiano, Pedro y Carmen. Se marcharon a Casas Ibáñez.



El pozo cigüeño. Aquí venían las mujeres con cubos y espuertas a coger agua para lavar.



La casa de Longinos. Vivió en ella el matrimonio formado por Longinos y María. Tuvieron cinco hijos: Cari, Estrella, Eduardo, Maruja y Daniel.



La casa de Antonia y Miguel. Tenían en su interior una pequeña tienda con lo más básico. Aquí se instaló el primer teléfono publico que hubo en la aldea.



Aquí estuvo la balsa de agua. Se llenaba con agua de lluvia y se utilizaba para beber los animales y algunas mujeres la aprovechaban para lavar. Con el tiempo se desecó y se hizo un parque infantil.

"Los niños veníamos aquí a cazar sapos. Un invierno un niño se cayó en el agua helada y fue un vecino del pueblo el único que se atrevió a salvarlo".
PEDRO GARCÍA.


"Cuando ya apenas quedaba ganado para beber en ella mi abuela y otras personas insistieron al ayuntamiento de Fuentealbilla para que la desecaran pues era insalubre, producía malos olores y estaba llena de mosquitos". PALOMA FELIPE.



La casa de Gil Piqueras. Casado por dos veces, tuvo cuatro hijos. Vivienda voluminosa y de buena presencia. Gil tenía muchas tierras y daba trabajo a gentes de Campoalbillo y de otros pueblos de la zona.



Puerta de acceso al jaraiz (almacén, bodega) de la casa de Gil y a continuación la casa de Tomás y María. Tenía horno de pan en su interior.



La plaza de Campoalbillo. La balsa se situaba a la izquierda. Detrás de los edificios que se ven de frente estaba la escuela vieja. En los poyetes de la derecha correspondiente a la casa de Gil era donde acostumbraba a reunirse la gente de la aldea a la fresca en las tardes veraniegas. Lugar de mucho contacto social.
"Mis años de infancia en Campoalbillo los recuerdo con mucho cariño y para mí fueron los mejores. Veníamos de una ciudad con todo y cuando llegábamos al pueblo entrábamos en un mundo diferente. En donde apenas teníamos de nada, nos duchábamos en espuertas con agua calentada al sol, el wáter estaba al fondo del corral y no había cisterna, echábamos agua, todo esto me parecía un vida diferente y al hacerme mayor me siento afortunada pues he conocido poca gente de edad que haya pasada veranos así. Alli aprendimos a montar en bici, recuerdo aquella bh verde pequeña, en donde todos aprendimos. Tengo el recuerdo grabado en mi memoria como si fuera hoy. Correteábamos con las bicis libremente todos los chiquillos, yo siempre iba en el grupo de los chicos. Para entretenernos en las calurosas tardes de verano hasta que caía la tarde nos refugiábamos en el jaraíz de Teresa jugando con coches de esos pequeños. Al atardecer chicos y chicas nos juntábamos y con nuestras bicicletas nos íbamos a Golosalvo o Bormate a por chuches o helados, lo pasábamos muy bien todos juntos. Recuerdo a mi abuela y mi madre con la perra salir a la carretera a esperarnos. Fueron tiempos muy felices, por las noches la gente mayor salía al fresco en la balsa con sillas y nos daba la madrugada. Algunas veces Mari la de Juan, mi abuela, mi madre y en ocasiones mi hermana y yo íbamos a andar por el camino de Golosalvo y por primera vez y única conocí lo que eran las luciérnagas. El 15 de agosto era la noche de estrellas, recuerdo a mi familia con las luces apagadas, en medio del corral sentados con sillas y una manta mirando al cielo esperando a aquellas fantásticas estrellas fugaces que tanto me impactaron. Y así pasábamos los veranos ajenos a televisiones y la monotonía de la ciudad. Llegar a Campoalbillo era adentrarnos en un mundo diferente, divertido inolvidable". PALOMA FELIPE.



Foto cedida por Paloma Felipe.

Casa propiedad de Gil Piqueras. La habitaron durante treinta años como aniagueros (renteros) Josefa y Francisco. Tuvieron cuatro hijos: Pedro, Eugenio, Mari José y Antonio.
Pedro se marchó joven a estudiar a Albacete y después se fue a vivir a Valencia lo mismo que Eugenio. Mari José vivió en Campoalbillo hasta que se casó y después se fue a Villamalea y Antonio emigró a Suiza.
"La casa contaba con un corral que daba acceso a la vivienda. Conforme entrabas teníamos lo que por aquí se llama "la cocinilla" en donde debajo la chimenea con una cocina ya de butano en mis tiempos, se cocinaba. Luego teníamos la mesa camilla y la televisión sin mando por supuesto en donde los canales desgastados se sujetaban con un palillo. Al lado de la chimenea teníamos otra estancia pequeña...que teníamos una pila para lavar platos pero sin agua corriente (el único grifo estaba en el corral y había que salir a por agua). Desde la cocinilla y tras un portón grande y robusto que a mi me recordaba al de una iglesia daba paso a mano izquierda a una habitación donde dormían mis abuelos, sencilla, de la época, todas las paredes estaban "enlucidas' de blanco y azul añil. A mano derecha teníamos la despensa o como decía mi abuela " dispensa" en donde guardaban la orza de chorizo, los tomates en agua sal y todas las frutas y verduras que mi abuelo recogía del campo. En el centro había una pequeña sala que era donde en tiempos de antaño estaba el altar (pues según los testimonios hubo una pequeña capilla en donde incluso en época de la guerra se "escondió" a San Jorge, patrón de Golosalvo para que este no fuese saqueado. Los vecinos recuerdan que se llegaron a oficiar misas. Y yo recuerdo como mi abuela conservaba los huecos del altar en donde iban colocados los santos). Mi abuela y a petición de su "ama" la Teresa siempre conservó en la pared ese pequeño hueco en donde se colocaba el santo. Desde esta sala se daba paso a más habitaciones, tres en concreto con otra pequeña despensa en donde mi abuela guardaba las conservas. Siempre decía que en esa pequeña sala antiguamente se cambiaba el cura. El suelo estaba enlucido con una especie de pintura roja salvo dos recuadros de azulejo que mi abuela conservó para recordar la capilla. Al fondo había otro pequeño salón que tenía puerta, la cual daba acceso al piso de arriba donde estaba lo que por allí se llama la cámara, en donde se guardaban nuestras bicis, muebles antiguos...etc. Saliendo de la casa y en el corral había otra pequeña habitación que la llamaban haraiz o jaraíz en donde había dos grandísimas tinajas y se guardaban lentejas y garbanzos. Mi abuela allí tenía las conejeras donde criaba conejos. Al fondo del corral había una gorrinera, la recuerdo en ruina, nunca llegue a ver allí cerdos. El horno lo destruyó mi abuela para construir un porche en donde mi abuelo guardaba el tractor. También en el corral teníamos una bonita parra en donde mi abuelo colgaba los conejos después de muertos y los despellejaba para cocinarlos. Esa imagen siempre me impacto cuando era niña.
A finales de los 70 o principios de los 80 volvió a instalarse otro teléfono público aquí en esta casa, aún recuerdo a los vecinos venir a llamar mientras nosotros cenábamos con poca intimidad en la conversación que ellos mantenían por vía telefónica. Sin quererlo nos enterabamos de todo lo que hablaban. Se contaba por pasos y mi abuela tenía una caja en donde los apuntaba y cobraba por las llamadas. Con la llegada de más instalaciones de líneas y tras varios robos en casa por mi abuela disponer del poco dinero que guardaba por las llamadas decidió dejar de ser teléfono publico y paso a ser teléfono de la vivienda.
Mis abuelos vivieron hasta gran avanzada edad en su querido Campoalbillo, tras la muerte de mi abuelo mi abuela siempre soñaba con regresar.
No hace muchos años y tras una reforma en la casa se descubrió que tenía cueva, en donde Mari Nieves recuerda como su abuela Olalla le contaba que ahí era donde se escondía la comida en época de guerra o incluso los hombres para que no fuesen capturados y mandados al frente". PALOMA FELIPE.




Foto cedida por Paloma Felipe.

Josefa Martínez y Francisco Felipe con su nieta Paloma en el patio de la casa. Él era nacido en La Nava de Abajo y ella en Abuzaderas. En esta pedanía albaceteña estuvieron viviendo hasta que se vinieron a trabajar a Las Hoyas y posteriormente a Campoalbillo donde echaron raíces.



Foto cedida por Paloma Felipe.

Pedro Felipe, el hijo mayor de de Francisco y Josefa manejando una moto en 1982 en la calle principal de Campoalbillo.
A la edad de cinco años se fue con sus tíos Aniceta y Juan a una aldea cerca de La Pulgosa. Estudió la carrera de Maestro Industrial en Albacete y luego un master de matricería en Murcia. Se casó con Ana y se fueron a vivir a Valencia para trabajar en Ford España. Murió a la edad de 56 años. Aún viviendo fuera de Albacete nunca perdió el vínculo con sus raíces y pasaba los veranos con su mujer y sus hijas en Campoalbillo.



Hacia la salida de la aldea por el camino de Golosalvo. Agrupación lineal de casas. De frente el deposito del agua.



La casa de Bernardino y Dedi. Tuvieron cinco hijos. Era otra de las casas pudientes de Campoalbillo. A la izquierda cochera donde se guardaba el tractor.



La conocida como casa del escudo. En la segunda mitad del siglo XIX vivió en ella el matrimonio formado por Juan Piqueras y Clara Ibáñez. Tuvieron cuatro hijos, uno de los cuales, Juan de Dios fue el heredero. Se casó con Rosa Piqueras. Tuvieron dos hijos: Juan y Pedro.
Era una familia que tenía muchas tierras en Casas Ibáñez, Fuentealbilla, Golosalvo, Campoalbillo, Abengibre, Corral- Rubio, Jorquera y Montealegre del Castillo. Tenían aniagueros, pastor, guarda y dos muleros.
La casa era muy bonita y muy bien amueblada, tenía calesa, baño propio y bodega.



Foto cedida por José Luis Piqueras.

Clara Ibáñez, matriarca de la casa del escudo con sus cuatro hijos.



Es por la parte trasera de algunas viviendas donde se visualiza el desgarro que va produciendo en las piedras los años de abandono y olvido.



Era de trillar.



El pozo de arriba. Hasta que llegó el agua a las casas era aquí a donde venían a buscarlo.

Mases de La Cerulla (Huesca)

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Quintillá, Chiquet, Peripiqué, Gabarrella, Sarradet y Abaix eran las seis masias que componían el núcleo diseminado de La Cerulla.
Fueron mases que pertenecían al pueblo de L´Estall (en siglos anteriores conformaron un municipio unico llamado Estall i Lacerulla). En la actualidad pertenece al ayuntamiento de Viacamp.
Ubicado en las alturas de la parte más occidental de la sierra del Montsec de L´Estall, su altitud alcanzaba su punto más alto en el Mas de Quintillá con 1050 metros, quedando el centro neurálgico de la aldea, la ermita de San Antonio a 1025 metros.
Contaba con un número aproximado de cuarenta habitantes en las décadas anteriores a la guerra civil.
Como todo lugar aislado y disperso llevaban una economía puramente de subsistencia con unas condiciones de vida bastante duras.
Las nevadas hacían su aparición dos o tres veces durante el invierno quedándose varios días. Contaban con leña de roble, carrasca y enebro para calentar la lumbre de los hogares.
Solo el Mas de Quintillá gozó de luz eléctrica en la casa, las demás masías se alumbraron con los candiles de aceite y carburo hasta el fin de sus días.
Cultivaban trigo, cebada y también tenían viñas. Cada casa tenía prensa para elaborar su propio vino.
También cada una tenía su horno para hacer el pan. A moler el grano iban al molino de Tolva, los de las masías más bajas iban también al molino de Caserras del Castillo. Con el tiempo dejaron de hacer el pan en las casas e iban a comprarlo a Tolva.
La ganadería se repartía entre las ovejas y las cabras. En los últimos años ya solo dos casas poseían ganado: Quintillá y Chiquet. Venían carniceros de Benabarre a comprar los corderos.
Se mataba un cerdo o dos en cada casa según las necesidades. Los lechones se bajaban a Tolva para después ser llevados por un tratante a la feria de Binéfar para su venta.
Abundaba la caza de la perdiz y del conejo.

Barranc Els Pasos
Cami de Antenza
Cami de Mongay
Cami de Viacamp
Comú d´Allá
Comú d´Aquí
Cordel del Mas de Quintillá
Cruz del Mas
Gabarrella
Ginebral
La Roca del Mas de Burg
Lo Mas de Burg
Lo Paller del Mas de Abaix
Maiola
Solana de las Pletas

**Son algunos topónimos de lugares comunes de los Mases de La Cerulla que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Los niños en edad escolar acudían a la escuela de L´Estall.
El médico venía en contadas ocasiones desde Tolva a visitar al enfermo.
El cartero también llegaba desde Tolva a repartir la correspondencia aunque en muchas ocasiones los masoveros le evitaban el desplazamiento cuando acudían al pueblo a cualquier asunto, aprovechaban para subir la correspondencia que hubiera para La Cerulla.
Bajaban a hacer compras un día a la semana a Tolva.

El día grande de La Cerulla era el 13 de junio con la festividad en honor de San Antonio de Padua.
Día de muchísima afluencia de gente venida de todos los pueblos cercanos: de L´Estall, de Fet, de Tolva, de Mongay, de Ciscar, de Caladrones, de Antenza...
Era costumbre que los mozos de L´Estall ayudaran en los preparativos de la fiesta (los de La Cerulla correspondían luego en la fiesta del pueblo).
Se oficiaba misa por medio del cura de Tolva, otras veces venía de Caladrones. Al terminar se hacia el reparto de la caritat (pan bendecido).
A la hora de comer los forasteros lo hacían en alguno de los mases cercanos si tenían parentesco o afinidad y los que no degustaban una comida campestre en los alrededores de la ermita con lo que cada uno trajera. En las casas no faltaba el cordero, el pollo y el conejo así como los panadors y las cocas en lo que a dulces se refería.
Se hacía baile en la era de Peripiqué amenizado por música de acordeón. No faltaba a la cita un tendero de Tolva que ponía un tenderete y vendía golosinas, turrón y bebidas.

La emigración golpeó de lleno a toda la zona del Montsec de L´Estall dejando diversos pueblos vacíos y los Mases de La Cerulla no fueron ajeno a ello. Las difíciles condiciones de vida, la falta de servicios y las ganas de buscar una mejor calidad de vida fueron empujando a las gentes a buscar acomodo en pueblos grandes de la comarca donde la industria iba en aumento.
Así los de Quintillá se fueron a Tamarite de Litera, los de Chiquet a Alfarrás (Lleida), los de Peripiqué lo hicieron a Monzón, los de Sarradet a Binéfar y los de Abaix a Altorricón.
Para últimos de los 60 los mases de La Cerulla se quedaron completamente vacíos.

Informantes:
-Antiguo vecino de L´Estall.
-José María Colomina del Mas de Chanrrego (Caserras del Castillo).


Visita realizada en junio de 2022.

Punto y aparte. Mi amigo Pociello de Tamarite de Litera me hace la invitación de acudir a la romería de San Antonio en La Cerulla. Allá que me presento en esa mañana primaveral donde se va a reanudar la festividad de San Antonio después de los años de ausencia por la pandemia. Alrededor de sesenta personas se congregan allí, ha bajado el número de asistentes con relación a años anteriores según me comentan, algo lógico después de dos años sin celebrarse. Y mucho menos nada que ver con la gran afluencia de gente que acudía en los años 90. Pero es lo que toca. Alguna persona mayor pero la gran parte de los asistentes son ya segunda o tercera generación de los pueblos cercanos, oigo a algunos que vienen de Ciscar, de Caladrones... Todos se saludan, yo permanezco un poco en un segundo plano. Por allí está el incansable alcalde de Viacamp controlando todos los preparativos. Saludo a Ramón el último de Chiriveta que también ha hecho acto de presencia y con el que coincidí cuando todavía vivía en su pueblo. Pociello me va presentando a algunas personas, charla trivial. La misa va a empezar. La gente toma asiento en las sillas preparadas para el acto o se mantienen de pie a la sombra de alguna de las carrascas próximas. Terminado el acto religioso el mosén bendice los panes y se reparte entre los asistentes. Siguen las conversaciones entre los presentes y en la era cercana se esta preparando una hoguera para que la gente pueda asar sus viandas y dar cuenta de ellas en las mesas que hay repartidas estratégicamente. En buena armonía acaba la fiesta de San Antonio de La Cerulla 2022.
Dos días después aprovechando que estoy por la zona y que voy a hacer una nueva visita a L´Estall me paso nuevamente por las casas dispersas de La Cerulla para poder verlas y fotografiarlas con tranquilidad. El Mas de Quintillá el primero, buena vivienda con sus edificaciones auxiliares contorneando la casa. Con precaución se puede entrar al interior. Desde las inmediaciones de la casa las vistas son maravillosas, al norte y al sur. Para contemplar. Cuando paso junto a la balsa de agua del Mas de Chiquet me llama la atención que hay un zorro tumbado a la sombra. El animal advierte de mi presencia, se levanta y me sigue unos pasos por detrás con dificultad, como si fuera un perro. Algo insólito en estos animales. Ignoro su actitud, mi pensamiento es que estaba enfermo y tenía pocas fuerzas para moverse. Seguramente tenía hambre pero lamentablemente no llevaba ninguna vitualla para ofrecerle. A la sombra de una carrasca había buscado acomodo y allí se quedó cuando me fui. Me dirijo hasta la ermita, ya todo en calma y en silencio, todo bien recogido, ni una señal de que el día anterior hubiera habido una congregación de personas. Me acerco hasta el cercano mas de Peripiqué, buena fachada aunque ya no se puede acceder a su interior. Cojo el camino que me llevara hasta el Mas de Gabarrella previo paso junto al cementerio, pequeño pero bien cuidado. Después de andar alrededor de media hora y cuando ya me queda poco para llegar a la casa de Gabarrella una valla me impide el paso, me tengo que dar media vuelta y conformarme con verla en la lejanía. A las masías mas bajas desisto de ir porque están un poco retiradas y me han comentado que están ya en el suelo. Me queda por ver la fuente y el lavadero. En una suave bajada me planto ante estos recintos antaño llenos de agua, imprescindibles para la supervivencia y hoy día mustios y llenos de maleza.
La visita a La Cerulla toca a su fin. Me siento un poco en un banco junto a la ermita y contemplo y medito. Y es que tuvo que ser difícil la vida en estos lugares, una orografía complicada, un clima severo y lo que es peor: lejos de todo y cerca de nada. Me levanto de mi "butaca" campestre, paso junto a la balsa de Chiquet y el zorro ya no está allí. Lo busco con la mirada por los alrededores pero no lo veo. Sin embargo en la bajada hacia L´Estall si veo otro zorro que lleva un roedor en la boca al que acaba de cazar, cruza el camino por delante mío y se pierde entre la vegetación.



Llegando al Mas de Quintillá.




Mas de Quintillá por su lado sur. Era la masía mas fuerte de La Cerulla y la única que tuvo luz eléctrica. Contaba con una pequeña capilla en su interior.



Mas de Quintillá por su lado norte. Era de trillar, masaderia y corral de ganado.



Mas de Chiquet.




Corral de ganado del Mas de Chiquet.




La balsa de Chiquet. Se llenaba con agua de lluvía y se utilizaba para beber los animales.



La ermita de San Antonio de Padua, epicentro de La Cerulla.



Misa campestre junto a la ermita en la festividad de San Antonio 2022.



Mas de Peripiqué, cercano a la ermita.




Era de trillar y fachada lateral del Mas de Peripiqué. En esta explanada se celebraba el baile el día de la fiesta.



Cementerio.




La fuente y el lavadero.

La Estrella (Teruel)

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Situado en el hondón de una vaguada que forma el río Monleón se encuentra el pueblo de La Estrella, pedanía de Mosqueruela.
A 820 metros de altitud en la margen izquierda del río una cincuentena de casas en sus mejores tiempos dieron forma a esta recóndita población que llegó a estar habitada por algo más de doscientas personas.

"La Estrella tenía alrededor de unas sesenta masías dispersas en su término. Antiguamente todas estaban habitadas, hoy tan solo queda una con gente".
JUAN MARTÍN COLOMER.


Las casas se adaptan al desnivel del terreno formando un núcleo rectangular siendo la plaza y la calle Mayor sus principales arterías.

"Mis suegros contaban que cuando ellos se casaron en los años 30 tuvieron muchos problemas para encontrar casa en la que vivir". JUAN MARTÍN COLOMER.

No conocieron nunca la luz eléctrica ni el agua en las casas. Candiles de aceite y de petróleo y las teas fueron sus fuentes de iluminación. Para abastecerse de agua para consumo tenían una fuente a cinco minutos del pueblo.
Había un horno comunitario donde por turno rotatorio se iba elaborando el pan y las tortas.
Cogían leña de encina y de pino para calentar la lumbre de los hogares.
El terreno era áspero y poco productivo. Estaba sembrado principalmente de trigo, avena, patatas y judías.
Para moler el grano iban a los diversos molinos que había en el curso del río Monleón.
La oveja era el animal de referencia en la ganadería. Venían tratantes periódicamente de Villafranca y Vistabella a comprar los corderos.
El río les proporcionaba barbos con el que variar un poco la dieta alimenticia.
En el monte cazaban perdices y conejos.

"Tenía un perro que era muy bueno para todo, había noches que salía por los campos y volvía con un conejo en la boca. Si tenía hambre solo se comía la cabeza, las solía dejar cerca de la fuente. También practiqué la caza con el hurón".
JUAN MARTÍN COLOMER.


Aunque pertenecían a Mosqueruela su comunicación principal era con los pueblos castellonenses de Villafranca del Cid y Vistabella del Maestrazgo.

"A Mosqueruela no íbamos casi nunca. Solamente cuando había que pagar la contribución y poco más. Siempre nos desplazábamos a Villafranca que nos pillaba más cerca. A este pueblo teníamos dos horas de camino, lo mismo que a Vistabella, sin embargo a Mosqueruela tardábamos cinco horas".
JUAN MARTÍN COLOMER.


Por La Estrella aparecían vendedores ambulantes con caballerías vendiendo un poco de todo. Venían de Vistabella, de Villafranca y de Culla.

"En cierta ocasión siendo yo adolescente llegó un vendedor ambulante al pueblo y me preguntó que como me llamaba, cuando le dije que Sinforosa se echó a reír y me comentó que el se llamaba Sinforoso. Creía que me estaba gastando una broma puesto que no había conocido a nadie que se llamara igual que yo pero en masculino". SINFOROSA SANCHO.

Se desplazaban en buen número los sábados a Villafranca que era día de mercado. Compraban productos de primera necesidad que no había en el pueblo como el azúcar, arroz, sal... y llevaban a vender uvas y priscos (melocotones pequeños).
"La gente llevaba uvas a vender al mercado de Villafranca pero sobre todo priscos, se vendían muchísimos, así como huevos y pollos, se formaban reatas de gente con los machos de camino a Villafranca.
Al llegar a la plaza del mercado había un señor por allí que en tono despectivo siempre decía: lo que traen los de La Estrella en esas caballerías no ha de valer gran cosa, pero el caso es que todo lo que llevábamos se vendía".
SINFOROSA SANCHO.


El cura venía desde Mosqueruela para oficiar los actos religiosos. Don José María lo estuvo haciendo unos cuantos años.
Desde Vistabella venía el médico cuando se le requería. Había que llevar una caballería para que se pudiera desplazar a visitar al enfermo. En otras ocasiones hacía el trayecto andando.
José, el cartero de Mosqueruela venía con un macho a traer la correspondencia.

El primer domingo de mayo se realizaba la romería a la Virgen de la Estrella por parte de las gentes de Mosqueruela. Salían al mediodía y llegaban ya entrando la noche. Junto al peirón de entrada al pueblo esperaba la gente de La Estrella a los romeros y todos juntos recorrían los últimos metros hasta la plaza. Las gentes venidas de Mosqueruela se hospedaban en las dos casas habilitadas para ellos: la Casa Vieja y la Casa Nueva o bien en casas particulares si tenían familia. Era costumbre cenar judías. Al día siguiente se celebraba misa solemne y los cantos de los Gozos a la Virgen, tras lo cual los romeros volvían a Mosqueruela.
En noviembre para San Martín se hacía una nueva romería pero con menor afluencia de gente. Era considerada la fiesta propia de La Estrella y se realizaba como fiesta de acción de gracias por haber terminado la vendimia.

"Había un cura que no quería que se celebrara baile ninguno el día de la fiesta. Así que había que improvisar y echar unos cuantos bailes antes de que él llegara". SINFOROSA SANCHO.

Los sábados y domingos se hacía baile a nivel local en una de las dos tabernas que había en el pueblo. Venía mucha juventud de las masías. Se bailaba al son de guitarra y laúd.

Los años de la posguerra fueron dificiles en La Estrella. Al especial aislamiento del pueblo con caminos de caballería como unica manera de llegar, se unía la lejanía de todo y los conflictos armados que había en la sierra.
"En los años 40 y 50 estaba el tema de los maquis que se movían por esta zona y tenían ayuda en algunas casas y masías. Los guardias venían cada cierto tiempo a inspeccionar y a preguntar. Tenías que ir con mucho tacto para no meterte en problemas y no enfadar a unos o a otros". JUAN MARTÍN COLOMER.

Los años 50 y 60 fueron el comienzo del fin para La Estrella. La emigración estaba en su apogeo y cada vez se iban cerrando más casas. No había futuro en el pueblo con el aislamiento que tenían, el poco rendimiento que se le sacaba a la tierra y la falta de servicios básicos por lo que las gentes fueron buscando otras alternativas para iniciar una nueva vida. Así lugares como Burriana, Castellón, Zaragoza o Barcelona acogieron a gentes oriundas de La Estrella.
Cuando en los años 70 se fueron los últimos matrimonios que aguantaban en el pueblo: Ángel y Juana por un lado y Francisco y Dorotea por otro, La Estrella pasó a ser un lugar moribundo, agonizante pero no muerto del todo. Dos personas hicieron oídos sordos a los cantos de sirena que llegaban de otras partes y echaron el ancla en el pueblo. El matrimonio formado por Juan Martín y Sinforosa se convirtieron desde entonces en los guardianes de La Estrella. Ellos han mantenido la presencia humana de manera continuada y se han encargado de mantener, custodiar y preparar las dos casas destinadas a hospedería y la iglesia para la cita anual de la romería a la Virgen de La Estrella por parte de los romeros de Mosqueruela. Han vivido durante cuarenta años en soledad, de manera precaria pero en consonancia con lo que ellos han querido: vivir el resto de sus días en La Estrella dando la espalda al "progreso".

"En los últimos años tenemos placas solares para la iluminación, pero antes con los candiles nos apañábamos. No nos hace falta saber la hora que es, comemos cuando tenemos hambre y nos acostamos cuando es de noche. Para lavar al lavadero. No nos hace falta televisión ni nada. Un aparato de radio nos informa de las novedades que hay por el mundo y también nos enteramos de lo que acontece por lo que cuenta la gente que viene de fuera". SINFOROSA SANCHO.

"Yo por mi ya nos habíamos ido hace años pero ella no quiere, está más apegada a esto" JUAN MARTÍN COLOMER.

**En febrero de 2023 Juan Martín y Sinforosa han cerrado para siempre la puerta de su casa dejando La Estrella sumida en un manto de soledad y silencio**

Informantes: Juan Martín Colomer y Sinforosa Sancho, los últimos de La Estrella (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa).

Visitas realizadas en noviembre de 1996 y julio de 2019.

Punto y aparte.¿Cuántas personas habrían visitado La Estrella en estos últimos años si no es por el "interés" de ver a sus dos numantinos resistentes? Yo creo que muy pocos. No es fácil llegar hasta allí y si no hubiera el morbo de ver a dos octogenarios viviendo en completa soledad en un pueblo prácticamente "abandonado" las visitas a este pueblo serían contadas. Y aunque La Estrella es un pueblo hermosísimo todo hay que decirlo pero eso no despierta por si solo el interés de la mayoría de los que se han aventurado a llegar hasta este escondido lugar. Lamentablemente como está pasando en algún otro lugar de la geografía española las gentes no van a ver el pueblo en si, van a ver a los que allí viven porque los consideran un "rara avis".
A ello han contribuido mucho los medios de comunicación que en algunos casos buscando el lado sensacionalista han hecho que La Estrella haya sido un lugar de peregrinación todos estos años pero no de romeros, sino de "curiosos" de ciudad.
¿Qué se puede decir de La Estrella que no se haya contado ya? Prensa, radio, televisión, anuncios publicitarios, reportajes fotográficos de modelos, you tube, blogs, revistas de viajes... hasta un reportaje infame en el programa de Cuarto Milenio. Todos han aportado su granito de arena para que La Estrella sea el icono de la mal llamada España vaciada. No hay más que ver algún reportaje sonoro o escrito en medios de comunicación o internet para ver de manera sonrojante la poca sensibilidad de algunos reporteros con el pueblo de La Estrella y sus dos últimos habitantes. Pero Martín y Sinforosa han estado a la altura que les corresponde y con una paciencia infinita han tenido tiempo para todos y se han mostrado con total naturalidad. Entre todos los hemos exprimido hasta la saciedad buscando nuestra pieza de safari. A mi me queda el consuelo moral de que el reportaje lo habría hecho igual aunque no hubiera vivido este matrimonio allí y que además he esperado a que ellos se hayan marchado definitivamente del pueblo para dar publicidad al lugar aunque no se si es suficiente. Pero en fin...
En mi primera visita allá por 1996 ni siquiera sabía que La Estrella tenía vida porque no me encontré a nadie aquella mañana otoñal. Había alguna casa arreglada y si me llamó la atención ver gallinas correteando por la plaza por lo que supuse que alguien haría visitas periódicas a este pueblo. No sabía nada de que allí vivían dos personas todavía. Quizá el que fuera una mañana de sábado el día que yo visité La Estrella pudiera ser que sus dos moradores hubieran asistido al mercado de Villafranca y por eso no coincidí con ellos, por buscar alguna explicación a que el matrimonio no se encontrara allí aquel día. El caso es que mientras estuve por allí ni un alma se dejó ver por el pueblo.
Pero ya si en aquel año se me quedó en mi memoria este pueblo como uno de los deshabitados más bonitos de España.
Veintitrés años después vuelvo a La Estrella aprovechando unas vacaciones estivales en la costa castellonense. A diferencia de la primera vez ya si voy con conocimiento de quien vive allí y de lo que me voy a encontrar. El pueblo está prácticamente igual, no ha cambiado nada su fisonomía ni sus edificaciones. Recorro la hermosísima calle Mayor con sugerentes rincones y fachadas, unas arregladas y otras no pero mantenidas en buen estado. Paso junto a la plaza, allí veo un land- rover junto a una morera que preside la plaza y lo que más me llama la atención: una multitud de gatos dormitando o deambulando por las cercanías de una de las casas grandes. No hay rastro de personas, todo cerrado, aunque he visto un coche aparcado junto a una calle. Me dirijo hacia el río, a la fuente y al lavadero y es allí cuando contemplo presencia humana. Reconozco a Martín y Sinforosa que están cogiendo agua de la fuente, junto a ellos está un matrimonio que ha venido a pasar el día en la casa familiar que han recuperado. Estas dos personas se van enseguida para su casa después de una conversación fugaz y me quedo con Martín y Sinforosa. Una bondad infinita se refleja en la cara de ambos. Les manifiesto mi interés por la visita a La Estrella y el saber un poco más sobre como era la vida en el pasado. Nos encaminamos al pueblo, Martín lleva una garrafa en la mano, Sinforosa me invita a ver el interior del templo, para lo cual ha cogido previamente la llave. Muy bonito y muy cuidado. En ese momento entra un grupo de jovenes que han llegado en un todo terreno al ver la puerta abierta y se ponen a contemplar lo mucho que hay por ver, haciendo algunos comentarios poco graciosos y fuera de lugar. Salimos ya todos al exterior, Sinforosa echa la llave y nos lleva a un lateral de la iglesia donde hay una pintada alusiva a una desgracia ocurrida en La Estrella en el siglo XIX.
Los jovenes ya no quieren seguir recibiendo las recomendaciones de Sinforosa y se van a ver el pueblo por su cuenta. Sinforosa me invita a pasar al interior de la hospedería donde ellos viven y me enseña las diferentes estancias de la casa: el comedor, los aposentos donde pernoctan los romeros, la habitación que hizo las veces de escuela, el horno... Bajamos a la planta baja, nos disponemos a salir a la calle y allí Sinforosa tiene que mantener a raya a algunos gatos que tratan de colarse al interior de la casa. Consigue que todos salgan fuera y nos sentamos en el poyo donde ya está Martín. Hablamos un poco de todo. Estoy compartiendo momentos con dos personas que van a pasar a la historia, la particular de La Estrella por haber sido sus últimos habitantes y a la general por haberse convertido en emblema de la despoblación. Serán recordados durante mucho tiempo sin ellos haberlo pretendido ni buscado. Pero entre todos lamentablemente los hemos hecho "famosos". La noche ya está encima y la conversación toca a su fin. Ellos ya tienen que cenar (aunque no hacen ninguna alusión a ello ni ninguna indirecta y esperan pacientemente a que yo de por terminada mi visita). Además tengo que aprovechar para hacer las últimas fotografías antes de que la oscuridad de la noche haga acto de presencia. Me despido de ellos muy agradecido, no pierden la sonrisa en la cara en ningún momento. Se meten para dentro de la casa y yo me dispongo a recorrer de manera rápida algunos rincones que me faltaban por ver. Aún así no logro evitar que la noche se presente. Hago algunas fotografías nocturnas. Me encamino al coche y una vez montado en él voy alejándome cada vez más. La oscuridad es total, no hay iluminación exterior en las calles del pueblo. Todo está en penumbra. Según voy cogiendo altura por la pista me parece mentira contemplando la oscuridad de la noche que ahí abajo en la hondonada hay un pueblo y donde dos personas estarán haciendo una cena frugal antes de dar por terminado un día más. Un día rutinario para ellos y un día especial para mí.


La Estrella en 1996.




Llegando a La Estrella.




Tejados y fachadas traseras de algunas casas. La cupula del santuario hecha de teja azul sobresaliendo por encima.



Llegando a La Estrella por el camino de Mosqueruela. Cruz de término. Se ha sustituido la cruz metálica por la original que era de piedra, destruida durante la guerra civil.



Cauce seco del río Monleón y casas de La Estrella. El río hace de divisoria entre las provincias de Teruel y Castellón.



Iglesia de la Virgen de La Estrella.




Vista de la plaza desde la puerta de la iglesia. En el centro una morera junto al land- rover. De frente y a la derecha las dos hospederías propiedad de la iglesia.



La Casa Vieja. Una de las dos hospederías donde se han alojado siempre los romeros de Mosqueruela cuando han venido a la romería de la Virgen de La Estrella. En su interior estaba la escuela de niñas. Doña Paula, natural de Valencia estuvo impartiendo enseñanza durante varios años. Alrededor de una treintena de niñas asistían a clase en los años 40. Es la vivienda donde residen Juan Martín y Sinforosa. Los gatos haciendo la espera.
"Yo apenas fui a la escuela y eso que la tenía en casa. Con diez años tenía que ir de pastora con las ovejas, lo poco que aprendí a leer fue por los libros que había en casa". SINFOROSA SANCHO.



La Casa Nueva. La otra hospedería que había para albergar a los romeros. Durante años funcionó como escuela de niños. Don Ignacio procedente de Andalucía estuvo impartiendo enseñanza durante varios años. Unos treinta niños asistían a clase en los años 40.



Calle de La Estrella y fachada trasera de la Casa Nueva.



La preciosa calle Mayor.




Calle Mayor en su tramo final.




Calle Mayor vista a la inversa.




La casa del cura.




Bonito rincón urbano.




Aspecto urbano. Calle en cuesta. La casa con los azulejos blancos y azules era una de las dos tabernas que había en el pueblo. La regentaba el matrimonio formado por Mariano y Dorotea.



Calleja. Aquí estaba la otra taberna que había en La Estrella. La llevaban Rufino y Benedicta. Animados bailes se celebraban en su interior los domingos.



Viviendas en la parte alta del pueblo.




Viviendas en la parte alta del pueblo.




Vivienda.




Horno de pan comunitario.




La fuente y el lavadero.




Eras de trillar y pajares.




Pintada alusiva a un terrible suceso acontecido en el siglo XIX en La Estrella. En una noche de lluvias torrenciales dos torrentes secos que bajaban de la montaña y que confluían en el pueblo se desbordaron de agua arrastrando todo lo que encontraban a su paso con el catastrófico resultado mencionado.

Otín (Huesca)

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En pleno corazón de la sierra de Guara y cercano al barranco del Mascún se encuentra este despoblado de Otín.
Once casas dieron forma a esta población dividida en dos barrios, el de abajo en llano (1025 metros) y el de arriba sobre un tozal (1070 metros), distante uno de otro alrededor de cuatrocientos metros.
En los años cuarenta alcanzó su mayor densidad poblacional superando el centenar de habitantes, en la década de los cincuenta se habían reducido a la mitad entrando en los años sesenta con una población que agonizaba y no superaba la veintena de personas.
Los candiles de aceite y de carburo fueron sus fuentes de iluminación al no llegar nunca la luz eléctrica al pueblo.
Para consumo de agua tenían la fuente a cinco minutos de las casas.

En las fincas de cultivo se sembraba trigo, ordio, alfalfa, pipirigallo y patatas entre otros productos.
Se desplazaban al molino de Letosa para moler el grano.
Una aventadora traída desmontada desde Rodellar para facilitar la tarea de separar el grano de la paja se puede decir que fue casi el único signo de modernidad que llegó a Otín.
Las ovejas y las cabras se repartían el volumen ganadero.
Era costumbre matar uno o dos cerdos al año en cada casa.
Los aficionados a la caza tenían un buen reclamo con los conejos, las perdices o las tordas.

Barranco Cerolles
Barranco de Los Huertos
Barranco Losamora
Barranco Raisin
Buralón
Camino a Letosa
Campo Fuente
Campos de Chuán
Cerro de Otín
Codeta
Colladas del Aire
Concella
Coronas
Costeras
Cuca Bellostas
Cueva de Andrebod
D´As Gleras
El Cajigar
La Ciudadela
La Costera
La Solana
Moliñón
Naponal
Pedregón
Puntón de Andrebod
Puyal
Río Mara
Verchels

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Otín que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Hubo cura residente en Otín antes de la guerra, y ya en los años posteriores venía desde Rodellar a oficiar los actos religiosos (en los años 50 se realizó la última ceremonia de boda).
El médico se desplazaba desde Bierge a visitar al enfermo aunque dada la lejanía de este pueblo se recurría a las buenas artes y los conocimientos del practicante de Rodellar.
También de Rodellar venía el cartero a repartir la correspondencia.
En Otín había herrería y herrero pero al fallecer este era el de Letosa el que venía a realizar cualquier apaño de forja o herraje. En los últimos años fue el herrero de Bara el que realizó tal cometido en visitas muy esporádicas.

La fiesta grande de Otín era el 24 de agosto para San Bartolomé. Tenía una duración de tres días. Se hacía ronda por las casas con los músicos donde se obsequiaba a la comitiva con tortas, pastas y porrón. En la comida era costumbre sacrificar un cordero en cada casa o un pollo para dar de comer a todos los invitados. Al ser en fecha veraniega acudía buen número de gente a participar de las fiestas y así venía la juventud de Letosa, Bara, Nasarre, San Póliz, Bagüeste y de las pardinas Ballabriga, Vellanuga y Albás. El baile se hacia por la tarde en el interior de la escuela amenizado por los músicos de Adahuesca: la orquesta Nasarre y su ritmo, músicos que eran muy solicitados en numerosos pueblos de la provincia en los años 50 para tocar en las fiestas. Los mayores aprovechaban estos días para echar buenas partidas de julepe.
La fiesta pequeña era para San José el 19 de marzo. Duraba dos días.
En junio asistían a la romería al santuario de San Úrbez en término municipal de Nocito donde se le hacían rogativas al santo para que trajera la lluvia en época de sequias.

A Rodellar se desplazaban cuando lo necesitaban para hacer compras. Allí se abastecían de productos de primera necesidad que no había en el pueblo, también desde el mismo pueblo de Rodellar y desde Bierge subían vendedores ambulantes con caballerías ofreciendo pan, vino, arroz, azúcar o cosas de paños e hilos.
En febrero asistían a la feria de la Candelera en Barbastro, fecha en que se juntaba allí las gentes de todo el Somontano, donde se acostumbraba a vender cerdos, pollos y gallinas y de paso se compraban otros productos de los que carecían como ropa, calzado o diversos utensilios.

En un pueblo tan aislado, donde nunca llegó una pista transitable para vehículos, donde no apareció nunca la luz eléctrica y donde todo quedaba muy retirado como era el caso del medico entre otros asuntos,  la emigración tenía que aparecer por fuerza. A últimos de los cincuenta y la década de los sesenta el éxodo ya fue imparable. Barbastro y Barcelona entre otros lugares acogieron a buena parte de las gentes de Otín que quisieron buscar una vida más confortable. Félix Mairal de Casa O Lujo fue el último de Otín. Se marchó en 1972 debido a su delicado estado de salud. Cuatro años antes se habían marchado los hermanos Bellosta, Ignacio y Cosme. En los años 80 y 90 hubo un grupo de neo rurales viviendo en el pueblo.

Visitas realizadas en junio de 1996 y junio de 2021.

Fuente de información:
-Articulo: Otín, en el corazón de la sierra de Guara, de Alberto Gracia Trell (basado en conversaciones del autor con Juan José Santolaria de Casa Cabalero). Revista Ronda Somontano.
Alberto: ¡¡Mil gracias!!


Punto y aparte. Otín, el pueblo que va a morir. Este es el primer recuerdo que tengo yo de Otín y diría que en general de todo lo relacionado con la despoblación. Este titular tan trágico formaba parte de un boletín- revista que se publicaba en los años 60 dedicado a promocionar el arte y la cultura de Aragón. Yo era un niño cuando lo leí y a pesar de mi corta edad quedé impresionado por su lectura y sobre todo por su título. Mi mente infantil no entendía como un pueblo se podia morir. Ignoro como cayó en mis manos (no sé si venía en alguna revista de las que compraba mi madre o en algún suplemento, o pudiera ser que lo tuviera algún familiar de mis padres en su casa, me resulta chocante que una publicación de ámbito local hecha en Aragón la pudiera leer yo en aquellos años en Madrid). Este nombre de cuatro letras se quedó para siempre en un rincón de mi mente. Con el paso de los años se había difuminado en mis recuerdos la lectura de ese articulo, no así el nombre del pueblo. Y tuvo que ser la llegada de internet el que me refrescara mi "disco duro" en la cabeza cuando este extraordinario texto salió a las redes sociales. Ya recordaba yo porque tenía el nombre de Otín grabado en mi memoria. Un excursionista y escritor francés había visitado este pueblo en 1968 y ya vio lo que estaba por venir, el pueblo tenía en aquel entonces solo tres habitantes y era cuestión de tiempo que Otín "se iba a morir" y así lo escribió en ese reportaje.
El segundo vinculo surrealista con Otín fue en el año 1996 cuando estaba yo explorando y conociendo despoblados por todo el Sobrarbe cuando un día fui a conocer Otín, previo paso por Bagüeste y Letosa. Caminata desde Las Bellostas, almuerzo de las vituallas que llevaba en Letosa y cuando llegué a Otín sobre las tres y media de la tarde al adentrarme en el corazón del pueblo me encuentro con un bar en un pueblo supuestamente abandonado en el confín del mundo, el bar Manolo. Desconocía totalmente la existencia de ese establecimiento allí que servía como descanso y comida para los excursionistas que en aquellos años hacían barranquismo en el Mascún, en su mayoría franceses. Aunque ya había comido un bocadillo unas horas antes en Letosa entré a dicho bar porque me picaba la curiosidad. Dos o tres mesas estaban ocupadas por excursionistas y yo me senté en una junto a la puerta donde di buena cuenta de un pincho de tortilla y dos cervezas que me supieron a gloria. La persona que lo regentaba (Manolo) simplemente me preguntó que si iba a hacer barranquismo y le dije que no, que estaba conociendo los pueblos de la zona. No volví a conversar más con él. Se sentó con las gentes de una de las mesas y yo di buena cuenta de lo que había pedido. Las conversaciones que se escuchaban eran en francés por lo que no me pude enterar de gran cosa. Salí de allí una vez consumida la bebida y la comida y me dispuse a visitar el pueblo. Las casas todavía estaban en relativo buen estado y se veía la presencia de neo rurales en alguna casa y borda. Dos fotos de carrete que hice y que luego las perdí fue el recuerdo que me lleve de esta primera visita a Otín, aparte de la extravagancia de ver un bar en un sitio tan apartado de todo.
Es en este año de 2021 cuando hago mi segunda visita a Otín. Esta vez el acceso lo hago desde Bara donde he dejado el coche. Subo por el empinado sendero que me llevara hasta el pueblo de Nasarre (este si era la primera vez que lo conocía a diferencia de Otín que lo había visitado veinte años antes). En Nasarre fue donde hice mi frugal avituallamiento de comida y bebida pero ya vi que algo no iba bien. Estaba bebiendo mucha agua, más de lo normal. El cuerpo me lo pedía. A este paso me iba a quedar pronto sin nada porque me quedaba todavía la bajada hasta Otín y la posterior vuelta a Bara previo paso por Nasarre nuevamente. El camino de Nasarre a Otín al ser bajada lo hice sin mucho contratiempo. Poco antes de llegar al pueblo me crucé con una pareja de senderistas franceses con dos perros. Llego a Otín y me siento en una piedra a la sombra. No voy bien. Me queda poca agua y la termino de consumir porque así me lo pide mi organismo. Pasan dos cicloturistas por el camino, llevan mochilas bien cargadas a la espalda, nos saludamos, me preguntan por el camino para ir a conocer el dolmen de Losa Mora, lo desconozco así que no les puedo ser de mucha ayuda. Continúan su camino y yo me dispongo a transitar por el pueblo. Que dicho sea de paso ya esta muy deteriorado, muchas edificaciones caídas y abundante vegetación en ciertas partes del pueblo. Me sitúo enfrente de lo que fue el bar Manolo, rememoro aquel día veinticinco años antes en que entré en su interior. Ahora ya es imposible. El edificio anteriormente fue la escuela del pueblo. Un buen "mordisco" en su planta de arriba no vaticina un futuro muy halagüeño para esta edificación. Haciendo hilera hay dos casas que si presentan un mejor estado exterior pero no se puede entrar a ellas. Salgo hasta el camino que viene de Las Bellostas y lleva a Rodellar. Veo la fuente, me encamino hasta la ermita. La huella de los que vivieron después en Otín esta bien presente en el interior del templo. Todo lo que trajeron no se lo llevaron y a día de hoy su uso en tiempos pasados como albergue está todavía bien presente. Sigo sin ir bien pero hago esfuerzo por ver todo lo que puedo de Otín. Subo hasta un grupo de bordas con sus eras correspondientes. Preciosas tanto unas como otras. Bajo hasta el corazón del pueblo, nuevamente frente a lo que fue el bar Manolo y la calle principal de Otín. Oigo algarabía de un grupo de personas hablando a buena voz unos metros más adelante, justo en el camino de Las Bellostas, pero no vienen hacia donde estoy yo. Me adentro por otras callejuelas hasta donde la vegetación me lo permite. El barrio bajero ya está practicamente visto. Me queda por ver la iglesia y el barrio alto. Cojo el camino de Nasarre y cuando llego a su altura me adentro entre matorral bajo y llego hasta el templo. Un "ejercito" de cabras lo tienen como "cuartel general", entran y salen, mucha vegetación también y no es fácil acercarse. Me dirijo a las casas cercanas. Una llama mi atención porque tuvo que ser de buena presencia y envergadura aún cuando ya ha perdido casi todo el tejado. Más cabras pastorean tranquilamente por las cercanías de la casa. Veo alguna borda cercana y me dispongo a dar por concluida mi visita a Otín. Me espera una dura caminata primero en subida hasta Nasarre y luego en bajada hasta Bara. Me ha quedado una parte de Otín pegada al camino de Rodellar que no he visto ni tampoco he podido ver el pueblo como a mi me gusta, con calma y saboreando despacio todas sus calles y rincones pero siento que las fuerzas no me acompañan. Después de superar la pardina Bellanuga y poco antes de llegar a Nasarre es cuando empiezo a ver que no puedo coordinar bien mis pasos. Llego con muchas penurias hasta Nasarre y aquí me tumbo en un prado a la sombra a descansar un rato. Pasado un tiempo me dispongo a realizar el trayecto que me queda de bajada hasta Bara. Es alrededor de una hora, pero aún así tendré que hacer un par de paradas intermedias. No voy bien, voy deshidratado. Un fenómeno que ya me pasó una vez veintitantos años atrás también en la provincia de Huesca, subiendo al pueblo de Cajol en La Solana. En aquella mañana pese a que llevaba una botella de agua grande, me la había bebido en apenas dos horas y seguía teniendo sed y eso que era de buena mañana cuando empecé a andar y el calor todavia no apretaba pero por alguna razón me estaba deshidratando. Hice una caminata bastante penosa pero me salvó la fuente de Cajol, pese a estar el pueblo deshabitado de su fuente todavía manaba un buen chorro de agua. Fue mi salvación porque en aquella ocasión la caminata también era bien larga. En este caso no he tenido la suerte de poder saciar mi sed en ningún sitio así que me toca ir bajando penosamente hasta Bara donde una vez que llegue me tirare de cabeza a una fuente que veo a la entrada del pueblo donde me repongo de la falta del preciado liquido. Me tiro un par de minutos bebiendo agua y ya sin más contratiempos llego hasta donde tengo el coche.
Y con todo esto Otín figura como uno de los lugares con el que más vinculo tengo y tendré a la hora de tirar del hilo de mis recuerdos, pero también lo será porque me siento totalmente enamorado del nombre de este pueblo. Nunca cuatro letras dieron forma a un nombre tan sonoro. ¡¡OTÍN!! que bien me suena cada vez que lo pronuncio, lo leo o lo escucho. Me fascina este nombre para un despoblado.




Llegando a Otín.




Foto cedida por Alberto Gracia.

La iglesia parroquial de San Juan Bautista.




Casa Cosme Bellosta. Fue la penúltima que se cerró en Otín. Era una de las casas más fuertes del pueblo.



Vista parcial del barrio bajo de Otín.




Calle de Otín.




La escuela de Otín. Venían a ella también los niños de Nasarre, Letosa, San Póliz y las pardinas de Ballabriga y Vellanuga. Se edificó en los primeros años 20 y se cerró a últimos de los 50. En la planta de arriba estaba la casa de la maestra.
En los años 80 y 90 un empresario catalán instaló aquí el mítico bar Manolo, parada de los numerosas personas que en aquellos años hacian barranquismo en el Mascún.



Calle de Otín.




Casa Cabalero.




Casa O Piquero. A continuación la escuela.




Inscripción en el dintel de Casa O Piquero.




Casa Fumanal.




Fachadas esquineras.




Ermita de la Virgen del Barranco.




La fuente de Otín.




Era de trillar y borda.




Borda.

Albaredos (León)

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En el Bierzo más recóndito y olvidado se encuentra el pueblo de Albaredos. Situado a 1200 metros de altitud, se ubica al abrigo de un monte en la sierra de Chao do Cereixo.
Alrededor de noventa habitantes repartidos en una quincena de casas componían esta población dependiente del ayuntamiento de Barjas. Muestra una disposición urbanística de forma alargada situándose todas las edificaciones en el lado izquierdo del camino.
El asfalto llegó en el año 2008, lo que facilitó el acceso al pueblo. Sustituyó a la pista de tierra que se hizo en los años 80.
Contaron con luz eléctrica desde el año 1985 por medio de una linea proveniente de la subestación de Villafranca.
Hasta entonces los candiles de petróleo habían sido su fuente de iluminación.

"Una vez compré dos lámparas de camping gas en Pedrafita do Cebreiro y fue una revolución en el pueblo. Acostumbrados a los candiles aquello era algo muy novedoso". OCTAVIO BLANCO.

Unos años antes, concretamente en 1974 había llegado el agua a las casas. Hasta entonces las mujeres iban a lavar la ropa a la Fonte Grande, a cinco minutos del pueblo.
Los inviernos eran muy severos por estas tierras. Se llegaba a acumular hasta dos metros de nieve, tal era la magnitud de las nevadas que caían por esta zona berciana, dos o tres meses sin parar.
Contaban con abundante leña de roble y abedul para calentar la lumbre de los hogares y así poder combatir el rigor invernal.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de centeno. Se obtenían dos cosechas al año: en septiembre y en primavera. También se sembraba trigo en menor medida y además no faltaban las patatas, los garbanzos o las habas entre otros productos. En el apartado de árboles frutales los cerezos se llevaban la palma, en menor cantidad había perales y manzanos.

"Algún año subían unos de Oencia a comprarnos patatas. Pero por lo general era siempre para consumo de casa". OCTAVIO BLANCO.

Había molino en Albaredos para moler el grano. Tres casas tenían horno para hacer el pan (Aira, Gancedo y Tiu Cosme). Posteriormente se construyó un horno comunal.
La vaca era el animal sobre el que se sustentaba la ganadería.

"Resulta una paradoja pero yo vine a probar la carne de ternera siendo ya mozo cuando salí del pueblo. En casa no la podíamos comer porque los terneros se criaban para la venta. Teníamos ocho vacas en casa". OCTAVIO BLANCO.

Tratantes de Oencia, de Villasinde o As Gralleiras (Ourense) solían venir a comprar los terneros. También se llevaban a las ferias de ganado de Ferramulín (primer domingo de mes), Seoane (segundo domingo de mes), Pedrafita (días cinco y veintiuno de cada mes) o Vega de Valcarce (días seis y veintidós de cada mes).
En los últimos años se iba a la feria de Quiroga (los días nueve y veinticuatro de cada mes). Había gente que no llevaba ganado a vender, iba por pasar el día y estar al corriente de lo que acontecía a nivel comarcal. Para ello tenían que bajar andando hasta el pueblo lucense de Ferramulín para coger el coche de línea. No faltaba en cada casa el caballo, animal primordial para realizar largos desplazamientos puesto que Albaredos estaba lejos de todo. A Barjas, su cabecera municipal tenían dos horas, tres a Vega de Valcarce, las comunicaciones por el lado de Lugo aún se encontraban más lejos: tres horas tardaban a Seoane y cuatro a Pedrafita do Cebreiro.
En cada casa era costumbre matar tres o cuatro cerdos al año.

"En mi casa algún año llegamos a sacrificar seis cerdos y dos pequeños". OCTAVIO BLANCO.

Para los aficionados a la caza no faltaba la perdiz, la codorniz o el corzo. No abundaba tanto la liebre.
En el río que pasaba por debajo del pueblo se pescaban truchas.

A Barreira
A Cogoluda
A Escandada
A Pireira
Arriba las Casas
Bajo las Casas
Chao do Abidul
El Fidalgo
El Rigueiral
La Fervencia
La Fonte Grande
La Vaqueria
Los Costellos
Los Ortiños
O Bala Grande
O Val
Prado Novo
Río Tamerin
Tardelin

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Albaredos que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Normalmente se aprovechaba los días de feria en Vega de Valcarce, en Seoane o en Piedrafita para abastecerse de determinados productos alimenticios.
José Souto, comerciante de Barjas llegaba un día a la semana hasta Albaredos con una furgoneta vendiendo un poco de todo.
De Villasinde venía otro vendedor con una furgoneta y también desde Visuña (Lugo) lo hacía otro ofreciendo su mercancía.

"Un amigo de Veiga de Brañas y yo íbamos con un land- rover hasta Ponferrada, allí lo llenábamos hasta arriba, comprábamos de todo tipo de cosas y luego lo vendíamos en Albaredos y en otros pueblos, sobre todo en Visuña, allí vendíamos mucho". OCTAVIO BLANCO.

Para comprar vino se desplazaban a pueblos como Oencia u Hornija. Aunque también llegaba hasta Albaredos un bodeguero en un tractor desde Fuente Formosa que traía vino, cerveza y otros tipos de bebidas.

El médico residía en Barjas. Antaño si la enfermedad de alguna persona era muy grave y requería de su atención había que bajar a buscarle llevando una caballería para que pudiera desplazarse a visitar al enfermo. Luego ya con la apertura de pistas hacía el desplazamiento en vehículo.
Antonio, el cartero residía en Albaredos, bajaba a caballo a por la correspondencia a Barjas y la repartía en Quintela, Barrosas, Albaredos y Cruces. Años más tarde el servicio de cartería lo realizaba el matrimonio formado por José y Remedios. Residían en Barjas y subían primeramente a caballo y luego en coche a repartir la correspondencia a los citados pueblos.

Las fiestas de Albaredos eran el 27 de septiembre en honor a San Cosme. Duraban dos días.
Se hacía una alborada el primer día con los músicos tocando casa por casa. En cada una se ofrecía a la comitiva un poco de coñac o aguardiente acompañado de roscón y galletas. Dicha alborada continuaba hasta la aldea de Cruces y allí se hacía un poco de baile antes de volver a Albaredos.
Se oficiaba la misa con el cura que había venido desde Barjas. Para la comida con la que agasajar a familiares y allegados no faltaban los garbanzos, el pollo, el lacón y otras carnes del cerdo. En los postres se elaboraban los roscos, las tortas o los brazos de gitano.
El baile se hacía en la calle, junto a la escuela. En años de bonanza venían los afamados músicos de Paderne (Os Padernes) desde la provincia de Lugo. En otras ocasiones eran los músicos de Romeor los que amenizaban el baile y también algún año venían los de Busmayor con acordeón, gaita y batería.
Venía la juventud de Barrosas, Quintela, Busmayor, Visuña, Hórreos, Ferramulín, Villarrubín... a participar de las fiestas de San Cosme. Nadie se quedaba sin comer. A todos se les buscaba acomodo en alguna casa.

"A últimos de junio me tiraba toda la semana de fiesta en fiesta. Primero a la de Barrosas el 24 de junio, posterioremente a Villarrubín a las fiestas de San Pelayo el 26 y 27 de junio y terminaba en Hórreos con las fiestas de San Pedro el 29 de junio". OCTAVIO BLANCO.

Siempre hubo cantina en alguna casa del pueblo. Primero estuvo en la casa de Amadeo, después en la de Francisco y a lo último fue en la de Higinio. Allí se echaban unos tragos de vino o de cerveza y se jugaba a la brisca y al tute. En años anteriores se hacía baile a nivel local en el interior de alguna de estas cantinas con músicos del mismo Albaredos con gaita, bombo y tambor (Amadeo, Manuel y Ángel). Venía la gente joven de todos los pueblos del contorno.

"Yo ya no conocí estos bailes con músicos, en mis tiempos ya era con música de tocadiscos". OCTAVIO BLANCO.

Los domingos era costumbre echar buenas partidas de bolos entre la gente joven, primero se hacía en una pequeña explanada llamada O Redondín y luego más tarde se hacía por encima del horno comunal, junto al camino.

La vida era muy dura en Albaredos, pero se vivía de manera apacible y en mucha armonía entre sus gentes, pero la suerte estaba echada y la emigración fue sacando a las gentes del pueblo en busca de mejores comodidades y salir de ese territorio tan abrupto donde estaban muy lejos de todo.
La gente se marchó a Cuatrovientos (barrio de Ponferrada), a Camponaraya y otros pueblos de la comarca.

"Mis padres se bajaron a Cuatrovientos porque ya los hijos nos habíamos marchado y no era plan de que se quedaran ellos allí solos. Posteriormente subíamos con bastante frecuencia a Albaredos puesto que seguíamos manteniendo la casa y pasábamos allí algún día, mi padre siempre fue el más remiso a subir, no le apetecía mucho pero acababa subiendo con el resto de la familia a pasar el día". OCTAVIO BLANCO.

Teresa López fue la última de Albaredos. Después de estar viviendo alrededor de cinco años en soledad cerró la puerta de su casa en 2012 y se fue a Ponferrada con una hija.

Visita realizada en abril de 2023.

Informante: Octavio Blanco, antiguo vecino de Albaredos (Conversación personal mantenida por via telefónica).

Punto y aparte. La carretera que sube hasta Albaredos es una constante invitación a parar el coche, darte la media vuelta y olvidarte de conocer esta preciosa y desconocida zona del oeste del Bierzo. La carretera es estrecha, con multitud de curvas, con precipicios de vértigo pero el pésimo estado del asfalto es un calvario para el vehículo y una tortura psicológica para el conductor. Los diez kilómetros desde Vegas do Seo hasta Albaredos son un ejemplo de un trabajo mal hecho, de importar poco (más bien nada) a las administraciones el devenir diario de un precioso territorio de alta montaña. Lo siguen llamando la España vaciada cuando su nombre correcto debería ser la España olvidada y dejada. En fin...
Tenía muchas ganas de conocer esta zona limítrofe entre León y Lugo. Albaredos, Barrosas, Cruces, Hórreos, los tenía apuntados en mi agenda desde hace años y al fin pudo ser. Todo el camino iba expectante por lo que me iba a encontrar puesto que ni en internet ni en libros apenas sale reflejado mayor cosa sobre esta población de bonito nombre. Pocos kilómetros antes de llegar ya se divisa el pueblo en una elevación del terreno. Lo primero en aparecer es su fuente, bonita y cuidada.
Pese a la altura en que se encuentra el pueblo y la época del año (abril) la temperatura es muy suave, no hace aire, alguna nube se deja ver tímidamente pero no parece que vaya a soltar agua.
Al contemplarlas edificaciones enseguida veo alternancia de viviendas en buen estado con otras en estado ruinoso. Tejados de nuevo diseño, verjas delimitadoras y algunos otros detalles muestran que Albaredos no está apagado del todo. Decido ir primero a ver la solitaria aldea de Cruces situada un kilómetro más arriba de Albaredos. Hay que ir andando, el asfalto acaba aquí. Así que paso de largo por el pueblo y solo voy viendo lo que me aparece junto al camino pero sin detenerme. Después de visitar Cruces y contemplar el vasto territorio que desde allí se divisa tengo una bonita panorámica de Albaredos en un plano inferior. El contraste del negro de las edificaciones con el verde del terreno le da un aire mágico, de cuento al lugar. Deshago el camino y enseguida estoy en el vial principal de Albaredos. Ya si voy observando las edificaciones con más detenimiento. El silencio es total, nada rompe ni altera la tranquilidad que allí se siente. Inconfundible la arquitectura tradicional del lugar. Diseñadas las viviendas para dar cobijo en la planta baja a los animales y arriba las personas. Contemplo y disfruto. Están todas alineadas a un lado del camino. Llego hasta su capilla con su tejado remodelado. Por uno de los ventanucos se puede ver el interior. Continuo bajando la calle, unas iniciales aparecen en la fachada de una casa. Llego hasta el final del pueblo donde baja una calle hacia un grupo de casas, veo que alguna esta arreglada ¡¡lo que disfrutaran por estos lares las gentes que vengan a pasar unos días aquí en verano!! Tranquilidad, soledad, relajación, todo esto lo tendrán en Albaredos. Pocas cosas enturbiaran su serena placidez. Quiero ver la parte baja del pueblo pero por este lado no puedo hacerlo, una verja impide el paso. Doy un rodeo hasta que encuentro una manera de pasar al otro lado de las casas. Me sorprende la vivienda situada más abajo de todas por su volumen y buena fachada, se ve que tuvo que ser de las fuertes. Contemplo una preciosa era empedrada. Vuelvo a subir para arriba, cruzo el camino y empiezo a subir y ganar altura, quiero ver Albaredos desde esta perspectiva. Se ven los tejados y la forma alargada del pueblo adaptándose al espacio disponible. Un lugar precioso para los que ahora lo vemos pero creo que bastante duro para los que le tocó vivir aquí en sus tiempos. Como veo que va siendo hora de comer me dispongo a dar cuenta de mis vituallas en un prado por encima de las casas. Cuando llevo un rato degustando un apetitoso bocadillo de queso observo que llega un coche todo- terreno con varios ocupantes en su interior. Ellos no me ven. Creo que van a entrar a Albaredos, pienso que serán propietarios de alguna de las casas pero me equivoco, siguen camino para arriba con idea de salir para Visuña o algún otro lugar ya de territorio gallego. Cuando ya doy por finalizada mi comida vuelvo a coger la calle principal del pueblo para ver algún detalle que se me haya podido pasar de la primera vez pero ya poco queda por ver. La visita toca a su fin. Me encantó Albaredos.


Foto cedida por Octavio Blanco.

Albaredos en 1988 visto desde Os Cepos Queimados.




Llegando a Albaredos por el camino de Cruces. La casa da Nemesia será la primera en aparecer. Graciano y Asunción el matrimonio que la habitó. Se fueron a Cuatrovientos, barrio de Ponferrada.



Casa de Gancedo. Era una de las casas pudientes de Albaredos. Tres de los hermanos Carrete, Anibal, Toño y Remedios fueron sus últimos moradores. La familia se repartió entre Cuatrovientos y Camponaraya.



Telar y fragua de casa de Gancedo. Anibal Carrete era el herrero.



Calle principal de Albaredos.




Casa de Brañas. La habitó el matrimonio formado por Manuel y Luisa. Tuvieron dos hijos: José y Anita. Se marcharon a Valtuille de Arriba.



Casa de Queiroga. Vivió en ella el matrimonio formado por Lidia y Francisco. No tuvieron hijos. Se fueron a Valtuille de Arriba. Aquí se alojaban de patrona las maestras que no querían vivir en la casa de la escuela.



Escuela de Albaredos. El aula quedaba en la planta baja y la vivienda de la maestra en la planta superior. Alrededor de una veintena de niños asistían a clase en los años 60. Venían a ella también cuatro niños desde Cruces. Algún año vinieron dos niños de Hórreos (Lugo) cuando cerraron la escuela del pueblo y en ocasiones venían los de Barrosas cuando allí no tenían maestra.
Doña Antonia, doña Rosa, ambas de León, doña Blanca, de Sueros de Cepeda, doña Hermelinda, de Pinillos de la Valderia, doña Aurea, de Galicia o doña Melba de Magaz de Arriba son algunas de las maestras que impartieron enseñanza aquí.



Horno comunitario.




Calle principal de Albaredos. Horno. Escuela. Casa de Queiroga. Casa de Brañas.



Capilla de San Cosme. Solo se abría el día de la fiesta. Al no haber cementerio en Albaredos a los que fallecían en el pueblo los llevaban a enterrar a Barjas.
"La maestra nos llevaba los domingos por la mañana a escuchar misa a la iglesia del pueblo de Hórreos". OCTAVIO BLANCO.



Casa do tiu Cosme. Otra de las casas fuertes de Albaredos. La habitó el matrimonio formado por Jesús y Adela. Tuvieron cuatro hijos: Asunción, Octavio, Jesús y Adela. En el año 1988 cerraron la puerta de casa y se fueron para el barrio ponferradino de Cuatrovientos. Al lado derecho donde ahora se ve como cochera estaba el horno de la casa. En el lado izquierdo estaba las puertas para acceder a las cuadras y el pajar donde se guardaba el carro y la paja.
"Mi padre trajo de Suiza en los años 60 la primera radio que hubo en el pueblo. Venía la gente a escuchar la programación. Y luego en el año 1984 mi hermano Jesús trajo de Suiza la primera televisión que hubo en Albaredos".
OCTAVIO BLANCO.




Casa de Pacita. Manuel y Pacita fue el matrimonio que vivió en ella. Tuvieron cuatro hijos. Emigraron para Corgomo (Ourense).



Calle que baja hacia la parte baja del pueblo.




Casa de Verdasca. La habitó el matrimonio formado por Higinio y Maria del Camino (nacida en casa de Gancedo). Durante años aquí estuvo la cantina de Albaredos.



Casa de Gumersindo. Vivió en ella el matrimonio formado por Gumersindo y Bernardina. Se fueron a Cuatrovientos. Posteriormente compró la casa el matrimonio formado por Jacinto y Emilia que llegaron procedente de la aldea de Cruces. Desde entonces la casa se llamó Casa de Mila. Tuvieron ocho hijos: Amadeo, Silverio, Generosa, Maribel, Esperanza, Ludivinia, Jacinto y Abel. El matrimonio emigró a Santa Cubicia (Lugo) y los hijos se repartieron por Quiroga y Barcelona.



Casa de Aira.




Casa de Carreta. Vivió en ella el matrimonio formado por Amadeo y Albertina (natural de Cruces). Tuvieron seis hijos. El matrimonio se fue a Camponaraya y los hijos se repartieron en pueblos cercanos a Ponferrada y en Barcelona. A continuación por detrás está la casa del Valdiorrés. Fue la última que se cerró en Albaredos. Manuel y Elena fue el matrimonio que la habitó. Ambos fallecieron en el pueblo y una hija de ellos, Teresa fue la última que vivió en la casa.



A Penela da Fontiña. Aquí acostumbraba a juntarse buena parte de las gentes de Albaredos en los días de verano a la fresca. Era lugar de reunión social. Debajo de los pinos había una pequeña fuente y una poza donde lavaban las mujeres y bebía el ganado.



Vista parcial de Albaredos desde un plano superior. Se puede contemplar la disposición urbanística del pueblo de forma alargada.



La fonte de Salgueiredo. A cinco minutos del pueblo.

Buimanco (Soria)

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                     Buimanco está en un altillo,
                      frente a Vallejo Labrado,
                      sembradores de centeno,
                      guardadores de ganado.


Buimanco es un pueblo de la antigua Tierra de San Pedro situado a 1260 metros de altitud. En sus momentos de mayor apogeo llegó a contar con setenta casas. Cifra que rebajó hasta la cincuentena en los albores de la guerra civil y quedando las últimas décadas de vida del pueblo con una veintena de casas abiertas.
Su nomenclátor habla de una cifra de ciento cincuenta habitantes censados en los años treinta. Para los años 50 había descendido a 90 las personas que vivían en el pueblo y en los primeros años 60 ya con la emigración haciendo estragos en todos los pueblos de la comarca eran alrededor de una cincuentena de personas los que todavía se resistían a marchar.
Tuvieron luz eléctrica en el pueblo desde 1955.
Para combatir los rigurosos inviernos que por aquí se daban contaban con abundante leña de roble y estepas.

"En San Pedro andaban escasos de leña y venían a Buimanco con las caballerías a por cargas de estepas que habían comprado". FELIPE LEÓN.

El terreno era flojo para la agricultura, estando sus fincas de cultivo sembradas principalmente de centeno, en menor medida de trigo, avena y cebada.

"En la época de cosecha el cura autorizaba a trabajar los domingos en las fincas cercanas al pueblo, pero siempre con la condición de haber asistido primero a misa". MIGUEL LEÓN.

Iban a moler el grano a alguno de los seis molinos harineros que había en el curso del río Linares entre San Pedro Manrique y Vea.

"Mi padre un año fue a intercambiar patatas por manzanas a Villarijo. En aquel pueblo el clima era más suave y tenían frutales e incluso olivos". FELIPE LEÓN.

Las cabras formaban el grueso del volumen ganadero de Buimanco, aunque tampoco faltaban las ovejas. En cada casa podía haber una medía de cincuenta cabras y treinta ovejas.
Venían tratantes de Arnedo a comprar los cabritos y los corderos. También se llevaban al mercado de San Pedro.
Se solía matar un cerdo en cada casa al año. Ya en años más recientes y en algunas familias eran dos y en ocasiones hasta tres los animales sacrificados.
Para los aficionados a la caza no faltaba el reclamo del conejo, la liebre y la perdiz.

El Calvario
El Codrillo
El Contrero
El Hombriazo
El Hoyazo
El Pastejaito
El Praerón
El Rebollo
La Balsa Jimenez
La Canaleja
La Carrasca
La Fuente el Arriero
La Fuente Fría
La Losa del Cid
La Mata el Tornero
La Mesa Llana
La Mina
La Pradera de la Virgen
La Solana Grande
La Solanilla
La Tejera
La Umbria Andeles
Las Abarrancas
Las Tres Cruces
Los Arrañes
Peña del Agua
Vallejo Labrado

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Buimanco que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


El cura primeramente venía desde Vea a oficiar los actos religiosos. Posteriormente durante unos años hubo sacerdote residiendo en Buimanco, vivía en la casa del tío Valentín.
Don Longinos, don José, don José Luis o don Santiago fueron algunos de los párrocos que dieron misa en Buimanco.
El médico venía desde San Pedro Manrique cuando la situación era de gravedad. Don Epifanio y don Rafael fueron los que realizaron tal cometido durante años.
La tía Luisa con sus buenas dotes de partera ayudó a muchos niños de Buimanco a venir al mundo.
Vicente, el cartero residía en Valdemoro. Iba hasta San Pedro a recoger la correspondencia y la repartía en su pueblo y en Buimanco.
La guardia civil de San Pedro Manrique pasaba de manera periódica por Buimanco haciendo la ronda.

"Oí contar que al tío Cipriano le pusieron una multa de quinientas pesetas porque en cierta ocasión que iba por el camino de San Pedro le oyeron blasfemar contra Dios". MIGUEL LEÓN.

Las fiestas patronales de Buimanco originariamente eran el 16 de agosto en honor a San Roque pero como quiera que les pillaba en la época de mayor trabajo en el campo las cambiaron a mediados de septiembre, una vez que ya se habían recogido las cosechas. Las fechas elegidas fueron el 16, 17 y 18. El primer día se hacía una diana con los músicos por el pueblo. Los dos primeros días los gastos los pagaba el ayuntamiento, el tercero los mozos. Se hacía misa y procesión con San Roque por las calles del pueblo. Para esta ocasión se elaboraban unas rosquillas grandes, se ponían en las andas y posteriormente se rifaban. En la comida era costumbre matar un cabrito, cordero, conejo o pollos para compartir con familiares y allegados que esos días se juntaban en el pueblo. A los postres no faltaban las pastas y las tortas de chinchorra. Había casas donde se juntaban veinte personas.
Venía la juventud de Taniñe en buen número a participar de las fiestas, eran contados los que venían de Vea o de San Pedro.
Los jovenes preparaban zurracapote y mataban una cabra machorra para comerla posteriormente en una merienda. También rifaban un gallo para sufragar los gastos de pagar a los músicos.
El baile por la tarde y por la noche se hacia en una era. Estaba amenizado por Los Patos, del pueblo de Cornago.

"En los últimos años que se celebró fiesta venían los músicos de San Pedro con el Chete a la cabeza. Tocaban saxofón, trompeta y caja". FELIPE LEÓN.

Para hacer compras bajaban a San Pedro Manrique, preferentemente los lunes que era día de mercado. Se llevaban a vender huevos, lechones, pollos o conejos y se compraba productos de primera necesidad que no había en el pueblo como azucar, arroz, utensilios de cocina, prendas de vestir. También era un día de confraternización y encuentro con gentes de todos los pueblos de la comarca. San Pedro este día era un lugar pleno de ebullición social y allí se daban cita un buen número de personas para comprar, vender o simplemente pasar el día y enterarse un poco de lo que pasaba en el ámbito comarcal. Trayecto a San Pedro en el que empleaban una hora y media.

"Una vez siendo niño me mandó mi padre en verano en la época de siega con el macho a San Pedro. A la vuelta le azucé al animal para que fuera más rápido y se le cayeron las talegas que llevaba en los costados. Como pesaban mucho no las podía cargar, así estuve un par de horas hasta que pasó por allí Vicente y me ayudó a colocar la carga en la caballería". FELIPE LEÓN.

Para abastecerse de vino primeramente iban al pueblo riojano de Quel y más tarde lo compraban en San Pedro. Vino que lo traían desde Calatayud a la capital comarcal.
Algunos vendedores ambulantes de Cornago, Igea o Enciso aparecían periódicamente por Buimanco ofreciendo sus mercancías.

"Mario, de San Pedro puso un pequeño almacén en casa del tío Manuel donde se podían comprar algunas cosas básicas (chocolate, anís, galletas, conservas, etc). Subía una vez por semana con las caballerías cargadas a reponer genero". MIGUEL LEÓN.

Los domingos y ratos libres, los niños se entretenían jugando al futbol y los jóvenes jugaban a la calva o echaban partidas de guiñote.

"Yo solía ir a las fiestas de Taniñe que era el pueblo con él que teníamos más relación. Eran para la Trinidad. A las de Valdemoro solo fui una vez que me pillaba de paso y a las de Vea no fui nunca". FELIPE LEÓN.

Buimanco estaba condenado a quedarse vacío por las condiciones adversas que se daban, el progreso no llegaba, la poca productividad de la tierra, las malas comunicaciones, las ganas de la gente joven de buscar un modo de vida distinto al que habían hecho sus antepasados. Los primeros años 60 fueron el arreón definitivo para que los más remisos a iniciar una nueva vida buscaran acomodo en lugares con más servicios e infraestructuras. Se repartieron por Madrid, Barcelona, Bilbao o Tudela entre otros lugares.
Mil novecientos sesenta y seis fue el año que pasará a la historia particular de Buimanco como la fecha en que el pueblo se quedó sin población después de siglos de presencia humana de manera ininterrumpida. Los dos matrimonios que quedaban cerraron la puerta de su casa y se fueron para Barcelona. Ellos fueron Ildefonso León y Ana León por un lado y Cayo Pérez y Encarna León por otro.

"El quince de febrero del 66 nos fuimos nosotros a Madrid y quedaban todavía dos casas abiertas, la del Fonso y el Cayo. Ellos se fueron unos meses más tarde, a mitad de ese mismo año más o menos". LUIS FELIPE MARTÍNEZ.

"Nosotros teníamos dos tías viviendo en Tudela. Mis padres compraron allí una casa vieja. Tardamos todavía dos años en irnos para allá. El día de la marcha cerramos las casas que teníamos y con la yegua y el macho nos bajamos a San Pedro, de aquí a Tarazona y desde este pueblo a Tudela en tren. Yo llevaba cuarenta mil pesetas en un bolsillo interno de la chaqueta que iba cosido para que no se perdiera el dinero". FELIPE LEÓN.

"Yo tenía trece años cuando nos fuimos de Buimanco pero no miré para atrás con amargura por lo que dejábamos porque siempre pensé que en Tudela íbamos a tener una vida mejor que la que habíamos llevado hasta entonces". MIGUEL LEÓN.

A partir de esas fechas el pueblo entró en un letargo infinito donde los expoliadores hicieron de las suyas llevándose todo lo que había en el interior de las casas.
Desde hace unos ocho o diez años los que se fueron y sus descendientes crearon la Asociación de Amigos de Buimanco y se reúnen a mediados de agosto en el pueblo para celebrar un día de confraternización y seguir manteniendo el vinculo con su pueblo.

Informantes: Felipe León y Miguel León, antiguos vecinos de Buimanco (Conversación personal mantenida con ellos en un centro de la tercera edad en Tudela y posteriormente en Buimanco el día de la fiesta)
Otros testimonios: Visi León y Luis Felipe Martínez (Comentarios realizados a preguntas mías en la página de facebook de la Asociación)


Visitas realizadas en junio de 1997, diciembre de 2018 y agosto de 2022.

Punto y aparte. Sin menospreciar la belleza de los demás y aún cuando me faltan todavía dos por conocer, siempre he considerado a Buimanco como el despoblado más hermoso de las Tierras Altas de Soria. Un autentico deleite visual para los que sentimos atracción por las ruinas, por los lugares silenciosos, mustios, sin vida. Un trazado urbano de muy buena factura, una arquitectura popular muy sugerente y atractiva, multitud de rincones con encanto y su relativo buen estado de conservación han hecho de Buimanco un lugar entre los favoritos en el podio imaginario de los deshabitados.
En esta fría mañana del 2018 que ya está próximo a acabar hago mi segunda visita a Buimanco. Muy buenas sensaciones me quedaron en el recuerdo de aquella primera vez que lo visité en 1997. Al haber transcurrido algo más de veinte años entre una visita y otra pensaba que me lo iba a encontrar más deteriorado, más machacado, pero no. No hay mucha diferencia. Se ha conservado más o menos igual a pesar de los años transcurridos de abandono y olvido.
La pista está en mal estado por las lluvias acaecidas en los últimos días lo que me obliga a dejar el coche en un saliente de la pista a mitad de camino entre Taniñe y Buimanco. Toca hacer el resto del recorrido así como la posterior visita a Valdemoro a pie. Tengo que darme prisa porque la distancia es larga y los días en estas fechas del año son cortos. Aún así cuando llego ante los muros de Buimanco el sol apenas está haciendo acto de aparición. Entro por la calle y enseguida llego a la plaza. Todo igual a como lo recordaba. Paso por una calleja lateral y una vivienda con una fachada muy atractiva y salgo al exterior del pueblo. Me alejo un poco para tomar fotografías por este lado. Por la parte de abajo llego hasta la iglesia. Robusta, con sus dos arcadas del pórtico firmes. Entro a su interior. El suelo esta intacto. Observo el púlpito, la huella del retablo, la mesa del altar mayor. Subo hasta el coro y de aquí por escalera interior hasta el campanario. Desde aquí contemplo Buimanco por debajo de mi. Muchas edificaciones ya no tienen tejado, otras todavía si. No se oye un ruido de nada. Como a mi me gusta!! Contemplar estos lugares en silencio. Dejarme atrapar por la atmósfera que envuelve el pueblo. Bajo desde mi aérea posición y después de contemplar algún detalle más salgo al exterior. Allí sigue el transformador de la luz haciendo ángulo con el templo en esta plaza. De la cual sale una calle de inusitada belleza que se adentra en las entrañas del pueblo. Me asomo al interior del horno con sus dos bocas. Lugar de mucho trasiego social. Como también el cercano lavadero al cual se accede por un callejón. Sigo contemplando las hermosas fachadas de Buimanco, unas en piedra vista y otras enfoscadas con un color vainilla que las hacen muy atractivas. Muchas tienen un pequeño patio por delante de la casa, lo que las da un toque de originalidad. Continuo reparando en detalles, chimeneas, alguna fecha grabada en el hastial, puertas, el buen trabajo de la piedra. En varias casas todavía se puede acceder al interior (con mucha precaución) y con ello imaginar como era la austera y sencilla vida en estos pueblos serranos. Llego hasta otra pequeña plazuela donde se juntan unas cuantas casas. Por detrás queda la escuela, hacia allí que me dirijo. Hermosa como no podía ser menos. Sigo mi transitar por el pueblo, aparezco de nuevo en la plaza, de aquí me encamino a la otra parte, donde están las eras de trillar. Una aventadora duerme el sueño eterno en una cochera. Las eras son bonitas y por aquí también se tiene una visión muy hermosa de la iglesia y de las casas que hay por este lado. Me adentro nuevamente en las entrañas del pueblo por una calle donde me encuentro edificaciones en peor estado. Quizá sea la parte del pueblo que peor se encuentra. La visita a Buimanco toca a su fin porque ya llevo dos horas aquí y tengo que acercarme hasta Valdemoro y luego hacer todo el trayecto de vuelta, con lo cual no dispondré de muchas horas de luz solar. Antes de irme subo un poco por el cortafuegos para hacer alguna fotografía panorámica del pueblo y del paisaje de la sierra de Alcarama que surge de frente. Mientras estoy contemplando el pueblo no dejo de pensar en que tuvo que ser dura la vida aquí arriba, un terreno áspero, un clima severo y el estar lejos de todo no les pondría fácil a las gentes el salir adelante. Por eso siempre digo que hay que valorar, admirar y entender (porque se fueron) a los que vivieron en estos lugares donde los inconvenientes eran muchos y las comodidades pocas. Me pongo en marcha para visitar el pueblo de Valdemoro. Serán ya las seis de la tarde cuando vuelva a pasar junto a los muros de Buimanco de camino a donde tengo el coche. El pueblo ya esta sumido en una penumbra casi total. Aún así me adentro un poco en su interior. Quiero ver el Buimanco del anochecer. Doy una vuelta por la plaza, llego hasta la iglesia, las siluetas de las edificaciones adquieren un aire fantasmal. Me voy de este pueblo porque aún me queda una hora de caminar ya con la noche encima. BUIMANCO: un pueblo donde todo es bonito.

En 2022 con motivo de conocer a los hermanos León, naturales de Buimanco, recibo la invitación de asistir a la fiesta que celebraran en el mes de agosto. Allí nos presentamos en el día señalado. Somos de los primeros en llegar, los saludos pertinentes y la curiosidad por saber quienes somos. Van llegando más gente que se saludan entre ellos de manera muy efusiva. Tres generaciones se dan cita en algunas familias. Ya una vez con Felipe por allí hacemos un recorrido por el pueblo, donde me va mostrando detalles y lugares que solo los nativos pueden saber donde esta situado. Pero si tengo que decir que no se si es porque es en pleno verano o porque ha transcurrido un tiempo pero encuentro el entramado urbano del pueblo en peor estado que cuatro años atrás. Más vegetación, algunos muros caídos y dificultad para moverse por algunas partes. El tiempo no perdona. Llegamos nuevamente a la explanada junto a la caseta donde se va a celebrar la comida. Voy conociendo más personas. Me limito a escuchar en muchos casos. Una excelente degustación de productos caseros en un ambiente distendido hace que el tiempo vaya pasando plácidamente. Algunos se animan a jugar a la calva, otros a dar un paseo y los demás a seguir echando unos tragos y seguir conversando de tiempos pasados y del presente después de los malos tiempos pasados por los años de pandemia. La tarde va tocando a su fin y la gente ya va marchando de manera escalonada. Aún así habrá unos cuantos que harán noche en tiendas de campaña. Que lugar más fantástico para pasar una noche veraniega bajo las estrellas!!


Buimanco en 1997. Poco ha cambiado su fisonomía desde entonces.



Vista lejana de Buimanco por su lado sur acorralado por un mar de pinos.



Vista lejana de Buimanco por su lado norte desde el camino de Valdemoro con la últimas luces del atardecer.



Vista panorámica de Buimanco por su lado sur.



Llegando a Buimanco con las primeras luces del día.



La plaza de Buimanco.




Fuente y pilones.




Casas en un costado de la plaza.




Foto cedida por la Asociación de Amigos de Buimanco.

El Mayo. Últimos de los 50 o primeros de los 60.




Vivienda.




Casas agrupadas de manera compacta en el barrio bajero.



En algunos casos un pequeño patio antecedía a las viviendas, lo que las protegía de la intimidad del exterior.



Viviendas y confluencia de calles.




Iglesia parroquial de La Inmaculada Concepción.




Foto cedida por la Asociación de Amigos de Buimanco.

Comenzando la procesión de San Roque un día de fiesta a finales de los 50 o principios de los 60.



Interior del templo. Presbiterio, altar mayor, suelo embaldosado, arcos fajones revestidos de yeso descansando sobre pilastras.



Interior del templo. Puerta de entrada, baptisterio, coro y escalera de subida al coro.
"Yo oí contar a los mayores que en los años de posguerra la gente guardaban cosas de matanza y sacos de cereal en la falsa bóveda que hay por debajo del tejado para que no lo requisaran los de Abastos ni la guardia civil". MIGUEL LEÓN.



Tejados de Buimanco.




Transformador de la luz.




Calle de la iglesia.




Calle en el barrio bajero.




Horno comunitario. Contaba con dos boqueras en su interior.



Balsa de agua para regar los huertos y lavaderos.



Escuela de Buimanco, a la cual se accedía por la escalera exterior. En la planta baja estaba una dependencia donde trabajaba el secretario del ayuntamiento y se hacían reuniones vecinales. Haciendo ángulo con el edificio se situaba otra edificación municipal donde se situaba la casa concejo y un salón de baile en la planta baja.



Interior de la escuela. Una quincena de niños asistían a ella en los años 50 y 60. Doña Matilde, doña Concha, doña Angelines, doña Carmina, doña Meri, son algunas de las maestras que impartieron enseñanza en este aula.
"Yo recuerdo a la señorita Carmina, creo que fue la última que tuvimos en el pueblo, era de Villablino en León, la recuerdo muy alegre y que conectaba muy bien con nosotros, incluso fuimos con ella a fiestas de San Pedro y bailamos en la plazuela. Yo creo que estaba de patrona en mi casa, hasta en unas vacaciones se llevó a mi hermano Pedro Mari a su pueblo, la recuerdo con mucho cariño.
También doña Meri era muy jovial, hacíamos danzas, teatro y poesía, era todo muy novedoso para nosotros y disfrutábamos mucho.
Eran maestras más modernas, nos enseñaban canciones, comedias, poesías, nos sacaban al campo, nos enseñaban las flores". VISI LEÓN.


"Me acuerdo de doña Meri. Estaba alojada con nosotros. Éramos dos y daba clase en casa. Era de Soria. Cuando volvíamos al pueblo desde Madrid, siempre íbamos a visitarla, pues era madrina de mi hermana". LUIS FELIPE MARTÍNEZ.

"Con nueve años dejé de ir a la escuela. Era el mayor de cinco hermanos y tenía que ayudar a mi padre en las tareas diarias. Así un día iba de pastor, otro me tocaba recoger el estiércol de las ovejas, atender las caballerías... Tampoco me quedaba tiempo apenas para jugar con otros niños. Mis padres tenían mucha faena con el campo y los animales y toda la ayuda era poca. La escuela y la infancia se acabaron para mí desde entonces". FELIPE LEÓN.



La casa de la maestra.
"Un año llegaron de una casa comercial con una televisión con idea de instalarla en algún sitio para que la pudiera ver la gente del pueblo. Vinieron con un seiscientos, pero no pudieron llegar hasta Buimanco. Fui con el macho hasta el Alto de la Umbría y allí cargué el aparato en el animal. Se intentó poner en la casa de la maestra pero no tenía buena señal y no se veía apenas nada. Muchas interferencias y sin audición. Se la tuvieron que llevar esa noche". FELIPE LEÓN.



Grupo de casas en el barrio somero.




Casas alineadas en nivel inclinado en el barrio somero. Todas con el característico patio delantero.



Foto cedida por la Asociación de Amigos de Buimanco.

Mozos de Buimanco a últimos de los 50 o primeros de los 60. Tiempo para la diversión.



La fragua. El herrero venía de San Pedro para realizar cualquier apaño de forja.



Era de trillar. Solamente hubo una aventadora para facilitar el trabajo de separar el grano de la paja. Era utilizada por cuatro familias. En 1957 se compró una trilladora de la marca Westfalia para todo el pueblo.



Iglesia, viviendas y era de trillar. Estas eran municipales, estaban numeradas y se sorteaban cada año.



Cementerio.




La fuente vieja.




Comida popular. Fiesta de Buimanco 2022.




Jugando a la calva. Fiesta de Buimanco 2022.

Las Dueñas (Teruel)

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A 1230 metros de altitud y a 12 km. de distancia de su cabecera municipal (Arcos de las Salinas), se situaba este pueblo de Las Dueñas casi fronterizo con la comarca valenciana del Rincón de Ademuz.
Ubicado en una vaguada junto a la rambla de Las Dueñas, fue un pueblo de buen tamaño, con algo más de cincuenta casas y doscientos habitantes en su núcleo urbano. Era la mayor de las pedanías arqueñas pero también la más aislada y de más difícil acceso, uno de los principales motivos de su paulatina despoblación.
Padecían unos inviernos largos y rigurosos, con diversas nevadas cada año. Contaban con abundante leña de carrasca, enebro y pino con la que calentar la lumbre de las cocinas y combatir mejor los frios de esa época.
Nunca llegó la luz eléctrica al pueblo, los candiles y los carbureros fueron sus fuentes de iluminación.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de todo tipo de cereal pero principalmente trigo.
Iban a moler el grano a los diversos molinos que había en Arcos, pero con más frecuencia al de Gonzalo.
Había un horno comunitario en el pueblo y se solía hacer pan dos veces por semana.
También tenían algunas viñas y elaboraban vino para consumo casero.
Las ovejas en mayor número y las cabras en menor cantidad componían el volumen ganadero de Las Dueñas.
Venían periódicamente tratantes de Chelva y de Aras a comprar los corderos.

Iban a Arcos a abastecerse de productos de primera necesidad que no tenían en el pueblo como podía ser aceite, azúcar, sal, arroz... y de paso llevaban a vender huevos, pollos y conejos.
Algunos vendedores ambulantes aparecían por el pueblo como eran el "chavero" que venía desde el pueblo valenciano de Chelva vendiendo telas u otro comerciante que venía desde Losilla vendiendo productos alimenticios.
Para las cosas de forja tenían que ir al herrero de Arcos.

Había escuela mixta en el pueblo. Durante años estuvo ejerciendo como maestra doña Manuela Vicente Pérez (doña Manolita). Vivía en la casa de la maestra. Alrededor de una quincena de niños asistían a clase a últimos de los cuarenta y primeros de los cincuenta.

Celebraban sus fiesta patronales los días 15 y 16 de agosto en honor a la Virgen y a San Roque. También se celebraba fiesta el 19 de marzo para San José.
Se hacía misa y procesión. El baile por la tarde en una era y por la noche en el salón de baile. La música era amenizada por Abel, acordeonista del pueblo valenciano de Losilla.
La juventud de Hoya de la Carrasca acudía en buen número a participar de las fiestas.

De Arcos de las Salinas venía don Joaquín el cura montado en un macho a oficiar los actos religiosos. Solo lo hacía con ocasión de las fiestas y alguna celebración especial.
El médico residía en Arcos y en casos de enfermedad grave había que ir con un macho hasta el pueblo para traerlo a visitar al enfermo y volverlo a llevar a su lugar de residencia.
El tío Fulgencio era el cartero, el cual venía desde Arcos dos veces a la semana.

En los pocos ratos libres que había la gente se entretenía jugando a las cartas, echando unos tragos de vino en alguna improvisada taberna, jugando a la pelota en la pared de la casa del cura o cortejando los chicos a las chicas cuando estas iban a por agua a la fuente. Para los niños quedaban los juegos de pelota, la correa o el pañuelo entre otros.

El futuro de Las Dueñas estaba sentenciado, si bien hasta los años cincuenta hubo una veintena de casas abiertas, a partir de aquí el éxodo ya fue imparable. Sus malas comunicaciones (solo por caminos de caballería se podía llegar), la lejanía de Arcos (casi tres horas andando), la falta total de servicios básicos, las ganas de buscar otro modo de vida que no fuera tan sacrificado y el cierre de la escuela fueron condicionantes más que suficientes para que las gentes de Las Dueñas fueran marchando ya de manera definitiva a últimos de los cincuenta y primeros de los sesenta. Valencia fue el destino elegido mayoritariamente para empezar una segunda etapa de vida.
El matrimonio formado por Ignacio Sierra y María Aguilar fueron los últimos de Las Dueñas. En el año 1963 cerraron para siempre la puerta de su casa poniendo fin a la existencia de vida humana en el pueblo.

Informante: Antigua vecina de Las Dueñas (Conversación mantenida por correo electrónico por medio de terceras personas).
Adolfo Pastor: ¡¡muchas gracias!!


Visitas realizadas en mayo de 1996 y noviembre de 2022.

Punto y aparte. Veintiséis años transcurridos entre mis dos visitas a Las Dueñas. Aquí si que puedo decir que el paso del tiempo ha sido implacable, cruel e inexorable. En los años 90 ya estaba mal el pueblo pero aún se podía medio transitar por algunas calles y mantenía bastantes edificios medianamente en pie, la visión en este 2022 del caserío de Las Dueñas es desangelante, amarga y triste por ver el final de un pueblo, la decadencia galopante que atesoran sus ruinas. Solo la torre de la iglesia se mantiene erguida como un faro para guiar al caminante y enseñarle donde hubo un pueblo. Un amasijo de edificaciones ruinosas, escombros, vigas y vegetación se distribuyen en torno al templo parroquial en espera de la muerte definitiva (de manera material). Poco le queda a Las Dueñas de estar en el mundo terrenal como muestra de que en ese lugar hubo un espacio habitado. El sitio podría figurar perfectamente como decorado de una película de guerra donde se han librado cruentos combates. Cuando la torre se venga abajo el caminante de las generaciones venideras ya no tendrá ni siquiera la referencia del epicentro de lo que un día fue un pueblo. Un precioso pueblo, aunque llegué a conocerlo ya muy maltrecho todavía aguantaba con decoro años atrás. Ahora ya no.
En esta mañana otoñal de 2022 vuelvo nuevamente a Las Dueñas. Desde el alto ya se divisa el bonito paisaje donde está ubicado el pueblo. Según voy bajando ya voy viendo que el núcleo urbano se encuentra muy "mutilado". Donde hubo casas ahora hay escombros, apenas dos o tres mantienen de manera agónica su fachada. Todo ello alrededor de la iglesia y su esbelta y airosa (de momento) torre. Bajo hasta la rambla, contemplo algunas majadas de ganado y otros edificios que ya no puedo adivinar que fueron situados a un lado del camino y enfilo la breve cuesta que me adentrará en el entramado urbano de este lugar de precioso nombre. Llego hasta su amplio cementerio con sus muros medio caídos y con vegetación baja en su interior, alguna lápida asoma entre medias. La vista desde aquí del pueblo es desalentadora, aunque nada diferente vista desde otros puntos cardinales. Algún pajar donde estuvieron las eras y me acerco al pueblo con idea de entrar en su interior. Una calle que antaño sería principal se corta a mitad de trayecto por los escombros y no hay manera de entrar al interior del pueblo. Saltando, trepando y brincando entre piedras y ruinas consigo avanzar y llegar hasta el templo no sin antes llevarme unos cuantos arañazos de la vegetación punzante. El interior de la parroquial a tono con el resto del pueblo no muestra apenas mucho de interés. Aún pueden verse algunas hornacinas que dieron cobijo a los santos y poco más. Vegetación a mansalva. Intento moverme por la parte baja pero es imposible. Contorneo un poco el pueblo, ahora por su lado este y llego hasta donde puedo. Me toca contemplar las ruinas de manera un poco lejana, ruinas que en la mayoría de los casos no permite entrever que tipo de edificación fueron. Sigo rebuscando distintas panorámicas y detalles de interés, pero está difícil.
Subo por el camino que en sus tiempos llevaría hasta la Hoya de la Carrasca para ver otra panorámica diferente de Las Dueñas pero más de lo mismo. Ruinas y vegetación en torno a una torre- campanario. Dudo en si ir a visitar la sabina milenaria que hay en las afueras del pueblo pero como quiera que ya la vi veintiséis años atrás y no me va a aportar nada nuevo desisto de ir a verla. Prefiero emplear el tiempo en seguir escudriñando vestigios del pasado de Las Dueñas. Me arrimo otra vez a sus ruinas. Miro constantemente hacía el alto que hay de bajada al pueblo y desde donde se divisa todo el camino para llegar. Egoístamente no deseo que aparezca nadie. No quiero que nada perturbe la tremenda y acogedora soledad que aquí siento. Solitario y disfrutando del silencio que aquí se siente (por suerte nadie aparecerá durante mi estancia en Las Dueñas). Me siento un privilegiado de estar por unas horas dentro de un paisaje que casi nadie puede/quiere disfrutar. Un despoblado y un paisaje agreste, no me hace falta más para ser feliz.
Consigo entrar un poco más en el interior del pueblo por otro resquicio pero llega un momento que ya no se puede avanzar más.
Ya presiento que la visita a Las Dueñas no da más de si. Salgo del pueblo por el mismo camino pero me desvío por la rambla a ver un edificio solitario que me ha llamado la atención. Cuando llego veo que es el lavadero. Lugar de mucha vida social antaño. Cerca queda la fuente y su abrevadero pero la vegetación ya impide contemplarla, aún así por algún murete que sobresale intuyo donde esta. Desde aquí veo otra panorámica distinta de Las Dueñas desde abajo con los colores del otoño presentes. Ya si que sí después de mi llegada hace más de dos horas toca poner punto y final a la visita a esta derrotada población. Subo por el camino y según me voy alejando no puedo evitar de mirar hacía atrás constantemente.
¿Si volviera dentro de otros veintitantos años como me encontraría este pueblo? La respuesta me parece que es fácil pero prefiero no imaginármelo.


Las Dueñas en 1996.




Llegando a Las Dueñas.




Fachadas de la parte baja del pueblo mirando al este, año 1996.


La misma imagen de la fotografía anterior veintiséis años después (2022).



Llegando a Las Dueñas por el camino de Hoya de la Carrasca.


Las Dueñas visto por su lado oeste.




Una de las antiguas entradas al pueblo, año 1996.



La misma imagen de la fotografía anterior veintiséis años después (2022).



Ruinas y vegetación.




La iglesia parroquial de San José.




Interior del templo.




Calle de Las Dueñas, ya tomada por la vegetación.



Ruina generalizada.




Otra panorámica de conjunto.




La huella palpable de la derrota de un pueblo frente a los años de abandono y las inclemencias meteorológicas. Perfecto muestrario del estado actual de Las Dueñas. La torre de la iglesia omnipresente.



Cementerio.




Las Dueñas vista desde abajo, a orillas de la rambla. El otoño adorna la estampa con su colorido característico.



La fuente y el abrevadero para los animales, casi imperceptibles, devorados por la vegetación.



Lavadero.

Guerguitiáin (Navarra)

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A 620 metros de altitud sobre un minúsculo altozano en la parte sur del valle de Izagaondoa se sitúa el pequeño pueblo de Guerguitiáin.
Alberro, Faustino, Jorge y la Abadía fueron las cuatro casas que componían el lugar y que llegaron habitadas hasta los últimos años de vida del pueblo.
Nunca llegó la luz eléctrica hasta el Guerguitiáin. Los candiles en sus diversas variantes fueron su fuente de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a diez minutos del pueblo (la fuente de la Teja).
Las mujeres iban a lavar la ropa a cualquiera de los tres barrancos que pasaban cerca del pueblo.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada y avena.
Les tocaba acudir al molino de San Vicente para moler el grano.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.

"En los últimos años ya se dejó de hacer pan en las casas. Se llevaba el cereal al molino pero solo para comida de los animales. El pan lo traía el panadero de Tabar en una mula en la cual llevaba los serones con las hogazas de pan" BONI PRIMO.

La oveja era el animal básico en la ganadería. Los corderos se llevaban a vender a los carniceros de Lumbier.

"En cada casa había entre noventa y cien ovejas. Se sacaban todas juntas y de ello se encargaba un pastor comunal, Pedro Erro. Se le permitía tener una treintena de ovejas. Así que el rebaño entre todas rondaría las trescientas cabezas".
BONI PRIMO.


Era costumbre que se mataran un par de cerdos al año en cada casa.
Conejos y perdices eran los animales de monte con los cuales afinaban la puntería los cazadores del pueblo y que servían para ampliar la dieta alimenticia en las casas, lo mismo que los cangrejos que se cogían en los arroyos de los barrancos.
No faltaban dos o tres nevadas de casi medio metro cada invierno. Con la leña de roble que se utilizaba para la combustión de la lumbre en las cocinas de las casas se combatía los rigores invernales.

Acequia del Soto
Aransoria
Arrigorri
Axarizulo
Barranco de Muguetajarra
Barranco del Pinar de Vesolla
Berro
Camino de Indurain
Camino del Chaparral
Campo de Murillo
Dorrapea
El Campo Grande
El Caracierzo
El Gorrillón
El Poche
El Pontarrón
El Salobre
La Mosquera
La Tablada
Las Saleras
Los Cascajos
Los Liscares
Muga de Celigüeta
Pieza de Petrico
Txipueta

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Guerguitiáin que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Las fiestas patronales eran para San Martín, el 11 de noviembre. Tenían una duración de tres días. Venía la gente joven de Indurain, Celigüeta, Vesolla, Muguetajarra...

"Venía un acordeonista de Pamplona o de algún pueblo cercano a la capital. Llegaba en el coche de linea hasta la carretera y allí se iba a esperarle con una mula para que viniera él montado o portar el acordeón. Allí mismo ya se unía al músico algunos jóvenes de Sengáriz y Lecaún que venían a participar de las fiestas y todos juntos llegaban a Guerguitiáin. El baile si acompañaba el tiempo se hacía en la calle y sino en el interior de un granero que previamente se había acondicionado. En cada casa se llegaban a juntar quince personas o algunas más entre familiares y allegados de los pueblos cercanos. Por ello había que matar algún cordero además de pollos y conejos para poder abastecer a todos los presentes. Lo mismo a la hora de dormir, lo hacían varios en una cama o se arreglaban los pajares para ello". BONI PRIMO.

Las gentes de Guerguitiáin no faltaban a la anual romería a la ermita de San Miguel en la Peña Izaga, centro devocional de todas las gentes del valle de Izagaondoa.

No había escuela en el pueblo y así los niños en edad escolar les tocaba andar diariamente cuarenta minutos para asistir a la de Indurain. Alrededor de ocho niños acudían desde Guerguitiáin. Se llevaban la comida en un zurrón y comían en alguna casa de Indurain que fueran familia o que tuvieran amistad con sus padres.

El cura venía a oficiar la misa desde Indurain. Don Narciso o don Miguel fueron alguno de los que realizaron tal cometido. Solían venir montados en una mula.

"No había una frecuencia estipulada de dar misa en la iglesia de Guerguitiáin. A veces podía ser semanal, otras quincenal o incluso una vez al mes, como también hubo años que no se oficiaba ceremonia religiosa aquí y el que quisiera escuchar misa tenía que desplazarse a Indurain. Cuando se daba misa aquí venían también los de Celigüeta, Muguetajarra y Vesolla. En el primero eran dos casas y en los otros una casa en cada pueblo, mientras que en Guerguitiáin había cuatro familias y además de los cuatro era el más céntrico y el que mejor pillaba al cura para desplazarse desde Indurain". BONI PRIMO.

El médico venía desde Monreal a visitar al enfermo cuando era de gravedad.
Cuando una mujer estaba para dar a luz se avisaba a Eugenia, la partera de Turrillas para que ayudara a venir a los niños al mundo.
Eusebio, el cartero de Turrillas era el encargado de traer la correspondencia a Guerguitiáin.

Para hacer compras había una tienda pequeña en Indurain y sino alargaban el trayecto y se desplazaban a Lumbier donde compraban todo tipo de alimentos de los que no se autoabastecían en el pueblo, como también se suministraban de vino. Trayecto en el que empleaban dos horas.
Algún vendedor ambulante del propio Lumbier o de Turrillas o Urroz aparecía por el pueblo ofreciendo su mercancía.

Los domingos los jóvenes iban a la taberna de Indurain a echar unos tragos y jugar a las cartas. También jugaban a pelota utilizando la pared de la iglesia como frontón y en ocasiones hacían baile en la calle con la gramola de Alejandra Armendáriz.

Las malas comunicaciones, la falta de servicios básicos como la luz y el agua y las ganas de los más jóvenes de buscar otro tipo de trabajo más diferente al del campo fue empujando a las gentes del pueblo a buscar otros lugares donde iniciar una nueva vida. La mayoría se fueron a Burlada y Pamplona. Los hermanos Armendáriz Beorlegui, Lorenzo y Alejandra, más la mujer del primero, Ascensión, natural de Salinas de Ibargoiti fueron los últimos de Guerguitiáin. A pesar de ser naturales de casa Jorge los últimos años vivieron en casa Faustino. Cerraron para siempre la puerta de su casa en los albores de 1970.

Visitas realizadas en marzo de 2009 y octubre de 2023.

Informante: Boni Primo de Casa Jorge (Conversación personal mantenida en Guerguitiáin).

Punto y aparte. La primera vez llegué a Guerguitiáin por el camino de Celigüeta, en esta ocasión lo hago por el de Indurain. Me gusta más esta segunda opción. Cuando coronas el alto ya ves el pueblo abajo en medio de una llanada con la iglesia sobresaliendo sobre el escueto caserío. También se contempla la iglesia del minúsculo pueblo de Vesolla encaramado en una colina. Mucha tranquilidad se respira en el ambiente según vas bajando. He visto un vehículo aparcado en el pueblo con lo que seguramente no estaré solo en este despoblado. La rehabilitación de su iglesia románica ha hecho que más gente de lo normal se deje ver por estos lares. Unos metros antes de llegar veo que están arreglando el acceso al cementerio que queda unos metros por encima del camino. Decido subir a verlo. También están reforzando alguno de sus muros que estaban en peligro de derrumbe. Sencillo y cuidado. Cuando vuelvo a salir al camino y me encamino hacia el pueblo veo a dos personas que están conversando en la plazoleta central y justo otra persona llega en ese momento con su coche. Los saludo y me dispongo a entablar conversación con ellos. Es un caso curioso y que pocas veces se había dado, los tres son nativos del pueblo, cada uno de una casa diferente. Han ido al pueblo a "echar la mañana, dar una vuelta por su pueblo y matar el rato". Hablan (y yo escucho) de la iglesia, del expolio, de recuerdos infantiles y de personajes variopintos que vivieron en en lugar. Al cabo de unos minutos uno de ellos dice que se marcha ya a Pamplona, que la visita a su pueblo ha terminado, en poco tiempo otro de ellos dice que se marcha a revisar unas tierras que tiene cultivadas, así que me quedo solo con Boni, un tipo bonachón, agradable y con ganas de contar cosas de Guerguitiáin. Le gusta la compañía del visitante que ha llegado esa mañana por allí y se explaya hablando de todos sus recuerdos. Hacemos buena pareja: uno con muchas ganas de hablar y otro con muchas ganas de escuchar. Nos asomamos a lo poco que queda de su casa natal, separada un centenar de metros del resto del pueblo. Atravesamos algún campo de cultivo y después de sortear algo de maleza llegamos ante los restos de casa Jorge. Me cuenta detalles de la casa, de la habitación de los abuelos, de la cocina, de la entrada, pero hay que hacer trabajar mucho la imaginación para reconstruir mentalmente la vivienda. Su estado es de ruina absoluta. Salimos otra vez al camino y volvemos al núcleo central. Me va contando detalles de los campos, de las casas, de las gentes que las habitaron. Pasamos delante de casa Alberro y llegamos hasta la joya de la corona: la iglesia románica de San Martín, restaurada antes de que fuera demasiado tarde. Por suerte no la dejaron caer. Le digo que yo la conocí sin rehabilitar en mi primera visita a Guerguitiáin, que pude contemplar su interior. Me comenta que raro es el fin de semana que no viene alguien a ver la iglesia pero curiosamente esa mañana de sábado yo soy el único forastero que ha aparecido en Guerguitiáin. Ha quedado bien el trabajo de recuperación de esta joya del románico. El interior lógicamente no se puede ver porque la puerta ya si está cerrada y no se si habrá alguna visita guiada en alguna época del año para ver el interior del templo. Lo ignoro, ni tampoco me dio por preguntarlo.
El bueno de Boni sigue contándome detalles sin parar y respondiendo con fluidez a todas las preguntas que le voy haciendo. Incluso me enseña por el móvil una fotografía antigua de cuando el pueblo estaba en buen estado.
Llegamos a donde tiene aparcado el todo terreno y me manifiesta que le toca marchar porque le están esperando para comer. Me ofrece llevarme en su vehículo hasta donde tengo el mío pero rechazo la invitación porque voy a quedarme un rato más en Guerguitiáin, quiero sacar un buen número de fotografías y observar todos los detalles que pueda en las edificaciones. Una despedida muy efusiva de esta persona tan cordial y afable que estaba por allí en el momento oportuno para que me haya podido empapar un poco más de como era la vida cotidiana en el pueblo años atrás.
Ya en solitario subo otra vez a la iglesia, la contorneo y le hago fotografías desde todos los ángulos. Lo mismo hago con las escasas edificaciones del pueblo que todavía resisten en pie. Observo como el paso del tiempo ha hecho mella en casa Alberro que era la que estaba en mejores condiciones. Por allí ando cuando aparece nuevamente la persona que había ido a dar una vuelta a sus fincas. Conversamos brevemente sobre algunos detalles de su casa y enseguida nos despedimos porque también le toca ir a comer con su familia, así que ya si que me quedo solo del todo en Guerguitiáin, aunque mi visita ya va tocando a su fin porque poco queda por ver. Cojo el camino de Indurain, el sol no aprieta, más bien hace fresco en esta mañana otoñal, según voy caminando voy recordando las sensaciones vividas en este pequeño pueblo que me ha dejado buen recuerdo en mis dos visitas y en la inmensa suerte que he tenido de que estuviera Boni por allí cuando yo llegué a Guerguitiáin. Mejor anfitrión no he podido tener para conocer cosas sobre este despoblado navarro in situ.


Año 2023. Entrando en Guerguitiáin.




Año 2009. Vista parcial de Guerguitiáin. Casa Faustino, casa Alberro y la iglesia de San Martín.



Año 2009. Casa Faustino, la última que se cerró en Guerguitiáin. Estuvo habitada por el matrimonio formado por Faustino Armendáriz y Marta Armendáriz. En 1963 la familia se marchó a Burlada. Tiempo después se vinieron a vivir a esta casa los hermanos Lorenzo y Alejandra Armendáriz, además de Ascensión mujer de Lorenzo. Ellos venían de casa Jorge pero se pasaron a la de Faustino por reunir mejores condiciones.



Año 2009. Trasera de casa Faustino y camino de Indurain.




Año 2023. Casa Faustino y la iglesia.




Año 2023. Casa Alberro. Corral para las ovejas adosado en el lado izquierdo. La habitó el matrimonio formado por Jesús Turrillas y Vicenta Villava, nacida en Vesolla. Anteriormente vivieron en ella los padres de Jesús: Víctor Turrillas y Benita Irigoyen. La familia se marchó a Izco.



Año 2023. Trasera de Casa Alberro, herida de muerte con la caída de parte del tejado. Espadaña de la iglesia.



Año 2009. La iglesia románica de San Martín de Guerguitiáin (antes de su rehabilitación). Por este lado tenía adosada la abadía de la que no queda nada. No se recuerda cura alguno viviendo en ella. Estaba arrendada al pastor: Jesús Erro, el cual vivía con su esposa Jesusa y sus hijos. Se marcharon en los primeros años 60 a Burlada. Años más tarde la casa se demolió por el mal estado que presentaba.



Año 2023. La iglesia de San Martín (después de su rehabilitación). Después de insistentes campañas de protesta ante las administraciones y medios de comunicación y bajo el lema "Salvemos San Martín de Guerguitiáin" la Asociación de Amigos del Románico y el ayuntamiento del Valle de Izagaondoa se consiguió en 2012 hacer las reformas pertinentes sobre el templo antes de que hubiera sido demasiado tarde.
"En la pared que queda entre la puerta de entrada al templo y la sacristía era donde se jugaba al frontón. El interior de la iglesia era bastante lóbrego. Solo entraba luz por la puerta". BONI PRIMO.



Año 2009. Interior del templo (antes de su rehabilitación). Altar mayor. Humedad en la pared. Grieta en el ábside. Restos de madera acumulados, suelo levantado.



Año 2009. Interior de la iglesia (antes de su rehabilitación). Puerta de acceso, coro, boquete en el techo por donde sacaron la campana.



Año 2023. Era de trillar. Sacristía, ábside.




Año 2023. Casa Jorge, también conocida como casa Maximiano o casa de Arriba. Vivió en ella el matrimonio formado por Maximiano Armendáriz y Bárbara Beorlegui. Dos hijos de ellos: Lorenzo y Alejandra continuaron viviendo en la casa una vez que el resto de la familia emigró a Burlada en los años 60.



Año 2023. Granero.




Año 2023. Cementerio.

Villamorón (Burgos)

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En la vega del río Brullés por su lado derecho se asienta el pueblo de Villamorón. A 825 metros de altitud, fue siempre un barrio de Villegas del que le separa apenas un kilómetro. Sus aproximadamente treinta casas no presentaban una estructura urbana definida. Las eras de trillar se ubicaban en un espacio central distribuyéndose el núcleo urbano alrededor de ellas. Calles de poca longitud y viviendas dispersas o en algunos casos agrupaciones de tres casas formando hilera. La mayoría estaban orientadas al sur o al este.
En la mitad del siglo XX aún contaba con ciento cincuenta habitantes. Vieron llegar la luz eléctrica al pueblo en 1920. El agua corriente llegó en 1987.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
Leña de olmo, chopo, sauce, sarmientos y aulagas era lo que utilizaban para la combustión de la lumbre en las cocinas y con ello combatir los rigurosos inviernos que por aquí se daban, donde no faltaban varias nevadas al año que se llegaban a juntar unas con otras. Algunos hogares tuvieron ese gran invento para calentar las casas que fueron las glorias.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, avena, cebada, yeros y viñas principalmente.
Iban a moler el grano a los molinos de Sasamón o al de Villadiego.
En época de siega se contrataban segadores que aparecían por la comarca llegados desde diversas partes de Castilla la Mancha.
Ciruelos, manzanos, perales, avellanos, nogales o membrilleros eran una buena representación de los árboles frutales que había en Villamorón.
La oveja era el animal sobre el que se basaba la ganadería de Villamorón. Se llevaban a vender corderos los lunes a Villadiego que era día de mercado. También se aprovechaba para vender lechones.
Un guarín era el encargado de sacar a pastar el ganado mular cuando escaseaban las faenas agrícolas. Las llevaban a Villegas, al corral de las burras y de allí salían todas las caballerías de los dos pueblos juntas. Lo mismo pasaba con el jatero que sacaba cada mañana los becerros a la zona de pastos.
Era costumbre matar en cada casa un cerdo al año.
Conejos, liebres y torcaces suponían un buen reclamo para los aficionados a la caza.
El cercano Brullés les proporcionaba barbos, cangrejos, chirlas de río y algunos cazaban ratas de agua, que a decir de los que la probaron era una carne muy fina.

Camino Hondo
Camino de Villanoño
Carreruela
Carrevillasidro
Cotorro de la Horca
El Tarrero
Fuente Hontoria
Fuenticabezas
La Roma
Las Navas
Los Perales
San Juan
San Quirce
Valdetruedo
Villao

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Villamorón que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Los lunes, día de mercado en Villadiego aprovechaban para hacer compras de productos de primera necesidad que no había en Villamorón.
Por el pueblo aparecían vendedores ambulantes de Villadiego, de Sasamón o de Arenillas de Villadiego ofreciendo su mercancía. También se dejaban ver otro tipo de artesanos del gremio ambulante como eran los afiladores gallegos, los componedores o los trilleros.
En octubre iban a Villadiego donde se celebraba una importante feria de ganado.
Los que tenían que hacer alguna gestión en la capital tenían que estar a las ocho y media de la mañana junto a la carretera por donde pasaba el coche de linea que hacia el recorrido Villadiego- Burgos diariamente.

El cura, don Prisciliano (nacido en Villamorón) acudía desde Villegas para realizar los oficios religiosos.
También desde Villegas se presentaba el médico cuando la situación lo requería. Don Carlos y anteriormente don Antolín, su suegro, fueron los que realizaron durante años tal cometido.
Clodoaldo, el cartero iba en bicicleta hasta Villadiego y allí recogía la correspondencia para repartirla en Villegas y en Villamorón.

Celebraban sus fiestas patronales el 25 y 26 de julio (Santiago y Santa Ana). Era costumbre hacer el volteo de campanas. Se hacia misa y procesión. En la comida se mataba una oveja vieja en cada casa además de otros productos derivados del cerdo para agasajar a familiares y allegados. El baile se hacia en una era amenizado por dulzaineros. Durante años vinieron los músicos de Mecerreyes. Fiestas muy concurridas. Acudía la gente de Villegas por cercanía y familiaridad y luego también venía juventud de Villadiego, Sasamón, Olmos de la Picaza, Pedrosa del Páramo, Sordillos, Villasidro, Villahizán, Villanoño...
No faltaba tampoco a la cita Jerónimo, el cual tenía un bar en Villegas y el día de Santiago ponía un kiosco en Villamorón ofreciendo bebidas y algunos productos alimenticios.
Para las fiestas de Villegas en honor a Santa Eugenia en diciembre eran los de Villamorón los que se desplazaban en buen número a disfrutar del evento. Lazos familiares, de amistades y de cercanía quedaban reflejados en estos días festivos donde los dos pueblos tenían mucho contacto, aunque a decir verdad el trato era diario y frecuente, siempre fueron dos pueblos en uno. Muchos noviazgos se dieron entre jovenes de uno y otro lugar.
A ello se le unía el que todos los domingos se hacia baile en Villegas a nivel local en el bar de Jerónimo con música de gramola. Allí acudía gran parte de la juventud de Villamorón.

La emigración sacudió a toda la comarca y a ello no fue ajeno Villamorón. La gente joven no veía aliciente en seguir trabajando el campo, las casas necesitaban muchos arreglos y mantenimiento y a un kilómetro tenían un pueblo como Villegas donde tenían mejores servicios e infraestructuras y desde allí el cabeza de familia podía seguir yendo a trabajar las tierras. Así que mientras unos se quedaron en Villegas, otros se fueron a Villadiego y unas cuantas familias eligieron Burgos para iniciar una nueva vida. Con todo ello Villamorón permaneció con presencia humana de manera permanente hasta el año 1998 en que Jesús Gutiérrez e Iluminada Cuesta cerraron para siempre la puerta de su casa y se marcharon para la capital provincial.

Informante: Enrique Gutiérrez Bustillo, descendiente de Villamorón (su abuelo materno nació y vivió allí).

Visitas realizadas en julio de 2008, enero de 2013 y octubre de 2023.

En 2003 se creó la Asociación cultural Amigos de Villamorón dedicada a promover la rehabilitación de la iglesia de Santiago Apóstol. Han llamado a todas las puertas, han salido en medios de comunicación, han hecho campañas de micromecenazgo para conseguir que la "Catedral del Páramo" recupere el brillo que tuvo en el pasado. Han conseguido recuperar el coro y ahora están enfrascados en la restauración del retablo del altar mayor.
En el siguiente enlace se puede acceder a la pagina web de la Asociación donde se muestran todas las actividades realizadas y los proyectos pendientes:
Pincha aquí: Amigos de Villamorón

Punto y aparte. Tenía Villamorón aparcado en mi trastienda virtual sin decidirme a dar el paso de incluirlo en la página de los deshabitados. Había estado visitando el pueblo en dos ocasiones: en 2008 (cuando todavía no tenía el blog en funcionamiento) y en 2013 pero en ambas ocasiones había visto gente en alguna casa del pueblo, unido a la premura de tiempo que hizo que no pudiera explayarme en la visita al lugar con tranquilidad como a mi me gusta, es por ello que no me preocupé de indagar y saber más a fondo sobre la situación en que se encontraba el pueblo a nivel poblacional, así que decidí dejar el futuro trabajo sobre Villamorón para más adelante (si alguna vez me decidía a darle cabida en mi página). Pero un correo electrónico lo cambió todo. El año pasado me escribió Pedro Francisco Moreno presidente de la activa Asociación Amigos de Villamorón comentándome que me había escuchado en un programa radiofónico hablando sobre los pueblos deshabitados y por ello me invitaba a conocer Villamorón y hacer un trabajo sobre el pueblo para mi blog. Le manifesté que el pueblo ya lo conocía pero que todavía no me había decidido a hacer un reportaje sobre él. Me facilitó el enlace de la pagina de la Asociación y me emplazó a que me pasara por Villamorón y que allí sería bien recibido y podría contar con la colaboración de gente que me ayudaría en mi cometido.
La ocasión se presentó este año y para allá que me fui. Allí estaba esperándome Enrique Gutiérrez, vicepresidente de la Asociación, natural de Villegas y con vinculo familiar con Villamorón por ser su abuelo de allí. Después de los saludos de rigor, lo primero que hizo fue abrir la puerta de la iglesia para mostrarme su interior. Dentro pude ver de primera mano el trabajo ya hecho y lo mucho que queda todavía por hacer para volver a dar lustre a un templo que se apagaba irremediablemente si esta asociación no hubiera intervenido a tiempo. Con las sabias indicaciones de Enrique voy conociendo detalles de esta majestuosa iglesia con hechuras de pequeña catedral. A continuación salimos al exterior y me muestra detalles arquitectónicos que pasarían inadvertidos a ojos de cualquiera que no sea entendido en la materia. Finalizada la visita al recinto eclesiástico nos vamos a dar una vuelta por el pueblo y ahí Enrique echa mano de su prodigiosa memoria para irme contando detalles de las diferentes edificaciones y de quien vivió en cada casa. El tiempo ha pasado volando y cuando nos queremos dar cuenta la hora de comer está encima. Me despido de tan grata compañía dándole las gracias porque mejor cicerone no he podido tener para conocer Villamorón.
Después de una buena comida en Olmillos de Sasamón decido acercarme nuevamente a Villamorón. Quiero ver el pueblo en solitario y hacer fotos con tranquilidad. Voy sabiendo lo que voy a ver y conociendo lo que es cada cosa. Dejo el coche junto a la carretera en Villegas. Lo primero que hago es acercarme hasta el edificio conocido como el Palacio situado entre campos de cereal. Nada que ver con el esplendor que tuvo que tener antaño, solo queda una parte de la edificación y actualmente tiene uso como palomar. Desde aquí me voy para el pueblo tras un corto paseo, me asomo a su cementerio, alguna placa funeraria en las paredes da muestra de que el camposanto no ha caído en el olvido. Enseguida me planto ante esta belleza insuperable que es la iglesia de Santiago Apóstol de Villamorón. Se come todo el protagonismo del lugar. Todo queda empequeñecido ante desmesurado templo. Me dispongo a transitar por el pueblo ya con pleno conocimiento de lo que fotografío y de por donde me muevo gracias al excelente guía que fue Enrique en mi visita por la mañana. Llama la atención también el elevado número de bodegas diseminadas por diferentes partes del pueblo lo que da una idea de la importancia que tuvo la vid en tiempos pasados por estas tierras. Continuo contemplando las viviendas, hay alternancia de edificaciones en piedra con otras donde el adobe es el que manda. Lógicamente estas llevan peor camino. Así como también se combinan viviendas en buen uso que reciben visitas temporales, otras mantenidas para evitar que se deterioren y otras que ya están a punto de hincar la rodilla y venirse abajo del todo. Llega una furgoneta, se para en una casa a un centenar de metros de donde yo estoy, se bajan dos personas y observan y hacen gestos sobre el exterior de una de las edificaciones. Me voy a contemplar nuevamente la fuente. Nada nuevo, la tomo unas cuantas fotografías. Otro bonito ramillete de bodegas me salen al paso cuando vuelvo para el pueblo, las dos personas que vi hace unos minutos ya no están, me dirijo al camino principal, pasa un turismo con un ocupante, me saluda con la mano y pronto se pierde de vista por el camino de Villahizán. Voy a ver la balsa de agua que me había recomendado Enrique. No tiene una gota de agua. Me acerco a un palomar cercano. Bonitas y curiosas estas edificaciones. Vuelvo hasta el núcleo central del pueblo. Me paro unos instantes a contemplar las eras donde trillaban. Es curioso pero en pocos sitios he visto las eras ubicadas como aquí en Villamorón, en pleno centro del pueblo, lo normal que estén apartadas y en un lugar un poco elevado. Vuelvo por la parte de atrás a contemplar la catedral del Páramo como es conocida la iglesia de Villamorón. Hay una pareja en el patio exterior del recinto haciendo fotografías y leyendo alguno de los paneles que hay instalados con recortes de prensa e indicaciones varias. No saludan así que yo sigo a lo mío: mirar para arriba y contemplar cualquier detalle exterior del templo. A su vera he echado en falta el edificio de la escuela que si pude ver en mi primera visita y que según parece la derribaron por el mal estado que presentaba. Una persona con traje de faena pasa junto al camino y sigue de camino hacia Villegas. Da las buenas tardes y nos mira con curiosidad tanto a mí como a las otras dos personas que están unos metros más allá. Creo que la gente de Villegas se ha ido acostumbrando poco a poco a ver gente pululando alrededor de la iglesia de Villamorón debido a la frecuencia con que ha salido la situación actual de la iglesia y los proyectos de futuro en los diferentes medios de comunicación. La visita al pueblo va tocando a su fin. Lo he podido hacer con tranquilidad, sin prisas, mirando, remirando, volviendo a pasar por un mismo sitio, parándome a contemplar, observando desde diferentes ángulos, justo todo lo que no pude hacer en las dos primeras visitas. La primera porque ya la noche se echaba encima y la segunda por falta de tiempo porque me estaban esperando en otro lugar y ya iba con retraso. Ahora ya no, he podido visitar Villamorón como a mi me gusta y como recomiendo a todo el mundo que visite estos despoblados: con calma, escuchando el silencio y dejándose abrazar por la soledad.


Año 2023. Llegando al pueblo por el camino de Villahizán de Treviño.



Año 2013. Calle de Villamorón.




Año 2023. Conjunto de tres viviendas en hilera.
La casa de la izquierda la habitó el matrimonio formado por Afrodísio Barbero y Primitiva. Tuvieron siete hijos: Iluminado, Laurentino, Presentación, Dictinio, Luisa, Anunciación y Leónides. Se marcharon a Villegas.
La casa del medio fue la última que se cerró en Villamorón y es en la que se puso el primer teléfono publico que hubo en el pueblo. Vivió en ella el matrimonio formado por Jesús Gutiérrez e Iluminada Cuesta. Tuvieron cuatro hijas: Encarnación, Socorro, María Victoria y Azucena (la última persona bautizada en el pueblo). Emigraron a Burgos.
La casa de la derecha era la conocida como casa nueva de Villamorón por ser la última construida en el pueblo. Estaba habitada por el matrimonio formado por Isidoro Gutiérrez y Concepción. Tuvieron dos hijos: Isidoro y Concepción. La madre falleció en Villamorón y el padre se fue con el hijo.



Año 2013. Vivienda donde se da el uso conjunto de la piedra y el adobe. La habitó el matrimonio formado por Gregorio Bustillo y Cecilia Gómez (natural de Villegas). Tuvieron siete hijos: Silvina, Urbano, Julia, Lupicinia, Gaudencio, Gregorio y Maximina. La madre al enviudar se fue a vivir con Gaudencio que estaba destinado de sacerdote en Sotresgudo.



Año 2008. Otra vivienda que conjuga la piedra en la parte baja de la fachada con el adobe en la parte superior. Vivió en ella el matrimonio formado por Luis Bustillo y Consuelo Martínez. Tuvieron cinco hijos: Laura, Primitivo, Begoña, Eradio y Luisa. Se trasladaron al cercano Villegas.



Año 2008. Buena vivienda de tres plantas construida en piedra. En la actualidad ha sufrido un cambio de imagen. Estaba habitada por el matrimonio formado por Alejo y Aurelia (ambos fallecieron en el pueblo). Tuvieron dos hijos: Santiago y José, este se fue a Barcelona y Santiago se quedó en la casa. Se casó con Angelines, natural de Arenillas de Villadiego. Tuvieron tres hijos: Santiago, Aquilino y Aurelia. Se marcharon a Villadiego.



Año 2013. Bloque de tres casas en hilera.
La casa de la izquierda estaba habitada por Elías Alonso y María. Tuvieron cuatro hijos: Ananías, Jesús, Basilisa y Casimira. La familia emigró a Bilbao.
La del medio la habitaba el matrimonio formado por José Martínez y Soledad Gutiérrez. Tuvieron seis hijos: María Soledad, Ana María, Raquel, Máxima, Angelines y José Antonio. Se fueron a Burgos.
La casa de la derecha llevaba mucho tiempo deshabitada y se usaba como pajar y almacén.



Año 2013. Vivienda en mal estado de conservación. Vivió en ella el matrimonio formado por Dictinio Barbero y Trinidad Gómez, natural de Villegas. Tuvieron cinco hijos: Emilio, Eloy, Marino, Joaquín y Benjamín. La familia se trasladó a Villegas.



Año 2023. Calle de Villamorón. Casa de Félix Gómez y Amalia Martínez. Tuvieron tres hijos: Crescencio, Adelina y Daniel. Posteriormente vivió en la casa el mayor de los hijos: Crescencio que se casó con Anunciación. Tuvieron cuatro hijos: Teresa, Félix, Alfonso y Crescencio. Se quedaron en el cercano pueblo de Villegas.



Año 2023. Vivienda e iglesia de Santiago Apóstol por su lado oeste donde se encuentra un gran rosetón de iluminación. La casa la habitó el matrimonio formado por Rafael y Eutimia. Tuvieron tres hijos: Florentino, Iluminada e Isidora. El padre falleció en Villamorón. La familia emigró a Burgos.



Año 2008. La iglesia de Santiago Apóstol antes de su rehabilitación exterior. Fue declarada Bien de Interés Cultural en 1984.



Año 2023. La iglesia gótica de Santiago Apóstol con su nueva imagen una vez que se rehabilitó exteriormente.



Año 2023. Portada de acceso al templo.




Año 2023. Detalle exterior. Gárgola.




Año 2023. Interior de la iglesia. Un Cristo crucificado y el retablo de la capilla de San Joaquín y Santa Ana fueron trasladados al Museo del Retablo en Burgos.



Año 2023. Fachada este de la iglesia y la casa del cura. La vivienda estaba alquilada al matrimonio formado por Valeriano Gónzalez y Casilda. Tuvieron dos hijos: María Isabel y José Luis. La familia se marchó a Burgos.



Año 2008. Junto a la iglesia por su lado este se encontraba la escuela y la casa del maestro. Nada queda de ella en la actualidad pues fue derribada por su aparente mal estado. Don Enrique, natural de Grijalba fue el maestro que impartió enseñanza en este aula durante muchos años. Estaba casado con Otilia, natural de Villegas. Tuvieron cuatro hijos: Enriqueta, Irene, José y Emilio. La familia emigró a Burgos.



Año 2013. Calle de Villamorón. En la casa de la izquierda vivía Cristina, una mujer mayor que estaba viuda. En la casa del lado derecho de la calle vivió el matrimonio formado por Lupicinia y Fidencio, nacido en Villusto. Tuvieron cuatro hijos: Virgilio, Teresa, Natividad y Marcos. Se fueron a vivir a Villegas.



Año 2013. La vivienda situada más al este de Villamorón. Estuvo habitada por el matrimonio formado por Benigno Martínez y Pilar Cidad. Tuvieron un hijo: Bernardo. Se fueron a Villegas.



Año 2013. Cementerio de Villamorón. Antiguamente fue la ermita de Santa Leocadia.



Año 2023. El Palacio. Es lo que queda de la antigua edificación palaciega habitada por los Villegas y posteriormente por los Velasco. Reconvertido en palomar.



Año 2023. Eras de trillar.




Año 2023. La fragua de Villamorón. Elías Alonso era el herrero.



Año 2013. La fuente y el lavadero.




Foto cedida por Enrique Gutiérrez.

Año 2016. La balsa de Villamorón. Se utilizaba para beber los animales. Tenía el suelo empedrado y se abastecía con agua subterránea que se filtraba.



Año 2013. Bodegas.




Año 2023. Palomar.

Villamardones (Alava)

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A 900 metros de altitud al pie de las paredes rocosas del monte Vallegrull se sitúa el despoblado de Villamardones en el interior del parque natural de Valderejo. Lugar del que formó parte del municipio hasta 1967 con los pueblos de Lalastra, Lahoz y Ribera. En 1967 pasaron a pertenecer al ayuntamiento de Valdegovía.
Alrededor de ocho casas conformaron el pueblo en sus años de plenitud quedando reducidas a cuatro las que aguantaron abiertas en las últimas décadas de vida del pueblo. Una veintena de habitantes residieron en el pueblo hasta el final.
Tuvieron luz eléctrica en las casas desde los años 40.
Padecían unos inviernos muy severos con abundantes nevadas donde se quedaban incomunicados, no podían sacar el ganado a pastar y lo tenían que tener estabulado durante muchos días.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo, cebada y avena. Había molino en el pueblo junto al río Purón, pero solo era para los animales, para moler el trigo para el pan iban a los molinos de San Zadornil o al de San Millán de San Zadornil en la provincia de Burgos.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
La oveja era el punto fuerte en la ganadería, aunque tampoco faltaban las vacas y las cabras. Los corderos venía un tratante de Vitoria a comprarlos. De los terneros se encargaba uno que venía desde el pueblo de Sojo y otro tratante de cerdos llegaba desde Villanueva de Valdegovía.
No faltaban a la feria de ganado que se celebraba a primeros de septiembre en la campa del Santuario de Nuestra Señora de Angosto ubicado en las cercanías del pueblo de Villanañe.
Con menor asiduidad también acudían a la feria que se celebraba en el valle de Losa burgalés, en el pueblo de Quincoces de Yuso.
Era costumbre matar un cerdo al año en cada casa. En algunas eran dos los animales sacrificados.
Liebres y perdices suponían un aporte extra para las cocinas una vez que los aficionados a la caza dieran buena cuenta de su puntería.

Anderejo
El Cubo
Fuente Tomanillo
Hayal de Villamardones
Las Torcas
Los Llanos
Senda de San Lorenzo
Somonte
Vallegrull

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Villamardones que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Durante años hubo dos curas residentes en Lalastra, cabecera del ayuntamiento de Valderejo. Uno se encargaba de los oficios religiosos en Lalastra y Lahoz y el otro tenía a su cargo los pueblos de Villamardones y Ribera. Mientras que se dio esta situación se celebraba misa todos los domingos en la iglesia de Villamardones. Con el tiempo se suprimió un sacerdote y solo quedó uno para los cuatro pueblos del valle y con ello las misas dominicales se espaciaron más en el tiempo, en ocasiones era una vez al mes. Don Pedro estuvo en 1953 oficiando los actos religiosos para los cuatro pueblos del valle durante unos años.
El médico venía desde el pueblo de Bóveda montado en una moto cuando la situación lo requería y había que visitar un enfermo.
Había cartero en Villamardones, en la persona de Miguel Ortiz. Iba a San Millán de San Zadornil a recoger la correspondencia y luego la repartía en su pueblo y en Ribera. En caballería, en bicicleta y a lo último en moto fueron los medios que utilizaba para los desplazamientos.
No había escuela en Villamardones y así los niños en edad escolar tenían que recorrer diariamente un kilómetro y medio para asistir a la de Lalastra.

Sus fiestas patronales eran el 24 de junio para San Juan. No faltaba la gente del resto de los pueblos del valle así como gente joven de los pueblos de la jurisdicción de San Zadornil.
Era costumbre matar una oveja vieja o un cordero en cada casa.
El baile se realizaba en una era amenizado por un acordeonista de Amurrio.
El 10 de agosto era el día grande para las gentes de Valderejo. Subían en romería hasta la ermita de San Lorenzo desde los cuatro pueblos donde se juntaban con gentes de pueblos burgaleses vecinos. Allí celebraban una misa, una comida campestre, una rifa de quesos y un poco de baile, regresando por la tarde cada uno a su pueblo.

Algún vendedor ambulante se dejaba ver por Villamardones ofreciendo su mercancía: arenques, bacalao, azúcar, arroz...
Para realizar compras se desplazaban hasta el pueblo de San Millán de San Zadornil donde había varios comercios.
Los juegos de bolos (de gran arraigo en Valderejo) y las partidas de cartas suponían el entretenimiento en los escasos ratos de ocio.

A pesar de contar con algunos avances como carretera, luz eléctrica e incluso una trilladora para las labores del campo la vida en Villamardones era muy dura. Estaban faltos de otros servicios, el clima era muy severo, el campo ya no daba más de si y la gente tenía ganas de probar otro modo de vida en las ciudades. En marzo de 1958 las cuatro familias que quedaban viviendo en el pueblo se fueron a la vez a Vitoria. Ello fue debido a que el pueblo lo compró el Secretariado Social Diocesano de Vitoria con la idea de instalar allí una granja para tener suficientes recursos con los que abastecer a las gentes que en aquellos años llegaban a la capital alavesa. A cambio de la compra a las gentes de Villamardones les dieron casa y trabajo. Así se puso punto y final a la presencia humana ininterrumpida durante siglos en este pequeño pueblo del valle de Valderejo. Durante unos años funcionó la citada granja pero al final el silencio y la soledad se instalaron de forma permanente en Villamardones.

Visita realizada en noviembre de 2023.

Fuentes de información:
-Testimonios de Xavier Ortiz, antiguo vecino de Villamardones en diferentes medios de comunicación de Euskadi.
-Vecino de Lalastra (conversación mantenida a la puerta de su casa).
-"La ganadería y el pastoreo actualmente y a principios de siglo en Valderejo", documento digital escrito por Xavier Ortiz para la sociedad Eusko Folklore.
-Paneles informativos en diversos puntos de Valderejo.


Punto y aparte. En esta fresca mañana otoñal de 2023 llego hasta el pueblo de Lalastra, centro neurálgico del parque de Valderejo para visitar los dos despoblados que hay en el valle: Ribera y Villamardones. Primero haré la visita a este último, más cercano y mejor comunicado, dejando para la tarde la visita a Ribera. El camino es suave, entre abundante vegetación a ambos lados, en algunos tramos hay restos del asfalto que un día permitió a los vehículos a motor llegar hasta Villamardones. Al coronar un pequeño repecho ya se tiene vista al valle por donde discurre el río Purón y aparece la visión del pueblo entre una densa masa forestal. Ya se intuye un lugar en estado muy ruinoso, apenas sobresalen visibles algunos restos de edificaciones entre la vegetación. Bonita panorámica con los colores del otoño y las paredes rocosas de Vallegrull. Un letrero señaliza un desvío al molino de Lalastra. Me acerco a verlo. Es pequeño pero está rehabilitado, en buen estado. Salgo otra vez al camino y me dirijo a Villamardones. Ya queda poco, son visibles sus ruinas en casi todo momento. Al entrar en el pueblo ya las primeras edificaciones me muestran lo que voy a ver y el estado en que se encuentra todo el pueblo. Un mojón kilométrico llama mi atención. Paredes con los muros a medio caer, a duras penas se distinguen los que fueron viviendas. Me acerco a ver el solitario transformador de la luz pero no puedo llegar hasta él, la vegetación lo impide, me conformo con verlo a unos metros. Vuelvo para el pueblo, encamino mis pasos hasta la iglesia. Un centenario tejo se sitúa en el centro y antecediendo al templo. Un panel informativo da explicaciones sobre este singular árbol. Contemplo la iglesia al exterior, robusta en sus paredes pero sin pórtico, ni tejado ni espadaña. Entro a su interior, salvo vegetación nada de interés, toca hacer trabajar la imaginación para poner en su sitio donde estuviera el altar mayor, la sacristía, el coro, la pila bautismal...
Salgo para fuera y contemplo la entrada del cementerio, el dintel coronado por una cruz se ha vencido y muestra la huella de la derrota frente al olvido y el abandono. Me llama la atención por la tristeza que emana esa piedra caída. Contorneo el templo para verlo por todos sus lados. Bajo otra vez para las escasas edificaciones que sobreviven. Al final de una calle un edificio llama mi atención, parece ser un silo para almacenar forraje, es curioso, de color blanco y forma cilíndrica. Desentona un poco entre el resto de construcciones. No sé si sería originario del pueblo o fue creado para la granja que posteriormente hubo en Villamardones. Retrocedo nuevamente y por una calle llego hasta la fuente. Bonita. En algunas publicaciones de internet había leído que hace unos años se había recuperado la fuente de Villamardones por parte de jóvenes dentro del Campo de Voluntariado del Gobierno Vasco. Los años pasan y si no hay mantenimiento la fuente lleva camino de volver a su situación pasada. El olvido y la dejadez van apareciendo nuevamente y la vegetación se va haciendo fuerte por lo que en poco tiempo la fuente volverá a no ser visible engullida por la maleza. Cerca de allí una casa llama mi atención, es la que mejor se encuentra (por decir algo) es todavía reconocible la fachada de la casa, aunque imposible de entrar a su interior. Por aquí ya no hay más que ver, vuelvo mis pasos hacia atrás. Bajo un poco por donde estaban las eras y contemplo una panorámica del pueblo, apenas visible nada. Me sitúo otra vez en la calle de abajo. Dudo mucho en si subir a la ermita de San Lorenzo. He visto el camino que partía desde la iglesia. Son cuarenta y cinco minutos. Sopeso la situación y decido no subir a San Lorenzo. Los días en esta época del año son cortos y todavía me queda una larga caminata hasta el pueblo de Ribera, más el cercano desfiladero del río Purón, con lo cual no me daría tiempo a ver la ermita, el despoblado y el angosto cauce del río entre Ribera y Herrán antes de que se hiciera de noche (decisión acertada porque pude contemplar con luz de día el pueblo de Ribera pero el camino de vuelta a Lalastra ya hice un buen tramo con la luz de la luna). Para otra ocasión quedará si se da la ocasión subir a contemplar la ermita donde un día al año aún se reúnen las gentes del contorno para honrar al patrón de Valderejo. Precisamente estando en esas cavilaciones baja una pareja joven de origen francés con un niño de corta edad por el camino de San Lorenzo, no se detienen en Villamardones y continúan camino hacia Lalastra.
Doy una pequeña vuelta por las calles de Villamardones por si me hubiera perdido algún detalle de interés. Incluso acabo nuevamente en la explanada de la iglesia, pero creo que la visita al pueblo ya va tocando a su fin. Así que cojo el camino de salida que me llevará en un pequeño paseo hasta el pueblo de Lalastra donde cogeré otro camino para dirigirme al despoblado de Ribera. Según voy caminando echo algunas miradas para atrás para contemplar el paisaje. Pienso que he llegado tarde para conocer uno de los escasos pueblos deshabitados que tiene el País Vasco. El pueblo ya está en muy mal estado. Veinte o treinta años atrás también estaría mal pero seguramente que mejor que ahora. He tenido ocasión de contemplar alguna fotografía antigua de Villamardones en internet y tuvo que ser un pueblo la mar de pintoresco.


Vista lejana de Villamardones desde el camino que va de Lalastra a Ribera. Las escasas edificaciones cada vez más mermadas se mimetizan con la vegetación.



Mojón Kilométrico. "A Vitoria 56 km". Recuerdo visible de cuando a Villamardones llegó la carretera (en 1940).



Llegando a Villamardones.




Vivienda. Las primeras edificaciones ya son un anticipo de lo que nos vamos a encontrar en nuestro deambular por el pueblo.



Vista parcial de Villamardones desde las eras.




Iglesia de Santa María (en otros sitios la citan como Nuestra Señora del Valle). Por este lado se situaba la espadaña que fue trasladada al santuario de Nuestra Señora de Angosto.



Fachada de la iglesia por su lado oeste con el cementerio anexo.



Interior del templo.




Interior del templo.




Calle de Villamardones.




Ruinas. Paredes caídas, ausencia de tejados, vegetación recuperando el terreno que un día fue suyo...



Calle de Villamardones.




La huella de la derrota. Las edificaciones menguan, la vegetación gana espacio.



La casa de Juana Vadillo y Miguel Ortiz (natural de Lalastra). Tuvieron siete hijos. La emigración los llevó a Vitoria. Fue de las últimas casas en cerrarse en Villamardones.



La fuente y el abrevadero de Villamardones.




Transformador de la luz. La electricidad llegó al pueblo en 1944. En invierno se quedaban en muchas ocasiones sin luz debido al derribo de algún poste de tensión por la climatología adversa y hasta que vinieran a repararlo transcurría un tiempo y mientras tanto tenían que volver a la luz de los candiles, velas, linternas o cualquier otro medio de antaño.

Derde (Almeria)

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A 980 metros de altitud, sobre una pequeña elevación del terreno se asienta el pueblo de Derde, pedanía de Vélez Blanco. Alrededor de una quincena de viviendas ubicadas en dos barrios, separados entre si por unos doscientos metros conformaban la población. En sus alrededores había una cincuentena de cortijos dispersos aproximadamente.

"Mi padre (Diego Gazquez) fue alcalde pedáneo durante veinte años" DIEGO GAZQUEZ.

Para consumo de agua tenían que subir hasta una fuente (Fuente de los Pastores) ubicada a quinientos metros del pueblo.
A las mujeres les tocaba ir a lavar la ropa a alguna acequia cercana.
Nunca llegó la luz eléctrica a Derde.
"Usábamos candiles de aceite, quinqués y ya a lo último candiles de carburo" DIEGO GAZQUEZ.

Leña de pino era lo que se utilizaba para calentar la lumbre de los hogares.
Trigo, cebada y avena eran sus principales producciones agrícolas.
Mucha importancia tenía el almendro en sus fincas. El fruto obtenido se llevaba a vender a Vélez Rubio.
Para moler el grano iban al molino de Manuel Martínez en los Cortijos del Estrecho.
Algunos vecinos recogían esparto para su venta o ellos mismos confeccionaban serones, capazos y esteras entre otros utensilios.
Algunas familias poseían pequeños rebaños de ovejas. Los corderos se vendían a tratantes de Vélez Blanco.
Según las necesidades y las posibilidades se podían matar uno, dos y hasta tres cerdos al año en cada casa.

Arroyo del Estrecho de Santonge
Barranco del Royito
Casa Guino
Cortijo del Barranco
Cortijo Piedra de la Reina
Fuente de los Pastores
La Morra
Las Viñas
Loma de Derde
Los Calares
Los Canalizos
Los Cerricos
Los Hoyos

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Derde que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Se desplazaban los miércoles a Vélez Blanco que era día de mercado. Unas cuatro horas tardaban en hacer el trayecto hasta la cabecera municipal. De paso cualquier vecino aprovechaba para recoger y llevar la correspondencia hasta el pueblo.

"En Derde había taberna, tienda y estanco, todo en la misma casa, lo regentaban Manuel y Manuela" DIEGO GAZQUEZ.

Venían vendedores ambulantes de María y Vélez Blanco vendiendo todo tipo de artículos y comestibles.
"Desde Pozo Alcón en la provincia de Jaén venía uno vendiendo aceite, otro venía desde el pueblo murciano de Cañada de la Cruz vendiendo manzanas y tambíen murciano era uno que venía desde La Parroquia vendiendo un poco de todo entre ello unas granadas que estaban muy buenas"DIEGO GAZQUEZ.

El cura venía desde Vélez Blanco para los oficios religiosos. Don Francisco realizó tal cometido muchos años.
Desde Topares venía el médico cuando la situación era de gravedad y lo requería.

"Para los partos se recurría a las buenas artes de la tía María que vivía en la cortijada de La Alqueria" DIEGO GAZQUEZ.

Para final de año y con la llegada de la Navidad era cuando Derde salía del letargo rutinario del trabajo. En estas fechas la Cuadrilla de Ánimas formada por músicos del pueblo (guitarra, laúd, guitarro, platillos) inundaban de algarabía las calles con su música y sus cantos. Fiesta que duraba varios días. Se iba casa por casa cantando coplas y se les daba dinero y alimentos como pollos, huevos, calabazas... Con lo obtenido se hacía la rifa de ánimas.

                                             Ya se despiden las Ánimas
                                             y muy contentas se van
                                             en pago de tu limosna
                                             Felices Pascuas te dan.


Las parrandas, malagueñas, jotas y gandulas eran los bailables de los que participaban las gentes del pueblo y de todos los cortijos cercanos en los llamados bailes de Ánimas.
Con estos días festivos se enlazaba prácticamente con la festividad de San Antón de mucha tradición en Derde y en toda la comarca de Los Vélez.
"Se hacía una procesión por las calles del pueblo. La gente pujaba por coger las andas para sacar o meter al santo. Las mujeres elaboraban rollos, mantecados y tortas de Pascua en los hornos" DIEGO GAZQUEZ.

La emigración no pasó de largo por la comarca almeriense de Los Vélez y así se fueron quedando vacías numerosas aldeas y cortijadas. Para últimos de los 70 ya se habían marchado todos en Derde quedando habitado solamente algún cortijo disperso. La falta de servicios básicos, el cierre de la escuela, la poca rentabilidad de la agricultura y las ganas de buscar otro modo de vida fueron los alicientes que hicieron a todos los vecinos buscar un nuevo acomodo en otros lugares. Hacía Jijona marcharon unas cuantas familias debido al auge de la industria turronera en las tierras alicantinas. Otros se fueron a Puzol en Valencia, alguna familia a Caravaca de la Cruz y otras gentes optaron por quedarse en los pueblos grandes de la comarca: Vélez Blanco y María.

Informante: Diego Gazquez, antiguo vecino de Derde (Conversación personal mantenida en su casa de María).

Visita realizada en marzo de 2023.

Punto y aparte. Unos cuantos años hace que tenía "apuntado" en mi agenda virtual (mente) el conocer este lugar de Derde. La ocasión se dio en este final de invierno de 2023 con ocasión de estar unos días por esta interesantísima zona donde se juntan las provincias de Almeria, Granada y Murcia. En esta mañana donde la temperatura es fresca y hay negros nubarrones (que amenazan con soltar agua, pero luego no se dará el caso) enfilo el camino que me llevara hasta mi objetivo. Un kilómetro antes de llegar me llama la atención el cementerio, situado a un lado del camino. Encalado de blanco, es de gran volumen. Bien cuidado, algunas tumbas reposan en su interior. Paso junto a un cortijo que tiene señales de vida pero no se ve presencia humana. Ya tengo a Derde ante mi campo de visión, encaramado en un pequeño cerro. Hacía allí me dirijo, un centenar de metros antes hay una casa de campo delimitada con una alambrada. Hay una persona haciendo alguna faena junto a la vivienda. Al verme llegar se limita a saludarme sin más. Cuando le hago alguna pregunta se aproxima a la verja y mantenemos una escueta conversación sobre el lugar. No parece con muchas ganas de hablar así que me despido de él y me encamino hacia el núcleo central del pueblo. Al subir el pequeño repecho ya avisto las primeras edificaciones: la inconfundible escuela y un grupo de casas en ruinas. Me dirijo hacia el recinto escolar, los grandes ventanales orientados hacía el este me dan la bienvenida. Adyacente a ella está la casa de la maestra. Se nota que son construcciones recientes, tanto en el diseño como en el material empleado. Dos arcos de medio punto dan acceso a los dos edificios. Me asomo al aula, diáfano, nada de interés, ningún ornamento escolar a resaltar, vigas caídas. Me dirijo a la casa de la maestra, visible la cocina con el hueco de la chimenea y el espacio dedicado a cantarera y poco más, las otras estancias de la casa están vacías de todo mobiliario ni adorno estético. Salgo a la calle. Cojo un camino entre almendros que se aleja del pueblo. Quiero ver la vista panorámica desde aquí. Muy bonita, puedo apreciar la disposición urbanística de Derde en su ubicación sobre el terreno con sus dos barrios y la ermita en medio. Observo el mal estado generalizado de las edificaciones. Subo otra vez para arriba Me dirijo a contemplar el barrio bajo, situado junto a la escuela. Un pequeño grupo de casas compactas me recibe. Sorprendentemente y a pesar de su mal estado aún puedo entrar al interior de alguna de ellas. Algo de mobiliario y utensilios caseros son todavía visibles para hacer trabajar un poco la imaginación. En otra edificación veo alguna maquinaria de un molino como el rodezno y dos muelas, todo ello ya prácticamente enterrado por los escombros. Continuo "husmeando" por donde puedo, algún horno de pan, una puerta que resiste, un ventanuco, alguna alacena interior, y me dirijo por un suave camino ascendente a conocer la otra barriada. Entre medias de ambos se encuentra la ermita de Santa Gertrudis. De blanco reluciente y en perfecto estado de conservación. Es bonita y coqueta aunque los contrafuertes afean un poco. Me dirijo hacia el grupo de casas que está por encima, justo detrás del templo hay una casa en buen estado y gente en su interior, están dando buena cuenta de un almuerzo de mediodía en la entrada de la vivienda. Los saludo y les deseo buen provecho y continuo mi caminar. Llego hasta el barrio alto, por aquí está todo en muy mal estado, apenas nada en pie, difícil distinguir las edificaciones, ninguna tiene tejado ni las paredes enteras. Mucha viga caída y piedra escombrada. Brinco por donde puedo buscando algo de interés. Tomo unas cuantas fotografías. Buenas vistas desde aquí del resto del pueblo y de toda la llanura de Derde. Deshago nuevamente el camino, paso junto a la ermita y vuelvo a aparecer junto al barrio de abajo. Aún estando en algo mejor estado que el barrio alto sus edificaciones agonizan sin remisión. Es cuestión de tiempo que todo acabe en el suelo. Me dirijo nuevamente a la escuela. Me gusta su silueta. Me asomo a través de los ventanales, imagino un día de clase. Por imaginar que no quede, pero la realidad es otra. Por fin he podido conocer Derde. Me lo esperaba así. No me ha pillado por sorpresa porque había visto publicaciones recientes en otras páginas en internet. Pese al mal estado general del pueblo me voy con buen sabor de boca. Son de estos lugares que te dejan buenas sensaciones.

Entrando a Derde. Escuela y viviendas.




La escuela de Derde. Tres amplios ventanales orientados al este para recibir los primeros rayos solares del día. Se construyó en los años 50.



La escuela por su lado noreste. En el centro de la imagen el solitario cortijo de Ana Faces.



Visión de conjunto del centro escolar. La casa de la maestra (izquierda) y la escuela (derecha).
"Tuvimos una maestra muy buena, se llamaba doña Cecilia y era de Bustillo del Páramo en Palencia. Dejó muy buen recuerdo el tiempo que estuvo aquí"
DIEGO GAZQUEZ.




Mucha pared caída a ambos lados del camino. Fachada oeste de la casa de la maestra. De fondo el cerro del Gabar.



Grupo de casas formando un bonito encuadre. Son de las que mejor aguantan aún cuando su estado ya es agonizante.



Vivienda con su horno anexo.




Ruina generalizada. "Radiografía" de unas construcciones que expiran.



Vivienda. Boca de un horno.




Restos de una vivienda. Vigas caídas. Escombros.



Vivienda, corral anexo.




Era de trillar. Ermita. Barrio alto de fondo.



Ermita de Santa Gertrudis. Edificada en 1949. Hubo una ermita anterior en otro emplazamiento distinto que fue destruida durante la guerra. Por detrás las casas del barrio alto.



Edificaciones irreconocibles que agonizan. El cerro del Gabar dominando la escena.



Por el barrio de arriba las cosas están igual o peor.



A duras penas aguantan algunas paredes.




Algunos cortijos ubicados en las inmediaciones del pueblo se encuentran en relativo buen estado. Cortijo del Álamo.



Cementerio.

Barcena de Bureba (Burgos)

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A medio camino entre Abajas (a cuyo ayuntamiento perteneció) y Castil de Lences, en la comarca de La Bureba se asienta sobre un altillo del terreno el despoblado de Barcena de Bureba. Situado a 770 metros de altitud, alrededor de veinticinco casas, todas ellas construidas en piedra toba conformaron la población en sus buenos tiempos.
Había un horno comunal para hacer el pan.
No llegó nunca la luz eléctrica al pueblo a pesar de instalarse en todos los pueblos cercanos. No hubo acuerdo entre los vecinos y el alcalde pedáneo quería que sufragara los gastos el ayuntamiento de Abajas y por ello este gran invento pasó de largo por Barcena y fue el principio del fin para el pueblo. Los candiles de petróleo y de carburo fueron sus fuentes de iluminación hasta el fin de sus días.
Contaban con leña de encina para calentar la lumbre de los hogares y de aliaga y enebro para el horno. En Poza de la Sal andaban escasos de arbolado y venían a Barcena y los otros pueblos del contorno a por cargas de leña.
Sus tierras estaban sembradas de trigo y cebada principalmente. Iban a moler el grano a cualquiera de los tres molinos que había en Abajas.
Abundantes manzanos y nogales había en las fincas de cultivo de los que se extraía el correspondiente fruto que era llevado a vender a Poza y otros pueblos de la comarca.
Las ovejas y las cabras conformaban el volumen ganadero del pueblo. Venían los carniceros de Poza a comprar los corderos y los cabritos.
Había una importante dula de ganado mular en el pueblo pues las caballerías eran parte imprescindible en los trabajos del campo y del transporte.
Era costumbre matar un cerdo al año en cada casa.
Liebres y conejos eran los animales de monte sobre los que afinaban su puntería los aficionados a la caza.
Buena cantidad de cangrejos se extraían del arroyo que pasaba cerca.

Alto de las Quintanas
Arroyo de Valdefuentes
Arroyo de La Nava
Camino de Arconada
Camino del Prado
Cerro Budillo
Cerro Carrasco
Fuente de Somo Prado
La Nava
La Tobera
La Zarza
Las Fuentes
Manantial de La Fuentona
Mosquero

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Barcena que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para hacer compras se desplazaban a Poza de la Sal, preferentemente los sábados que era día de mercado. Dos horas tardaban en hacer el trayecto. Allí compraban de todo lo que no tenían en el pueblo y aprovechaban para vender excedentes de productos agrícolas y animales de granja.
Del mismo Poza, de Hontomín o de Quintanarruz venían vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía.
Los hombres de Barcena iban los domingos a Abajas donde había taberna a echar unos tragos o jugar la partida.

El cura venía desde el pueblo de Castil de Lences para realizar los oficios religiosos.
Don Epifanio, el médico venía desde Lences montado a caballo cuando tenía que visitar a algún enfermo de gravedad en Barcena.
Paquillo, el cartero de Poza de la Sal llegaba hasta el pueblo montado en una mula a repartir la correspondencia.

Antes de la guerra las fiestas patronales se celebraban el 9 de enero en honor a San Julián y Santa Basilisa pero al ser en lo más crudo del invierno en ocasiones no se podían realizar todos los actos programados y acudía poca gente de allegados de pueblos cercanos y familiares, por ello tomaron la determinación de cambiarlas al 18 de octubre para San Lucas. Con ello la fiesta ganó mucha notoriedad porque además eran las últimas del año en los pueblos del contorno. Se celebraba la misa y la posterior procesión. En la comida era costumbre sacrificar una oveja vieja en cada casa. El baile se hacía en una era y estaba amenizado por los músicos de Poza. Venía un tabernero de Castil de Lences e instalaba allí un kiosco con bebidas y dulces. Acudía la juventud de Abajas, de Castil de Lences, de Lences, de Cernégula, de Arconada e incluso de pueblos más alejados como Hontomín.
Aunque de menor importancia también se celebraba en Barcena la festividad de Nuestra Señora del Socorro.

La falta de servicios básicos y las ganas de buscar una mejor calidad de vida en las ciudades industriales del País Vasco y Burgos hizo que los barciniegos fueran tomando el camino de la emigración.
Primitivo Miguel (conocido como Rivera) fue el último de Barcena. En los albores de 1980 se marchó para siempre de su pueblo. Tiempo antes lo habían hecho los penúltimos: el matrimonio formado por Bernardo Rodríguez y María Bujedo. Aunque hubo una persona que se encargó de prolongar durante unos años más la presencia humana en Barcena. Este hombre era Francisco Alonso, un jubilado de Abajas que tenía casa en Barcena al ser su madre nacida en el pueblo. Francisco acudía todos los días desde Abajas y hacía las veces de "guardián" del pueblo con su comparecencia diaria. Una vez que este hombre dejó de hacer acto de presencia el inevitable y cruel expolio y vandalismo hicieron su aparición.

Fuentes de información:
-Vecino de Abajas (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa).
-Libro: "Los pueblos del silencio" de Elías Rubio Marcos.


Visitas realizadas en junio de 1995, noviembre de 2002 y noviembre de 2021.

Punto y aparte. Resulta un poco chocante ver a Barcena como un pueblo deshabitado. El estar situado junto a la carretera y rodeado de pueblos que vieron mermar mucho su población pero que aguantaron llama la atención de porque este pueblo no pudo resistir las embestidas de la despoblación y haberse quedado al menos como un pueblo de verano. Lo más dificultoso que es el acceso aquí estaba solucionado, lo demás podría haber ido llegando después, pero en fin...
En este día otoñal del 2021 hago mi tercera visita a Barcena. La principal diferencia entre mis dos primeras visitas y esta es que ya no se puede acceder al interior de casi ninguna vivienda. La caída de los tejados sobre las plantas inferiores en algunos casos taponando la entrada y la tabicación de algunas puertas ya no lo hacen posible. Pero no es esa la única diferencia que encuentro. Unos horribles y calamitosos grafitis distribuidos por diversas fachadas e interior de la iglesia forman parte de la visión urbana de lo que un día fue un bonito despoblado.
Es la hora de la sobremesa cuando transito por las solitarias calles de Barcena. La vegetación ha ido cobrando fuerza y en algunos puntos es complicado moverse. También la caída de algunos muros impide el movimiento cómodo, en especial en esa bonita calle Real que vertebraba el corazón de su entramado urbano. Me llama mucho la atención (como las veces anteriores) esa voluminosa casona mirando al sur y con buena cantidad de vanos en su fachada. Un buen ejemplar de vivienda dentro de un notable grupo de casas de buena factura. Recorro la calle Real hasta el final y vuelvo a bajar, observo detalles, evito mirar los grafitis por el dolor visual que me producen. Me dirijo hacía la otra parte del pueblo en busca de su iglesia, solitaria, encaramada en lo más alto del terreno. Bonita al exterior, la contorneo, me parecen hermosos los encuadres que surgen dominando el paisaje. Entro a su interior. Curiosamente es la primera vez que entro, las dos veces anteriores no pude hacerlo. Sencilla por dentro, carente de todo ornamento religioso, tejas, piedras y vigas se esparcen por el suelo. El coro de madera a punto de sucumbir tal es el arqueamiento del suelo. Una vez más lo que no quiero ver aparece ante mis ojos: un grafiti en la pared sobre la mesa del altar mayor. No sé si tiene algún valor este tipo de arte urbano pero desde luego no en un despoblado. Las ruinas son hermosas porque son naturales, muestran su decadencia y su agonía pero este tipo de pinceladas las emborrona porque son muy agresivas para la vista.
Sigo un poco más por el camino que me llevaría a Arconada pero salvo un corral de ganado no encuentro más cosas de interés. La visión panorámica de Barcena llega un momento en que se pierde del campo de visión. Bajo otra vez para abajo, me sitúo junto a la iglesia y contemplo desde aquí el grueso de edificaciones del pueblo agrupadas de manera compacta en una minúscula vaguada. Toca bajar para abajo, una altiva y llamativa vivienda situada junto al camino de bajada pone la nota pintoresca. Llego otra vez hasta su pequeña plazoleta de entrada. La visita está llegando a su fin. No he visto presencia humana durante el tiempo que he estado por el pueblo. Nada ha alterado la soledad y el silencio que se siente en este atractivo despoblado de Barcena de Bureba que sigue aguantando las embestidas que producen los años de abandono y olvido. Me sigue pareciendo un lugar muy hermoso visto con los ojos del que siente atracción por los lugares ruinosos.
En estas fechas Barcena ha saltado a la actualidad de los medios informativos porque una pareja de aventureros ha comprado el pueblo. Veremos a ver en que queda la cosa.


Entrando a Barcena.




La plaza. La vivienda que la presidía situada de frente es una sombra de lo que fue. Perdió toda su elegancia.



Otra vivienda de buena factura situada en la plaza. Por encima sobresalen los hastiales de algunas fachadas.



Otra buena casa con la fachada en piedra sillar que quedó partida por la mitad. Tenía una preciosa portada en arco de medio punto con dovelas de buena ejecución.



La iglesia parroquial de San Julián y Santa Basilisa. Construida en piedra sillar, es de nave única. Espadaña barroca con campanil. La pila bautismal y las campanas fueron llevadas a la iglesia de Abajas.



Vista de la iglesia por su lado sur en posición dominante sobre el terreno.



Interior del templo. Presbiterio. Altar Mayor. Entrada a la sacristía. Boquete en el techo del ábside. Necias e infumables pintadas sobre el enfoscado.



Interior del templo. Lo que queda del coro sosteniéndose en un frágil equilibrio. Vigas, cascotes y tejas por el suelo.



Vista desde la iglesia del núcleo central del pueblo. Doscientos metros separan el templo del resto de edificaciones.



En la bajada de la calle de la iglesia aparece esta altiva vivienda construida en mampostería con tejado a cuatro vertientes y que poseía un llamativo balcón en la planta superior.



Foto cedida por Elías Rubio.

La casa de Villa. En la planta baja estaba situado el concejo y arriba la escuela a la que se accedía por una escalera exterior. Doña Sabina y doña Esperanza fueron alguna de las maestras que impartieron enseñanza aquí. El edificio no existe en la actualidad (la fotografía es de 1997).



Voluminosa y llamativa vivienda. Simetría en los vanos. Puerta cegada.



Calle Real.




Calle Real en sentido ascendente.




Casas que salen al paso en la llegada al pueblo por el camino de Lences.



En la parte alta del pueblo. Comienzo de la calle Real en sentido descendente.



Calle Real.




Calle Real. Vivienda.




Hacia la salida del pueblo.

Cruces (León)

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En el extremo más occidental del Bierzo se encuentra sobre una loma la pequeña aldea de Cruces. Entidad local menor perteneciente al municipio de Barjas. Sus 1275 metros de altitud le hacían ser el barrio situado a más altura de los quince que componían el término municipal. También el más alejado de la cabecera municipal. Cien metros es lo que separa las edificaciones del limite provincial con Lugo. De ahí que las influencias gallegas hayan sido muchas en esta aldea y en toda esta zona berciana.
Situada a menos de un kilómetro de Albaredos, otra pedanía de Barjas con la que compartía algunos servicios como la escuela, la iglesia, el molino o las fiestas patronales.
En sus mejores tiempos llegó a contar con siete casas y una población de treinta y cinco habitantes en 1950.

Centeno, trigo y patatas eran sus principales producciones agrícolas.

"Cuando venía buen año sacábamos hasta seis mil kilos de patatas".
DALMIRO BARREIRO.


Iban a moler el grano al molino que había en Albaredos junto al río. En los últimos tiempos lo llevaban a la aceña de Ferramulín, en territorio lucense.
Había dos hornos para hacer el pan.
La ganadería se repartía entre vacas, ovejas y cabras.
Un tratante de Corullón venía a comprar los terneros mientras que uno de Braña hacía lo mismo con los corderos.

"Nosotros teníamos nueve vacas y un toro". DALMIRO BARREIRO.

Era costumbre matar entre tres y cuatro cerdos en cada casa en la época de matanza para tener alimento para todo el año.
Conejos, liebres y perdices eran los animales de monte que había por el terreno y a cuya caza se dedicaban algunos cruceños.

Contaban con abundante leña de roble para combatir los severos inviernos que por aquí se daban con nevadas que llegaban a alcanzar los dos metros de altura en algunas ocasiones.

A Casolla
Berbeito
Camino de Hórreos
Camino de Visuña
Carrozo de Quintela
Fozalbollo
Las tres rayas
O Atellin

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Cruces que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


No había escuela en Cruces y los niños en edad escolar bajaban a la de Albaredos.

"En mi época (últimos de los 40) acudíamos seis niños desde Cruces a la escuela. Allí nos juntábamos con los de Albaredos y los de Barrosas y seríamos una treintena en total. A pesar de estar cerca no volvíamos a casa a mediodía y comíamos junto a la escuela la comida que habíamos traído en una tartera". DALMIRO BARREIRO.

El médico residía en Barjas y en caso de mucha gravedad del enfermo había que bajar a buscarle con una caballería. En los últimos años ya utilizaba un coche.
Antonio, el cartero de Albaredos bajaba montado en caballo a por la correspondencia a Barjas y la repartía en Quintela, Barrosas, Albaredos y Cruces.

Participaban activamente de las fiestas de Albaredos en honor a San Cosme el 27 de septiembre. Uno de los días se hacía una alborada y un poco de baile en Cruces. Los músicos del pueblo lucense de Paderne (Os Padernes) amenizaron durante años los bailes en esta festividad.
La juventud cruceña no faltaba los domingos al baile que se hacia a nivel local en alguna de las cantinas de Albaredos con gaiteros del mismo pueblo a la vez que echaban unos tragos de aguardiente o vino.

"Mi hermano Pepe tuvo durante unos años una cantina aquí instalada en nuestra casa de Cruces. Era un lugar de mucho paso de gentes que iban y venían de las ferias de Ferramulín, de Pedrafita o de Seoane. También pasaban los madereros con los carros así como algunos peregrinos que atrochaban por aquí para enlazar con el camino de Santiago en Samos. Aquí podían descansar y echar unos tragos de vino, coñac, aguardiente. Se jugaba a la brisca o al tute". DALMIRO BARREIRO.

José, un comerciante de Barjas era el que abastecía de productos de primera necesidad que no tenían en la aldea. Venía un día a la semana con una furgoneta. También de Visuña venía otro vendedor ambulante.
Se aprovechaba los días de feria en Pedrafita do Cebreiro los días 5 y 21 de cada mes para llevar a vender productos alimenticios y de paso comprar lo que necesitaran.

"Un año fuimos mi hermano y yo a la feria de Pedrafita a vender una vaca y seis terneros. Tardábamos cuatro horas en hacer el trayecto". DALMIRO BARREIRO.

La vida era muy dura en estos confines del Bierzo. Todo quedaba muy retirado, malos accesos en invierno, nulos servicios, terreno muy áspero. La emigración fue vaciando este territorio berciano y Cruces no fue ajeno a ello, aún cuando hubo una casa abierta hasta bien entrado el siglo XXI. Los cruceños emigraron en los años 60 y principios de los 70 a Camponaraya, algunos más atrevidos probaron suerte en Suiza y Francia. Desde 1975 han vivido en solitario los hermanos Barreiro, Pepe y Dalmiro, además de la pareja de este último, Herminia, natural de Visuña (Lugo). Sobre el 2012 cerraron la puerta de su casa y se bajaron a vivir a Camponaraya.

Visita realizada en abril de 2023.

Informante: Dalmiro Barreiro, el último de Cruces (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa en Camponaraya).

Punto y aparte. En esta mañana primaveral hago mi primera visita a esta apartada aldea leonesa. El lugar es abrupto, aislado. Desde Albaredos ya diviso algunas construcciones de Cruces sobre un alto del terreno. En quince minutos de caminar me planto en esta población casi gallega. El lugar es pequeño, pero muy pintoresco. Me encanta lo que veo de primeras. Un reducido grupo de edificaciones con el característico color oscuro de la pizarra que tanto se da en esta parte gallego-leonesa. La temperatura es fresca. Las vistas desde aquí son inmejorables, por un lado el cercano Albaredos y las sierras colindantes, miro a León, por el otro lado la Serra do Caurel, miro a Lugo. Contemplo los diferentes edificios que conforman la aldea, las casas siguen una tipología muy parecida: la vivienda en la planta de arriba a la que se accede por una escalera exterior quedando en la planta baja la cuadra para los animales. Alguna esta caída, otra está tapiada y un par de ellas se mantienen cerradas a cal y canto con signos de haber tenido presencia humana más reciente. Todo es de una calma y una quietud impresionante. La soledad te abraza aquí de manera comedida. Me siento en una piedra en el centro del lugar a contemplar, a escuchar el silencio y a dejar pasar el tiempo. Nada perturba el ambiente. Antaño fue un lugar de mucho transito pero hoy nadie ha aparecido por aquí. Antes había yentes y vinientes por necesidad de desplazarse de un lado a otro. El transeúnte de ahora es por ocio, por placer, por disfrutar de la naturaleza. Dejo que la imaginación me lleve a los años de ajetreo por aquí cuando se juntaban gentes de distinta procedencia y también imagino los rigurosos días invernales con la nieve bien presente. ¡Madre mía, que duro tuvo que ser la vida aquí! Ellos ya estaban acostumbrados, pero en cuanto conocieron otra vida mejor se fueron. No me extraña. El progreso se olvidó de llegar por estos lugares recónditos. Me levanto de mi "butaca" improvisada y sigo mi caminar. Cojo el camino de Visuña a ver que me encuentro. A pesar de no haber ninguna señal ni mojón de piedra se que ya he traspasado los limites provinciales y autonómicos puesto que la provincia de Lugo llega casi hasta las mismas casas de Cruces. El camino va en descenso y no me aporta una visión atractiva así que decido volverme otra vez para tierras de León. Pruebo suerte con el camino que me llevaría a Hórreos y Ferramulín también en tierras gallegas. Ando durante unos minutos contemplando mucho terreno montañoso y decido volver para el lugar objetivo de mi visita de estar hoy aquí: la solitaria aldea berciana de Cruces. Poco me queda por ver, simplemente contemplar nuevamente las edificaciones por ver algún detalle que se me hubiera podido pasar por alto y observar en la lejanía la Serra do Caurel. La visita toca a su fin. Muy grata impresión me llevo de la pequeña aldea de Cruces y del paisaje que lo envuelve. Lugar que ahora hará las delicias de los escasos senderistas o aficionados a la bicicleta de montaña que por aquí se aventuren. Pero no debemos de olvidar que los movimientos de transito que nosotros hacemos actualmente por estos lares como ocio y placer ellos lo hacían por subsistir.

Saliendo de Albaredos ya se divisan algunas edificaciones de Cruces sobre lo alto del cerro.



Llegando a Cruces por el camino de Albaredos. Es la entrada a la aldea por la parte leonesa.



Llegando a Cruces por el camino de Visuña. Es la entrada a la aldea por la parte lucense.



Un rustico cartel tallado en madera con el nombre de la aldea da la bienvenida al visitante.



Parte central de la aldea.




La última casa que se cerró en Cruces. Pepe, Dalmiro y Herminia fueron los que dieron vuelta a la llave.



Casa de María y Juan. En ella vivieron María Sobredo y Juan Barreiro, padres de Pepe y Dalmiro.



Casa do Milio.




Casa de Garrobas.




Fachada trasera de casa de Garrobas, era de trillar y la Serra do Caurel de fondo.



Tejados de pizarra.




Cuadra y pajar.




Horno de pan.




Lavadero.

Casas de Moya (Murcia)

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A 1215 metros de altitud sobre un suave montículo junto a la rambla de las Casas de Moya se encuentra esta aldea de Moratalla.
Una veintena de casas conformaron este apartado lugar, de las cuales solo una docena llegaron a estar habitadas en las décadas posteriores a la guerra civil.
Nunca llegó la luz eléctrica por estos lares y así las pavas primero, los candiles después y más tarde los quinqués y las lámparas de camping gas fueron sus fuentes de iluminación.
Para abastecerse de agua para consumo tenían un pozo situado a quinientos metros, en sus inmediaciones estaban los lavaderos donde las mujeres lavaban la ropa.
El terreno era de poca calidad para la agricultura. Trigo, cebada y avena eran sus principales producciones agrícolas.
Iban a moler el grano al molino del Campo de San Juan y en los últimos tiempos al de Archivel.
Varias casas tenían su horno para hacer el pan pero también había uno comunitario.
No abundaban los árboles frutales. Solamente almendros y unos pocos ciruelos e higueras.
Había buena variedad de níscalos y rebollones en las zonas de monte.
Las ovejas y las cabras conformaban el grueso de la ganadería de la aldea. Alrededor de unas doscientas cabezas entre ambos animales era lo que acostumbraban a tener en cada casa. Muy afamados eran los quesos de cabra que elaboraban las mujeres.
Marchantes de Caravaca, de Archivel, de Cehegín y de Barranda (este último era el que lo hacía con más frecuencia) eran los que venían a comprar los corderos.
Era costumbre matar dos cerdos al año en cada casa para tener carne para consumo para todo el año.
El esquileo y la matanza eran épocas de mucha celebración, de ayudar y compartir con familiares y vecinos.
Conejos, liebres y perdices eran los animales de campo que suponían un reclamo para los aficionados a la caza. Algunas personas utilizaban cordeles de esparto para la caza de la perdiz.
Contaban con leña de sabina para calentar los hornos y de carrasca para la lumbre de los hogares.
El invierno era muy riguroso por estas latitudes con varias nevadas de más de medio metro, la nieve en ocasiones tardaba hasta un mes en quitarse.

Camino de Hoya Lóbrega
Collado de los Calares
Corral del Picón
El Estrecho
El Matacón
Hoya de Sevilla
Majal Llano
Morra del Pozo
Rambla de las Casas de Moya

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Casas de Moya que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Sus dos salidas naturales eran hacia el Campo de San Juan y hacia Archivel. Una hora andando tardaban al primero y una hora y media al segundo. Hasta los dos pueblos era a donde se desplazaban para realizar compras, casi siempre solían utilizar algún medio de transporte, las caballerías primero y luego la bicicleta, la moto y en los últimos tiempos el coche. Aunque de esos mismos lugares venían vendedores ambulantes a las Casas de Moya. Juan e Inocente llegaban desde Archivel primeramente con un carro y más tarde con una furgoneta vendiendo un poco de todo: tomates, naranjas, azúcar, vino, etc. Del Campo de San Juan venía un vendedor ambulante con unas aguaderas en dos burras vendiendo diversos tipos de comestibles.
No había escuela en la aldea y las que había en otros lugares les pillaba un poco retirado por lo que la enseñanza fue muy deficiente en aquellos años. Venían maestros ambulantes ofreciendo sus conocimientos, estaban un poco tiempo y se alojaban un día en cada casa donde hubiera niños en edad escolar. Se utilizaba para ello una dependencia de alguna casa que no estuviera habitada. En los últimos tiempos venía uno de Archivel, apellidado Bermúdez un par de días a la semana a impartir clases.
Dos o tres veces al año se habilitaba un altar en casa de Martín García y se daba misa por medio de un cura que venía desde el Campo de San Juan.
El médico se encontraba en Moratalla o en Caravaca. En las Casas de Moya no llegaron a ver en lo que se recuerda que apareciera ningún doctor por allí. La abuela Joaquina era la que asistía en los partos.
La correspondencia la traían los tenderos de Archivel o bien cuando algún vecino iba a aquel pueblo se encargaba de ello.
Antonio al ir a la mili aprendió el oficio de barbero y a su vuelta era el encargado de cortar el pelo a los varones.
Ramón García y Martín García tuvieron los dos automóviles que llegó a haber en las Casas de Moya. El primero un Renault 6 y Martín un Renault 8. Ellos dos fueron también los que llegaron a contar con televisores en sus casas. Aparatos que funcionaban con baterías.
Para las fiestas de fin de año la gente joven se desplazaba hasta las Casas del Rey donde se celebraban animados bailes. También se desplazaban una vez al mes al Campo de San Juan como a Archivel para asistir a los bailes locales que allí se daban. Ya en los últimos tiempos utilizaban el coche para ir a la discoteca de Archivel los domingos.

Debido a la falta de los servicios básicos más elementales como la luz y el agua, la lejanía del médico, la ausencia de escuela y las ganas de vivir en lugares con mejores condiciones de vida hizo que las gentes de Casas de Moya fueran buscando otros lugares para iniciar una nueva vida. Unas cuantas familias se quedaron en Archivel y otras tantas se fueron a Caravaca de la Cruz. La ultima familia en marchar de las Casas de Moya fue el matrimonio formado por Ramón García y Juana además de los tres hijos que tuvieron, Juan, Fernando y José. Emigraron a Archivel a últimos de los años 80.

Informante: Antiguo vecino de Casas de Moya (Conversación personal mantenida por vía telefónica)

Visita realizada en febrero de 2024.

Punto y aparte. Conocí esta aldea serrana de la Región de Murcia por medio del maravilloso libro de mi buen amigo Jesús López: "Y también se vivía". Y fue también con la presentación que hicieron con Jesús para un pequeño reportaje en la televisión murciana donde pude hacerme una idea visualmente de como era las Casas de Moya. Me gustó lo que vi. Tanto que ya tenía muchas ganas de conocer esta pedanía de Moratalla.
La ocasión se presentó cuando este invierno pude ir a un evento al que llevaba tiempo queriendo asistir: la fiesta de las Cuadrillas de Nerpio. Así que de camino para ese precioso pueblo albaceteño hice un desvío en el camino y pasado Archivel me adentré por caminos de tierra hacia mi objetivo. La aldea ya se ve en la lejanía desde bastante antes de llegar y te ofrece buenas sensaciones como anticipo a lo que vas a conocer. La mañana es terriblemente heladora y en pocos sitios he tenido tanta sensación de frío como aquí. Y no es los Pirineos, ni Soria, ni Teruel, es Murcia. Voy bien abrigado pero aún así la temperatura está bajo mínimos y me salva el que al ir caminando voy entrando un poco en calor. Menos mal que yo soy amante del frío. Las nubes están totalmente oscuras y justo cuando llego ante las casas empieza a nevar, con poca intensidad pero son copos de buen tamaño. Me resguardo en un pajar que tiene la puerta abierta para que no se me dañe la cámara fotográfica. Pasados unos minutos deja de nevar y salgo de mi refugio improvisado, me sitúo frente a las casas que dan de frente. La aldea presenta una estructura urbana casi rectangular, no hay resquicios ni calles interiores. Solo una calle perimetral que contornea la aldea. Un par de viviendas arregladas es todo lo que da de si el confort del lugar. El resto son casas inhabitables que aún mantienen la fachada en pie en la mayoría de los casos. La calle principal en la parte sur de la aldea presenta un grupo de edificaciones lineales que forman un armonioso encuadre. Al llegar a la esquina una calle asciende ligeramente contorneando el lado oeste de la aldea. Aquí sale el sol (aunque no desaparece el frío), por aquí ya las edificaciones están peor, más ruina. Mucha piedra por el suelo de las paredes que se han ido cayendo. Las casas siguen todas una tipología común: planta baja y cámara. Sencillez por doquier. Apenas puedo entrar al interior de una de ellas para ver e imaginar un poco de como pudiera haber sido la vida en estos lugares serranos tan lejos de todo. Bidones y garrafas por el suelo en la calle dan idea de que alguien ha vandalizado el lugar. La soledad es abrumadora, el silencio se muestra impasible, ello unido a la baja temperatura hace que las sensaciones se disparen, estoy en un lugar poco visitado, donde las cámaras fotográficas no se han explayado a inmortalizar edificaciones que agonizan ante la indiferencia de todo el mundo. Tengo la aldea para mi solo durante un par de horas. Nadie aparecerá por allí ni se oirá ruido de motor ninguno. Por la parte de arriba es más complicado transitar puesto que una finca con alambrada dificulta el movimiento, una casa ha perdido su tejado, un aljibe para recoger agua de lluvia aparece ante mis ojos. Voy ahora por el lado este, aquí hay menos viviendas y están en peor estado. Ya he contorneado toda la aldea, me acerco a ver las eras de trillar, diviso un cortijo a lo lejos a media ladera, dudo si acercarme o no pero desisto de ello porque no voy sobrado de tiempo. Me queda por conocer el pozo de donde se abastecían las gentes de agua y los lavaderos. Cuesta un poco encontrarlo porque el sendero ya es casi inexistente. El pozo cubierto esta seco pero todavía en pie con su caño y su pila lateral. Los lavaderos no encuentro rastro de ellos, según parece los dañaron en alguna reforma del camino. Vuelvo otra vez hacia la aldea, se ha nublado nuevamente y la niebla que baja por los Calares amenaza con bajar hasta las Casas pero finalmente no se dará el caso. Me sitúo otra vez frente a las edificaciones, me gusta esa calle bajera, llego hasta la esquina nuevamente pero de aquí ya me vuelvo al punto de llegada. La visita al lugar toca a su fin. Dedico un par de minutos a contemplar el panorama que me ofrece esta aldea murciana. Me voy con buen sabor de boca de las Casas de Moya. No ha desentonado lo que he tenido ocasión de ver in situ con lo que leí en el libro y lo que vi en el reportaje televisivo. La mochila la llevo cargada de buenas sensaciones. Me voy alejando de la aldea y cada poco tiempo voy mirando para atrás, me gustó la imagen panorámica del lugar cuando llegué a primera hora y me gusta ahora cuando la voy viendo cada vez más pequeña. Una fina lluvia está haciendo su aparición.


Llegando a las Casas de Moya.




La casa más pudiente de la aldea y la penúltima que se cerró. Vivió en ella el matrimonio formado por Martín García y Lucia. Tuvieron cuatro hijos: Juan, Víctor, Francisco y María Josefa. Se marcharon a Archivel para en una segunda emigración hacerlo a Caravaca de la Cruz.



La calle de Abajo.




Hacia mitad de calle. Estampa invernal.




La calle de Abajo vista en sentido inverso.




Casa esquinera.




Calle lateral en sentido ascendente.




La misma calle en sentido inverso, vista de arriba a abajo.



Vivienda. De tipología parecida la mayor parte de ellas. Pocos vanos. El desgaste del enfoscado de yeso deja ver la pared primitiva hecha de piedra y barro.



La aldea vista por su lado norte. Los Calares de Cucharro de fondo.



Vivienda. Sin tejado y sin la planta superior.



Las Casas de Moya por su lado este. Ruina generalizada por aquí.



Estampa urbana.




Era de trillar.




Pozo de agua de donde se surtían los vecinos para consumo. Ubicado a quinientos metros de la aldea.



Balsa que se llenaba con agua de lluvia y servía para beber los animales.

Lienas (Huesca)

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A ochocientos metros del que siempre fue su cabecera municipal, Apiés, se encuentra el despoblado de Lienas. A 675 metros de altitud, situado en una repisa junto al barranco del mismo nombre, cinco casas dieron vida a este pequeño lugar (Acín, Antón, Bertolo, Lanuza y Marcelino).
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo y cebada principalmente. Iban a moler el grano a un molino que había junto al río Flumen.
La ganadería tenía su punto fuerte con las ovejas.
La caza de conejos, liebres y perdices suponía un aporte alimenticio extra en las cocinas de las casas.

Barranco de Lienas
Cananella
Crucero de San Julián
El Conillo
El Cuarto Alto
Focarellas
La Plana
Las Traslienas
Os Infiernos
Portiallas

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Lienas que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Celebraban su fiesta patronal el 22 de enero en honor a San Vicente Mártir, aunque después de la guerra civil ya nunca más se volvieron a celebrar dichas fiestas. Si participaban activamente de las fiestas de Ápies: en diciembre las de la Inmaculada Concepción y las de San Félix en agosto.
A pesar de tener iglesia se desplazaban a la de Apiés para todo tipo de oficios religiosos.
El médico llegaba desde Ápies cuando la situación de algún enfermo era de gravedad y se requería su presencia.
También desde Ápies llegaba Marcos, el cartero a repartir la correspondencia.
Los niños en edad escolar asistían a la escuela de Ápies.
Para hacer compras se desplazaban a Apiés o bien hacían el desplazamiento a Huesca, para lo que tardaban alrededor de dos horas y media. De la capital también venían periódicamente diversos vendedores ambulantes ofreciendo todo tipo de mercancía.

Cuando Nicanor y su familia cerraron la puerta de casa Acín en los años 60 Lienas pasaba a ser considerado un pueblo deshabitado más en una provincia como la oscense donde ya el cupo de lugares vacíos estaba a un nivel muy alto. Huesca acogió a buen número de los lienanienses que marcharon de su pueblo en busca de mejores condiciones de vida.

Visita realizada en octubre de 2023.

Informantes:
-Vecinos de Apiés (Conversación personal mantenida en el centro social del pueblo).


Punto y aparte. Lienas apagó sus luces para nunca más volver a encenderse. Estar situado a ochocientos metros de su cabecera municipal y a doce kilómetros de la capital provincial puede tener su lado bueno y su lado no tan bueno. Si en el impás que medió entre que se fueron sus gentes y los años en que esos mismos vecinos y sus descendientes empezaron a volver a los pueblos para reabrir la casa familiar y tener una segunda residencia para el ocio y el descanso las casas no se hubieran deteriorado tanto quiero imaginar que Lienas sería hoy día un pequeño pero coqueto pueblo de veraneo a tiro de piedra de Huesca. El expolio, la fragilidad de las construcciones y los fenómenos meteorológicos se llevaron por delante cualquier atisbo de esperanza de que Lienas hubiera tenido una segunda oportunidad de volver a la vida. Hoy es un lugar triste, desolado, yermo, al que se llega por una pista polvorienta desde Apiés. Desde un pueblo se ve el otro y viceversa. Fue Lienas un barrio, como un grupo de casas separadas del núcleo principal, una prolongación de su cabecera municipal de la que dependía para todo.
A pesar de poder hacerse el trayecto en cualquier tipo de vehículo lo dejo aparcado en Apiés y me dispongo a caminar los diez minutos que me separan de mi objetivo. Según me voy acercando veo con más nitidez el pueblo y que es lo que me voy a encontrar. El lugar es pequeño, se muestra de frente al camino. Lienas tiene una vista panorámica muy bonita desde aquí porque tiene como telón de fondo la cara sur de la sierra de Guara.
El camino inicia un suave descenso para salvar el cauce del pequeño barranco que hay antes de llegar al pueblo. Se construyó un puente de hormigón porque antiguamente los vecinos tenían que vadear el arroyo. Antes de cruzar al otro lado aparece la bonita silueta de la fuente y el abrevadero anexo tallados en la roca. En un par de minutos estoy ante las primeras edificaciones. Subo hasta un altozano para divisar otra perspectiva diferente del pueblo. Una voluminosa casa se lleva todo el protagonismo. Es Casa Acín, en forma de escuadra. Tuvo que ser una buena vivienda. Sus paredes a medio caer dejan ver la distribución interior. Un coche con dos ocupantes llega en esos momentos y se pierde por uno de los caminos que van hacía las fincas cercanas. No me han visto. Enfilo una corta calle central y enseguida tengo ante mi la iglesia. Me encamino hacía ella. Entro a su interior. El tejado está prácticamente desaparecido. Multitud de vigas por el suelo. Algo de vegetación. Se nota mucho en sus paredes que es una iglesia de reciente diseño y de escaso valor ornamental. La torre aguanta más entera pero es imposible subir a ella. Salgo al exterior, por aquí las casas que la acompañaban están en el suelo. Bajo otra vez para abajo, en esos momentos otra furgoneta con un ocupante aparece por la misma calle por donde lo hizo la anterior. Me saluda con la mano y rápidamente coge el mismo camino que el anterior vehículo. Contemplo la portada de casa Acín, entro a su interior, mucha ruina, paredes desconchadas, cascotes, piedra por el suelo, escombros apelmazados. Diviso los toneles donde encubaban el vino en las bodegas. Poco más. Se vislumbran algunas estancias de la planta superior pero es imposible acceder a ellas. El futuro a corto plazo no es muy halagüeño para esta casa. Mantiene algo de tejado y aguantará un poco más.
La visita a Lienas va tocando a su fin. No hay más que ver. El silencio se rompe nuevamente con el ruido de un vehículo de motor, es la furgoneta que pasó unos minutos atrás, habrá terminado su faena y se dirige a Apiés. Su ocupante nuevamente brinda un saludo con la mano y coge la pista que en pocos minutos le llevará al pueblo. Yo hago lo mismo. Vuelvo a pasar junto a la bonita fuente rupestre y sigo mi caminar. Hago una pequeña parada para contemplar Lienas por última vez y ya enfilo el corto tramo que me llevará a Apiés.


Por el camino de Apiés. Lienas a la vista. La cara sur de la sierra de Guara de fondo. Picón del Mediodía. Cresta de la Cobeta.



La fuente de Lienas. A doscientos metros del pueblo.



Una vez pasado el barranco, el cual queda a la derecha, el camino toma una minúscula inclinación ascendente para llegar al pueblo.



Vista panorámica de Lienas desde las eras.




Casa Acín. La más pudiente del pueblo. La última que se cerró en Lienas.



Portada de acceso a Casa Acín.




Casa Lanuza.




Iglesia y horno de pan.




Edificio donde se horneaba el pan. Era comunitario.




Iglesia de San Vicente. Nunca se llegó a utilizar después de su rehabilitación.



Interior del templo. Cabecera. Altar mayor. Sin tejado. Vigas caídas.



Interior del templo. Sacristía. Baptisterio. Coro. Torre- campanario.



Casa Antón, frente a la iglesia.




Vista de Apiés desde Lienas. El barranco por medio.

Santa Cecilia (La Rioja)

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En una terraza sobre el barranco de Santa Engracia se asienta este pueblo riojano de Santa Cecilia, perteneciente al municipio de Santa Engracia del Jubera.
Una quincena de casas dieron vida a la población en los últimos años antes de quedarse deshabitado.

"Recuerdo que mi madre siempre hacía referencia a veintiocho casas abiertas cuando ella se casó. Eso fue en 1958. Yo no recuerdo tantas, pero sé que ese año 1958, Ciriaco Sáenz (hermano de mi abuelo) emigró a Argentina con su esposa y sus hijos. También emigró a aquel país una tía mía casada por poderes, en el viaje iba con unos familiares de Zenzano.
Al pueblo venía de veraneo una familia de Madrid que tenían aquí sus raices (las madrileñas) y también veraneaba otra familia que venía desde Logroño (las Vigueras)".
BEGOÑA SÁENZ.


A las gentes de Santa Cecilia se les conocía con el apodo de "alevosos".
Nunca llegó la luz eléctrica al pueblo. Los candiles de aceite y los de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a cinco minutos del pueblo.
El invierno era muy riguroso por estas latitudes.
"Los inviernos eran largos, oscuros y muy fríos. Recuerdo estar muchas horas en el banco de la cocina con la lumbre encendida y el candil de aceite porque el de carburo lo solían llevar al corral para amamantar a los cabritos o poner comida a las vacas. Me pasaba el tiempo haciendo los deberes o leyendo. Entonces nevaba mucho, había mucho hielo, carámbanos en las tejas y mucho frío. No teníamos ropa muy adecuada, más bien jersey sobre jersey y los hombres con tapa-bocas y la manta de pastor. Las mujeres pañuelo en la cabeza. Se calentaban las camas con calienta- camas o con las bolsas de agua caliente". BEGOÑA SÁENZ.

Tenían leña de roble para calentar la lumbre de los hogares.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.

"Recuerdo a mi madre y a mi abuela haciendo pan. Hogazas que guardaban en una artesa tapadas con un trapo blanco. Aquel pan no se ponía duro. Merendábamos rebanadas con manteca y azúcar, con miel, con vino y azúcar (mi abuela me decía: sopa en vino no emborracha pero alegra a la muchacha), también con chorizo, salchichón, jamón..." BEGOÑA SÁENZ.

Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de trigo, cebada y algo de centeno. También tenían viñas en la parte baja del pueblo con el cual elaboraban vino casero para consumo en los lagares que tenían. Iban a moler el grano al molino de Santa Engracia.
La ganadería se repartía entre ovejas, cabras y vacas. Venían tratantes de Terroba (Jesús y otro que le apodaban el Zorro) a comprar los corderos.
Era costumbre matar un cerdo al año en cada casa.

Bahún
Barranco Las Dueñas
Camino de Bucesta
Camino de Santa Engracia
El Cabezo
El Reajo
Fuente de Carucho
Fuente Frolla
La Mezquita
La Mingoleza
La Olla
La Plana
La Recayada
Rio La Rueda
Valdarria
Santa Marina

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Santa Cecilia que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Hubo cura residente en el pueblo hasta los años cuarenta. Don Jesús fue el último que lo hizo. Posteriormente venían desde Santa Engracia del Jubera. El mismo don Jesús y otros posteriormente como don Florencio o don Francisco que ya fueron los últimos. Subían solamente a oficiar misa el día de la fiesta y en alguna celebración especial.

"Mi padre contaba que un cura quiso ponerle una multa por trabajar en domingo. Mis abuelos pagaban la bula para poder comer carne en Cuaresma y no sé si también para poder trabajar los domingos. Recuerdo ver las bulas guardadas en un cajón". BEGOÑA SÁENZ.

El médico también venía desde la cabecera municipal cuando se le requería. Don Celestino estuvo realizando tal cometido durante años.
Asimismo desde Santa Engracia se desplazaba Ángel, el cartero, montado a caballo a repartir la correspondencia.

Para hacer compras de productos de primera necesidad que no había en el pueblo se desplazaban a Santa Engracia, Lagunilla o Ribafrecha. En tiempos más antiguos funcionaba el trueque donde los "alevosos" ofrecían leña, queso de cabra o huevos a cambios de productos básicos que no había en Santa Cecilia.

Celebraban sus fiestas patronales el 22 de noviembre en honor a Santa Cecilia. Duraban dos días. Se hacía misa y procesión. Venían familiares y allegados de Zenzano, San Martín y Bucesta. Era costumbre comer cabrito esos días en las casas. También pollo, conejo, garbanzos, queso de cabra, flan o natillas. El baile se hacía en una era y estaba amenizado por Cucala, acordeonista de la villa de Ocón.
A primeros de septiembre también tenían otro día festivo en honor a Santa Barbara.
El 20 de julio hacían romería a la ermita de Santa Marina, situada a dos kilómetros del pueblo.

"Yo no recuerdo nunca de ir a la ermita para la fiesta, bien es verdad que mis padres me mandaban en los veranos al pueblo de Santa Marina donde vivía mi abuela". BEGOÑA SÁENZ.

El domingo de la Trinidad participaban de la romería colectiva que se hacia a la ermita de San Juan de Agriones en el término municipal de Bucesta. Acudía gente de todos los pueblos de alrededor. Un día pleno de ebullición de gentes que venían desde los cuatro puntos cardinales. Misa, procesión, comida campestre y baile eran los actos festivos. Por la tarde vuelta cada uno para su pueblo.

Había frontón junto a la iglesia en el que los jóvenes practicaban el juego pelota. Los hombres se juntaban en alguna bodega a beber vino en porrón o en la bota.

"Los niños jugábamos al escondite, al pillar, a las tabas, al calderón pintando en el suelo del frontón que era de cemento muy suave, a hacer figuras con los pegotes, a coleccionar las asas de los botijos y los cántaros que se rompían, a la comba, a buscar unas flores que llamábamos abejitas (eran orquídeas silvestres).
"Yo tenía una muñeca de trapo y con los asas de los cantaros que se rompían jugaba a que eran cerdos y les hacía pocilgas. Tenía una amiga que se llamaba Rosa Marí, que era un año mayor que yo. Había más niños que niñas".
BEGOÑA SÁENZ".


La vida transcurría de manera muy austera, los años pasaban y el futuro no era muy halagüeño. 
"A pesar de la precariedad que había yo puedo decir que tuve una infancia muy feliz. Me sentía muy querida por todos, era como una niña mimada, el centro de atracción por padres, abuelos y tíos. Acompañaba a mi abuelo al río La Rueda y le observaba como cogía loinas a mano. Estos peces se escondían entre los huecos de las piedras pero él tenía mucha habilidad para atraparlos. También iba con él a coger cerezas. Otras veces iba con mi padre a dar de beber a las caballerías, o iba con mi madre hasta el río cuando tenía que ir a lavar. Llevaba la comida a mi padre y a mi tío cuando estaban trabajando en el campo. Mis tíos me traían dulces y galletas cuando iban a Lagunilla, Munilla o a Logroño. Las "madrileñas" me mandaron un año por Navidad una caja con cuentos y unos cacharros de cocina en miniatura. Y también mi tío Carlos traía desde Bilbao por esas fechas una caja de bombones y unas sardinas de chocolate. Los Reyes Magos tampoco se olvidaban de mi y aunque fuera algo sencillo siempre dejaban algo, podía ser unas galletas o una naranja. Y por supuesto que estoy eternamente agradecida de tener los padres que tuve. Gracias a ellos pude estudiar y labrarme un futuro muy diferente del que hubiera tenido si hubiéramos seguido en el pueblo". BEGOÑA SÁENZ.

La década de los 60 fue la puntilla para el devenir de Santa Cecilia. El pueblo agonizaba demográficamente y la suerte estaba echada.

"La marcha de Celedonio, con su mujer Julia y sus tres hijos ya fue el principio del fin. A partir de esa fecha (1967) ya solo quedaron cuatro casas abiertas en el pueblo: la de Beta y Lucia, la de los hijos del tío Julio (tres hermanos solteros), la de mis padres y la de mis abuelos. Dieciséis personas en total. Llegados al año 69 ya solo se quedó una casa abierta: la de Emiliano (Beta) y Lucia con sus hijos". BEGOÑA SÁENZ.

Esta familia son los que han mantenido a Santa Cecilia con un soplo de vida hasta la actualidad. Dedicados al mundo ganadero, vivieron muchos años en solitario en el pueblo, el cual alternaban con la casa que tenían en Santa Engracia. Si bien a día de hoy ya no viven en Santa Cecilia, la actividad ganadera la mantienen.
La gran mayoría de vecinos fueron marchando a Logroño (para no volver) en busca de un mejor futuro y calidad de vida.

"Era una economía de subsistencia, la vida era muy dura allí, el campo ya no daba más de si, no se podía trabajar con maquinaría agrícola, se dejó abandonados a su suerte a los pocos habitantes que quedaron: sin agua corriente, había que ir a la fuente con los cántaros, las mujeres a lavar al río con el balde de zinc en la cabeza, rompiendo el hielo del pozo en invierno, sin sanitarios en las casas ,íbamos al corral. Sin luz, con el candil de aceite o de carburo, no había carretera ni un camino aceptable para vehículos que hubiera mejorado el transporte de las gentes a Santa Engracia.
El hecho de que cerraran la escuela por falta de niños, fue un punto de inflexión". BEGOÑA SÁENZ.


El obispado vació la iglesia de los objetos de valor, se llevaron las campanas. Y ante tal situación optaron por vender el templo a los ganaderos. No faltó tampoco el cruel y bochornoso expolio en el que anticuarios, chatarreros y amigos de lo ajeno entraban en las casas desvalijando todo lo que pudiera ser de su interés.

Informante: Begoña Saénz, antigua vecina de Santa Cecilia (Conversación personal mantenida por vía telefónica y por whattsap).

Visitas realizadas en marzo de 1995 y en mayo de 2024.

Punto y aparte. Una escueta conversación con Lucia a la puerta de su casa y una aparición fortuita de una víbora que salió de manera repentina de entre unos zarzales y a la que a punto estuve de pisar de manera inconsciente son los únicos recuerdos que conservo en la memoria de mi primera y única visita a este pueblo con sonoro nombre de santa ubicado en las primeras estribaciones de la sierra juberana. Aquel día hice la visita conjunta a este pueblo con la que realicé a Zenzano. Mientras que de este pueblo si conservé alguna fotografía de aquellos años, no las tuve de Santa Cecilia. Si recuerdo que el pueblo ya estaba convertido en granja ganadera, en un tono más acusado que el que presenta a día de hoy. Algunas calles no se podía transitar por estar valladas, en otros rincones del pueblo la confluencia de animales estaba bien presente. Me llamó la atención ver su iglesia convertida en corral de ganado. No guardé un buen recuerdo de la situación en la que se había convertido su entramado urbano pero si me acuerdo que me gustó el tipo de arquitectura que vi.
Casi treinta años después hago mi segunda visita a Santa Cecilia. Ha mejorado mucho el acceso para llegar (asfalto donde antes no lo había). Antes de llegar ya voy viendo el pueblo y veo que poco ha cambiado en su configuración. Impresión que se acrecienta cuando llego hasta sus muros. Se han venido abajo algunas edificaciones de la parte alta, otras han perdido el tejado y la huella ganadera sigue presente aunque quizá ya sin la frenética actividad de antaño. Está todo como muy apagado. Restos de ensamblaje ganadero por esta parte del pueblo y alguna calle "alfombrada" de estiércol afean un poco los bonitos rincones y calles que por aquí se dan. Enseguida me olvido de mirar al suelo y me centró en contemplar las bonitas muestras de arquitectura popular que todavía se ven aunque ya muy mermadas por el "reuma" que las corroe. Desde siempre me ha gustado mucho el muestrario de arquitectura serrana que se da en los despoblados de La Rioja y Santa Cecilia no es una excepción. Me voy hacia la parte de la iglesia. El interior del templo muestra sacos de pienso en desuso y paja seca por el suelo. Cuesta imaginar como era el interior del recinto religioso cuando funcionaba como tal. Si no es por diversos adornos ornamentales en las paredes y los huecos donde se alojaba alguna capilla lateral podría pasar por una nave sin más. Pero lo que si delata el pasado que tuvo como templo es su vistosa portada exterior. Continuo transitando por el pueblo y enseguida veo el pequeño espacio que hacia las veces de plaza. Por aquí es donde se encuentran las viviendas mejor conservadas. Entre ellas la de Beta y Lucia. Rememoro aquella trivial conversación que tuve con la moradora de la casa años atrás. Ella en el quicio de la puerta y yo a unos pasos. Recuerdo que le extrañó mi presencia allí en unos años en que casi nadie iba a visitar estas poblaciones carcomidas por el olvido y el abandono. Y más cara de asombro puso cuando le dije que había venido desde Madrid y aun le sorprendió más cuando la comenté que ya había visitado El Collado, Bucesta, Zenzano, San Martín...Ya, ya veo fue su contestación. Seguramente luego lo comentaría con el marido y el hijo: ha venido por aquí esta mañana un tío un poco raro que dice que le gusta visitar pueblos deshabitados. Ahora ya no hay nadie que abra la puerta y salga a mi encuentro. Ni un perro que me ladre. El silencio es total. Bajo por la calle principal hasta el final. Observo el pequeño edificio escolar. Mirándola por la parte de atrás es preciosa, con esas dos ventanas en el hastial que miran como si fueran ojos el paisaje circundante. Desde aquí contemplo el pequeño valle que forma el barranco. Visualizo la arruinada ermita de Santa Marina (a la que luego bajaré). Oigo ruido de cencerros, un grupo de vacas se acercan por la parte baja. Enseguida advierten de mi presencia y se me quedan mirando como solamente ellas saben hacer, contemplándome un rato con sus grandes caras y sin pestañear. Se quedan unos instantes inmóviles pero pronto siguen su rumbo y se pierden por terreno alto.
Dedico unos minutos a ver la panorámica de Santa Cecilia. Me encanta esta imagen. Estampa muy fotogénica. No paro de captar imágenes. Y pienso en que treinta años atrás solo hice una fotografía del pueblo y no fue precisamente desde esta ubicación. ¡¡Si hubieran llegado antes las cámaras digitales!!
Vuelvo otra vez para el pueblo, la otra calle que contornea las casas está tomada por la vegetación así que no se puede pasar por ella. Tengo que volver a adentrarme en las entrañas del lugar por la misma calle que bajé antes. No me importa porque es una calle muy bonita. Vuelvo a ver las casas cerradas y otras que pese a estar en ruinas se mantienen todavía airosamente en pie. Desemboco nuevamente en la parte alta. Voy a coger el camino que me llevaría hasta Santa Engracia. Quiero visitar la ermita de Santa Marina. Entre nombres de santas queda todo. Antes paso por un pequeño pero precioso puente que permite salvar el cauce del barranco. Unos metros por encima observo una edificación en ruinas que no logro saber lo que es (más tarde me enteraré de que era un colmenar). Llaneando llego hasta los aledaños de la ermita. Su interior carente de tejado está en estado ruinoso. Desde lejos podría pasar por un corral. Solo al entrar a su interior te das cuenta de que fue un lugar de culto. Me encanta contemplar desde aquí la ubicación del pueblo de Santa Cecilia ubicado en una "azotea" del terreno. Vuelvo sobre mis pasos y en pocos minutos estoy otra vez en la parte de arriba del pueblo, en las eras. Me queda visitar la fuente del pueblo, a pesar de las indicaciones que llevo no doy con ella. Cojo un par de senderos que me podrían llevar a ella pero a los pocos metros la vegetación hace imposible caminar por ellos, así que desisto. Han pasado tres horas desde que llegué de buena mañana hasta el pueblo y ya toca marchar. No he visto a nadie en todo este tiempo. He disfrutado Santa Cecilia para mi solo. Me voy con buenas sensaciones, si bien la situación de pueblo- granja no es la más idónea para el visitante pero si te consigues abstraer de ello y contemplar la belleza de sus ruinas e imaginar lo pintoresco que un día tuvo que ser verás Santa Cecilia con buenos ojos. En mi caso lo he conseguido.


Foto cedida por Begoña Sáenz.

Santa Cecilia en 1965. Todavía respiraba vida. Las edificaciones enteras, profusión de tejados a la vista, incluso se observa en la parte alta la iglesia con la torre- campanario todavía presente.



Foto cedida por Begoña Sáenz.

Santa Cecilia en los años 90. Un grupo de personas contemplando desde una era lo que queda de su pueblo. Las edificaciones todavía aguantaban bien el paso de los años en su gran mayoría. La iglesia ya había dejado de ser templo religioso y no conservaba la torre.



Vista de Santa Cecilia en su ubicación en alto cuando se accede por el camino de Santa Engracia.



Puente del Reajo que permitía salvar el cauce del barranco del mismo nombre. Conformado por un solo arco apuntado esta hecho de lajas de piedra caliza y mampostería irregular. En la parte superior a la derecha los restos de un colmenar. Era propiedad de Víctor y Candelas.



Llegando a Santa Cecilia.




La parte alta del pueblo.




La casa de la tía Paulina. Era viuda y no tuvo hijos. Se marchó a Bilbao pero volvía en verano a su casa en el pueblo.
"En el callejón que está junto a la casa había una tapia con una puerta y dentro un huerto con ciruelos. ¡¡La de veces que habré saltado esa tapia para coger ciruelas!! BEGOÑA SÁENZ.



En la misma calle y enfrente de la casa de la tía Paulina se encontraba la casa de "Las Vigueras". Ellas eran dos señoras mayores (Tina y Satur) que vivían en Logroño y venían al pueblo en verano. Las acompañaban sus sobrinas Carmencita y Tere que estaban solteras, además de Jacinta, casada con Valeriano Sáenz.



La casa del tío Jerónimo. Se fueron pronto a Logroño.



Fachada trasera de la casa del tío Jerónimo (izquierda) haciendo ángulo con la casa de Las Vigueras (derecha)



La iglesia parroquial de Santa Cecilia.




Interior de la iglesia. Reconvertida en nave ganadera.



Foto cedida por Begoña Sáenz.

Retablo de la iglesia. Del siglo XVI.




Foto cedida por Begoña Sáenz.

Procesión. Año sin determinar.




La plaza de Santa Cecilia.




La calle de Arriba. A la derecha queda la casa de Emiliano (Beta) y Lucia. Tuvieron tres hijos: Joaquín, Fernando y Carlos. Fue la última que se cerró en el pueblo. Se bajaron a Santa Engracia. Unos metros más abajo en el lado izquierdo queda la casa de Cele y Julia. Tuvieron tres hijos. Se marcharon a Logroño.



Otra vista de la plaza. A la izquierda la casa de Beta y Lucia. De frente la casa de Julio Heredia. Era viudo y vivía con sus tres hijos: Emiliano, Felisa y Moisés.



Foto cedida por Begoña Sáenz.

La casa de Felipe Sáenz y Victoria Barrio. Tuvieron dos hijas: Begoña y Cecilia. Emigraron a Logroño.
"Era la casa antigua de mis abuelos. Mis padres se vinieron a vivir a ella cuando se casaron.
Nos bajamos a Logroño primero mi madre, mi hermana y yo, y luego a los dos años bajó mi padre.
Mi padre siempre decía que no quería verme con los pies sucios como le había tocado ver a mi madre muchas veces.
A mi ya me tocaba ir a la escuela hogar de Ortigosa y mis padres no quisieron, prefirieron que nos marcháramos todos a Logroño.
Mi padre llevó mal el cambio del pueblo a la ciudad. Tenía añoranza por todo lo que dejó atrás y lo que había sido su vida hasta entonces. Subía a menudo con alguno de sus hermanos, "a dar una vuelta". Mi madre se acostumbró bien al cambio. Dejó atrás una vida muy sacrificada con el campo a una vida más cómoda en la ciudad donde tenía de todo: luz, agua, lavadora, frigorífico, etc" BEGOÑA SÁENZ.





La casa de José Sáenz y Victoria Pérez (natural de San Martín de Jubera). Tuvieron seis hijos: José, Felipe, Carlos, Consuelo, Benjamín y Teresa.
José y Benjamín estaban solteros y aguantaron con los padres hasta lo último. Se fueron a Logroño.
"Mi abuela salía por la tarde a coser en el poyo y escuchaba una radio novela en el transistor. Yo me entretenía por allí jugando cerca de ella. Siempre ponía un caramelo de leche debajo del aparato y cuando se metía para casa a guardar la radio, allí estaba el caramelo que aparecía como por arte de magia para que yo lo cogiera". BEGOÑA SÁENZ.



La escuela de Santa Cecilia a la que se accedía por la rampa. La pared adyacente (pintada de naranja) era la casa de Víctor y Candelas pero vivían en Ribafrecha, por ello vivía aquí la maestra. Se llamaba doña Josefa Llorente, era de Logroño.
"En la escuela estábamos dos hijos de Emilio (Beta) y Lucia, tres hijos de Quico y Angela, dos chicos que bajaban de Bucesta (Agustín y Manolo) y yo. El aula se cerró en el curso 67/68. Yo tenía 8 años cuando cerraron la escuela, a partir de entonces nos tocaba asistir a la de Santa Engracia. Lo hacíamos dos hijos de Quico, un hijo de Beta y yo. Al año siguiente bajaba yo sola. Me desplazaba con un burrito de mi abuelo y lo dejaba en casa del tío Ángel (el alcalde viejo le decían).
Comía en casa de Basilio y Claudia en la cocina, la comida la ponía mi madre. Ellos tenían la tienda en la plaza. Basilio era el panadero y me hacía un bollito todos los días. Volvía cada día a casa por la tarde, si amenazaba tormenta, la maestra (Pilar Asensio), nos dejaba salir un poco antes. Si necesitábamos guarecernos nos resguardábamos en los corrales de la Fuentecilla. Recuerdo ir con un impermeable amarillo y botas de agua, con agua, con nieve, con mucho barro... En primavera me entretenía contando las huellas de culebras que había en el polvo del camino. Me gustaban mucho las mariposas". BEGOÑA SÁENZ.




Fachada trasera de la escuela. La planta baja era el salón de baile.
"Al entrar, de frente estaban dos ventanas y bajo ella la mesa de la maestra, un crucifijo y el retrato de José Antonio.
A la derecha un mueble con libros dentro, había también una bola del mundo.
En el centro había cuatro pupitres pequeños y cuatro grandes.
Había también un cuarto pequeño donde se guardaba la leña y la leche en polvo.
Había un vasal en la pared donde en el mes de mayo se ponían flores junto a una imagen de la virgen.
El suelo era de tarima.
En el medio estaba la estufa. Hacía mucho frio en invierno en el interior, me salían sabañones. Me llevaba una lata redonda con ascuas en su interior para calentarme los pies.
Cuando nevaba los niños cogíamos nieve en un cuenco rojo, y la maestra nos hacía leche con esa que venia en polvo, la de los americanos.
La maestra me enseñó a hacer vainica junto a la ventana, donde había mejor luz" BEGOÑA SÁENZ.




Calle de Abajo. Fachadas traseras de diversas casas que daban a esta calle. En primer plano y de frente a las demás, dos casas juntas que ya perdieron el tejado. A la derecha la casa de Félix Sáenz y a la izquierda la casa de "Las Madrileñas", ellas eran dos hermanas cuya familia había emigrado a Madrid. Se llamaban Milagros y Magdalena. La primera estaba casada con don Cástulo que era militar y la segunda estaba soltera.
"Era todo un acontecimiento cuando venían las "madrileñas", se notaba la distinción en la clase que portaban, la manera de hablar, los perfumes, la ropa que usaban, llevaban sombrilla. Venían en verano. Iban a pasear por las tardes y hablaban muy educadamente con las gentes del pueblo". BEGOÑA SÁENZ.



Foto cedida por José Ángel León.

La fuente de Santa Cecilia.




Era de trillar.




Cementerio.




Vista del barranco de Santa Engracia. En el medio de la imagen la ermita de Santa Marina.

Hórreos (Lugo)

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En una elevación del terreno sobre el río Visuña se encuentra el pueblo de Hórreos. Situado a 1030 metros de altitud en la parte más oriental de la Serra do Courel casi en el limite provincial con León.
Dependiente del ayuntamiento de Folgoso do Courel formaba parroquia junto con la aldea de Ferramulín.
Alrededor de una veintena de casas dieron vida a esta población que nunca conoció la luz eléctrica. Fueron los candiles de petróleo su fuente de iluminación.
No faltaban buenas nevadas cada año que se combatían con leña de roble para calentar la lumbre de las cocinas.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de centeno, trigo y patatas.
Para moler el grano bajaban a la cercana aldea de Ferramulín donde llegó a haber en sus tiempos dos aceñas y dos molinos harineros.
El volumen ganadero se repartía entre vacas, cabras y ovejas. Los rebaños se sacaban a pastar por turnos rotatorios según el número de cabezas que tuviera cada familia.
Dos, tres y hasta cuatro cerdos se podían sacrificar cada año en la época de matanza según las necesidades de cada casa.
Abundaba en su término la caza del conejo y la perdiz.
Había cantina en el pueblo donde se jugaba a la brisca y se bebía vino y aguardiente.

"Los mozos de Visuña nos recorríamos los pueblos cercanos donde hubiera algo de ambiente. En Hórreos parábamos bastante y en la cantina echábamos unos tragos". ADELINO CARRETE, de Visuña.

A Ferrería
Alto de Cu de Galo
Camiño da Nova
Carrozo dos Regueirais
Chao de Lanza
Los Carrís
Monte de Hórreos
O Maseirón
O Souto
Os Millarados
Penad da Pala
Ponte da Ferrería
Rego do Boi
Río Seco

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Hórreos que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Asistían a las ferias de ganado de Seoane y de Pedrafita do Cebreiro, donde aparte de llevar animales para vender aprovechaban para hacer compras.
Algún vendedor ambulante proveniente de Seoane, Visuña o Villasinde aparecía por el pueblo ofreciendo mercancía variada.

Hubo cura residente en Hórreos hasta los años cincuenta en la persona de don Vicente. Cuando ya dejó de haber sacerdote residiendo en el pueblo venía el de A Seara.
El médico venía en casos de gravedad desde el pueblo de Seoane.
El cartero subía desde Ferramulín a repartir la correspondencia.

Las fiestas patronales se celebraban en honor a San Pedro el 29 de junio. Se hacía una alborada por la mañana, misa, procesión y a la hora de la comida era costumbre matar una oveja en cada casa para agasajar a familiares y allegados. Acudía la juventud de Ferramulín, Cruces, Albaredos y Visuña. El baile estaba amenizado según el año por músicos de Dragonte, Paderne o Albaredos.
La gente joven acudía los domingos a los bailes que se celebraban en los pueblos cercanos.

"Cuando estábamos por el monte con el ganado nos avisábamos unos a otros de que el domingo iba a haber baile en tal sitio. Acudían los de Hórreos, los de Ferramulín, de Albaredos, hasta de pueblos más alejados como Busmayor. En muchas ocasiones se hacía el baile en la escuela de Visuña, otras veces en la cantina de Albaredos, los músicos eran los gaiteros de este último pueblo". ADELINO CARRETE, de Visuña.

La ausencia de buenos accesos, la falta de servicios básicos como la luz y las ganas de realizar otro tipo de actividad que no fuera el mundo rural sentenciaron a Hórreos a caer en los abismos de la despoblación. Ponferrada fue el destino elegido por la mayoría de las gentes del pueblo para empezar otra nueva etapa en sus vidas. Aproximadamente a mitad de los años 70 el pueblo se había quedado vacío.
Después de estar unas décadas sin población Hórreos ha recobrado la vida de manera parcial desde hace más de diez años por un grupo de neorrurales venidos de fuera. Hay dos casas habitadas.

Visita realizada en mayo de 2023.

Informantes:
Adelino Carrete, de Visuña.
Dalmiro Barreiro, de Cruces.
Vecinos de Ferramulín.


Punto y aparte. En este recién comenzado mes de mayo de 2023 hago mi primera visita a este pueblo de curioso nombre que tenía apuntado en mi agenda virtual como futurible a visitar desde hace años. Muy poca información en internet sobre el lugar (algunos artículos sobre los nuevos pobladores que habitan el lugar pero muy poco sobre su existencia en tiempos pasados) lo que aumentaba mis ganas de conocer esta población. Un sencillo letrero en pizarra junto a la carretera y una estrecha pista hormigonada muestran el camino para llegar. Desisto de subir con el coche y lo dejo en un saliente junto a la carretera. El camino es corto pero en ascenso, quiero hacerlo a pie. Abundante vegetación a ambos lados y prados rebosantes de verdor dan un animado colorido al entorno. Un hombre está haciendo faena en un huerto cercano. No me ve. En cuestión de unos pocos minutos estoy a la altura de las primeras edificaciones de Hórreos. La piedra negra y la pizarra en los tejados predomina en las construcciones. Mucha ruina en esta parte del pueblo. A la derecha quedan las nuevas construcciones que han adecentado los nuevos habitantes del pueblo. Cojo una calle lateral que me lleva por esta parte. Se ve algún coche aparcado, se oye música de manera tenue pero nadie se percata del visitante que ha llegado a Hórreos, ni un perro que ladre, ni una persona que mire por la ventana. Es la hora de la siesta y no hay actividad en el exterior. Vuelvo otra vez para la arteria principal del pueblo, la que la vertebra de norte a sur, la que no tiene signos de vida, donde se alternan construcciones en ruinas (muchas) con otras que mantienen su estructura en un aceptable estado (pocas).
Una cabra me mira entre extrañada y curiosa desde un cercado en un plano superior a la calle. Continuo mi deambular, algunas casas muestran sus entrañas interiores por el desgaste que se ha producido en sus muros debido a los años de abandono y olvido. Hay construcciones que ya no se sabe que uso tuvieron en el pasado dado su mal estado. A mitad de trayecto una casa se muestra de manera sencilla aguantando en buen estado y preservando su intimidad interior a los ojos del visitante. Mucho arbolado a ambos márgenes de la calle. Por un corto sendero me dirijo hacia la iglesia. Una plaza donde se sitúa la fuente antecede al templo. Asfixiado por la vegetación, no se puede acceder a su interior, apenas la espadaña sobresale por encima, dentro ya es todo un amasijo de escombros y maleza. El cementerio muestra las lapidas con los nombres de algunas de las personas que yacen en el recinto. Salgo al exterior, contemplo la fuente techada. Vuelvo sobre mis pasos puesto que por aquí no hay otra salida y cojo otra vez el vial principal. Continuo caminando por él, contemplando más de lo mismo: mucha edificación en el suelo o a medio caer. Llego hasta el final. Intento buscar un lugar desde el que pueda hacer una foto panorámica al pueblo pero no lo consigo. La vegetación y el poco desnivel por aquí no lo hacen posible. Doy media vuelta y hago el recorrido a la inversa, ahora de sur a norte. Viendo las oscuras construcciones desde otra perspectiva. Algunos encuadres sugerentes, en especial uno a mitad de calle donde tres edificaciones se alinean en hilera y forman la "postal" de Hórreos. Sencilla pero bonita visión, tanto viéndola desde una parte como de otra. Forma para mi la mejor imagen de unas construcciones que agonizan sin remisión. Continuo desandando el camino, la cabra que advirtió de mi presencia minutos antes se encuentra distraída pero en cuanto me ve aparecer nuevamente se arrima al vallado y se queda un instante mirándome fijamente hasta que me pierdo de su punto de visión. La visita a Hórreos toca a su fin. Por fin lo conocí, pero la verdad es que ha sido un poco tarde. Me lo he encontrado muy demacrado, agonizante (salvo la parte que ha recobrado vitalidad con la presencia de nuevos moradores). Hace quince o veinte años habría visto un Hórreos más entero y más pintoresco. Aún así me alegro de haber visitado el lugar. Y es que no es el primer despoblado gallego que conozco pero si es el primero que incluyo en el blog. ¡¡Ya tocaba!!


Llegando a Hórreos.




Las primeras edificaciones que salen al paso son un muestrario del estado general en que se encuentra el pueblo.



Calle principal. Ruina generalizada a ambos lados del camino.



Sencillo pero bonito tramo de calle.




El mismo tramo de calle visto a la inversa con la serra do Courel de fondo.



Vivienda. Encalada de blanco. De una sola planta. Escalera exterior para acceder a ella.



La escuela de Hórreos.




Plaza de la fuente. La iglesia de fondo.




La plaza vista a la inversa. La fuente a la derecha.




La fuente de Hórreos.




La iglesia parroquial de San Pedro.

"En Albaredos teníamos una maestra que los domingos por la mañana nos llevaba a esta iglesia de Hórreos a escuchar misa. Teníamos tres kilómetros desde nuestro pueblo y otros tantos de vuelta". OCTAVIO BLANCO, de Albaredos.



Cementerio. Se traía aquí también a enterrar a los de Ferramulín.



Calle de Hórreos.




Las dentelladas que da la despoblación hace que algunas viviendas muestren sin reparo sus entrañas.



Calle principal.




La entrada al pueblo por su parte sur.




Bonito encuadre urbano.




Calle de Hórreos.




Vivienda en estado ruinoso.




Hacia la salida del pueblo.

La Sagrada (Salamanca)

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La Sagrada es un pequeño pueblo perteneciente al municipio de Ledesma en los mismos limites con la provincia de Zamora.
Hasta el siglo XIX tuvo ayuntamiento propio teniendo a su cargo las aldeas de La Samasa, La Samasita y La Vádima.
Situado en terreno llano entre dehesas de encinas a 790 metros de altitud, alrededor de una quincena de casas conformaron la población en sus buenos tiempos.
Nunca llegó la luz eléctrica al pueblo.
Fue un lugar más ganadero que agrícola, la mayor parte de su término estaba dedicado al pasto.
Ovejas, vacas y cerdos conformaban el grueso de la ganadería del pueblo.
Tratantes de Ledesma venían a comprar los corderos mientras que de los terneros se encargaban los tratantes de Moraleja de Sayago (Basilio y Mauricio).
Sus tierras cultivables estaban dedicadas al trigo y la cebada principalmente.
Para moler el grano se desplazaban al molino de Moraleja de Sayago o a la aceña de Ledesma.
Cada casa tenía su horno para hacer el pan.
No era el invierno muy riguroso por estas latitudes, solía caer una nevada al año de corta duración.
Disponían de mucha leña de roble y encina para calentar la lumbre de los hogares.
El conejo, la liebre y la perdiz eran el reclamo para los aficionados a la caza.
Mucha relación tenían con el pueblo zamorano de Moraleja de Sayago por cercanía.

Camino de La Samasa
Camino de Moraleja
Cuarto de Los Llanos
Cuarto Valdepalacios
El Campo
El Salinar
Fuente de las eras
Regato de La Samasita
Regato de Santarén

**Son algunos topónimos de lugares comunes de La Sagrada que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Para hacer compras se desplazaban a Moraleja de Sayago y también hacían el desplazamiento a Ledesma los jueves que era día de mercado. Aprovechaban para llevar a vender animales de granja y lechones y de paso compraban productos alimenticios, utensilios y ropa.

Don Tomás, el cura venía en bicicleta desde Moraleja de Sayago a oficiar misa los domingos. Lo hacía con una frecuencia de quince días. Acudían también a la ceremonia dominical las gentes de La Samasa.
El médico en casos excepcionales venía desde Ledesma a visitar al enfermo.
Desde la capital comarcal llegaba el cartero a repartir la correspondencia.
Los niños en edad escolar se desplazaban a la escuela de Moraleja de Sayago.

Tenían su fiesta patronal el 17 de enero en honor a San Antón. Se hacía misa y procesión y por la tarde baile amenizado por un tamborilero del pueblo zamorano de Peñausende. Acudía la juventud de La Samasa, de Santarén y de Moraleja.
La gente joven iba los domingos a Moraleja a participar de los bailes a nivel local que allí se daban.

El final para La Sagrada llegó en las décadas de los 60 y 70. Sin luz, sin un acceso en condiciones, la falta de escuela, la lejanía del médico y las ganas de mejorar en calidad de vida buscando lugares donde hubiera mejores servicios e infraestructuras fueron los condicionantes fundamentales para que las gentes del pueblo tomaran la determinación de emigrar. Ledesma, Moraleja y Zamora fueron las localidades elegidas para iniciar una nueva etapa en sus vidas.
Los "Simones" fueron los últimos de La Sagrada. Ellos eran los hermanos Pepe y Simón. El primero estaba casado con Pepa, natural de Moraleja de Sayago mientras que Simón era soltero. En 1975 cerraron para siempre la puerta de su casa y se marcharon al pueblo vecino de Moraleja.

Visita realizada en julio de 2024.

Informantes:
- Vecino de Santiz (Conversación personal mantenida en un encuentro casual en las cercanías de La Sagrada).
- Vecina de Moraleja de Sayago (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa).


Punto y aparte. Si en el buscador de google tecleas La Sagrada- Salamanca te sale un pueblo habitado situado en el centro de la provincia, en el Campo de Salamanca, pero resulta que hay otro pueblo en Salamanca con el mismo nombre y está deshabitado. Tuve conocimiento de esta población gracias al reportaje que hizo mi buen amigo Jesús Sánchez para su blog Pueblos sin vida. Pero he de confesar que he llegado tarde, muy tarde a La Sagrada. No hay comparación entre el pueblo que él vio y el que yo he conocido. Son doce años de diferencia entre su visita y la mía que han dado para mucho, para que el pueblo este invadido por la vegetación y sobre todo para contemplar la rápida decadencia de sus edificaciones.
Es de buena mañana cuando llego hasta este pueblo salmantino  en la misma divisoria provincial con Zamora. El calor de momento no hace acto de presencia. El pueblo no se ve hasta que no estas casi junto a sus muros. Me subo hasta un altillo para otear una vista panorámica. Contemplo un pueblo derrotado, edificios desmochados, sin tejado, mucha vegetación avasallando e impidiendo el normal transito entre sus ruinas. Tengo a mi lado la fuente subterránea que un día abasteciera de agua a las gentes del lugar. Me dispongo a introducirme en su entramado urbano, el cual consta solamente de un vial principal adonde daban buena parte de las edificaciones. Me adentro por una calle lateral donde hay todavía una casa reconocible, prácticamente la única que se la puede considerar así. Pero una muralla vegetal enseguida me impide continuar. Salgo otra vez al camino y oigo ruido de motor, es un tractor, la persona que va en su interior se para al verme por allí y mantenemos una conversación trivial, va a trabajar en unas fincas próximas. Me despido de este hombre y voy por otra abertura a modo de calle entre las construcciones ruinosas. Acaba en un amplio corral con su pajar correspondiente y no hay manera de seguir, así que desando lo andado y vuelvo a salir a la calle principal. Según voy caminando observo edificios a ambos lados que a duras penas dejan entrever que uso tuvieron en el pasado, hay que mirar con mucho detenimiento para dar cuenta de lo que un día fue una vivienda. Continuo caminando por el camino y a un centenar de metros observo la espadaña de la iglesia sobresaliendo entre un pequeño encinar. Las fincas cultivadas a ambos lados del camino están todas valladas y dificulta mucho el movimiento para obtener buenas fotografías como es el caso del templo parroquial. Llego hasta su entrada, el atrio ya caído, penetro en su interior, una amalgama de vegetación, tierra, tejas y vigas me dificulta el movimiento, apenas puedo moverme, tengo que saltar entre escombros, ya no puedo ver la mesa del altar mayor ni la pila bautismal que Jesús si llegó a tiempo de ver. Observo el coro, el cancel de la entrada y el gracioso y esbelto nido de cigüeña que se mantiene en un sorprendente equilibrio sobre el tejadillo de la espadaña. Salgo al exterior, intento contornear la iglesia pero no puedo, las alambradas de las fincas cercanas me impiden dar un paso por el otro lado, con lo cual me quedo sin ver el cementerio anexo. Salgo otra vez al camino, desde aquí diviso la mayor parte de las edificaciones del pueblo. La ruina es total y absoluta, no hay tejado ninguno. Panorama desolador contemplando lo que un día tuvo que ser un bonito y pintoresco lugar. El camino de seguirlo me llevaría a Moraleja, lo cojo durante un centenar de metros por ver si puedo tener una vista panorámica del pueblo pero no es posible, así que opto por volver. Nuevamente estoy en la calle principal, ahora la recorro en camino descendente, no me aporta nada novedoso con respecto a cuando lo hice a la inversa. La visita va tocando a su fin, intento escudriñar entre los edificios algo de interés pero no hay resultado positivo. Contemplo nuevamente la única casa que aunque no es posible acceder a su interior mantiene todavía su fachada externa bastante entera en comparación a las demás. Me adentro en el patio de un corral de ganado, mucha vegetación y poco que ver en su interior. Me voy alejando de La Sagrada y cavilando en lo tarde que he llegado a conocer este pueblo, pero me consuelo pensando que a todos los sitios no se puede llegar a su debido tiempo.


Entrando en La Sagrada.




Calle principal en sentido ascendente.




Vivienda.




Calle y vivienda.




Corral y pajar.




Vivienda. La vegetación impide acercarse a ella.




Muros a medio caer y esquinas delimitan la calle.




Edificación en ruina.




De camino a la iglesia.




Iglesia parroquial de La Asunción de Nuestra Señora.




Interior del templo. Cancel de madera pintado en azulete. Coro. Espadaña coronada por nido de cigüeña.



Interior del templo. Baptisterio. Coro. Escalera de acceso con barandilla de hierro.



Una parte de las edificaciones de La Sagrada contempladas desde la iglesia.



Calle principal en sentido descendente.




La fuente.




Balsa de agua que se utilizaba para beber los animales.




Corral de ganado.

Lorilla (Burgos)

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A 1060 metros de altitud sobre un cantil calcáreo por encima del valle cántabro de Valderredible se asienta este pueblo a modo de avanzadilla del Páramo de La Lora. Alrededor de una quincena de viviendas dieron forma a este balcón privilegiado con maravillosas vistas a las tierras cántabras bañadas por el río Ebro.
Lorilla fue punto estratégico durante la pasada guerra civil en los combates del frente norte. Desde sus alturas los nacionales controlaban al ejercito republicano situado a sus pies. Por ello el pueblo fue evacuado y sus edificaciones sufrieron los daños producidos por el fuego de artillería. Al acabar la contienda el pueblo quedó en mal estado y tuvieron que reconstruirse la mayoría de las casas.
Tuvieron luz eléctrica desde los años veinte hasta el comienzo de la guerra civil. Las instalaciones se dañaron durante el conflicto y ya nunca más volvió a haber luz eléctrica en Lorilla. Los candiles de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a diez minutos en el camino de Sobrepenilla.
Como curiosidad reseñar que en tiempos antiguos hubo un convento de monjas aquí, en Lorilla.
Por la ubicación del pueblo estaban sometidos a unos inviernos muy rigurosos con nevadas abundantes. Contaban con leña de haya y encina para calentar la lumbre de los hogares.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de trigo, centeno y patatas. Iban a moler el grano al molino de Barrio Panizares.
Cuando ya dejó de hacerse el pan en las casas subía el panadero de Polientes con un macho a vender el pan.
Las ovejas y las vacas conformaban el mayor volumen animal en la ganadería del pueblo. Los terneros se llevaban a vender a la feria de ganado de Basconcillos del Tozo.
Era costumbre matar un cerdo o dos en cada casa llegada la época de matanza.
En sus tierras abundaba el conejo, la liebre y la perdiz lo que suponía un buen reclamo para los aficionados a la caza.

Alto de Martín Fraire
Arroyo de Lorilla
Camino de Basconcillos
Camino de Sobrepenilla
El Cotorro
El Molino
El Sestero
La Cespedera
La Entablada
Los Casares
Sima Hoyos

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Lorilla que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Celebraban sus fiestas patronales el 19 de octubre en honor a San Pedro Alcántara. Solo duraba un día. Era costumbre matar un cordero o un pollo en cada casa para complacer gastronómicamente a familiares y allegados que venían para la ocasión. De Basconcillos y Barrio Panizares venía la juventud a participar de la fiesta, también se dejaba ver gente joven de algunos pueblos palentinos limítrofes. El baile según se presentara la climatología se celebraba en la plaza, en una era o en el interior de una nave. La música era amenizada por un acordeonista de Villanueva de la Nía (Cantabria). En tiempos más recientes venían unos músicos de Soncillo.

El cura venía a realizar los oficios religiosos desde Barrio Panizares. Don Bernabé y don Marcial son algunos de los que se recuerda. Hacían los desplazamientos en bicicleta o en moto. Ya en los últimos años venía el sacerdote de Sargentes de la Lora para oficiar misa solamente el día de la fiesta.
De la cabecera municipal (Sargentes) venía también el médico cuando algún enfermo precisaba de su asistencia. Se desplazaba en coche.
Joaquín, el cartero de Valdeajos venía montado a caballo a repartir la correspondencia.

Se desplazaban a Basconcillos o a Polientes para realizar compras.
Del mismo Basconcillos y de Talamillo entre otros lugares venían vendedores ambulantes ofreciendo variada mercancía.
Para cualquier apaño de forja iban al herrero de Basconcillos y para el herraje de ganado vacuno a Olleros.

El pueblo sobrevivió a la mortífera década de los 60 sin apagarse del todo pero ya a comienzos de los 70 sus últimos moradores ya no pudieron resistir más tiempo seguir viviendo en un pueblo donde todo eran incomodidades: ausencia de servicios básicos como la luz y el agua, cierre de la escuela, lejanía del médico y de los pueblos en los que se abastecían, la dureza del clima, el agotamiento del mundo rural y las ganas de buscar otro modo de vida distinto hicieron que Lorilla pasara a engrosar la lista de pueblos abandonados. A finales del año 71 y comienzos del 72 se fueron casi a la vez las cuatro últimas familias que aún aguantaban en el pueblo, siendo el matrimonio formado por Jesús Hidalgo y Valentina López con sus dos hijos los últimos de Lorilla. Los loriegos eligieron principalmente Burgos y Santander como lugares donde iniciar una nueva etapa de sus vidas.

Visitas realizadas en enero de 1997 y octubre de 2023.

Informante: Jesús Hidalgo (hijo). (Conversación personal mantenida por vía telefónica).
Otra fuente de información: Libro, Los Pueblos del Silencio de Elías Rubio.


Punto y aparte. Es media tarde cuando aparezco veintiséis años después por este olvidado pueblo de La Lora burgalesa. El tiempo es fresco, como corresponde a está época otoñal. El sol está presente. La silueta alargada de manera horizontal del pueblo llegando por el camino de Basconcillos sigue inalterable. Su situación en una planicie nada hace presagiar para el que no lo sepa que se va a encontrar con una atalaya desde donde se domina unas vistas inigualables del valle cántabro de Valderredible surcado por el Ebro.
Si su visión panorámica desde la lejanía no ha cambiado si lo ha hecho su entramado urbano. Veintiséis años son muchos para esperar que todo vaya a estar igual en un pueblo que está a merced de los fenómenos meteorológicos y de la mano destructora del hombre en forma de expolio. Según me voy acercando al pueblo ya veo que la ausencia de tejados es casi completa salvo algún edificio que es utilizado como nave agraria. Primeramente cojo el camino que antes de entrar al pueblo sale a mano derecha y que de seguirlo me llevaría hasta el aeródromo de Valderredible. No es mi intención llegar hasta allí pero voy haciendo camino a ver que me encuentro por aquí y como se ve Lorilla desde este lado. Cuando me quiero dar cuenta estoy ante un cruce de caminos y sendos letreros en madera corroída y desgastada que indican Lorilla 1´6 km. y Montecillo 1´4 km. Así que ahora mismo estoy más cerca del pueblo cántabro que del propio Lorilla. Desando el camino y en poco tiempo estoy ante los muros del pueblo burgalés. Enfilo la calle de entrada hasta desembocar en la plaza, allí sigue impertérrita la escuela en el centro del lugar. Cerrada a cal y canto y con sus ventanas tapiadas. Conserva el tejado por lo cual aguantará más tiempo. Ya veo que la calle principal es una visión fantasmal de como yo la conocí. Primero me voy a visitar la cercana iglesia donde ya acceder a su interior es una temeridad aparte de imposible en algún espacio. Sin tejado, ya solo es una amalgama de vegetación y escombros. Desisto de intentar aventurarme por su interior. Salgo al exterior, la contorneo, aguanta su torre aunque ya con serias grietas vislumbrándose, las casas por aquí están en mal estado, en especial un llamativo caserón con inscripción en el dintel, aunque a decir verdad se mantiene igual que veintiséis años antes lo que demuestra la buena calidad de su piedra. Me voy ahora si hacía la calle principal tras pasar nuevamente junto a la pequeña y salerosa escuela. El vial de la calle ya deja entrever a ambos lados edificaciones moribundas cuando no desaparecidas completamente, no se puede entrar al interior de ninguna vivienda, ha desaparecido el enfoscado de color grisáceo que coloreaba buen número de fachadas, la vegetación también va realizando su trabajo y se va haciendo fuerte en las zonas menos transitadas. Me meto por un callejón donde me aparece otro buen ejemplar de casa con fecha inscrita en el dintel pero ya en avanzado estado de ruina. Por aquí no me puedo mover más, salgo nuevamente a la calle, me alejo del pueblo, por aquí puedo contemplar en toda su plenitud la ubicación del pueblo al borde del escarpe rocoso que separa el Páramo de La Lora de la hondonada de Valderredible. Se divisan multitud de pequeños pueblos diseminados por el valle. Paraje para contemplar y meditar, y también valorar lo dura que tuvo que ser la vida por estos lares. Nieblas, ventiscas, heladas, nevadas se ensañarían con el lugar. Después de unos minutos de contemplación vuelvo para el pueblo, hago un ligero intento de buscar el camino que me llevaría a la fuente pero enseguida desisto porque no lo encuentro, la vegetación seguramente lo ha taponado. Vuelvo a transitar por la calle principal observando los pocos detalles que aún se pueden observar en los restos de las fachadas. Salvo a la iglesia (y apenas unos metros) no he podido entrar al interior de ningún edificio, tal es el estado de agonía en que se encuentran y que da una idea del camino que lleva Lorilla hacía su desintegración arquitectónica. A todo esto el sol hace tiempo que se ocultó y ya está encima el preludio del anochecer. Apuro un poco para dar una nueva vuelta por el pueblo, llego nuevamente a la plaza y también al entorno de la iglesia, observo la parte trasera de las viviendas por el lado este del pueblo. Y la noche ya se planta sobre Lorilla. Saco algunas fotografías nocturnas pero ya poco más hay que hacer. En medio de un espectral silencio y con la silueta en penumbra de la torre de la iglesia "mirándome" con sus dos ojos abandono esta pintoresca población del Páramo de la Lora.


Lorilla en 1997. Las edificaciones estaban bastante enteras y los tejados estaban bien presentes.



Vista panorámica de Lorilla desde el oeste. Desde aquí se puede visualizar con claridad la ubicación del pueblo sobre la escarpadura del terreno. El bosque de hayas se desparrama ladera abajo. Multitud de pueblos se divisan desde este balcón de La Lora. Trescientos metros de desnivel separan las alturas de Lorilla de las llanuras de Valderredible.



Llegando a Lorilla.




Entrando al pueblo. La casa de la derecha fue la última que se cerró en Lorilla.



La plaza de Lorilla.




La escuela. Encima de la puerta tenía una placa recordatoria del año de su inauguración (1950). El acto fue realizado por el gobernador civil de Burgos don Alejandro Rodríguez de Valcárcel y siendo alcalde pedáneo Honorino Arroyo. El aula se clausuró en 1969. Doña Angelines, natural de Cubo del Vino (Zamora) fue la última maestra en impartir enseñanza en esta escuela. Vivía en el pueblo con su marido, Agustín. Entre diez y doce niños según el año asistían a clase. En los últimos años de vida del pueblo ya apenas llegaban a seis los alumnos.



Calle de la iglesia.




La iglesia parroquial de San Pedro. Las tejas de la cubierta se fueron a Rocamundo y la pila bautismal a Sargentes de la Lora. Las campanas acabaron en la iglesia del barrio de Capiscol en Burgos.



Interior del templo.




La casa de Macario San Millán.




Vivienda.




La plaza de Lorilla. El ayuntamiento a la izquierda y la escuela a la derecha.



La escuela y la calle principal del pueblo, conocida como calle de la Fuente.



La calle de la Fuente.




En 1997 el mismo tramo de calle tenía un aspecto bien diferente.



Edificaciones en avanzado estado de ruina.




Las mismas edificaciones en 1997 estaban todavía en pie.



Entrada al pueblo por el oeste.




Vivienda. Se partió por la mitad.




Vivienda.




Casa con fecha inscrita en el dintel (1916). En tiempos antiguos funcionó durante un tiempo como cuartel de la guardia civil.



La noche cae sobre Lorilla.