Hermosísima y desconocida población perteneciente al municipio de Batea en la comarca de Terra Alta.
Alrededor de unas dieciocho viviendas en sus mejores tiempos dieron vida a la localidad de Pinyeres, situada a los pies del Tossal del Moro en las cercanías del río Algars.
A este pueblo se le puede aplicar el dicho de tan cerca de nada y tan lejos de todo. Batea su cabecera municipal se encontraba a dos horas y media andando y otro tanto se puede decir de las localidades zaragozanas de Maella y Fabara, su otra salida natural.
Muy aislada y sin ningún tipo de servicios la vida era especialmente complicada en esta zona.
Nunca conocieron la luz eléctrica y el agua corriente en las casas.
Para el consumo de agua la cogían directamente de una acequia del río.
No había escuela y los niños tenían que desplazarse hasta la de Batea, pero como quiera que les pillaba a mucha distancia para ir y volver en el día, de lunes a viernes se quedaban en casa de algún familiar que tuvieran en Batea y era los fines de semana cuando hacían el desplazamiento con el burro hasta Pinyeres volviéndose el domingo por la tarde hasta Batea.
Largo trayecto hasta Batea que tenían que hacer también las personas que se pusieran enfermas para que les reconociera el médico puesto que este no iba nunca por Pinyeres.
Después de la guerra tampoco tuvieron servicios religiosos y solo el día de la fiesta se oficiaba misa. Antes de la guerra si había cura residente en Pinyeres (mosén Tresfigas), llevaba este pueblo y la Venta de San Juan.
Para realizar compras asimismo les tocaba hacer el camino de Batea o bien a Maella.
Debido a la ausencia de servicio de cartero, cualquier vecino que se desplazaba a Batea llevaba o recogía la correspondencia allí.
Varias de las casas del pueblo eran propiedad de la familia Altes de Maella y de un hacendado de Barcelona por lo que sus inquilinos eran renteros.
Los olivos eran su producción principal, aceitunas que llevaban a las almazaras de Maella o Fabara para extraer el aceite.
Trigo y cebada era el cereal que sembraban en secano, el grano resultante lo llevaban al molino de Maella.
Las ovejas era el otro sustento principal de los vecinos.
Como complemento pescaban madrillas, pez muy abundante en el cercano río Algars.
Asimismo también la caza significaba un aporte extra, conejos y perdices especialmente, lo que no se consumía se llevaba a vender a una fonda de Maella.
Celebraban sus fiestas patronales el 6 de agosto en honor a su patrón: San Salvador. Gentes de Batea y Maella así como de las masías cercanas acudían ese día a Pinyeres a participar de la fiesta.
Dos fechas quedaron para el recuerdo entre los vecinos de Pinyeres marcadas en el calendario.
La más importante fue en el año 54 cuando una helada terrible dañó todos los olivos y con ello su cosecha.
El año 52 también quedó en el recuerdo de muchos vecinos por un fuerte despliegue de guardia civil en el pueblo que lo tomaron como base de operaciones porque preparaban el asalto al cercano Mas de Figueres donde estaban escondidos varios maquis. Ese día fue de mucho ajetreo por la cantidad de mandos y números que allí se dieron cita con abundante armamento, nunca se había visto tal concentración de fuerzas, sacó a Pinyeres de su rutina habitual.
Aunque el pueblo después de la guerra civil ya había quedado muy disminuido de población, los que quedaron tarde o temprano tenían que coger el camino de la emigración porque ningún tipo de modernidad llegaba hasta Pinyeres para haberles hecho la vida un poco más fácil.
Así unos optaron por quedarse en Batea y otros emigraron a Barcelona.
Hasta el año 73 hubo vida en Pinyeres cuando marchó la última familia que allí quedaba, era el matrimonio formado por Josep Peig y Fernanda Fuertes que con dos hijos y la abuela se trasladaron a vivir a Batea.
El pueblo durante años servía de residencia temporal a gentes que venían de Barcelona en temporada de caza.
Luego ya se fue apagando todo, el silencio y la soledad se apoderó del lugar, aunque alguno de sus vecinos siguió manteniendo su casa y a día de hoy todos los campos cultivables están dedicados a la vid por lo que es diaria la presencia de agricultores por la zona. Los antiguos vecinos de Pinyeres y sus descendientes siguen acudiendo el primer domingo de agosto a celebrar el día de la fiesta, donde escuchan una misa y dan cuenta de un sencillo ágape.
Visita realizada en solitario en octubre de 2014.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Tarde otoñal, calurosa pero el sol esta ausente (mejor así). Es mi primera visita a este solitario y escondido lugar. Como única referencia de Pinyeres he tenido durante años un recorte de un suplemento dominical de periódico de los años 90 donde en un escueto reportaje titulado Pueblos abandonados en el que se hablaba del futuro que le esperaba a la España rural se acompañaba de algunas fotografías para ilustrar, entre ellas una me llamó la atención de inmediato. Era una foto fascinante, en ella se veía una calle con varias casas y en el pie de foto ponía Pinyeres (Tarragona), nada más. Poco me podía aclarar sobre ese pueblo, no había internet ni ningún libro donde documentarme sobre este lugar. Pero me había quedado "enamorado" de la calle. Un flechazo.
Pinyeres estaba entre mis visitas prioritarias para visitar. Pero como quiera que esta zona de Tarragona y la colindante de Zaragoza no es una tierra donde abunden despoblados, mi visita se fue demorando durante años hasta que se diera la ocasión. Y la ocasión tardó más de lo debido pero llegó, no me había olvidado de la belleza que emanaba esa fotografía que mostraba aquella revista.
Así que según me iba aproximando al pueblo tenía ansiedad por ver si seguiría allí la calle inmóvil en el mismo estado que un fotógrafo la inmortalizó veinte años atrás.
La calle seguía igual, el tiempo se había quedado detenido. Su aislamiento unido, al cuidado de las viviendas por sus vecinos y a la benevolencia del clima por estos lugares había hecho que el tiempo no hubiera pasado por allí.
¡Que maravilla de calle! Es una pasada. La bajo despacio admirando cada una de las viviendas que a ella se asoman, llego al final y vuelvo a subirla, me acerco a la iglesia y sus casas cercanas, preciosa también esta zona.
¡Que pueblo más bonito! La iglesia a tono con el resto del pueblo esta muy bien, sorprendentemente la puerta esta abierta de par en par, su interior solo con lo elemental para oficiar una misa al año. Desnuda de todo lujo pero sin heridas mortales de momento.
Un candado o una cerradura no vendría mal para salvaguardar el interior de la llegada de los vándalos, que si no han llegado ya aparecerán. Destrozar por el arte de destrozar simplemente.
Vuelvo a bajar a la calle, impresionante. Algunos vecinos han retejado o reforzado el techo para evitar las goteras. Aunque no se la use pero por lo menos que no se venga abajo la vivienda.
No se cuantas veces me recorro la calle de arriba abajo y de abajo arriba observando pequeños detalles arquitectónicos, puertas, ventanas, balcones, piedras.
Me acerco a ver dos casas que se ven sobre un altozano próximo, así como también me acerco a ver el río Algars, muy pedregoso y con poca agua. Una última pasada por la calle antes de marcharme.
¡Adiós al precioso pueblo de Pinyeres!
Para conservar en el recuerdo, para volver.
Llegando a Pinyeres. Cementerio a la derecha. La parroquial de frente.
La parte alta del pueblo. Iglesia, la casa del cura y por detrás la casa Castillo.
La iglesia parroquial de la Transfiguración del Señor, conocida popularmente como San Salvador de Pinyeres. De nave rectangular, puerta en arco de medio punto, espadaña sobre ella de dos ojos simétricos coronada en forma triangular con un ojo más pequeño. La parte de fachada donde se sitúa la puerta y la espadaña es de sillería y da idea de una reforma o añadido posterior. Una minúscula ventana aspillerada a la derecha era la única fuente de iluminación del interior. A la derecha adosada a ella la casa del Cura.
Fachada posterior de la iglesia. Cuatro contrafuertes hechos en sillería confirman el muro.
Interior de la iglesia. Sucesión de arcos apuntados. Sencillez. Suelo enlosado en buen estado.
La casa del cura, adosada a la iglesia. De tres plantas, poyete junto a la puerta. Higuera.
Bonete eclesiástico de tres puntas y fecha (AÑO 1816) tallados en la dovela central (clave) de la casa del Cura.
Casa Castillo. Así llamada por ser en sus orígenes una torre defensiva. En la fachada posterior tiene un piso más hacía abajo aprovechando el desnivel del terreno sobre el que se asienta. A la vivienda original se le añadió esta fachada delantera creando un patio cubierto antes de entrar a la casa. Horno a la derecha.
Cal Ramos. Primorosa y altiva. Cuatro plantas la contemplan. Flanqueada por dos viviendas de dos pisos su altura se hace más notoria. Balcones y ventanas simétricos en segundo y tercer piso.
Calle principal llegando a su final. Igualmente bello este tramo. Horno comunal a la izquierda.
La calle principal en sentido ascendente. Irradia belleza. Buenas paredes de sillería. Pasear y admirar sin prisa.
Hacía mitad de calle. Desde cualquier punto es sumamente deliciosa y fotogenica. Cal Ramos con su altura y su bien conservada fachada impregna la calle de un atractivo tremendo. Tristeza y belleza van de la mano.
Ventana de madera con ventanuco de aireación o iluminación. Sencilla cruz latina tallada en dintel con terminación en su base a modo de triangulo.
A 300 metros del pueblo sobre un altozano se encuentran dos casas. Una de ellas esta, la última que se cerró en Pinyeres.
Alrededor de unas dieciocho viviendas en sus mejores tiempos dieron vida a la localidad de Pinyeres, situada a los pies del Tossal del Moro en las cercanías del río Algars.
A este pueblo se le puede aplicar el dicho de tan cerca de nada y tan lejos de todo. Batea su cabecera municipal se encontraba a dos horas y media andando y otro tanto se puede decir de las localidades zaragozanas de Maella y Fabara, su otra salida natural.
Muy aislada y sin ningún tipo de servicios la vida era especialmente complicada en esta zona.
Nunca conocieron la luz eléctrica y el agua corriente en las casas.
Para el consumo de agua la cogían directamente de una acequia del río.
No había escuela y los niños tenían que desplazarse hasta la de Batea, pero como quiera que les pillaba a mucha distancia para ir y volver en el día, de lunes a viernes se quedaban en casa de algún familiar que tuvieran en Batea y era los fines de semana cuando hacían el desplazamiento con el burro hasta Pinyeres volviéndose el domingo por la tarde hasta Batea.
Largo trayecto hasta Batea que tenían que hacer también las personas que se pusieran enfermas para que les reconociera el médico puesto que este no iba nunca por Pinyeres.
Después de la guerra tampoco tuvieron servicios religiosos y solo el día de la fiesta se oficiaba misa. Antes de la guerra si había cura residente en Pinyeres (mosén Tresfigas), llevaba este pueblo y la Venta de San Juan.
Para realizar compras asimismo les tocaba hacer el camino de Batea o bien a Maella.
Debido a la ausencia de servicio de cartero, cualquier vecino que se desplazaba a Batea llevaba o recogía la correspondencia allí.
Varias de las casas del pueblo eran propiedad de la familia Altes de Maella y de un hacendado de Barcelona por lo que sus inquilinos eran renteros.
Los olivos eran su producción principal, aceitunas que llevaban a las almazaras de Maella o Fabara para extraer el aceite.
Trigo y cebada era el cereal que sembraban en secano, el grano resultante lo llevaban al molino de Maella.
Las ovejas era el otro sustento principal de los vecinos.
Como complemento pescaban madrillas, pez muy abundante en el cercano río Algars.
Asimismo también la caza significaba un aporte extra, conejos y perdices especialmente, lo que no se consumía se llevaba a vender a una fonda de Maella.
Celebraban sus fiestas patronales el 6 de agosto en honor a su patrón: San Salvador. Gentes de Batea y Maella así como de las masías cercanas acudían ese día a Pinyeres a participar de la fiesta.
Dos fechas quedaron para el recuerdo entre los vecinos de Pinyeres marcadas en el calendario.
La más importante fue en el año 54 cuando una helada terrible dañó todos los olivos y con ello su cosecha.
El año 52 también quedó en el recuerdo de muchos vecinos por un fuerte despliegue de guardia civil en el pueblo que lo tomaron como base de operaciones porque preparaban el asalto al cercano Mas de Figueres donde estaban escondidos varios maquis. Ese día fue de mucho ajetreo por la cantidad de mandos y números que allí se dieron cita con abundante armamento, nunca se había visto tal concentración de fuerzas, sacó a Pinyeres de su rutina habitual.
Aunque el pueblo después de la guerra civil ya había quedado muy disminuido de población, los que quedaron tarde o temprano tenían que coger el camino de la emigración porque ningún tipo de modernidad llegaba hasta Pinyeres para haberles hecho la vida un poco más fácil.
Así unos optaron por quedarse en Batea y otros emigraron a Barcelona.
Hasta el año 73 hubo vida en Pinyeres cuando marchó la última familia que allí quedaba, era el matrimonio formado por Josep Peig y Fernanda Fuertes que con dos hijos y la abuela se trasladaron a vivir a Batea.
El pueblo durante años servía de residencia temporal a gentes que venían de Barcelona en temporada de caza.
Luego ya se fue apagando todo, el silencio y la soledad se apoderó del lugar, aunque alguno de sus vecinos siguió manteniendo su casa y a día de hoy todos los campos cultivables están dedicados a la vid por lo que es diaria la presencia de agricultores por la zona. Los antiguos vecinos de Pinyeres y sus descendientes siguen acudiendo el primer domingo de agosto a celebrar el día de la fiesta, donde escuchan una misa y dan cuenta de un sencillo ágape.
Visita realizada en solitario en octubre de 2014.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Tarde otoñal, calurosa pero el sol esta ausente (mejor así). Es mi primera visita a este solitario y escondido lugar. Como única referencia de Pinyeres he tenido durante años un recorte de un suplemento dominical de periódico de los años 90 donde en un escueto reportaje titulado Pueblos abandonados en el que se hablaba del futuro que le esperaba a la España rural se acompañaba de algunas fotografías para ilustrar, entre ellas una me llamó la atención de inmediato. Era una foto fascinante, en ella se veía una calle con varias casas y en el pie de foto ponía Pinyeres (Tarragona), nada más. Poco me podía aclarar sobre ese pueblo, no había internet ni ningún libro donde documentarme sobre este lugar. Pero me había quedado "enamorado" de la calle. Un flechazo.
Pinyeres estaba entre mis visitas prioritarias para visitar. Pero como quiera que esta zona de Tarragona y la colindante de Zaragoza no es una tierra donde abunden despoblados, mi visita se fue demorando durante años hasta que se diera la ocasión. Y la ocasión tardó más de lo debido pero llegó, no me había olvidado de la belleza que emanaba esa fotografía que mostraba aquella revista.
Así que según me iba aproximando al pueblo tenía ansiedad por ver si seguiría allí la calle inmóvil en el mismo estado que un fotógrafo la inmortalizó veinte años atrás.
La calle seguía igual, el tiempo se había quedado detenido. Su aislamiento unido, al cuidado de las viviendas por sus vecinos y a la benevolencia del clima por estos lugares había hecho que el tiempo no hubiera pasado por allí.
¡Que maravilla de calle! Es una pasada. La bajo despacio admirando cada una de las viviendas que a ella se asoman, llego al final y vuelvo a subirla, me acerco a la iglesia y sus casas cercanas, preciosa también esta zona.
¡Que pueblo más bonito! La iglesia a tono con el resto del pueblo esta muy bien, sorprendentemente la puerta esta abierta de par en par, su interior solo con lo elemental para oficiar una misa al año. Desnuda de todo lujo pero sin heridas mortales de momento.
Un candado o una cerradura no vendría mal para salvaguardar el interior de la llegada de los vándalos, que si no han llegado ya aparecerán. Destrozar por el arte de destrozar simplemente.
Vuelvo a bajar a la calle, impresionante. Algunos vecinos han retejado o reforzado el techo para evitar las goteras. Aunque no se la use pero por lo menos que no se venga abajo la vivienda.
No se cuantas veces me recorro la calle de arriba abajo y de abajo arriba observando pequeños detalles arquitectónicos, puertas, ventanas, balcones, piedras.
Me acerco a ver dos casas que se ven sobre un altozano próximo, así como también me acerco a ver el río Algars, muy pedregoso y con poca agua. Una última pasada por la calle antes de marcharme.
¡Adiós al precioso pueblo de Pinyeres!
Para conservar en el recuerdo, para volver.
Pinyeres visto desde las eras.
Llegando a Pinyeres. Cementerio a la derecha. La parroquial de frente.
La parte alta del pueblo. Iglesia, la casa del cura y por detrás la casa Castillo.
La iglesia parroquial de la Transfiguración del Señor, conocida popularmente como San Salvador de Pinyeres. De nave rectangular, puerta en arco de medio punto, espadaña sobre ella de dos ojos simétricos coronada en forma triangular con un ojo más pequeño. La parte de fachada donde se sitúa la puerta y la espadaña es de sillería y da idea de una reforma o añadido posterior. Una minúscula ventana aspillerada a la derecha era la única fuente de iluminación del interior. A la derecha adosada a ella la casa del Cura.
Fachada posterior de la iglesia. Cuatro contrafuertes hechos en sillería confirman el muro.
Interior de la iglesia. Sucesión de arcos apuntados. Sencillez. Suelo enlosado en buen estado.
Pila bautismal.
La casa del cura, adosada a la iglesia. De tres plantas, poyete junto a la puerta. Higuera.
Bonete eclesiástico de tres puntas y fecha (AÑO 1816) tallados en la dovela central (clave) de la casa del Cura.
Casa Castillo. Así llamada por ser en sus orígenes una torre defensiva. En la fachada posterior tiene un piso más hacía abajo aprovechando el desnivel del terreno sobre el que se asienta. A la vivienda original se le añadió esta fachada delantera creando un patio cubierto antes de entrar a la casa. Horno a la derecha.
"La postal de Pinyeres"
Deliciosa calle principal que vertebra el pueblo. Un deleite para la vista.
Cal Ramos. Primorosa y altiva. Cuatro plantas la contemplan. Flanqueada por dos viviendas de dos pisos su altura se hace más notoria. Balcones y ventanas simétricos en segundo y tercer piso.
Calle principal llegando a su final. Igualmente bello este tramo. Horno comunal a la izquierda.
Llegando por el camino de Maella.
La calle principal en sentido ascendente. Irradia belleza. Buenas paredes de sillería. Pasear y admirar sin prisa.
Cal Menescal. Amplitud en horizontal.
Hacía mitad de calle. Desde cualquier punto es sumamente deliciosa y fotogenica. Cal Ramos con su altura y su bien conservada fachada impregna la calle de un atractivo tremendo. Tristeza y belleza van de la mano.
Ventana de madera con ventanuco de aireación o iluminación. Sencilla cruz latina tallada en dintel con terminación en su base a modo de triangulo.
Cal Josep del Ross y a su izquierda Cal Frare (puerta verde).
A 300 metros del pueblo sobre un altozano se encuentran dos casas. Una de ellas esta, la última que se cerró en Pinyeres.