A 1060 metros de altitud sobre un cantil calcáreo por encima del valle cántabro de Valderredible se asienta este pueblo a modo de avanzadilla del Páramo de La Lora. Alrededor de una quincena de viviendas dieron forma a este balcón privilegiado con maravillosas vistas a las tierras cántabras bañadas por el río Ebro.
Lorilla fue punto estratégico durante la pasada guerra civil en los combates del frente norte. Desde sus alturas los nacionales controlaban al ejercito republicano situado a sus pies. Por ello el pueblo fue evacuado y sus edificaciones sufrieron los daños producidos por el fuego de artillería. Al acabar la contienda el pueblo quedó en mal estado y tuvieron que reconstruirse la mayoría de las casas.
Tuvieron luz eléctrica desde los años veinte hasta el comienzo de la guerra civil. Las instalaciones se dañaron durante el conflicto y ya nunca más volvió a haber luz eléctrica en Lorilla. Los candiles de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a diez minutos en el camino de Sobrepenilla.
Como curiosidad reseñar que en tiempos antiguos hubo un convento de monjas aquí, en Lorilla.
Por la ubicación del pueblo estaban sometidos a unos inviernos muy rigurosos con nevadas abundantes. Contaban con leña de haya y encina para calentar la lumbre de los hogares.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de trigo, centeno y patatas. Iban a moler el grano al molino de Barrio Panizares.
Cuando ya dejó de hacerse el pan en las casas subía el panadero de Polientes con un macho a vender el pan.
Las ovejas y las vacas conformaban el mayor volumen animal en la ganadería del pueblo. Los terneros se llevaban a vender a la feria de ganado de Basconcillos del Tozo.
Era costumbre matar un cerdo o dos en cada casa llegada la época de matanza.
En sus tierras abundaba el conejo, la liebre y la perdiz lo que suponía un buen reclamo para los aficionados a la caza.
Alto de Martín Fraire
Arroyo de Lorilla
Camino de Basconcillos
Camino de Sobrepenilla
El Cotorro
El Molino
El Sestero
La Cespedera
La Entablada
Los Casares
Sima Hoyos
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Lorilla que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Celebraban sus fiestas patronales el 19 de octubre en honor a San Pedro Alcántara. Solo duraba un día. Era costumbre matar un cordero o un pollo en cada casa para complacer gastronómicamente a familiares y allegados que venían para la ocasión. De Basconcillos y Barrio Panizares venía la juventud a participar de la fiesta, también se dejaba ver gente joven de algunos pueblos palentinos limítrofes. El baile según se presentara la climatología se celebraba en la plaza, en una era o en el interior de una nave. La música era amenizada por un acordeonista de Villanueva de la Nía (Cantabria). En tiempos más recientes venían unos músicos de Soncillo.
El cura venía a realizar los oficios religiosos desde Barrio Panizares. Don Bernabé y don Marcial son algunos de los que se recuerda. Hacían los desplazamientos en bicicleta o en moto. Ya en los últimos años venía el sacerdote de Sargentes de la Lora para oficiar misa solamente el día de la fiesta.
De la cabecera municipal (Sargentes) venía también el médico cuando algún enfermo precisaba de su asistencia. Se desplazaba en coche.
Joaquín, el cartero de Valdeajos venía montado a caballo a repartir la correspondencia.
Se desplazaban a Basconcillos o a Polientes para realizar compras.
Del mismo Basconcillos y de Talamillo entre otros lugares venían vendedores ambulantes ofreciendo variada mercancía.
Para cualquier apaño de forja iban al herrero de Basconcillos y para el herraje de ganado vacuno a Olleros.
El pueblo sobrevivió a la mortífera década de los 60 sin apagarse del todo pero ya a comienzos de los 70 sus últimos moradores ya no pudieron resistir más tiempo seguir viviendo en un pueblo donde todo eran incomodidades: ausencia de servicios básicos como la luz y el agua, cierre de la escuela, lejanía del médico y de los pueblos en los que se abastecían, la dureza del clima, el agotamiento del mundo rural y las ganas de buscar otro modo de vida distinto hicieron que Lorilla pasara a engrosar la lista de pueblos abandonados. A finales del año 71 y comienzos del 72 se fueron casi a la vez las cuatro últimas familias que aún aguantaban en el pueblo, siendo el matrimonio formado por Jesús Hidalgo y Valentina López con sus dos hijos los últimos de Lorilla. Los loriegos eligieron principalmente Burgos y Santander como lugares donde iniciar una nueva etapa de sus vidas.
Visitas realizadas en enero de 1997 y octubre de 2023.
Informante: Jesús Hidalgo (hijo). (Conversación personal mantenida por vía telefónica).
Otra fuente de información: Libro, Los Pueblos del Silencio de Elías Rubio.
Punto y aparte. Es media tarde cuando aparezco veintiséis años después por este olvidado pueblo de La Lora burgalesa. El tiempo es fresco, como corresponde a está época otoñal. El sol está presente. La silueta alargada de manera horizontal del pueblo llegando por el camino de Basconcillos sigue inalterable. Su situación en una planicie nada hace presagiar para el que no lo sepa que se va a encontrar con una atalaya desde donde se domina unas vistas inigualables del valle cántabro de Valderredible surcado por el Ebro.
Si su visión panorámica desde la lejanía no ha cambiado si lo ha hecho su entramado urbano. Veintiséis años son muchos para esperar que todo vaya a estar igual en un pueblo que está a merced de los fenómenos meteorológicos y de la mano destructora del hombre en forma de expolio. Según me voy acercando al pueblo ya veo que la ausencia de tejados es casi completa salvo algún edificio que es utilizado como nave agraria. Primeramente cojo el camino que antes de entrar al pueblo sale a mano derecha y que de seguirlo me llevaría hasta el aeródromo de Valderredible. No es mi intención llegar hasta allí pero voy haciendo camino a ver que me encuentro por aquí y como se ve Lorilla desde este lado. Cuando me quiero dar cuenta estoy ante un cruce de caminos y sendos letreros en madera corroída y desgastada que indican Lorilla 1´6 km. y Montecillo 1´4 km. Así que ahora mismo estoy más cerca del pueblo cántabro que del propio Lorilla. Desando el camino y en poco tiempo estoy ante los muros del pueblo burgalés. Enfilo la calle de entrada hasta desembocar en la plaza, allí sigue impertérrita la escuela en el centro del lugar. Cerrada a cal y canto y con sus ventanas tapiadas. Conserva el tejado por lo cual aguantará más tiempo. Ya veo que la calle principal es una visión fantasmal de como yo la conocí. Primero me voy a visitar la cercana iglesia donde ya acceder a su interior es una temeridad aparte de imposible en algún espacio. Sin tejado, ya solo es una amalgama de vegetación y escombros. Desisto de intentar aventurarme por su interior. Salgo al exterior, la contorneo, aguanta su torre aunque ya con serias grietas vislumbrándose, las casas por aquí están en mal estado, en especial un llamativo caserón con inscripción en el dintel, aunque a decir verdad se mantiene igual que veintiséis años antes lo que demuestra la buena calidad de su piedra. Me voy ahora si hacía la calle principal tras pasar nuevamente junto a la pequeña y salerosa escuela. El vial de la calle ya deja entrever a ambos lados edificaciones moribundas cuando no desaparecidas completamente, no se puede entrar al interior de ninguna vivienda, ha desaparecido el enfoscado de color grisáceo que coloreaba buen número de fachadas, la vegetación también va realizando su trabajo y se va haciendo fuerte en las zonas menos transitadas. Me meto por un callejón donde me aparece otro buen ejemplar de casa con fecha inscrita en el dintel pero ya en avanzado estado de ruina. Por aquí no me puedo mover más, salgo nuevamente a la calle, me alejo del pueblo, por aquí puedo contemplar en toda su plenitud la ubicación del pueblo al borde del escarpe rocoso que separa el Páramo de La Lora de la hondonada de Valderredible. Se divisan multitud de pequeños pueblos diseminados por el valle. Paraje para contemplar y meditar, y también valorar lo dura que tuvo que ser la vida por estos lares. Nieblas, ventiscas, heladas, nevadas se ensañarían con el lugar. Después de unos minutos de contemplación vuelvo para el pueblo, hago un ligero intento de buscar el camino que me llevaría a la fuente pero enseguida desisto porque no lo encuentro, la vegetación seguramente lo ha taponado. Vuelvo a transitar por la calle principal observando los pocos detalles que aún se pueden observar en los restos de las fachadas. Salvo a la iglesia (y apenas unos metros) no he podido entrar al interior de ningún edificio, tal es el estado de agonía en que se encuentran y que da una idea del camino que lleva Lorilla hacía su desintegración arquitectónica. A todo esto el sol hace tiempo que se ocultó y ya está encima el preludio del anochecer. Apuro un poco para dar una nueva vuelta por el pueblo, llego nuevamente a la plaza y también al entorno de la iglesia, observo la parte trasera de las viviendas por el lado este del pueblo. Y la noche ya se planta sobre Lorilla. Saco algunas fotografías nocturnas pero ya poco más hay que hacer. En medio de un espectral silencio y con la silueta en penumbra de la torre de la iglesia "mirándome" con sus dos ojos abandono esta pintoresca población del Páramo de la Lora.
Lorilla en 1997. Las edificaciones estaban bastante enteras y los tejados estaban bien presentes.
Vista panorámica de Lorilla desde el oeste. Desde aquí se puede visualizar con claridad la ubicación del pueblo sobre la escarpadura del terreno. El bosque de hayas se desparrama ladera abajo. Multitud de pueblos se divisan desde este balcón de La Lora. Trescientos metros de desnivel separan las alturas de Lorilla de las llanuras de Valderredible.
Entrando al pueblo. La casa de la derecha fue la última que se cerró en Lorilla.
La escuela. Encima de la puerta tenía una placa recordatoria del año de su inauguración (1950). El acto fue realizado por el gobernador civil de Burgos don Alejandro Rodríguez de Valcárcel y siendo alcalde pedáneo Honorino Arroyo. El aula se clausuró en 1969. Doña Angelines, natural de Cubo del Vino (Zamora) fue la última maestra en impartir enseñanza en esta escuela. Vivía en el pueblo con su marido, Agustín. Entre diez y doce niños según el año asistían a clase. En los últimos años de vida del pueblo ya apenas llegaban a seis los alumnos.
La iglesia parroquial de San Pedro. Las tejas de la cubierta se fueron a Rocamundo y la pila bautismal a Sargentes de la Lora. Las campanas acabaron en la iglesia del barrio de Capiscol en Burgos.
La plaza de Lorilla. El ayuntamiento a la izquierda y la escuela a la derecha.
La escuela y la calle principal del pueblo, conocida como calle de la Fuente.
En 1997 el mismo tramo de calle tenía un aspecto bien diferente.
Las mismas edificaciones en 1997 estaban todavía en pie.
Casa con fecha inscrita en el dintel (1916). En tiempos antiguos funcionó durante un tiempo como cuartel de la guardia civil.
Lorilla fue punto estratégico durante la pasada guerra civil en los combates del frente norte. Desde sus alturas los nacionales controlaban al ejercito republicano situado a sus pies. Por ello el pueblo fue evacuado y sus edificaciones sufrieron los daños producidos por el fuego de artillería. Al acabar la contienda el pueblo quedó en mal estado y tuvieron que reconstruirse la mayoría de las casas.
Tuvieron luz eléctrica desde los años veinte hasta el comienzo de la guerra civil. Las instalaciones se dañaron durante el conflicto y ya nunca más volvió a haber luz eléctrica en Lorilla. Los candiles de carburo fueron sus fuentes de iluminación.
Para consumo de agua tenían una fuente a diez minutos en el camino de Sobrepenilla.
Como curiosidad reseñar que en tiempos antiguos hubo un convento de monjas aquí, en Lorilla.
Por la ubicación del pueblo estaban sometidos a unos inviernos muy rigurosos con nevadas abundantes. Contaban con leña de haya y encina para calentar la lumbre de los hogares.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas principalmente de trigo, centeno y patatas. Iban a moler el grano al molino de Barrio Panizares.
Cuando ya dejó de hacerse el pan en las casas subía el panadero de Polientes con un macho a vender el pan.
Las ovejas y las vacas conformaban el mayor volumen animal en la ganadería del pueblo. Los terneros se llevaban a vender a la feria de ganado de Basconcillos del Tozo.
Era costumbre matar un cerdo o dos en cada casa llegada la época de matanza.
En sus tierras abundaba el conejo, la liebre y la perdiz lo que suponía un buen reclamo para los aficionados a la caza.
Alto de Martín Fraire
Arroyo de Lorilla
Camino de Basconcillos
Camino de Sobrepenilla
El Cotorro
El Molino
El Sestero
La Cespedera
La Entablada
Los Casares
Sima Hoyos
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Lorilla que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Celebraban sus fiestas patronales el 19 de octubre en honor a San Pedro Alcántara. Solo duraba un día. Era costumbre matar un cordero o un pollo en cada casa para complacer gastronómicamente a familiares y allegados que venían para la ocasión. De Basconcillos y Barrio Panizares venía la juventud a participar de la fiesta, también se dejaba ver gente joven de algunos pueblos palentinos limítrofes. El baile según se presentara la climatología se celebraba en la plaza, en una era o en el interior de una nave. La música era amenizada por un acordeonista de Villanueva de la Nía (Cantabria). En tiempos más recientes venían unos músicos de Soncillo.
El cura venía a realizar los oficios religiosos desde Barrio Panizares. Don Bernabé y don Marcial son algunos de los que se recuerda. Hacían los desplazamientos en bicicleta o en moto. Ya en los últimos años venía el sacerdote de Sargentes de la Lora para oficiar misa solamente el día de la fiesta.
De la cabecera municipal (Sargentes) venía también el médico cuando algún enfermo precisaba de su asistencia. Se desplazaba en coche.
Joaquín, el cartero de Valdeajos venía montado a caballo a repartir la correspondencia.
Se desplazaban a Basconcillos o a Polientes para realizar compras.
Del mismo Basconcillos y de Talamillo entre otros lugares venían vendedores ambulantes ofreciendo variada mercancía.
Para cualquier apaño de forja iban al herrero de Basconcillos y para el herraje de ganado vacuno a Olleros.
El pueblo sobrevivió a la mortífera década de los 60 sin apagarse del todo pero ya a comienzos de los 70 sus últimos moradores ya no pudieron resistir más tiempo seguir viviendo en un pueblo donde todo eran incomodidades: ausencia de servicios básicos como la luz y el agua, cierre de la escuela, lejanía del médico y de los pueblos en los que se abastecían, la dureza del clima, el agotamiento del mundo rural y las ganas de buscar otro modo de vida distinto hicieron que Lorilla pasara a engrosar la lista de pueblos abandonados. A finales del año 71 y comienzos del 72 se fueron casi a la vez las cuatro últimas familias que aún aguantaban en el pueblo, siendo el matrimonio formado por Jesús Hidalgo y Valentina López con sus dos hijos los últimos de Lorilla. Los loriegos eligieron principalmente Burgos y Santander como lugares donde iniciar una nueva etapa de sus vidas.
Visitas realizadas en enero de 1997 y octubre de 2023.
Informante: Jesús Hidalgo (hijo). (Conversación personal mantenida por vía telefónica).
Otra fuente de información: Libro, Los Pueblos del Silencio de Elías Rubio.
Punto y aparte. Es media tarde cuando aparezco veintiséis años después por este olvidado pueblo de La Lora burgalesa. El tiempo es fresco, como corresponde a está época otoñal. El sol está presente. La silueta alargada de manera horizontal del pueblo llegando por el camino de Basconcillos sigue inalterable. Su situación en una planicie nada hace presagiar para el que no lo sepa que se va a encontrar con una atalaya desde donde se domina unas vistas inigualables del valle cántabro de Valderredible surcado por el Ebro.
Si su visión panorámica desde la lejanía no ha cambiado si lo ha hecho su entramado urbano. Veintiséis años son muchos para esperar que todo vaya a estar igual en un pueblo que está a merced de los fenómenos meteorológicos y de la mano destructora del hombre en forma de expolio. Según me voy acercando al pueblo ya veo que la ausencia de tejados es casi completa salvo algún edificio que es utilizado como nave agraria. Primeramente cojo el camino que antes de entrar al pueblo sale a mano derecha y que de seguirlo me llevaría hasta el aeródromo de Valderredible. No es mi intención llegar hasta allí pero voy haciendo camino a ver que me encuentro por aquí y como se ve Lorilla desde este lado. Cuando me quiero dar cuenta estoy ante un cruce de caminos y sendos letreros en madera corroída y desgastada que indican Lorilla 1´6 km. y Montecillo 1´4 km. Así que ahora mismo estoy más cerca del pueblo cántabro que del propio Lorilla. Desando el camino y en poco tiempo estoy ante los muros del pueblo burgalés. Enfilo la calle de entrada hasta desembocar en la plaza, allí sigue impertérrita la escuela en el centro del lugar. Cerrada a cal y canto y con sus ventanas tapiadas. Conserva el tejado por lo cual aguantará más tiempo. Ya veo que la calle principal es una visión fantasmal de como yo la conocí. Primero me voy a visitar la cercana iglesia donde ya acceder a su interior es una temeridad aparte de imposible en algún espacio. Sin tejado, ya solo es una amalgama de vegetación y escombros. Desisto de intentar aventurarme por su interior. Salgo al exterior, la contorneo, aguanta su torre aunque ya con serias grietas vislumbrándose, las casas por aquí están en mal estado, en especial un llamativo caserón con inscripción en el dintel, aunque a decir verdad se mantiene igual que veintiséis años antes lo que demuestra la buena calidad de su piedra. Me voy ahora si hacía la calle principal tras pasar nuevamente junto a la pequeña y salerosa escuela. El vial de la calle ya deja entrever a ambos lados edificaciones moribundas cuando no desaparecidas completamente, no se puede entrar al interior de ninguna vivienda, ha desaparecido el enfoscado de color grisáceo que coloreaba buen número de fachadas, la vegetación también va realizando su trabajo y se va haciendo fuerte en las zonas menos transitadas. Me meto por un callejón donde me aparece otro buen ejemplar de casa con fecha inscrita en el dintel pero ya en avanzado estado de ruina. Por aquí no me puedo mover más, salgo nuevamente a la calle, me alejo del pueblo, por aquí puedo contemplar en toda su plenitud la ubicación del pueblo al borde del escarpe rocoso que separa el Páramo de La Lora de la hondonada de Valderredible. Se divisan multitud de pequeños pueblos diseminados por el valle. Paraje para contemplar y meditar, y también valorar lo dura que tuvo que ser la vida por estos lares. Nieblas, ventiscas, heladas, nevadas se ensañarían con el lugar. Después de unos minutos de contemplación vuelvo para el pueblo, hago un ligero intento de buscar el camino que me llevaría a la fuente pero enseguida desisto porque no lo encuentro, la vegetación seguramente lo ha taponado. Vuelvo a transitar por la calle principal observando los pocos detalles que aún se pueden observar en los restos de las fachadas. Salvo a la iglesia (y apenas unos metros) no he podido entrar al interior de ningún edificio, tal es el estado de agonía en que se encuentran y que da una idea del camino que lleva Lorilla hacía su desintegración arquitectónica. A todo esto el sol hace tiempo que se ocultó y ya está encima el preludio del anochecer. Apuro un poco para dar una nueva vuelta por el pueblo, llego nuevamente a la plaza y también al entorno de la iglesia, observo la parte trasera de las viviendas por el lado este del pueblo. Y la noche ya se planta sobre Lorilla. Saco algunas fotografías nocturnas pero ya poco más hay que hacer. En medio de un espectral silencio y con la silueta en penumbra de la torre de la iglesia "mirándome" con sus dos ojos abandono esta pintoresca población del Páramo de la Lora.
Lorilla en 1997. Las edificaciones estaban bastante enteras y los tejados estaban bien presentes.
Vista panorámica de Lorilla desde el oeste. Desde aquí se puede visualizar con claridad la ubicación del pueblo sobre la escarpadura del terreno. El bosque de hayas se desparrama ladera abajo. Multitud de pueblos se divisan desde este balcón de La Lora. Trescientos metros de desnivel separan las alturas de Lorilla de las llanuras de Valderredible.
Llegando a Lorilla.
Entrando al pueblo. La casa de la derecha fue la última que se cerró en Lorilla.
La plaza de Lorilla.
La escuela. Encima de la puerta tenía una placa recordatoria del año de su inauguración (1950). El acto fue realizado por el gobernador civil de Burgos don Alejandro Rodríguez de Valcárcel y siendo alcalde pedáneo Honorino Arroyo. El aula se clausuró en 1969. Doña Angelines, natural de Cubo del Vino (Zamora) fue la última maestra en impartir enseñanza en esta escuela. Vivía en el pueblo con su marido, Agustín. Entre diez y doce niños según el año asistían a clase. En los últimos años de vida del pueblo ya apenas llegaban a seis los alumnos.
Calle de la iglesia.
La iglesia parroquial de San Pedro. Las tejas de la cubierta se fueron a Rocamundo y la pila bautismal a Sargentes de la Lora. Las campanas acabaron en la iglesia del barrio de Capiscol en Burgos.
Interior del templo.
La casa de Macario San Millán.
Vivienda.
La plaza de Lorilla. El ayuntamiento a la izquierda y la escuela a la derecha.
La escuela y la calle principal del pueblo, conocida como calle de la Fuente.
La calle de la Fuente.
En 1997 el mismo tramo de calle tenía un aspecto bien diferente.
Edificaciones en avanzado estado de ruina.
Las mismas edificaciones en 1997 estaban todavía en pie.
Entrada al pueblo por el oeste.
Vivienda. Se partió por la mitad.
Vivienda.
Casa con fecha inscrita en el dintel (1916). En tiempos antiguos funcionó durante un tiempo como cuartel de la guardia civil.
La noche cae sobre Lorilla.