A medio camino entre Abajas (a cuyo ayuntamiento perteneció) y Castil de Lences, en la comarca de La Bureba se asienta sobre un altillo del terreno el despoblado de Barcena de Bureba. Situado a 770 metros de altitud, alrededor de veinticinco casas, todas ellas construidas en piedra toba conformaron la población en sus buenos tiempos.
Había un horno comunal para hacer el pan.
No llegó nunca la luz eléctrica al pueblo a pesar de instalarse en todos los pueblos cercanos. No hubo acuerdo entre los vecinos y el alcalde pedáneo quería que sufragara los gastos el ayuntamiento de Abajas y por ello este gran invento pasó de largo por Barcena y fue el principio del fin para el pueblo. Los candiles de petróleo y de carburo fueron sus fuentes de iluminación hasta el fin de sus días.
Contaban con leña de encina para calentar la lumbre de los hogares y de aliaga y enebro para el horno. En Poza de la Sal andaban escasos de arbolado y venían a Barcena y los otros pueblos del contorno a por cargas de leña.
Sus tierras estaban sembradas de trigo y cebada principalmente. Iban a moler el grano a cualquiera de los tres molinos que había en Abajas.
Abundantes manzanos y nogales había en las fincas de cultivo de los que se extraía el correspondiente fruto que era llevado a vender a Poza y otros pueblos de la comarca.
Las ovejas y las cabras conformaban el volumen ganadero del pueblo. Venían los carniceros de Poza a comprar los corderos y los cabritos.
Había una importante dula de ganado mular en el pueblo pues las caballerías eran parte imprescindible en los trabajos del campo y del transporte.
Era costumbre matar un cerdo al año en cada casa.
Liebres y conejos eran los animales de monte sobre los que afinaban su puntería los aficionados a la caza.
Buena cantidad de cangrejos se extraían del arroyo que pasaba cerca.
Alto de las Quintanas
Arroyo de Valdefuentes
Arroyo de La Nava
Camino de Arconada
Camino del Prado
Cerro Budillo
Cerro Carrasco
Fuente de Somo Prado
La Nava
La Tobera
La Zarza
Las Fuentes
Manantial de La Fuentona
Mosquero
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Barcena que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Para hacer compras se desplazaban a Poza de la Sal, preferentemente los sábados que era día de mercado. Dos horas tardaban en hacer el trayecto. Allí compraban de todo lo que no tenían en el pueblo y aprovechaban para vender excedentes de productos agrícolas y animales de granja.
Del mismo Poza, de Hontomín o de Quintanarruz venían vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía.
Los hombres de Barcena iban los domingos a Abajas donde había taberna a echar unos tragos o jugar la partida.
El cura venía desde el pueblo de Castil de Lences para realizar los oficios religiosos.
Don Epifanio, el médico venía desde Lences montado a caballo cuando tenía que visitar a algún enfermo de gravedad en Barcena.
Paquillo, el cartero de Poza de la Sal llegaba hasta el pueblo montado en una mula a repartir la correspondencia.
Antes de la guerra las fiestas patronales se celebraban el 9 de enero en honor a San Julián y Santa Basilisa pero al ser en lo más crudo del invierno en ocasiones no se podían realizar todos los actos programados y acudía poca gente de allegados de pueblos cercanos y familiares, por ello tomaron la determinación de cambiarlas al 18 de octubre para San Lucas. Con ello la fiesta ganó mucha notoriedad porque además eran las últimas del año en los pueblos del contorno. Se celebraba la misa y la posterior procesión. En la comida era costumbre sacrificar una oveja vieja en cada casa. El baile se hacía en una era y estaba amenizado por los músicos de Poza. Venía un tabernero de Castil de Lences e instalaba allí un kiosco con bebidas y dulces. Acudía la juventud de Abajas, de Castil de Lences, de Lences, de Cernégula, de Arconada e incluso de pueblos más alejados como Hontomín.
Aunque de menor importancia también se celebraba en Barcena la festividad de Nuestra Señora del Socorro.
La falta de servicios básicos y las ganas de buscar una mejor calidad de vida en las ciudades industriales del País Vasco y Burgos hizo que los barciniegos fueran tomando el camino de la emigración.
Primitivo Miguel (conocido como Rivera) fue el último de Barcena. En los albores de 1980 se marchó para siempre de su pueblo. Tiempo antes lo habían hecho los penúltimos: el matrimonio formado por Bernardo Rodríguez y María Bujedo. Aunque hubo una persona que se encargó de prolongar durante unos años más la presencia humana en Barcena. Este hombre era Francisco Alonso, un jubilado de Abajas que tenía casa en Barcena al ser su madre nacida en el pueblo. Francisco acudía todos los días desde Abajas y hacía las veces de "guardián" del pueblo con su comparecencia diaria. Una vez que este hombre dejó de hacer acto de presencia el inevitable y cruel expolio y vandalismo hicieron su aparición.
Fuentes de información:
-Vecino de Abajas (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa).
-Libro: "Los pueblos del silencio" de Elías Rubio Marcos.
Visitas realizadas en junio de 1995, noviembre de 2002 y noviembre de 2021.
Punto y aparte. Resulta un poco chocante ver a Barcena como un pueblo deshabitado. El estar situado junto a la carretera y rodeado de pueblos que vieron mermar mucho su población pero que aguantaron llama la atención de porque este pueblo no pudo resistir las embestidas de la despoblación y haberse quedado al menos como un pueblo de verano. Lo más dificultoso que es el acceso aquí estaba solucionado, lo demás podría haber ido llegando después, pero en fin...
En este día otoñal del 2021 hago mi tercera visita a Barcena. La principal diferencia entre mis dos primeras visitas y esta es que ya no se puede acceder al interior de casi ninguna vivienda. La caída de los tejados sobre las plantas inferiores en algunos casos taponando la entrada y la tabicación de algunas puertas ya no lo hacen posible. Pero no es esa la única diferencia que encuentro. Unos horribles y calamitosos grafitis distribuidos por diversas fachadas e interior de la iglesia forman parte de la visión urbana de lo que un día fue un bonito despoblado.
Es la hora de la sobremesa cuando transito por las solitarias calles de Barcena. La vegetación ha ido cobrando fuerza y en algunos puntos es complicado moverse. También la caída de algunos muros impide el movimiento cómodo, en especial en esa bonita calle Real que vertebraba el corazón de su entramado urbano. Me llama mucho la atención (como las veces anteriores) esa voluminosa casona mirando al sur y con buena cantidad de vanos en su fachada. Un buen ejemplar de vivienda dentro de un notable grupo de casas de buena factura. Recorro la calle Real hasta el final y vuelvo a bajar, observo detalles, evito mirar los grafitis por el dolor visual que me producen. Me dirijo hacía la otra parte del pueblo en busca de su iglesia, solitaria, encaramada en lo más alto del terreno. Bonita al exterior, la contorneo, me parecen hermosos los encuadres que surgen dominando el paisaje. Entro a su interior. Curiosamente es la primera vez que entro, las dos veces anteriores no pude hacerlo. Sencilla por dentro, carente de todo ornamento religioso, tejas, piedras y vigas se esparcen por el suelo. El coro de madera a punto de sucumbir tal es el arqueamiento del suelo. Una vez más lo que no quiero ver aparece ante mis ojos: un grafiti en la pared sobre la mesa del altar mayor. No sé si tiene algún valor este tipo de arte urbano pero desde luego no en un despoblado. Las ruinas son hermosas porque son naturales, muestran su decadencia y su agonía pero este tipo de pinceladas las emborrona porque son muy agresivas para la vista.
Sigo un poco más por el camino que me llevaría a Arconada pero salvo un corral de ganado no encuentro más cosas de interés. La visión panorámica de Barcena llega un momento en que se pierde del campo de visión. Bajo otra vez para abajo, me sitúo junto a la iglesia y contemplo desde aquí el grueso de edificaciones del pueblo agrupadas de manera compacta en una minúscula vaguada. Toca bajar para abajo, una altiva y llamativa vivienda situada junto al camino de bajada pone la nota pintoresca. Llego otra vez hasta su pequeña plazoleta de entrada. La visita está llegando a su fin. No he visto presencia humana durante el tiempo que he estado por el pueblo. Nada ha alterado la soledad y el silencio que se siente en este atractivo despoblado de Barcena de Bureba que sigue aguantando las embestidas que producen los años de abandono y olvido. Me sigue pareciendo un lugar muy hermoso visto con los ojos del que siente atracción por los lugares ruinosos.
En estas fechas Barcena ha saltado a la actualidad de los medios informativos porque una pareja de aventureros ha comprado el pueblo. Veremos a ver en que queda la cosa.
La plaza. La vivienda que la presidía situada de frente es una sombra de lo que fue. Perdió toda su elegancia.
Otra vivienda de buena factura situada en la plaza. Por encima sobresalen los hastiales de algunas fachadas.
Otra buena casa con la fachada en piedra sillar que quedó partida por la mitad. Tenía una preciosa portada en arco de medio punto con dovelas de buena ejecución.
La iglesia parroquial de San Julián y Santa Basilisa. Construida en piedra sillar, es de nave única. Espadaña barroca con campanil. La pila bautismal y las campanas fueron llevadas a la iglesia de Abajas.
Vista de la iglesia por su lado sur en posición dominante sobre el terreno.
Interior del templo. Presbiterio. Altar Mayor. Entrada a la sacristía. Boquete en el techo del ábside. Necias e infumables pintadas sobre el enfoscado.
Interior del templo. Lo que queda del coro sosteniéndose en un frágil equilibrio. Vigas, cascotes y tejas por el suelo.
Vista desde la iglesia del núcleo central del pueblo. Doscientos metros separan el templo del resto de edificaciones.
En la bajada de la calle de la iglesia aparece esta altiva vivienda construida en mampostería con tejado a cuatro vertientes y que poseía un llamativo balcón en la planta superior.
La casa de Villa. En la planta baja estaba situado el concejo y arriba la escuela a la que se accedía por una escalera exterior. Doña Sabina y doña Esperanza fueron alguna de las maestras que impartieron enseñanza aquí. El edificio no existe en la actualidad (la fotografía es de 1997).
Voluminosa y llamativa vivienda. Simetría en los vanos. Puerta cegada.
Casas que salen al paso en la llegada al pueblo por el camino de Lences.
En la parte alta del pueblo. Comienzo de la calle Real en sentido descendente.
Había un horno comunal para hacer el pan.
No llegó nunca la luz eléctrica al pueblo a pesar de instalarse en todos los pueblos cercanos. No hubo acuerdo entre los vecinos y el alcalde pedáneo quería que sufragara los gastos el ayuntamiento de Abajas y por ello este gran invento pasó de largo por Barcena y fue el principio del fin para el pueblo. Los candiles de petróleo y de carburo fueron sus fuentes de iluminación hasta el fin de sus días.
Contaban con leña de encina para calentar la lumbre de los hogares y de aliaga y enebro para el horno. En Poza de la Sal andaban escasos de arbolado y venían a Barcena y los otros pueblos del contorno a por cargas de leña.
Sus tierras estaban sembradas de trigo y cebada principalmente. Iban a moler el grano a cualquiera de los tres molinos que había en Abajas.
Abundantes manzanos y nogales había en las fincas de cultivo de los que se extraía el correspondiente fruto que era llevado a vender a Poza y otros pueblos de la comarca.
Las ovejas y las cabras conformaban el volumen ganadero del pueblo. Venían los carniceros de Poza a comprar los corderos y los cabritos.
Había una importante dula de ganado mular en el pueblo pues las caballerías eran parte imprescindible en los trabajos del campo y del transporte.
Era costumbre matar un cerdo al año en cada casa.
Liebres y conejos eran los animales de monte sobre los que afinaban su puntería los aficionados a la caza.
Buena cantidad de cangrejos se extraían del arroyo que pasaba cerca.
Alto de las Quintanas
Arroyo de Valdefuentes
Arroyo de La Nava
Camino de Arconada
Camino del Prado
Cerro Budillo
Cerro Carrasco
Fuente de Somo Prado
La Nava
La Tobera
La Zarza
Las Fuentes
Manantial de La Fuentona
Mosquero
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Barcena que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Para hacer compras se desplazaban a Poza de la Sal, preferentemente los sábados que era día de mercado. Dos horas tardaban en hacer el trayecto. Allí compraban de todo lo que no tenían en el pueblo y aprovechaban para vender excedentes de productos agrícolas y animales de granja.
Del mismo Poza, de Hontomín o de Quintanarruz venían vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía.
Los hombres de Barcena iban los domingos a Abajas donde había taberna a echar unos tragos o jugar la partida.
El cura venía desde el pueblo de Castil de Lences para realizar los oficios religiosos.
Don Epifanio, el médico venía desde Lences montado a caballo cuando tenía que visitar a algún enfermo de gravedad en Barcena.
Paquillo, el cartero de Poza de la Sal llegaba hasta el pueblo montado en una mula a repartir la correspondencia.
Antes de la guerra las fiestas patronales se celebraban el 9 de enero en honor a San Julián y Santa Basilisa pero al ser en lo más crudo del invierno en ocasiones no se podían realizar todos los actos programados y acudía poca gente de allegados de pueblos cercanos y familiares, por ello tomaron la determinación de cambiarlas al 18 de octubre para San Lucas. Con ello la fiesta ganó mucha notoriedad porque además eran las últimas del año en los pueblos del contorno. Se celebraba la misa y la posterior procesión. En la comida era costumbre sacrificar una oveja vieja en cada casa. El baile se hacía en una era y estaba amenizado por los músicos de Poza. Venía un tabernero de Castil de Lences e instalaba allí un kiosco con bebidas y dulces. Acudía la juventud de Abajas, de Castil de Lences, de Lences, de Cernégula, de Arconada e incluso de pueblos más alejados como Hontomín.
Aunque de menor importancia también se celebraba en Barcena la festividad de Nuestra Señora del Socorro.
La falta de servicios básicos y las ganas de buscar una mejor calidad de vida en las ciudades industriales del País Vasco y Burgos hizo que los barciniegos fueran tomando el camino de la emigración.
Primitivo Miguel (conocido como Rivera) fue el último de Barcena. En los albores de 1980 se marchó para siempre de su pueblo. Tiempo antes lo habían hecho los penúltimos: el matrimonio formado por Bernardo Rodríguez y María Bujedo. Aunque hubo una persona que se encargó de prolongar durante unos años más la presencia humana en Barcena. Este hombre era Francisco Alonso, un jubilado de Abajas que tenía casa en Barcena al ser su madre nacida en el pueblo. Francisco acudía todos los días desde Abajas y hacía las veces de "guardián" del pueblo con su comparecencia diaria. Una vez que este hombre dejó de hacer acto de presencia el inevitable y cruel expolio y vandalismo hicieron su aparición.
Fuentes de información:
-Vecino de Abajas (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa).
-Libro: "Los pueblos del silencio" de Elías Rubio Marcos.
Visitas realizadas en junio de 1995, noviembre de 2002 y noviembre de 2021.
Punto y aparte. Resulta un poco chocante ver a Barcena como un pueblo deshabitado. El estar situado junto a la carretera y rodeado de pueblos que vieron mermar mucho su población pero que aguantaron llama la atención de porque este pueblo no pudo resistir las embestidas de la despoblación y haberse quedado al menos como un pueblo de verano. Lo más dificultoso que es el acceso aquí estaba solucionado, lo demás podría haber ido llegando después, pero en fin...
En este día otoñal del 2021 hago mi tercera visita a Barcena. La principal diferencia entre mis dos primeras visitas y esta es que ya no se puede acceder al interior de casi ninguna vivienda. La caída de los tejados sobre las plantas inferiores en algunos casos taponando la entrada y la tabicación de algunas puertas ya no lo hacen posible. Pero no es esa la única diferencia que encuentro. Unos horribles y calamitosos grafitis distribuidos por diversas fachadas e interior de la iglesia forman parte de la visión urbana de lo que un día fue un bonito despoblado.
Es la hora de la sobremesa cuando transito por las solitarias calles de Barcena. La vegetación ha ido cobrando fuerza y en algunos puntos es complicado moverse. También la caída de algunos muros impide el movimiento cómodo, en especial en esa bonita calle Real que vertebraba el corazón de su entramado urbano. Me llama mucho la atención (como las veces anteriores) esa voluminosa casona mirando al sur y con buena cantidad de vanos en su fachada. Un buen ejemplar de vivienda dentro de un notable grupo de casas de buena factura. Recorro la calle Real hasta el final y vuelvo a bajar, observo detalles, evito mirar los grafitis por el dolor visual que me producen. Me dirijo hacía la otra parte del pueblo en busca de su iglesia, solitaria, encaramada en lo más alto del terreno. Bonita al exterior, la contorneo, me parecen hermosos los encuadres que surgen dominando el paisaje. Entro a su interior. Curiosamente es la primera vez que entro, las dos veces anteriores no pude hacerlo. Sencilla por dentro, carente de todo ornamento religioso, tejas, piedras y vigas se esparcen por el suelo. El coro de madera a punto de sucumbir tal es el arqueamiento del suelo. Una vez más lo que no quiero ver aparece ante mis ojos: un grafiti en la pared sobre la mesa del altar mayor. No sé si tiene algún valor este tipo de arte urbano pero desde luego no en un despoblado. Las ruinas son hermosas porque son naturales, muestran su decadencia y su agonía pero este tipo de pinceladas las emborrona porque son muy agresivas para la vista.
Sigo un poco más por el camino que me llevaría a Arconada pero salvo un corral de ganado no encuentro más cosas de interés. La visión panorámica de Barcena llega un momento en que se pierde del campo de visión. Bajo otra vez para abajo, me sitúo junto a la iglesia y contemplo desde aquí el grueso de edificaciones del pueblo agrupadas de manera compacta en una minúscula vaguada. Toca bajar para abajo, una altiva y llamativa vivienda situada junto al camino de bajada pone la nota pintoresca. Llego otra vez hasta su pequeña plazoleta de entrada. La visita está llegando a su fin. No he visto presencia humana durante el tiempo que he estado por el pueblo. Nada ha alterado la soledad y el silencio que se siente en este atractivo despoblado de Barcena de Bureba que sigue aguantando las embestidas que producen los años de abandono y olvido. Me sigue pareciendo un lugar muy hermoso visto con los ojos del que siente atracción por los lugares ruinosos.
En estas fechas Barcena ha saltado a la actualidad de los medios informativos porque una pareja de aventureros ha comprado el pueblo. Veremos a ver en que queda la cosa.
Entrando a Barcena.
La plaza. La vivienda que la presidía situada de frente es una sombra de lo que fue. Perdió toda su elegancia.
Otra vivienda de buena factura situada en la plaza. Por encima sobresalen los hastiales de algunas fachadas.
Otra buena casa con la fachada en piedra sillar que quedó partida por la mitad. Tenía una preciosa portada en arco de medio punto con dovelas de buena ejecución.
La iglesia parroquial de San Julián y Santa Basilisa. Construida en piedra sillar, es de nave única. Espadaña barroca con campanil. La pila bautismal y las campanas fueron llevadas a la iglesia de Abajas.
Vista de la iglesia por su lado sur en posición dominante sobre el terreno.
Interior del templo. Presbiterio. Altar Mayor. Entrada a la sacristía. Boquete en el techo del ábside. Necias e infumables pintadas sobre el enfoscado.
Interior del templo. Lo que queda del coro sosteniéndose en un frágil equilibrio. Vigas, cascotes y tejas por el suelo.
Vista desde la iglesia del núcleo central del pueblo. Doscientos metros separan el templo del resto de edificaciones.
En la bajada de la calle de la iglesia aparece esta altiva vivienda construida en mampostería con tejado a cuatro vertientes y que poseía un llamativo balcón en la planta superior.
Foto cedida por Elías Rubio.
La casa de Villa. En la planta baja estaba situado el concejo y arriba la escuela a la que se accedía por una escalera exterior. Doña Sabina y doña Esperanza fueron alguna de las maestras que impartieron enseñanza aquí. El edificio no existe en la actualidad (la fotografía es de 1997).
Voluminosa y llamativa vivienda. Simetría en los vanos. Puerta cegada.
Calle Real.
Calle Real en sentido ascendente.
Casas que salen al paso en la llegada al pueblo por el camino de Lences.
En la parte alta del pueblo. Comienzo de la calle Real en sentido descendente.
Calle Real.
Calle Real. Vivienda.
Hacia la salida del pueblo.