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Navabellida (Soria)

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En las estribaciones del monte Lutero y dividido en dos barrios (Viejo y Nuevo) por un riachuelo se encuentra el pueblo de Navabellida en las Tierras Altas de Soria.
Una veintena de viviendas llegaron a componer la población en sus mejores tiempos.
Noventa y dos personas fue su máximo censo demográfico, ello fue en 1920.
La luz eléctrica llegó al pueblo en 1952 lo que supuso una gran revolución.

"El primer día de tener instalada la luz en casa pagué la novatada con mis siete años puesto que mi madre por la noche me mandó que apagara la luz y yo fui corriendo a soplar a la bombilla para que se apagara.
¡Y es que veníamos de los candiles y yo en mi inocencia pensé que la luz se apagaba igual que soplando como hacíamos con los candiles! CÉSAR RIDRUEJO.


De agua para consumo tenían una fuente a cinco minutos del pueblo.
Se utilizaba ramas de ulagas para encender la lumbre y leña de roble para la combustión.
Había un horno comunitario para hacer el pan. Se hacía con una frecuencia semanal y aparte del pan se elaboraban tortas de aceite y tortas de chinchorra.

Nada quedó en el siglo XX de los tiempos del Honrado Concejo de la Mesta, de las ovejas merinas, de la trashumancia y del oro blanco (lana) que tanta riqueza y prosperidad dio en tiempos pasados a todos estos pueblos del norte soriano.
En la última etapa de vida en Navabellida la oveja seguía siendo el animal prioritario en la ganadería pero ya en pequeños rebaños, alrededor de ochenta o noventa cabezas de ganado por familia. Apenas se practicaba ya la trashumancia a las tierras de Extremadura. Los corderos se vendían a los tratantes o se llevaban a vender al mercado de San Pedro.

"Mi tío Cirilo era tratante de corderos, compraba y vendía ovejas y corderos por todos los pueblos y mercados. Así como mi padre también era tratante pero de caballerías. Iba a comprarlos por las ferias de San Pedro, Almazán, Almarza, Tudela y otros lugares y luego los vendía por los pueblos de la comarca.
En cierta ocasión estaba mi padre a la puerta de casa tratando con un posible comprador y me dijo que fuera a una cuadra en la parte alta del pueblo donde teníamos un potro percherón. Me recalcó que lo trajera cogido del ramal para que lo viera la otra persona con la que estaba negociando. Pero a mi con cinco o seis años que tenía no se me ocurrió otra cosa que en vez de ir andando montar al animal y aparecer por la calle hasta mi casa subido en el potro. Mi padre se sobresaltó al verme tan pequeño montado en la caballería pero estaba que no cabía en si de orgullo y satisfacción por la gesta que yo acababa de hacer y más delante de la otra persona." CÉSAR RIDRUEJO.


En cada casa se solía matar un cerdo al año. Se mataba a la vez una oveja vieja o dos para añadir a la carne del cerdo y así aumentar los embutidos.
El terreno era malo en general para la agricultura. Se sembraba trigo, cebada, centeno, yeros, garbanzos y patatas. Abundaban los ciruelos como árboles frutales.

"En mi casa un burro pisó por fuera de la herradura un clavo oxidado y le entró el tétano. El veterinario tardó en venir, total que al animal se le hincharon las piernas de manera grotesca y se quedó rígido y murió así de pie. Le sacaron como pudieron y lo llevaron a enterrar a una pieza de terreno a las afueras del pueblo.
En los años posteriores en esa pieza de terreno se había sembrado trigo y este cereal creció veinticinco centímetros más de lo normal. Ello era debido a que la carne del animal en descomposición una vez enterrado había servido de fertilizante para la tierra". CÉSAR RIDRUEJO.


A moler el grano se llevaba a los molinos que había en el curso del río Linares, entre San Pedro Manrique y Vea.
Durante años hubo plagas de urracas que dañaban el cultivo por lo que se premiaba por el aniquilamiento de estas aves. Había que entregar la pata izquierda del animal y se recibía una pequeña recompensa en dinero.
Los chopos que había junto al río se vendieron a una empresa maderera para su explotación.

Camino de San Andrés
Camino de San Pedro
El Campillo
El Lutero
El Prado Chico
El Prado Matachía
El Prado Paragón
La Aldea del Cebadero
La Dehesa
La Era del Higo Malo
La Rañe del Río
La Solana
Las Casillas de Remorogil
Las Cruces
Las Matillas
Los Llanos

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Navabellida que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Celebraban su fiesta patronal el día 10 de agosto en honor a su patrona: Santa Bárbara.
Un solo día duraba. En él se hacía una misa y una procesión además del baile en la placeta amenizado por los gaiteros de Diustes (el tío Galo con la dulzaina y su hijo Galito al tambor).
No faltaba la juventud de El Collado, San Andrés, Matasejún y Ventosa.

El cura venía desde Matasejún a oficiar los actos religiosos. Posteriormente venía desde Oncala. Don Faustino fue el que realizó durante varios años tal cometido.
El médico acudía desde Oncala a visitar a algún enfermo cuando la situación lo requería. Años más tarde venía desde El Collado puesto que en aquel pueblo construyeron la casa para el médico que daba servicio a los pueblos de la zona (Oncala, El Collado, Navabellida y San Andrés).
Había que ir a buscarle con una caballería para que se pudiera desplazar hasta Navabellida.
Se le pagaba por el sistema de iguala.
Don Epifanio y don Gabriel son algunos de los que se recuerda en los años 40 y 50.
Saturnina era la cartera que traía la correspondencia hasta Navabellida. Venía andando desde Oncala.
Julio, el herrero, venia periódicamente desde San Pedro Manrique.

Algún vendedor ambulante de pueblos de la comarca aparecía periódicamente por Navabellida vendiendo su mercancía.

"Una vez llegó al pueblo un vendedor que llevaba pimientos, ajos, guindillas y cosas por el estilo. Mi hermano y yo pegamos un bocado a una guindilla sin saber lo que realmente era y estuvimos todo el día con ardor en la boca. La gente nos decía que comiéramos pan y con ello se nos quitaría el ardor pero ni con esas, estuvimos todo el día con el ardor en la boca". CÉSAR RIDRUEJO.

Se desplazaban en buen número a San Pedro Manrique los lunes que era día de mercado. Mucha concurrencia de personal de todos los pueblos de la comarca. Frenético trasiego de gentes que llegaban para comprar-vender todo tipo de productos.
Las gentes de Navabellida tardaban una hora en realizar el trayecto hasta la capital comarcal. Llevaban serones en las caballerías con huevos, pollos o lechones metidos en cajones para su venta.
De paso compraban vino, bacalao, sardinas, azúcar …

"La primera vez que fui a San Pedro tenía cinco años. Al llegar me encontré con un gran tumulto de gente a lo que yo no estaba acostumbrado. Estaba entre asustado y emocionado. De pronto mi padre me dijo que me quedara quieto junto a una puerta de una casa y que le esperara allí que iba a hacer un recado. Yo no hacía más que ver pasar gente y animales calle arriba, calle abajo, mi nerviosismo iba en aumento porque mi padre no llegaba. Para mi era una novedad ver tanta concentración de gente. Estaba acostumbrado a Navabellida donde veía un número pequeño de personas, siempre las mismas y en un ambiente más tranquilo. Aquello era mucho para mí. No sé el tiempo que tardó mi padre en volver, creo que no fue mucho, pero cuando llegó a donde yo estaba no le dije nada ni lloré, simplemente le di un mordisco bien fuerte en la mano, tal era el nerviosismo que se había apoderado de mí. Años más tarde siempre recordábamos aquella anécdota de mi primera visita a San Pedro". CÉSAR RIDRUEJO.

Los inviernos eran tiempos de poca actividad en el pueblo.
Los hombres se iban a buscar trabajo en los pueblos de la Ribera Navarra, cada uno se empleaba en lo que podía, unos con el ganado y otros en tareas agrícolas. Las chicas en edad bien joven (con catorce años) se ponían a servir.
"Mi abuelo Victoriano en invierno se bajaba de pastor a Las Bardenas Reales". CÉSAR RIDRUEJO.

Eran días del trasnocho. Se juntaban las gentes en un corral o en una cuadra al calor de los animales y allí conversaban de lo que acontecía en el pueblo y en la comarca y jugaban a la brisca, al guiñote y al siete y medio.
Para los niños eran días de jugar al veo, veo, a correr el aro, al ori, a churro- media manga- manga entera, a coger huevos de los nidos, a hacer quedadas con los niños de otros pueblos en un punto determinado y liarse a tirarse piedras unos a otros.
"Un día no se me ocurrió otra cosa que coger al gato que teníamos en casa, subirle al somero y por el ventanuco tirarle a la calle, el animal se retorcía y maullaba en esos segundos en que caía hasta estamparse contra el suelo. Al cabo de un rato y después de engatusar al animal le volví a coger otra vez con la idea de repetir la misma operación, pero el gato cuando vio que subíamos la escalera del somero intuyó que se iba a repetir la misma operación de maltrato contra él y me dio un zarpazo que me dejó todo el brazo arañado saliendo que se las pitaba escalera abajo". CÉSAR RIDRUEJO.

En los primeros años 60 fue una comisión de gentes del pueblo a la Diputación de Soria para solicitar una carretera de acceso al pueblo, puesto que solo había camino de caballería. Se expuso la idea y el administrador encargado del asunto se mostró comprensivo y extrañado de que un pueblo no tuviera un acceso digno para llegar al pueblo pero todo cambió cuando se enteró de que eran muy pocos vecinos los que residían ya en Navabellida, se opuso de manera contundente alegando que era mucho gasto lo que había que hacer para una población tan escasa.
Así que el progreso se resistía a llegar a Navabellida y lo hacía con cuentagotas.

"Una hija de la tía Presenta y el tío Serafín les trajo una radio a los padres una vez que vino al pueblo de vacaciones. Los niños que no habíamos visto nunca un aparato de esos estábamos extasiados y alelados oyendo una voz de alguien que no se veía por ningún lado. Escuchábamos voces melodiosas y canciones y nos parecía algo mágico. La tía Presenta nos decía que pasáramos dentro de casa para oír la radio, pero nosotros no queríamos por educación, nos quedábamos fuera sentados debajo de la ventana oyendo esa voz que nos cautivaba". CÉSAR RIDRUEJO.

Ante la falta de servicios, las ganas de mejorar en calidad de vida, que los hijos pudieran estudiar en condiciones y un efecto domino en el que unas familias fueron atrayendo a otras camino de la emigración, Navabellida vio como en los años 50 y 60 se marchaban casi al completo sus vecinos.
Tudela (Navarra) acogió a la gran mayoría de vecinos, algunos probaron suerte en Arnedo (La Rioja) y otros en Zaragoza.
Aunque bien hay que decir que Navabellida nunca llegó a quedarse completamente vacío. Tres personas, los hermanos Pérez Martínez han continuado con la actividad de la ganadería trashumante que hicieron sus padres años atrás y se mantienen anclados al pueblo hasta el día de hoy evitando con ello que Navabellida actualmente engrose de pleno en la larga, larguísima lista de pueblos deshabitados que hay en España.

Informante: César Ridruejo, antiguo vecino de Navabellida en el que vivió los diez primeros años de su vida (Conversación personal mantenida por vía telefónica).

Visitas realizadas en mayo de 1997 y diciembre de 2018.

PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Punto y aparte. Terminando el año de 2018 vuelvo a visitar el pueblo de Navabellida. Es la segunda vez que lo hago. Veintiún años de diferencia. La tarde va acercándose a su final, la temperatura es fresca. Nada más llegar me adentro por esa especie de embudo que es su calle de entrada y que a través de un precioso tramo de calle empedrada me llevara a las entrañas de este bonito pueblo semi-deshabitado. Enseguida reparo en el edificio de la escuela, veo que lo han rehabilitado y dotado de servicios. Rememoro aquella tarde del pasado siglo cuando a través de su ventana abierta pude ver todavía algunos pupitres, la mesa de la maestra, la pizarra y un mueble escolar.
Ahora tengo ante mis ojos el mismo edificio pero con nuevo lavado de cara y destinado a otros usos muy diferentes al que fue concebido. Mis ojos no levantan los ojos del suelo, se quedan fijos en ese maravilloso empedrado, en algunos tramos ya muy deteriorado. Continuo bajando por su estrecha calle. Desde aquí veo a lo lejos por encima del pueblo a un pastor con su ganado. Le hago una seña de saludo con la mano. No se si me ha visto pero no responde. Diviso el frontón, una seña de modernidad en aquellos años. Unos cuantos golpetazos a la pared se llevarían las pelotas que con tanto empeño sacudirían los jóvenes ávidos de demostrar su buen talento para el deporte de pelota.
Paso junto a la iglesia, mustia, hiedra muerta en su espadaña. El templo está en muy mal estado, no se puede acceder al interior. No tiene cubierta. Se ha venido abajo antes que la mayoría de las edificaciones del pueblo, cuando normalmente suele ser al revés. Llego hasta el arroyo que divide el pueblo en dos, casi imperceptible su paso. Me acerco hasta la fuente cercana. Vuelvo sobre mis pasos y me encamino hasta las casas del barrio de arriba. El pastor se aleja con el pequeño rebaño. No me ve. Intento encontrar alguna senda para acercarme hasta él pero no encuentro ninguna. Se va alejando cada vez más. Desisto. Sigo transitando por esta parte del pueblo. Buenas viviendas antaño que dan idea del esplendor de tiempos pasados cuando todo giraba en torno a las merinas y la riqueza de la lana. Sigo caminando hasta que ya salgo del pueblo por el camino que llevaría antiguamente hasta San Pedro.
Vuelvo otra vez a deshacer el camino por su única calle: la iglesia, el frontón, la preciosa calle que aquí empieza a ganar en belleza, la escuela rehabilitada, la plazuela que forma unos rincones la mar de pintorescos. Sigo mirando la belleza armoniosa que destila el suelo que piso conformado por un atractivo empedrado. La calle al salir que se estrecha.
Algunas viviendas rehabilitadas da idea que en verano Navabellida sale de su letargo y recobra el animo con la vuelta esporádica de los que un día se fueron y sus descendientes.
Salgo hasta fuera del pueblo, cojo el camino lateral que va por encima del pueblo, otra perspectiva. El sol ya va camino de su guarida, en pocos minutos dejara paso a la penumbra nocturna. Es hora de marchar de este pueblo de precioso nombre.


Vista parcial de Navabellida en 1997




Barrio Viejo. Entrada al pueblo.




Barrio Viejo. Calle Real. Estrechez. Empedrado.




Barrio Viejo. Edificio destinado a carpintería. Julián Benito era el carpintero. Del buen trabajo con sus manos salieron numerosas puertas y ventanas para las casas de Navabellida.



Barrio Viejo. El ensanchamiento de la Calle Real permite una mayor amplitud del espacio formando una pequeña placeta. Aquí se celebraba el baile en la fiesta de Santa Bárbara.



Barrio Viejo. La placeta vista en sentido inverso.




Foto cedida por César Ridruejo.

Años 40. Grupo de mozos y mozas de Navabellida un día de fiesta.
De pie, de izquierda a derecha: María, Emilia, Quirino, Matilde, Margarita, Ángel, Juliana, Julián, Emilia y Sole.
Sentadas, de izquierda a derecha: Generosa, Beatriz y Paca.




Barrio Viejo. Viviendas en la placeta, de diseño y estructura casi idénticas.
La de la izquierda la habitó el matrimonio formado por Nicolás Ridruejo e Inés Calvo.
Tuvieron tres hijos: César, Mariano y Juan José.
En 1953 cerraron la puerta de casa y se fueron a Tudela (Navarra).
"Se entraba a la casa y lo primero era el portal. Aquí había dos cuadras y una cochinera en el hueco debajo de la escalera. Por esta se accedía al primer piso donde estaba la cocina, la habitación de matrimonio, las alcobas y un cuarto para usos múltiples. En la planta de arriba estaba el somero donde había un espacio con una cama, unos habitáculos separados por tabiques para almacenar el grano, la despensa donde se guardaban los productos de la matanza y otro pequeño espacio donde estaba la artesa para amasar el pan". CÉSAR RIDRUEJO.

En la de la derecha vivió el matrimonio formado por Pedro Fernández y Patrocinio Ridruejo.
Tuvieron cuatro hijos: Pedro, Alejandro, Patrocinio y Faustino.
La emigración se llevó a la familia a Pamplona.



Barrio Viejo. Vivienda. La habitó el matrimonio formado por Quirino y Juliana Redondo. Tuvieron dos hijos: Eugenio y Eduardo. Emigraron a Andalucía.



Barrio Viejo. Aspecto urbano.




Barrio Viejo. Pajar y majada para el ganado.




Barrio Viejo. Antiguo edificio de la escuela (hoy centro social).
Alrededor de una quincena de niños asistían a clase a últimos de los años 40 y primeros de los 50.
Don Gabino, natural de Autol (La Rioja) y doña Angelines también riojana fueron alguno de los maestros que impartieron enseñanza en este aula.
En la planta baja estaba el ayuntamiento al cual se accedía por la calleja que sale en sentido descendente. Al fondo se ven las casas del barrio Nuevo.



Barrio Viejo. Calle Real en sentido ascendente. Deterioro del empedrado en este tramo.



Barrio Viejo. Calle Real en sentido ascendente. Puerta de la casa de la maestra (color verde) en primer término. A la izquierda pared de la escuela. Preciso tramo empedrado.



Barrio Viejo. Grupo de casas antiguas situadas por encima de la Calle Real. De fondo las casas del Barrio Nuevo recibiendo los últimos rayos solares de la tarde.



Frontón. Se construyó en el año 54. Lugar destinado al esparcimiento de los jóvenes y los niños para practicar el juego de pelota.
"Lo inauguró el gobernador civil de Soria, don Luis López Pando. Se hicieron arcos engalanados con flores e hiedra para el recibimiento. Se hizo un convite a base de embutidos con las autoridades en la escuela. Se fue muy contento con el trato recibido por las gentes de Navabellida" CÉSAR RIDRUEJO.



Foto cedida por César Ridruejo.

Barrio Viejo. Años 90. Vista del frontón y la Calle Real.



Foto cedida por Cándido Las Heras.

La iglesia parroquial de Santa Bárbara.

"Mis recuerdos relacionados con el templo son escasos. Si recuerdo que en Cuaresma se ponían las campanas boca arriba, no se podían tocar. En Semana Santa acudíamos aprender las catorce estaciones del Vía Crucis. Y en el mes de mayo me acuerdo que teníamos que acudir por la tarde con la maestra a rezar el Rosario". CÉSAR RIDRUEJO.



Barrio Nuevo. Casas de buena presencia. Portón de acceso al corral.



Barrio Nuevo. Vista de las mismas casas desde el corral. Pared delimitadora.
En la de la izquierda vivió el matrimonio formado por Basilio Martínez y Leonides. Basilio falleció en Navabellida y Leonides se fue con una hija a Magaña.
La de la derecha la habitó el matrimonio formado por Emeterio Ridruejo y Emilia. Tuvieron cuatro hijos: Rufino, Cirilo, Timotea y Nicolás.
Posteriormente vivió en ella uno de los hijos: Cirilo, casado con Beatriz Hidalgo. Tuvieron tres hijos: Emilio, María Jesús e Inés. Se marcharon a Tudela.




Barrio Nuevo. Calle de Arriba.




Foto cedida por César Ridruejo.

Barrio Nuevo. Antigua casa de la familia Calvo. En los años 50 construyeron una nueva y esta la usaron para tener animales y guardar enseres.



Foto cedida por César Ridruejo.

Integrantes de la familia Calvo en la mitad de los años 40. Un jovencísimo César Ridruejo posa de pie sujetado por los hombros por su madre, Inés Calvo. El luto presente en las mujeres de la familia. Trampantojo de telón de fondo.



Barrio Nuevo. Casa. Vivía en ella Pilar Ridruejo con su marido y sus dos hijas: Pilar y Ana Marí. Emigraron a La Rioja.



Barrio Nuevo. Casa en estado ruinoso.




La fuente vieja.
La piedra atoque (piedra rectangular de una sola pieza donde se ponía la rodilla cuando alguien se agachaba a coger agua) tenía por su cara interna una inscripción romana. Algún experto en epigrafía la arrancó y se la llevó. Curiosamente años después fue expuesta en una exposición que se hizo sobre estelas romanas en San Pedro Manrique.



La fuente nueva y el lavadero.

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