En un puntón rocoso sobre el río Puentecillas se sitúa esta pedanía de Peñascosa.
Muy difíciles accesos tuvo siempre esta olvidada aldea. A pie o en caballería era la única manera de llegar hasta sus muros.
Al azote de todos los vientos y padeciendo unos inviernos rigurosos con abundantes nevadas, alrededor de unas diez viviendas de sencilla construcción formaban el núcleo de Arteaga de Abajo.
No conocieron la luz eléctrica. Las teas y los candiles de aceite fueron sus fuentes de iluminación.
La agricultura y la ganadería componían la base sobre la que se sustentaba su economía.
Trigo, cebada, avena, centeno, patatas y panizo entre otros productos era lo que cultivaban en sus tierras.
A moler el grano iban al molino de Arteaga de Arriba.
Las ovejas y las cabras era lo que predominaba en el terreno ganadero.
Marchantes y carniceros de Bogarra, Paterna del Madera, Masegoso o Casas de Lázaro aparecían por allí periódicamente para comprar los corderos.
Conejos, liebres y perdices abundaban en sus montes y no se libraban de la puntería de los cazadores de la aldea.
Del río conseguían sacar abundantes cangrejos para aportar una variedad gastronómica en las comidas.
Para todo tipo de oficios religiosos (misa, bodas, bautizos, funerales, etc) se desplazaban hasta la iglesia de Arteaga de Arriba y anteriormente a la construcción de esta, tenían que hacerlo a la de Peñascosa, cabecera de municipio, situado a más de 15 km. de distancia.
El médico venía desde Masegoso. Había que ir a buscarle y llevar una caballería para que pudiera desplazarse a visitar al enfermo. Don Faustino, gallego de nacimiento, fue uno de los que se recuerda.
A la escuela iban a la de Arteaga de Arriba.
El cartero (Pedro) venía desde Fuenlabrada a repartir la correspondencia.
Posteriormente fue Desiderio, natural de Fuenlabrada pero residente en Arteaga de Arriba el que montado en su bicicleta recogía la correspondencia en Peñascosa y la repartía por las aldeas.
Las fiestas patronales en honor a la virgen de Fátima en mayo se hacían para las dos aldeas pero las celebraciones se realizaban en Arteaga de Arriba.
Samuel y Genaro provenientes de la Casa la Toba eran los músicos que con laúd y guitarra amenizaban los bailes.
Los domingos y días festivos por la tarde se hacía baile a nivel local en el interior de alguna casa.
Para coger el coche de línea que cubría el trayecto Bogarra- Albacete tenían que madrugar con ocasión de poder estar a las siete de la mañana en la parada de la carretera de Casas de Lázaro.
La considerable distancia a todos los núcleos de población grandes no les hacía desplazarse de continuo para realizar compras por lo que eran los vendedores ambulantes de Bogarra, Paterna del Madera o Casas de Lázaro los que se dejaban ver por Arteaga de Abajo.
También se recuerda a un señor de Pozohondo vendiendo hilo y otros productos de costura, como también a otro vendedor que venía desde Elche de la Sierra con dos borriquillos y vendía telas y todo tipo de ropas.
En un pueblo tan abrupto, con difíciles accesos y mal comunicado la emigración tenía que llegar. Esa imposibilidad de no poder llegar nunca un vehículo, o la dificultad de acarrear el agua por el empinado camino desde la fuente hasta las casas, unido a las ganas de buscar una mejor calidad de vida fue empujando a la gente de Arteaga de Abajo a buscar nuevos lugares de residencia.
La gran mayoría se repartieron entre Albacete y Barcelona.
El matrimonio formado por Julio Aguilar e Isabel García con una hija fueron los últimos de Arteaga de Abajo. Marcharon a principios de los años 70.
Visita realizada en junio de 2016.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Resulta curioso que habiendo dos Arteagas, esta sea la de abajo cuando está a más altitud que la de arriba, por pocos metros pero lo está.
De mañana temprano después de dejar el coche junto a la carretera, enfilo el amplio camino que entre pinos de repoblación me ira acercando a Arteaga de Abajo.
Tengo muy buenas referencias sobre la ubicación de la aldea, así que voy con expectación por ese primer contacto visual que es el que queda en la retina primero y en la memoria después.
El camino es suave sin mucho desnivel y al ser temprano el calor no ha hecho su aparición.
Al pasar junto a unos juncos de río, lo que yo creo que es un croar de un sapo llama mi atención. Suena muy raro. Al acercarme veo que es una serpiente. Ha sentido mi presencia y con su sonido me estaba advirtiendo que no me acercara más. No la importuno, ahí se queda.
Diviso el cementerio sobre una loma, luego lo visitaré.
Avisto ya las casas de Arteaga, no con la panorámica que hubiera deseado pero ya habrá ocasión de ver su bonito perfil sobre la roca.
Hay que cruzar una cañada para coger el camino que lleva hasta la aldea. Lo primero que aparece es su preciosa fuente, junto a una noguera, perfecta simbiosis. Buen lugar para sentarse a comer, pero todavía no toca. Imagino las constantes subidas y bajadas de las jóvenes de la aldea en busca del agua.
Subo hacía las casas trepando por donde puedo, el sendero esta desdibujado.
La sensación de soledad es tremenda una vez que estas en el núcleo urbano. He llegado tarde a lo que tuvo que ser una bonita aldea serrana. Hace quince o veinte años estaría en relativo buen estado. Ahora está muy machacada, apenas una o dos casas aguantan en pie, lo demás ya se ha vencido por la destrucción provocada por las inclemencias meteorológicas y la floja calidad de los materiales de construcción empleados en las edificaciones. No creo que haya llegado mucho el expolio hasta aquí. La imposibilidad de acceder con vehículo no lo hace viable.
Las vistas son inmejorables. Arteaga de Arriba a corta distancia reluce de un blanco resplandeciente entre el verde de la vegetación.
Intento adentrarme a duras penas en el interior de las casas, en algunas lo consigo, en otras no. Me voy hasta la era, me asomo al precipicio, por debajo el río Puentecillas. Vuelvo hasta las casas, descubro detalles, visualizo rincones, imagino su trazado urbano. Pero la visita ya no da más de si.
Bajo otra vez por el sendero de la fuente y encamino mis pasos hacía un llamativo cortijo que esta abajo en el valle. Muy entero todavía, con huellas ganaderas hasta fechas recientes. Tuvo que ser una casa importante. Junto a él un molino harinero con un curioso acueducto para salvar el desnivel y recoger el agua canalizada desde el río. Desde aquí si se tiene una preciosa panorámica de la aldea.
Encamino mis pasos ya por buen camino hasta la otra Arteaga, la de Arriba. Curioso contraste, una muerta y sin posibilidad de volver a la vida. Esta le ha ganado la batalla al abandono. Poca gente durante el invierno pero bastante en el verano. El lugar invita a buscar tranquilidad en los meses calurosos. Un buen trazado urbano, con las casas apretujándose junto al río. Bonito lugar este de Arteaga de Arriba. Agradable y placentera charla con dos nativos del lugar.
Quiero ir hacía el cementerio, que era compartido por las dos aldeas. Después de recibir las indicaciones oportunas de unos lugareños, cruzo el puente para buscar el sendero que me guíe mis pasos. No consigo dar con él en primera instancia, pero mi perseverancia después de seguir por una acequia de riego me hace dar con él. Ya no tiene perdida. El sendero se empina y va cogiendo altura. Esta tallado en la roca y es precioso. Bonito recorrido el que hacían los difuntos en su camino al lugar donde reposarían para siempre. Llego al cementerio, muy cuidado por sus vecinos, desde aquí me podría acercar en corto ascenso a Arteaga de Abajo y volver al comienzo, pero no me va aportar nada nuevo que no haya visto ya, así que decido seguir con mi caminar. Atravieso una cañada y cojo el camino que me llevara hasta el lugar donde tengo el coche. Diviso una majestuosa encina con una sombra muy atrayente y como quiera que tiene debajo unas piedras naturales que parecen puestas para sentarse, decido hacer allí el alto y dar cuenta de mis provisiones (bocadillo, fruta y agua). Que mejor lugar para hacerlo. Mientras voy comiendo, recuerdo y rememoro las vivencias de hace unas horas.
Otra visión de Arteaga de Abajo en su posición dominante sobre el valle.
La preciosa fuente de Arteaga junto a la noguera. Arriba se divisa la casa de Acacio y Juana. Tuvieron dos hijos. La emigración llevó a la familia hasta Albacete.
La misma casa por su lado norte. De construcción reciente. Pocos años se disfrutó puesto que la emigración no lo hizo posible.
Vivienda con su refrescante parra sobre la puerta. Había bastantes olmos en la aldea como el que se divisa a la izquierda de la imagen. Menos frecuente era el bonito árbol del saúco visible en la parte derecha.
Horno de buen tamaño situado junto al cantil rocoso sobre el que se asienta el pueblo.
Vivienda y olmo. Sencillez en la construcción. Piedra caliza y argamasa.
Muros desgastados. Vigas caídas. Cubiertas hundidas. La huella del abandono y el olvido. Las copas de los olmos asoman por encima de los edificios para mostrar que no todo esta muerto en Arteaga de Abajo.
Otra imagen de la desoladora estampa actual de los edificios de la aldea.
Algunas viviendas aguantan como pueden parte de su tejado, los huecos de las ventanas y el encalado de la fachada. El olmo a la izquierda, omnipresente.
Había que sacar rendimiento a lo abrupto del terreno. Aprovechando la cavidad rocosa se edificó el redil para el ganado.
Las vistas desde la aldea: el estrecho y frondoso vallejo que forma el río Puentecillas con la aldea de Arteaga de Arriba al fondo.
Bonita vista de la fuente "dormitando" a la sombra de la noguera.
Preciosa imagen del cementerio. Amplio y encalados sus muros de blanco. Era compartido por los dos Arteagas. Anteriormente a su construcción tenían que llevar a los fallecidos hasta el cementerio de Peñascosa.
Casa en Arteaga de Arriba. Fue cedida por un particular y se habilitó como escuela. Doña Teresa, natural del pueblo jienense de Baeza fue la primera maestra que se recuerda. Hasta aquí venían los niños de Arteaga de Abajo.
Posteriormente se edificó este edificio que sirvió como iglesia y escuela para las dos aldeas. Era también casa de la maestra.
Muy difíciles accesos tuvo siempre esta olvidada aldea. A pie o en caballería era la única manera de llegar hasta sus muros.
Al azote de todos los vientos y padeciendo unos inviernos rigurosos con abundantes nevadas, alrededor de unas diez viviendas de sencilla construcción formaban el núcleo de Arteaga de Abajo.
No conocieron la luz eléctrica. Las teas y los candiles de aceite fueron sus fuentes de iluminación.
La agricultura y la ganadería componían la base sobre la que se sustentaba su economía.
Trigo, cebada, avena, centeno, patatas y panizo entre otros productos era lo que cultivaban en sus tierras.
A moler el grano iban al molino de Arteaga de Arriba.
Las ovejas y las cabras era lo que predominaba en el terreno ganadero.
Marchantes y carniceros de Bogarra, Paterna del Madera, Masegoso o Casas de Lázaro aparecían por allí periódicamente para comprar los corderos.
Conejos, liebres y perdices abundaban en sus montes y no se libraban de la puntería de los cazadores de la aldea.
Del río conseguían sacar abundantes cangrejos para aportar una variedad gastronómica en las comidas.
Para todo tipo de oficios religiosos (misa, bodas, bautizos, funerales, etc) se desplazaban hasta la iglesia de Arteaga de Arriba y anteriormente a la construcción de esta, tenían que hacerlo a la de Peñascosa, cabecera de municipio, situado a más de 15 km. de distancia.
El médico venía desde Masegoso. Había que ir a buscarle y llevar una caballería para que pudiera desplazarse a visitar al enfermo. Don Faustino, gallego de nacimiento, fue uno de los que se recuerda.
A la escuela iban a la de Arteaga de Arriba.
El cartero (Pedro) venía desde Fuenlabrada a repartir la correspondencia.
Posteriormente fue Desiderio, natural de Fuenlabrada pero residente en Arteaga de Arriba el que montado en su bicicleta recogía la correspondencia en Peñascosa y la repartía por las aldeas.
Las fiestas patronales en honor a la virgen de Fátima en mayo se hacían para las dos aldeas pero las celebraciones se realizaban en Arteaga de Arriba.
Samuel y Genaro provenientes de la Casa la Toba eran los músicos que con laúd y guitarra amenizaban los bailes.
Los domingos y días festivos por la tarde se hacía baile a nivel local en el interior de alguna casa.
Para coger el coche de línea que cubría el trayecto Bogarra- Albacete tenían que madrugar con ocasión de poder estar a las siete de la mañana en la parada de la carretera de Casas de Lázaro.
La considerable distancia a todos los núcleos de población grandes no les hacía desplazarse de continuo para realizar compras por lo que eran los vendedores ambulantes de Bogarra, Paterna del Madera o Casas de Lázaro los que se dejaban ver por Arteaga de Abajo.
También se recuerda a un señor de Pozohondo vendiendo hilo y otros productos de costura, como también a otro vendedor que venía desde Elche de la Sierra con dos borriquillos y vendía telas y todo tipo de ropas.
En un pueblo tan abrupto, con difíciles accesos y mal comunicado la emigración tenía que llegar. Esa imposibilidad de no poder llegar nunca un vehículo, o la dificultad de acarrear el agua por el empinado camino desde la fuente hasta las casas, unido a las ganas de buscar una mejor calidad de vida fue empujando a la gente de Arteaga de Abajo a buscar nuevos lugares de residencia.
La gran mayoría se repartieron entre Albacete y Barcelona.
El matrimonio formado por Julio Aguilar e Isabel García con una hija fueron los últimos de Arteaga de Abajo. Marcharon a principios de los años 70.
Visita realizada en junio de 2016.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Resulta curioso que habiendo dos Arteagas, esta sea la de abajo cuando está a más altitud que la de arriba, por pocos metros pero lo está.
De mañana temprano después de dejar el coche junto a la carretera, enfilo el amplio camino que entre pinos de repoblación me ira acercando a Arteaga de Abajo.
Tengo muy buenas referencias sobre la ubicación de la aldea, así que voy con expectación por ese primer contacto visual que es el que queda en la retina primero y en la memoria después.
El camino es suave sin mucho desnivel y al ser temprano el calor no ha hecho su aparición.
Al pasar junto a unos juncos de río, lo que yo creo que es un croar de un sapo llama mi atención. Suena muy raro. Al acercarme veo que es una serpiente. Ha sentido mi presencia y con su sonido me estaba advirtiendo que no me acercara más. No la importuno, ahí se queda.
Diviso el cementerio sobre una loma, luego lo visitaré.
Avisto ya las casas de Arteaga, no con la panorámica que hubiera deseado pero ya habrá ocasión de ver su bonito perfil sobre la roca.
Hay que cruzar una cañada para coger el camino que lleva hasta la aldea. Lo primero que aparece es su preciosa fuente, junto a una noguera, perfecta simbiosis. Buen lugar para sentarse a comer, pero todavía no toca. Imagino las constantes subidas y bajadas de las jóvenes de la aldea en busca del agua.
Subo hacía las casas trepando por donde puedo, el sendero esta desdibujado.
La sensación de soledad es tremenda una vez que estas en el núcleo urbano. He llegado tarde a lo que tuvo que ser una bonita aldea serrana. Hace quince o veinte años estaría en relativo buen estado. Ahora está muy machacada, apenas una o dos casas aguantan en pie, lo demás ya se ha vencido por la destrucción provocada por las inclemencias meteorológicas y la floja calidad de los materiales de construcción empleados en las edificaciones. No creo que haya llegado mucho el expolio hasta aquí. La imposibilidad de acceder con vehículo no lo hace viable.
Las vistas son inmejorables. Arteaga de Arriba a corta distancia reluce de un blanco resplandeciente entre el verde de la vegetación.
Intento adentrarme a duras penas en el interior de las casas, en algunas lo consigo, en otras no. Me voy hasta la era, me asomo al precipicio, por debajo el río Puentecillas. Vuelvo hasta las casas, descubro detalles, visualizo rincones, imagino su trazado urbano. Pero la visita ya no da más de si.
Bajo otra vez por el sendero de la fuente y encamino mis pasos hacía un llamativo cortijo que esta abajo en el valle. Muy entero todavía, con huellas ganaderas hasta fechas recientes. Tuvo que ser una casa importante. Junto a él un molino harinero con un curioso acueducto para salvar el desnivel y recoger el agua canalizada desde el río. Desde aquí si se tiene una preciosa panorámica de la aldea.
Encamino mis pasos ya por buen camino hasta la otra Arteaga, la de Arriba. Curioso contraste, una muerta y sin posibilidad de volver a la vida. Esta le ha ganado la batalla al abandono. Poca gente durante el invierno pero bastante en el verano. El lugar invita a buscar tranquilidad en los meses calurosos. Un buen trazado urbano, con las casas apretujándose junto al río. Bonito lugar este de Arteaga de Arriba. Agradable y placentera charla con dos nativos del lugar.
Quiero ir hacía el cementerio, que era compartido por las dos aldeas. Después de recibir las indicaciones oportunas de unos lugareños, cruzo el puente para buscar el sendero que me guíe mis pasos. No consigo dar con él en primera instancia, pero mi perseverancia después de seguir por una acequia de riego me hace dar con él. Ya no tiene perdida. El sendero se empina y va cogiendo altura. Esta tallado en la roca y es precioso. Bonito recorrido el que hacían los difuntos en su camino al lugar donde reposarían para siempre. Llego al cementerio, muy cuidado por sus vecinos, desde aquí me podría acercar en corto ascenso a Arteaga de Abajo y volver al comienzo, pero no me va aportar nada nuevo que no haya visto ya, así que decido seguir con mi caminar. Atravieso una cañada y cojo el camino que me llevara hasta el lugar donde tengo el coche. Diviso una majestuosa encina con una sombra muy atrayente y como quiera que tiene debajo unas piedras naturales que parecen puestas para sentarse, decido hacer allí el alto y dar cuenta de mis provisiones (bocadillo, fruta y agua). Que mejor lugar para hacerlo. Mientras voy comiendo, recuerdo y rememoro las vivencias de hace unas horas.
Vista lejana de Arteaga de Abajo en su aérea ubicación.
Otra visión de Arteaga de Abajo en su posición dominante sobre el valle.
Divisando las casas de Arteaga de Abajo.
La preciosa fuente de Arteaga junto a la noguera. Arriba se divisa la casa de Acacio y Juana. Tuvieron dos hijos. La emigración llevó a la familia hasta Albacete.
La misma casa por su lado norte. De construcción reciente. Pocos años se disfrutó puesto que la emigración no lo hizo posible.
Vivienda con su refrescante parra sobre la puerta. Había bastantes olmos en la aldea como el que se divisa a la izquierda de la imagen. Menos frecuente era el bonito árbol del saúco visible en la parte derecha.
Horno de buen tamaño situado junto al cantil rocoso sobre el que se asienta el pueblo.
Panorámica desde la puerta del horno.
Otro horno situado en el interior de una vivienda.
Vivienda y olmo. Sencillez en la construcción. Piedra caliza y argamasa.
Muros desgastados. Vigas caídas. Cubiertas hundidas. La huella del abandono y el olvido. Las copas de los olmos asoman por encima de los edificios para mostrar que no todo esta muerto en Arteaga de Abajo.
Otra imagen de la desoladora estampa actual de los edificios de la aldea.
Algunas viviendas aguantan como pueden parte de su tejado, los huecos de las ventanas y el encalado de la fachada. El olmo a la izquierda, omnipresente.
Desde las eras.
Había que sacar rendimiento a lo abrupto del terreno. Aprovechando la cavidad rocosa se edificó el redil para el ganado.
Las vistas desde la aldea: el estrecho y frondoso vallejo que forma el río Puentecillas con la aldea de Arteaga de Arriba al fondo.
Bonita vista de la fuente "dormitando" a la sombra de la noguera.
Preciosa imagen del cementerio. Amplio y encalados sus muros de blanco. Era compartido por los dos Arteagas. Anteriormente a su construcción tenían que llevar a los fallecidos hasta el cementerio de Peñascosa.
Casa en Arteaga de Arriba. Fue cedida por un particular y se habilitó como escuela. Doña Teresa, natural del pueblo jienense de Baeza fue la primera maestra que se recuerda. Hasta aquí venían los niños de Arteaga de Abajo.
Posteriormente se edificó este edificio que sirvió como iglesia y escuela para las dos aldeas. Era también casa de la maestra.